Capítulo IV

Continuación (I, 7a)


7. En el testimonio de Jesús, la verdad del Reino de Dios[1]

a. Significación o sentido metafísico-epistemológico-jurídico


1. Como podemos observar hasta el momento, la experiencia humana en relación con la “verdad”, particularmente en Israel, había avanzado en la perspectiva de un doble esclarecimiento de los polos que componen una misma interrelación: el concerniente a una dimensión a la que pudiéramos denominar “objetiva” y el concerniente a una dimensión a la que pudiéramos llamar “subjetiva” del asunto. En efecto, hay que decir que el AT había elaborado varias “tradiciones” sobre la “verdad”, que llegaron a confluir en la expresión de los “Diez Mandamientos” (Decálogo). Hagamos un breve repaso de algunos momentos de la cuestión.

La más antigua tradición del Pentateuco al respecto parece ser la de Ex 20,16, que dice: “No darás testimonio falso (yeudomarturhseiv) contra tu prójimo[2]”, en un contexto claramente judicial[3] y de “justicia conmutativa” y “legal”.

Tengamos en cuenta que este contexto moral-judicial, como se lo ha hecho notar en otras ocasiones, no era ajeno, de ningún modo, a la existencia de Israel como pueblo, especialmente en el espacio-tiempo durante el cual se organizó como un Estado.

Al actuar de esa manera se hacía tangible la experiencia que la nación judía compartía con los demás pueblos en aquellas etapas de la “humanidad”[4] – probablemente ya en forma característica durante el paleolítico medio, pero, para ser más “testimonial” nuestra evocación, al menos en los períodos históricos –. Ese momento clave se puede describir por los siguientes referentes: a) apenas se empezaba a tomar conciencia de esta condición humana común y a reflexionar sobre aquello en lo que esta consistía[5]; b) al mismo tiempo, se intentaba comprender de qué manera esa humanidad y esa cultura humana se construían (sólo) mediante el ejercicio de unas virtudes y la experiencia de unas acciones consideradas “valiosas”[i] (realización o concreción de “valores”) que fueran, en su expresión multiforme, e, inclusive en su contradicción, un deseo por responder adecuada y cada vez más altamente al común bien humano; y c) simultáneamente, esa vivencia iba comenzando a ser traducida en normas morales y jurídicas, que fueron la primera expresión de un paso cultural formidable desde la barbarie hacia la civilidad – inclusive, como se ha observado al comienzo de este capítulo, entre otros, bajo los Sumerios e Hititas y especialmente por parte del babilonio Hammurabi (1730-1685 a. C.), de quien nos queda el testimonio monumental acerca de la justicia en su “Código”: “ojo por ojo, diente por diente”, el talión –[6].

Teniendo como base esa formulación del libro del Ex, se inspira el Lv – por cierto en el mismo contexto del Pentateuco, pero con unas resonancias cultuales-morales que manifiestan un mayor desarrollo de la reflexión y de la sensibilidad práctica por parte de los “teólogos-juristas israelitas” – para señalar: “No mentiréis (ψευσεσθε) ni os defraudaréis (sukofanthsei)  unos a otros[7]” (19,11).

De esta manera, en Israel, la injusticia = no-verdad llegó a tener tres tipificaciones complementarias: a) en el ámbito forense, dar testimonio falso contra el prójimo; b) en el ámbito comercial, defraudarse unos a otros; c) en el ámbito social más general, mentirse[8] unos a otros.

Esta concepción sobre la “no-verdad”, como vemos íntimamente ligada a la noción de “justicia/injusticia”, que es ampliamente la nuestra (tremendamente “intelectualista”, dualista, inclusive, y muy típica de la concepción “griega”[9]) se encuentra presente y actuante también en la tradición y revelación bíblica; más aún, en su tiempo, Jesús mismo la reiteró bajo la fórmula de Ex 20,16, resaltando su actualidad (perennidad) como expresión de un razonamiento fundado en estructuras (diríamos hoy biológicas, psicológicas y sociales) radicalmente humanas[10]. La versión que nos trae Lucas dice, efectivamente:

18Uno de los principales le preguntó: ‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?’ 19Respondióle Jesús: « ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. 20Ya sabes los mandamientos: ‘No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes testimonio falso (yeudomarturhshV), honra a tu padre y a tu madre’ […] 23Oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico[11]” (18,18-23).

2. Jesús revaloriza la dimensión ética de la existencia, ciertamente. Observemos con atención que en el empleo que Jesús hace (Lc // Mt 19,18 // Mc 10,19) de la fuente original del Ex se encuentra un término interesante: μαρτυρέω[12] o mejor aún, su antónimo ψευδομαρτυρέω[13]  (con sus derivados) que tiene su principal relación con α­λήθες (= no oculto[14]) y con άλήθεια (= verdad) (cf. infra, 1.h, p. 588ss). Lo mismo puede afirmarse de Mt 15,19 (en el elenco de las acciones malas que salen de un corazón malo) y 26,59 (durante el proceso a Jesús).

Si en el griego clásico μαρτυρέω/μάρτυς significan “ser testigo, dar testimonio, testimoniar” / “uno que recuerda, uno que trae de su recuerdo un conocimiento del que puede informar”, sus contrarios ψευδομαρτυρέω/ψευδομαρτυς[15] no indican simplemente que se aplica la idea de una palabra (engañosamente) a algo o a alguien (seudo-oro, seudo-Filipo), sino que el prefijo hace de objeto, el sustantivo posee función verbal, y, en consecuencia, significa “uno que da testimonio de algo que es falso”: se critica sobre todo la justeza o verdad de su afirmación. En otras palabras, que alguien sea μάρτυς o ψευδομαρτυς no depende de que el sujeto haya sabido, o no, algo, sino de que lo que afirme, coincida, o no, con la verdad de los hechos[16]. Cuando los LXX hicieron uso de este término lo hicieron sobre estas bases[17] en los textos citados[18].

b. Sentido teológico-histórico-experiencial


3. Ahora bien, si comparamos este hecho con la traducción desde el texto hebreo (LXX), podemos constatar que esos escritores fueron constantes al emplear tales términos para trasladar los diversos y complejos derivados de la raíz hebrea emet[19] (= מת: cualidad de lo que es estable, probado, en lo que uno se puede apoyar), derivada a su vez del verbo aman (= מן: ser sólido, seguro, digno de confianza: de donde “amén”).

Como se puede ver, en hebreo y para la mentalidad hebrea, el sentido “intelectual” griego, antes indicado, apenas forma parte de este último, más amplio. Dicho en otras palabras, el problema de la άλήθεια: “verdad”/“mentira” (gr. = είδωλον = “imagen, apariencia”) no es un asunto que afecte sólo la experiencia y capacidad humana del conocimiento (gr. = γνώσις) juiciosamente adquirido (“verdad procesual”[20] y “verificación”), o no; ni a la invención[21], o no, maliciosa, o no, de un conocimiento, por parte de un sujeto (“deslealtad”/“franqueza”); ni aún siquiera, a la realidad o a la inexistencia del hecho que es afirmado por alguien (“falso testimonio”/”testimonio verdadero”). El asunto, como veremos, se ubica, más bien, dentro de otras coordenadas culturales – ¡humanas también! –, de experiencia y reflexión[22]. Y Jesús entró de lleno a formar parte de ellas y a nutrirlas.

Para comprender mejor el asunto señalemos, ante todo, que la originalidad del pueblo de Israel se fundó sobre la base de una experiencia religiosa, la experiencia de su contacto con Dios – Yahwéh –. Con el transcurso del tiempo, dicha experiencia histórica[23] evolucionó notablemente, hasta que llegó a concluirse una “alianza” entre Dios y este pueblo, “su” pueblo. De esta manera, a la luz de ese acontecimiento de su vida, se dirá de algo que es “verdaderamente verdad” (perdóneseme la redundancia) si y sólo si guarda relación de fidelidad a la alianza. Para intentar comprenderlo mejor, se debe observar que se trata menos de un asunto preponderante o meramente intelectual, cuanto de uno inter-personal, de relación entre personas, no de relación de “ideas” o de “conceptos”: estas personas son Dios y los miembros del pueblo. De ahí los significados que anotábamos antes. Así, pues, decir que Dios es “verdad”, “veraz” o “verdadero”, así como de un hombre, decir “que es veraz”,  significa, en muchísimos y notables lugares – y así habría que traducirlo – afirmar que es “fiel”: pues la fidelidad de una persona es la que nos lleva a fiarnos de ella, a entregárnosle.

4. Ahora bien, el punto de partida de esta solidez y firmeza de la fidelidad/verdad no está, por supuesto, en los seres humanos – por experiencia tremendamente inseguros, mudables, in-fieles –, sino en Dios. ¡Él sí es el fiel! (cf. Dt 34,4; Is 49,7; Sal 31,6; 89). Su palabra y su juramento, por eso, tienen la solidez de Dios mismo (cf. Sal 132,11), e Israel lo comprobó en su propia historia, mediante su propia historia, en la que Dios ha intervenido constantemente a favor de su pueblo:

“Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahwéh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra. No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha ligado Yahwéh a vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Yahwéh con mano fuerte y os ha librado de la casa de la servidumbre, del poder de Faraón, rey de Egipto. Has de saber, pues, que Yahwéh tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y el amor por mil generaciones a los que le aman y guardan sus mandamientos, pero que da su merecido en su propia persona a quien le odia, destruyéndole…” (Dt 7,6-10a).

Quien jura, por lo tanto, entra a participar, mediante su compromiso total, en una acción o en un hecho que es, por sí mismo, inquebrantable, porque participa de esa solidez e invariabilidad de Dios.

Ahora bien, emet no siempre va sola, sino acompañada de otros términos, tales como heded (p. ej., en Sal 89 y en 138,2), para indicar la gratuidad o graciosidad de la actitud de Yahwéh en la alianza, a la que Él nunca faltó; o con sdq, para subrayar la justicia de Yahwéh (cf. Os 2,12s; Ne 9,33; Zc 8,8), o su santidad (cf. Sal 71,22).

En diversos casos, además, el término significa que esa estabilidad de Dios es la protección y el refugio del justo, como su armadura, su escudo (cf. Sal 40,12; 43,2s; 54,7; 61,8; etc.).

Sin embargo, muy característicamente, emet se asocia con la palabra de Yahwéh y con su ley: David, por ejemplo, lo confesaba así de la palabra (cf. 2 Sm 7,28); y los salmos, muchísimo, de la ley (cf. Sal 19,10; 111,7s; 119,86.138.142.151.160; etc.). Este salmo 118 -119-, precisamente, concluye diciendo que la verdad es lo que hay de esencial, de fundamental en la palabra de Dios, lo irrevocable, lo que permanece para siempre.

5. Referida a los hombres, emet comporta también esa característica fundamental de fidelidad[24]. El texto de Os 4,2 lo pone en plena evidencia. Decir que una persona lo es “de verdad” significa, ante todo, que es de confianza, inclusive porque “teme a Dios” (cf. Ex 18,21; Ne 7,2). No existe corte o rompimiento entre la apreciación, digámoslo así, “moral” de la persona, y su comportamiento religioso.

Esta “verdad” humana, de igual modo, con mucha frecuencia en los textos véterotestamentarios significa a quienes son “fieles a la alianza y a la ley de Dios”, es decir, a aquellos que llevan un comportamiento “auténtico”, el comportamiento típico de “los justos”, de los que son “perfectos” (cf. Js 24,14) y de “corazón íntegro” (cf. 2 Re 20,3), de los que practican “la justicia y el derecho” (cf. Is 58,14; Sal 45,5), “el bien y el derecho” (cf. 2 Cr 31,20), en suma, de los “santos” (cf. Zc 8,3). Recalquemos pues, que, miradas en retrospectiva, estos aparentemente “primitivos” logros culturales del pueblo hebreo no eran tales, sino que por las altas prospectivas y exigentes condiciones que ya expresaban señalaban hacia aún más posibles y altos niveles éticos de discusión y de acción apoyados en la propia condición humana que se realiza obrando el bien. Fenómeno que, como vemos y aún volveremos a observar, no se circunscribía al ámbito hebreo, por supuesto.

La “verdad” era, pues, mucho más que “decir la verdad” o la sola “adecuación de la mente a la cosa”: era ante todo “hacer la verdad” (cf. 2 Cr 31,20; Ez 18,9), era “caminar en la verdad” (cf. 1 Re 2,4; 3,6; 2 Re 20,3; Is 38,3), en últimas, obedecer el querer del Señor, manifestado, especialmente, en su palabra, y, conspicuamente, en su Ley (cf. Tb 3,5).

Ahora bien, estos significados no desaparecen en las relaciones mutuas entre las personas, por el contrario, las caracterizan de manera nueva. En efecto, si se quiere hablar de la benevolencia y la lealtad con que una persona actúa, se dice que su “bondad es fiel”, que “hace la bondad y la verdad” (cf. Gn 47,29; Js 2,14). Y de una persona que respeta las normas del derecho, obrando su justicia, o que es sincera en su comunicación, se dice que “permanece para siempre” (cf. Pr 29,14; 12,19; Ez 18,8; Zc 7,9). En su evangelio Lc mostrará cómo Jesús recogió el conjunto de estos significados en la parábola-imagen del “buen samaritano” (10,25-37; cf. II.5.b.8, p. 934). 

c. Sentido teológico-teleológico en dos variantes


6. Con todo, un sentido nuevo desarrolló con el tiempo la palabra “verdad”, el cual preparó el significado con que lo encontraremos en el Evangelio de Juan y en el resto de la teología neotestamentaria. Ese significado se fue poco a poco afianzando, principalmente en los siglos caracterizados por las tradiciones sapiencial[25] y apocalíptica[26] (ss. V a. C. – II d. C). Queremos referirnos en particular a la noción de “verdad revelada”, tan típica del judeo-cristianismo.

Como decíamos hace poco, “caminar en la verdad” de Dios había llegado a ser una expresión condensada de toda una experiencia religiosa de la presencia, de la elección y de la protección de un Yahwéh no sólo “sólido” e “invariable” en su fidelidad, sino la fuente misma de toda verdad, solidez, autenticidad y lealtad. Con todo, ya en algunos textos despuntaba el significado de que, en la experiencia de Israel, la “verdad” no se refería a la sola conducta moral de los miembros del pueblo, sino que hacía referencia a la Ley misma que Dios les enseñaba a observar. Por eso, profetas, como Malaquías, declaraban que de los sacerdotes se debía esperar “una doctrina de verdad” (2,6), es decir, la enseñanza (que viene) de Dios. Y poco a poco, decir “verdad” llegó a significar “sabiduría” (gr. = σοφία), en una tarea de búsqueda que debía comprometer al fiel “hasta su misma muerte” (cf. Pr 23,23; 8,7; 22,21; EclQo – 12,9-10; y, en la versión LXX, EcloSi – 4,28).

7. Posteriormente, ya plenamente en ambiente helenístico, “verdad” se relacionó con “misterio”[ii] (gr. = μυστηριον; plural: μυστήρια) (cf. Tb 12,11; Sb 6,22), y, de esta manera, “Verdad de Dios” o “sabiduría de Dios”, llegó a ser sinónimo de “plan” de Dios y “querer” de Dios. Tal es el caso de la literatura sapiencial en la que “comprender la verdad” (Sb 3,9) ya no quería decir, como en las primeras épocas, “experimentar la fidelidad de Dios a sus promesas”, ni “ver el ser mismo de Dios”, sino “entender su designio providencial sobre los hombres”. O en la apocalíptica, como es el caso de Dn 10,21, en donde “el libro de la verdad” se ha de entender como el libro en que está inscrito el propósito de Dios; y, en Dn 9,13, “la verdad de Dios”, como la “revelación” de ese propósito providencial.

Ahora bien, lo más importante de este seguimiento es constatar que estos dos últimos significados perduraron y caracterizaron en cierto modo las literaturas sapiencial y apocalíptica inmediatamente anteriores al NT y contemporáneas a la escritura del mismo, inclusive en los textos judíos no bíblicos, como sucedió, por ejemplo, con los producidos por la comunidad de Qumrám[27].

Textos evangélicos acerca de la “verdad” en el triple sentido véterotestamentario anotado.
8. No es aquí el lugar para hacer una exploración de este importante asunto en toda la literatura del NT[28]. En cambio, en orden a la cristología narrativa que estamos elaborando, sí es necesario conocer qué nos dicen de la praxis de Jesús algunos textos evangélicos acerca de la “verdad” en el triple sentido véterotestamentario que hemos encontrado hasta el momento: metafísico-epistemológico-jurídico: nn. 1-2; teológico-histórico-experiencial: nn. 3-5; y teológico-teleológico en sus dos variantes: nn. 6-7; y, a su turno, de qué manera ellos expresan y confirman estructuras antropológicas y éticas fundamentales, es decir, enraizadas en el ser humano. Se iba desvelando “la verdad acerca del hombre”[29].

Ya se ha visto (cf. supra, 1.g.1 y 2, pp. 551-554) de qué manera el binomio “verdad-mentira”, como expresión de una experiencia humana “racional”/”razonable” (del animal rationale et politicum, traduciendo los términos esenciales aristotélicos y su definición) se hacía presente en el ministerio de Jesús[30] y en los relatos sinópticos que recogieron lo que él dijo e hizo. Por lo demás, como el resto de los escritos del NT.

Pero, en la misma forma y a todo lo largo de este capítulo, con mayor intensidad se ha resaltado la importancia y las conexiones que el “Reino de Dios” tenía en la personal coherencia y vivencia de Jesús, y de qué manera en su propuesta evangélica (en el sentido de “buena noticia”), al recuperar aquellas bases antropológicas y éticas primordiales leídas por él en clave de creación por parte de Dios y de salvación de las consecuencias del pecado que las limitan, les marcaba su sentido pleno efectivo. Ahora bien, todo este conjunto de elementos que se ha ido descubriendo en los sinópticos, se enfatizan y se evidencian al ser pasados a través de la criba de la experiencia viva por parte las primeras comunidades cristianas que siguieron a Jesús a partir del anuncio y el ministerio de los Apóstoles. De esa manera se alcanza a divisar de qué manera ellos fueron retomados, clarificados y convertidos por Jesús en clave fundamental en orden a la comprensión de su persona y de su obra, es decir, cuando fueron leídos en clave de “Verdad”-“Reino”. Lo haremos de la mano del evangelista Juan.



Notas de pie de página


[1] Especialmente para esta sección y la siguiente, debo advertir que no soy experto ni en hebreo ni en griego. En consecuencia, apelaré al empleo de las fuentes con particular confianza en ellas, sabiendo que, de tener a mi alcance todos los elementos indispensables, eventualmente podría entrar en desacuerdo con sus autores.
Un texto fundamental a propósito de lo que se expondrá, pero que desborda actualmente nuestra pretensión, es el de Hans Urs VON BALTHASAR: Teológica Encuentro Madrid 1997 3 v. Véase, sobre esta obra, el estudio de Fadi ABDEL-NOUR, colega de la Universidad de Montréal: Vérité et amour
Une lecture de « La Théologique » de Hans Urs von Balthasar
Les Editions du Cerf París 2013.
[2] En hebreo se encuentra esto: lo'-tha`aneh bherê`akha `êdh shâqer s:לא תענה ברעך עד שׂקר . El texto LXX tradujo: ou yeudomarturhseij kata tou plhsion sou marturian yeudh. Mientras el paralelo en griego en Dt 5,20 es: ou yeudomarturhseiv kata tou plhsion sou marturian yeudh.
Sobre el tema – y el de la mentira –, véase la obra de Alberto BONDOLFI : « « Tu ne témoigneras pas faussement contre ton prochain » (Ex 20, 16) » Quelques considérations historiques sur le prétendu caractère absolu du huitième (neuvième) commandement », Revue d'éthique et de théologie morale, 2005/4 n°237, p. 29-77. DOI:10.3917/retm.237.0029.
[3] S. Tomás de Aquino, en línea con una búsqueda de síntesis operada gracias a la fe y a la razón, considera que, en el tema de la búsqueda por la capacidad humana para la verdad ella se evidencia en la posibilidad de negación de la verdad y de la calumnia, que no sólo pueden producirse por parte del testigo sino también de los abogados. Hace esta consideración a partir del texto de Lc 14,12 y a propósito de su pregunta: “Utrum advocato liceat pro suo patrocinio pecuniam accipere: las obras de misericordia no se han de hacer por razón de una remuneración humana” (ST IIa-IIae q. 71. a. 4. 1).
[4] Quisiera advertirla como un substrato cultural que identifica la humanidad. En la entrevista “La pregunta por lo humano”, concedida por el filósofo Ernst TUGENDHAT a Yino Castellanos Camacho, de Unimedios, y aparecida en el periódico UN, en separata de El Tiempo del domingo 30 de abril de 2006 7, el profesor decía: “Al sentirse marginado un sector de la sociedad musulmana, especialmente los jóvenes desempleados, buscan construir su identidad por oposición a los valores occidentales, que, dicho sea de paso, me parecen universales. Sobre todo la racionalidad…” Y más adelante añadió: “[…] Casi todo lo que pasa en la vida de las personas es político. La gente pregunta por qué debe actuar de determinada manera. Tenemos negociaciones o tomamos decisiones que creemos poder justificar recíprocamente. Siempre se habla con consideraciones morales y la tarea de la filosofía es aclarar el diálogo moral… La pregunta sobre cómo debemos vivir, conserva intacta su vigencia porque atañe al problema de lo que somos…”
[5] Considérense las comparaciones que realizan los antropólogos Ralph L. BEALS – Harry HOIJER entre los “primates” y los hombres en lo concerniente al común, pero más alto desarrollo, en estos últimos, de manos, visión, empleo de utensilios, comunicación, dependencia de los jóvenes, aprendizaje de comportamientos y de la observación, formación de unidades familiares y de bandas; pero, también, a la nula existencia de una sistemática construcción de utensilios y creación de símbolos en los primeros. En: Introducción a la antropología, o. c., p. 59, nt. 124, 590-594.
Véase también lo que hemos señalado acerca del lenguaje, etc., en la nt. 1267, supra, en 1.f.4)a)14.1°), p. 497. Y, finalmente, la apreciación del Papa Juan Pablo II en la encíclica Veritatis splendor: “El juicio de la conciencia es un juicio práctico, o sea, un juicio que ordena lo que el hombre debe hacer o no hacer, o bien, que valora un acto ya realizado por él. Es un juicio que aplica a una situación concreta la convicción racional de que se debe amar, hacer el bien y evitar el mal. Este primer principio de la razón práctica pertenece a la ley natural, más aún, constituye su mismo fundamento al expresar aquella luz originaria sobre el bien y el mal, reflejo de la sabiduría creadora de Dios, que, como una chispa indestructible («scintilla animae»), brilla en el corazón de cada hombre” (n. 59b): “se debe amar, hacer el bien y evitar el mal”.

[6] Algunos miran, más bien, el aspecto negativo del asunto: “(La escritura) Como propaganda política: hace cuatro mil años, el rey de Babilonia, Hammurabi, se valió de la escritura para prometer, a través del "Código", prosperidad a sus súbditos si obedecían sus leyes. Algo así sucede con los carteles de la Unión Soviética de Stalin, y con el Irak de 1990: en el fondo, todos los dirigentes políticos han necesitado valerse de la escritura para crear consignas que persuadan, convenzan y encaucen a su pueblo.” Enviado por Jarke: “Escritura: un milagro del hombre”, Universidad Complutense de Madrid, en (consulta abril 2006): http://apuntes.rincondelvago.com/escritura_un-milagro-del-hombre.html

Otros han sentenciado: “Ojo por ojo, y el mundo acabará ciego” (atribuida a Mohandas Karamchand - Mahatma - Gandhi).
La legislación islámica, procurando este objetivo, ha dispuesto la ley del Talión tomando en cuenta el principio de igualdad y justicia: «¡Oh creyentes! Se os ha prescrito la ley del Talión en casos de homicidio: el libre por el libre, el esclavo por el esclavo, la mujer por la mujer. Pero, si a alguien le rebaja su hermano la pena, deberá indemnizar a éste espontánea y voluntariamente. Esto es un alivio y misericordia por parte de vuestro Señor. Más quien después de esto se vengue, sufrirá un severo castigo. ¡En la ley del Talión tenéis asegurada la vida, hombres de intelecto! Quizás, así, temáis a Allah» (Corán, 2:178-179)
[7] En hebreo se encuentra así: לא תגנבו ולא תכחשׂו ולא תשׂקרו אישׂ בעמיתו . El texto griego LXX tradujo: ou kleyete ou yeusesqe ou sukofanthsei ekastov ton plhsion
[8] Explican los autores técnicamente, bajo el aspecto penal, la diferencia que existe entre “decir una mentira” y “mentir” con las siguientes palabras: "El criterio de la falsedad del testimonio no depende de la relación entre lo dicho y la realidad de las cosas, sino de la relación entre lo dicho y el conocimiento del testigo. Una cosa es mentir, dice Cicerón, y otra decir mentira: Aliud est mentire, aliud dicere mendacium. Decían mentira, pero no mentían los filósofos antiguos cuando aseguraban que la tierra estaba quieta y el sol giraba en torno de ella; y en cambio mentía, pero no decía mentira, el viajero que, antes del descubrimiento de América describía la existencia de otro mundo más allá del Atlántico, como una cosa vista y observada por él. El testigo que eventualmente narra una cosa verdadera, pero no conocida por él, es falsario, porque miente acerca del conocimiento propio o sobre las causas de él… Designaban los prácticos este caso con la fórmula de que el testigo deponía false sed non falsum (falsamente, pero sin decir mentira).” Francesco CARRARA: Programa de Derecho Criminal. Parte especial Editorial TEMIS Bogotá 1988.
[9] Cf. Rudolf BULTMANN, art. άλήθεια en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt. 986, v. I 644-649. Volveremos sobre el tema más adelante, cf. infra, 1.h., pp. 588ss.
[10] El tema del “lenguaje” lleva consigo la posibilidad de emplearlo para “ser sincero”, o para no serlo (consigo mismo), así como para “decir verdad” o “mentira”, en las relaciones humanas. Hemos tratado el tema del lenguaje en Jesús y en sus contextos y consecuencias en diversas ocasiones en esta investigación. Cf. p. ej., pp. 399, nt. 961; 403s; 414; 423, nt. 1040; 427; 429, nt. 1057; 469, nt. 1179; 491; 494, nt. 1254; 532; 548; y, muy especialmente, 496, nt. 1265 y 513, nt. 1314. 
[11] El texto griego del v. 20, que nos interesa especialmente, dice:
 taV entolaV oidaV mh moiceushV mh foneushV mh kleyhV mh yeudomarturhshV tima ton patera sou kai thn mhtera
[12] Cf.  Hermann STRATHMANN: art. “μαρτύρ μαρτυρέω” en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt. 986, v. VI 1269-1372.
[13] Cf.  H. STRATHMANN: art. “μαρτύρ μαρτυρέω” en: ibíd., v. VI 1387-1392.
[14] Cf. también el estudio en la literatura griega de R. BULTMANN, art. άλήθεια en: ibíd., v. I 640-649.
[15] Ψευδομαρτιρίον significa generalmente los procedimientos durante los procesos por falsas deposiciones testimoniales. Cf. H. STRATHMANN: art. “μαρτύρ μαρτυρέω” en: ibíd., v. VI 1392.
[16] Puede verse la discusión que plantea a este propósito Platón en Gorgias 471e-472b; cf. H. STRATHMANN: art. “μαρτύρ μαρτυρέω” en: ibíd., v. VI 1388.
[17] Cf. H. STRATHMANN: art. “μαρτύρ μαρτυρέω” en: ibíd., v. VI 1388-1389. En el NT se empleó con este mismo significado en el proceso contra Jesús, cf. Mt 26,60, y luego en 1 Co 15,15, al referir que no es el papel de los Apóstoles ser “falsos testigos” de Dios al anunciar la resurrección de Jesucristo: ibíd. 1389-1391.
[18] Cf. H. STRATHMANN: art. “μαρτύρ μαρτυρέω” en: ibíd., v. VI 1391-1392.
[19] Anota G. QUELL, art. άλήθεια en: ibíd., v. I 625-637, que aparece 126 veces en el AT. Cf. Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan: introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004 30.
[20] También en los “juicios” se distingue entre la parte “sustantiva”, relativa al contenido de la “causa”, y los “procedimientos” mismos que permiten resolverla, “las formalidades”, que se refieren propiamente al “proceso”, “lo procesal”.
[21] En el sentido de “engaño, ficción” (tercera acepción del término en el DRALE, consulta abril 2006).
[22] Empleo para esta sección elementos tomados de Ignace de la POTTERIE: art. “verdad”, en Xavier LEÓN-DUFOUR: Vocabulario de teología bíblica, o. c., p. 465, nt. 1240, 930-935.
[23] El valor de esta experiencia humana de Israel quizás sea uno de los problemas teológicos más complejos que implica la escritura e interpretación de la Biblia: ¿Cómo entender que Dios mismo es el autor de la Escritura y es en ese mismo Espíritu en el que hay que interpretarla? ¿De qué manera cooperaban los hagiógrafos – individuos en comunidades – en la transmisión de la revelación divina?
La PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA respondía a propósito de la propuesta interpretativa de tipo fundamentalista: “El problema de base de esta lectura fundamentalista es que, rechazando tener en cuenta el carácter histórico de la revelación bíblica, se hace incapaz de aceptar plenamente la verdad de la misma Encarnación. El fundamentalismo evita la estrecha relación de lo divino y de lo humano en las relaciones con Dios. Rechaza admitir que la Palabra de Dios inspirada ha sido expresada en lenguaje humano y ha sido redactada, bajo la inspiración divina, por autores humanos cuyas capacidades y recursos eran limitados. Por esta razón, tiende a tratar el texto bíblico como si hubiese sido dictado palabra por palabra por el Espíritu y no llega a reconocer que la Palabra de Dios ha sido formulada en un lenguaje y con una manera de expresarse condicionados por una determinada época. No se dedica ninguna atención a las formas literarias y a los modos humanos de pensar presentes en los textos bíblicos, muchos de los cuales son fruto de una elaboración que se ha extendido por largos períodos de tiempos y lleva la marca de situaciones históricas muy diversas. El fundamentalismo insiste también en modo indebido sobre la inerrancia de los detalles en los textos bíblicos, especialmente en materia de hechos históricos o de pretendidas verdades científicas. Con frecuencia convierte en histórico aquello que no tenía ninguna pretensión de historicidad, por cuanto considera como histórico todo aquello que es referido o narrado con palabras del pasado, sin la necesaria atención a la posibilidad de que tuviera un significado simbólico o figurativo”. Cf. Documento La interpretazione della Bibbia nella Chiesa Roma 15 de abril de 1993 I.F.d, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/pcb_documents/rc_con_cfaith_doc_19930415_interpretazione_it.html
El Papa BENEDICTO XVI insistió, por el contrario, en la acción de Dios con ocasión de su encuentro con los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica en su Asamblea Plenaria, 5 de mayo de 2011, en cierto modo para recordar (o restaurar, eventualmente) el equilibrio y la proporción en la que el asunto debe ser leído desde una perspectiva católica. Les dijo: “Esta Comisión se ha reunido por tercera vez para ocuparse del tema que le ha sido confiado: «Inspiración y Verdad de la Biblia». Esta temática constituye uno de los puntos principales de mi Exh. Apost. postsinodal Verbum Domini, que lo trata en la parte inicial (cf. n. 19). «Un concepto clave – he escrito en este Documento – para comprender el texto sagrado como Palabra de Dios en palabras humanas es ciertamente el de la inspiración» (ibid.). Precisamente la inspiración como actividad de Dios hace que en las palabras humanas se exprese la Palabra de Dios. En consecuencia, el tema de la inspiración es «decisivo para el acercamiento adecuado a las Escrituras y para su correcta hermenéutica» (ibid.). En efecto, una interpretación de los Textos sagrados que deje de lado u olvide su inspiración no tiene en cuenta su más importante y preciosa característica, su proveniencia de Dios. Una interpretación tal no se llega, y no permite llegar, a la Palabra de Dios en palabras humanas, y pierde, por tanto, el inestimable tesoro que contiene para nosotros la Sagrada Escritura. Este tipo de acercamiento se ocupa de palabras meramente humanas, así puedan ser, en modo diverso de acuerdo con los diferentes escritos, palabras de una extraordinaria profundidad y belleza. En la discusión sobre la inspiración se trata de la naturaleza íntima y del significado decisivo y distintivo de la Sagrada Escritura, es decir, propiamente de su cualidad de Palabra de Dios. En la misma Exh. Apost. recordaba, además, que «los Padres sinodales han puesto en evidencia de qué manera el tema de la inspiración está conectado también al tema de la verdad de las Escrituras. Por eso, una profundización de la dinámica de la inspiración llevará indudablemente también a una mayor comprensión de la verdad contenida en los libros sagrados» (ibid.)”. En: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27369.php?index=27369&po_date=05.05.2011&lang=sp
Precisamente, como se habrá observado, este ha sido un criterio fundamental que hemos tratado de mantener en la elaboración de este capítulo cristológico y de los textos bíblicos que aquí hemos empleado.
[24] Afirma R. Bultmann, sin embargo, que emet nunca indica una άρετή (gr. = “virtud”, una “cualidad de la persona”), pero que en algunos textos se lo puede comprender en el sentido de “veracidad”. Cf. art. άλήθεια en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt. 986, v. I 643.
[25] Cf. supra, p. 392. El fenómeno no se ha de circunscribir a Israel, por supuesto. De hecho, se encuentra literatura sapiencial en todo el Oriente Antiguo. Egipto, por ejemplo, a todo lo largo de su historia produjo escritos de sabiduría, y en Mesopotamia compusieron fábulas, poemas y proverbios en relación con el sufrimiento, hasta el punto de que no sólo se los compara sino, incluso, por parte de algunos autores, se los considera, a los primeros o a los segundos, los precedentes de Job. Es el caso de la denominada “Sabiduría de Asicar”, un escrito de origen asirio, traducido a diferentes lenguas, y bien conocido en arameo. Característica de esta literatura sapiencial es su baja preocupación por los temas “religiosos”, podríamos decir que se desenvuelve con facilidad en el ámbito profano. E ilustra el destino a los individuos, no por medio de las reflexiones filosóficas, al estilo de los griegos, sino a partir de la experiencia; y quien de ella aprende, adquiere el arte del bien vivir y manifiesta una buena educación. Dentro de este contexto general, se comprende la importancia que tuvo en Israel, desde el elogio que se hace a Salomón – 1 Re 5,10 –. Los libros bíblicos caracterizados como tradición sapiencial son Job, Proverbios, Eclesiastés – Qohélet –, Eclesiástico – Sirácida – y Sabiduría, y, muy impropiamente, Cantar de los cantares. Cf. nota introductoria de la Biblia de Jerusalén, o. c., p. 84, nt. 208, viii) atribuida a Roger DE VAUX.
[26] La apocalíptica, como género literario peculiar al interior de Israel, se ubica también, como el género sapiencial, en los acontecimientos sucesivos al regreso de la cautividad en Babilonia (s. V a. C.), aunque tuvo su ambiente más “propicio” a raíz de las persecuciones sufridas bajo los regímenes Seléucidas y Lágidas, en especial, bajo el reinado de Antíoco Epífanes (175-164 o 163 a. C.), cuyas crónicas fueron parcialmente recogidas en los libros de Daniel y 1-2 Mac.
De esta manera, la apocalíptica, al mismo tiempo que pretendía mostrar y promover la fe y la esperanza de los judíos en sus persecuciones, con los ejemplos de otros héroes, anunciaba el “tiempo del fin” (cf. Dn 8,17; 11,40), de la “cólera de Dios” (cf. Dn 8,19; 11,36), de la victoria del poder del verdadero Dios, con unas consonancias dignas de la que fuera la predicación de los antiguos profetas. La esperanza de la expectativa de este Reino de Dios y de los Santos (cf. Dn 7,18), se refiere a una condición intrahistórica, dentro de este mundo, pero de manera que no se reduzca a ella el plano eterno: lo temporal y lo extratemporal muestran el sentido auténtico de la historia humana. Así mismo, caracterizan a la apocalíptica las dimensiones, individual, y, simultáneamente, colectiva de los relatos; así como su alcance particularista judío y, sin embargo, al mismo tiempo, universal (cf. Dn 7,14). Todo lo anterior, centrado y afianzado en la esperanza del surgimiento de un “Hijo del hombre”, cuyo poder no pasará jamás (cf. Dn 7). También por este motivo, no es extraño que el tema del Reino y de su inminente llegada estuviera tan centralmente presente en los Evangelios Sinópticos, aunque no exclusivamente en ellos, y que, a Jesús, de manera prominente, se lo denominara bajo ese título: más aún, él se lo aplicó a sí mismo, como hemos visto (cf. 1.b.10, p. 413; 1.d.A.f), p. 439; 1.f.1)5, p. 488; 1.f.4)5.1°), p. 497; 1.f.4)a)14.1°)a’), p. 498; 1.f.4)b)19.b’), p. 512). Cf. la nota introductoria de la Biblia de Jerusalén, o. c., p. 84, nt. 208.
[27] Los expertos mencionan los “Himnos”, por ejemplo (1QH 7,26s), y el “Manual de disciplina” (1QS 6,15; 5,8; 4,5.17). Para otros particulares, consúltese la obra de la que tantos datos hemos sacado para esta sección, el art. mencionado de Ignace de la POTTERIE: “verdad”, en Xavier LEÓN-DUFOUR: Vocabulario de teología bíblica, o. c., p. 465, nt. 1240,932; Gerhard KITTEL, art. άλήθεια en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt. 1909, v. I 637-640.
[28] R. BULTMANN, art. άλήθεια en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt. 1909, v. I 649-665.
[29] La expresión la tomo del Discurso de JUAN PABLO II con ocasión de la inauguración de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla de los Ángeles, México, “Esta hora”, Domingo 28 de enero de 1979, 9.
[30] Cf. el texto: epalhqeiav de legw (en Lc 4,25): “en verdad os digo”: la verdad de una aserción, la veracidad de lo que se expresa, y que no está distante, sin embargo, del hebreo amén, al que hicimos referencia antes (cf. Lc 22,59: epalhqeiaς).
De igual modo, el tema del “testimonio” y del “testigo”, al que hemos hecho referencia (cf. supra, 1.g.1, p. 551), es un tema preponderante en el texto de Juan: primero, cuando señala que Juan el Bautista “dio testimonio de la verdad” (Jn 5,33); pero, sobre todo, porque es el mismo Dios Padre “el que da testimonio de mí” (Jn 5,32).



Notas finales


[i] Entonces comenzó a perfilarse un amplio espectro de “virtudes” o capacidades que eran otros tantos dinamismos presentes “en potencia” en todos los seres humanos – en su dote óntica –, que culturalmente se habían ido practicando, que eran concienciados, criticados y reforzados – como ideales – mediante la educación, pero que exigían una “actualización” por parte de cada individuo para su objetivación o cristalización. Con todo, para que ésta se lograra, no siempre – como hasta hoy – se contaba con una favorabilidad social, que si no conviene uniforme, al menos sí podría – y debería – estar más generalizada y concienciada.
Tal elenco de virtudes se fue desarrollando en torno de algunos ejes principales, cuya conformación, definida con mayor o menor precisión entre los diversos pueblos y épocas, incluía, al menos, los siguientes elementos: 1°) relativos al conocimiento, a la inteligencia y a la ciencia, a los que se oponían la ceguedad de la mente y la estupidez del sentido; 2°) relativos a la esperanza y a la certeza, a las que se oponían la desesperación y la presunción; 3°) relativos a la amistad, al cariño, al gozo, a la concordia y a la paz, a los que se oponían el odio, la irritación, la amargura, la envidia, la discordia, las discusiones contra la verdad o contra las personas, la guerra, el cisma, las peleas por odio o por ira, y las sediciones; 4°) relativos a la misericordia, la beneficencia, la limosna, la corrección fraterna y la sabiduría, a las que se oponían, entre otros, el escándalo y la necedad; 5°) relativos a la prudencia, tales como la docilidad, la inventiva, la razonabilidad, la providencia, la circunspección y la precaución; la reinativa o prudencia para muchos, cuyo oficio era establecer la ley positiva política, económica, militar; el consejo y la eubulia (buen consejo), la synesis (recto juicio), y el gnomo (perspicacia de juicio), a los cuales se oponían la imprudencia, la precipitación, la falta de consideración de los asuntos y la inconstancia, la negligencia, la prudencia de la carne, la astucia, el dolo, el fraude, la preocupación excesiva por las cosas temporales y la avaricia; 6°) relativos a la justicia y al derecho, tales como el juicio, la restitución, la acusación justa, la religión, la devoción, la oración, la adoración, el sacrificio, la oblación y la primicia, el diezmo, el voto, el juramento, la invocación del nombre de Dios (o de los dioses), la alabanza, la piedad, la observancia, la dulía, la obediencia,  la gratitud, el castigo, la verdad, la afabilidad, la liberalidad y la epiqueya; a las cuales se oponen la desobediencia, la ingratitud, la mentira, la simulación, la hipocresía, la jactancia, la ironía, la adulación, el litigio, la avaricia, la traición, el fraude, el engaño, el perjurio, la desconfianza, la violencia, la dureza y la prodigalidad; 7°) relativos a la fortaleza, tales como el martirio, la magnanimidad, la confianza, la seguridad, los bienes de fortuna, la magnificencia, la paciencia, la longanimidad y la perseverancia, a las cuales se oponen el temor, la impavidez (por defecto), la audacia (por exceso), la presunción (por exceso), la ambición (por exceso), la gloria inane (por exceso), la desobediencia, la jactancia, la disputa hipócrita, la pertinacia, la discordia, la presunción de novedades, la pusilanimidad (por defecto), la parvificencia y la banausia o debilitación o molicie, la vida muelle y la pertinacia; y, finalmente, 8°) relativos a la templanza, tales como la vergüenza, la honestidad y el decoro, la abstinencia, el ayuno, la sobriedad, la castidad, la virginidad, la continencia, la clemencia y la mansedumbre, la modestia (su exceso también puede resultar en vicio) y la humildad, la diligencia, la dedicación y la curiosidad (su exceso también puede resultar en vicio), a las cuales se oponen la insensibilidad, la intemperancia, la timidez, la gula, la ridiculez, la inadecuada alegría, la impureza, la locuacidad, la estupidez, la ebriedad, la lujuria, la incontinencia, la irascibilidad (puede ser positiva o negativa), la crueldad, la sevicia, la barbarie y la soberbia; 9°) muchas de estas virtudes se encuentran en íntima relación con la religión, a las cuales habría que agregar, la infidelidad, la herejía, la apostasía y la blasfemia, procedentes, típicamente, de la cultura y legislación judías. Tomo este elenco, por supuesto elaborado y ampliamente explicado por su autor, de S. Tomás de Aquino, en la IIa-IIae de la ST.
[ii] “El término griego es musthrion; el latino, mysterium. En la tardía época medieval el empleo eclesiástico de los mismos designaba, sobre todo, las "doctrinas", distintamente del uso de “sacramentum” que predominó con el sentido de "los siete sacramentos" y de los demás ritos de la Iglesia, cualesquiera que fueran, pero siempre como "acciones mediante las cuales Cristo comunica su gracia". Hasta ese momento, la historia paralela de uno y otro términos fue bien interesante y pródiga:
a) En la literatura griega y latina: el griego musthrion originalmente significó una forma de culto que se diferenció y distanció de la forma "oficial" del culto, es decir, se refería a aquella forma practicada en ritos secretos. Aquellas personas que participaban en uno de tantos "misterios" entonces existentes (se mencionan los de Ísides, Eleusis, Serápides, Mitra, Cibeles, etc.) lo hacían movidas por el deseo de garantizarse una "salvación" (soteria), que no encontraban en la religión oficial. Realizaban entonces celebraciones en las que revivían las gestas por las cuales había pasado el personaje mítico protagonista del misterio antes de alcanzar la felicidad divina. El “misterio” era, por tanto, una forma cultual por medio de la cual las obras del héroe de la época mítica llegaron a ser acciones salvíficas para el iniciado cuando se realizaban los ritos simbólicos que reproducían dichas gestas.            Encontramos un fehaciente testimonio de ello, y en particular del "misterio de Isides", en PLUTARCO, en el texto escrito bajo ese nombre: "La hermana de Osírides (Isides)... buscó el modo para que no fueran a caer en el olvido o en el silencio las dificultades y luchas que (ella) había sostenido. Por esto, habiendo estructurado en santísimos ritos las imágenes y las imitaciones de sus sufrimientos de entonces, los dio como forma religiosa, en la que pudieran encontrar fuerza y consuelo, a todo hombre y mujer que pudieran llegar a encontrarse en adversidades semejantes" (De Iside 27, citado en S. MARSILI: "Teologia della celebrazione dell'eucaristia", en S. MARSILI et Alii: La liturgia, eucaristia: teologia e storia della celebrazione Casale Monferrato 1983 52-53, a quien hemos traducido libremente.)      
El aspecto propiamente cultual del misterio, por otra parte, fue superado en extensión por un sentido religioso más general, por cuanto un cierto lenguaje mistérico se fue introduciendo en la filosofía y en el pensamiento religioso de esas épocas. El punto no tendría mayor importancia para nosotros si ese hecho no hubiera ejercido influencia sobre las formulaciones teológicas de los Padres de la Iglesia. Si bien la raíz inmediata de tal comportamiento no reside principalmente en dicho uso general sino en los antecedentes de la Sagrada Escritura, es decir, en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
b) En la literatura griega del Antiguo Testamento y de los Evangelios: En la traducción griega de la Biblia por los LXX el término aparece unas veinte veces en textos cuyo original es el griego; por lo tanto, se desconoce cuál era la palabra hebrea antecedente. Solamente de Daniel 2,18-47 sabemos que musthrion tradujo al arameo raz. Por su parte, en Sabiduría 14,15.23 el término está en plural e indica claramente los ritos religiosos de iniciación, aquellos que, como acabamos de decir, eran conocidos y practicados como "misterios".
En los demás textos musthrion - musthria indican en general cosas mantenidas como secretas (el secreto del rey o sus planes de guerra, Judit 2,2), o bien cosas ocultas del futuro conocidas sólo por Dios y que sólo pueden ser conocidas mediante una revelación divina (tal es el caso citado de Daniel).
De otro lado, en el NT musthria aparece en plural en Mateo 13,11 (: "a vosotros se da conocer los misterios del reino": Cf. Lucas 8,9-10) y musthrion en singular en Marcos 4,9-11 (: "A vosotros se da el misterio del reino"). En estos textos "los misterios" o "el misterio del reino" indican la realidad escondida que Dios ha pensado para los hombres, y que se revela ahora en Cristo: una realidad que los mismos profetas y santos del Antiguo Testamento no vieron y no tuvieron sino en figura (cf. Mateo 13,16-17). Este hecho nos hace pensar que el término formó parte relevante del lenguaje utilizado por Jesús conforme al empleo que se mantenía en el ambiente hebraico-aramaico en el que él se movía, y que rechazaba el uso del término en el plano cultual. Así mismo se considera que no se lo empleaba en el lenguaje teológico ordinario”. Para un estudio más amplio, cf. el resto de mi texto, no publicado, “¿Quién es la Iglesia?”, de donde sacamos los párrafos anteriores (pp. 13ss).

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