Capítulo VI

Continuación (II.4)




4. La caridad y su vivencia con particular atención a la comunidad universitaria católica. Aportes de la teología moral.


No debería extrañar que en lugar de desarrollar en este lugar una reflexión sobre la “justicia” en su implementación al interior de las Universidades católicas, así como de las Universidades y Facultades eclesiásticas, opte por otra que suscite nuevas angulaturas, al ser examinadas sus relaciones “ad intra” y “ad extra” por el amor de caridad. En efecto, ya he escrito sobre el tema, especialmente en referencia a la “justicia social” y a la “participación de los bienes propios especialmente con los pobres”, por parte de todos los fieles cristianos[1]. En este sentido, es muy legítimo considerar que las actividades efectuadas por iniciativas individuales y asociativas, así como, sobre todo, las políticas nacionales e internacionales orientadas a la promoción de una educación de calidad para todos van en la dirección correcta como instrumento para lograr la plena erradicación de la pobreza y de la miseria[2].

Inclusive, en lo que se refiere al ejercicio de la “justicia conmutativa”, al comienzo de la segunda parte del presente capítulo, hemos aludido a la formación de una comunidad universitaria auténtica, como signo de la credibilidad de las propias Universidades católicas. En efecto, el desarrollo personal y comunitario no se obtiene sin comunicación y sin comunidad, es decir, sin ejercicio de fraternidad. Y esto, que es válido para cada individuo y sociedad, lo es de manera particular para quienes comparten una profesión, cuyo ejercicio les permite unir fuerzas, empeño y trabajo. Se destacan así valores muy apreciados tales como el compañerismo y la solidaridad, la capacidad para aconsejar y demostrar nobleza. Se fortalece un ámbito ético en el ejercicio académico y profesional, fruto de una actuación más razonable y más humana. Por el contrario, pretendiendo pasar por encima de los otros colegas, lesionando sus derechos e intereses legítimos, denigrando de ellos, desmejorándoles su condición, desacreditándolos o lesionándoles su honor, como hemos visto, se perjudica enormemente la profesión, dejando una imagen de falta de responsabilidad y de honestidad.

Pero todavía debemos afirmar más. Las Universidades católicas, en este contexto socio-económico-político-cultural, son poseedoras de una dimensión teologal que deben irradiar desde su originalidad y profundidad; por eso la suya no puede ser considerada una “caridad” comprendida como una ayuda ocasional que se le presta a alguien que ha caído en desgracia. Por el contrario, se ha de reconocer como una auténtica tarea profética que se expresa a través de los elementos característicos de la academia – sí: en los currículos, planes de estudio, etc. – de tal modo que llegue a transformar la vida de las personas y las estructuras mismas sociales. Sólo una Universidad católica podría llevar a cabo desde esta peculiaridad suya aquella misión por la que sus docentes, administrativos, estudiantes y egresados deberían apasionarse, ya que ellos son y serán los protagonistas que, llenos del amor y de la fuerza del Evangelio, imbuirán las relaciones sociales, las renovarán, y alcanzarán a tocar hasta el fondo la misma realidad. La identidad de las Universidades católicas debe exteriorizarse en la incidencia pública que logra en las múltiples áreas de la sociedad y de la cultura.

Porque hemos de tener oportunamente presente aquél llamado de atención que hiciera el Papa BENEDICTO XVI en aún no lejana ocasión. Decía por entonces el Papa a un grupo de laicas y laicos, profesionales y de empresarios italianos:

“El cristiano está llamado a buscar siempre la justicia, pero lleva en sí el impulso del amor, que va más allá de la misma justicia. El camino realizado por los laicos cristianos, desde mediados del siglo XIX hasta hoy, los ha llevado a tomar conciencia de que las obras de caridad no deben sustituir el compromiso en favor de la justicia social […] En estos últimos tiempos, también gracias al Magisterio y al testimonio de los Romanos Pontífices, y en especial del amado Papa Juan Pablo II, a todos nos resulta más claro que la justicia y la caridad son dos aspectos inseparables del único compromiso social del cristiano. De modo particular, a los fieles laicos les compete trabajar por un orden justo en la sociedad, participando personalmente en la vida pública, cooperando con los demás ciudadanos bajo su responsabilidad personal (cf. Deus caritas est, 29). Precisamente al obrar así, están animados por la "caridad social", que los impulsa a estar atentos a las personas en cuanto tales, a las situaciones de mayor dificultad y soledad, y también a las necesidades no materiales (cf. ib., 28)”[3].

Sin embargo, debemos girar nuestra mirada también a los micro-espacios, a las (a veces no tan) pequeñas comunidades universitarias, cuya existencia y misión forman parte del plan de Dios en la historia. Ahora estimo conveniente insistir aún más en las exigencias relativas a la caridad y a la misericordia, “viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia” – como la ha llamado el Papa FRANCISCO[4] – fundamentales también para la construcción de comunidades académicas, haciendo especial referencia a las relaciones que realizan en las Universidades católicas y desde ellas[5] (yendo hasta “las fronteras”). En efecto, el amor de Dios crece también en sus miembros cuando se mantienen unidos a Dios gracias a la apertura cordial que Le ofrecen. Sólo este amor divino los hace abrir su corazón a los otros y los hace sensibles a sus necesidades, haciéndolos tomar conciencia de que todos somos hermanas y hermanos, y que, por lo mismo, estamos radical y permanentemente invitados a responder con amor al odio y con el perdón a las ofensas. Se trata de un verdadero criterio – sobre todo este de la fraternidad – que, de conformidad con los presupuestos cristológicos y antropológicos de los que hemos venido coligiendo y sacando consecuencias para la práctica, da origen a un horizonte y a una propuesta moral digna de ser vivida por los seres humanos en general, y por las Universidades – especialmente las católicas – en particular. Por eso corresponde a ellas, también, sin lugar a dudas, hacer ostensible que se comprometen a educarse en el amor y a contribuir a que todos sus miembros “aprendan a amar”, significando con ello que no se trata solamente de crear personas acumuladoras de conocimientos, por útiles y válidos que sean, personas pletóricas de información, sino auténticamente sensibles (el Papa FRANCISCO ha dicho en su visita a Filipinas que habría de ser “hasta las lágrimas”[6]) a los problemas, necesidades y urgencias de sus contemporáneos,  al servicio de los cuales ponen tales conocimientos y esa información, pero, además, capaces de reconocer “la propia miseria” y de “recibir” de los dones que poseen los demás: la información, de esta manera, se hace “fecunda”.

En efecto, como ha subrayado Joseph RATZINGER citando un texto de Helmut Kuhn, es substancialmente válido expresar el contraste existente entre “justicia”, comprendida sobre todo en la forma usual, y “caridad”:

“«El amor político del amigo – escribe Helmut Kuhn – se basa en la igualdad de las partes. La parábola simbólica del samaritano, en cambio, destaca la desigualdad radical: el samaritano, un forastero en Israel, está ante el otro, un individuo anónimo, como el que presta ayuda a la desvalida víctima del atraco de los bandidos. La parábola nos da a entender que el ágape traspasa todo tipo de orden político con su principio del do ut des, superándolo y caracterizándose de este modo como sobrenatural. Por principio, no sólo va más allá de ese orden, sino que lo transforma al entenderlo en sentido inverso: los últimos serán los primeros (cf. Mt 19,30). Y los humildes heredarán la tierra (cf. Mt 5,5)». Una cosa está clara: se manifiesta una nueva universalidad basada en el hecho de que, en mi interior, ya soy hermano de todo aquel que me encuentro y que necesita mi ayuda”[7]

Más aún, porque, como ha enseñado recientemente el mencionado Papa BENEDICTO XVI, las relaciones entre “verdad” y “amor” son íntimas e indisolubles[8]. Ya lo había afirmado el Santo de Hipona: "Non intratur in veritatem nisi per caritatem" (Contra Faustum, 32). Así, pues, una comunidad que se precie de ser genuinamente “científica” debe ser altamente consciente de que el suyo es, precisamente, un servicio[i] fraterno a la humanidad, y que no puede ser de otra manera. Y esto habría de ser realidad sobre todo en relación con una Universidad católica.

Tal convicción, que hemos fundamentado en los capítulos precedentes, debería caracterizar a la comunidad científica incluso en su manera concreta de estructurarse y de proceder ad intra y ad extra. El mismo Pontífice romano, sacando conclusiones prácticas de su encíclica Deus caritas est, lo mencionaba a los científicos en todavía reciente ocasión:

“Todo itinerario científico debe ser también un itinerario de amor, llamado a ponerse al servicio del hombre y de la humanidad, y a aportar su contribución a la construcción de la identidad de las personas. En efecto, como lo subrayaba en la encíclica Deus caritas est, «el amor abarca la totalidad de la existencia en todas sus dimensiones, comprendida la de la temporalidad… Ciertamente, el amor es ‘éxtasis’», es decir, «camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo» (n. 6b). El amor hace salir de sí para descubrir y reconocer al otro; abriéndose al otro, afirma también la identidad del sujeto, porque el otro me revela a mí mismo. A lo largo de toda la Biblia, se trata de la experiencia que, desde Abraham, ha sido hecha por numerosos creyentes. El modelo por excelencia del amor es Jesucristo. En el acto de dar su vida por sus hermanos, de entregarse totalmente, se manifiesta su identidad más profunda, y en él tenemos la clave de lectura del misterio insondable de su ser y de su misión”[9].

La experiencia cristiana más genuina, su enseñanza más original, subraya y enfatiza el servicio universal como expresión de amor. Por eso puede también ser considerado el aspecto más conspicuo que habría de caracterizar el ejercicio “ministerial” de los científicos. Ello es claro si comprendemos que mediante el servicio se ofrece al mundo un testimonio del amor hacia Dios y hacia el prójimo, tal como nace de la escucha de la palabra divina. Gracias a la gratuidad del amor, la búsqueda de la verdad se convierte no sólo en conocimiento, en saber, sino en sabiduría. Más aún, llegamos a saber que ese amor es auténtico si llega a ser capaz de aceptar incluso las duras pruebas que comporta para dichas comunidades no sólo la búsqueda de la verdad “científica”, de la verdad “histórica” o de la verdad “metafísica”, sino, especialmente, de la verdad salvífica, en razón de su interiorización, anuncio y vivencia tanto personal como comunitaria. Cuando se avanza en estos procesos no sólo el amor auténtico crece sino que resplandece la Verdad en todo su fulgor.

A tal punto este criterio e ideal debería ser experimentado y expresado en el obrar cotidiano, no sólo universitario, que uno de los fenómenos contrarios que, quizás, llama más la atención en la sociedad en general de nuestro tiempo – con extravagantes expresiones en nuestra patria – es el de la búsqueda excesiva del protagonismo más que la del servicio, potenciada inclusive mediante el empleo de los medios de comunicación social[10]. Cada uno habría de examinarse en este punto.

De otra parte, las Universidades católicas son una comunidad académica: más aún, todas ellas son una “comunidad de comunidades académicas”, porque en ellas cada una de las disciplinas, en cada una de las áreas del conocimiento humano, en cada uno de los “departamentos” (u otra nomenclatura) que los expresan, profundizan, aplican y difunden, las personas que conforman dichas áreas son conocedoras de que, a diario pueden suscitarse diferencias, e, incluso, heridas – como ocurre, por lo demás, en toda comunidad humana, y, sobre todo, en aquellas que exigen una convivencia mayor y una mayor cercanía, como ocurre en el caso, p. ej., de un matrimonio –; ello no obstante, es, o, al menos, debería ser más importante, en tales “pequeñas o grandes comunidades”, cuanto las une: el propósito por el que trabajan, las necesidades por las que se congregaron, la misma vocación que los junta. Pueden aplicarse a este propósito, muy oportunamente, las palabras que expresó el M. R. P. Adolfo NICOLÁS, S. J., Prepósito General de la Compañía de Jesús, en su primer encuentro con los periodistas:

“Lo que es más importante es la búsqueda de la verdad, y la búsqueda de la verdad inspirada en la Palabra de Dios, en la vida de la Iglesia, en la vida de los cristianos. Es en este diálogo donde se pueden encontrar quizás, en algunas cuestiones, las diferencias, pero siempre en la búsqueda común de la verdad.”[11]
 
Trataremos, de esta forma, tres tópicos a mi juicio primordiales, no los únicos, en orden a la formación y actividad de comunidades académicas genuinas: en primer lugar, la experiencia y exigencia de la corrección fraterna en las Universidades católicas; en segundo lugar, las responsabilidades que se originan para los miembros de dichas Universidades en razón del bien espiritual de los demás; y, finalmente, algunos criterios que se deben tener en cuenta en relación con el ejercicio de la corresponsabilidad en lo concerniente a la investigación y a la docencia universitaria, y al diálogo e interacción entre disciplinas, haciendo particular referencia a la teología.

a. La corrección “fraterna” en las Universidades católicas


1. Afirmaba el siempre lamentado P. Alfonso BORRERO C., S. J., que, cuando se discurre acerca de la Universidad, y ello se debe comprender de manera muy distintiva de las Universidades católicas, las relaciones comunitarias e institucionales en ellas se habrían de caracterizar por ser relaciones “en libertad”:

“A menos de doce horas de su fallecimiento, con su típico acento que tan fácilmente le delataba su origen valluno, me dijo: «vos tenés que comprometerte para que ASCUN no vuelva a esa discusión de convertirse en gremio empresarial; la relación de libertad de pensamiento que se establece entre profesor y estudiante es muy distinta de la relación de subordinación entre dueño y empleado; la libertad de pensamiento de los académicos riñe con el sometimiento a la mente de quien gobierna las agremiaciones de empresarios; no es posible en la universidad guardar la fidelidad que debe el gremio al imperio o a las conveniencias económicas o a las imponentes ideologías del partidismo político»”.

Así lo recordaba el Dr. Bernardo RIVERA SÁNCHEZ, Director Ejecutivo de Asociación Colombiana de Universidades ASCUN[12]. Y prosigue éste su remembranza:

“Extracto de los módulos del Simposio No. 37 “La autonomía universitaria hoy” y No. 40 “Prospectiva universitaria”, los siguientes apartes.
«Las operaciones efectuadas por la universidad se denominan ejercicios autónomos o ejercicios de la autonomía universitaria derivados de sus notas esenciales». «Por la connaturalidad científica, la universitas de la primera hora originó en simiente las paulatinamente consagradas como libertades académicas: las libertades de investigación y acceso a las fuentes del conocimiento; de escoger métodos investigativos y pedagógicos, de cátedra y manifestación externa de conocimientos y opiniones, y de prestación de servicios a la sociedad. En suma, la libertad de los ejercicios académicos y la del uso de los recursos intelectuales».
La Autonomía se funda sobre las libertades del espíritu pensante y el poder del saber, pero «ha de advertir que así la Autonomía le sea derecho connatural, debe ella merecerla mediante el desempeño responsable de los ejercicios autónomos. La autonomía, que es libertad de acción, sin responsabilidad se convierte en libertinaje. Consciente, en cambio, la universidad, de su serio compromiso de educar al hombre, a la nación y a la sociedad, merecerá el reconocimiento autónomo de sus funciones educativas, si procede con humanismo y pensamiento. Y si la universidad es pensamiento y humanismo, la que nosotros deseamos y gestamos no podrá ser construida sin inteligencia y libertad». «Sólo quien lleva en la mente y en el corazón la idea auténtica de universidad, podrá pensarla libremente y realizarla con máxima eficacia»”.

Hemos asentado en el capítulo precedente que el ejercicio de la “libertad” es característica típica a la que están llamados, por la kénosis, los hijos de Dios. En esta misma línea, la fraternidad, es decir, los lazos fraternales que se establecen entre los hijos de Dios, nos plantea unas relaciones particularmente cualificadas y unas exigencias propias, precisamente en lo que se refiere a la manera de enfrentar aquellas situaciones que expresan la necesidad de la concordia y del respeto en el trato con todos. En el contexto en que lo venimos diciendo, sería también “reductiva”, por lo tanto, una consideración de las relaciones humanas en el marco de la docencia y de la investigación universitaria, que no tuviera en cuenta otras realidades en las que los investigadores y los docentes se suelen encontrar, bien sea con sus colegas, bien sea con sus discípulos. Estas situaciones hacen importante la consideración de aquella clase de “bienes” que están involucrados en este tipo de relaciones fraternas, los de carácter más “espiritual”, y que entrañan también un “deber” – con su correspondiente “derecho” –.

Estamos aludiendo, primeramente, a una ocurrencia que, en ciertos casos, ha sido hecha objeto de chistes - ¡y realidades! –: las relaciones de los subordinados con sus directivos, indicando generalmente el desprecio o la tiranía de los segundos frente a los primeros… Debemos advertir, antes de introducirnos de lleno en la materia, que, dando un vistazo general a la cuestión, en ciertos medios cada día los directivos de las empresas están tomando más en serio replantearse la manera de relacionarse con sus empleados, y, especialmente, cuando llega el momento de amonestarlos.

Pero el asunto no se circunscribe a este tipo de relaciones. En realidad, no mucho se sabe – ni se aprende a – “corregir” a alguien. Y es que, por supuesto, existen diversos “niveles” y formas de corrección. En efecto, no es lo mismo que nos corrija nuestro padre (o madre), a que nos corrija nuestro jefe o a que nos corrija nuestro profesor, o un amigo (o amiga), o un o una colega. Cuando hablamos de la corrección que nos dirige nuestro amigo, estamos diciendo que entre él y nosotros no existe una relación de autoridad, propiamente hablando: los dos nos encontramos situados en el mismo plano, uno frente a otro. En cambio, cuando es nuestro jefe quien nos corrige, o nuestros padres, sin duda estamos en otra situación, en la que él o ellos se ubican en una posición de “superior” [13]. En las relaciones típicas académicas se privilegia la relación maestro-estudiante, sin duda, y con exigencia mutua, ciertamente, pero no desaparece por completo esta situación en la que el docente-servidor tiene una relación asimétrica con el estudiante-servido. Algo similar ocurre cuando la autoridad se trata de una autoridad estatal – judicial, p. ej. – la que nos amonesta, según las formas legales establecidas por el derecho, hasta llegar, si fuera del caso, a castigarnos legítimamente.

Pero, de otra parte, es necesario que quien ejercite la “autoridad”, no recurra de inmediato a esgrimirla, sino que obre con prudencia, advirtiendo y previniendo primero a las personas que tiene a su cargo. En muchísimos casos las personas aceptan con mayor gusto estas maneras de intervención, y, sobre todo, se opta por un camino que impide, en la mayoría de los casos, que las personas se vuelvan testarudas e intransigentes[ii].

Observemos, sin embargo, que existen casos muy particulares en los que los compañeros o aún los subordinados acuden al director o al jefe para confiarle algo, a su juicio, más o menos delicado. O que llega a oídos de éstos alguna información que no es favorable para aquéllos. O viceversa, a los dependientes les llega una información que no favorece a los superiores. ¿Qué hacer en esos casos? ¿Simplemente callar y esperar la caída y el desprestigio del otro? ¿Es la mejor política que debe emplear una empresa o un directivo en estos casos?

Sin duda, estamos en una circunstancia de no fácil manejo. Cuando las personas se encuentran en el plano de “amigos” se pretende prestar este servicio, que no se puede decir que sea exactamente “de justicia”, sino de “algo más”. Porque en cuanto seres humanos estamos unidos también por lazos diversos a las relaciones de justicia estricta conmutativa, y referidos estrictamente a la verdad, como vimos. Por eso, pensamos que, cuando estamos en capacidad y en posición de ayudar a alguien, y más cuando tenemos como especialistas y como profesionales unas capacidades y unas destrezas bien desarrolladas, pero, sobre todo, cuando contamos con la confianza de toda una sociedad que nos ha otorgado un título de “competencia”, se esperaría que la capacidad de servicio también estuviera en nosotros aún más desarrollada.

Pues bien, entonces debemos observar que también nuestros subordinados, o nosotros, en cuanto tales, podemos llegar a estar ante un deber “de solidaridad” o “de amistad”, que nos exigirían “corregir” a otro – o dejarnos “corregir” por otro -. Ahora bien, en todos los casos, estamos refiriéndonos a una corrección hecha con el tacto debido y con el debido respeto[14]. Porque no obran mal - de ninguna manera, y antes por el contrario - los que ejercen una función directiva cuando escuchan con buena voluntad, gustosamente inclusive, a quienes en lo ordinario y contractualmente deben seguir sus indicaciones.

Esta “intervención”, por supuesto, admite grados objetivos de necesidad. Por tanto, mientras mejor se conozcan los peligros a los que la otra persona se expone, o las razones de su equivocación, tanto más existe este deber de advertir y corregir. Lo mismo puede decirse cuando alguien está más “cercano” de la persona que yerra (un familiar, un amigo, el jefe, más que un recién conocido o un extraño), o es una persona que tiene una influencia particular sobre ella. Entra en las funciones del docente y del directivo, en razón de sus responsabilidades, corregir a sus estudiantes y aprendices, y a sus empleados, y hacerlo de una manera adecuada, amable. Pero es posible que, por razones de prudencia, estime que esta acción la deba realizar otra persona antes que sea suya la intervención definitiva. O que el asunto deba ser tratado a un “nivel” diferente, el de la amistad.

Se ha de orientar, primeramente, de forma preventiva; basta que la persona se encuentre en peligro importante de equivocarse. Sería la acción prioritaria a tomar. Pero cuando la equivocación ha ocurrido ya, estamos tratando de un deber tanto más urgente cuanto las consecuencias pueden ser tanto mayores, para la academia, para la universidad, para terceros o para la comunidad entera, por supuesto; pero también para la persona misma que se ha equivocado. Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando otros compañeros pueden corromperse, o, cuando pueden sufrir un escándalo, o cuando quien yerra puede volver a repetir su error, o cuando puede volverse una persona habitualmente viciosa, o cuando ella no puede lograr salir de esa situación sin la ayuda de un amigo.

Sin embargo, para que esta intervención sea conveniente se deben considerar dos condiciones: que la corrección tenga una justificada perspectiva de éxito y, por otra parte, que quien la hace no deba asumir inconvenientes exageradamente grandes.

El éxito inmediato no debería ser una condición para que no nos debamos preocupar por la felicidad y la realización del amigo o compañero, más aún, si consideramos que realmente ellas están en serio peligro a causa de su comportamiento. Deberíamos estar dispuestos aún a soportar algunas dificultades y desventajas por motivo de él o de ella, como sería, por ejemplo, tener que aceptar que éste o ésta en un primer momento manifiesten alguna antipatía o descontento en relación con nosotros.

Por supuesto, y aquí viene un asunto sumamente delicado, es evidente que no estamos autorizados a intervenir o a tomar la decisión de corregir algo en la vida de otra persona por cualquier pequeño suceso o error que le ocurra, de lo contrario la vida entre las personas se haría realmente insoportable.

Ahora bien: preguntémonos cómo se debería actuar en el siguiente caso: ¿Se ha de proceder a hablar del asunto con una persona que está sinceramente convencida de que ha obrado bien, pero, que realmente nosotros sabemos que ha cometido una falta grave?

Para poder decidir de una forma justa lo que se debe hacer se deberían tener de presentes dos cosas: una, el peligro que habría en el hecho de que la persona que fuera corregida pierda su buena fe, pero que, no obstante ello, no se aparte de su mal comportamiento; otra, el daño que se puede derivar de tal comportamiento equivocado no sólo para el mismo que se ha equivocado, sino para otros y aún quizás para el mismo bien común.

Como hemos dicho, no es cosa fácil ejercer este servicio de la corrección a otros. Ya hemos mencionado que la condición principal ha de ser estar o ponerse, prácticamente, en el mismo plano del otro; por eso, no se puede ejercer, sobre la persona a quien se corrige, ninguna presión, p. ej., reclamando la autoridad propia, si se tiene, o amenazando con castigos. Todo depende en especial del hecho que uno logre encontrar las palabras adecuadas y amicales, y proceda con humildad, con conciencia de sus propias debilidades y sin herir en el otro el sentimiento de su honor. También ayudará enormemente escoger el momento favorable.

Esto, sin embargo, no es sinónimo de falsa delicadeza o de rebuscamiento. Las palabras empleadas pueden ser también muy serias y enérgicas, sin que por ello se falte al respeto o al aprecio por el otro. Inclusive, puede llegar a ocurrir que, dada la gravedad de la situación, quien corrige tenga que llegar decir que, si no fuera escuchado, se vería en la obligación de informar de ello a los directivos, a los padres o a las personas competentes. Más aún, quien corrige podría quedar obligado a hacer la denuncia si no existe otra manera de evitar el perjuicio de quien va a hacer o ha hecho ya algo grave, o el perjuicio de otro, o de la comunidad. Este es el caso que se presenta, no poco frecuente, con los corruptores, con los chantajistas, con los tramposos, etc.

Por último, expresemos también una palabra acerca del deber de aceptar la corrección justificada. En efecto, corresponde al deber de hacer la corrección el deber de aceptarla, cuando ella es justificada. Tampoco se suele hablar de esta obligación, pero ciertamente está en ella de por medio, tanto la preocupación que permanentemente nos debería guiar, de querer obrar siempre bien, como el respeto por el amigo o el colega que se ha impuesto esta delicada tarea de corregirnos. Rechazar una corrección bien intencionada y justificada es una muestra de orgullo, de ceguera frente al verdadero bien propio y de los demás, e inclusive de ingratitud y de verdadero aprecio por quien nos corrige.

b. La responsabilidad de los miembros de la comunidad universitaria católica en relación con el bien espiritual de los demás


2. Para lograr una consideración más completa de las cosas, es necesario, sin embargo, referirnos también a otros aspectos de las relaciones humanas que no se circunscriben a su relación estricta con la verdad, inclusive en lo que toca o puede tocar dentro del ámbito escolar. Se trata, en efecto, de tres tipos de problemáticas: 1°) a la corrupción o seducción a obrar mal; 2°) al escándalo; y 3°) a la cooperación en el actuar mal.

Ante todo habría que decir que cualquiera de estas tres situaciones no hacen mérito favorable a quienes las realizan, sobre todo si se mira en la perspectiva de las buenas relaciones que deberíamos tener entre todos los seres humanos. Porque una de las preocupaciones que deberíamos tener permanentemente ante nuestra mirada, habría de ser, precisamente, qué puedo hacer ahora a favor de mis amigos, de mis compañeros, de mis familiares, etc. Y no, por el contrario, qué mal puedo hacerles...

Estas tres modalidades, además, no siempre son claramente distinguibles, ya que cuando, p. ej., una persona mayor invita a una menor a robar, no sólo con ello se puede cometer el robo como tal, sino que el menor es escandalizado. O que cuando dos se ponen de acuerdo para robar, no sólo lo hace cada uno por aparte, sino que se han colaborado mutuamente en una acción que no los ha realizado como excelentes seres humanos.

Así, pues, distingamos lo mejor posible estas especies: en el caso de la seducción, el seductor realiza alguna acción que induce al otro a cometer una injusticia, o, por lo menos, que podría inducirlo a cometerla. En este caso, la causa lejana es la seducción, mientras la causa próxima es el consentimiento voluntario de quien fue seducido; para el caso del escándalo no hablamos propiamente de causa, sino sólo de “ocasión” para que el otro cometa la injusticia; y para el caso de la cooperación para el mal tenemos el caso de alguien que ya había decidido cometer su injusticia, pero recibe la asistencia de otro que se limitó a ayudarlo a poner en práctica su propósito.

Observemos, sin embargo, que en los tres casos mencionados no necesariamente estamos siempre hablando de una acción exterior; por el contrario, puede ocurrir que se incurra en ellas no-haciendo, cuando esta no-intervención es fruto de una decisión explícita. Puede ello ocurrir, v. gr., cuando un directivo no cumple adecuadamente sus propios deberes y con ello permite, sin intervenir, el comportamiento peligroso o inclusive negativo de sus empleados, dando escándalo con ese comportamiento; más aún, puede haberse hecho cooperador de las acciones negativas de su dependiente.

Vamos ahora a referirnos atentamente, sin embargo, por su especial gravedad y extensión, sólo a las dos primeras especies de acciones, anotando, acerca de la tercera de ellas que, en el caso de la cooperación al mal, se encuentra uno de los problemas más difíciles y espinosos de la teología moral[15], así como que, en el caso de las Universidades católicas, más importantes son, en razón de sus finalidades y de los medios que emplea para alcanzarlas, cuanto ellas hacen para lograr el bien[16].

1) La seducción

3. Precisemos en primer término el concepto: se trata de una acción exterior mediante la cual el seductor – observemos que no estamos hablando solamente del campo de la sexualidad – trata de inducir  a otra persona a realizar una mala acción, una injusticia, por ejemplo, en cualquiera de sus expresiones: esa es su intención expresada en acciones o en palabras. No es necesario que ella logre su objetivo, existe desde el mismo momento en que ella es intentada, aunque después recibiese la oposición del otro y resultara fallida.

Fijémonos, sin embargo, que no siempre el seductor al mal tiene como intención que el otro realice la mala acción; puede suceder, y de hecho sucede con no poca frecuencia, que lo que busca el seductor es, mediante la seducción, alcanzar sus propios fines. Pensemos, por ejemplo, en un presidente[17] o directivo de una gran empresa, o en algún o algunos dirigentes del gobierno totalitario de una nación, que se prevalieran de su condición para exigirles a sus funcionarios, que realicen despidos injustificados u otras acciones brutales – policía o soldados – para mantenerse en el poder, o para extenderlo. De igual manera podría ocurrir cosa similar en el ámbito universitario, y es necesario preverlo, porque cualquier manipulación que proviniera especialmente de un o de una docente, cualquier direccionamiento sutilmente injusto o inhumano que se le sugiriera siquiera al alumno o a la alumna que se encuentra bajo su guía – cualesquiera fueran los motivos que tuviera el docente: de su incoherencia, de sus mecanismos de autodefensa o de proyección de sus problemáticas personales – es otra estrategia que contradice no sólo una búsqueda sincera de la verdad, sino, especialmente la necesidad de aquel amor auténtico que caracteriza la relación docente-estudiante y es cada día más exigente con ella.

Ahora bien, la gravedad de la seducción consiste, precisamente, en ser un ataque frontal a la preocupación, sincera y honesta, por el bien del otro. De ahí depende su malicia y culpabilidad. Mientras uno se debería interesar por su bien, lo que quiere es su mal.

Este otro, sin embargo, no es solamente un individuo: puede ser un colectivo. Pensemos, por ejemplo, en una de las acepciones de lo “social”, el “sistema estructural” que concretiza ciertas formas “ideológicas” en la que se incluyen “antivalores” (materialismo, violencia brutal, comercio y desenfreno sexual, etc., por ejemplo), que se despliegan a través de los medios de comunicación en sofisticadas formas de propaganda. O en quienes instigan odios entre pueblos, o entre religiones, o entre clases sociales. Aún en las mismas organizaciones[iii].

Entre los fieles de la propia Iglesia Católica no hemos sido ni somos inmunes al desarrollo de fenómenos de seducción colectiva, cuando, por ejemplo, ciertos grupos ultraconservadores o hiperprogresistas inducen a detestar a quienes piensan de una manera diferente o a desobedecer abiertamente a las autoridades legítimas. Todos estos tienen una culpabilidad mayor, porque tales personas ejercen un influjo masivo y ejercen una nociva influencia sobre niños y jóvenes, quienes no están en grado todavía de descubrir la artimaña de la seducción y de enfrentarse a ella como corresponde a personas maduras y adultas.

Porque, como podemos comprender, es necesario oponerse al seductor y a la seducción, evitando su influjo. No es poco común que el contacto con un seductor pervierta una amistad; o que el comprar cierta literatura o la frecuencia a determinados lugares no calen en la vida y en las decisiones de personas poco formadas y aún débiles de carácter. Inclusive, puede ocurrir que enfrentar a seductores prevalidos en condiciones, económicas, de autoridad o de otra índole, poderosas, llegue a ser para algunos un verdadero sacrificio, de privarse, por ejemplo, de ascensos profesionales o sociales legítimos. Sería sumamente útil que se crearan movimientos o grupos en torno al objetivo de la oposición a tales tipos de seducciones, con lo cual se fortalecen los esfuerzos individuales y se aumenta la eficacia en la acción, por ejemplo, invitando a protestas públicas, etc., contra las acciones que expresan seducción al mal obrar, en sus diversas formas. Y a los niños y a los jóvenes, exhortarlos a denunciar a quien los pretenda corromper, al tiempo que se toman otras medidas que promuevan en ellos la formación de su carácter en los auténticos valores humanos y cristianos.

2) El escándalo

4. El término merece también una precisión. Cuando hablamos de escándalo en nuestro ámbito nos estamos refiriendo a una acción humana (palabra, acto u omisión) que, por su naturaleza misma, o por las circunstancias en que se produce, puede llegar a convertirse en una ocasión de obrar el mal por parte de otra persona. Observemos que no hablamos simplemente de un “maravillarse” por un comportamiento que nos suscita atención, sino de una acción que efectivamente perjudica al prójimo produciendo en él su ruina espiritual.

Miremos algunos ejemplos. Podría ser el caso de quien desempeña un cargo de autoridad en la academia y que, debiendo asumir una posición frente a unos hechos injustos, opta por callar. O de la imagen institucional negativa que una Universidad católica proyecta en su entorno. Fijémonos bien, que no es necesario que el escándalo realmente ocurra; existen personas bien formadas que no se llegan a escandalizar por ello; pero basta que, objetivamente, esa posibilidad de escandalizar exista, para que lleguemos a hablar de un “escándalo”.

Pero quien suscita el escándalo puede tener la intención directa de producirlo, o solamente una intención indirecta. En el primer caso, el escandaloso quiere actuar con el deseo expreso de causar el daño en el prójimo, y lo quiere así con el objetivo de alcanzar otro propósito: Saca a la luz algunas de las debilidades o de las faltas que otra persona ha tenido, faltas que suscitarán escándalo y que deberían haber sido calladas, con el fin de eliminar a su competencia y desacreditarla delante de la opinión pública.

El segundo caso se refiere a quien prevé que puede suscitar un escándalo con su actuación, mas no lo desea, así como no desea el mal de quien pudiera llegar a ser escandalizado; por el contrario, lo que desea es, precisamente, su bien. Tenemos pues el caso de quien, de hecho, con su acción, provoca no sólo el efecto deseado sino que también suscita un escándalo, que él no quiere y se limita a tolerar. Por supuesto, la valoración moral de este segundo tipo de escándalo, el indirecto, debe ser diferente.

Con todo, es posible una tercera situación: la de quien actúa sin la menor conciencia de que está generando un escándalo. Propiamente para éste tal no existe una culpabilidad subjetiva; pero quienes están con él y se dan cuenta de su comportamiento sí pueden estar obligados a llamarle la atención sobre las consecuencias de su acción, especialmente cuando de ello derivan graves daños a terceras personas.

Nos hemos referido hasta ahora a la persona, natural o jurídica, que causa el escándalo. Pero, ¿cómo ver el asunto desde la perspectiva de la persona que es escandalizada? Estamos hablando de la situación en la que, en realidad, no existe un motivo objetivo para escandalizarse, y quien se siente escandalizado en verdad se lo está inventando. Como podemos observar, se trata de una actitud interior del escandalizado. Ella puede surgir de su ignorancia: de ideas demasiado tradicionalistas, infantiles e ingenuas, que originan en él el escándalo (“escándalo de los pusilánimes”). Pero también puede surgir de personas maliciosas, sospechosas por sus prejuicios hostiles, y entonces hablamos, más bien, de “escándalo farisaico”.

3)  La reparación de la seducción y del escándalo

5. Concluyamos este apartado recordando la obligación de reparar los daños producidos por la seducción al mal y por el escándalo.

Efectivamente, quien ha ocasionado un daño moral o espiritual a su prójimo con una acción de seducción a obrar el mal o de escándalo está obligado a reparar el daño causado a sus bienes materiales o a su honor, y más aún si se puso en peligro de obrar mal a la otra persona. Está obligado a hacerlo quien diera voluntariamente un escándalo o quien lo ha consentido como efecto colateral sin un motivo suficiente. No sucede igual cuando se trata del “escándalo de los pusilánimes” o del “escándalo farisaico”, pues en estos casos la ocasión verdadera y propia del escándalo no proviene de fuera del escandalizado, sino de su actitud interior.

La reparación ha de consistir sobre todo en el hecho que, sea el seductor o sea el que causa el escándalo, le harán saber al seducido o al escandalizado que se obró de una manera equivocada y de haberle ocasionado un mal, y que por eso le manifiesta sus excusas. Sucede a veces que uno y otro, seductor y seducido, o escandalizante y escandalizado, por diversas razones deban permanecer en contacto: es necesario que los primeros asuman con sinceridad y resolución un verdadero cambio de comportamiento y de actitud con la decisión de seguir dando un buen ejemplo en adelante. Sin embargo, en los casos de corrupción, será frecuentemente necesario interrumpir los contactos directos entre ellos, a fin de que no se vuelvan a exponer al peligro.

Si el seducido ha sufrido además de los daños espirituales daños materiales, el seductor está obligado también a reparar éstos últimos. Pensemos en el caso del seductor de una joven quien, además de haber procreado en ella un hijo que no reconocerá, ve disminuir enormemente en ella la posibilidad de un futuro matrimonio o de conseguirse un trabajo. En el caso del escándalo no existe propiamente un daño material, como sí puede suceder en la seducción. El escándalo no es la causa directa, verdadera y próxima, para el perjuicio del prójimo, sino sólo su ocasión.



Notas de pie de página


[1] Iván Federico MEJÍA ALVAREZ: Derecho canónico y Teología. La justicia social, norma para el seguimiento de Jesús, el Señor. Estudio del c. 222 § 2 del CIC Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Derecho canónico Bogotá agosto de 1996 (tesis doctoral). Véase en el cap. V de esta misma obra, II.4.b, pp. 959-964.
[2] Véase la anotación del Papa FRANCISCO sobre la importancia de la política como ejercicio de la caridad, en la exh. Apost. del 24 de noviembre de 2013, EG 205, y sobre el papel fundamental de la economía en un nuevo orden mundial, nacional y local, en ibíd.. 206, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
[3] BENEDICTO XVI: Discurso a los Socios de la Unión Cristiana
de Empresarios Dirigentes,
Sala Pablo VI, sábado 4 de marzo, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/march/documents/hf_ben-xvi_spe_20060304_ucid_sp.html La cursiva es mía.
[4] “10. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia « vive un deseo inagotable de brindar misericordia » [Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24]. Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza”: FRANCISCO: Bula de convocación del jubileo extraordinario de la misericordia Misericordiae Vultus, 11 de abril de 2015, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.html#_edn8
[5] Para un acercamiento general al tema, cf. A. SPREAFICO: “Giustizia e misericordia. Un contributo a partire dall’Antico Testamento”, en: James J. CONN – Luigi SABBARESE (eds.):  Iustitia in caritate. Miscellanea in onore di Velasio De Paolis Urbaniana University Press Roma 2005 105-112.
El VI Sínodo Arquidiocesano de Bogotá (1989-1998), llevado a término por el Señor Cardenal Pedro RUBIANO SÁENZ, inspirado y motivado por las difíciles situaciones de violencia que se experimentan en nuestra Patria y en esta Ciudad, señaló el “horizonte samaritano” como criterio directivo de toda la sucesiva acción pastoral. Conforme a éste, el Cardenal ha recordado que “una educación será caritativa y samaritana si con responsabilidad enfrenta las muchas heridas que dejan en nuestros alumnos todas las situaciones que vivimos motivadas por los desafueros del tener, del poder, del hacer y hasta del saber” (Declaraciones Sinodales Publicaciones de la Arquidiócesis de Bogotá Santafé de Bogotá 1998; cf. en El Catolicismo 2-15 mayo 2009 8, consulta mayo 2009: http://www.elcatolicismo.com.co/index.php?idcategoria=16436 ).
Pero ha sido el Papa FRANCISCO quien ha urgido la caridad y la misericordia como características señaladas y primordiales para ser llevadas a cabo hoy en día por parte de las facultades de teología y “de derecho” de las Universidades católicas para evitar “el riesgo de caer en la mezquindad burocrática o en la ideología, que por su propia naturaleza quiere domesticar el misterio”. Lo ha afirmado en su carta del 3 de marzo de 2015 al Card. Mario Aurelio Poli, Arzobispo de Buenos Aires y Canciller de la Pontificia Universidad Católica Argentina, que puede verse en (consulta del 9 de marzo de 2015): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/03/09/0173/00387.html
[6] Papa FRANCISCO: Discurso a los jóvenes en el campo deportivo de la Universidad Santo Tomás de Manila, 18 de enero de 2015, en (vídeo y texto oficial): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/01/18/0046/00067.html y http://www.radiovaticana.va/player/index_fb.asp?language=it&tic=VA_YKMIMJH2
[7] El autor cita el texto de Helmut KUHN: «Liebe». Geschichte eines Begriffs Kösel Munich 1975, en: Jesús de Nazaret , o. c.  p. 26,  nt. 54,238s.
[8] “San Agustín, con un penetrante conocimiento de la realidad humana, puso de relieve cómo el hombre se mueve espontáneamente, y no por coacción, cuando se encuentra ante algo que lo atrae y le despierta el deseo. Así pues, al preguntarse sobre lo que puede mover al hombre por encima de todo y en lo más íntimo, el santo obispo exclama: « ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?».[In Iohannis Evangelium Tractatus, 26,5: PL 35, 1609.] En efecto, todo hombre lleva en sí mismo el deseo indeleble de la verdad última y definitiva. Por eso, el Señor Jesús, «el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6), se dirige al corazón anhelante del hombre, que se siente peregrino y sediento, al corazón que suspira por la fuente de la vida, al corazón que mendiga la Verdad. En efecto, Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae el mundo hacia sí. «Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra».[A los participantes en la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe (10 febrero 2006): AAS 98 (2006), 255.] En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, « a tiempo y a destiempo » (2 Tm 4,2) que Dios es amor.[ Discurso a los participantes en la III reunión del XI Consejo Ordinario del Sínodo de los Obispos (1 junio 2006): L’OR, ed. en lengua española (9 junio 2006), p. 18.] Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios”: Exh. ap. Sacramentum caritatis, 22 de Febrero del año 2007, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20070222_sacramentum-caritatis_sp.html#_ftn2
Esta misma conciencia es expresada y subrayada por la CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. Se lee a este propósito: “6. En la prospectiva cristiana, la verdad no puede estar separada del amor. Por una parte, la defensa y la promoción de la verdad son una forma esencial de caridad: “Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad” (Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate, 29 de junio de 2009, OR 8 de Julio de 2009, 4-5, n. 1). Por otra parte, sólo la verdad permite una caridad verdadera. “La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad” (Caritas in veritate, n. 3). Finalmente, la verdad y el bien están estrechamente conectados: “La verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante socrático: ¿Cuál es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos y la bondad es verdadera” (Benedicto XVI, Alocución para el encuentro con la Universidad de los Estudios de Roma “La Sapienza”, 17 de enero de 2008, OR 17 de enero de 2008, 4-5). Mediante la propuesta de una visión orgánica del saber que no está separada del amor, la Iglesia puede aportar su específica contribución, capaz de incidir eficazmente también en los proyectos culturales y sociales (cfr. Caritas in veritate, n. 5)”: CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA: Decreto de Reforma de los estudios eclesiásticos de Filosofía, 28 de enero de 2011, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20110128_dec-rif-filosofia_sp.html#_ftnref2
Reiteremos este pensamiento del Papa BENEDICTO XVI expresado en su discurso a una Universidad católica, la Università Cattolica del Sacro Cuore, con motivo del 90° aniversario de su fundación, el 21 de mayo de 2011. En un mundo de cambios rápidos y profundos, las Universidades católicas con su propuesta humanista no están exentas de ser cuestionadas y de tener que sufrir también ellas el embate de la productividad económica y tecnológica y de los parámetros exclusivos de lo cuantificable y de una racionalidad sistemática y crítica de las ciencias empíricas pero carente de sentido; y  de la confinación de la religión por fuera de lo razonable. Las Universidades católicas tienen como su razón original de ser el deseo natural de ver a Dios que está presente en el ser humano. Por eso su preocupación ha de ser este mismo ser humano y que llegue a cumplir, en todas sus dimensiones y con todas sus consecuencias, su finalidad intrínseca. Se trata de una misión que les es propia, dado el vínculo indestructible existente entre verdad y caridad, que el Evangelio pone en evidencia. Véase el texto completo en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27483.php?index=27483&po_date=21.05.2011&lang=sp
[9]Toda práctica científica debe ser también una práctica de amor, debe estar al servicio del hombre y de la humanidad, contribuyendo a la construcción de la identidad de las personas. En efecto, como señalé en la encíclica Deus caritas est, «el amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. (...) El amor es "éxtasis"», es decir, «como camino, como un  permanente salir del yo cerrado en sí  mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo» (n. 6). El amor hace salir de sí para descubrir y reconocer al otro; al abrirse a la alteridad, confirma también la identidad del sujeto, ya que el otro me revela a mí mismo. Esta es la experiencia que, como muestra la Biblia, han hecho numerosos creyentes, a partir de Abraham. El modelo del amor, por excelencia, es Cristo. En el acto de entregar su vida por sus hermanos, de entregarse totalmente, se manifiesta su identidad profunda, y ahí tenemos la clave de lectura del misterio insondable de su ser y de su misión”: BENEDICTO XVI, 28 de enero de 2008, Audiencia a los participantes en el Encuentro Inter-Académico promovido por la Academia de Ciencias de París y por la Pontificia Academia de las Ciencias sobre el tema de « La identidad cambiante del individuo » : en : http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/january/documents/hf_ben-xvi_spe_20080128_convegno-individuo_sp.html; original francés, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21567.php?index=21567&po_date=28.01.2008&lang=sp
[10] El Papa BENEDICTO XVI, de igual modo, escogió como tema para la 42a Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales de 2008: "I mezzi di comunicazione sociale: al bivio tra protagonismo e servizio. Cercare la Verità per condividerla": “Los medios de comunicación social: en el cruce entre protagonismo y servicio. Buscar la Verdad para compartirla”: 24 de enero de 2008 en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21457.php?index=21457&po_date=17.01.2008&lang=sp
[11] M. R. P. Adolfo NICOLÁS, S. J.: Encuentro con los periodistas, 25 de enero de 2008, en (consulta febrero 2008):  http://www.cpalS. J..org/publique/media/CG35Boletin9.doc
[12] Noti – ASCUN Boletín de la Asociación Colombiana de Universidades ASCUN – Mayo 3 de 2007 Año 10 Edición Especial. Cf. http://www.ascun.org.co/
[13] Cuando trata el teólogo – y más ampliamente, cualquier docente – con sus colegas de academia las relaciones interpersonales deben ser esmeradamente cuidadas. Aún cuando está de por medio la verdad de la fe, y sobre todo entonces, es necesario recordar las palabras del Doctor de la Iglesia, San Juan CRISÓSTOMO, quien decía que para vencer un error teológico: “nada es más eficaz que la moderación y la gentileza”: De incomprehensibili dei natura 1,352-353 (SCh 28bis, 132), en (consulta noviembre 2007): http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21070.php?index=21070&po_date=08.11.2007&lang=sp 
[14] Santo Tomás DE AQUINO refería esta circunstancia inclusive con respecto a las autoridades eclesiásticas, cf. ST IIa – IIae, q. 33, a. 4.
[15] Además de la diferencia entre la cooperación formal y la cooperación material, y entre cooperación directa e indirecta, se debe tener en cuenta la circunstancia espacio-temporal en la cual se realiza esta acción, pues la sensibilidad moral de la época influye poderosamente sobre las condiciones subjetivas del actor moral. ¿Hasta dónde puede llegar una Universidad católica – o alguien que la represente – en su actuación, o en su silencio? No siempre las directrices de un Estado – sobre todo totalitario – van en el sentido moral objetivo correcto. Lo mismo puede suceder con opiniones y comportamientos que se han generalizado, pero van en contravía de las orientaciones del Magisterio. Para examinar más ampliamente el asunto, cf. Anselm GÜNTHÖR: Chiamata e risposta: una nuova teologia morale Paoline Roma 1979 v. III 375-385.
[16] Son innumerables las ocasiones que se presentan para cooperar en la realización del bien, y, muy concretamente, en el caso de las Universidades católicas y de las Universidades y Facultades eclesiásticas. Algo semejante se puede decir acerca de los medios y de los caminos que se emplean allí y se orientan a la consecución del bien. Y no estamos hablando sólo de los medios humanos para lograrlo, como es el caso de las palabras, o del soporte físico y financiero, sino también de los medios divinos, como ocurre con la oración, el sacrificio y de la abnegación, que, con certeza, poseen un alcance mayor que los anteriores no pueden tener.
[17] ¡Lamentablemente, en nuestro País – si bien no exclusivamente en él - se han visto casos!



Notas finales


[i] Refiriéndose precisamente a esta característica del obrar cristiano en caridad, les decía el Card. Tarcisio BERTONE a unos empresarios italianos (Turín, sábado 6 de octubre de 2007): “El Evangelio, si es mal entendido, arriesga con perturbarnos, porque la atención de Jesús no se concentra sobre estos abusos tan difundidos en aquel tiempo: su finalidad es sobre todo focalizar nuestra mirada sobre la actitud del siervo, para ofrecernos una enseñanza capaz de crear una nueva mentalidad. Propone el siervo como ejemplo a seguir, haciéndonos comprender que en la comunidad de sus discípulos no debe haber explotación. En ella, todos, desde los mismos responsables, deben actuar animados por un espíritu de servicio desinteresado y humilde. En este punto podemos preguntarnos qué os sugiere la palabra de Dios a vosotros, empresarios de los sectores de la industria, del comercio y de otros campos económico-financieros. Vosotros conocéis bien el significado del término utilidad: es la capacidad que tiene un bien o un servicio para satisfacer una necesidad humana. Cada uno de vosotros, al interior de vuestra propia actividad profesional trata de unir fe y servicio de conformidad con la lógica evangélica. En vuestras empresas tratáis de tener presente la función social y la transparencia; la promoción del ser humano y del bien común orientan vuestras decisiones, y tratáis de seguir vuestro camino contando con la ayuda divina. Sin embargo, si nos ponemos frente a la enormidad de las necesidades humanas fundamentales insatisfechas, a los derechos humanos no todavía reconocidos y respetados (desde el derecho a la vida, a la libertad, al trabajo digno), entonces con mayor facilidad nos dejamos poner en cuestión por las palabras de Jesús: «Así, cuando hayáis hecho todo lo que se os había ordenado, decid: ‘Somos siervos inútiles. Hemos hecho lo que teníamos que hacer’» (Lc 17,10). Es decir, hemos hecho sólo nuestro deber. Nuestra capacidad para satisfacer las necesidades humanas de nuestros hermanos debe ser siempre puesta a prueba; nuestra condición de inutilidad – sin la ayuda de Dios sucumbimos, efectivamente, ante toda empresa – debe potenciar nuestro servicio haciéndolo llegar a ser siempre más generoso, humilde, desinteresado, pero, al mismo tiempo, siempre más eficaz, en razón de la fe en Cristo – como vimos antes -; un servicio que no es indulgente con la autocomplacencia, sino que permanece siempre abierto a la conquista de nuevos espacios para la aplicación de la doctrina social de la Iglesia”: En: http://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/card-bertone/2007/documents/rc_seg-st_20071006_omelia-ucid_it.html
Las Universidades, sobre todo las católicas, tampoco ellas, no deberían nunca perder este rumbo y característica de su singularidad. El mencionado Decreto de la Congregación para la Educación Católica (cf. nt. 3182, p. 1301) lo destaca sobremanera cuando afirma: “7. Por esto, la filosofía que se cultiva al interno de la Universidad está llamada en primer lugar a acoger el reto de ejercitar, desarrollar y defender una racionalidad de ‘horizontes más amplios’, mostrando que “es de nuevo posible ensanchar los espacios de nuestra racionalidad […], conjugar entre sí la teología, la filosofía y las ciencias, respetando plenamente […] su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca. En el plano institucional, volver a encontrar “este gran logos”, “esta gran amplitud de la razón” es propiamente la gran tarea de la Universidad”: CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA: Decreto de Reforma de los estudios eclesiásticos de Filosofía, 28 de enero de 2011, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20110128_dec-rif-filosofia_sp.html#_ftnref2
[ii] A manera de ilustración, transcribo el siguiente texto, que muestra, a manera de “sugerencia”, la praxis  propuesta por el P. Gerardo REMOLINA, S. J., quien fuera rector de la Pontificia Universidad Javeriana, para ser empleada en la misma Universidad: “Sugerencias: Cuando en la Universidad Javeriana necesite manifestar su inconformidad con algo. Por: Gerardo Remolina, S. J. 1. Procure tener un conocimiento lo más exacto posible del hecho que causa su inconformidad. 2. Analice las razones y motivos que están o pueden estar, a la base de lo que produce su inconformidad, y sea razonable. 3. Evite hacer interpretaciones no fundamentadas y emotivas de lo que produce su inconformidad. 4. Analice su propia posición ante el hecho, y las razones y motivos personales o grupales de insatisfacción. 5. Averigüe los canales o instancias institucionales que existen para manifestar su inconformidad. 6. Recuerde que el primer paso que debe dar ha de ser el de buscar el diálogo. 7. Confíe en las autoridades e instancias institucionales, a no ser que tenga evidencias o serias razones para dudar de ellas. 8. Haga valer sus razones, y recuerde que el valor de ellas no depende del número de personas que la apoyen, sino de la fuerza misma de los argumentos que emplee. Por ningún motivo emplee el "anónimo". 9. Agote los anteriores recursos, y sólo después de hacerlo acuda a la protesta pública. 10. Entonces, evite todo lo que pueda ser agresivo y violento no sólo física sino moralmente. Febrero 2001”. En (consulta enero 2008): http://www.javeriana.edu.co/puj/acerca/inconformidad.html
Así mismo, sus “sugerencias” acerca de “Cuando en la Universidad tenga que despedir a alguien de su trabajo. Por: Gerardo Remolina, S. J: Recuerde que esta Universidad no es una empresa cualquiera, sino una comunidad que aspira a ser profundamente humana y cristiana. Recuerde que no puede contentarse con el cumplimiento frío y mecánico de unas normas y de unos procedimientos legales, así sean justos y necesarios. Recuerde que a quien va a despedir es un ser humano dotado de dignidad, de sentimientos y afectos: que es miembro de una familia y que tiene padres, esposa (o) e hijos. Recuerde que ha sido un servidor de la Universidad durante años, muchos o pocos no importa, al cual se debe reconocimiento y gratitud. Recuerde que es totalmente contrario a los principios de la Universidad dar pie para que quien se marcha se vaya maltratado, amargado, y con el corazón marchito. Recuerde que quien se va es su hermano o hermana. Trátelo (a) como quisiera que lo trataran a usted, o a uno de sus familiares, en circunstancias semejantes. Antes de despedirlo, llámelo, hable con él, escúchelo y reconozca sus cualidades y méritos. Sea objetivo y respetuoso en exponerle las causas reales de su despido. ¡Sea profundamente humano!”. En (consulta enero 2008): http://www.javeriana.edu.co/puj/acerca/despedir.html
[iii] No podemos ser ajenos al problema de la denominada “responsabilidad social de las instituciones” u organizaciones privadas cuando se trata de su inserción en el mundo real del sistema económico-social imperante. En forma crítica, Mario Roberto SOLARTE RODRÍGUEZ así lo señala: “La responsabilidad social implica, como uno de sus momentos, el trabajo con los sujetos que hacer parte de las empresas… Es necesario generar condiciones para que las personas aprendan otra clase de imitación y emprendan un camino decidido de renuncia a la violencia y a la retaliación. Este proceso incluye la relativización de la propia institución ya que la ética de la no-violencia propone aprender a vivir en las instituciones poniendo a las personas sobre las instituciones, lo cual no se hace sin dar prioridad a la imaginación sobre las reglas, la sensibilidad y apertura a los otros sobre las pretensiones de autonomía… Consideramos que se trata de una concepción que puede articular la gestión de la Responsabilidad Social desde la planeación hasta la contabilidad social, conduciendo a una rendición de cuentas que haga transparentes los procesos de la empresa a la sociedad; esto debe permitir, a su vez, que la sociedad civil pueda incidir de manera más efectiva sobre las empresas; y reduciendo la violencia inherente a toda empresa en cuanto institución constituida con reglas de inclusión/exclusión, con beneficiarios y víctimas. Creemos que esta clase de interacciones promueve transformaciones en las empresas por métodos y perspectivas propias de la no-violencia. Estas transformaciones no se reducen a las empresas, sino que apuntan a cambiar el sistema global de mercado y democracia, que consideramos grandes mecanismos de exclusión, es decir, sistemas de violencia. Se trata de reducir sus efectos negativos: una inmensa inequidad, pobreza y violencia, con una degradación ambiental catastrófica y con efectos desiguales: desempleo e inequidad en el primer mundo, miseria y conflicto violento en el tercer mundo. Consideramos que las transformaciones promovidas por una ética que no ubique a la empresa en este sistema macro, no lograrán producir sino cambios de imagen, pero no transformaciones de los mecanismos intrínsecos al mercado”. Y prosigue: “Es desde la lógica de la víctima, en el sentido de gratuidad y responsabilidad incondicional con la vida de los otros, que se puede romper la lógica de la violencia, determinada por la mimesis de apropiación y por el mecanismo del chivo expiatorio. Comprendiendo esta dinámica de las interacciones humanas, se puede reconducir a las empresas a su función de medios y sistemas de mediaciones para la vida de las personas, que deben ser reconstruidas cada vez que amenacen la existencia de las personas concretas y de la naturaleza como condición de vida humana”: Violencia e institución: aportes para una ética de la responsabilidad social Excerpta Disertationis (tesis doctoral) Facultad de Filosofía Pontificia Universidad Javeriana Bogotá 2008 43 y 46. Sobre la relación entre “monoteísmo y violencia”, véase lo dicho en la nt. 1720. 

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