Capítulo VI
Continuación (II.4)
4. La caridad y su vivencia con particular atención a la comunidad universitaria católica. Aportes de la teología moral.
No
debería extrañar que en lugar de desarrollar en este lugar una reflexión sobre
la “justicia” en su implementación al interior de las Universidades católicas,
así como de las Universidades y Facultades eclesiásticas, opte por otra que suscite
nuevas angulaturas, al ser examinadas sus relaciones “ad intra” y “ad extra”
por el amor de caridad. En efecto, ya he escrito sobre el tema, especialmente
en referencia a la “justicia social” y a la “participación de los bienes
propios especialmente con los pobres”, por parte de todos los fieles cristianos[1]. En este sentido, es muy
legítimo considerar que las actividades efectuadas por iniciativas individuales
y asociativas, así como, sobre todo, las políticas nacionales e internacionales
orientadas a la promoción de una educación de calidad para todos van en la
dirección correcta como instrumento para lograr la plena erradicación de la
pobreza y de la miseria[2].
Inclusive,
en lo que se refiere al ejercicio de la “justicia conmutativa”, al comienzo de la
segunda parte del presente capítulo, hemos aludido a la formación de una
comunidad universitaria auténtica, como signo de la credibilidad de las propias
Universidades católicas. En efecto, el desarrollo personal y comunitario no se
obtiene sin comunicación y sin comunidad, es decir, sin ejercicio de
fraternidad. Y esto, que es válido para cada individuo y sociedad, lo es de
manera particular para quienes comparten una profesión, cuyo ejercicio les
permite unir fuerzas, empeño y trabajo. Se destacan así valores muy apreciados
tales como el compañerismo y la solidaridad, la capacidad para aconsejar y
demostrar nobleza. Se fortalece un ámbito ético en el ejercicio académico y
profesional, fruto de una actuación más razonable y más humana. Por el
contrario, pretendiendo pasar por encima de los otros colegas, lesionando sus
derechos e intereses legítimos, denigrando de ellos, desmejorándoles su
condición, desacreditándolos o lesionándoles su honor, como hemos visto, se
perjudica enormemente la profesión, dejando una imagen de falta de
responsabilidad y de honestidad.
Pero
todavía debemos afirmar más. Las Universidades católicas, en este contexto
socio-económico-político-cultural, son poseedoras de una dimensión teologal que
deben irradiar desde su originalidad y profundidad; por eso la suya no puede
ser considerada una “caridad” comprendida como una ayuda ocasional que se le
presta a alguien que ha caído en desgracia. Por el contrario, se ha de
reconocer como una auténtica tarea profética que se expresa a través de los
elementos característicos de la academia – sí: en los currículos, planes de
estudio, etc. – de tal modo que llegue a transformar la vida de las personas y
las estructuras mismas sociales. Sólo una Universidad católica podría llevar a
cabo desde esta peculiaridad suya aquella misión por la que sus docentes,
administrativos, estudiantes y egresados deberían apasionarse, ya que ellos son
y serán los protagonistas que, llenos del amor y de la fuerza del Evangelio,
imbuirán las relaciones sociales, las renovarán, y alcanzarán a tocar hasta el
fondo la misma realidad. La identidad de las Universidades católicas debe
exteriorizarse en la incidencia pública que logra en las múltiples áreas de la
sociedad y de la cultura.
Porque
hemos de tener oportunamente presente aquél llamado de atención que hiciera el
Papa BENEDICTO XVI en aún no lejana ocasión. Decía por entonces el Papa a un
grupo de laicas y laicos, profesionales y de empresarios italianos:
“El cristiano está llamado a
buscar siempre la justicia, pero lleva en sí el impulso del amor, que va más
allá de la misma justicia. El camino realizado por los laicos cristianos, desde
mediados del siglo XIX hasta hoy, los ha llevado a tomar conciencia de que las
obras de caridad no deben sustituir el compromiso en favor de la justicia
social […] En estos últimos tiempos, también gracias al Magisterio y al
testimonio de los Romanos Pontífices, y en especial del amado Papa Juan
Pablo II, a todos nos resulta más claro que la justicia y la caridad son dos
aspectos inseparables del único compromiso social del cristiano. De modo
particular, a los fieles laicos les compete trabajar por un orden justo en la
sociedad, participando personalmente en la vida pública, cooperando con los
demás ciudadanos bajo su responsabilidad personal (cf. Deus caritas
est, 29). Precisamente al obrar así, están animados por la
"caridad social", que los
impulsa a estar atentos a las personas en cuanto tales, a las situaciones de
mayor dificultad y soledad, y también a las necesidades no materiales (cf.
ib., 28)”[3].
Sin
embargo, debemos girar nuestra mirada también a los micro-espacios, a las (a
veces no tan) pequeñas comunidades universitarias, cuya existencia y misión
forman parte del plan de Dios en la historia. Ahora estimo conveniente insistir
aún más en las exigencias relativas a la caridad y a la misericordia, “viga
maestra que sostiene la vida de la Iglesia” – como la ha llamado el Papa
FRANCISCO[4] – fundamentales también para la
construcción de comunidades académicas, haciendo especial referencia a las
relaciones que realizan en las
Universidades católicas y desde ellas[5] (yendo hasta “las fronteras”).
En efecto, el amor de Dios crece también en sus miembros cuando se mantienen
unidos a Dios gracias a la apertura cordial que Le ofrecen. Sólo este amor
divino los hace abrir su corazón a los otros y los hace sensibles a sus
necesidades, haciéndolos tomar conciencia de que todos somos hermanas y
hermanos, y que, por lo mismo, estamos radical y permanentemente invitados a
responder con amor al odio y con el perdón a las ofensas. Se trata de un
verdadero criterio – sobre todo este de la fraternidad – que, de conformidad
con los presupuestos cristológicos y antropológicos de los que hemos venido
coligiendo y sacando consecuencias para la práctica, da origen a un horizonte y
a una propuesta moral digna de ser vivida por los seres humanos en general, y
por las Universidades – especialmente las católicas – en particular. Por eso
corresponde a ellas, también, sin lugar a dudas, hacer ostensible que se
comprometen a educarse en el amor y a contribuir a que todos sus miembros
“aprendan a amar”, significando con ello que no se trata solamente de crear
personas acumuladoras de conocimientos, por útiles y válidos que sean, personas
pletóricas de información, sino auténticamente sensibles (el Papa FRANCISCO ha
dicho en su visita a Filipinas que habría de ser “hasta las lágrimas”[6]) a los problemas, necesidades y
urgencias de sus contemporáneos, al
servicio de los cuales ponen tales conocimientos y esa información, pero,
además, capaces de reconocer “la propia miseria” y de “recibir” de los dones
que poseen los demás: la información, de esta manera, se hace “fecunda”.
En
efecto, como ha subrayado Joseph RATZINGER citando un texto de Helmut Kuhn, es
substancialmente válido expresar el contraste existente entre “justicia”,
comprendida sobre todo en la forma usual, y “caridad”:
“«El amor político del amigo
– escribe Helmut Kuhn – se basa en la igualdad de las partes. La parábola
simbólica del samaritano, en cambio, destaca la desigualdad radical: el samaritano,
un forastero en Israel, está ante el otro, un individuo anónimo, como el que
presta ayuda a la desvalida víctima del atraco de los bandidos. La parábola nos
da a entender que el ágape traspasa
todo tipo de orden político con su principio del do ut des, superándolo y caracterizándose de este modo como
sobrenatural. Por principio, no sólo va más allá de ese orden, sino que lo
transforma al entenderlo en sentido inverso: los últimos serán los primeros
(cf. Mt 19,30). Y los humildes
heredarán la tierra (cf. Mt 5,5)».
Una cosa está clara: se manifiesta una nueva universalidad basada en el hecho
de que, en mi interior, ya soy hermano
de todo aquel que me encuentro y que necesita mi ayuda”[7].
Más
aún, porque, como ha enseñado recientemente el mencionado Papa BENEDICTO XVI,
las relaciones entre “verdad” y “amor” son íntimas e indisolubles[8]. Ya lo había afirmado el Santo
de Hipona: "Non intratur in
veritatem nisi per caritatem" (Contra Faustum, 32). Así,
pues, una comunidad que se precie de ser genuinamente “científica” debe ser
altamente consciente de que el suyo es, precisamente, un servicio[i]
fraterno a la humanidad, y que no puede ser de otra manera. Y esto habría de
ser realidad sobre todo en relación con una Universidad católica.
Tal
convicción, que hemos fundamentado en los capítulos precedentes, debería
caracterizar a la comunidad científica incluso en su manera concreta de
estructurarse y de proceder ad intra
y ad extra. El mismo Pontífice
romano, sacando conclusiones prácticas de su encíclica Deus caritas est, lo mencionaba a los científicos en todavía
reciente ocasión:
“Todo itinerario científico
debe ser también un itinerario de amor, llamado a ponerse al servicio del
hombre y de la humanidad, y a aportar su contribución a la construcción de la
identidad de las personas. En efecto, como lo subrayaba en la encíclica Deus caritas est, «el amor abarca la
totalidad de la existencia en todas sus dimensiones, comprendida la de la
temporalidad… Ciertamente, el amor es ‘éxtasis’», es decir, «camino permanente,
como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de
sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo» (n. 6b).
El amor hace salir de sí para descubrir y reconocer al otro; abriéndose al
otro, afirma también la identidad del sujeto, porque el otro me revela a mí
mismo. A lo largo de toda la Biblia, se trata de la experiencia que, desde
Abraham, ha sido hecha por numerosos creyentes. El modelo por excelencia del
amor es Jesucristo. En el acto de dar su vida por sus hermanos, de entregarse
totalmente, se manifiesta su identidad más profunda, y en él tenemos la clave
de lectura del misterio insondable de su ser y de su misión”[9].
La
experiencia cristiana más genuina, su enseñanza más original, subraya y
enfatiza el servicio universal como expresión de amor. Por eso puede también
ser considerado el aspecto más conspicuo que habría de caracterizar el
ejercicio “ministerial” de los científicos. Ello es claro si comprendemos que
mediante el servicio se ofrece al mundo un testimonio del amor hacia Dios y
hacia el prójimo, tal como nace de la escucha de la palabra divina. Gracias a
la gratuidad del amor, la búsqueda de la verdad se convierte no sólo en
conocimiento, en saber, sino en sabiduría. Más aún, llegamos a saber que ese
amor es auténtico si llega a ser capaz de aceptar incluso las duras pruebas que
comporta para dichas comunidades no sólo la búsqueda de la verdad “científica”,
de la verdad “histórica” o de la verdad “metafísica”, sino, especialmente, de
la verdad salvífica, en razón de su
interiorización, anuncio y vivencia tanto personal como comunitaria. Cuando se
avanza en estos procesos no sólo el amor auténtico crece sino que resplandece
la Verdad en todo su fulgor.
A tal
punto este criterio e ideal debería ser experimentado y expresado en el obrar
cotidiano, no sólo universitario, que uno de los fenómenos contrarios que,
quizás, llama más la atención en la sociedad en general de nuestro tiempo – con
extravagantes expresiones en nuestra patria – es el de la búsqueda excesiva del
protagonismo más que la del servicio, potenciada inclusive mediante el empleo
de los medios de comunicación social[10]. Cada uno habría de examinarse
en este punto.
De otra
parte, las Universidades católicas son una comunidad académica: más aún, todas
ellas son una “comunidad de comunidades académicas”, porque en ellas cada una
de las disciplinas, en cada una de las áreas del conocimiento humano, en cada
uno de los “departamentos” (u otra nomenclatura) que los expresan, profundizan,
aplican y difunden, las personas que conforman dichas áreas son conocedoras de
que, a diario pueden suscitarse diferencias, e, incluso, heridas – como ocurre,
por lo demás, en toda comunidad humana, y, sobre todo, en aquellas que exigen
una convivencia mayor y una mayor cercanía, como ocurre en el caso, p. ej., de
un matrimonio –; ello no obstante, es, o, al menos, debería ser más importante,
en tales “pequeñas o grandes comunidades”, cuanto las une: el propósito por el
que trabajan, las necesidades por las que se congregaron, la misma vocación que
los junta. Pueden aplicarse a este propósito, muy oportunamente, las palabras
que expresó el M. R. P. Adolfo NICOLÁS, S. J., Prepósito General de la Compañía
de Jesús, en su primer encuentro con los periodistas:
“Lo que es más importante es
la búsqueda de la verdad, y la búsqueda de la verdad inspirada en la Palabra de
Dios, en la vida de la Iglesia, en la vida de los cristianos. Es en este
diálogo donde se pueden encontrar quizás, en algunas cuestiones, las
diferencias, pero siempre en la búsqueda común de la verdad.”[11]
Trataremos,
de esta forma, tres tópicos a mi juicio primordiales, no los únicos, en orden a
la formación y actividad de comunidades académicas genuinas: en primer lugar,
la experiencia y exigencia de la corrección fraterna en las Universidades
católicas; en segundo lugar, las responsabilidades que se originan para los
miembros de dichas Universidades en razón del bien espiritual de los demás; y,
finalmente, algunos criterios que se deben tener en cuenta en relación con el
ejercicio de la corresponsabilidad en lo concerniente a la investigación y a la
docencia universitaria, y al diálogo e interacción entre disciplinas, haciendo
particular referencia a la teología.
a.
La corrección “fraterna” en las Universidades católicas
1.
Afirmaba el siempre lamentado P. Alfonso BORRERO C., S. J., que, cuando se
discurre acerca de la Universidad, y ello se debe comprender de manera muy
distintiva de las Universidades católicas, las relaciones comunitarias e
institucionales en ellas se habrían de caracterizar por ser relaciones “en
libertad”:
“A menos de doce horas de su
fallecimiento, con su típico acento que tan fácilmente le delataba su origen
valluno, me dijo: «vos tenés que comprometerte para que ASCUN no vuelva a esa
discusión de convertirse en gremio empresarial; la relación de libertad de
pensamiento que se establece entre profesor y estudiante es muy distinta de la
relación de subordinación entre dueño y empleado; la libertad de pensamiento de
los académicos riñe con el sometimiento a la mente de quien gobierna las
agremiaciones de empresarios; no es posible en la universidad guardar la
fidelidad que debe el gremio al imperio o a las conveniencias económicas o a
las imponentes ideologías del partidismo político»”.
Así lo
recordaba el Dr. Bernardo RIVERA
SÁNCHEZ, Director Ejecutivo de Asociación Colombiana de
Universidades ASCUN[12]. Y prosigue éste su
remembranza:
“Extracto de los módulos del
Simposio No. 37 “La autonomía universitaria hoy” y No. 40 “Prospectiva
universitaria”, los siguientes apartes.
«Las operaciones efectuadas
por la universidad se denominan ejercicios autónomos o ejercicios de la
autonomía universitaria derivados de sus notas esenciales». «Por la connaturalidad
científica, la universitas de la primera hora originó en simiente las
paulatinamente consagradas como libertades académicas: las libertades de
investigación y acceso a las fuentes del conocimiento; de escoger métodos
investigativos y pedagógicos, de cátedra y manifestación externa de
conocimientos y opiniones, y de prestación de servicios a la sociedad. En suma,
la libertad de los ejercicios académicos y la del uso de los recursos
intelectuales».
La Autonomía se funda sobre
las libertades del espíritu pensante y el poder del saber, pero «ha de advertir
que así la Autonomía le sea derecho connatural, debe ella merecerla mediante el
desempeño responsable de los ejercicios autónomos. La autonomía, que es
libertad de acción, sin responsabilidad se convierte en libertinaje.
Consciente, en cambio, la universidad, de su serio compromiso de educar al
hombre, a la nación y a la sociedad, merecerá el reconocimiento autónomo de sus
funciones educativas, si procede con humanismo y pensamiento. Y si la universidad
es pensamiento y humanismo, la que nosotros deseamos y gestamos no podrá ser
construida sin inteligencia y libertad». «Sólo quien lleva en la mente y en el
corazón la idea auténtica de universidad, podrá pensarla libremente y
realizarla con máxima eficacia»”.
Hemos
asentado en el capítulo precedente que el ejercicio de la “libertad” es
característica típica a la que están llamados, por la kénosis, los hijos de
Dios. En esta misma línea, la fraternidad, es decir, los lazos fraternales que
se establecen entre los hijos de Dios, nos plantea unas relaciones
particularmente cualificadas y unas exigencias propias, precisamente en lo que
se refiere a la manera de enfrentar aquellas situaciones que expresan la
necesidad de la concordia y del respeto en el trato con todos. En el contexto
en que lo venimos diciendo, sería también “reductiva”, por lo tanto, una
consideración de las relaciones humanas en el marco de la docencia y de la
investigación universitaria, que no tuviera en cuenta otras realidades en las
que los investigadores y los docentes se suelen encontrar, bien sea con sus
colegas, bien sea con sus discípulos. Estas situaciones hacen importante la
consideración de aquella clase de “bienes” que están involucrados en este tipo
de relaciones fraternas, los de carácter más “espiritual”, y que entrañan
también un “deber” – con su correspondiente “derecho” –.
Estamos
aludiendo, primeramente, a una ocurrencia que, en ciertos casos, ha sido hecha
objeto de chistes - ¡y realidades! –: las relaciones de los subordinados con
sus directivos, indicando generalmente el desprecio o la tiranía de los
segundos frente a los primeros… Debemos advertir, antes de introducirnos de
lleno en la materia, que, dando un vistazo general a la cuestión, en ciertos
medios cada día los directivos de las empresas están tomando más en serio
replantearse la manera de relacionarse con sus empleados, y, especialmente,
cuando llega el momento de amonestarlos.
Pero el
asunto no se circunscribe a este tipo de relaciones. En realidad, no mucho se
sabe – ni se aprende a – “corregir” a alguien. Y es que, por supuesto, existen
diversos “niveles” y formas de corrección. En efecto, no es lo mismo que nos
corrija nuestro padre (o madre), a que nos corrija nuestro jefe o a que nos
corrija nuestro profesor, o un amigo (o amiga), o un o una colega. Cuando
hablamos de la corrección que nos dirige nuestro amigo, estamos diciendo que
entre él y nosotros no existe una relación de autoridad, propiamente hablando:
los dos nos encontramos situados en el mismo plano, uno frente a otro. En
cambio, cuando es nuestro jefe quien nos corrige, o nuestros padres, sin duda
estamos en otra situación, en la que él o ellos se ubican en una posición de
“superior” [13]. En las relaciones típicas
académicas se privilegia la relación maestro-estudiante, sin duda, y con
exigencia mutua, ciertamente, pero no desaparece por completo esta situación en
la que el docente-servidor tiene una relación asimétrica con el
estudiante-servido. Algo similar ocurre cuando la autoridad se trata de una autoridad
estatal – judicial, p. ej. – la que nos amonesta, según las formas legales
establecidas por el derecho, hasta llegar, si fuera del caso, a castigarnos
legítimamente.
Pero,
de otra parte, es necesario que quien ejercite la “autoridad”, no recurra de inmediato
a esgrimirla, sino que obre con prudencia, advirtiendo y previniendo primero a
las personas que tiene a su cargo. En muchísimos casos las personas aceptan con
mayor gusto estas maneras de intervención, y, sobre todo, se opta por un camino
que impide, en la mayoría de los casos, que las personas se vuelvan testarudas
e intransigentes[ii].
Observemos,
sin embargo, que existen casos muy particulares en los que los compañeros o aún
los subordinados acuden al director o al jefe para confiarle algo, a su juicio,
más o menos delicado. O que llega a oídos de éstos alguna información que no es
favorable para aquéllos. O viceversa, a los dependientes les llega una
información que no favorece a los superiores. ¿Qué hacer en esos casos?
¿Simplemente callar y esperar la caída y el desprestigio del otro? ¿Es la mejor
política que debe emplear una empresa o un directivo en estos casos?
Sin
duda, estamos en una circunstancia de no fácil manejo. Cuando las personas se
encuentran en el plano de “amigos” se pretende prestar este servicio, que no se
puede decir que sea exactamente “de justicia”, sino de “algo más”. Porque en
cuanto seres humanos estamos unidos también por lazos diversos a las relaciones
de justicia estricta conmutativa, y referidos estrictamente a la verdad, como
vimos. Por eso, pensamos que, cuando estamos en capacidad y en posición de
ayudar a alguien, y más cuando tenemos como especialistas y como profesionales
unas capacidades y unas destrezas bien desarrolladas, pero, sobre todo, cuando
contamos con la confianza de toda una sociedad que nos ha otorgado un título de
“competencia”, se esperaría que la capacidad de servicio también estuviera en
nosotros aún más desarrollada.
Pues
bien, entonces debemos observar que también nuestros subordinados, o nosotros,
en cuanto tales, podemos llegar a estar ante un deber “de solidaridad” o “de
amistad”, que nos exigirían “corregir” a otro – o dejarnos “corregir” por otro
-. Ahora bien, en todos los casos, estamos refiriéndonos a una corrección hecha
con el tacto debido y con el debido respeto[14]. Porque no obran mal - de
ninguna manera, y antes por el contrario - los que ejercen una función
directiva cuando escuchan con buena voluntad, gustosamente inclusive, a quienes
en lo ordinario y contractualmente deben seguir sus indicaciones.
Esta
“intervención”, por supuesto, admite grados objetivos de necesidad. Por tanto,
mientras mejor se conozcan los peligros a los que la otra persona se expone, o
las razones de su equivocación, tanto más existe este deber de advertir y corregir.
Lo mismo puede decirse cuando alguien está más “cercano” de la persona que
yerra (un familiar, un amigo, el jefe, más que un recién conocido o un
extraño), o es una persona que tiene una influencia particular sobre ella.
Entra en las funciones del docente y del directivo, en razón de sus
responsabilidades, corregir a sus estudiantes y aprendices, y a sus empleados,
y hacerlo de una manera adecuada, amable. Pero es posible que, por razones de
prudencia, estime que esta acción la deba realizar otra persona antes que sea
suya la intervención definitiva. O que el asunto deba ser tratado a un “nivel”
diferente, el de la amistad.
Se ha
de orientar, primeramente, de forma preventiva; basta que la persona se
encuentre en peligro importante de equivocarse. Sería la acción prioritaria a
tomar. Pero cuando la equivocación ha ocurrido ya, estamos tratando de un deber
tanto más urgente cuanto las consecuencias pueden ser tanto mayores, para la
academia, para la universidad, para terceros o para la comunidad entera, por
supuesto; pero también para la persona misma que se ha equivocado. Esto puede
ocurrir, por ejemplo, cuando otros compañeros pueden corromperse, o, cuando
pueden sufrir un escándalo, o cuando quien yerra puede volver a repetir su
error, o cuando puede volverse una persona habitualmente viciosa, o cuando ella
no puede lograr salir de esa situación sin la ayuda de un amigo.
Sin
embargo, para que esta intervención sea conveniente se deben considerar dos
condiciones: que la corrección tenga una justificada perspectiva de éxito y,
por otra parte, que quien la hace no deba asumir inconvenientes exageradamente
grandes.
El
éxito inmediato no debería ser una condición para que no nos debamos preocupar
por la felicidad y la realización del amigo o compañero, más aún, si
consideramos que realmente ellas están en serio peligro a causa de su
comportamiento. Deberíamos estar dispuestos aún a soportar algunas dificultades
y desventajas por motivo de él o de ella, como sería, por ejemplo, tener que
aceptar que éste o ésta en un primer momento manifiesten alguna antipatía o
descontento en relación con nosotros.
Por
supuesto, y aquí viene un asunto sumamente delicado, es evidente que no estamos
autorizados a intervenir o a tomar la decisión de corregir algo en la vida de
otra persona por cualquier pequeño suceso o error que le ocurra, de lo
contrario la vida entre las personas se haría realmente insoportable.
Ahora
bien: preguntémonos cómo se debería actuar en el siguiente caso: ¿Se ha de
proceder a hablar del asunto con una persona que está sinceramente convencida
de que ha obrado bien, pero, que realmente nosotros sabemos que ha cometido una
falta grave?
Para
poder decidir de una forma justa lo que se debe hacer se deberían tener de
presentes dos cosas: una, el peligro que habría en el hecho de que la persona
que fuera corregida pierda su buena fe, pero que, no obstante ello, no se
aparte de su mal comportamiento; otra, el daño que se puede derivar de tal
comportamiento equivocado no sólo para el mismo que se ha equivocado, sino para
otros y aún quizás para el mismo bien común.
Como
hemos dicho, no es cosa fácil ejercer este servicio de la corrección a otros.
Ya hemos mencionado que la condición principal ha de ser estar o ponerse,
prácticamente, en el mismo plano del otro; por eso, no se puede ejercer, sobre
la persona a quien se corrige, ninguna presión, p. ej., reclamando la autoridad
propia, si se tiene, o amenazando con castigos. Todo depende en especial del
hecho que uno logre encontrar las palabras adecuadas y amicales, y proceda con
humildad, con conciencia de sus propias debilidades y sin herir en el otro el
sentimiento de su honor. También ayudará enormemente escoger el momento
favorable.
Esto,
sin embargo, no es sinónimo de falsa delicadeza o de rebuscamiento. Las
palabras empleadas pueden ser también muy serias y enérgicas, sin que por ello
se falte al respeto o al aprecio por el otro. Inclusive, puede llegar a ocurrir
que, dada la gravedad de la situación, quien corrige tenga que llegar decir
que, si no fuera escuchado, se vería en la obligación de informar de ello a los
directivos, a los padres o a las personas competentes. Más aún, quien corrige
podría quedar obligado a hacer la denuncia si no existe otra manera de evitar
el perjuicio de quien va a hacer o ha hecho ya algo grave, o el perjuicio de
otro, o de la comunidad. Este es el caso que se presenta, no poco frecuente,
con los corruptores, con los chantajistas, con los tramposos, etc.
Por
último, expresemos también una palabra acerca del deber de aceptar la
corrección justificada. En efecto, corresponde al deber de hacer la corrección
el deber de aceptarla, cuando ella es justificada. Tampoco se suele hablar de
esta obligación, pero ciertamente está en ella de por medio, tanto la
preocupación que permanentemente nos debería guiar, de querer obrar siempre
bien, como el respeto por el amigo o el colega que se ha impuesto esta delicada
tarea de corregirnos. Rechazar una corrección bien intencionada y justificada
es una muestra de orgullo, de ceguera frente al verdadero bien propio y de los
demás, e inclusive de ingratitud y de verdadero aprecio por quien nos corrige.
b.
La responsabilidad de los miembros de la comunidad universitaria católica en
relación con el bien espiritual de los demás
2. Para
lograr una consideración más completa de las cosas, es necesario, sin embargo,
referirnos también a otros aspectos de las relaciones humanas que no se
circunscriben a su relación estricta con la verdad, inclusive en lo que toca o
puede tocar dentro del ámbito escolar. Se trata, en efecto, de tres tipos de
problemáticas: 1°) a la corrupción o seducción a obrar mal; 2°) al escándalo; y
3°) a la cooperación en el actuar mal.
Ante
todo habría que decir que cualquiera de estas tres situaciones no hacen mérito
favorable a quienes las realizan, sobre todo si se mira en la perspectiva de
las buenas relaciones que deberíamos tener entre todos los seres humanos.
Porque una de las preocupaciones que deberíamos tener permanentemente ante
nuestra mirada, habría de ser, precisamente, qué puedo hacer ahora a favor de
mis amigos, de mis compañeros, de mis familiares, etc. Y no, por el contrario,
qué mal puedo hacerles...
Estas
tres modalidades, además, no siempre son claramente distinguibles, ya que
cuando, p. ej., una persona mayor invita a una menor a robar, no sólo con ello
se puede cometer el robo como tal, sino que el menor es escandalizado. O que
cuando dos se ponen de acuerdo para robar, no sólo lo hace cada uno por aparte,
sino que se han colaborado mutuamente en una acción que no los ha realizado
como excelentes seres humanos.
Así,
pues, distingamos lo mejor posible estas especies: en el caso de la seducción, el seductor realiza alguna
acción que induce al otro a cometer una injusticia, o, por lo menos, que podría
inducirlo a cometerla. En este caso, la causa lejana es la seducción, mientras
la causa próxima es el consentimiento voluntario de quien fue seducido; para el
caso del escándalo no hablamos
propiamente de causa, sino sólo de “ocasión” para que el otro cometa la injusticia;
y para el caso de la cooperación para el
mal tenemos el caso de alguien que ya había decidido cometer su injusticia,
pero recibe la asistencia de otro que se limitó a ayudarlo a poner en práctica
su propósito.
Observemos,
sin embargo, que en los tres casos mencionados no necesariamente estamos
siempre hablando de una acción exterior; por el contrario, puede ocurrir que se
incurra en ellas no-haciendo, cuando esta no-intervención es fruto de una
decisión explícita. Puede ello ocurrir, v. gr., cuando un directivo no cumple
adecuadamente sus propios deberes y con ello permite, sin intervenir, el
comportamiento peligroso o inclusive negativo de sus empleados, dando escándalo
con ese comportamiento; más aún, puede haberse hecho cooperador de las acciones
negativas de su dependiente.
Vamos
ahora a referirnos atentamente, sin embargo, por su especial gravedad y
extensión, sólo a las dos primeras especies de acciones, anotando, acerca de la
tercera de ellas que, en el caso de la cooperación al mal, se encuentra uno de
los problemas más difíciles y espinosos de la teología moral[15], así como que, en el caso de
las Universidades católicas, más importantes son, en razón de sus finalidades y
de los medios que emplea para alcanzarlas, cuanto ellas hacen para lograr el
bien[16].
1) La seducción
3.
Precisemos en primer término el concepto: se trata de una acción exterior
mediante la cual el seductor – observemos que no estamos hablando solamente del
campo de la sexualidad – trata de inducir
a otra persona a realizar una mala acción, una injusticia, por ejemplo,
en cualquiera de sus expresiones: esa es su intención expresada en acciones o
en palabras. No es necesario que ella logre su objetivo, existe desde el mismo
momento en que ella es intentada, aunque después recibiese la oposición del
otro y resultara fallida.
Fijémonos,
sin embargo, que no siempre el seductor al mal tiene como intención que el otro
realice la mala acción; puede suceder, y de hecho sucede con no poca
frecuencia, que lo que busca el seductor es, mediante la seducción, alcanzar
sus propios fines. Pensemos, por ejemplo, en un presidente[17] o directivo de una gran empresa, o en algún o algunos dirigentes del
gobierno totalitario de una nación, que se prevalieran de su condición para
exigirles a sus funcionarios, que realicen despidos injustificados u otras
acciones brutales – policía o soldados – para mantenerse en el poder, o para
extenderlo. De igual manera podría ocurrir cosa similar en el ámbito
universitario, y es necesario preverlo, porque cualquier manipulación que
proviniera especialmente de un o de una docente, cualquier direccionamiento
sutilmente injusto o inhumano que se le sugiriera siquiera al alumno o a la
alumna que se encuentra bajo su guía – cualesquiera fueran los motivos que tuviera
el docente: de su incoherencia, de sus mecanismos de autodefensa o de
proyección de sus problemáticas personales – es otra estrategia que contradice
no sólo una búsqueda sincera de la verdad, sino, especialmente la necesidad de
aquel amor auténtico que caracteriza la relación docente-estudiante y es cada
día más exigente con ella.
Ahora
bien, la gravedad de la seducción consiste, precisamente, en ser un ataque
frontal a la preocupación, sincera y honesta, por el bien del otro. De ahí
depende su malicia y culpabilidad. Mientras uno se debería interesar por su
bien, lo que quiere es su mal.
Este
otro, sin embargo, no es solamente un individuo: puede ser un colectivo.
Pensemos, por ejemplo, en una de las acepciones de lo “social”, el “sistema
estructural” que concretiza ciertas formas “ideológicas” en la que se incluyen
“antivalores” (materialismo, violencia brutal, comercio y desenfreno sexual,
etc., por ejemplo), que se despliegan a través de los medios de comunicación en
sofisticadas formas de propaganda. O en quienes instigan odios entre pueblos, o
entre religiones, o entre clases sociales. Aún en las mismas organizaciones[iii].
Entre
los fieles de la propia Iglesia Católica no hemos sido ni somos inmunes al
desarrollo de fenómenos de seducción colectiva, cuando, por ejemplo, ciertos
grupos ultraconservadores o hiperprogresistas inducen a detestar a quienes
piensan de una manera diferente o a desobedecer abiertamente a las autoridades
legítimas. Todos estos tienen una culpabilidad mayor, porque tales personas
ejercen un influjo masivo y ejercen una nociva influencia sobre niños y
jóvenes, quienes no están en grado todavía de descubrir la artimaña de la
seducción y de enfrentarse a ella como corresponde a personas maduras y
adultas.
Porque,
como podemos comprender, es necesario oponerse al seductor y a la seducción,
evitando su influjo. No es poco común que el contacto con un seductor pervierta
una amistad; o que el comprar cierta literatura o la frecuencia a determinados
lugares no calen en la vida y en las decisiones de personas poco formadas y aún
débiles de carácter. Inclusive, puede ocurrir que enfrentar a seductores
prevalidos en condiciones, económicas, de autoridad o de otra índole,
poderosas, llegue a ser para algunos un verdadero sacrificio, de privarse, por
ejemplo, de ascensos profesionales o sociales legítimos. Sería sumamente útil
que se crearan movimientos o grupos en torno al objetivo de la oposición a
tales tipos de seducciones, con lo cual se fortalecen los esfuerzos
individuales y se aumenta la eficacia en la acción, por ejemplo, invitando a
protestas públicas, etc., contra las acciones que expresan seducción al mal
obrar, en sus diversas formas. Y a los niños y a los jóvenes, exhortarlos a
denunciar a quien los pretenda corromper, al tiempo que se toman otras medidas
que promuevan en ellos la formación de su carácter en los auténticos valores
humanos y cristianos.
2) El escándalo
4. El
término merece también una precisión. Cuando hablamos de escándalo en nuestro
ámbito nos estamos refiriendo a una acción humana (palabra, acto u omisión)
que, por su naturaleza misma, o por las circunstancias en que se produce, puede
llegar a convertirse en una ocasión de obrar el mal por parte de otra persona.
Observemos que no hablamos simplemente de un “maravillarse” por un
comportamiento que nos suscita atención, sino de una acción que efectivamente
perjudica al prójimo produciendo en él su ruina espiritual.
Miremos algunos
ejemplos. Podría ser el caso de quien desempeña un cargo de autoridad en la academia
y que, debiendo asumir una posición frente a unos hechos injustos, opta por
callar. O de la imagen institucional negativa que una Universidad católica
proyecta en su entorno. Fijémonos bien, que no es necesario que el escándalo
realmente ocurra; existen personas bien formadas que no se llegan a
escandalizar por ello; pero basta que, objetivamente, esa posibilidad de
escandalizar exista, para que lleguemos a hablar de un “escándalo”.
Pero
quien suscita el escándalo puede tener la intención directa de producirlo, o
solamente una intención indirecta. En el primer caso, el escandaloso quiere
actuar con el deseo expreso de causar el daño en el prójimo, y lo quiere así
con el objetivo de alcanzar otro propósito: Saca a la luz algunas de las
debilidades o de las faltas que otra persona ha tenido, faltas que suscitarán
escándalo y que deberían haber sido calladas, con el fin de eliminar a su
competencia y desacreditarla delante de la opinión pública.
El
segundo caso se refiere a quien prevé que puede suscitar un escándalo con su
actuación, mas no lo desea, así como no desea el mal de quien pudiera llegar a
ser escandalizado; por el contrario, lo que desea es, precisamente, su bien.
Tenemos pues el caso de quien, de hecho, con su acción, provoca no sólo el efecto
deseado sino que también suscita un escándalo, que él no quiere y se limita a
tolerar. Por supuesto, la valoración moral de este segundo tipo de escándalo,
el indirecto, debe ser diferente.
Con
todo, es posible una tercera situación: la de quien actúa sin la menor
conciencia de que está generando un escándalo. Propiamente para éste tal no
existe una culpabilidad subjetiva; pero quienes están con él y se dan cuenta de
su comportamiento sí pueden estar obligados a llamarle la atención sobre las
consecuencias de su acción, especialmente cuando de ello derivan graves daños a
terceras personas.
Nos
hemos referido hasta ahora a la persona, natural o jurídica, que causa el
escándalo. Pero, ¿cómo ver el asunto desde la perspectiva de la persona que es
escandalizada? Estamos hablando de la situación en la que, en realidad, no existe un motivo objetivo para
escandalizarse, y quien se siente escandalizado en verdad se lo está
inventando. Como podemos observar, se trata de una actitud interior del
escandalizado. Ella puede surgir de su ignorancia: de ideas demasiado
tradicionalistas, infantiles e ingenuas, que originan en él el escándalo
(“escándalo de los pusilánimes”). Pero también puede surgir de personas
maliciosas, sospechosas por sus prejuicios hostiles, y entonces hablamos, más
bien, de “escándalo farisaico”.
3)
La reparación de la seducción y del escándalo
5.
Concluyamos este apartado recordando la obligación de reparar los daños
producidos por la seducción al mal y por el escándalo.
Efectivamente,
quien ha ocasionado un daño moral o espiritual a su prójimo con una acción de
seducción a obrar el mal o de escándalo está obligado a reparar el daño causado
a sus bienes materiales o a su honor, y más aún si se puso en peligro de obrar
mal a la otra persona. Está obligado a hacerlo quien diera voluntariamente un
escándalo o quien lo ha consentido como efecto colateral sin un motivo
suficiente. No sucede igual cuando se trata del “escándalo de los pusilánimes”
o del “escándalo farisaico”, pues en estos casos la ocasión verdadera y propia
del escándalo no proviene de fuera del escandalizado, sino de su actitud
interior.
La
reparación ha de consistir sobre todo en el hecho que, sea el seductor o sea el
que causa el escándalo, le harán saber al seducido o al escandalizado que se
obró de una manera equivocada y de haberle ocasionado un mal, y que por eso le
manifiesta sus excusas. Sucede a veces que uno y otro, seductor y seducido, o
escandalizante y escandalizado, por diversas razones deban permanecer en
contacto: es necesario que los primeros asuman con sinceridad y resolución un
verdadero cambio de comportamiento y de actitud con la decisión de seguir dando
un buen ejemplo en adelante. Sin embargo, en los casos de corrupción, será
frecuentemente necesario interrumpir los contactos directos entre ellos, a fin
de que no se vuelvan a exponer al peligro.
Si el
seducido ha sufrido además de los daños espirituales daños materiales, el
seductor está obligado también a reparar éstos últimos. Pensemos en el caso del
seductor de una joven quien, además de haber procreado en ella un hijo que no
reconocerá, ve disminuir enormemente en ella la posibilidad de un futuro
matrimonio o de conseguirse un trabajo. En el caso del escándalo no existe
propiamente un daño material, como sí puede suceder en la seducción. El
escándalo no es la causa directa, verdadera y próxima, para el perjuicio del
prójimo, sino sólo su ocasión.
Notas de pie de página
[1] Iván Federico MEJÍA ALVAREZ: Derecho canónico y Teología. La justicia social, norma para el
seguimiento de Jesús, el Señor. Estudio del c. 222 § 2 del CIC Pontificia
Universidad Javeriana Facultad de Derecho canónico Bogotá agosto de 1996 (tesis
doctoral). Véase en el cap. V de esta misma obra, II.4.b, pp. 959-964.
[2] Véase la anotación del Papa FRANCISCO sobre la
importancia de la política como ejercicio de la caridad, en la exh. Apost. del
24 de noviembre de 2013, EG 205, y
sobre el papel fundamental de la economía en un nuevo orden mundial, nacional y
local, en ibíd.. 206, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
[3] BENEDICTO XVI: Discurso
a los Socios de la Unión Cristiana
de Empresarios Dirigentes, Sala Pablo VI, sábado 4 de marzo, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/march/documents/hf_ben-xvi_spe_20060304_ucid_sp.html La cursiva es mía.
de Empresarios Dirigentes, Sala Pablo VI, sábado 4 de marzo, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/march/documents/hf_ben-xvi_spe_20060304_ucid_sp.html La cursiva es mía.
[4] “10. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia « vive un deseo inagotable de brindar misericordia » [Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24]. Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza”: FRANCISCO: Bula de convocación del jubileo extraordinario de la misericordia Misericordiae Vultus, 11 de abril de 2015, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.html#_edn8
[5] Para un acercamiento
general al tema, cf. A. SPREAFICO: “Giustizia e misericordia. Un contributo a
partire dall’Antico Testamento”, en: James J. CONN –
Luigi SABBARESE (eds.): Iustitia in caritate. Miscellanea in onore di Velasio De
Paolis Urbaniana University Press Roma 2005 105-112.
El VI Sínodo Arquidiocesano de Bogotá
(1989-1998), llevado a término por el Señor Cardenal Pedro RUBIANO SÁENZ,
inspirado y motivado por las difíciles situaciones de violencia que se
experimentan en nuestra Patria y en esta Ciudad, señaló el “horizonte samaritano”
como criterio directivo de toda la sucesiva acción pastoral. Conforme a éste,
el Cardenal ha recordado que “una educación será caritativa y samaritana si con
responsabilidad enfrenta las muchas heridas que dejan en nuestros alumnos todas
las situaciones que vivimos motivadas por los desafueros del tener, del poder,
del hacer y hasta del saber” (Declaraciones
Sinodales Publicaciones de la
Arquidiócesis de Bogotá Santafé de Bogotá 1998; cf.
en El Catolicismo 2-15 mayo 2009 8, consulta mayo 2009: http://www.elcatolicismo.com.co/index.php?idcategoria=16436 ).
Pero ha sido el Papa FRANCISCO quien ha urgido la caridad y la misericordia como características señaladas y primordiales para ser llevadas a cabo hoy en día por parte de las facultades de teología y “de derecho” de las Universidades católicas para evitar “el riesgo de caer en la mezquindad burocrática o en la ideología, que por su propia naturaleza quiere domesticar el misterio”. Lo ha afirmado en su carta del 3 de marzo de 2015 al Card. Mario Aurelio Poli, Arzobispo de Buenos Aires y Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina, que puede verse en (consulta del 9 de marzo de 2015): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/03/09/0173/00387.html
[6] Papa FRANCISCO: Discurso a los jóvenes en el
campo deportivo de la Universidad Santo Tomás de Manila, 18 de enero de 2015,
en (vídeo y texto oficial): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/01/18/0046/00067.html y http://www.radiovaticana.va/player/index_fb.asp?language=it&tic=VA_YKMIMJH2
[7] El autor cita el texto de Helmut KUHN: «Liebe». Geschichte eines Begriffs Kösel Munich 1975, en: Jesús de Nazaret , o. c. p.
26, nt. 54,238s.
[8] “San Agustín, con un penetrante conocimiento de la realidad
humana, puso de relieve cómo el hombre se mueve espontáneamente, y no por
coacción, cuando se encuentra ante algo que lo atrae y le despierta el deseo.
Así pues, al preguntarse sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo
y en lo más íntimo, el santo obispo exclama: « ¿Ama algo el alma con más ardor
que la verdad?».[In Iohannis Evangelium Tractatus, 26,5: PL
35, 1609.]
En efecto, todo hombre lleva en sí mismo el deseo indeleble de la verdad última
y definitiva. Por eso, el Señor Jesús, «el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6), se dirige al corazón
anhelante del hombre, que se siente peregrino y sediento, al corazón que
suspira por la fuente de la vida, al corazón que mendiga la Verdad. En efecto,
Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae el mundo hacia sí. «Jesús es la
estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que
sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se
reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra».[A los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación
para la Doctrina de la Fe (10 febrero 2006): AAS 98 (2006), 255.] En particular, Jesús nos enseña en el
sacramento de la Eucaristía la verdad
del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica
que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro
vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, « a
tiempo y a destiempo » (2 Tm 4,2)
que Dios es amor.[ Discurso a los participantes en la III reunión del XI Consejo Ordinario
del Sínodo de los Obispos (1 junio 2006): L’OR, ed. en lengua española (9 junio
2006), p. 18.]
Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la
Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios”:
Exh. ap. Sacramentum caritatis, 22 de Febrero del año 2007, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20070222_sacramentum-caritatis_sp.html#_ftn2
Esta misma conciencia es expresada y subrayada
por la CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. Se lee a este propósito: “6. En
la prospectiva cristiana, la verdad no puede estar separada del amor. Por una
parte, la defensa y la promoción de la verdad son una forma esencial de
caridad: “Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y
testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad” (Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate,
29 de junio de 2009, OR 8 de Julio de 2009, 4-5, n. 1). Por otra parte,
sólo la verdad permite una caridad verdadera. “La verdad es luz que da sentido
y valor a la caridad” (Caritas in veritate, n.
3). Finalmente, la verdad y el bien están estrechamente conectados: “La verdad
significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como
finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante
socrático: ¿Cuál es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos
y la bondad es verdadera” (Benedicto XVI, Alocución
para el encuentro con la Universidad de los Estudios de Roma “La Sapienza”,
17 de enero de 2008, OR 17 de enero de 2008, 4-5). Mediante la propuesta
de una visión orgánica del saber que no está separada del amor, la Iglesia
puede aportar su específica contribución, capaz de incidir eficazmente también
en los proyectos culturales y sociales (cfr. Caritas
in veritate, n. 5)”: CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA: Decreto
de Reforma de los estudios eclesiásticos de Filosofía, 28 de enero de 2011, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20110128_dec-rif-filosofia_sp.html#_ftnref2
Reiteremos este
pensamiento del Papa BENEDICTO XVI expresado en su discurso a una Universidad
católica, la Università Cattolica del Sacro Cuore, con
motivo del 90° aniversario de su fundación, el 21 de mayo de 2011. En un mundo
de cambios rápidos y profundos, las Universidades católicas con su propuesta
humanista no están exentas de ser cuestionadas y de tener que sufrir también
ellas el embate de la productividad económica y tecnológica y de los parámetros
exclusivos de lo cuantificable y de una racionalidad sistemática y crítica de
las ciencias empíricas pero carente de sentido; y de la confinación de la religión por fuera de
lo razonable. Las Universidades católicas tienen como su razón original de ser
el deseo natural de ver a Dios que está presente en el ser humano. Por eso su
preocupación ha de ser este mismo ser humano y que llegue a cumplir, en todas sus
dimensiones y con todas sus consecuencias, su finalidad intrínseca. Se trata de
una misión que les es propia, dado el vínculo indestructible existente entre
verdad y caridad, que el Evangelio pone en evidencia. Véase el texto completo
en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27483.php?index=27483&po_date=21.05.2011&lang=sp
[9] “Toda
práctica científica debe ser también una práctica de amor, debe estar al
servicio del hombre y de la humanidad, contribuyendo a la construcción de la
identidad de las personas. En efecto, como señalé en la encíclica Deus
caritas est, «el
amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también
el tiempo. (...) El amor es "éxtasis"», es decir, «como camino, como
un permanente salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación
en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo
mismo» (n. 6). El amor hace salir de sí para descubrir y reconocer al otro; al
abrirse a la alteridad, confirma también la identidad del sujeto, ya que el
otro me revela a mí mismo. Esta es la experiencia que, como muestra la Biblia,
han hecho numerosos creyentes, a partir de Abraham. El modelo del amor, por
excelencia, es Cristo. En el acto de entregar su vida por sus hermanos, de
entregarse totalmente, se manifiesta su identidad profunda, y ahí tenemos la
clave de lectura del misterio insondable de su ser y de su misión”: BENEDICTO XVI, 28 de enero de 2008, Audiencia a los participantes en el
Encuentro Inter-Académico promovido por la Academia de Ciencias de París y por
la Pontificia Academia de las Ciencias sobre el tema de « La identidad
cambiante del individuo » : en : http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/january/documents/hf_ben-xvi_spe_20080128_convegno-individuo_sp.html; original francés, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21567.php?index=21567&po_date=28.01.2008&lang=sp
[10] El Papa BENEDICTO XVI, de igual modo, escogió
como tema para la 42a Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales
de 2008: "I mezzi di comunicazione sociale: al bivio
tra protagonismo e servizio. Cercare la Verità per condividerla": “Los
medios de comunicación social: en el cruce entre protagonismo y servicio.
Buscar la Verdad para compartirla”: 24 de enero de 2008 en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21457.php?index=21457&po_date=17.01.2008&lang=sp
[11] M. R. P. Adolfo NICOLÁS, S. J.: Encuentro con los periodistas, 25 de
enero de 2008, en (consulta febrero 2008): http://www.cpalS.
J..org/publique/media/CG35Boletin9.doc
[12] Noti – ASCUN Boletín de la Asociación Colombiana de
Universidades ASCUN – Mayo 3 de 2007 Año 10 Edición Especial. Cf. http://www.ascun.org.co/
[13] Cuando trata el teólogo – y más ampliamente, cualquier docente –
con sus colegas de academia las relaciones interpersonales deben ser
esmeradamente cuidadas. Aún cuando está de por medio la verdad de la fe, y
sobre todo entonces, es necesario recordar las palabras del Doctor de la
Iglesia, San Juan CRISÓSTOMO, quien decía que para vencer un error teológico:
“nada es más eficaz que la moderación y la gentileza”: De incomprehensibili dei natura 1,352-353 (SCh 28bis,
132), en (consulta noviembre 2007): http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21070.php?index=21070&po_date=08.11.2007&lang=sp
[14] Santo Tomás DE AQUINO refería esta circunstancia inclusive con
respecto a las autoridades eclesiásticas, cf. ST IIa – IIae, q. 33, a. 4.
[15] Además de la diferencia entre la cooperación formal y la cooperación material,
y entre cooperación directa e indirecta, se debe tener en cuenta la
circunstancia espacio-temporal en la cual se realiza esta acción, pues la
sensibilidad moral de la época influye poderosamente sobre las condiciones
subjetivas del actor moral. ¿Hasta dónde puede llegar una Universidad católica
– o alguien que la represente – en su actuación, o en su silencio? No siempre
las directrices de un Estado – sobre todo totalitario – van en el sentido moral
objetivo correcto. Lo mismo puede suceder con opiniones y comportamientos que
se han generalizado, pero van en contravía de las orientaciones del Magisterio.
Para examinar más
ampliamente el asunto, cf. Anselm GÜNTHÖR: Chiamata
e risposta: una nuova teologia morale Paoline Roma 1979 v. III 375-385.
[16] Son innumerables las ocasiones que se presentan para cooperar en
la realización del bien, y, muy concretamente, en el caso de las Universidades
católicas y de las Universidades y Facultades eclesiásticas. Algo semejante se
puede decir acerca de los medios y de los caminos que se emplean allí y se
orientan a la consecución del bien. Y no estamos hablando sólo de los medios
humanos para lograrlo, como es el caso de las palabras, o del soporte físico y
financiero, sino también de los medios divinos, como ocurre con la oración, el
sacrificio y de la abnegación, que, con certeza, poseen un alcance mayor que
los anteriores no pueden tener.
[17] ¡Lamentablemente, en nuestro País – si bien no exclusivamente en
él - se han visto casos!
Notas finales
[i] Refiriéndose precisamente a esta característica del
obrar cristiano en caridad, les decía el Card. Tarcisio BERTONE a unos
empresarios italianos (Turín, sábado 6
de octubre de 2007): “El Evangelio, si es mal entendido, arriesga con
perturbarnos, porque la atención de Jesús no se concentra sobre estos abusos
tan difundidos en aquel tiempo: su finalidad es sobre todo focalizar nuestra
mirada sobre la actitud del siervo, para ofrecernos una enseñanza capaz de
crear una nueva mentalidad. Propone el siervo como ejemplo a seguir,
haciéndonos comprender que en la comunidad de sus discípulos no debe haber
explotación. En ella, todos, desde los mismos responsables, deben actuar
animados por un espíritu de servicio desinteresado y humilde. En este punto
podemos preguntarnos qué os sugiere la palabra de Dios a vosotros, empresarios
de los sectores de la industria, del comercio y de otros campos
económico-financieros. Vosotros conocéis bien el significado del término
utilidad: es la capacidad que tiene un bien o un servicio para satisfacer una
necesidad humana. Cada uno de vosotros, al interior de vuestra propia actividad
profesional trata de unir fe y servicio de conformidad con la lógica
evangélica. En vuestras empresas tratáis de tener presente la función social y
la transparencia; la promoción del ser humano y del bien común orientan
vuestras decisiones, y tratáis de seguir vuestro camino contando con la ayuda
divina. Sin embargo, si nos ponemos frente a la enormidad de las necesidades
humanas fundamentales insatisfechas, a los derechos humanos no todavía
reconocidos y respetados (desde el derecho a la vida, a la libertad, al trabajo
digno), entonces con mayor facilidad nos dejamos poner en cuestión por las
palabras de Jesús: «Así, cuando hayáis hecho todo lo que se os había ordenado,
decid: ‘Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer’» (Lc 17,10). Es decir, hemos hecho sólo nuestro deber. Nuestra
capacidad para satisfacer las necesidades humanas de nuestros hermanos debe ser
siempre puesta a prueba; nuestra condición de inutilidad – sin la ayuda de Dios
sucumbimos, efectivamente, ante toda empresa – debe potenciar nuestro servicio
haciéndolo llegar a ser siempre más generoso, humilde, desinteresado, pero, al
mismo tiempo, siempre más eficaz, en razón de la fe en Cristo – como vimos
antes -; un servicio que no es indulgente con la autocomplacencia, sino que
permanece siempre abierto a la conquista de nuevos espacios para la aplicación
de la doctrina social de la Iglesia”: En: http://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/card-bertone/2007/documents/rc_seg-st_20071006_omelia-ucid_it.html
Las Universidades, sobre
todo las católicas, tampoco ellas, no deberían nunca perder este rumbo y
característica de su singularidad. El mencionado Decreto de la Congregación para la Educación Católica (cf. nt.
3182, p. 1301) lo destaca sobremanera cuando afirma: “7. Por esto, la filosofía
que se cultiva al interno de la Universidad está llamada en primer lugar a
acoger el reto de ejercitar, desarrollar y defender una racionalidad de
‘horizontes más amplios’, mostrando que “es de nuevo posible ensanchar los
espacios de nuestra racionalidad […], conjugar entre sí la teología, la
filosofía y las ciencias, respetando plenamente […] su recíproca autonomía,
pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca. En el plano
institucional, volver a encontrar “este gran logos”, “esta gran amplitud
de la razón” es propiamente la gran tarea de la Universidad”: CONGREGACIÓN PARA
LA EDUCACIÓN CATÓLICA: Decreto de Reforma de los estudios
eclesiásticos de Filosofía,
28 de enero de 2011, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20110128_dec-rif-filosofia_sp.html#_ftnref2
[ii] A manera de ilustración, transcribo el siguiente
texto, que muestra, a manera de “sugerencia”, la praxis propuesta por el P. Gerardo REMOLINA, S. J.,
quien fuera rector de la Pontificia Universidad Javeriana, para ser empleada en
la misma Universidad: “Sugerencias: Cuando en la Universidad Javeriana necesite
manifestar su inconformidad con algo. Por: Gerardo Remolina,
S. J. 1. Procure tener un conocimiento lo más exacto posible del hecho que
causa su inconformidad. 2. Analice las razones y motivos que están o pueden
estar, a la base de lo que produce su inconformidad, y sea razonable. 3. Evite
hacer interpretaciones no fundamentadas y emotivas de lo que produce su
inconformidad. 4. Analice su propia posición ante el hecho, y las razones y
motivos personales o grupales de insatisfacción. 5. Averigüe los canales o
instancias institucionales que existen para manifestar su inconformidad. 6.
Recuerde que el primer paso que debe dar ha de ser el de buscar el diálogo. 7.
Confíe en las autoridades e instancias institucionales, a no ser que tenga
evidencias o serias razones para dudar de ellas. 8. Haga valer sus razones, y
recuerde que el valor de ellas no depende del número de personas que la apoyen,
sino de la fuerza misma de los argumentos que emplee. Por ningún motivo emplee
el "anónimo". 9. Agote los anteriores recursos, y sólo después de
hacerlo acuda a la protesta pública. 10. Entonces, evite todo lo que pueda ser
agresivo y violento no sólo física sino moralmente. Febrero 2001”. En (consulta
enero 2008): http://www.javeriana.edu.co/puj/acerca/inconformidad.html
Así mismo, sus
“sugerencias” acerca de “Cuando en la Universidad tenga que despedir a
alguien de su trabajo. Por: Gerardo Remolina, S. J: Recuerde que esta
Universidad no es una empresa cualquiera, sino una comunidad que aspira a ser
profundamente humana y cristiana. Recuerde que no puede contentarse con el
cumplimiento frío y mecánico de unas normas y de unos procedimientos legales,
así sean justos y necesarios. Recuerde que a quien va a despedir es un ser
humano dotado de dignidad, de sentimientos y afectos: que es miembro de una
familia y que tiene padres, esposa (o) e hijos. Recuerde que ha sido un
servidor de la Universidad durante años, muchos o pocos no importa, al cual se
debe reconocimiento y gratitud. Recuerde que es totalmente contrario a los
principios de la Universidad dar pie para que quien se marcha se vaya
maltratado, amargado, y con el corazón marchito. Recuerde que quien se va es su
hermano o hermana. Trátelo (a) como quisiera que lo trataran a usted, o a uno
de sus familiares, en circunstancias semejantes. Antes de despedirlo, llámelo,
hable con él, escúchelo y reconozca sus cualidades y méritos. Sea objetivo y
respetuoso en exponerle las causas reales de su despido. ¡Sea profundamente
humano!”. En (consulta enero 2008): http://www.javeriana.edu.co/puj/acerca/despedir.html
[iii] No podemos ser ajenos al problema de la denominada
“responsabilidad social de las instituciones” u organizaciones privadas cuando
se trata de su inserción en el mundo real del sistema económico-social
imperante. En forma crítica, Mario Roberto SOLARTE RODRÍGUEZ así lo señala: “La
responsabilidad social implica, como uno de sus momentos, el trabajo con los
sujetos que hacer parte de las empresas… Es necesario generar condiciones para
que las personas aprendan otra clase de imitación y emprendan un camino
decidido de renuncia a la violencia y a la retaliación. Este proceso incluye la
relativización de la propia institución ya que la ética de la no-violencia
propone aprender a vivir en las instituciones poniendo a las personas sobre las
instituciones, lo cual no se hace sin dar prioridad a la imaginación sobre las
reglas, la sensibilidad y apertura a los otros sobre las pretensiones de
autonomía… Consideramos que se trata de una concepción que puede articular la
gestión de la Responsabilidad Social desde la planeación hasta la contabilidad
social, conduciendo a una rendición de cuentas que haga transparentes los
procesos de la empresa a la sociedad; esto debe permitir, a su vez, que la
sociedad civil pueda incidir de manera más efectiva sobre las empresas; y
reduciendo la violencia inherente a toda empresa en cuanto institución
constituida con reglas de inclusión/exclusión, con beneficiarios y víctimas.
Creemos que esta clase de interacciones promueve transformaciones en las
empresas por métodos y perspectivas propias de la no-violencia. Estas
transformaciones no se reducen a las empresas, sino que apuntan a cambiar el
sistema global de mercado y democracia, que consideramos grandes mecanismos de
exclusión, es decir, sistemas de violencia. Se trata de reducir sus efectos
negativos: una inmensa inequidad, pobreza y violencia, con una degradación
ambiental catastrófica y con efectos desiguales: desempleo e inequidad en el
primer mundo, miseria y conflicto violento en el tercer mundo. Consideramos que
las transformaciones promovidas por una ética que no ubique a la empresa en
este sistema macro, no lograrán producir sino cambios de imagen, pero no
transformaciones de los mecanismos intrínsecos al mercado”. Y prosigue: “Es
desde la lógica de la víctima, en el sentido de gratuidad y responsabilidad
incondicional con la vida de los otros, que se puede romper la lógica de la
violencia, determinada por la mimesis de apropiación y por el mecanismo del
chivo expiatorio. Comprendiendo esta dinámica de las interacciones humanas, se
puede reconducir a las empresas a su función de medios y sistemas de
mediaciones para la vida de las personas, que deben ser reconstruidas cada vez
que amenacen la existencia de las personas concretas y de la naturaleza como
condición de vida humana”: Violencia e
institución: aportes para una ética de la responsabilidad social Excerpta Disertationis (tesis doctoral) Facultad de Filosofía Pontificia
Universidad Javeriana Bogotá 2008 43 y 46. Sobre la relación entre “monoteísmo
y violencia”, véase lo dicho en la nt. 1720.
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