Capítulo IV
Continuación
I. Dichos y hechos de Jesús relativos a la verdad: aportes de cristología narrativa en algunos de sus contextos
Cuando
nos referimos a la cristología narrativa estamos entendiendo aquí la
exposición e interpretación que los Apóstoles y las primeras comunidades
cristianas hicieron de las obras y palabras de Jesús, el Cristo, en quien
habían creído[1].
Es
cierto, sin duda, que mediante el descarte de las modificaciones redaccionales,
de las formas literarias y de los temas pre-sinópticos, que introdujeron los
evangelistas, se ha abierto un camino que conduce desde los Evangelios hasta
sus fuentes, y desde éstas hasta Jesús mismo, como han intentado algunos
exegetas. Ellos, en efecto, cuando consideran los testimonios múltiplemente
concordes de los textos; cuando, más críticamente aún, examinan las
características de semejanza o desemejanza entre ellos; y todavía más
críticamente aún, cuando demuestran la conformidad o continuidad de las
perícopas de modo que aparezcan con evidencia las características primordiales
de las palabras y las acciones que realizó Jesús, juzgan que han llegado al
Jesús “de la historia”. Los “criterios de historicidad” se vuelven toda una
búsqueda nuestra de aquella “verdad”, indudablemente valiosa.
Pero
esta búsqueda no nos puede hacer perder de vista que la cuádruple “historia
evangélica” no trató de reproducir exacta y como mecánicamente la vida de
Jesús, sino que, más bien, expresó la preocupación que tuvieron los primeros
cristianos por atender al significado que esa vida tuvo para ellos, en los
contextos particulares y bien delimitados de las comunidades eclesiales en que
vivían y de sus necesidades, y fue eso cuanto quedó consignado en los cuatro
relatos. De esa manera nos estaban diciendo que la Revelación cristiana no
quedaba contenida sólo en el mensaje histórico de Jesús del año 30, ni aún en
el kerygma de la comunidad primitiva, sino en el conjunto de la obra y
de las palabras de Jesús presentadas e interpretadas por la Iglesia apostólica
y, en ella, por los evangelistas[2]. Gracias a que se había tratado
de un proceso de exposición y de interpretación “ascendente” de los
acontecimientos de la vida de Jesús (“misterios”), su significado de revelación
para nosotros consiste en permitirnos comprender que la manera de obrar de
Jesús, sus gestos y sus palabras son un modelo abierto para que el cristiano de
hoy se inspire en ellos para hacer su propio seguimiento[3], su propio “obrar la verdad” y
“caminar en la verdad”.
Así,
pues, cuando afirmamos que indagaremos por los “hechos y dichos de Jesús”, como
ejercicio de cristología narrativa, estamos expresando que nos interesan
aquellos hechos y dichos más por la verdad[4] y significación[5] que poseen en aquella
perspectiva de totalidad que aportan los Evangelios – y muy especialmente el de
Lucas a quien seguiremos más de cerca[6], y el de Juan[i]
– que por la exactitud de tal o cual suceso narrado por ellos[7]. Es la diferencia que existe
entre historicidad (en alemán: Historie)
e historialidad (en alemán: Geschichte)
de un hecho, que han propuesto los expertos[8]. Un aspecto nos conduce a otro
en la trama de la historia.
Con
todo, permanentemente tendremos que exigirnos dejar de lado aspectos de
importancia, pero que nos alejarían del punto al que queremos enfocar: ¿Qué
relación guarda Jesús con los cuatro cc. que son origen y motivo de nuestra
investigación?
Para
comenzar a contestar esta pregunta me atrevo a sugerir al comienzo de esta
indagación que si por algún aspecto es conocido y reconocido Jesús de Nazaret
es, precisamente, porque como hombre, y muy concretamente como hombre
israelita, se planteó – muy de lleno, muy profunda e integralmente – la
pregunta acerca de Dios y de las implicaciones, condiciones y exigencias que
esta pregunta lleva consigo para las personas y las sociedades: la necesidad de
ser profunda y verdaderamente humanos, es decir, realizar, como individuos y
como comunidades, altos niveles de solidaridad y desprendimiento, en los que la
verdad de, y en, las relaciones expresa la justicia de las mismas. En las
secciones y subsecciones que siguen trataremos de adentrarnos en la experiencia
religiosa de Jesús, en la multifacética, totalizante y radical expresión de su
personal enfoque – inclusive en lo que tiene que ver con las libertades,
responsabilidades, derechos y obligaciones fundamentales y con los principios
sobre los que los mismos se asientan –; y en el desenlace personal y social que
tuvo su opción de vida.
1. Algunas
coordenadas espaciales, temporales, culturales y personales de Jesús.
Pero, a
fin de lograrlo, es menester avecinarnos en primer término a la época en la que
sucedieron esos acontecimientos, intentando encuadrarlos y comprenderlos lo
mejor posible, sin pretender ser exhaustivos.
Al
hacerlo, cuando emprendemos la lectura de los textos sinópticos, y en
particular cuando damos un repaso al texto de Lucas, nos llaman la atención
algunos detalles que queremos resaltar[9]. Examinaremos, por lo tanto,
diversos puntos de referencia que nos permitan delimitar y destacar la persona
de Jesús: su marco histórico-cultural, y, especialmente, las concepciones
contemporáneas judías acerca del ser humano, sobre el mesianismo y la
salvación; la relación de Jesús con Juan Bautista y su ministerio y algunas
anotaciones sobre otros aspectos referentes a la “infancia” de Jesús;
indagaremos por situaciones que nos permitan describir la relación de Jesús con
algunas tradiciones religiosas de su nación; y, por último, exploraremos el
asunto de la genealogía de Jesús.
a.
La ubicación histórico-cultural-teológica de Jesús
1.
Frente a quienes piensan que hay que desterrar preguntas tan “occidentales”
como qué podemos conocer, qué debemos hacer o qué nos cabe esperar — relativas
al “sentido de la vida” y herederas del cristianismo —, porque suponen un peso
excesivo para el hombre, se erige la figura de Jesús. Esta figura, recogida y
transmitida por quienes fueron sus contemporáneos y sus creyentes, revela y
defiende un “tipo de hombre” que, entre otras características, es capaz de pensar
su propia orientación hacia el bien, una universalidad sin exclusiones y un
paradigma de mundo que no sea la entrega a una mansa evolución hacia el
hundimiento.
Para
comprenderlo mejor, sin embargo, debemos comenzar por conocer de qué manera
Lucas, nuestro cicerone, quiso ubicar espacio-témporo-culturalmente su relato[10]. No sabemos qué otras
alternativas de redacción se le presentaron, pero la escogida por él nos aboca
a ponderar la importancia que tuvo para él exponer al lector,
circunstanciadamente y basándose en realidades culturales, el contexto en el
que se habría de desarrollar su narración. Para el efecto, captó, precisamente,
que este tejido se había caracterizado por expresar una expectativa bien
peculiar y propiamente comprensible al interior de las tradiciones
religiosas proféticas, legislativas y sapienciales existentes, si bien no
exclusivamente, en las regiones de Jerusalén (1,9), Judea (1,5) y Galilea - por cierto, cruce de múltiples tradiciones culturales - (1,26), típicas, por lo mismo, del pueblo de Israel en un momento
determinado de su historia religiosa – “en el pontificado de Anás y Caifás”
(3,2) – y política – “el año quince del imperio de Tiberio César” (3,1) –[11].
Como
quien dice, trataba de situar a Jesús para sus interlocutores en un período,
lugar y cultura específicos, que él quería sincronizar expresamente con la
historia y con la experiencia religiosa[12] de la humanidad, especialmente
con sus búsquedas e interpretaciones vinculadas con elementos hoy distinguidos
como “éticos”, y muy en particular con la historia y con las condiciones socio-político-jurídico-económico-culturales[13] del Imperio romano en que se
encuadraban, que era (imponía), por así decirlo, en cierto modo, “la” historia universal
de la época[ii].
1) La expectativa de salvación en Israel y su concepción antropológica de
base.
2. Un
elemento central en el conjunto de las creencias y de los ritos religiosos del
Israel de la época de Jesús estaba caracterizado por esa expectativa, una
expectativa de liberación y protección, que se había venido forjando a
través de los siglos. Iremos constatando a lo largo del capítulo algunos de sus
componentes. Veamos algunos elementos iniciales:
En
primer término, ha de observarse cómo tal expectativa hace patente la
indisoluble y exigente unión que establecía el pueblo de Israel entre fe en
Dios y actitudes y comportamientos éticos. Quizás fue ya el profeta Oseas
de Israel (su ministerio se realiza c. a. 745-724 a. C.) quien, en tono
poético, describió (o idealizó) mejor los orígenes de ese proceso más que
milenario, cuando se refirió a la época del “desierto” (Os 2,16),
durante el Éxodo[14] - es decir, un hecho acaecido
unos cinco siglos antes - como la época del idilio, de la reunión y de la
alianza entre Dios y su pueblo, en total sinceridad, cuando las expresiones y
formas rituales de por entonces no eran ni muy elaboradas ni tan primordiales,
en franco contraste con lo que sí ocurría en los pueblos vecinos[15] (cf. Os 12,10; Am
5,25). Ideal de amor, unión y fidelidad sinceros y espontáneos que, por
parte de muchos, se consideraba perdido ya a causa del pecado, pero que, sin
embargo, fue acrisolando la reflexión y soportando la esperanza de las
generaciones.
Con el
transcurso del tiempo esa misma comunidad llegó a considerar y a consignar en
su literatura que lo que estaba ocurriendo en sus relaciones con Dios – Yahwéh
– no correspondía sólo a una situación interna y exclusiva suya (cf. 1 Re
3,1-3; 11,1-13, por ejemplo), sino que, por el contrario, caracterizaba las
relaciones de todos los seres humanos con Dios: era el régimen del pecado (cf.
Gn 3,1-24). Mencionemos algunos de los sucesos que proporcionaron
elementos para su reflexión y que la acicatearon: la experiencia política de
sentirse y saberse “pueblo”, organizado primero como un solo Estado (durante
los reinados de Saúl, David y Salomón), y luego en dos, Israel, al Norte (con
Jeroboam y sus sucesores) y Judá, al Sur (con Roboam y su dinastía); el
acentuamiento de la diversa sensibilidad cultural que caracterizaba a sus
territorios y poblaciones distintos; la manera heterogénea de manejar sus relaciones
ad intra y ad extra[16], bajo la influencia de
personajes carismáticos como los profetas (por ejemplo Elías, cf. 1 Re
17,1 – 2 Re 2,18) y de instituciones sociales tan peculiares como las
relativas a las finanzas y a la propiedad[17]; las múltiples tradiciones que
confluyeron en la elaboración de los textos fundacionales bíblicos; las
vivencias mismas de guerras, Deportación, Reconstrucción del Templo, nuevas
invasiones, etc.
Concurre
en este proceso, de igual modo, la percepción y toma de conciencia “antropológica”[18] que se fue adquiriendo – aunque
no en forma generalizada, también es cierto –: que así como se podía y se debía
afirmar en la fe el origen en Dios del cosmos, de la vida y del ser humano, así
mismo era posible aseverar algo acerca de su destino final.
La
concepción esencial acerca de este problema antropológico, que perduró
inmodificada en Israel prácticamente durante toda la historia en la que se
escribieron sus textos fundacionales – Antiguo Testamento[19] –, se podría afirmar que es,
por lo general, la que compartía Israel con otras culturas[20], especialmente las vecinas, y
que, como anticipo de nuestros posteriores desarrollos, se puede resumir en los
siguientes textos:
·
Nm 16,33, que se refiere al šeol como el lugar en las
profundidades de la tierra a donde “bajan” los muertos (Gn 37,35; etc.)
definitivamente (Sal 48), llevando una existencia precaria “sin obra, ni
razones, ni ciencia ni sabiduría” (Qo 9,10) y, especialmente, donde no
se alaba a Dios: “el que vive, el que vive, éste te alaba, como yo ahora” (Is
38,17-20).
·
Otros textos, sin embargo, afirman que todos
los seres vivos, no distintos de ellos los humanos en su unidad psico-física,
sin más y simplemente “exhalan el espíritu y vuelven al polvo” de donde fueron
sacados (Sal 145,4; 89,3).
·
Sólo en los tres siglos más cercanos a Jesús,
en los últimos estratos o capas literarias de la Biblia, se observa cierta
peculiar evolución en esas doctrinas, no sin alguna influencia del pensamiento
greco-romano, o como reacción a él, en dos direcciones, no necesariamente
conexas:
1ª) la cuestión relativa a la dimensión
corpórea humana (la “carne”)[21] de los “justos”, que “se
despertará” (Dn 12,2-3), pero abarcando la persona entera para
participar en el reino mesiánico (2 Mac 7,9); y
2ª) la cuestión relativa a la inmortalidad (Sb
3,1-5,16).
De en
medio de estas elaboraciones y reflexiones, aunque no exclusivamente por este
factor, nacerán dos tendencias que serán decisivas en la época de Jesús y en
sus controversias con él, por su diversa forma de aproximarse a la Verdad: la
corriente de los saduceos y la corriente de los fariseos[22].
Sintetizando
las tensiones resultantes de estos y otros procesos encontramos un vector al
que el pueblo hebreo denominó el “mesianismo” (especialmente el
davídico, cf. 2 Sm 7,1; Is 7,14), en sus diversos matices, y que
llegó a ser clave para la explicación y fundamentación de la propia identidad
nacional y religiosa, de su esperanza, y, por lo general, como sinónimo de la
felicidad, de la vida y de la paz completas a las que ellos aspiraban y que se
obtendrían con su llegada (Os 2,20; cf. Is 11,1-9)
[23].
Mapa administrativo de Palestina Ilustración 2[25] |
En medio de estos complejos, y a veces contradictorios, procesos de transformación, transmisión y adquisición de una cultura tan peculiar, no podemos dejar pasar de largo, en razón de nuestro propósito, el asunto concerniente a la educación[26], medio de transmisión cultural por excelencia. Y nos referimos no sólo a la educación religiosa de los jóvenes, que generalmente en el pueblo de Israel tuvo gran importancia y gozó de excelencia en el ámbito familiar (cf. por ejemplo Tb 4,18). Sin embargo, esta educación, a partir del reinado de David, y en su propio caso (un poco antes del año 1000 a. C.), se había realizado de una manera más institucional y cualificada, en especial cuando esos jóvenes habían de estar al servicio de la corte (cf. 1 Sm 16,15-18; Pr 22,29) en funciones consultivas, militares, diplomáticas, judiciales o religiosas (cf. Pr 15,22; 20,8; 2 Sm 17,1-16)[27], o como escribanos (Rabbí) del Reino[28], asegurando lo que hoy se denominan las “generaciones de relevo”. Para el tiempo que reseñamos, las tareas institucionales cualificadas docentes las vinieron a desempeñar especialmente las Sinagogas[29] en las diversas ciudades, y, sobre todo, el Templo de Jerusalén, llegando a formar verdaderas “escuelas de interpretación” de los textos sagrados[30]. Salvo la mención que hace Lucas sobre Jesús adolescente en Jerusalén y en Nazaret (cf. Lc 2,41-52: “Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas“: vv. 46s) – muy indicativa, por otra parte, porque nos advierte que la formación de Jesús no se efectuó en esos círculos, precisamente al lado del templo o de la corte: ni judíos, porque aún en caso de la de Herodes, su “corte” ya no tenía la importancia política de otros tiempos, además de que su personal actuación estaba ampliamente deslegitimada entre sus mismos correligionarios; ni romanos, porque geográfica y culturalmente hablando, se encontraba muy distante de ella y de su “ideología”, cuánto más que era la manera de proceder de la potencia invasora – poco más es lo que se puede afirmar del período de “formación” de Jesús.
2) Pero, ¿de qué salvación se trata?
3. Ahora
bien: Lucas, quien, como dijimos, relata desde su experiencia postpascual,
comunitaria y cristiana, se complació en detallar las características de la
salvación en el marco neotestamentario de una “pedagogía” que Dios ha ido
desplegando a lo largo y en el seno mismo de la historia humana, de seres
humanos concretos, para contrastarlas con otras propuestas vigentes en su
entorno[31]: ¿Se trataba, acaso, de una
salvación “nacional”, “apocalíptica”, “espiritual”, “desencarnada”, “legal”,
“intrahistórica”, o “transhistórica”, para citar algunos paradigmas
contemporáneos suyos (cf. al respecto, el comentario a 1.g.6, en especial las
nt. 1558s, p. 556)? De hecho, el concepto de “justo” poseía en el contexto
contemporáneo a Jesús unas sustentaciones muy precisas, que habían venido
desarrollándose desde siglos atrás, sobre todo a partir de la comprensión que
se fue adquiriendo, como reacción a la presión cultural helenística
totalitaria, acerca de la Toráh y de su capacidad “justificadora”, contra lo
cual, empero, polemizó Jesús y, posteriormente, san Pablo[32]. En el escrito de Lucas se
reconoce entonces un proceso muy diferente en contenido y en presupuestos. Lo
consideraremos en su debida oportunidad, especialmente a partir del texto del Benedictus[33] (1,67-80), alta pieza de la
tradición cristiana nacida en un genuino contexto judío, cuando el cuadro
reciba su acabado final.
Con
todo, para acercarnos a ese texto a su debido momento se hará necesario ir
teniendo presentes y elaborando diversos antecedentes. En lo que se refiere al
concepto “salvación”[34] (volveremos de nuevo más
adelante sobre el término, cf. infra, 1.h.19, p. 651) ya era reconocido como
correspondiente a un elemento fundamental y propio de la experiencia religiosa
de muchos pueblos: en las religiones mistéricas y herméticas europeas, del
cercano Oriente y de sus regiones circundantes, por ejemplo, en las que,
mediante ritos secretos o misterios[35], las personas iniciadas entraban en unión
mística con la divinidad, desvaneciéndose, o no, en ella. E, inclusive, además
de mencionar el Zoroastrismo persa, tampoco podemos dejar de mencionar que en
la literatura védica los hindúes habían amalgamado en sus textos – datados,
según algunos autores, como es el caso del Rig Veda, entre no menos de
mil quinientos a no más allá de cinco o diez mil años a. C. – sus creencias
sobre la salvación comprendida como la liberación del alma del ciclo de la
muerte y de su re-nacimiento y el alcance de su estado más alto espiritual[36].
3) Juan, el bautista
4.
Ahora bien, en los momentos cruciales que relata Lucas, esta expectativa
advertía una conmoción a raíz de la presencia de un personaje realmente
singular[37], Juan, el “hijo de Zacarías, en
el desierto” y “por toda la región del (río) Jordán” (3,2-3). Se trataba de esa
expectativa tan característica a la que nos hemos referido, y que expresaban
algunos coetáneos suyos que, “buscando el rostro de Dios” (Sal 27 -26-
8-9), esperaban la llegada del Mesías (3,15; cf. infra, 1.f.4)c)20, p.
516; y, además, pp. 663; 668; 675); más aún, inclusive llegaron a pensar que
Juan era el Mesías (3,16-17). Esa expectación estaba a punto ya de cumplirse,
consideraban ellos, y era una maravillosa noticia: primero, para Israel
(1,32s.54s.68ss; 2,15-18[iii]),
sin duda alguna; pero, en la perspectiva universal que hemos insinuado
ya de Lucas – que era también, por cierto, una perspectiva que se había venido
elaborando en el seno de la tradición profética y sapiencial de Israel (cf. Is
4,3 = antes de la caída del Reino del Norte, Israel, año 721 a. C.; Jr
24,8 = tras la ruina de Jerusalén, año 587 a. C.; Za 8,6.11 = al regreso
del destierro, año 538 a. C.) – se trataba de una perspectiva válida también
para todas las naciones (Lc 1,79; 2,14.32): era una verdadera “Buena
Nueva” que comenzaba a anunciarse.
4) La conversión
5. Con
todo, Juan, “escuchando su corazón” (Sal 27 -26- 8[38]), con esa conciencia que tenía
de buscador de Dios y de ser sólo el “precursor”, para que se lograse captar la
calidad de esta expectativa en su originalidad y pureza, indicaba que se hacía
del todo necesaria una sensibilidad particular y una preparación para poder
acogerla. Esta preparación la permitía sólo la conversión[iv]
(3,2.8), que se expresaba en ese momento en un bautismo (3,2) y en un cambio en
la conducta moral. Esta “conversión” se urgía, fundamentalmente, más
interiorizada (3,7s) y más radical (3,9-14). Aquella expectativa en proceso de
cumplimiento, que era al mismo tiempo Buena Nueva (Evangelio), se refería, sin
embargo, a otra persona, y Juan así lo comprendió y expresó: concernía a Jesús,
“que os bautizará en el Espíritu Santo y en el Fuego”, como eran sus palabras[39]. De ahí en adelante, el
personaje central del relato Lucano dejó de ser Juan y se volvió Jesús, con
todo lo que él dijo e hizo; y, de nuevo, sólo muy esporádicamente, tangencialmente,
aparecerá Juan (9,7-9), lo mismo que asomarán otros personajes, pero siempre
para contrastarlos con Jesús o para congregarlos en torno a él[40].
a. “Se le dio
el nombre de Jesús” (Lc 2,21b)
5) Jesús infante, adolescente, joven y hombre maduro
6. En el mismo marco de los
“relatos de la infancia” en que se encuentra el himno de Zacarías, y con el
mismo propósito, pienso que se pueden diferenciar dos intensidades en el
texto lucano acerca de ese período amplio de la vida de Jesús (que, aún hoy, a
muchos, causa inquietud[41]). Se trata de un período que la
psicología actual evidencia como trascendental para el desarrollo de la
personalidad humana[42]. También la antropología
cultural ha puesto de presente de qué manera las culturas han rodeado desde
siempre dicho período con diversas ceremonias[43].
a) La primera de tales intensidades guarda
referencia con el “crecimiento” y el desarrollo de Jesús en su etapa anterior a
los doce años[v],
en la que “la gracia de Dios estaba sobre él” (2,40), y que el autor puso en
paralelo con similar condición en el caso de Juan (1,66.80a);
y b), la segunda intensidad hace referencia
al “desarrollo” o “progreso” (gr.= προκοπτειν : “avanzar”: término exclusivo de
Lucas para Jesús) “en sabiduría[vi],
en estatura (edad) y en gracia ante Dios y ante los hombres”, en aquella etapa
trascurrida a partir de los doce años, durante la cual Jesús “vivió sujeto” a
su Madre y a su padre en la vida hasta cierto punto rural de la aldea de Nazaret (2,51s), mientras Juan llevó un género
de vida bien distinto: “vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación
a Israel” (1,80b[44]).
Acerca
de una y otra intensidades, pienso, no se trata, ciertamente, de ir más allá de
lo debido haciendo suposiciones ni extrapolaciones psicológicas[vii]
ni antropológicas anacrónicas (como tan frecuentemente acostumbraron hacer los
llamados “evangelios apócrifos”: Jesús, una especie de superman), que,
siendo muy humanas, no caben en este contexto interpretativo. Por el contrario,
sí se ha de resaltar la clave teológica de primerísima importancia en la
que se debe leer el texto, como fue escrito[45], es decir, que en el individuo
Jesús, procesualmente infante, niño, adolescente y adulto joven, como
otro más de sus compatriotas, sin peso político, en su cotidianidad ciudadana,
expresando en su conducta el cumplimiento de sus deberes religiosos y
familiares, Dios se ha complacido en manifestar su gracia sin trastornar la
naturaleza humana (S. Ireneo). Queda en principio claro, por tanto, que no
habría que esperar nada raro[46] de Jesús, particularmente en su
segundo período, pues, en continuidad con el período precedente, al mismo
tiempo que iba desarrollando su inteligencia, su capacidad de búsqueda de la
verdad y de adquisición del saber, inclusive mediante los conocimientos
experimentales del mundo visible en que vivía y empleando las mismas
instituciones sociales que los demás, se preparaba para la misión que habría de
llevar a cabo luego de largos años de silencio, de maduración y de
correspondencia consciente[47] a la acción de Dios en él[48]. Por el contrario, quizás una
de las expresiones más duras que escucharemos de Él posteriormente irá en la
línea, precisamente, de su crítica (10,2122) a quienes (los escribas: exegetas
especialistas bíblicos de su tiempo), “sabios e inteligentes” (académicamente)
en extremo, no emplearon – no emplean –
sus conocimientos (el fruto del ejercicio de su “razón”) para comprender
el orden de cosas de Yahwéh (dejarse tocar por Él en su vida, formarla, y no
sólo informarla, usando la “razón” para quererse poner por encima de Él), como
ciertamente Él, “pequeño”, “lleno de Espíritu Santo”, humilde de corazón ante
la novedad del actuar del Padre, si lo hizo.
6) Jesús comparte las tradiciones religiosas de su nación
7. Por
otra parte, Lucas, quien, como él mismo afirma, gustaba de “ser preciso” (1,3)
en los detalles que iba a referir, fue especialmente diligente cuando se trató
de las fechas y acontecimientos significativos de la vida de Jesús. En
efecto, cuando las otras narraciones sinópticas comenzaron su relación de los
hechos siendo parcas al mencionar este tipo de datos (cf. Mc 1,9; Mt
3,13 y es excepcional Mt 1-2; Jn 3,22ss), Lucas nos relata que
Jesús “al comenzar, tenía unos treinta años” (3,23). Se trata de una
información que se apoya en la tradición, pero a lo que sí apunta el dato es
que otros personajes sumamente valiosos de la historia del pueblo hebreo
también comenzaron su actividad, precisamente, a una edad semejante, tales son
los casos de José (Gn 41, 46) y de David (2 Sm 5,4).
Más
aún, el texto mismo lucano y su significación nos exigen volver nuestra mirada
de creyentes hacia el pasado, dejarnos remontar con él hacia los antecedentes
del hecho, para que, a partir de esta mirada, nos enteremos de una variada y
familiar información acerca de la infancia y adolescencia de Jesús, en
un género literario que, sin embargo, los estudiosos más recientes han
catalogado como midraš[49]: sus padres y su concepción
(1,26ss; 3,23)[50], su nacimiento (2,1-21), su
circuncisión mediante la cual se designaba un nombre y se lo incorporaba
religiosa y jurídicamente a su pueblo de Israel (2,21), su presentación y
consagración al Dios de Israel (2,22ss), la fijación de su residencia, en el
hogar de sus padres, en Nazaret de Galilea (2,39), su llegada a los doce años y
el episodio de Jerusalén (2,41-50), y, posteriormente, su regreso a la misma
ciudad de residencia (2,51). Todo ello signado, como se ve, por un marco no
sólo de religiosidad – inclusive en lo que tiene que ver con los derechos y
deberes religiosos de su comunidad – sino de testimonio activo y sencillo de fe
judía.
7) La genealogía de Jesús
8.
Tampoco puede pasar desapercibido un último detalle: me refiero a la genealogía
que propone Lucas en su texto (3,23-38), diversa de la que presenta Mt 1,1-17
en varios pormenores. En primer término, en razón de la ubicación, pues,
mientras Mt comienza con ella su evangelio, antes de la narración de los
episodios de la infancia, Lc la presenta al comienzo del ministerio
público, inaugurado ya por el bautismo del mismo Jesús, pero inmediatamente
antes de las tentaciones en el desierto[51].
De
igual modo, mientras Mt indica los descendientes de Abraham hasta llegar
a Jesús, Lc procede a la inversa: parte de Jesús para llegar, como en
una cadena, hasta Adán, y, por éste, a Dios, subrayando de esa manera la
pertenencia de Jesús al género humano y el alcance universal de su obra. Hace
que la historia no sólo se remonte hasta su origen, sino hacia arriba[52], y que tenga su vértice en
Jesús (Adán y Jesús en la raíz de la historia: Adán en el alejamiento de Dios,
Jesús en la re-creación de esa relación). Sin perder de vista este hecho, los
nombres mencionados en una y otra lista poco tienen en común, pero coinciden en
algunos personajes de máxima importancia para la nación judía y para la religión
hebrea[53]: los patriarcas, con Abraham a
la cabeza, como iniciador del proceso que condujo hasta la fe pura monoteísta;
David, el rey-símbolo; Zorobabel, quien alentó la fe durante la crisis el
exilio y la repatriación... Como se ha advertido, no se trata tampoco aquí de
una lista que esté dotada de pretensiones ni biológicas ni históricas, a las
que la exactitud, quizás, pudiera o debiera distinguir. Sí, en cambio, son
notorios los pormenores de las setenta y siete generaciones de Jesús a Adán que
menciona Lucas (Mt sólo 42 para un período más corto, sin embargo),
coincidentes con cierta tradición de la apocalíptica judía de la época[54], con lo cual se sugeriría la
inauguración de una “humanidad escatológica”; hecho que contrasta con la
mención en la lista de pecadores célebres; y, finalmente, que dentro de tales
generaciones – y como ejemplo de estos últimos – “David es el único rey
nombrado”, en una referencia que era ampliamente acogida y compartida por la
comunidad cristiana de los comienzos (cf. Mc 10,47s; 11,10s; He
2,29-32; 13,22s; Rm 1,3-4)[55], pero con la que,
probablemente, Lucas, y la misma comunidad, querían desvirtuar la
ideologización de un mesianismo temporal, que era, por cierto, una tentación
muy fuerte por entonces.
Insistamos
en la mención de cómo esta genealogía culmina en Adán – el primer humano,
“imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,27: “varón y mujer”) según la Biblia,
“hijo de Dios”, según el texto que examinamos (v. 38) – y, por él, en Dios. El
argumento de Lucas es claro (y, como veremos, aprendido de la escuela Pablo:
“en Cristo”): los seres humanos se co-definen tanto por sus condiciones
o dimensiones experimentables por introspección de sí y por los medios
científico-técnicos del momento, como por su vocación divina, sin
oposición ni reducción alguna. De esta manera, entonces, los contextos que
Lucas nos proporciona nos sitúan en un plano teo-lógico (en clave teológica)
pero profundamente humano en simultaneidad, como insistiendo en la necesidad de
no contraponer sino de descubrir un sentido para el ser humano en la
historia, en sus hechos, procesos y acontecimientos, invitándonos a
evidenciar la acción que Dios sigue llevando a cabo en ella, y, más aún,
convidándonos a entrar en relación con Él.
Notas de pie de página
[1] Es significativa la
revisión que hace del tema, desde el punto de vista bíblico, Romano PENNA en el
artículo “I fondamenti della cristologia neotestamentaria. Alcuni aspetti della
questione”, que ha
sido publicado por la PONTIFICIA ACADEMIA TEOLÓGICA en: Path 2 2003/2
305-320. No se trató de un aglutinamiento de palabras, gestos y acciones,
incluso de silencios, referentes a Jesús, afirma el autor. Jesús mismo, por
otra parte, los interpretaba. Pero las primeras comunidades introdujeron, al
mismo tiempo, sus propias y, a su manera, segundas interpretaciones, o
reinterpretaciones, a partir de su fe y de la profundización y de la
elaboración que fueron haciendo de la misma.
[2] Cf. el texto de Ignacio DE LA POTTERIE: “Cómo plantear hoy el
problema del Jesús histórico”, en: SeT 9/33 ene-mar 1970 30-40.
Al tema cristológico, y en
particular a las denominadas “Cristologías de tercera búsqueda” los profesores
del Departamento de Teología de la PUJ dedicamos un cursillo de actualización a
comienzos del 2005, bajo la dirección del P. Silvio A. CAJIAO: desde H. S.
Reimarus y D. F. Strauss (Lessing y Herder) en la Modernidad, pasando por la
“investigación liberal” de Holtzmann, Hase y Beyschlag, posteriormente;
pasando, igualmente, por las tres “historias” que retomaron la “old question”: de las formas, de la
redacción y de las religiones, en las cuales descollaron Schweitzer,
Bultmann, M. Kahler, Dibelius, Schmidt y Drede; pasando, del mismo modo, por la
“new question” de Käsemann, Bornkamm,
Fuchs, Ebeling y Braun, algunos de cuyos principios he colocado en el texto; y
llegando, por fin, a la “Third quest for the historical Jesús” que plantean Ed Parish
SANDERS: Jesús y el judaísmo Madrid Trotta 2004; Geza VERMES: Jesús
el judío: los evangelios leídos por un historiador Anaya & Mario Muchnik,
Madrid 1996; Gerd THEISSEN: La sombra del galileo: las investigaciones
históricas sobre Jesús traducidas a un relato Salamanca Sígueme 1993; y Colorido
local y contexto histórico en los evangelios: una contribución a la historia de
la tradición sinóptica Salamanca Sígueme 1997; John Dominic CROSSAN: El
nacimiento del cristianismo: ¿qué sucedió en los años inmediatamente
posteriores a la ejecución de Jesús Santander Sal Terrae 2002. Cf. nt. 301.
Para una presentación completa de la problemática, cf. J. P. MEIER: Un judío
marginal: nueva visión del Jesús histórico Navarra Verbo Divino 1998 3 v.
[3] En los relatos de la narrativa se podrán evidenciar aquellas
preguntas antropológicas relativas a la vida humana, que se expresan
especialmente en los “personajes”; aquellas preguntas teleológicas que tratan
acerca del tiempo, y que son como el “argumento” de los relatos; unas preguntas
ontológicas, acerca de las fronteras, que afirma la “atmósfera” de los relatos;
y unas preguntas axiológicas sobre el valor, que se aprecian en el “tono” de
los relatos. En cada caso, resaltaremos, según se considere conveniente, una u
otra o varias perspectivas.
Bien ha sabido expresar en forma técnica este
propósito el “teólogo” y Papa BENEDICTO XVI, quien afirmó muy recientemente
sobre la interpretación de los textos bíblicos y su relación con el presente: “Una teología que emplea
toda la seriedad histórica para comprender y
estudiar los textos, analizándolos con toda la seriedad de la búsqueda
histórica, y que no los deja quedarse en el pasado, sino que, en su
investigación, participa en la auto-superación de la letra, entra en esta
auto-superación y se deja conducir por ella y, de esta manera se pone en
contacto con Aquel de quien la misma teología proviene: con el Dios vivo. Y así
el hiato entre el pasado, que la filología analiza, y el hoy es superado por sí
mismo, porque la palabra conduce al encuentro con la realidad, y la actualidad
entera de cuanto está escrito, que se trasciende hacia la realidad, llega a ser
viva y operante”: Discurso a los
participantes en el Simposio Internacional sobre (el teólogo) Erik Peterson, 27
de octubre de 2010, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26280.php?index=26280&lang=sp
[4] Es importante explicar aquí en qué sentido
entendemos esta expresión. Lo hacemos con el texto del notable exegeta Pierre
BENOIT: “1) Abordemos la Biblia con espíritu menos occidental y menos griego,
no buscando verdades especulativas, sino una verdad de vida, de encuentro y de
amor que nos haga marchar con ella. 2) Vayamos a la Escritura con este sentido
religioso que busca en los sucesos y en las palabras la dimensión divina, el
sentido de Dios. 3) Vayamos con el sentido de una revelación en progreso, en
marcha, a la que ha aportado algo el espíritu humano. 4) En fin, leamos la
Biblia con el sentido dialéctico que no se contenta con tomar un texto
aisladamente, sino que lo pone en el contexto y en el contexto mayor”, en: “La
verdad en la Biblia”, en: Revue
La vie spirituelle 526 abril 1966. Volveremos
al final del capítulo más ampliamente sobre este tema que, sin embargo, ha de
considerarse transversal a toda nuestra exposición.
[5] Decía el Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, al comenzar su
enc. EV, que la alegría está asociada (y ello no debería en ningún caso
perderse) con la vida, especialmente con cada niño que nace. Nuestra tarea
consiste precisamente, como él lo decía, en “pone también de manifiesto el
sentido profundo de todo nacimiento humano”, de toda existencia humana, de todo
ser humano. La carta fue fechada, justamente, el 25 de marzo de 1995. Cf. en: http://www.vatican.va/edocs/ESL0080/__P1.HTM
[6] El Evangelio de Lucas posee unas características peculiares
importantes para esta investigación en particular, entre otras razones porque
se señala que tanto su autor como sus destinatarios provenían muy probablemente
de la “gentilidad”, del medio greco-romano con todo lo que lleva consigo, pues
se movieron en círculos muy cercanos al Apóstol Pablo y a su predicación: cf.
Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas Edicep Valencia 2000 32.
Varios autores han asumido
su propia interpretación de la globalidad del texto lucano, o de algunas de sus
partes, desde la perspectiva narrativa; sin embargo, de entre los que podemos
mencionar: Jean-Noel ALETTI: El arte de contar a Jesucristo: lectura narrativa
del evangelio de Lucas
Sígueme Salamanca 1992; Mark COLERIDGE: Nueva lectura de la infancia de
Jesús. La narrativa como cristología en Lucas 1-2 Ediciones El Almendro Córdoba 2000; Michael CARD: Luke: the gospel of amazement. The
biblical imagination series IVP Books Downers Grove
(ILL.) 2011.
La tentación será, sin
embargo, permanente: dados sus antecedentes de hombre griego–romano, por el siglo en que vivió, por su fama de
médico (seguramente a él aludía Pablo en su carta a los Col 4,14), quererle atribuir a su texto, o pretender buscar o
encontrar en él, una serie de problemáticas – muy válidas, quizás, sobre todo
para nosotros hoy, mas totalmente ajenas a la experiencia lucana y a la de las
comunidades a partir de las cuales y a favor de las cuales escribió – pero que
son especialmente extrañas al kerygma original y a los “hechos y dichos” de
Jesús, a los cuales se diera él tan conscientemente como su propósito último
(cf. Lc 1,1ss). Más aún, no es – y no debería ser – Lucas, el
evangelista, el hagiógrafo, el centro de esta investigación teológico-canónica,
por supuesto, sino Jesús, el Evangelizador, más aún, el Evangelio, del que el
propio Lucas es “testigo”. Sólo que un
testigo bastante particular, dados los elementos personales y contextuales
recién mencionados, cuyos efectos se podrán observar en las páginas siguientes.
Por eso, como ha afirmado Joseph RATZINGER,
“podemos estar convencidos de que en estos aspectos específicos de la tradición
que Lucas nos ha transmitido se encierran aspectos esenciales de la figura
original de Jesús”: Jesús de Nazaret,
o. c., p. 26, nt. 57,221.
Sobre Lc
en su relación con los otros Evangelios, puede verse: Horacio E. LONA: Jesús,
según el anuncio de los cuatro evangelios Editorial Claretiana Buenos Aires
2009 117-187.
Sobre la vida y obra de Lucas ya S. Eusebio de
Cesarea lo menciona señalando su origen, Antioquía (más que Filipos, que otros
autores le atribuyeron), y que era versado en arameo y en latín al igual que en
griego koiné, su lengua nativa; y que, sin ser de origen judío, era muy cercano
a estas tradiciones y escritos en su traducción Septuaginta (cf. Historia de la Iglesia Editorial
Portavoz Gran Rapids, Michigan 2010 III.4.6; Quæstiones Evangelicæ, tr. fr. Questions évangéliques Éditions du Cerf Paris 2008 IV, I, 270). También es nombrado en
tal sentido por S. Jerónimo, en diversas obras (cf. p. ej., De Vir. III., vii), lo mismo que por
Orígenes. Su estadía por dos años en Judea/Palestina – durante la prisión de
Pablo en Cesarea, a quien acompañó tanto antes como después en su misión – le
habría servido enormemente para adquirir la información que emplearía para la
redacción de su Evangelio y de He.
Luego lo acompañó hasta Roma. Para conocer algún detalle de la tradición
oriental puede verse Vida anónima
bizantina de San Lucas (siglo XI) 6-7 en PG 115, 1134-1135. Véanse otras notas en AHERNE, C. (1910). Gospel of Saint
Luke. En The Catholic Encyclopedia. New York:
Robert Appleton Company. Retrieved October 18, 2012 from New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/09420a.htm
La importancia y validez de haber escogido
como guía la obra citada del canadiense P. Leopold SABOURIN, S. J. (1919-2001)
radica especialmente en la necesaria exégesis y hermenéutica de los textos con
la que nos ha provisto (así su original inglés haya sido publicado en 1984), y
de la que estoy profundamente agradecido. Su formación como biblista y luego su
trabajo en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, entre otros centros,
acreditan ampliamente el valor de esta obra suya. Véase su biografía en
(consulta septiembre 2012): http://www.biblico.it/defunti/rip_sabourin.html
[7] Ya lo decía el mencionado Jon SOBRINO en Cristología desde
América Latina: “El problema no consiste evidentemente en elegir o
simplemente yuxtaponer o armonizar los diversos pasajes, sino en relacionarlos
históricamente, es decir, en ver a Jesús en su proceso histórico de desarrollo
y de cambio... Lo que hay que recobrar es la totalidad del Jesús histórico, que
no es la suma de sus acciones y actitudes en cuanto aparecen organizadas en su
historia”, o. c., p. 123, nt. 292, 72.
[8] En el ámbito filosófico, se menciona a Martín HEIDEGGER como el
gestor de esta distinción. Así lo afirman autores como Modesto BERCIANO V., de
la Universidad de Oviedo: “Heidegger cree que en la historia (Historie)
científica o historiografía se hace de la verdadera historia una abstracción,
semejante a la que las ciencias naturales hacen del ente. “Al experimento en la
investigación de la naturaleza corresponde en las ciencias históricas del
espíritu la crítica de las fuentes... En las ciencias históricas, lo mismo que
en las ciencias naturales, el procedimiento tiende a representar lo permanente
y a convertir la historia en objeto. La historia sólo puede ser objetivada si
es pasada. Lo permanente en lo pasado, aquello a lo cual la explicación
histórica reduce lo singular y lo múltiple de la historia, es lo que ya ha
sucedido una vez, lo comparable... Sólo en la medida en que tiene alcance la
explicación histórica se alarga el ámbito de la investigación histórica. Lo
original, lo inusitado, lo sencillo, en una palabra, lo grande en la historia,
no es nunca natural y queda, por lo tanto, sin explicación” [“Die Zeit des
Weltbildes”. En Holzwege, pp. 82-83]. Esto significa que la Historie,
sobre todo en la investigación moderna, no basta para comprender la historia
como acaecer (Geschichte). “Historie es la indagación de la Geschichte;
pero la reflexión histórica no crea la historia (Geschichte) misma... Si
la Geschichte se revela en su esencia sólo mediante la Historie y
para ella, o si la Geschichte no es más bien ocultada mediante la
objetivación histórica, no queda decidido para la ciencia del espíritu” [M.
HEIDEGGER, “Wissenschaft und Besinnung”. En Vorträge und Aufsätze, p.
58]”. En: “La Técnica Moderna Según Heidegger”, en (consulta mayo 2006): mbv@pinon.ccu.uniovi.es: http://www.solofici.org/HeideggerTecnicaModerna.htm
En el ámbito teológico, se refiere la segunda
al lugar y al valor que tiene un hecho en el querer divino subyacente a la
historia, cf. P. GRELOT: “La naissance d’Isaac et celle de Jésus. Sur une interprétation
«mythologique» de la conception virginal” en NRT 94 1972 463.
[9] No es, sin duda, la ocasión para hacer una exposición pormenorizada
que abarque el ambiente y las relaciones de Jesús con su entorno, las condiciones
culturales y sociales, aspiraciones, esperanzas, limitaciones, etc., bien sea
buscando los rastros del “Jesús histórico”, típico propósito de la cristología
nacida en el s. XIX, o bien, como se hace en muchos estudios del presente,
tratando de describir la historia social de las comunidades, tal como ella se
trasparenta en los textos neotestamentarios mismos y a partir de otras
evidencias de la época. Invitamos a consultar obras especializadas, como las
de: AUNE, David Edward - BRENK, Frederick
E. (eds.): Greco-Roman culture and the
New Testament: studies commemorating the centennial of the Pontifical Biblical
Institute. Supplements to Novum Testamentum 143 Brill Leiden - Boston (MA)
2012; DRANE, John: Jesús Verbo Divino Estella
Navarra 1984; HORSLEY, Richard A.: Archaeology, history, and society in
Galilee: the social context of Jesus and the rabbis Trinity Press International Valley
Forge Pennsylvania 1996, en la que se destacan los factores socio-económicos de
la evidencia arqueológica y literaria; REED, Jonathan L.: Archaeology and the Galilean Jesus. A Re-examination of the Evidence Trinity Press
International Harrisburg Pennsylvania 2000 “Galilean Archaeology and Historical
Jesus” 1-22.
Los textos que se suelen
emplear en este trabajo para el análisis y como fuentes de la tradición son los
escritos en griego, o traducidos a éste desde la antigüedad, en la versión de
la Biblia de Jerusalén, a la que
hemos hecho referencia (p. 84, nt. 208). Para el Antiguo Testamento ayudará
para su comprensión hacer alguna oportuna referencia al texto hebreo.
[10] Joseph RATZINGER alude a esta manera lucana de proceder
contrastándola con la de Mt: cf. Jesús de Nazaret, o. c., p. 26,
nt. 57,31ss.
El mismo Pontífice en una de
sus audiencias generales, miércoles
12 de marzo de 2008, rememorando a Casiodoro (485-580), personaje que trabajó a
fin de que el patrimonio humano y humanístico greco-romano se conciliara con la
fe cristiana, nos reitera un criterio del que haremos uso ampliamente en esta
investigación. En efecto, subrayó cuán necesario es hoy – como ayer lo fue –
confiar en la ayuda de la gracia divina y en la fuerza de la oración, así como
emplear los medios científicos a nuestra disposición para penetrar aún más en
la revelación cristiana y, en particular, en el estudio de la Palabra de Dios:
“Él agrega, sin embargo, que, con la ayuda de la gracia divina (cfr PL
69, col. 1131.1142), se puede alcanzar un mejor disfrute de la Palabra divina
utilizando las conquistas científicas y los instrumentos culturales «profanos»
que ya poseían los Griegos y los Romanos (cfr PL 69, col. 1140)”. En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21820.php?index=21820&lang=sp (Traducción mía).
En esto, Lucas, él mismo
“dócil a la acción del Espíritu” “que habló por los profetas” – como afirma el
Símbolo de la fe – funge como uno de ellos. El papel de los “intermediarios de
la cultura escrita” – asunto válido tanto ayer como hoy – es puesto de relieve
– debido a su acción proactiva, no meramente pasiva – por KALMAN, Judith: Escribir en la plaza F.C.E. México 2003
27-51, "I. Intermediarios de la cultura escrita: escritores callejeros y
escribanos".
Es indudable la importancia
que tiene conocer “el país de la Biblia” – no es nuestro propósito hacerlo aquí
–. Y recordar la conexión que existe entre quienes vivieron por entonces y sus
actuales residentes. Lo ha expresado en los siguientes términos S. E. R. Mons. Nikola
ETEROVIĆ, Arzobispo titular de Cibale, Secretario General del Sínodo de los
Obispos, durante la Asamblea Extraordinaria del Sínodo
de los Obispos, 11 de octubre de 2010: “De estas breves alusiones al Antiguo y
al Nuevo Testamento, resulta evidente la importancia de la geografía bíblica de
Oriente Medio para todos los cristianos y, en particular, para quienes viven en
Tierra Santa, tierra que Jesús santificó con su nacimiento en Belén, con su
huida a Egipto, con su vida en Nazaret, con su predicación en Galilea, Samaria,
Judea, acompañada de signos y milagros y, sobre todo, con su pasión, muerte y
resurrección, en la ciudad santa de Jerusalén. El recuerdo de la historia de la
salvación, que tuvo lugar en Oriente Medio, sigue estando vivo en los corazones
de los habitantes de esta región y, en particular, de los cristianos. Estos son
la continuación de los pueblos de la Biblia. Gracias a ellos, los
acontecimientos que ocurrieron hace tantos siglos, permanecen vivos no sólo por
la fuerza de la Palabra de Dios, siempre viva y eficaz (cfr. Hb 4, 12),
sino también por el vínculo vital con la tierra bendecida por la especial
presencia de Dios que se reveló en la plenitud de los tiempos (cfr. Hb
9, 26) en su Hijo Unigénito Jesucristo. Así como existen los pueblos de la
Biblia, así se podría hablar de los obispos de la Biblia, haciendo referencia a
los lugares en los que estos desarrollan su actividad pastoral”. En: http://www.vatican.va/news_services/press/sinodo/documents/bollettino_24_speciale-medio-oriente-2010/04_spagnolo/b04_04.html#RELACI%C3%93N_DEL_SECRETARIO_GENERAL_DEL_S%C3%8DNODO_DE_LOS_OBISPOS,_S._E._R._MONS._NIKOLA_ETEROVI%C3%86_%28CIUDAD_DEL_VATICANO%29
Una de las características más sobresalientes
del texto lucano es, precisamente, su reiterada orientación universal: “de
Jerusalén al mundo”, pudiéramos resumir así sus dos obras. Un estudio sobre el
tema, elaborado a propósito de cierta piedad popular acrítica, se encuentra en
la obra de Dean Philip BECHARD,
S. J.: Paul
Outside the Walls: A Study of Luke's Socio-Geographical Universalism in Acts
14:8-20 Biblical
Institute Press Rome 2000.
[11] Las comunidades apostólicas, como refleja el texto de Lc 24,44-47, hicieron, a raíz y por
razón de la resurrección una “reinterpretación” de toda la experiencia
hebreo-israelito-judaica recogida en los textos que denominamos el AT. Fue
sumamente importante la interpretación tipológica, que luego, en la tradición
patrística, tuvo tanto auge, hasta que llegó a una gran decadencia por caer en
el alegorismo más completo. El péndulo, sin embargo, volvió con el tiempo sobre
otro extremo: el historicismo.
Precisamente, san Ambrosio,
entre otros, y san Agustín observaron el fenómeno de la
discontinuidad-continuidad de los dos Testamentos. A una primera mirada que,
sobre todo en las descripciones de tantas guerras de los libros históricos,
parecía resaltar como que nada tuvieran en común – quedando la figura de Jesús
muy relevante, sí, pero como aislada y fuera de cualquier contexto –, le sucede
una segunda mirada que reconoce de qué manera aquel AT, con todas sus
peculiaridades, nos permite y nos urge observar y considerar el carácter
histórico, inclusive procesual, mediante el cual se fue caminando – la
humanidad toda, sí, representada como contradictoriamente por un pequeño
“resto” de Israel – hasta Jesús. Él, entonces, es la clave para comprender, aún
en esos pasajes más tortuosos, la belleza e, inclusive, la profundidad
filosófica del AT, que iremos recordando en algunos temas representativos y
fundamentales. Más aún, tendremos que llegar a observar de qué manera el
misterio de Cristo consiste en una unidad en la que se asume la única historia
humana, en la variedad y pluralidad de sus culturas y pueblos; en una unidad,
igualmente, que es síntesis acabada de filosofía, racionalidad y fe en Cristo,
el Verbo eterno que se ha hecho carne: esa contemplación, comenzada por Juan,
como veremos, y hallará un notable aporte en la reflexión de s. Agustín, tres
siglos después. Cf. la catequesis de BENEDICTO XVI del 9 de enero de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21424.php?index=21424&po_date=09.01.2008&lang=sp
[12] Como veremos en diversas ocasiones, la religión, como expresión
cultural humana, es el marco más adecuado para comprender la experiencia de
Jesús. No entramos aquí a establecer las relaciones que existen entre la
religión y la fe, y, especialmente, sus diferencias. Con todo, es menester
acentuar de qué manera los pueblos en la antigüedad reconocían la relación que
existe entre la “justicia” y la “religión”, pensamiento que S. Tomás de Aquino,
de diversas maneras, trató de precisar. Cf., p. ej., a propósito del texto de Lc: 1,74:
Utrum religio sit idem sanctitati: Servir a Dios pertenece a la religión (ST IIa-IIae q. 81. a. 8. sed).
Relacionando este tema de la religión con la
nota anterior, ha de recordarse que clave fue, en la toma de conciencia
histórica del pueblo hebreo y en su identidad, el evento de la Pascua y su
celebración anual. Esta celebración lleva a los israelitas a rememorar sus
orígenes en la Alianza (sobre todo con Moisés) de Dios con su pueblo y su
propia experiencia de liberación y éxodo. Esta experiencia, en su momento,
había incluído – precisa y especialmente para nuestro tema en lo político,
jurídico y canónico – el reconocimiento (reclamado ardorosa e insistentemente)
de la “primera de las libertades y derechos humanos: la de conciencia, religión
y culto”, según el querer de Dios: “Inmediatamente, Moisés y Aarón fueron a decir al
Faraón: «Así habla el Señor, el Dios de Israel: Deja partir a mi pueblo, para
que celebre en el desierto una fiesta en mi honor». Pero el Faraón respondió: «
¿Y quién es el Señor para que yo le obedezca dejando partir a Israel? Yo no
conozco al Señor y no dejaré partir a Israel». Ellos dijeron: «El Dios de los
hebreos vino a nuestro encuentro, y ahora tenemos que realizar una marcha de
tres días por el desierto, para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios. De
lo contrario él nos castigará con la peste o la espada». El rey de Egipto les
respondió: « ¿Por qué ustedes, Moisés y Aarón, se empeñan en apartar al pueblo
de sus tareas? Vuelvan al trabajo que les ha sido impuesto»” (Ex 5,1-4; cf. 2, 23s; 3,12.18).
[13] En diversos aspectos aquella época es bien distinta de la
nuestra. A modo de ejemplo, y en lo concerniente al s. XIX, ya lo evidenciaba
el papa BENEDICTO XVI en la encíclica inaugural de su pontificado, 25 de
diciembre de 2005. ¡Bien podemos imaginarnos entonces cuán diversa es en
múltiples aspectos la condición social nuestra, v. gr., a la de hace veintiún
siglos! El tema fue desarrollado por el Papa en esa ocasión en los siguientes
términos: “La cuestión del orden justo de la colectividad, desde un punto de
vista histórico, ha entrado en una nueva fase con la formación de la sociedad
industrial en el siglo XIX. El surgir de la industria moderna ha desbaratado
las viejas estructuras sociales y, con la masa de los asalariados, ha provocado
un cambio radical en la configuración de la sociedad, en la cual la relación
entre el capital y el trabajo se ha convertido en la cuestión decisiva, una
cuestión que, en estos términos, era desconocida hasta entonces” (n. 26). Algo
similar puede afirmarse en relación con las diversas formas y los distintos
efectos que ha logrado el “secularismo” contemporáneo, bien diferente de cuanto
las generaciones y los pueblos habían experimentado antes. Cf. enc. Deus caritas est: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est_sp.html
[14] Para la tradición bíblica se trató de un acontecimiento no sólo
histórico sino teológico de máxima envergadura, pues dio origen al pueblo de
Israel – lo constituyó como tal – gracias a la mano poderosa de Yahwéh que sacó
unas tribus de la esclavitud de Egipto, estableció con ellas una alianza en el
monte Sinaí y, por medio de Moisés, les dio una Ley. No fue, sin duda, un
período exento de tribulaciones, flaquezas e infidelidades – lo digan Masá y
Meribá, Ex 17, 3-7 –. De ahí en adelante, y especialmente gracias a la
acción de los Profetas, comenzaron o tomaron fuerza varios procesos
simultáneos: unos, dirigidos a una más exigente depuración de la fe (monoteísmo
puro, desmitificación de los ídolos, esperanza de salvación); otros, a una
mayor exigencia y altura en las actitudes y en los comportamientos religiosos y
morales, que converjan en la santidad de la vida. Santidad que es iniciativa
gratuita, causa ejemplar y fruto de la acción de Dios a favor de los hombres y
mujeres (“Yo soy Yahwéh, el que os santifica”: Lv 20,8b), pero también
ideal a alcanzar y correspondencia amorosa por parte de los seres humanos,
desde el seno mismo de la familia pero con una perspectiva que alcanza a la
sociedad entera: “seréis santos porque yo, Yahwéh, soy santo” (Lv
19,2b). Sobre el cambio realizado en la percepción “bilateral” de la alianza de
Yahwéh con su pueblo, más típica del Éxodo, a una “alianza grauita”, más típica
del posexilio (587 a. C.), véase de Gustavo BAENA B., S. J.: “Dios del lado de
los pobres: un desafío a la esperanza”, en José Ma. ORTIZ R. – Germán NEIRA F.,
S. J. – Silvestre PONGUTÁ H., S. D. B. (comp.): Congreso de Teología: Dar
razón de nuestra esperanza (Agosto 22 y 23 de 2007) Facultad de Teología
Colección Apuntes de Profesores Bogotá 2009 51-64.
La infidelidad, por lo
tanto, así como la herejía, la apostasía y la blasfemia, se tienen en Israel
como los vicios principales contrarios a la fe en Dios. En el NT Jesús lo resaltará (cf. Lc 14,23). Con todo,
ello no quiere decir que la libertad humana sea suprimible o reemplazable en el
acto de fe, que es eminentemente personal, como explica S. Tomás de Aquino
sobre la pregunta: “Utrum
infideles compellendi sint ad fidem: los hombres entran en la casa de Dios, la
Iglesia, sólo por la fe: voluntatis est” (ST
IIa-IIae q. 10. a. 8. sed contra). De igual manera, resalta de qué manera “la
Iglesia sana con amor materno el dolor del corazón con la liberación de tantos
pueblos” (ad 4um).
Valga la pena señalar, por
otra parte, la destacada importancia y aprecio que tiene para los cristianos la
figura de Moisés no sólo en relación con la fundación religiosa del pueblo de
la antigua alianza, sino en relación con Jesús, y por ende con la Iglesia, como
lo hacemos notar en diversos lugares (cap. II: I.2.a, p. 107; II.3, p. 153;
cap. IV: I.3.b, p. 434; 4.b.3)a) y b), pp. 478 y 481; I.5, p. 502; I.6.d.3) y
e.2), pp. 527 y 561; I.7.d.1) y 2), pp. 585 y 588s; II.3.a.2), p. 686; cap. V:
III.1.c) y IV.1, pp. 995y 1066; y cap. VI: II.1.a.3) y 1.b.1)a), pp. 1297 y
1206). Importancia y aprecio que se ponen en su lugar destacado cuando se
trata, por ejemplo, del diálogo de los cristianos con el Pueblo Judío y con sus
representantes religiosos, como ha ocurrido entre los días 29 y 31de marzo de
2011, en Jerusalén, en la sesión de la Comisión Bilateral de las Delegaciones
del Rabinato Jefe de Israel y la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones
religiosas con los Judíos. Véase la Declaración
respectiva en (consulta 4 de abril de 2011): http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27158.php?index=27158&po_date=01.04.2011&lang=sp
[15] En numerosos pueblos de la antigüedad como del presente el ritual
y el ceremonial religioso se han efectuado como una súplica y apaciguamiento de
los seres sobrenaturales. Los seres divinos, al igual que los hombres, se juzga
que pueden ser movidos a la piedad al oír la llamada de la justicia,
complacidos por los sacrificios y las ofrendas, o, inclusive, sobornados en sus
deseos y apetitos. Tales rituales (actos religiosos) y ceremonias (rituales
relacionados entre sí) han tenido que ver no sólo con las crisis de los
individuos (nacimiento, imposición del nombre, etc.), sino también con las de
la comunidad (falta de lluvia, enfermedad, etc.). Estas expresiones religiosas
evidencian la imagen organizada del universo que estos pueblos poseen, y la relación más o menos ordenada que
establecen con su mundo circundante, al tiempo que contribuyen a hacerla
permanecer a lo largo del tiempo. Para un estudio detallado del fenómeno, cf.
Ralph L. BEALS – Harry HOIJER: Introducción a la antropología, o. c.,
p. 59, nt. 124, 590-594.
[16] Para estas exposiciones acerca del Antiguo Testamento y sus
contextos, cf. Martin NOTH: Historia de Israel Garriga Barcelona 1966.
[17] El tema de la “justicia” en Judá e Israel es de primera
importancia. Para una revisión del asunto, véase en mi texto Introducción a
la teología…, o. c., p. 145, nt. 347, 126-139.
En relación con la "justicia" se ubican el tema de la "propiedad" y los problemas que de ella se originan. A lo largo de la investigación, en más de 60 lugares, aludo a las diversas significaciones y tonalidades que el concepto posee en castellano, y que el DLE de la RAE ha fijado así: "“1. f. Derecho o facultad de poseer alguien algo y poder disponer de ello dentro de los límites legales.
En relación con la "justicia" se ubican el tema de la "propiedad" y los problemas que de ella se originan. A lo largo de la investigación, en más de 60 lugares, aludo a las diversas significaciones y tonalidades que el concepto posee en castellano, y que el DLE de la RAE ha fijado así: "“1. f. Derecho o facultad de poseer alguien algo y poder disponer de ello dentro de los límites legales.
2. f. Cosa que es objeto del dominio, sobre todo si es inmueble o raíz.
3. f. Atributo o cualidad esencial de alguien o algo.
4. f. Semejanza o imitación perfecta.
5. f. Defecto contrario a la pobreza religiosa, en que incurre el profeso que usa una cosa como propia.
6. f. Fil. Accidente necesario e inseparable.
7. f. Gram. Significado o sentido peculiar y exacto de las voces o frases.
8. f. Mús. Cada una de las tres especies de hexacordos que se usaron en el solfeo del canto llano.
nuda propiedad
1. f. Der. propiedad que carece del usufructo.
propiedad horizontal
1. f. propiedad que recae sobre uno o varios pisos, viviendas o locales de un edificio, adquiridos separadamente por diversos propietarios, con ciertos derechos y obligaciones comunes.
propiedad industrial
1. f. Derecho de explotación exclusiva sobre los nombres comerciales, las marcas y las patentes, que la ley reconoce durante cierto plazo.
propiedad intelectual
1. f. Derecho de explotación exclusiva sobre las obras literarias o artísticas, que la ley reconoce a su autor durante un cierto plazo.
en propiedad
1. loc. adv. Como propio.
2. loc. adv. Como propietario. He sacado la plaza en propiedad.
3. loc. adv. propiamente.
registro de la propiedad intelectual”: En (consulta 29 de abril de 2017): http://dle.rae.es/?id=UNs0WGg
[18] Algunos podrían afirmar y sustentar que también se trató, a su
modo, de una toma de conciencia inclusive “metafísica”, pero ello desbordaría
nuestro propósito actual.
[19] Para comprender el empleo de los elementos que proporcionaba la
re-lectura del Antiguo Testamento, que hacían los hagiógrafos del Nuevo
Testamento, y en el caso los evangelistas, vale la pena citar muy brevemente la
siguiente reflexión de la PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA: “Al interior de la
Biblia cristiana, las relaciones entre Nuevo Testamento y Antiguo Testamento no
están, por tanto, exentas de complejidad. Cuando se trata del uso de textos
particulares, los autores del Nuevo Testamento recurren naturalmente a los
conocimientos y a los procedimientos de interpretación de su tiempo” (III.A.2). Véase
el texto completo de L'interpretazione della Bibbia nella Chiesa, 15 de
abril de 1993, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/pcb_documents/rc_con_cfaith_doc_19930415_interpretazione_it.html)
[20] Ralph L. BEALS – Harry HOIJER: Introducción a la antropología,
o. c., p. 59, nt. 124,573. En Israel, sin embargo, nunca se consideró la
reencarnación.
Has Urs VON BALTHASAR lo ha
ponderado y precisado al momento de hacer un paralelo entre algunos
acontecimientos culturales de las culturas vecinas a Israel y cuanto se iba
gestando en Israel, de modo que dichos acontecimientos eran como pre-requisito
para lo que iba sucediendo en Israel: el monoteísmo, p. ej., no se habría
producido seguramente en Israel sin un “cierto monoteísmo sincretista entre
Egipto y Babilonia”, etc. Los Padres de la Iglesia, añade, consideraron desde
su perspectiva esos hechos como una “praeparatio
evangelica”, y, como veremos en diversos lugares, expresión auténtica del
Λόγος σπερμτικός: Ensayos teológicos. I.
Verbum caro Ediciones Cristiandad (Guadarrama) Madrid 1964 120ss.
[21] Volveremos más adelante, en la sección sistemática, sobre este
tema, a propósito de la “resurrección de Jesús” (infra, 2.a.B), p. 636).
[22] Existen muchos estudios al respecto. Menciono las breves
exposiciones de James F. DRISCOLL: “Sadducees” y “Pharisees”
en la Catholic Enciclopedia Robert Appleton 1911 en la edición online
de K. Knight (octubre 2005) en: http://www.newadvent.org/cathen/13323a.htm y http://www.newadvent.org/cathen/11789b.htm; de José Ramón BUSTO SÁIZ: Cristología para empezar Santander
Sal Terrae 1991; y, especialmente, en la obra de Sacha STERN (ed.): Sects and sectarianism in Jewish history IJS studies in Judaica 12 Brill Leiden - Boston (MA) 2011.
Sobre estas conformaciones,
así como acerca de los grupos zelotes (Mateo y Marcos los denominan más bien
“cananeos”, del hebreo qanaim, de קנא, «celar», o del arameo kanán: cf. Nm 25,10-11 y 1 Re 19,10) y de los esenios (movimiento religioso que se congregó
en Qumrám y en sus inmediaciones), cf. también Joseph RATZINGER: Jesús de Nazaret, o. c., p. 26,
nt. 57,35-36.
[23] Indico sólo algunos pocos textos. Es sabida entre los biblistas y
teólogos la importancia y desarrollo de este tema. Para una somera indicación,
cf. en el texto de la ESCUELA BÍBLICA DE JERUSALÉN, la Biblia de Jerusalén,
traducida del francés al español, Desclée de Brouwer Bilbao 1967 y ediciones
posteriores. Para el caso, la anotación relativa al “mesianismo” se encuentra
en la edición de 1971, o. c., p. 84, nt. 208, 985.
[24] Peter CONNOLLY: Living in the
time of Jesus of Nazareth Steimatzky Tel Aviv
Israel 1988; The Holy Land Ed. Oxford
University Press Oxford 1998; en castellano: La vida en tiempos de Jesús de Nazaret
ANAYA Madrid 1986.
[25] De la misma forma, reconocemos y agradecemos a José I. LAGO el
empleo que hacemos de esta ilustración en la que se ubican los pueblos y
ciudades principales en los que transcurrió la vida de Jesús. Se encuentra en
la misma dirección electrónica (octubre 2005): http://www.historialago.com/xto_01105_tierrajesus_01.htm
[26] Ralph L. BEALS – Harry HOIJER: Introducción a la antropología o. c., p. 59, nt. 124,668ss.
[27] Cf. Gerhard VON RAD: Teología del Antiguo Testamento. 1. Teología
de las tradiciones históricas de Israel Sígueme Salamanca 1972 522s.
[28] Para una información más amplia acerca de los estudios rabínicos,
cf. Delia ÁLVAREZ - Cristina GONZÁLEZ -Nuria MARTÍNEZ – Verónica NIDO:
“Historia de la escritura. Escribas”, en (consulta enero 2007): http://centros5.pntic.mec.es/ies.arzobispo.valdes.salas/alumnos/escri/trume.html
Sobre el término, su
historia y su aplicación a Jesús, cf. p. 337, nt. 846 y 853, y pp. 232; 280; 355 y, sobre todo, 1b.5., p. 403 y
1.d, p. 427, entre otros lugares.
[29] Sobre el origen de las Sinagogas (“lugar de reunión” en hebreo)
en Israel existen diversas teorías, inclusive las que aseguran que ellas
nacieron con el pueblo mismo. La realidad es que, como tales, no podían haber
surgido como lugar de reunión para la lectura de la Ley, antes de la existencia
de la misma, lo cual se estima que puede haber ocurrido alrededor del reino de
Josías de Judá, es decir, hacia el año 622 a. C., cuando se habla de un
“hallazgo del libro de la Ley” y de una reforma religiosa general. Lo más
interesante, sin embargo, como gustaba resaltar el P. Gustavo Baena, S. J., es
la importancia que ella tuvo para la supervivencia del pueblo con motivo de las
deportaciones babilonias a partir del 598 a. C., junto con la institución del
Sábado, cuando el Templo, con todo lo que llevaba consigo, había sido ya
destruido. Al retorno, dispersas por toda la Diáspora, prosiguieron sus tareas
fundamentales. Con el tiempo las Sinagogas cumplieron otras tareas muy
importantes para la vida social, como dice una lápida: “[...] para la lectura
de la Ley y para la enseñanza de los mandamientos y construyó también la casa
de huéspedes y las habitaciones y las instalaciones de agua para alojar a los
necesitados que vienen de fuera”: “Inscripción honorífica a Teodoto, hijo de
Veteno”, del ± 51 d. C., hallada en el Ofel, al sureste de Jerusalén, en: Jesús
PELÁEZ DEL ROSAL: “Las Sinagogas medievales en los documentos de la baja Edad
Media (ss. XIII – XV)”, en http://www.uco.es/dptos/c-antiguedad/griego/publicaciones/docum1016.htm (búsqueda noviembre 2005).
La dirección de la sinagoga
corría a cargo del archisinagogo, o de un consejo de notables. El
encargado de hacer las explicaciones del texto sagrado era el Rabbí o Rabino,
persona versada en la Ley, pero la lectura pública del texto podía hacerla
cualquier judío adulto con autorización del jefe de la sinagoga.
[30] Tal es el caso de los “fariseos” y “saduceos”, ya citados.
[31] No ha de olvidarse que, dados estos supuestos, la Verdad
correspondiente, así sea “totalizante” (en el sentido que sólo puede atribuirse
a Dios mismo), no puede dejar de ser una “verdad salvífica” (quoad nos), como se dice técnicamente.
[32] Valga la pena trascribir a este propósito un
paso explicativo de la audiencia del Papa BENEDICTO XVI con ocasión del tema,
durante el año paulino:
“Pero,
¿qué significa, por tanto, la Ley de la cual hemos sido liberados y que no
salva? Para san Pablo, como para todos sus contemporáneos, la palabra Ley
significaba la Toráh en su totalidad, es decir, los cinco libros de
Moisés. La Toráh implicaba, en la interpretación farisaica, aquella estudiada y
hecha propia por Pablo, un conjunto de comportamientos que iba desde el núcleo
ético hasta las observancias rituales y cultuales que determinaban
sustancialmente la identidad del hombre justo. Particularmente la circuncisión,
la observancia acerca del alimento puro y generalmente la pureza ritual, las
reglas sobre la observancia del sábado, etc. Comportamientos que aparecen con
frecuencia también en los debates entre Jesús y sus contemporáneos. Todas estas
observancias que expresan una identidad social, cultural y religiosa habían
llegado a ser singularmente importantes durante la época de la cultura
helenística, comenzando desde el siglo III a. C. Esta cultura, que se había
convertido en la cultura universal de entonces, y era una cultura aparentemente
racional, una cultura politeísta, aparentemente tolerante, constituía una
presión fuerte hacia la uniformidad cultural y amenazaba así la identidad de
Israel, que era constreñido políticamente a entrar en esta identidad común de
la cultura helenística con la consiguiente pérdida de su propia identidad,
pérdida también, por tanto, de la preciosa herencia de la fe de los Padres, de
la fe en el único Dios y en las promesas de Dios.
“Contra
esta presión cultural, que amenazaba no sólo la identidad israelita, sino
también la fe en el único Dios y en sus promesas, era necesario crear un muro
de distinción, un escudo de defensa como protección de la preciosa herencia de
la fe; tal muro consistía precisamente en las observancias y prescripciones
judías. Pablo, que había asumido tales observancias precisamente en función de
la defensa del don de Dios, de la herencia de la fe en un Dios único, ha visto
amenazada esta identidad por la libertad de los cristianos: por eso los
perseguía. Al momento de su encuentro con el Resucitado entendió que con la
resurrección de Cristo la situación había cambiado radicalmente. Con Cristo, el
Dios de Israel, el único verdadero Dios, se hacía el Dios de todos los pueblos.
El muro – así dice en la Carta a los Efesios – entre Israel y los
paganos ya no era necesario: es Cristo quien nos protege contra el politeísmo y
todas sus desviaciones; es Cristo quien nos une con y en el único
Dios; es Cristo quien garantiza nuestra verdadera identidad en la diversidad de
las culturas. El muro ya no es necesario, nuestra identidad común en la
diversidad de las culturas es Cristo, y es él quien nos hace justos. Ser justo
quiere decir simplemente ser con Cristo y en Cristo. Y esto basta. No son
necesarias otras observancias. Por esto, la expresión “sola fides” de
Lutero es verdadera, si no se opone la fe a la caridad, al amor. La fe es mirar
a Cristo, confiarse a Cristo, abrazarse a Cristo, conformarse a Cristo, a su
vida. Y la forma de vida de Cristo es el amor; por tanto, creer es conformarse
a Cristo y entrar en su amor. Por eso san Pablo en la Carta a los Gálatas,
en la cual ha desarrollado especialmente su doctrina sobre la justificación,
habla de la fe que actúa mediante la caridad (cfr. Gal 5,14).
“Pablo
sabe que en el doble amor de Dios y del prójimo está cumplida toda la Ley. Así
en la comunión con Cristo, en la fe que crea la caridad, se realiza toda la
Ley. Llegamos a ser justos entrando en comunión con Cristo que es el amor”:
Catequesis del 19 de noviembre de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22916.php?index=22916&po_date=19.11.2008&lang=sp
[33] Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p. 399,
nt. 959, 86-92. Dejaremos para la sección reflexivo-sistemática su estudio en
razón de que el “contenido” cristiano de “salvación” y la “propuesta” del mismo
son leídos a partir, sobre todo, de la consideración del conjunto de la vida de
Jesús, y muy especialmente de su misterio pascual, que señala una ruptura
radical con las demás concepciones de salvación, incluida la de cierta
corriente del judaísmo. En consecuencia referimos al lector al estudio somero del Benedictus que haremos al tratar de la
kénosis de Jesucristo (cf. infra, 2.c.2)9, p. 667-670).
[34] La salvación (σωτηρία) es uno de los temas que, teniendo su arraigo en una experiencia
humana y natural de las cosas (no quiero decir “secular” ni “laica”), es decir,
ser uno salvado de una desgracia inminente, o hacer salir a alguien de una
situación peligrosa, llegó a tener unas connotaciones religiosas y aún
filosóficas muy importantes. Conectada con el verbo σώζο, en los textos homéricos y de
otros autores clásicos de esta literatura, también posee los significados de
“estar bien” y “sentirse bien”, “preservar o defender a alguien”, y, muy
especialmente, de “conservar algo o a alguien en su ser íntimo”. Con estos
significados entró al ámbito religioso, pero también, y esto es sumamente
importante en el contexto de esta investigación, en el contexto filosófico que
tendió a polarizarse, en mayor o menor grado, en algunas corrientes que habían
tomado una opción racional, o mejor aún, racionalista, con las
connotaciones que tuvo en su época, más que con las que ha llegado a tener
entre nosotros a partir de la modernidad. En efecto, para Platón, por ejemplo,
el empleo del término no carecía de una referencia a la manera como los dioses
sostenían lo mortal en su ser, por ejemplo, como dice en Banquete 208 a,
y luego, en Leyes 10.903b, donde explica por qué habría que enseñar esto
a los jóvenes. En la literatura Hermética el punto fundamental de su doctrina
consiste en que es la gnosis la que salva.
En el Antiguo Testamento, en
la traducción de los LXX, la palabra aparece 143 veces, sobre todo para
traducir los términos hebreos jš (“ayuda”), en su gran mayoría,
y plt o mlt, que quieren decir “sobrevivir”. En textos como 2
Sm 22,3 e Is 38,20, para sólo citar algunos más relevantes, es claro
que el concepto de “salvación” alcanza a una persona precisamente por ser débil
o porque está siendo amenazada en sus derechos fundamentales, gracias a que
ella se ha puesto bajo la protección o la dependencia de uno que es fuerte o
más poderoso, capaz de liberarla de ese estado de constricción en el que se
encuentra. Como se ve, se trata de un concepto muy profundo y que, en el campo
religioso, llega a alcanzar una cima en su interpretación. Cf. al respecto en
Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo
Testamento Paideia Brescia 1965 1971, v. XIII 445-510. Los textos mencionados en
445-486.
[35] Volveremos sobre los μυστήρια en 1.g.7., p. 558.
[36] En su
idioma se traduce el término por Moksha (en sánscrito se dice liberación)
o por Mukti (en sánscrito abandono): la Moksha es
considerada como el abandono final de la concepción universal de sí mismo y la
pérdida de las cadenas que lo amarran en una dualidad que se experimenta,
restableciendo al sujeto en su naturaleza fundamental propia - aunque la
naturaleza es imaginada como inefable e incapaz de sensación -. Cf. http://www.haryana-online.com/Culture/moksha.htm (noviembre 2005).
Sobre
el sufrimiento en las religiones del extremo Oriente se debe mencionar, por su
importancia, al Budismo. Acudo a la Wikipedia (consulta enero 2008) en la cual se refiere que para Siddhārtha Gautama – conocido como Buda,
cuya existencia se establece entre el 566 y el 486 a. C. – y para su “noble
religión” (Ārya dharma), el sufrimiento (dukkha) es visto como
una enfermedad, que puede ser curada conociendo sus causas y siguiendo el “Camino
de los ocho pliegues” entre los que se incluyen la moralidad y la
meditación; y que los medios para alcanzar la liberación son desarrollados en
otras enseñanzas budistas llamadas Theravada, Mahayana y Vajrayana. Otros estudios han mostrado la existencia de un
fenómeno similar en la cultura persa precristiana y sobre su influencia en los
escritos vétero y neo testamentarios: Jason M. SILVERMAN: Persepolis and Jerusalem: Iranian influence on the apocalyptic
hermeneutic
Library of
Hebrew Bible/Old Testament studies 558 T & T Clark New York - London 2012.
[37] Acerca de la “alabanza” que el Benedictus hace de Juan,
cf. Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p. 399, nt. 959,
90-91.
[38] Especialmente en 1.f.5), más adelante (p. 533ss), volveremos
sobre el tema de los “órganos” corporales a los que se atribuía esta tarea
relativa a la conversión.
[39] Cf. Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p.
399, nt. 959, 125.
[40] Ibid. 60 y 122-124.
[41] En los “evangelios apócrifos” o extracanónicos se encuentran
varios relatos en torno a este tema que llamó la atención ya incluso a los
cristianos de los primeros siglos. Un estudio acerca de los mismos puede verse
en la obra de Aurelio DE SANTOS: Los evangelios apócrifos
BAC Madrid 1993 8ª, y un ejemplo de ellos se encuentra en la Historia de la infancia de Jesús según santo
Tomás, en (abril 2008): http://club.telepolis.com/jesusagrario/Evangelios/infancia.htm
[42] La bibliografía sobre el tema es abundante. Cf. Diane E. PAPALIA
y Sally WENDKOS: Psicología del
desarrollo de la infancia a la adolescencia Bogotá-México McGraw-Hill 2001-2005 9ª. Mucho
se pondera hoy, por diversos factores, la importancia del período de vida que
va hasta alrededor de los cinco años; el texto de Lucas quiere preponderar la
inserción “ciudadana” de la persona en la vida y costumbres del pueblo de Dios.
Me
llama poderosamente la atención cómo el texto lucano hace conciencia de este
hecho “del desarrollo de una personalidad” en las dos intensidades que
comentamos. La personalidad madura con la experiencia de los años. Este
fenómeno, sin embargo, no había escapado a la filosofía griega anterior, aunque
aplicado más en general a todos “los seres vivos”; de ello se hizo eco y
tratadista, siglos más tarde, san Alberto MAGNO, en su obra Los entes naturales menores, Segunda
Parte, “Sobre los vegetales y las plantas”, l. 1, tr. 1. En varios lugares,
especialmente en el c. 5, se refiere ampliamente a este aspecto “evolutivo” de
la realidad y muy particularmente de los seres vivientes, a partir de las
plantas y de sus similares. Véase en Opera
omnia, Volumen decimun « Parvorum Naturalium Pars altera ».
Parisiis, apud Ludovicum Vivès, Bibliopolam Editorem, 13, Via vulgo dicta
Delambre, 13, MDCCCXCI, 9.
[43] Cf. Ralph L. BEALS – Harry HOIJER: Introducción a la
antropología, o. c., p. 59, nt. 124: para los infantes, 671-685;
para los púberes y adolescentes, 685-696.
[44] Llamaría la atención que un joven, un niño, inclusive, pudiera
tomar cabalmente una decisión como esta. Por supuesto, el ambiente familiar
tiene una gran importancia, pero se trata de dar fisonomía jurídica a diversos
valores que se entrecruzan. Es el caso que expone, precisamente, S. Tomás de
Aquino a propósito de este texto: “Utrum pueri sint recipiendi in religione: aunque
lícitamente no, pueden ser recibidos en religión con permiso de sus padres para
que se nutran de ella, como Juan
Bautista” (ST IIa-IIae q. 189.
a. 5. resp).
[45] DV 12c con sus notas.
[46] Diferente, y por eso excluida de la tradición que condujo al
Canon de los escritos del Nuevo Testamento, fue la perspectiva que adoptaron
los conocidos como “evangelios apócrifos” de la infancia de Jesús, como por ejemplo,
el de Tomás, el de Santiago, el del Pseudo-Mateo, el de Pedro, el de Bernabé,
el de Nicodemo, el de Felipe, el de María Magdalena, el de los Egipcios, el
“Libro de la natividad de María”, las “Historias de José el carpintero”, el
“Evangelio árabe de la infancia”, el “Evangelio según los Hebreos”, la “Pistis
Sophia”, todos ellos textos muy antiguos, sobre todo de procedencia gnóstica,
ebionita o “nazarena”, que, inclusive tuvieron amplia difusión y uso en
comunidades cristianas ortodoxas. Cf. Aurelio DE SANTOS OTERO: Los
evangelios apócrifos Madrid Biblioteca de Autores Cristianos 1993 8ª; http://escrituras.tripod.com/
[47] Cf. las “tesis” sobre la “conciencia de Jesús” en: COMISIÓN
TEOLÓGICA INTERNACIONAL: Documentos 1969-1996. Veinticinco años de servicio
a la teología de la Iglesia Madrid BAC 1998. Aquí empleo el término con
mucho tiento, para referirme propiamente a la capacidad humana que le permite a
una persona que no sea psicótica, ni neurótico obsesiva, ni escrupulosas ni
hipocondríaca, ni “introvertida” (C. Jung), “objetivar su subjetividad” de una
manera suficiente y adecuada. Cf. http://www.cristianet.com/archivos/1936.doc y la anotación de Álvaro BARREIRO GARCIA cuando examina el concepto de
“introspección psicológica”, en: http://www.dc.fi.udc.es/.aios/people/barreiro/cogdocen/cctema01/node5.html (octubre 2005).
Por otra parte, la captación
de la obra de Dios por parte de los seres humanos está profundamente vinculada
a la fe pero también, de una manera más amplia – por todos los caminos que sólo
Él conoce – a la razón en toda su versatilidad y, por qué no decirlo también,
falibilidad (volveremos sobre el tema en los capítulos siguientes). “Dios hace
justicia”, es decir, obra creadora y “re-creadoramente” – y he ahí la aparente
contradictoriedad de una acción que es, al mismo tiempo, plenamente “intramundana”
–, inclinándose hacia el ser humano, sobre todo al “pobre”, “para levantarlo”:
“se deja conmover “, pudiéramos
decir, desde sus “entrañas de misericordia”: por eso es tan eficaz el poder de
la oración: “La Palabra de Dios hoy
nos ofrece también una luz de esperanza consoladora, allí donde presenta la
oración, personificada, que no desiste hasta que el Altísimo le atiende, juzga
a los justos y les hace justicia. También este vínculo entre oración y justicia
nos hace pensar en tantas situaciones en el mundo, en particular en Oriente
Medio. El grito del pobre y del oprimido encuentra de inmediato eco en Dios,
quiere intervenir para abrir una vía de salida, para restituir un futuro de
libertad, un horizonte de esperanza”: Benedicto XVI, 24 de octubre de 2010,
en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26261.php?index=26261&po_date=24.10.2010&lang=sp
(La cursiva es nuestra).
Cómo
se dio la captación de la presencia y de la acción creadora de Dios en ella
personalmente, pero también en las obras (conventos) que fundó, ha sido puesto
de relieve expresamente por Santa Teresa DE JESÚS en su Libro de la Vida,
llamado también Libro de las Misericordias del Señor (1565), en el Castillo
interior (1577) y en su Libro de las Fundaciones (1573-1582). (Cf.
la audiencia del Papa Benedicto XVI, 2 de febrero de 2011, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2011/documents/hf_ben-xvi_aud_20110202_it.html#).
[48] La idea ya ha sido expuesta, sin embargo, por Christian DUQUOC: Cristología.
1. El hombre Jesús Sígueme Salamanca 1969 53-56.
Uno de los problemas que se
planteó a este propósito la antigüedad cristiana fue resuelto por el Concilio
de Éfeso a favor de la divinidad de Jesús desde el mismo momento de la
encarnación del Verbo (“unión hipostática”) – como veremos en la sección
sistemática (cf. infra, 2.b., p. 643, nt. lxxxiii), y, especialmente
en la antropológica (cf. infra, p. 724 con su nt. 1979).
El comentario del Papa
BENEDICTO XVI, en la homilía de la misa con los nuevos miembros de la Comisión
Teológica Internacional, 1° de diciembre de 2009, va en ese mismo sentido, del
Jesús, galileo, no-docto, motivo de contradicción con su condición de Hijo de
Dios. Cf. http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24750.php?index=24750&po_date=01.12.2009&lang=sp
[49] Cf. Christian DUQUOC: Cristología. 1. El hombre Jesús
Sígueme Salamanca 1969 36ss.
[50] Cf. Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p.
399, nt. 959, 71.
Según exegetas como Raymond
Edward BROWN: El nacimiento del Mesías. Comentario a los relatos de la
infancia Cristiandad Madrid 1982 309, “Lucas compuso la descripción de la
vida futura de Jesús fundándose en la reflexión cristológica cristiana”,
es decir, post-pascual, y, en consecuencia, para lectores cristianos a quienes
interesaban detalles sobre los orígenes de Jesús. Sin embargo, no nos es
posible determinar qué tan amplia fue esa influencia. (La cursiva en el texto
es mía).
No son concluyentes, por
otra parte, las posiciones de exegetas que se refieren a un “añadido” de Lucas
a un texto anterior, pero tampoco a su contraria (cf. Leopold SABOURIN: El
Evangelio de Lucas, o. c, p. 399, nt. 959, 75).
Es oportuno recordar, de
igual modo, lo que escribía Joseph RATZINGER, actual Sumo Pontífice Benedicto
XVI, cuando en su época de teólogo afirmaba que “la filiación divina de Jesús
no se apoya, según la fe de la Iglesia, en el hecho de que Jesús no haya tenido
un padre humano; la doctrina de la divinidad de Jesús no se pondría en duda si
Jesús hubiera nacido de un matrimonio normal”, en: Foi chrétienne, hier et
aujourd’hui Mame Paris 1969 192. (La traducción la tomo de Leopold
SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p. 399, nt. 959, 76). Y, en todo
caso, sólo cobra valor la realidad de la concepción virginal de Jesús, una vez
se le ha reconocido Hijo de Dios, en sentido fuerte cristiano, lo cual ocurre
sólo con su resurrección, como precisamente lo señaló P. GRELOT: “La naissance
d’Isaac et celle de Jésus. Sur une interprétation «mythologique» de la conception
virginal” en NRT 94 1972 464.
[51] Sobre el por qué habría procedido así, algunos autores consideran
que Lucas habría tenido la intención de resaltar de nueva manera el origen
radicalmente divino de Jesús, relacionándolo de inmediato con el Padre, aún
antes de argumentar los títulos, por así decir, “legales”, que provenían de sus
“padres”. Cf. Leopold SABOURIN: El
Evangelio de Lucas, o. c., p. 399, nt. 959, 134.
[52] Aprovecho esta reflexión para “atar cabos”. Este aspecto, tan
lucano, tan cristiano, es uno de los elementos característicos de la obra de
Teilhard de CHARDIN, como saben los conocedores de este renombrado autor.
Tendremos que volver sobre él y sus aportes desde su meditación del misterio
cristiano en el capítulo siguiente, antropológico, consideradas algunas de sus
obras (cf. IV.2., p. 1026ss).
[53] La importancia que tiene la sucesión de generaciones para Israel,
de modo que se establece una auténtica comunidad familiar, con todo lo que ésta
lleva consigo de sentido y de pertenencia, de identidad y de fundamento del
orden social, ha sido puesta de relieve por Joseph RATZINGER al citar al rabino
Neusner en su discusión con la tradición cristiana y, en particular, con el
origen de la misma, Jesús. Puede verse el tema en el texto ya citado: Jesús de Nazaret, o. c., p. 26,
nt. 57,144-155.
Un punto que no debemos
dejar de llamar la atención: en varios lugares (p. ej.: pp. 485, nt. 1222; 605;
688; 933; etc.) nos referimos directa o indirectamente al “nombre” de una cosa
o de una persona. En
particular, decir el nombre de alguien significaba para el pueblo hebreo llegar
a tener un cierto poder sobre él: “il nome, nella mentalità biblica, contiene
la realtà più profonda dell’individuo, ne svela il segreto e il destino […]
l’altro, che è Dio, trasforma questa realtà negativa in positiva: Giacobbe
l’ingannatore diventa Israele, gli viene dato un nome nuovo che segna una nuova
identità.” Véase sobre este asunto y sus implicaciones,
la catequesis del Papa BENEDICTO XVI, en la audiencia
del 25 de mayo de 2011, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27513.php?index=27513&lang=sp
[54] Cf. el texto del IV Libro de Esdras 14,11, que comentan
los autores: Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p. 399, nt.
959, 135, nt. 62.
[55] Ibid.
Notas finales
[i] Joseph RATZINGER en su obra Jesús de Nazaret Planeta Bogotá 2007 261-335 expone “las grandes
imágenes del Evangelio de Juan”. Oportunamente haremos referencia a algunas de
ellas. Por ahora, baste indicar que el texto de ese capítulo octavo al que
hacemos referencia, trata dos temas íntimamente ligados entre sí y que, para
nosotros en este momento investigativo, son muy importantes: el de la
denominada “cuestión joánica”, que tiene qué ver directamente con la autoría
del texto evangélico; y, por otra parte, nos hará el aporte de un “criterio”
interpretativo valiosísimo no sólo del texto en mención sino del conjunto de la
Sagrada Escritura, a partir de una nueva revisión del tema de la “memoria”, al
momento de tratar sobre la “Verdad”, asunto central en el presente capítulo,
como veremos.
En relación con la
autoría del texto evangélico y sobre el carácter “narrativo” del mismo,
escribió así el teólogo citado: “Esto significa que, como «Evangelio
pneumático», el Evangelio de Juan no sólo nos proporciona una especie de
transcripción taquigráfica de las palabras y del camino de Jesús, sino que, en
virtud de la comprensión que se obtiene en el recordar, nos acompaña más allá
del aspecto exterior hasta la profundidad de la palabra y de los
acontecimientos, esa profundidad que viene de Dios y nos conduce a Él. El
Evangelio es, como tal, «recuerdo», y eso significa: se atiene a la realidad
que ha sucedido y no es una composición épica sobre Jesús, una alteración de
los sucesos históricos. Más bien, nos muestra verdaderamente a Jesús, tal como
era y, precisamente de este modo, nos muestra a Aquel que no sólo era, sino que
es; Aquel que en todos los tiempos puede decir en presente: «Yo soy» (Jn 8,58). Este Evangelio nos muestra al
verdadero Jesús, y lo podemos utilizar tranquilamente como fuente sobre Jesús”:
o .c., 279.
Así mismo, José Alfredo
NORATTO GUTIÉRREZ, en la exposición y defensa que hizo de su tesis doctoral
sobre el evangelio de San Juan advierte acerca de la composición del mismo que,
a diferencia de lo que ocurrió con los sinópticos, “el kerigma (es)
transformado en relato sobre Jesús”: La
vuelta de Jesús a los discípulos. Los rostros de la parusía en el Cuarto
Evangelio, director Gustavo Baena B., S. J., Facultad de Teología de la
Pontificia Universidad Javeriana, 18 de abril de 2008. La obra ha sido
recientemente publicada bajo el mismo nombre por Javegraf Bogotá 2008.
[ii] Al menos para gran parte de los pueblos de la época.
Territorialmente, el Imperio, como es sabido, en su época de mayor extensión,
abarcó desde las Islas Británicas (occidente europeo), hasta territorios cercanos
a la India (Asia central), y desde la Península de Jutlandia en el Mar del
Norte (Alemania y Dinamarca), hasta bien dentro del Norte africano. La reacción
a la dominación romana en los territorios de Galilea, Traconítide, Decápolis,
Samaria, Perea, Idumea y Judea es bien representada por el alzamiento de Judas
el Galileo (He 5,37), sofocado
sangrientamente, y por sus seguidores, los zelotes, grupo al que seguramente
pertenecía Simón, otro de los Doce (Lc
9,15; He 1,13). Cf. Leopold SABOURIN: El Evangelio de
Lucas, o. c., p. 383, nt. 1181, 121.
Acerca del “hecho”
Jesús, y más bien del “Acontecimiento”, se suelen mencionar como fuentes
extrabíblicas y no cristianas, algunas procedentes de autores romanos y otras
del judaísmo, cuyo objetivo no era propiamente defensivo. Son unos ocho
testimonios de la época inmediata o subsiguientemente posterior a aquella a la
que se refieren los textos evangélicos, y, en particular, el de Lucas.
Tales fuentes son:
entre autores romanos: 1) la carta de Plinio el Joven, en ese momento Legado
para Bitinia y el Ponto, en el año 112, al Emperador Trajano: los cristianos
"tienen por costumbre reunirse un día determinado, al amanecer, para
alabar a Cristo a quien consideran su Dios."; 2) en sus Anales
(Libro XV,44), Tácito lo menciona, en un texto correspondiente al año 116: “El
fundador de esta secta ("cristianos") de nombre Cristo, fue condenado
a muerte por el Procurador Poncio Pilato bajo el imperio de Tiberio. Reprimida
de momento esta superstición nociva, brotó de nuevo no sólo en Judea, punto de
origen de tal calamidad, sino en la misma Roma donde convergen y hallan buena
acogida las cosas más groseras y vergonzosas"; 3) para el 120, Suetonio lo
hace en Sobre la vida de los Césares, al hablar de Claudio quien
"expulsó de Roma a los judíos en continua agitación a causa de un tal
Cretos (o Crestos = Cristo)" ; 4) poco tiempo después, pero aún en
el siglo II, Luciano de Samosata lo nombra en sus sátiras Sobre la muerte de
Peregrino y Proteo; 5) Mara ben Serapion, de finales del mismo
siglo, en carta a su hijo.
Por el lado de las
fuentes judías básicamente tenemos: 1) a Thallos, autor samaritano del primer
siglo, citado por Julio Africano y Flegón Tralliano; 2) el Talmud rabínico
(comentarios a la Toráh o Pentateuco), y en concreto el “Talmud babilónico” (de
finales del s. III y comienzos del IV), en “Sanhedrín 43 a”; y 3) la más conocida, quizás, de
todas, de Tito Flavio Josefo, sus Antiquitates Judaicae del siglo I.
[iii] Es bien sugestivo el “diálogo” que se establece entre
los dos no-nacidos, y que el Papa BENEDICTO XVI recoge de la tradición, cuando
dice: “Como se puede comprender bien, ni la sagrada Escritura ni la Tradición
cristiana más antigua pueden contener exposiciones explícitas sobre vuestro
tema. Sin embargo, san Lucas, al narrar el encuentro de la Madre de Jesús, que
lo había concebido en su seno virginal hacía sólo pocos días, con la madre de
Juan Bautista, ya al sexto mes de embarazo, testimonia la presencia activa,
aunque escondida, de dos niños: "Cuando oyó Isabel el saludo de
María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). San Ambrosio
comenta: Isabel "percibió la llegada de María, y él (Juan) la llegada
del Señor; la mujer, la llegada de la mujer; el niño, la llegada del Niño"
(Comm. in Luc., 2, 19. 22-26).
Con todo, aunque falten enseñanzas explícitas sobre los primeros días de vida
de la criatura concebida, es posible encontrar en la sagrada Escritura
indicaciones valiosas que despiertan sentimientos de admiración y aprecio del
hombre recién concebido, especialmente en quienes, como vosotros, se proponen
estudiar el misterio de la generación humana. En efecto, los libros sagrados
quieren mostrar el amor de Dios a cada ser humano aun antes de su formación en
el seno de la madre. "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te
conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado" (Jr 1, 5), dice
Dios al profeta Jeremías. Y el salmista reconoce con gratitud: “Tú has creado
mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has
escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocías hasta el
fondo de mi alma" (Sal 139, 13-14). Estas palabras adquieren toda
su riqueza de significado cuando se piensa que Dios interviene directamente en
la creación del alma de cada nuevo ser humano”. Discurso a un Congreso
organizado por la PONTIFICIA ACADEMIA PARA LA VIDA, sobre "El embrión
humano en la fase de preimplantación", Lunes 27 de febrero de 2006,
en http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2006/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20060227_embrione-umano_sp.html
[iv] El término castellano al que normalmente estamos
acostumbrados tiene, entre otras, las connotaciones de la rotación o giro que
da o hace un frente o una fila en un destacamento militar sobre uno de sus
extremos (derecha o izquierda); del efecto y acción de transformar o de
transformarse algo o alguien en algo distinto de lo que era; y, en el campo
religioso, de ganar a alguien para que profese una religión o la practique.
Con todo, en el contexto
bíblico en el que nos encontramos, el sentido es más profundo. No conozco el
término arameo en el que seguramente Juan y Jesús expresaron este concepto,
pero lo que sí conocemos, y en lo que nos debemos atener, al menos
inicialmente, es al término griego en el que está expresado: μετάνοια
(correspondiente al hebreo tesühbah), proveniente de μετά-νοΰς. Es un término
de máxima importancia, por cuanto, para Jesús, la palabra metánoia define
el mismo ser cristiano (Mc 1,15) y su condición de posibilidad para
llevar a efecto la continua obra creadora de Dios.
En el griego común, μετά quiere decir no sólo “al lado de”, “junto a”, sino “más
allá de”. Y el νοΰς tiene una historia un poco más
larga. En la literatura griega más antigua (Homero, por ejemplo) se expresa un
significado objetual que abarca tanto la sensibilidad humana, como su facultad
perceptiva y su capacidad para comprender. En algunos casos significa
llanamente el ánimo o el corazón de una persona, como también su mentalidad y
su carácter ético. Ello da lugar a grandes posibilidades semánticas, que
abarcan al menos cinco vertientes: a) un sentimiento, una intención o actitud global;
b) la perspicacia e inventiva controladas por la conciencia, del espíritu, la
razón y la mente; c) el entendimiento, el pensamiento y la capacidad de
conocer; d) la opinión, el pensamiento, el juicio, la decisión como resultado
principalmente de la operación de la inteligencia; e) el sentido y significado
de una palabra o de una expresión.
Luego, en la filosofía y en
la religión griega el sentido de νοΰς se limitó, e inclusive, se cambió: fue
más el órgano del conocimiento, o, más aún, la razón o el espíritu, una noción
más teorética que objetual. El cambio lo introdujeron Anaxágoras y su discípulo
Arquelao; muy especialmente Platón (el ámbito autónomo que tiene como objeto la
idea: Fedro 247c), y, de manera prácticamente definitiva, Aristóteles:
sobre la δύναμεις del alma está el νοΰς o ενέργεια (Analíticos 2,3), que realiza dos operaciones:
el intelecto teorético o la fuerza del pensamiento lógico (θεωρετικός) y el pensamiento práctico (πρακτικός) que establece los fines de la voluntad (Analíticos
3,9 y Ética a Nicómaco 6,2). En la Stoa (Estoa) se nota de qué manera su
antropología y teología fueron permeadas por esta concepción aristotélica: el
criterio (Zenón), la razón cósmica de Dios (Etio y Posidonio), la ούσία de Dios (Epicteto), el δαίμων en el hombre (Marco Aurelio). En Filón, importante
por mostrar un ejemplo de lo que ocurría en el contexto de la diáspora judía
contemporánea de Jesús, se mezclan la mística judía y la especulación
filosófica griega. Para él, νοΰς equivale a razón o espíritu. Y en Plotino, el νοΰς es una categoría de máxima importancia en su
pensamiento, y equivale a la sustancia pensante que precede el όν, el ser.
Por el lado de la literatura
Hermética quiere decir la divinidad y la causa del intelecto del que el hombre
participa, aunque no bajo la forma del fuego, como Dios. Y en la gnosis, como
entre los maniqueos, y en la magia, el Νοΰς es la
hipóstasis divina.
En la traducción de los LXX
el término equivale al hebreo corazón, como en las primeras etapas de la
literatura griega, en lugar de lēb y lēbāb (cf. Ex
7,23 y Jos 14,7), o de rûăh (Jb
12,1; 33,16). Pero también significa en otros textos mente (cf. Jb
7,20; 36,19; Pr 31,3). Este cambio de significado tuvo lugar cuando la
Biblia fue traducida del hebreo al griego (LXX) y abrieron la puerta al sentido
en el que lo encontramos en el NT. En textos deuterocanónicos se encuentra
también como ánimo y opinión (Sb 9,15), y en literatura
intertestamentaria, como el IV Macabeos 1,15, a νοΰς se lo diferencia de λογισμός (la razón) o se lo asimila al carácter (16,13).
(Estas anotaciones se toman de Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt. 1909,, v. VII 1039-1060).
Para nuestro caso, es decir,
en la literatura de los Evangelios, el sustantivo μετάνοια y el verbo
μετανοείν designan siempre el cambio de juicio o el pesar y la
desaprobación de una acción que antecedentemente se había aprobado; pero se ha
de observar que no toca sólo a la mente o a la razón, como si pudieran separarse
del resto del hombre, sino siempre de un cambio que afecta a todo el hombre.
En el resto del Nuevo
Testamento, además de S. Pablo que emplea el término en 21 ocasiones, son
sumamente importantes tres textos restantes: Lc 24,45, sobre el que
volveremos más adelante, y Ap 13,18 y 17,9, en el sentido del intelecto
que comprende el Antiguo Testamento, en el primer caso, y del entendimiento que
penetra en los misterios, en el segundo y tercero. Sobre el empleo en s. Pablo
encontramos: a) con el significado de sentimiento, sentido e intención (cf. Rm
1,28; Ef 4,17; Col 2,18); b) de razón práctica (Rm
7,22-23.25); c) de pensamiento, juicio y decisión con voluntad, incluso por
parte de Dios (Rm 14,5; 11,34); d) y el cambio significativo en que
emplea el texto de Is 40,13: “la mente de Cristo”, en 1 Co 2,16.
Como se puede observar,
existe una gran diferencia entre el uso del NT, y, por lo menos, la usanza de
la filosofía y de la mística contemporánea griega. Y esto hay que resaltarlo
para comprender adecuadamente los textos que comentamos.
La Iglesia, sobre todo en su
liturgia – especialmente cuaresmal –, emplea actualmente en forma muy radical
el término: “convertirse” es ir permanentemente contra la corriente, cuando la
“corriente” es un estilo de vida superficial, incoherente o falsamente
ilusorio, que con frecuencia nos atraviesa, nos domina y nos hace esclavos del
mal o, en todo caso, prisioneros de la mediocridad moral. Más aún,
“convertirse” es apuntar a la medida más alta de la vida cristiana, pues
mediante ella la persona se confía al Evangelio viviente y personal que es
Cristo Jesús: la conversión hace relación no sólo a la moral de la persona – o
de una comunidad y de la sociedad – sino a su fe.
[v] Los doce años son, en realidad, simbólicos, para
advertir a una comunidad, y a sus integrantes, la presencia y ejercicio de
cierta madurez alcanzada y, en consecuencia, de su capacidad para ejercitar sus
derechos y sus obligaciones. Pero el hecho nos remite a una problemática bien
interesante, que, lamentablemente, no podemos profundizar aquí, pero que aquí
mismo hunde sus raíces. El Papa BENEDICTO XVI lo dice con precisión
insuperable: “En efecto, al hombre se le dona una altísima dignidad, que tiene
sus raíces en el íntimo vínculo que lo une a su Creador: en el hombre, en
todo hombre, en cualquier fase o condición de su vida, resplandece un reflejo
de la misma realidad de Dios. Por eso el Magisterio de la Iglesia ha proclamado
constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde su
concepción hasta su fin natural (cf. EV., 57). Este
juicio moral vale ya al comienzo de la vida de un embrión, incluso antes de que
se haya implantado en el seno materno, que lo custodiará y nutrirá durante
nueve meses hasta el momento del nacimiento: “La vida humana es sagrada e
inviolable en todo momento de su existencia, también en el inicial que precede
al nacimiento" (ib. 61).
Queridos estudiosos, sé bien con cuáles sentimientos de admiración y de
profundo respeto por el hombre realizáis vuestro arduo y fructuoso trabajo de
investigación precisamente sobre el origen mismo de la vida humana: un
misterio cuyo significado la ciencia será capaz de iluminar cada vez más,
aunque es difícil que logre descifrarlo del todo. En efecto, en cuanto la razón
logra superar un límite considerado insalvable, se encuentra con el desafío de
otros límites, hasta entonces desconocidos. El hombre seguirá siendo siempre un
enigma profundo e impenetrable. Ya en el siglo IV, san Cirilo de Jerusalén
hacía la siguiente reflexión a los catecúmenos que se preparaban para recibir
el bautismo:” ¿Quién es el que ha preparado la cavidad del útero para la
procreación de los hijos?, ¿quién ha animado en él al feto inanimado?
¿Quién nos ha provisto de nervios y huesos, rodeándonos luego de piel y de carne
(cf. Jb 10, 11) y, en cuanto el niño ha nacido, hace salir del seno
leche en abundancia? ¿De qué modo el
niño, al crecer, se hace adolescente, se convierte en joven, luego en hombre y,
por último en anciano, sin que nadie logre descubrir el día preciso en el que
se realiza el cambio?". Y concluía: “estás viendo, oh hombre, al
artífice; estás viendo al sabio Creador" (Catequesis bautismal, 9,
15-16). Al inicio del tercer milenio, siguen siendo válidas estas
consideraciones, que más que al fenómeno físico o fisiológico se refieren a
su significado antropológico y metafísico. Hemos mejorado enormemente
nuestros conocimientos e identificado mejor los límites de nuestra ignorancia;
pero, al parecer, a la inteligencia humana le resulta demasiado arduo darse cuenta
de que, contemplando la creación, encontramos la huella del Creador. En
realidad, quien ama la verdad, como vosotros, queridos estudiosos,
debería percibir que la investigación sobre temas tan profundos nos permite ver
e incluso casi tocar la mano de Dios. Más allá de los límites del método
experimental, en el confín del reino que algunos llaman meta-análisis, donde ya
no basta o no es posible sólo la percepción sensorial ni la verificación
científica, empieza la aventura de la trascendencia, el compromiso de "ir
más allá". Queridos investigadores y estudiosos, os deseo que logréis cada
vez más no sólo examinar la realidad objeto de vuestros esfuerzos, sino también
contemplarla de modo tal que, junto con vuestros descubrimientos, surjan además
las preguntas que llevan a descubrir en la belleza de las criaturas el reflejo
del Creador.” Discurso a un Congreso organizado por la PONTIFICIA
ACADEMIA PARA LA VIDA, sobre "El embrión humano en la fase de
preimplantación", Lunes 27 de febrero de 2006, en
[vi] El concepto griego de sabiduría (sojία; en latín: sapientia)
no coincidía con la percepción que se había ido desarrollando en el pueblo
hebreo hasta los tiempos de la dominación griega, a pesar de su contacto con
ella. Sin duda, no se dejan de percibir en ésta las connotaciones relativas a la
racionalidad y a su ejercicio, particularmente en los ámbitos ontológico,
epistemológico, lógico, ético y político, tan ostensibles en el proceder
helenístico, particularmente en sus escuelas filosóficas; pero no se restringe
a ellas, sobre todo en razón de su muy típica manera de considerar la religión
y su concepción propia acerca de Dios. Evidencia este aserto un texto del
último período literario del AT, fechado unos cincuenta o sesenta años a. C.,
el libro de la Sabiduría, que, a
nuestro propósito, afirma que la sabiduría es, ante todo, una de las
características divinas, y que las personas la poseen, no originariamente, sino
por participación de Dios: “En ella hay un espíritu inteligente, santo, único,
multiforme, sutil, ágil, perspicaz, sin mancha, diáfano, inalterable, amante
del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo de los hombres, firme, seguro,
sereno, que todo lo puede, lo observa todo y penetra en todos los espíritus: en
los inteligentes, los puros y hasta los más sutiles. La Sabiduría es más ágil que cualquier movimiento; a causa de su
pureza, lo atraviesa y penetra todo. Ella
es exhalación del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del
Todopoderoso: por eso, nada manchado puede alcanzarla. Ella es el
resplandor de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios y una
imagen de su bondad. Aunque es una sola, lo puede todo; permaneciendo en sí
misma, renueva el universo; de generación en generación, entra en las almas
santas, para hacer amigos de Dios y profetas. Porque Dios ama únicamente a los
que conviven con la Sabiduría.
Ella, en efecto, es más radiante que el sol y supera a todas las
constelaciones; es más luminosa que la misma luz, ya que la luz cede su lugar a
la noche, pero contra la Sabiduría
no prevalece el mal. Ella despliega su fuerza de un extremo hasta el otro, y
todo lo administra de la mejor manera.” (Sb
7,21-8,1).
[vii] Ello no obsta para que psicólogos y psicoanalistas
hayan intentado hacer este acercamiento desde el principio de la existencia de
Jesús, inclusive desde perspectivas metodológicas como la de un “modelo
hermenéutico” en cierta forma similar al que proponemos. Dice, en efecto,
Antonio VÁZQUEZ FERNÁNDEZ en su artículo “Psicología de Jesús” que “Otros
psicólogos profundos, como Jung, si bien valoran positivamente la figura de
Cristo, tienden a verlo más bien en el sentido simbólico-mítico desde las
producciones arquetípicas, sobre todo viendo a Cristo como símbolo de Sí-mismo
(Selbst),
según aparece en el centro de los mandalas cristianos; así como estudiando la
religión en su "funcionalidad" terapéutico-pastoral (cf. Jung, C. G.,
1957, 371s; 1986, 49-81; Vázquez, A., 1998). En esta última línea, hay actuales
jungianos que estudian a Jesús como "terapeuta", o bien lo ven como
la perfecta armonía de las dos figuras del "alma", Anima- Animus,
como H. Wolf y otros que citamos a continuación…”
Y más adelante expresa
acerca de los problemas epistemológicos involucrados: “Dentro de las
dificultades que se nos presentan para un estudio psicológico de la personalidad
humana de Jesús, comenzamos por valorar el gran esfuerzo hecho por los
cristólogos modernos, con la utilización de métodos científicos, sea de crítica
literaria, sea de crítica histórica de los textos bíblicos y los pocos
extrabíblicos que nos hablan de Jesús de Nazaret: no podemos prescindir de
ellos. Expondremos, a continuación el sentido de nuestras anotaciones
psicológicas… Nos parece inevitable contar previamente con el trabajo de
investigación que la crítica histórica y literaria ha llevado a cabo y sigue
haciendo, como una ayuda imprescindible para no confundir al Jesús de la
historia con el Jesucristo de la fe, por muy inseparables que aparezcan en los
textos que nos van a servir de material de análisis. Tenerlos en cuenta no
significa, para nosotros, necesariamente ceñirnos de un modo estricto al modelo hermenéutico de este o aquel
autor de moda, sino, de forma seria pero flexible, tomar aquello que parece
tener el mayor consenso entre los investigadores… En el caso de Jesús de
Nazaret se da además otra circunstancia que viene a complicar todavía esta
problemática: es la fe en la resurrección y glorificación de Jesús por Dios, su
Padre, y que vino a modificar profundamente, de manera retrospectiva y
retroactiva, la imagen del Maestro, las representaciones mentales de sus
discípulos, familiares y mujeres que lo acompañaron, visto ahora como el Señor,
el Kyrios. La personalidad de Jesús queda como envuelta y traspasada por esta
nueva luz que transfigura sus acciones y palabras, confiriéndoles un nuevo e
insospechado sentido, seleccionando recuerdos y rememoraciones que se van muy
pronto elaborando en las primeras comunidades cristianas. Psicológicamente,
habrá que tener en cuenta también un efecto positivo: los evangelistas y demás
testigos cuidarán, a la vez, de respetar su memoria, sin distorsionar, su
figura y la significación de sus actitudes, aunque hayan acomodado y
dramatizado sus acciones y palabras, cuyo recuerdo continuaba vivo en las
comunidades, deseando seguir siendo testigos de Jesús auténtico sin falsear su
testimonio. Nos parece que esto no ha sido suficientemente valorado. La propia
comunidad cristiana, si, por una parte, idealizó los aspectos más humanos de
Jesús, desde la fe en su divinidad y exaltación celeste; por otra, se preocupó
de discernir lo que expresaba realmente el modo y estilo de ser y de actuar de
Jesús, de las mixtificaciones 'apócrifas', que terminaron por no ser recibidas
como auténticas ni de su persona ni de su mensaje.” En: “Opinión Galicia”, en
(consulta junio 2006): http://www.galiciadigital.com/psd/Opinion/opinion_detalle.php?id=291
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