Capítulo IV
Continuación (I, y 7b)
d. La perspectiva joánea de la Verdad
9. Se
debe advertir con los exegetas[1] un hecho notable e incluso
sorprendente: que a diferencia de los sinópticos, en los que el tema y la
expresión misma del “Reino” es tan frecuente, en Juan, sin embargo, existen muy
pocos textos en los que el evangelista emplea la expresión “Reino”. En
particular hay que señalar el lugar en que una mención se hace a continuación
de la otra en Jn 3,3.5, que
pertenecen a la entrevista de Jesús con Nicodemo. Ahora bien, precisamente este
encuentro recogido por el relato establece y pone de relieve el paralelismo
existente entre el Reino y la Verdad: uno y otra, como se ha visto, y veremos
todavía más, referidos a Jesús, en razón de Jesús. Varios temas interpretativos
nos surgen a propósito de este texto:
“Había entre los fariseos un
hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le
dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar
las señales que tú realizas si Dios no está con él». Jesús le respondió: «En
verdad, en verdad te digo: ael que no nazca de lo alto bno
puede ver el Reino de Dios». Dícele Nicodemo: « ¿Cómo puede uno nacer siendo ya
viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?» Respondió
Jesús: «En verdad, en verdad te digo: a’el que no nazca de agua y de
Espíritu b’no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la
carne, es carne, lo nacido del Espíritu, es espíritu» […] «Pues ctodo
el que obra el mal daborrece la luz y no va a la luz, epara
que no sean censuradas sus obras. Pero c’el que obra la verdad, d’va
a la luz, e’para que quede de manifiesto que sus obras están hechas
según Dios»” (Jn 3,1-21).
a) En
primer término se ha de observar el arraigo histórico que tiene el texto
trascrito, el cual se hace evidente en razón de la mención del “Reino de Dios”
que el autor quiere conectar con las palabras mismas de Jesús que han sido
citadas permanentemente a lo largo del capítulo (: estadios 1 y 2 del proceso
de elaboración de los evangelios). Pero la conexión va mucho más allá, porque
entre líneas se puede leer la evocación de expresiones mateanas tales como la
del “Reino de Dios y su justicia”, con su sentido propio (: cf. Mt 5,20; 6,1 y especialmente 6,33), que
igualmente se ha encontrado en lugares paralelos de Lucas (cf. Lc 1,75 y supra, 1.a.3., p. 392; 1.b.10,
p. 413; 1.d, p. 427ss; 1.e.1, p. 467; 1.f.4)a)14.1°)c’), p. 497ss); e,
igualmente, en la locución que nos habla de la “luz vuestra que brilla… para
que los hombres vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que
está en los cielos” (Mt 5,16). Así,
pues, siendo evidentes las comunicaciones terminológicas entre los textos, sin
duda, más allá de ellas, al interior del propio texto y contexto joáneo, la
reflexión teológica (estadio 3 del proceso de producción de los evangelios) que
se suscita es, al menos, equivalente a la de los sinópticos. Mirémoslo mediante
los siguientes paralelos:
La
“vida” (nacer/renacer), punto de referencia para la analogía entre los ámbitos
divino-salvífico y humano-creatural:
Libertad, acciones y signos
humanos relativos al bautismo y acción divina
|
Efecto salvífico
|
a el que no nazca de lo alto
a’ el que no nazca de agua y de
Espíritu
|
b no puede ver el Reino de Dios.
b’ no puede entrar en el Reino de Dios.
|
Esquema 27
La
experiencia humana nos sirve para llegar a la comprensión de la acción divina y
del proyecto salvífico; pero aquella, que es primera en el horizonte de nuestra
comprensión, no lo es en el de la comparación, por cuanto es ésta última el analogatum princeps.
La
“verdad” (analogía de la luz): no nos permite quedarnos en el sólo plano de la
pregunta sobre el surgimiento, o en la discusión sobre la aprobación/desaprobación
social de una conducta moral, sino que exige ir más hondo, a la propia
condición humana, a su vocación y a sus posibilidades de realización según el
querer de Dios: la sola racionalidad, siendo necesaria, es insuficiente para
alcanzarlo:
Libertad humana en las
actividades
|
Desencuentro/Encuentro con la
acción de Dios presente en su creación
|
Valoración moral: ámbito
racional/ámbito salvífico
|
c todo el que obra el mal
|
d aborrece la luz y no va a la luz,
|
e para que no sean censuradas
sus obras.
|
c’ el que obra la verdad,
|
d’ va a la luz,
|
e’ para que quede de manifiesto
que sus obras están hechas según Dios»”
|
Esquema 28
Todo
esto es posible, señala entonces Jesús, si y sólo si se emplea la clave adecuada para comprenderlo, o,
más aún, si se accede a la condición para ello: la libre admisión de un
“principio vital-verdadero diferente”, el del orden del “Espíritu”, no
reductible al primero, es decir, el del orden de la “carne”; éste último sigue
poseyendo, sin embargo, un valor, pero limitado, y, aun eminentemente
espacio-temporal, como ocurre con la presencia de la persona de Jesús en su
periplo histórico. Jesús mismo, quien ha vivido la experiencia, es quien
explica la razón para ello:
«Lo nacido de la carne, es
carne, lo nacido del Espíritu, es espíritu».
De esta
manera tenemos que:
Obrar de Dios en
los seres humanos (verdad en el orden de la fe)
«
obrar la verdad por
parte de los seres humanos (verdad en el orden moral)
=
justicia del Reino
Esquema 29
b) En
segundo lugar notemos que el “texto” (en estadio 2) original (¿Mt-Mc-Lc?), más aún, la experiencia
original (en estadio 1), son “retomados” por Juan (y su comunidad) para ser
re-pensados en su propio – nuevo – contexto (¿años después?) y para hacer de
ellos su propia lectura (estadio 3): ahora su situación se refiere al (o se
encuadra en el tema del) re-nacimiento “por el agua y el Espíritu”, al bautismo – al signo, a las palabras y al
efecto (la acción transformante del Espíritu de Dios), lo cual supone un
desarrollo práxico cultual muy evolucionado y unas categorías teológicas
adecuadas y consecuentes con dicho desarrollo al interior de la Iglesia
inmediatamente subsiguiente, por lo menos, a Jesús – y a las consecuencias que el bautismo tiene en
orden a la vida testimonial y diaria del cristiano. Pero el resultado es
idéntico en uno y otro contexto: invitar a la coherencia, a la autenticidad, a
la fidelidad con lo que uno es (hijo,
discípulo, bautizado, “de – ¿propiedad? ¿naturaleza? – Dios[2]”).
Resumamos
diciendo, pues, que, aparte del texto que estamos comentando, en ningún otro
lugar Juan hace explícita referencia al Reino; pero cuando lo hace, la liga con
la “verdad” y con el contenido de la
misma (= “buenas obras”: creación por
parte de Dios juntamente con el hombre). Pero, en realidad, ¿Juan, acaso,
en su texto alude a algo más?
10. Sin
duda alguna. Avanzando en nuestro acercamiento al pensamiento joáneo sobre la
“verdad” en Jesús, hay que afirmar que, desde el punto de vista teológico, Juan
ubicó su relato sobre Jesús en un contexto evidente de “revelación”. Para
lograr destacarlo, la noción de “verdad” (άλήθεια) ocupa en sus textos un
puesto de importancia no sólo numérica: aparte de los demás de atribución
joánea en el NT, se puede decir que en el sólo Evangelio el término aparece en
más de 20 ocasiones[3], siempre delineando y
subrayando un aspecto descollante de la “revelación”[4].
Para
comprender mejor este hecho, no se pueden olvidar, igualmente, las prevenciones
que existían en el ambiente de la época para aceptar ciertos términos griegos
no sólo en la práctica cultual sino en la reflexión teológica judía por las
connotaciones equívocas o diametralmente opuestas a las concepciones culturales
prístinas y tradicionales de la nación. Por eso, lo primero que habría que
preguntar es si cuando Juan[i]
emplea ese término, bien sea de su propia cosecha, o bien porque Jesús mismo o
la tradición de la primera comunidad que refería sus palabras así lo hicieron[5], estaba expresándose según las
ya señaladas categorías definidamente helenísticas
entonces ampliamente difundidas (presentes no sólo en Alejandría: ¿vinculadas
con las mazdeístas del zoroastrismo?: piénsese en Pitágoras, según Clemente de
Alejandría), o, por el contrario, dentro del contexto e intención hebreos[6] y en continuidad con, o como
desarrollo de, la tradición véterotestamentaria. Nos preguntamos, pues, por el
sentido que tiene ese término en Juan.
11.
Para introducirnos en la comprensión joánea profunda hay que comenzar diciendo
que Juan, cuando se refiere a Dios, nunca lo llama “la verdad”[7]. Por eso podemos afirmar que,
en la realidad de las cosas, la άλήθεια joánica diverge del mencionado sentido
dualista metafísico (bien-mal ontológicos), fuera éste platónico o gnóstico,
relacionado a un “ser subsistente y eterno” o a una “realidad divina que se
des-vela” (cf. infra, 1.h, p. 588ss).
En
cambio, muchos elementos, que no podemos describir en este lugar pero que han
puesto en evidencia los expertos, nos conducen a ubicar su Evangelio, y en
especial esta postura suya acerca de la “verdad”, en aquel movimiento
apocalíptico y sapiencial al que antes se ha aludido, por lo demás en notable
concordancia con el resto del NT, pero
insistiendo en que se trata de una “verdad revelada” cuya “fuerza” opera en
razón de ella misma, y no de cualquier otra cosa o persona.
Varios
textos nos ayudarán a evidenciar esta materia, relativa, por otra parte, a la
revelación trinitaria en sus dimensiones “inmanente” y “económica”:
1) El primer texto es Jn 17,17
Ante
todo, nos dice, “verdad” es, por excelencia, el Hijo, “la palabra del Padre”.
Este pasaje corresponde a un momento del encuentro entrañable de Jesús con sus
discípulos, precisamente en “la última cena”, en medio del relato en el cual
Juan nos contó la alabanza[8] de Jesús a su Padre por tal
motivo. Dice el texto:
En
pocas palabras, el fragmento establece una relación entre la Palabra y el Padre
(“tu Palabra”). Y esta Palabra, y no
propiamente el Padre, es “verdad”.
Más aún, Juan nos quiere decir que es característica propia de la Palabra ser verdad. La condición de “verdad” es
intrínseca al que es “Palabra”, pero en relación con Dios esta relación existe
sólo en cuanto la Palabra es Palabra-del-Padre.
Los
especialistas nos ponen de presente en relación con el texto, que este no se
podría interpretar en el sentido indicado sino si, al hablar Jesús de esa
manera, no estuviera él, en realidad, recuperando el sentido más original de
“verdad” de la tradición hebrea, al que se ha apuntado antes, es decir, en
cuanto verdad que es comprendida como la “fidelidad de Dios” y la “conformidad con
su voluntad”. Porque la Palabra es, ante todo y simultáneamente, expresión o
manifestación económica tanto de esa
fidelidad de Dios hacia los hombres en Jesús (proceso descendente), como de la
conformidad que tuvo Jesús con la voluntad del Padre (proceso ascendente).
Como
han hecho observar los autores citados, se capta mejor este movimiento
descendente-ascendente de la Palabra si se comparan la forma de la expresión y
la intención del texto con las que aparecen en pasajes tales como Ex 34,6b, en donde Dios le “revela” su
“intimidad” a Moisés: “Yahwéh, Yahwéh, Dios… rico en amor y fidelidad” (Yahwéh
= amor y fidelidad): como quien dice, Dios realiza lo que promete, Dios da a
conocer sus atributos divinos, singularmente su misericordia y fidelidad, siéndolo,
obrándolo[10]. Jesús-Palabra, entonces, es la misericordia y fidelidad de Dios
que se ha puesto en acto volcándose a los hombres.
Apostillemos,
sin embargo. Observo que esta identificación entre “verdad” y Palabra del Padre
que se aplica al caso de Jesús, con todo, secundariamente y de modo totalmente
derivado del anterior, se destina al caso de sus discípulos gracias a la
expresión antecedente (es mi modesta opinión):
“[…] Conságralos (santifícalos) en la verdad: […]” (Ib.).
En
efecto, el verbo que encontramos en este lugar (cf. texto griego) es agiason, de la misma raíz de άγιος, es decir,
“santo”, que es utilizado por Jesús en la misma plegaria para invocar a su
Padre, en el v. 11. La santidad pertenece exclusivamente a Dios. Por eso, en el
v. 17 se debería entender que Jesús (= Palabra) le pide a su Padre “santificar”
a sus discípulos. De todos modos, estiman los especialistas, se trata de un
verbo difícil de traducir, que en todo el Evangelio de Juan se encuentra sólo
en cuatro lugares (10,36; 17,17.19) pero siempre para describir la situación
bien sea de Jesús o de sus discípulos:
“¿Cómo decís que aquel a
quien el Padre ha santificado y
enviado al mundo blasfema por haber dicho: «Yo soy Hijo de Dios»? (10,36)
“Y por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos
también sean consagrados en la
verdad” (17,19).
Ahora
bien, en este sentido de “consagrar” y “santificar”, el AT, en la traducción de
los LXX, fue más pródigo para hablar del culto (de las ofrendas, de las
víctimas y de los sacerdotes); lo que está consagrado a Dios o santificado por
Él “le pertenece”. Tal es el caso de los “primogénitos”, por ejemplo (cf. Ex 13,2; Dt 15,19). Pero, especialmente, para describir la consagración de
los sacerdotes para el servicio religioso, como sucede en Ex 28,41; 40,13; Lv 8,30;
2 Cr 5,11). El verbo expresa la
acción (litúrgica) en la que la persona es reconocida públicamente como
propiedad o pertenencia de Dios, pero, de igual modo, el rito mediante el cual
esas personas son “consagradas” o “santificadas” para ejercer su ministerio
como sacerdotes. Por eso, muy seguramente con esta connotación habría que
entender, pero ya en el sentido neotestamentario, el texto de Jn 17,17, al que habría que considerar
también en esa forma además en razón del “envío” que Jesús hace a sus apóstoles
en el v. inmediatamente siguiente (v. 18): ellos y los demás discípulos de
Jesús, así santificados, continuarán por el mundo manteniendo viva la
revelación, es decir, la “Palabra (del Padre) (que) es verdad”[11].
Retomando
nuestro tema tenemos, pues, que Jesús, el primero de todos, es “Palabra del
Padre”, el “consagrado” por el Padre, que al Padre mismo “se consagra”; pero,
en segundo lugar, encontramos a todos aquellos que entran a participar de la
condición propia de la Palabra (hijos en el Hijo) y viven como Jesús-Palabra
del Padre, los que también “son (ya) consagrados en la verdad” y, de nuevo
“serán consagrados en la verdad” (vv. 17.19).
Observemos,
además, otro detalle: si bien los exegetas consideran con justa razón que estos
extractos forman parte de la plegaria de adoración y de súplica, de oblación e
intercesión, de Jesús-Sacerdote a su Padre (17,1-26: título sobre el que
volveremos), en mi opinión, ello se da bajo la forma de un “diálogo” entre Él y
su Padre; pero, simultáneamente, como un “diálogo” entre Él y sus discípulos,
entre Él con sus discípulos y el Padre, y, aún más, como el diálogo de toda la
humanidad unida con Él al Padre: como que su intención fuera, en realidad,
establecer una comunicación tal que provoque o estimule una mutua pertenencia
en el mismo amor (cf. v.26), una unidad (cf. vv. 20-23).
Agucemos más todavía, si cabe, nuestra reflexión: el clima de este diálogo está caracterizado por el “corazón” abierto de Jesús que comparte su experiencia de intimidad con el Padre a sus discípulos, por medio de las palabras sinceras con que expresa sus más íntimas convicciones y afectos, por medio de la transparencia de sus aseveraciones, que declaran su cercanía y abrazo a ese Padre al que tanto ama y por el que se siente tan amado, y a esa “su” pequeñísima y representativa comunidad a la que ha dedicado sus ternuras, su esmero, su entrega testimonial. Y todo esto, como vemos, sin duda alguna, hace relación con la “verdad”.
Sagrado Corazón de Jesús Pintura al óleo de Emiliano Mejía Restrepo (1890) Colección particular |
Agucemos más todavía, si cabe, nuestra reflexión: el clima de este diálogo está caracterizado por el “corazón” abierto de Jesús que comparte su experiencia de intimidad con el Padre a sus discípulos, por medio de las palabras sinceras con que expresa sus más íntimas convicciones y afectos, por medio de la transparencia de sus aseveraciones, que declaran su cercanía y abrazo a ese Padre al que tanto ama y por el que se siente tan amado, y a esa “su” pequeñísima y representativa comunidad a la que ha dedicado sus ternuras, su esmero, su entrega testimonial. Y todo esto, como vemos, sin duda alguna, hace relación con la “verdad”.
2) De esta Palabra, afirma el evangelista águila, que ella es Palabra
“revelada”:
Cuando
Dios Padre quiere “decir” algo, ninguna otra cosa dice sino su Palabra. Tres
aspectos se pueden destacar en este sentido a partir de sus textos:
1°) Es
del Padre la iniciativa de decirse en
su Palabra. Algunos pasajes lo refieren:
a’) “[Decía Juan]: «El que
viene del cielo, está por encima de todos: da testimonio de lo que ha visto y
oído […] El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Aquel a quien
Dios ha enviado habla las palabras de Dios […] El que cree en el Hijo tiene
vida eterna; el que se resiste al Hijo, no verá la vida»” (3,31-34.36a).
Consideran
los exégetas[12] que, al leer este texto, más
que a Juan Bautista, pareciera que estuviéramos escuchando al mismo Jesús, o
aún mejor, al propio evangelista. Ya se ha tenido ocasión de hacer referencia a
este hecho. No es raro que ése último lo hiciera así, pues en otros textos se
ha mostrado también su costumbre de poner sus propias reflexiones teológicas en
boca de Jesús o de Juan Bautista.
Hagamos
también a este propósito una anotación breve: la autoría y formulación exacta
de un dicho, en aquel tiempo de tradición preponderantemente oral, no poseía
las exigencias con que ahora estimamos los llamados “derechos de propiedad” ni
la precisión científica que caracteriza nuestras “citas” bibliográficas. En
cambio, sí eran sumamente rigurosos entonces, como ahora nosotros, cuando se
trataba de mirar los testigos y los testimonios: ¿Quién asegura? ¿Qué asegura?
¿Cómo, por qué y para qué lo asegura? Jesús, entonces, no evade la situación, y
trae, entre otros, entonces, el testimonio de Juan Bautista, que gozaba de
credibilidad entre el pueblo. Por si fuera ello insuficiente, sin embargo va
más allá:
b’) “[Decía Jesús:] «Pero yo
tengo un testimonio mejor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha
encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí,
de que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me ha enviado, es el que ha dado
testimonio de mí […] Investigad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas
vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis
venir a mí para tener vida »” (5,36-40).
En
primer término, el propio testimonio de Dios (su “Padre”), que “no puede
engañarse ni engañarnos” (G. Astete). Jesús, conociendo el deseo del Padre y
cuanto le ha visto hacer – el envío de su Palabra –, no puede menos que transmitirlo a los demás.
En
segundo lugar, la propia actividad de Jesús: él no obra por su cuenta, sino que
“las obras” que él realiza se las ha encomendado hacer el Padre. ¿Cuáles son
esas obras realizadas por el Padre y expresadas por el Hijo? Según las
explicaciones rabínicas había tres cosas que Dios hacía aún en sábado: dar la
lluvia, dar vida y juzgar a los muertos. Juan se refiere especialmente a las
dos últimas, comunicar la vida y juzgar: dos obras propias de Dios. Ya el Padre
le otorgó a Jesús el privilegio de comunicar la vida, como había sucedido en
las curaciones en sábado al hijo del funcionario (4,43-54) y al inválido de
Betesda (5,1-18). Pero en el caso de estos enfermos las curaciones sólo
significan la vida superior que Jesús
puede comunicar a quienes quiere (5,21). En el caso del “juicio”, éste se lleva
a cabo a partir del momento en que Jesús y su mensaje suscitan y provocan en
los hombres una respuesta, a favor o
en contra de él[14].
En
tercer lugar, las “Escrituras” santas, que se refieren a él, si se las quisiera
investigar y comprender en su sentido y espíritu auténtico, como fueron
escritas, proporcionarían elementos para que las personas pudieran llegar a la fe en Jesús (cf. Lc 24,25-27; etc.).
c’) “[Decía Jesús:] «El que
me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a él es lo que hablo al mundo[15]»” (8,26).
El
texto griego sugiere, mediante la locución lalw eiς ton kosmon, el movimiento “descendente” y
encarnatorio al que se ha aludido antes, fundamental para comprender no sólo la
finalidad de la comunicación que Dios quiere establecer con los hombres –
entrar en comunión de vida con ellos –, sino la calidad del Medio a través del
cual ella se realiza – el propio Hijo suyo –[16].
d’) “[Decía Jesús:] «Pero
tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo
hizo Abraham»” (8,40).
La
orientación cristológica de la discusión es evidente. La concepción que tenían
los judíos, con quienes Jesús polemiza acerca de Abraham, tiene dos
perspectivas que vale la pena resaltar, pues ellos no las comparten con él: la
primera tiene que ver con la fe en Jesús:
las Escrituras se refieren a Abraham (en este lugar) y a Moisés (en Jn 5,45ss), quienes son, para Jesús, más
bien, testigos a favor suyo, exhortadores a creer en él, y, por lo tanto,
acusadores de los incrédulos; la segunda, específicamente sobre Abraham,
descubre la falta de acogida y, sobre todo, las
malas intenciones de quienes ya habían resuelto matarlo: Abraham no sólo no
mató a ningún enviado de Dios, sino que, antes bien, los acogió a todos (cf. Gn 18,1-8)[17].
2°)
Esta Palabra de verdad ha sido dirigida
precisamente a los hombres; no
simplemente para que la “oigan”, sino para que ellos, creyendo en ella, acogiéndola, lleguen
a participar de la solidez y veracidad de Dios, para que lleguen a formar
comunidad – de vida – con Él. No es una verdad para saber cuanto una “verdad”
para “creer”, para “adquirir la vida de Dios”, para “establecer comunión con Él
y con otros que también lleguen a creer”. Observemos de qué manera algunos
textos nos confirman en esta línea:
e’) “Porque la Ley fue dada
por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo[18]” (1,17).
La
importancia del así denominado “Prólogo” del Evangelio de Juan ha sido
proverbial. Muchos especialistas lo estudian; por supuesto, aquellos a quienes
consultamos en esta ocasión[19]. Al comentar este texto nos
advierten:
Se
establece en el texto una contraposición entre el don recibido por medio de Moisés,
la Ley (cf. Dt 5), y el don recibido
por Jesucristo, la Verdad y la Gracia. Este es un don mayor. Hasta ese v., el
texto había venido hablando del título “Palabra”, pero aquí se nos identifica a
quién se refiere éste: a Jesucristo. Las relaciones literarias que establecen
los términos empleados (“porque”, en el texto) no se detienen sólo en eso, sino
que nos ponen en contacto con la “revelación” de Dios: sólo en Él se puede
obtener “plenitud de gracia y de verdad”; ello es posible si, como considera el
propio autor, se mira la historia en retrospectiva, es decir, contemplando la
historia de Israel y, especialmente a la Ley (Toráh = תּוֹרָה) de Moisés y a la Alianza protocolizada con Él. Dios quiso
entrar en diálogo con los hombres, les dio sus leyes, pero estas fueron como un
pedagogo que conducía hasta la revelación y el amor infinito de Dios que ha
traído Jesús, y que se verifican (etimológicamente el verbo es egeneto, que significa “nacer, llegar a
ser”) en las personas que creen en Él.
f’’) [Les decía Jesús:] “En
verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha
enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la
muerte a la vida[20]” (5,24).
No
perdamos de vista que nos encontramos en la sección “narrativa” de la
cristología, y de ahí su necesidad de insistir en su componente o en su base
histórica del relato. Con todo, este texto, así como el siguiente, forman parte
de un mismo “discurso” en boca de Jesús, dedicado a “explicar” la obra del
Hijo, y tiene componentes cristológicos y antropológicos íntimamente enlazados,
aunque más típicos de una reflexión sistemática.
Comienza
la perícopa que se ha seleccionado con una fórmula solemne de revelación (“en
verdad, en verdad os digo”) con la que se introduce el tema: se trata de entrar
en la “vida eterna” desde el estado actual, es decir, de participar de la vida
divina, en la vida que Dios produce, por parte de quien escucha la palabra de
Jesús y cree en el Padre mediante Jesús. Esta vida (gr. zwhn) divina, plena, presente y
actual, posee un alcance que la hace traspasar el tiempo presente, es “eterna”,
por eso mismo, es decir, posee una duración ilimitada[21]. Ahora bien, a esta afirmación,
espontáneamente se ofrece una objeción: y, entonces, ¿cómo explicar la muerte,
que sobrevendrá también a quienes poseen esta vida eterna? La segunda parte del
v. la responde.
En
efecto, aquí el término “juicio” se refiere en especial al “último juicio”, es
decir, al “juicio escatológico” en sentido estricto. La muerte (gr.= qάνατος)
es en Juan la muerte física, no la “muerte espiritual” del pecado; pero es un
episodio apenas esporádico que no incide sobre la validez de la vida divina, y
quien la posea, llegará[22] a la plenitud de la vida en su
resurrección.
Desde
el punto de vista cristológico, un tema también importante en el v. es el del
“juicio”, una de las actividades que, según los judíos, seguía realizando Dios
después de terminada “en sábado” su acción creadora. Jesús reivindica para sí
esta acción de Dios como Juez y la razona; ello trae, como consecuencia, la
indignación de sus interlocutores que ya habían decidido condenarlo por
anticipado[23].
g’) “Decía Jesús a los
discípulos que habían creído en él: «Si os mantenéis fieles a mi Palabra seréis
verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres»”[24] (8,31-32).
El
texto que prosigue en el discurso en ciertos momentos es tan duro en su tono,
que muchos se han preguntado si, en realidad, Jesús les habría hablado así a
los judíos “creyentes” en él[25]. Aparte de las explicaciones
que se han intentado, sí queda claro para todos el énfasis que quiso dar Juan a
su trabajo literario, cuando expresa una de las ideas suyas más queridas (hasta
43 veces en su Evangelio), recogidas de su seguimiento personal de Jesús: meinhte : “si permanecéis”, que es más
que decir “si estáis continuamente”, por cuanto expresa una vinculación
estrecha con Cristo. “Permanencia” que se realiza cuando el creyente se somete
a la “influencia” de Cristo mediante la escucha y práctica de su Palabra, es
decir, cuando “se mantiene obrando la verdad”.
“Conoceréis
la verdad” = gnwsesqe thn alhqeian no quiere decir, entonces,
como ya se lo ha referido antes, ni el conocimiento de una verdad filosófica ni
de una verdad científica, sino de la verdad divina,
es decir, de la Revelación. Tampoco
consiste en un conocimiento fruto del esfuerzo humano. No. Pero tampoco se la
puede identificar con un “contenido de la fe”, como si se tratara de algo que
hay que creer porque es la doctrina verdadera, o de algo que es fruto de la
“sinceridad” que se opone a la “mentira” en el orden moral. Se trata ante todo
de un significado peculiar que se centra en Jesús, como ya se ha ido viendo, y
que supone, por tanto, una relación interpersonal con él.
Dentro
de este contexto encontramos la siguiente conclusión: “y la verdad os hará
libres” = kai h alhqeia eleuqerwsei umaς.. Literariamente, se trata de una expresión que
ha traspasado los siglos. Pero su significado no siempre ha sido adecuadamente
interpretado, como ocurre cuando se lo quiere manipular con vistas a intereses
políticos nacionalistas o individualistas. “¡Cuántos crímenes se cometen en
nombre de la libertad conseguida a precio de supuesta «verdad»!”.[26]
Miremos,
pues, en qué contexto nos encontramos, ya que de éste depende, ciertamente, el
significado de la expresión. Ahora bien, el contexto es netamente religioso.
Por tanto, la intención de Jesús aparece claramente: alude a una “libertad”
fundamentalmente de tipo “religioso”, a
la libertad que otorga Dios que salva al hombre desde su interior personal de
la esclavitud del pecado, haciéndolo hijo suyo, integrándolo en el ámbito de su
amor gratuito (gracia): no consiste primariamente en una libertad social,
ni política, ni aún siquiera puramente ética (la capacidad de elección:
“libertad-de”, ausencia de coacciones al ejercicio de autonomía), sino en la
libertad propia de los hijos de Dios, sobre la cual se sustentan y a partir de
la cual se salvaguardan todas las demás “libertades” auténticamente humanas
(“libertad-para”)[27]. Jesús hace evidente la
correlación que existe entre verdad y libertad, y señala que, ella es, desde la
perspectiva divina, un componente
revelatorio antropológico de la máxima importancia que condiciona
radicalmente la historia: conforme al designio de Dios, todos los seres humanos
son llamados a realizar tanto la “verdad” de su realidad filial en relación con
Dios como la “libertad” (santidad) divina, que es propia de dicha filiación.
Así,
pues, tenemos la constatación de una doble realidad en la realidad humana: por
una parte, que las nuestras capacidades han sido efectivamente vulneradas por
el pecado, incluso las capacidades mismas para obrar el bien moral; las
consecuencias del pecado llegan a tocar hasta las mismas creaciones que hemos
efectuado a lo largo de las generaciones, como ocurre con las propias
estructuras sociales: por sí solas no sólo han demostrado ser incapaces de
lograr la realización humano-divina, sino que, por el contrario, han incidido
en esclavizarnos y en mantenernos en esclavitud. Pero, por otra parte, también
se debe afirmar que esa misma condición pecadora, insuficiente e incapaz,
reclama, exige entonces, que tanto las personas como las comunidades, así como
toda la actividad humana, reciban radicalmente una sanación y una elevación,
una liberación, que sólo podían proceder de la gratuita intervención de Dios,
ya que, al crearnos Dios nos ha llamado a alcanzar su justicia y santidad.
Sanación, elevación, liberación, todo ello ha ocurrido gracias a la redención
de Cristo, y a la adhesión personal del hombre y de la mujer a él, a la
inserción en Él, Verdad salvífica: la persona, desde dentro, su misma libertad, por la que es causa de sí misma,
es liberada junto con sus proyectos y creaciones y todo su desempeño en la vida
ordinaria; le queda abierto el acceso al auténtico conocimiento de sí misma y
obtiene un horizonte cierto y accesible de realización, mediante la práctica
del amor que alienta, purifica y robustece todo su esfuerzo tendiente a hacer
más llevadera la existencia y a administrar los recursos de esta tierra hacia
este fin. En el plano social, la comunidad humana se enriquece de esta manera
por la fraternidad, y su actividad queda en tensión hacia su plena iluminación
y transfiguración: “La verdad os hará libres”, es primigeniamente, una
condición de orden existencial, antropológico.
3°)
Finalmente, Jesús realizó esa obra
que el Padre le encomendó, anunciándola y dando testimonio de ella. Miremos
algunos pasajes acerca de esta línea de acción:
h’) “[Decía Jesús:] Pero
tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios” (8,40).
(Véase
el comentario a este mismo texto, supra, en 1.g.11.2)d’), p. 567; cf. p. 575
para la “Ley”). Las intenciones de sus adversarios eran claras, y su modo de
proceder, denunciado por Jesús, era el característico de quienes, como sucedió
en el pasado, llevaron a la muerte a los profetas (cf. 2 Re 17, para la expresión estereotipada; Lc 11,47 – en 11,45-46.52: los “doctores de la Ley” y su relación
con la verdad/salvífica-ciencia – y Mt
23,29-31 para la escena).
i’) “[Decía Jesús:] Pero a
mí, como os digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros puede probar que
soy pecador? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?” (8,45s).
Dos
consideraciones ameritan estos vv. 45 y 46. Sobre el primero, Jesús es claro al
poner en evidencia las consecuencias, el riesgo, que lleva consigo acogerlo a
fondo, es decir, escuchar su Verdad. Lo contrario, es decir, no creer en él,
agrada al “mundo”, así como “decir mentiras” galantea y seduce a los hombres, y
complace y arrulla a la incredulidad. Por eso, al tiempo que Jesús se muestra
muy consciente de esto que él mismo ha conocido en su propia experiencia,
advierte a sus Apóstoles que también ellos llegarán a ser víctimas del odio del
“mundo” y correrán la misma suerte del Maestro, a quien seguirán persiguiendo
en ellos (cf. Jn 15, 18-19).
La
segunda reflexión tiene qué ver con el sentido propio de la “verdad” en el
Evangelio de Juan al que se ha querido dedicar esta subsección: la “verdad”,
como tantas veces y de tan diversos modos se ha visto, se relaciona con la
fidelidad absoluta de Dios. Ella es su raíz más auténtica. En consecuencia,
Jesús, al haber obrado en todo así, en el cumplimiento de la misión de “quitar
los pecados del mundo” (Jn 1,29), se
demuestra “impecable”. Esta impecabilidad de Jesús lo identifica con el “Siervo
doliente” de Is 53,9 en la
perspectiva re-interpretativa que recorre todo el NT, título sobre el que
tendremos, entonces, qué volver.
De la
misma manera, se descubre aquí un enigma que había estado intrínsecamente
ligado con la historia humana pero cuya explicación no había sido contundente,
a saber, el misterio del pecado humano, comprendido también como concreción e
influencia del que viene (el diablo) a sembrar la mentira y la muerte en el
mundo, en debate con quien se le opone, Jesús[28].
j’) “[Padre:] Porque yo les
he comunicado lo que tú me comunicaste […] Yo les he dado tu Palabra […] Os he
dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”
(17,8a.14).
Jesús
insiste en que las palabras que él les ha comunicado a sus discípulos es un don
gratuito del Padre para ellos. El contenido de esas palabras nos es ya
conocido: la experiencia misma y directa del Padre que Jesús ha tenido. Los
discípulos, a diferencia del mundo, han aceptado esta revelación, y,
precisamente, gracias a esta revelación han conocido el origen trascendente de
Jesús y han creído que él es el enviado del Padre.[29] Más aún, al entrar en comunión
con el que es Palabra de Dios, han entrado en comunión con quien lo ha enviado,
y ello es causa de profunda alegría, del enorme gozo que sólo el Mesías podía
aportar[30].
De ahí
la afirmación que se encuentra en el Prólogo: porque sólo Jesús estaba “lleno
de gracia – bondad, benevolencia, amor – y de verdad – fidelidad –[31]” (1,14). El texto se refiere,
entonces, no a dos realidades sino a una única realidad, es decir, al “don
gratuito de la verdad” que se nos ha dado en Jesús[32]; porque él, en persona, es la
Verdad:
k’) “Le dice Tomás: «Señor,
no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino[33], la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí»”[34] (14,5-6).
El
empleo del artículo definido delante estos tres sustantivos marca la
diferencia: se refieren a un caso singular, único. Unidos por και (gr. = y),
semíticamente pueden ser traducidos por un sustantivo al que califican, en el
caso, dos adjetivos: como si se dijera: “Yo soy la Vida, verdadera y viviente”.
O, en términos Occidentales, “Yo soy el único medio para ir al Padre”[35].
Si bien
ya se ha hecho un recorrido por los diversos textos que se refieren a Jesús y
su conexión con la “verdad”, el trozo presente muestra un clímax en la
revelación y nos abre plenamente, de nuevo, al sentido que posee la “verdad” en
el ministerio de Jesús como ha sido recogido y formulado por Juan: “la verdad
es el camino que Cristo nos revela para alcanzar la vida eterna. Es una
revelación, pero no de verdades abstractas, teóricas, sino de un camino que
debemos seguir, que no es otro que el mismo Cristo; es la revelación salvífica
que Cristo comunica”[36].
3) Una vez terminada su labor como Palabra de verdad del Padre, Jesús
anuncia la venida del Espíritu de verdad.
A
partir de los textos joáneos observemos cuáles son sus tres funciones
fundamentales:
·
Primeramente, dar testimonio de Jesús, de su persona y de su obra:
“Cuando venga el Paráclito,
el Espíritu de verdad, que procede del Padre, y que yo os enviaré de junto al
Padre, él dará testimonio de mí[37]” (15,26).
Jesús
quiere contraponer dos tiempos, uno, el caracterizado por su presencia; otro,
el que está distinguido por la presencia del Espíritu Santo. Nuevamente
encontramos la relación “verdad” – “testimonio” no sólo en relación con Jesús
sino con los Apóstoles. Tanto el Espíritu como Jesús han sido “enviados” por el
Padre, pero no de cualquier modo, sino el Espíritu como prolongación, en cierto
modo, de Jesús y de su obra. El Espíritu es el gran “testigo” de Jesús y a
favor de él. Según algunos autores, se trataría del único logion en donde Jesús se referiría al Espíritu Santo, y
precisamente, en el contexto de la defensa que sus discípulos prestarán ante
los tribunales.[38]
·
Segundo, dirigir
a los discípulos hacia la verdad plena:
“Cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por
su cuenta, sino que hablará lo que oiga […][39]” (16,13ab).
El
concepto “verdad” sirve a Juan para asociar personal e íntimamente a Jesús
(14,5-6) con el Espíritu Santo, como señalan los textos y como recién se ha
comentado. Como si, para comprenderlo mejor, fuera adecuado establecer una
comparación, casi una identidad entre ellos. Pero en el caso presente, el
énfasis está puesto por Jesús no sólo en la distinción entre ambos, sino en la
obra particular del Paráclito, que,
como veremos enseguida es del todo fundamental, muy especialmente en el
contexto y como tema central de nuestra investigación.
Dos son
los verbos principales de la perícopa transcrita: odhghsei y lalhsei, que examinamos a continuación[40]:
1°) odhghsei (gr. = guiará) nos presenta su
parentesco con el sustantivo όδος (gr. = camino), de donde “método”[41] (del gr. = mhqa,: más allá + o[doj ® “camino o vía para llegar más
lejos”), término para nosotros tan importante por todo cuanto tiene que ver con
el “descubrimiento e investigación de la verdad”, y que en el texto, como se
ve, explícitamente se pone en relación con la “verdad”. Sólo se encuentra una
vez en este Evangelio; pero, no lo olvidemos, si Jesús afirmó de sí mismo ser
el “όδος”, el “camino” (cf. supra, 1.g.11.2)k’), p. 573), dice sobre el
Espíritu, que él “guiará”, en clara conexión-diferenciación con él. Pero,
observemos, se trata de un “guiar por la verdad” que, en realidad, no sólo
ilustra, ni, aún, proporciona “sabiduría”, como habían escrito los autores del
libro de la Sabiduría (9,11[42] y 10,10[43]), sino, sobre todo, comunica
vida[44].
Si,
como recién se ha advertido, Jesús se identifica con la Verdad, preguntamos,
entonces, aquí, en el v., ¿de qué
“verdad” se trata? Los expertos han puesto en evidencia que en el texto
griego el adjetivo aparece después, calificando al sustantivo: umaj en th alhqeia pash: como quien dice: “verdad toda”,
“entera”, “completa”; y no “todas las verdades”. Es decir, “en la verdad en toda su profundidad”. Texto, como vemos,
fundamental en nuestra búsqueda, por cuanto nos ubica en la raíz misma
interpretativa del c. 748 § 1, y, a través de éste, y de su conexión con el c.
anterior, 747 § 1, con los demás cc. escogidos como materia de nuestro estudio
y con todo el resto del CIC, que era lo primero que teníamos que demostrar: la
raigambre cristológica de tales cc.[45]
Ahora
bien, las implicaciones y las profundizaciones de esta afirmación Jesús no las
elaboró. Pero esta afirmación, novedosa no sólo desde el punto de vista de la
comprensión humana del asunto sino
desde el punto de vista del anuncio del
Evangelio – materia del libro III del CIC –, evidencia que, por sus solas fuerzas, los seres humanos no
habrían podido descubrirla. Otros textos joáneos confirman este sentido puesto
en evidencia (cf. 3,21; 8,31-32.40; 14,6.15.24; 19,17).
El texto
que comentamos, pues, quiere declarar que
“la función del Espíritu
consiste en guiar, cual Pastor invisible, a los discípulos por el auténtico
camino espiritual de Jesús-Verdad. Su función no se limita a descubrirles
especulativamente el significado de las palabras del Señor, de sus obras y de
su Evangelio, sino también a guiarlos en orden a organizar sus vidas según las
enseñanzas ‘cristianas’: penetración profunda en el contenido y significado de
la Revelación y, simultáneamente, su aplicación al comportamiento de los
discípulos en medio de las numerosas y cambiantes situaciones del mundo. Sin
embargo, es de notar que el primer ‘revelador’ es Jesús; en ese sentido, el
‘otro’ Paráclito que estará para siempre con los discípulos continuará en ellos
la misión reveladora de Jesús-Verdad”[46].
2°) lalhsei, por su parte, es el sencillo “hablar” pero que
aquí se elabora como en una especie de paralelo con las expresiones de Jesús
que enseña lo que “ha oído al Padre” (varios de esos textos ya los se ha visto:
cf. Jn 5,19.30; 7,17ss; 8,28.42;
14,10). Y de nuevo, así como en esos lugares se insiste en la unidad que existe
entre Jesús y el Padre, en éste, de modo particular se enfatiza la unidad que
existe entre el Espíritu y Jesús.
El
texto culmina diciendo que los Apóstoles, primero, pero luego toda la comunidad
de creyentes en Jesús, a través de los tiempos, irán recibiendo la ayuda de
Espíritu repetidamente, continuamente (lo indica la expresión anaggelei[47]), para comprender lo que hizo y
dijo Jesús en su momento, pero también lo que ocurra con posterioridad a su
“salida” (“éxodo”: cf. 13,1, que ya comentamos). No se trata de una función
propiamente profética, si por profecía se quisiera significar la anticipación
de lo que ocurrirá en el futuro, cuanto de la misión del Espíritu Santo de
interpretar de manera cristiana la realidad diaria: mantener la conexión entre
esta realidad con el contenido doctrinal de la enseñanza de Jesús,
reinterpretar lo que ya ha interpretado Jesús, pero quizás recordando algo que
se había olvidado, o mostrando una mejor comprensión de algo que no se había
entendido bien antes. Y, sin duda, también en este sentido, el Espíritu es
“Espíritu de la verdad”.
·
Por último, corresponde al Espíritu hacer memoria a los discípulos,
haciéndoles captar su verdadero sentido, de lo que Jesús había dicho y había
hecho:
“Pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho[48]” (14,26).
Se
recoge en este texto lo que se ha encontrado en el anterior acerca del Espíritu
Santo, pero en un contexto sutilmente diferente, pues los expertos caracterizan
todo el trozo (14,1-31) de donde se ha sacado el v., como un “discurso de
despedida”, no en el sentido de que Jesús históricamente hubiera dicho tales
palabras, cuanto en el de cómo la tradición joánea interpretó la partida de
Jesús. Lo cual no quiere decir que fueran falsas o fantaseadas, sino “porque
expresan el sentido profundo de la
persona y de la historia de Jesús”[49].
Mencionemos
brevemente algunos detalles del texto[50]. El “pero” con el que comienza
el v. pretende hacer una antítesis con el discurso precedente: “Os he dicho
estas cosas estando entre vosotros” (v. 25). Como quien dice, el Paráclito
tomará el puesto de Jesús. Por otra parte, es en este lugar en donde, por
primera vez, el Paráclito, según Juan, es llamado “Espíritu Santo”. Así mismo,
el texto indica que de la misma manera que Jesús fue “enviado por el Padre”, en
Quien tienen su origen la divinidad y la iniciativa salvífica, así ocurrirá con
el Espíritu. Y lo será “en nombre de Jesús”.
Esta
expresión (“enviado en nombre de Jesús”)
podría decir poco a quien no investigara la mentalidad semítica, para la cual
el “nombre” significa lo que hoy denominamos la “personalidad”, tanto en
sentido estático (lo que uno es) como dinámico (lo que uno hace o puede o debe
hacer). Así, pues, la expresión quiere decir mantener “una relación con la
persona y con la obra de Jesús”. Aclarado esto, se comprende mejor este tipo de
“relación” que existe entre el Espíritu y Jesús: el Espíritu sustituye a Jesús,
continúa su obra, ejerce su autoridad, porque mantiene con él una afinidad
íntima, ontológica diremos, con Jesús.
Sin
embargo, prosigue el texto, se subraya que el Espíritu no “agregará nada nuevo”
sino que “enseñará” (gr. = didacei) “todo” (gr. = panta). ¿En qué consiste esta acción didáctica del Espíritu? La respuesta la
tenemos enseguida en el v.: corresponde al Espíritu poner en contacto a los
discípulos con toda la revelación que
ha traído Jesús, abriendo caminos y quitando los obstáculos que se interponen a
este contacto: impulsando a conocer esta Verdad,
a aceptarla, a comprenderla hasta el fondo, a expresarla y a obrar en
consecuencia.
De
igual modo, encontramos la función “memorial” (upomnhsei) del Espíritu con respecto a lo que dijo e hizo
Jesús. El tema daría para largo[51], sinteticemos entonces. Como
miraremos más detenidamente dentro de poco (cf. infra, 1.g.13, p. 580ss), S. Pablo, refiriendo la tradición que él
ha recibido y se remonta hasta Jesús, repite las palabras y el gesto de Jesús
en la “última cena” como una práctica usual en las comunidades de su tiempo (1 Co 11,23-26). Empleó entonces el verbo
señalado. ¿Qué es, pues, en el sentido semítico[52], “hacer memorial”?
No se
trata sólo de recordar un hecho o a un sujeto del pasado, de ponerlo en nuestra
conciencia, de evocarlo. En realidad, se trata de un triple “movimiento”: 1°)
en la “última cena”, mediante sus gestos y sus palabras, Jesús remite a un Acontecimiento que sucederá
después, al día siguiente: la “entrega” de su vida en la Cruz; 2°) cuando los
Apóstoles después, y a través de los tiempos sus sucesores, se reúnan con sus
comunidades a “hacer el memorial” del gesto de Cristo, volverán a hacer presente la Cruz en medio de ellos; 3°) al “hacer
este memorial”, preanuncian el regreso de Jesús. Jesús, entonces, nos dice el
texto, indica que será obra también
del Espíritu “hacer memorial”: no sólo les “recordará” sus enseñanzas, sino,
que, incluso, les traerá al presente –
mediante el lenguaje de los símbolos
– las acciones de Jesús y los contenidos de revelación y de salvación que en
todos ellos (enseñanzas, acciones, revelación y salvación) se expresaban y se
realizaban: más aún, les anticipará lo que un día habrá llegado a su plenitud.
Dicho sintéticamente, Jesús indicaba que la acción del Espíritu es compleja
pero de una trascendencia fundamental en orden a la realización de la Verdad.
Pero, ¿es acaso ésta una acción exclusiva en y para ciertos fieles cristianos?
Sin
duda para todos los creyentes, la
“enseñanza del Espíritu” les permitirá “interpretar” y actualizar la revelación
de Jesús con miras a llevarla a su plenitud en aquellos que la han acogido. Por
eso se debe señalar que esta comprensión ni se puede reservar sólo a los Apóstoles
y a los que, como ellos, fueron los primeros testigos de la fe, ni a los
sucesores de ellos – la jerarquía eclesiástica – en el cuidado de la comunidad;
antes bien, ha sido confiada a la Iglesia entera (la exousía de Cristo es comunicada al grupo apostólico y, a través de
ellos, a la comunidad cristiana, sobre todo con la Resurrección y Pentecostés[53]: Jn 3,35; 20,22; Mt
28,18-20), incluso a quienes hacia ella de diversos modos se orientan (cf. LG 48), hasta el final de los tiempos.
Nadie llega a la fe sin la acción del Espíritu, y en la medida de la
disposición de las personas, de su apertura y comunión, progresivamente se
alcanzarán aquella ciencia e inteligencia crecientes en las cuestiones
relativas a la fe. En este proceso de profundización, por supuesto, la
autoridad docente en la Iglesia posee su tarea propia y determinante, en orden
a la cual es asistida por un don particular del Espíritu; pero el texto que nos
ocupa amplía sus perspectivas más allá de la jerarquía, y expresa la alegría de
la comunidad joánea ante las manifestaciones de la inteligencia madurada por la
fe de las que hace gala la Iglesia apostólica. Por eso mismo, la Iglesia nunca
ha dejado de orar, especialmente al Espíritu, para que crezca esta comprensión
en sus fieles[54].
Detalle de “La última cena” de
Leonardo Da Vinci
12. En
idéntico contexto de la cena pascual, Jesús se despide de sus Apóstoles
llamándolos con amor y cariño “Hijitos míos” (13,33). Como acabamos de ver, a
pesar del tiempo transcurrido con él, los Apóstoles todavía no habían llegado a
ser especialmente conscientes de lo que había significado “estar con Jesús”, de
lo que habían querido decir las acciones y las palabras del Maestro que les
estaba confiando una enorme riqueza. Pero estaban reunidos. Y volverían a
estarlo como comunidad, gracias a la acción
memorial del Espíritu, para hacer experiencia en la perseverancia, de una
profundización y de una progresiva certidumbre de la revelación recibida de Jesús,
de acuerdo con las palabras recién citadas de Jesús, que ahora completamos:
“Mucho podría deciros aún,
pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os
guiará hasta la verdad completa, pues no hablará por su cuenta, sino que
hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir” (Jn 16,12-13).
13.
Ahora bien: Jesús, dejándose guiar por ese mismo Espíritu, consideró que el
momento de su partida era inminente y que el contexto pascual en el que se
encontraba con sus Apóstoles era el más propicio para insistirles, con plena
conciencia, en la que era su experiencia más íntima y plenificante, la verdad más radical y fundamental: su
convicción de que Dios realiza lo que promete, y que sólo se llega a conocer de
Dios y a entrar en comunión con Él, cuando se experimenta su misericordia y
fidelidad involucrándose en su propia obra, hasta el punto de que él mismo,
Jesús-Palabra, es la misericordia y
fidelidad de Dios que se han puesto en acto[56]. Y lo hizo, entonces,
complementando sus palabras con el lenguaje de los símbolos[57]denotando una intrínseca
relación entre la verdad y el signo eucarístico que la expresa.
Examinemos primero las palabras, luego las acciones de este lenguaje.
Ha de
tenerse en cuenta, para comprenderlo mejor, que los evangelistas sinópticos
hicieron una descripción de la “última cena” de Jesús con sus discípulos, en la
que los detalles relativos a ésta son especial
y conscientemente “interpretados” por el propio Jesús en una dirección
específica: el pan es “su cuerpo” y el vino es “su sangre”. Y la
experiencia de la primera comunidad apostólica fue consecuente con ello, y
unánime al conservar y al transmitir ese gesto, como lo patentizó el apóstol
Pablo. Veamos esos textos en rápido paralelo (Esquema 30)[58]:
Marcos
11,22-25
|
Mateo 26,26-29
|
Lucas 22,14-20
|
1 Corintios
11,23-26
|
“25«Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid
hasta el día aquel en el que lo beba nuevo en el Reino de Dios».
|
“«Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid
hasta el día aquel en que lo bebe con vosotros, nuevo, en el Reino de mi
Padre».
|
“14Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los
apóstoles; 15y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua
con vosotros antes de padecer; 16porque os digo que ya no la
comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.»
17Y tomando una copa, dio gracias, y dijo: «Tomad esto y repartidlo
entre vosotros; 18porque os digo que, a partir de este momento, no
beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios».
|
“23Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido:
que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado,
|
“22Mientras estaban comiendo, tomó pan y, pronunciando la
bendición, lo partió, se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo». 23Tomó
luego un cáliz y, dadas las gracias, se lo dio, y bebieron todos de él. 24Y
les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que va a ser derramada por
muchos»”.
|
“26Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y,
pronunciada la bendición, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo:
«Tomad, comed, este es mi cuerpo». 27Tomó luego un cáliz y, dadas
las gracias, se lo dio diciendo: «Bebed de él todos, 28porque esta
es mi sangre de la Alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión
de los pecados»”.
|
19Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Este es mi
cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío». 20De
igual modo, después de cenar, el cáliz, diciendo: «Este cáliz es la Nueva
Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros».
|
tomó pan, 24y después de dar gracias, lo partió y dijo:
«Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» 25Asimismo
también el cáliz después de cenar diciendo: «Este cáliz es la Nueva Alianza
en mi sangre. Cuantas veces lo bebiereis, hacedlo en recuerdo mío».
|
26Pues cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la
muerte del Señor hasta que venga”.
|
Esquema 30
En
cambio, como han observado los estudiosos de Juan, éste se resolvió por una
manera diferente de proceder. Observemos dos de las decisiones que él tomó al
respecto:
1ª)
Mientras los Sinópticos se esmeraron por relatarnos detalladamente esa “Última
Cena”, Juan transcribió toda una
explicación de Jesús sobre el efecto
que tendría “comer su cuerpo” y “beber su sangre” en las personas que así lo
hicieran. Se acumulaban, pues, los hechos históricos sucedidos en un doble
sentido: no sólo, como señalan las propias palabras de Jesús, su cuerpo (que
será) “entregado” y su sangre (que será) “derramada” tenían como razón y como
propósito “el perdón de los pecados” de los hombres, equivalente a la
realización de la “Nueva Alianza” con ellos; sino que, según Juan, este hecho –
que acostumbran celebrar los cristianos – posee unos efectos radicales: se trata
de una cuestión “de vida” (o muerte) para quienes se “alimentan” con este
“pan-de-vida”. Sólo que, para desarrollar ampliamente el tema, lo sacó del
contexto de la cena pascual, y lo puso en unas circunstancias que él consideró
más propicias (en la sinagoga de Cafarnaúm, a propósito del “signo” de la
multiplicación de los panes), como una profecía que tendría oportuno
cumplimiento: pleno (en el momento histórico en que Jesús realizará el gesto de
la Cena-Cruz) y más pleno (cuando, al final de los tiempos, se vean todos los efectos): Se trata de todo el largo
capítulo 6,22-66, del que sólo extraeremos el breve texto siguiente:
“Los judíos discutían entre
sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del
hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque
mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come
mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido
enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el
que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que
comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá
eternamente". Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm”
(6,52-59).
2ª)
Pero no todo quedó allí, pues, según Lucas
(capítulo 22), Jesús procedió inmediatamente a vincular su discurso antes
referido a una solemne exposición en la que, entre otros temas, en los vv.
24-27 – es decir, en idéntico contexto celebrativo pascual, pues es a renglón
seguido de lo reseñado – Jesús presentó la siguiente parábola-reflexión:
“Entre ellos hubo también un
altercado sobre quién de ellos parecía ser el mayor. Él les dijo: «Los reyes de
las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder
sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el
mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve.
Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que
está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve»”[59] (22,24-27).
A
diferencia de los otros sinópticos[60], en los que los Apóstoles se
disputaban los puestos de honor “en el futuro reino de Cristo” (Mc 10,42-45 y Mt 20,25-28), Lucas
expresó una situación actual y más amplia,
que respondía, por entonces, a diversas preocupaciones de la primitiva
comunidad cristiana, pero que, sin duda, a través de los tiempos, puede
registrarse hoy. Se trataba de considerar, por ejemplo, el modo como habría que
reconocer los servicios meritorios de alguno en el seno de la comunidad: fueran
ellos notorios o públicos, fueran ellos incluso más reservados o íntimos. Las
“relaciones de poder”[61], como hoy se las llama, no
ocurren sólo en el ámbito “macro” de la vida social local, nacional o
internacional; también los ambientes “micro” de la vida conyugal, familiar y
laboral suelen resentirlas. Inclusive en la esfera llamada con sorna por
algunos “eclesiástica” o “clerical”. En el texto, Jesús no resuelve la
controversia que ellos tenían, pero sí advierte la necesidad de no actuar según
ciertos parámetros considerados en algún caso como “naturales”, tan conocidos y
empleados, por ejemplo, en las sociedades políticas – aunque no exclusivamente
en ellas, como decimos –, consistentes en dominar o violentar a las personas a
costa de su dignidad y de la reducción de sus espacios de libertad responsable.
La enseñanza es clara y perentoria: quienquiera haya sido llamado a ejercer de
algún modo cualquier tipo de autoridad debería hacerlo con humildad, como un
auténtico servicio que se presta, primordialmente cuando se trata del más débil
e indefenso. Y en este contexto descuella el servicio sacerdotal ministerial[62]. Este comportamiento es, en
realidad, el que corresponde con la auténtica naturaleza humana, según el
querer de Dios Padre, dice Jesús.
Así
mismo, “benefactores” (gr.= ευεργεται) habían sido llamados tanto los dioses,
como los héroes y los reyes (p. ej., Tolomeo III, 246-221 a. C.): no habría que
esperar, por tanto, ni buscar, tales etiquetas. Por el contrario: cuando en
Palestina era normal o común, y se esperaba que el “más joven” (gr.= newterov) sirviera al “mayor” (gr.= o meizwn; se trata de una analogía mediante
el juego de palabras: quien tiene más “dignidad” por razón de su jerarquía,
como es el caso de quien la posee por su ancianidad) y le hiciera muchos mandados y servicios, Jesús enseña que,
aunque “se peinen canas”, lo más importante es servir. Por supuesto, esta
recomendación tiene validez, en primer término, para quienes ejercitan
ministerios y oficios en la Iglesia; pero no sólo aquí. Por eso mismo, la
primera comunidad cristiana no dudó en aplicar este título, refiriéndolo
prototípicamente a Jesús, como el título del “Siervo”[63]; título que evoca, como se ha
señalado poco ha, al “Siervo” de los textos isaíticos (cf. Is 53,10).
Juan, por su parte, no sólo recogió palabras
similares de Jesús, sino que narra que ellas
sucedieron efectivamente: nos proporcionó una descripción, igualmente
pormenorizada, de unas acciones y palabras de Jesús, que se refieren, como
decimos, al mismo momento de la “última cena”[64]. Antes de recordar el texto,
hagamos unas consideraciones previas:
No
pareciera que se hubiera tratado de un “olvido” de Juan, o que ello hubiera
ocurrido porque nuestro autor hubiera desconocido tales textos, sobre todo si,
como muestran todos los indicios, él escribió unos años después de haber
quedado terminados los escritos sinópticos: el hecho de la ocurrencia de “esa
cena”, en uno como en los otros casos, es protuberante. ¿Qué ocurrió, entonces?
Desde
el punto de vista de los valores en juego, ante todo podemos destacar qué
importancia llegó a tener para Jesús el criterio de vida allí indicado, hasta
el punto de afirmar y reiterar plásticamente que era el suyo propio: no
consistía en un criterio al que se debían someter los demás, pero él no. Para
evidenciarlo, y como para que no fuera a quedar ninguna duda acerca de este
reflexivo aspecto central de su enseñanza sobre la “verdad” más profunda vivida
por él – indicio, por lo tanto, de madurez
adquirida por una persona[65] –, escogió este otro signo, abierto, espontáneo, totalmente
gratuito, para decirnos que verdad es, en
su comprensión y caracterizadamente, amor-servicio[ii];
y que ella no llega a ser tal, en
realidad, sin este amor-servicio: que así como es el gesto de Dios con los
hombres, de la misma manera era su gesto de Señor
con sus Apóstoles. Porque la Palabra – él mismo lo es – es tanto la expresión y la manifestación en la historia humana de la fidelidad y del amor inconmensurable de
Dios por los hombres en la persona y obra de Jesús (proceso descendente), como
de la conformidad de Jesús con la voluntad del Padre (proceso ascendente). Por
eso, también quiso hacerlo simbólicamente
(cf. Jc 13,15-16), en un gesto y acción que la Iglesia ha iterado, inclusive en su
liturgia del jueves santo, pero que, por supuesto, siempre estará abierto en su
simbolismo a innumerables aplicaciones, profundizaciones y mayores exigencias
en los diversos ámbitos de la vida diaria y de su estructura social (cf. p.
ej., c. 213; etc.).
Desde
el punto de vista literario, según la tradición se afirma que Juan estuvo
presente en el hecho, de ahí que su relato fuera presumiblemente más fidedigno
en comparación de los restantes. Con todo, el texto de Lucas no dudó en referir
una situación “real” que se estaba presentando, pero que para nada menciona el
texto joáneo: la discusión de los discípulos – en circunstancia tan crucial
para Jesús, quien comprendía todo el alcance del momento, mas no ellos –:
¿Quién era el más importante entre ellos?
Sin
entrar a fondo en el problema de la autoría del texto por Juan, lo que sí
podemos afirmar es que el texto actual, al callarlo, parece que hubiera querido
ser más comprensivo, indulgente y tolerante con las fallas de entonces, las
suyas y las de sus colegas; o, quizás, mejor, deseaba que, sobre tema tan
importante, la atención no se desviara de su propósito e intención fundamental.
Como antes, su preocupación no había sido tanto asegurar la “verdad” del suceso
de la institución eucarística y de su comisión a los Apóstoles; ni, inclusive,
la “verdad” de que su iteración garantizara el gesto genuino y el cumplimiento
efectivo del querer del Señor por parte de las comunidades celebrantes
presididas por ellos o por sus sucesores. Sino que “la verdad” de este suceso se hacía tal, cuando se vivían las implicaciones y las consecuencias de un amor como el de
Dios en todas las circunstancias de la vida, es decir, cuando los hombres y
las mujeres “se consagraban en verdad”, según el auténtico ejemplo de Jesús.
Entonces sí las celebraciones litúrgicas serían expresión total de la vida de los participantes[66]. He aquí, pues, ese definitivo
texto:
“Antes de la fiesta de la
Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado (agaphsaς) a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el extremo (eiς
teloς
hgaphsen
autouς).
Durante la cena, cuando ya
el diablo había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos y que había
salido de Dios (apo
qeou) y a Dios (prov
ton
qeon) volvía, se
levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla se la ciñó. Luego
echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a
secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
Llega a Simón Pedro; éste le
dice: «Señor, ¿lavarme tú a mí los pies?» Jesús le respondió: «Lo que yo hago (poiw), tú no lo entiendes (oidaς) ahora; lo
comprenderás (gnwsh) más tarde.» Le dice Pedro:
«Jamás me lavarás los pies.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes
parte conmigo.» Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las
manos y la cabeza.» Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse;
está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» Sabía quién
le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.»
Después que les lavó los
pies y tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis (Ginwskete) lo que he
hecho (pepoihka) con vosotros? Vosotros me
llamáis ‘el Maestro’ (O
didaskaloς) y ‘el Señor’
(O
kurioς). Y decís bien, porque lo
soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo (upodeigma
gar
edwka), para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros (umin
ina
kaqwς
egw
epoihsa
umin
kai
umeiς
poihte). En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el
enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, seréis dichosos (makarioi
este[67]) si lo cumplís
(poihte)” Jn 13,1-17)”.
La
“verdad” era, pues, en el pensamiento y en la manera de obrar de Jesús – y esto
se reitera una vez más en el texto –, una cuestión de “obrar”, de “cumplir (poihte[68]) como Dios mismo” más que de entender, decir o pensar. Es lo que
permite deducir la contraposición que Jesús hace a propósito de la objeción de
Simón Pedro: entender (oidaς) ≠ hacer (poiw). Se necesitará, por tanto, de la
acción del “Espíritu de la verdad” que “os guiará hasta la verdad completa”
(16,13a: cf. infra), para que Pedro[iii]
y los otros, lleguen a “comprender” (Ginwskete). Pero, en realidad, ni siquiera
ello sería suficiente para ser realmente felices y dichosos (makarioi): sólo lo serían cuando, bajo
el influjo del mismo Espíritu, obrando así (poihte) como Jesús (pepoihka) y conforme a su ejemplo (upodeigma gar edwka), fueran ellos co-creadores con Dios Padre (tema tan entrañable de
Jesús, como se ha visto al seguir a Lucas, cf. supra, p. ej., 1.f.1)3, p. 487).
Llama
la atención que, según el relato, esta
experiencia es susceptible de ser aprendida. Más aún, si se observan las
cosas con mayor sutileza, es en esta experiencia, precisamente, en la que
consiste el aprendizaje auténtico, inclusive el más alto y más profundo, la
verdadera “educación”: upodeigma gar edwka. La cual, sin embargo, sólo se
confirmará al ser practicada.
“Lavar
los pies”, sin embargo, tanto y más, si se quiere, que el gesto eucarístico de
aquella tarde pascual, no quedaba aún lleno
de contenido sin su referente paradigmático, el cual acontecería no mucho
tiempo después: mientras tanto, uno y otro gestos permanecerían como un signo[69] abierto, no vacío, en tensión
de esperanza hacia su cumplimiento mayor:
el Acontecimiento que haría posible la plena comprensión de todos los otros
signos, si de lo que se trataba era de “medir” el alcance o la calidad del
amor-fiel, del amor-misericordia, del amor-servicio: ¡sólo la Cruz diría,
finalmente, cuánto nos ha amado Dios!
Un
último apunte a propósito de este texto acerca del cual quiero llamar la
atención, válido también para el anterior, en Lucas: la sutil pero, a mi
juicio, inteligente relación de estos pasajes, en uno y otro evangelista, con
otro texto que analizaremos un poco más adelante (en 1.h): la comparecencia de
Jesús ante Pilato, el Gobernador o Procurador romano (cf. Juan 18,37-38), a propósito, nuevamente, de la “verdad”.
14. A
manera del conclusión de cuanto llevamos dicho hasta el momento, podemos
afirmar, entonces, que el Evangelio de “Juan”, aunque es considerado el último
en ser confeccionado, y, por lo mismo, el más lejano en el tiempo de los cuatro
que acogió y transmitió la comunidad cristiana de la primera centuria, al
referirlo a los otros sinópticos, y en particular al texto de Lucas, no deja de
evidenciar los rasgos narrativos fundamentales de la vida y obra de Jesús de
Nazaret. De entre ellos queremos resaltar muy especialmente la compenetración
de Jesús con Dios, su Padre, y con su Reino, muchos de cuyos elementos
constitutivos y procesuales se ha destacado a lo largo de este capítulo. Más
aún: verlo orar, a solas o en compañía; verlo escoger a sus discípulos y
formarlos; mirarlo dialogar con paciencia y en profundidad con ellos o con sus
contradictores; observarlo reconocer las necesidades de las gentes y tratando
de solucionárselas; distinguirlo profundamente solidario y, al mismo tiempo,
tan consciente y realista de la situación como genuinamente religioso y
perspicaz desde ello; escucharlo denunciando proféticamente o valorando en
todos su recta disposición y apoyando a quienes requerían consuelo;
contemplarlo serenamente sencillo y humilde, sensible y analítico, y, aún,
crítico, pero, al mismo tiempo, comprensivo, servicial y misericordioso…: todo
ello nos habla de la riqueza de personalidad de este hombre que si bien ha
cautivado y sigue cautivando a millones a través de los siglos, que no dejan de
ponderar su magisterio y liderazgo, sobre todo, nos ha mostrado ser un
denodado e incansable buscador y custodio de la verdad con respecto a Dios y a
su proyecto, fiel e incansable, a favor de sus hermanos, los hombres.
Como se
ha dicho al principio, aparece profunda y sinceramente insertado en la cultura
de su pueblo, en la historia y en las tradiciones religiosas y sociales de su
nación, pero, al mismo tiempo, sabiamente crítico en relación con ellas,
evidenciando a lo largo de su existencia, especialmente en los intensos años de
su ministerio, el desenvolvimiento de unas claras líneas de enseñanza, que él,
personalmente, primero, vivió y luego lideró. Y lo que iba “escuchando” del
Padre, lo que le “veía” hacer, primeramente en él mismo, humanamente lo fue
interiorizando y transmitiendo especialmente a “sus” Apóstoles y a los otros
discípulos, de modo que su coherencia con el querer de Dios llegó
paulatinamente a convertirse en la solidez misma histórica de Dios, su Padre:
su revelación intrahistórica. Y cuando Judas le pregunta por qué esa
“preferencia” por ellos, los Apóstoles, Jesús no sólo vuelve y les recalca el sentido de su misión, sino también el contenido auténtico de la misma:
"Señor, ¿por qué te vas
a manifestar a nosotros y no al mundo?". Jesús le respondió: "El que
me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos
en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras” (cf. Jn 14,21-26).
El
“secreto”, pues, estaba en esa creciente coherencia humana de Jesús con el
querer de Dios, consistente en permitir a los seres humanos adquirir en
comunidad la solidez de Dios, y en hacer todo lo posible para que ellos la
adquieran. Esa coherencia será, al mismo tiempo, testimonial, para los
discípulos y, uno de los contenidos del envío que recibirán, de modo que a través
de ellos el “mundo” crea. “Coherencia testimonial” es, pues, otra de las
características de Jesús, el Maestro, en las que la Iglesia, como discípula
universal, en sus comunidades particulares y locales, siempre tendrá que
educarse.
Pero,
como sabemos, los últimos actos de este drama estaban por producirse.
Notas de pie de página
[1] Comentario a Jn 3,3b de
la Biblia de Jerusalén, o. c., p. 84, nt. 208, 1415. Cf. nt.
siguiente.
[2] R. BULTMAN hacía notar que el autor sustituyó el concepto
άλήθεια, con el que venía desarrollando la argumentación en Jn 8, por τα ρήματα του Θεοϋ: “El que es de Dios” en el v. 47. Cf. art. άλήθεια en: Gerhard KITTEL – Gerhard
FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p.
393, nt. 986, v. I 660-661.
[3] Los textos, además de los recientemente mencionados: 1,14.17;
4,23s; 8,32.40.44.45.46; 14,6.17; 15,26; 16,13; 17,17.19; 18,37.
[4] Cf. R. BULTMANN, art. άλήθεια en: Gerhard KITTEL – Gerhard
FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p.
393, nt. 986, v. I 658-665.
[5] No es raro que esto ocurriera así, pues en este, como en otros
textos, se muestra también su costumbre de poner sus propias reflexiones
teológicas en boca de Jesús o, incluso, de Juan Bautista (cf. infra,
1.g.11.2)1°), pp. 565-567).
[6] Más extensos en su comprensión (o comprehensión= extensión
cualitativa), pero menos en su numeración (extensión cuantitativa).
[7] Cf. Ignace de la
POTTERIE, S. J.: art. “verdad”, en Xavier
LEÓN-DUFOUR: Vocabulario de teología
bíblica, o. c., p. 465, nt.
1240, 934; de mi maestro, Roberto MERCIER, P. S. S.., a quien estoy
particularmente reconocido: El Evangelio
según el discípulo a quien Jesús amaba San Pablo Bogotá 1995 t. I 501, con la
cita de R. SCHNACKENBURG: El Evangelio
según san Juan II, 253.
Aquí es menester andar con
tiento. No discrepa nuestro autor, De la Potterie, de la opinión expresada y
fundamentada en diversos textos por R. BULTMANN, art. άλήθεια en: Gerhard KITTEL – Gerhard
FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo
Testamento, o. c., p. 393, nt. 986, v. I 654,
cuando éstos se refieren a la posición o manera de ver paulina, sobre todo en
textos tales como Rm 1,18 y 1,25, en
donde se estaría haciendo una referencia expresa a la “realidad misma de Dios”:
“conforme a la verdad”. En cambio, sí diametralmente de ellos cuando éste
último afirma que se trata de la άλήθεια como el “auténtico ser, la realidad
divina, la revelación” en el uso, en las diversas obras, de Juan (cf. ibíd.,
v. I 658-665).
[8] La alabanza era – y continúa siendo – la manera como el orante se
refiere a Dios para reconocer “lo que Él es”, a diferencia de la “acción de
gracias”, que resalta “lo que Dios hace”.
[10] Y no dando una larga (o corta) explicación o argumentación.
[11] Cf. Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan: introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004; Ugo
VANNI: Vangelo secondo Giovanni: passi
scelti Roma Pontificia Università Gregoriana 1974; y, sobre todo, Roberto
MERCIER: El Evangelio según el discípulo
a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, t. II 322-323.
[12] Dice, por ejemplo, Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan: introducción y
exégesis Bogotá CEJA 2004 57.
[13] Cf. ibíd., 70. Según los expertos, igualmente, esta
perícopa, comprendida dentro del texto aún mayor de 5,19-47, “llega a una
cumbre en la revelación cristológica… La Doctrina básica no es otra cosa que la
igualdad y distinción de las personas divinas […] El motivo absoluto de la
perfecta igualdad entre el Padre y el Hijo solemnemente se declara: Porque el Padre quiere al Hijo (v. 20a).
El amor hace a las personas iguales. El amor del Padre hacia el Hijo explica
todo el misterio de la persona y de las obras de Jesús. Es a través de ese amor
como y donde Jesús ve las obras que realiza el Padre y las que hace Él mismo”:
Roberto MERCIER: El Evangelio según el
discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, t. I 314-315.
[14] Cf. Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan: introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004 70;
Roberto MERCIER: El Evangelio según el
discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, t. I 315.
[15] polla exw peri umwn lalein kai krinein; all' o pemyaò me alhqhò estin, kagw a hkousa par' autou tauta lalw ei' ton kosmon.
[16] Roberto MERCIER: El
Evangelio según el discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570,
t. I 499.
Se trata de otro elemento
típico de la ciencia: la comunicación, la comunicabilidad. Al respecto, Manuel
TREVIJANO: En torno a la ciencia, o. c., nt. vi, p. 110, 68.
[17] Cf. ibíd., 520.
[19] Ugo VANNI , S. J.: Vangelo secondo Giovanni. Passi scelti Pontificia Università Gregoriana Roma 1974 36ss; Pedro ORTIZ
VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan:
introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004 31; Roberto MERCIER: El Evangelio según el discípulo a quien
Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, t. I 17.
[21] Cf. Ugo VANNI, S. J.: Vangelo secondo Giovanni. Passi scelti
Pontificia Università Gregoriana Roma 1974 91-92.
[22] metabebhken : “ha pasado” es un pasado perfecto profético,
explica U. Vanni, que, en realidad se refiere al futuro, pero con tal certeza,
que el hecho a suceder se considera como ya sucedido. Y esto, porque existe un
fundamento objetivo para dicha afirmación: la presencia de la vida divina cuya
duración es ilimitada, eterna.
[23] Cf. Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan: introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004 70;
Marie Emilie BOISMARD, nt. a Jn 5,17,
en Biblia de Jerusalén, o. c., p. 84, nt. 208, 1419.
[25] Cf. Roberto MERCIER: El
Evangelio según el discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt.
1570, t. I 507.
[26] Cf. Roberto MERCIER: El
Evangelio según el discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt.
1570, t. I 508.
[27] El tema fue asumido por el Concilio Vaticano II en su Declaración Dignitatis humanae, 7 de diciembre de 1965, cuando elaboró los
fundamentos bíblicos y teológicos, además de los filosófico-políticos, de la
“libertad religiosa”. Se trata de un asunto de tal magnitud, que podemos
señalar que, en orden a los contenidos y propósitos de esta comunicación, en
ella, precisamente, encontramos la formulación, al menos parcial, de la
redacción actual del c. 748 § 1 en los siguientes términos: “Por su parte,
todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo
referente a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y
practicarla” (DH 1b).
Sobre la diferencia entre
“libertad-de” y “libertad-para” en el campo moral, cf. mi texto Algunos elementos introductorios a la
Teología Moral CEJA Facultad
de Teología Colección Apuntes de Teología Bogotá 1997 3ª 104-105.
En el campo jurídico, y
especialmente canónico, se habla sobre todo de la “libertad-de”. Ésta se
establece en relación con el ejercicio de los derechos de una persona: ser
libre de coacción extrínseca
(física o moral), definida como la necesidad o presión (física o moral) que se
ejerce desde afuera contra la inclinación natural o contra el querer de la
persona determinándola a actuar o no actuar en determinada dirección.
Se distingue esta de la
obligación o ley moral, consistente en la necesidad o presión moral que,
impuesta por vía cognoscitiva, sale, brota espontáneamente de la misma manera
de ser de la naturaleza humana y hace que esa persona humana actúe o no actúe
en determinada dirección. Se manifiesta a nivel consciente de modo imperativo
así: v. gr. debes honrar a tus padres. Por último, se distingue también del
determinismo intrínseco de la naturaleza, que consiste en la necesidad o
presión física que proviene de algún principio intrínseco a la misma naturaleza
de la persona, que la determina a obrar en determinada dirección. Así, v. gr.,
en el estado onírico la persona queda a disposición de sus instintos
incoercibles por carecer del control de la voluntad libre.
[28] Cf. Roberto MERCIER: El
Evangelio según el discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt.
1570, t. I 522.
[29] Cf. Ugo VANNI, S. J.: Vangelo secondo Giovanni. Passi scelti
Pontificia Università Gregoriana Roma 1974 163.
[30] Cf. Marie Emilie
BOISMARD, nt. a Jn 15,11, en Biblia de Jerusalén, o. c., p. 84, nt. 208, 1437. El tema de la
comunión entre el Hijo y el Padre puede profundizarse, entre otros, mediante la
lectura de Joseph RATZINGER: Jesús de
Nazereth, o. c., p. 26, nt. 57,149.
[31] Cf. Roberto MERCIER: El Evangelio según el discípulo a quien
Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, t. I 68; Ugo VANNI, S. J.: Vangelo secondo Giovanni. Passi scelti Pontificia Università Gregoriana Roma 1974 40; Pedro ORTIZ
VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan:
introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004 30. La fórmula del texto es
contundente al afirmar que en Jesús se concentra y se concreta de manera
objetiva toda la bondad y el amor de Dios Padre, que en él se encuentra la
revelación máxima del Padre. Sólo en este lugar encontramos el término χάρις,
(gr. = gracia) tan frecuente en Pablo. Hace referencia a la actitud del que da,
pero también, a lo mismo que es dado, al don.
[32] Cf. Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan: introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004 30.
[33] El “camino” en el AT tiene el significado principal de la “ruta
del éxodo” que lleva hacia un país extranjero, la “Tierra Prometida”. Al
afirmarlo acerca de sí mismo, Jesús está diciendo que no sólo él es la vía sino
la meta. Y al decírselo a sus discípulos les está, en realidad, diciendo, que
ellos no deberían mirar sino únicamente a él, el Maestro, porque no es “un”
Maestro, sino “el” Maestro. No es un camino físico, sin duda, pero la metáfora
alude a la distancia objetiva que existe entre Dios y sus criaturas, imposible
de llenar por parte de éstas, pero que Jesús-Palabra viene a colmar, no sólo
por ser el intérprete del Padre, sino por cuanto él nos da la vida divina del
Padre, nos hace participar en su plenitud. Cf. Roberto MERCIER: El Evangelio según el discípulo a quien
Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, t. II 118s.
[35] Existen varias interpretaciones del texto. Cf. Roberto MERCIER: El Evangelio según el discípulo a quien
Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, II 118-120.
[36] Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan: introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004 30.
[38] Cf. Roberto MERCIER: El Evangelio según el discípulo a quien
Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, II 250, en donde el autor cita a R.
Schnackenburg: El Evangelio según San
Juan III 156.
El Papa BENEDICTO XVI explica así la acción
del Espíritu en la comunidad hoy: “El Espíritu es también la fuerza que
transforma el corazón de la Comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo
del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola
familia. Toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca
el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y
los Sacramentos, empresa tantas veces heroica en su realización histórica; y
busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto,
el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los
sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres. Es este
aspecto, este servicio de la caridad, al que deseo referirme en esta parte de
la Encíclica”: BENEDICTO XVI, 25 de diciembre 2005, Enc. Deus caritas est n. 19b.
[40] Seguimos en este análisis a Roberto MERCIER: El Evangelio según el discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563,
nt. 1570, II 275-276.
[41] Recuérdese que en la historia de la filosofía un personaje del
todo central para caracterizar el cambio de período histórico con toda la serie
de problemáticas y de enfoques sobre la realidad a las que ha dado origen hasta
el día de hoy, en especial sobre epistemología y metafísica, fue Renato
Descartes en sus diversas obras, pero, especialmente, en su Discurso sobre el método. Ya hemos
tenido ocasión de hacer mención de este hecho (cf. supra, cap. 1°, p. 52, nt.
116).
[42] “[…] pues ella todo lo sabe y todo lo entiende. Ella me guiará prudentemente en mis empresas y
me protegerá con su gloria”.
[43] “Ella guió al justo por
caminos seguros cuando huía de la cólera de su hermano; le descubrió el reino
de Dios y le dio a conocer cosas santas; le dio éxito en sus duros trabajos y
multiplicó el fruto de sus fatigas”.
[44] Tema predilecto en Juan, quien explicará las razones de su
afirmación en Apocalipsis 7,17: al
agua de la Vida.
[45] Al comienzo de este capítulo, recordémoslo, afirmábamos que el
Derecho canónico ha de volverse permanentemente a “Él como la motivación última
y definitiva del obrar cristiano” que prescriben sus cánones, y, muy
particularmente, en nuestro caso, de lo que prescriben los cc. 748 § 1; 809;
811 § 2 y 820” (p. 390s). Es, en realidad, el propósito de toda esta investigación
y del modelo hermenéutico que estamos implementando.
[46] Roberto MERCIER: El
Evangelio según el discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, II 275-276.
[47] Cf. Roberto MERCIER: El
Evangelio según el discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, II 276.
[49] Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: El Evangelio de Juan: introducción y exégesis Bogotá CEJA 2004 92.
[50] Cf. Ugo VANNI, S. J.: Vangelo secondo Giovanni. Passi scelti
Pontificia Università Gregoriana Roma 1974 146s.
[51] Upomnhsei se relaciona con Anάmnesiς. Sobre el tema, cf. la obra
de Salvatore Marsili, ya citada: “La teología de la celebración eucarística” (p. 533, nt. 1478).
Por su
parte, al tratar del Evangelio de Juan, Joseph RATZINGER nos proporciona una
clave decisiva para la interpretación bíblica, de la que hacemos uso en el
presente capítulo. Señala el teólogo y Sumo Pontífice: “Con estos textos, es el
evangelista mismo quien nos ofrece indicaciones decisivas sobre cómo está
compuesto su Evangelio, es decir, sobre la visión de la cual procede. Se basa
en los recuerdos del discípulo que, no obstante, consisten en un recordar
juntos en el «nosotros» de la Iglesia. Este recordar es una comprensión guiada
por el Espíritu Santo; recordando, el creyente entra en la dimensión profunda
de lo sucedido y ve lo que no era visible desde una perspectiva meramente
externa. De esta forma no se aleja de la realidad, sino que la percibe más
profundamente, descubriendo así la verdad que se oculta en el hecho. En este
recordar de la Iglesia ocurre lo que el Señor había anticipado a los suyos en
el Cenáculo: «Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la
verdad plena...» (Jn 16,13). Lo que
Juan dice en su Evangelio sobre el recordar, que se convierte en un comprender
y en un encaminarse hacia la «verdad plena», se acerca mucho a lo que Lucas
dice sobre el recuerdo de la Madre de Jesús. Lucas describe este proceso del
«recordar» en tres momentos de la historia de la infancia de Jesús... [Lc 1,29]... (Lc 2,19)... (Lc 2,51) La
memoria de María es, ante todo, un fijar en la mente los acontecimientos, pero
es más que eso: es una confrontación interior con lo acontecido. De esta manera
penetra en su interior, ve los hechos en su contexto y aprende a comprenderlos.
Precisamente en este tipo de «recuerdo» se basa el Evangelio de Juan, que sigue
profundizando en el concepto del recuerdo como memoria del «nosotros» de los
discípulos, de la Iglesia. Este recordar no es un simple proceso psicológico o
intelectual, sino un acontecimiento pneumático. El recordar de la Iglesia, en
efecto, no es sólo algo privado; sobrepasa la esfera de nuestra comprensión y
nuestro conocimiento humanos. Es un ser guiados por el Espíritu, que nos
muestra la cohesión de la Escritura, la cohesión entre palabra y realidad,
guiándonos así «a la verdad plena»”: Jesús de Nazaret, o. c., p. 26, nt. 57, 277-278.
En lo que se refiere a la
cristología, en particular, la “sugerencia” la encontramos estupendamente
proporcionada por el “acompañante de Emaús”: “Y comenzando por Moisés y
continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo
que se refería a él […] Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras
nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»”: “Et incipiens a Moyse et
omnibus Prophetis interpretabatur
illis in omnibus Scripturis, quae de ipso erant […] Et dixerunt ad invicem:
«Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur nobis in via et aperiret nobis Scripturas?»” (Lc 24,27.32).
[52] La asunción del pensamiento griego para tratar de comprender y de
comunicar razonablemente los contenidos de la fe – a lo cual haremos referencia
en varios lugares más adelante, sobre todo a propósito de los concilios
trinitarios y cristológicos del primer milenio – demostró sus amplias
posibilidades. El Renacimiento, que quiso volver a los clásicos, pero, sobre
todo, la Ilustración, que ha sido la radicalización de ese movimiento y su
“racionalidad”, sin embargo, contribuyeron – sin duda, entre otros factores – a
un cierto empobrecimiento, cuando no aniquilación, del ejercicio teológico, y
llegaron a cuestionar su validez actual. Ello se hace muy evidente al tratar,
precisamente, el problema de la “memoria”, particularmente en su sentido
platónico, y del “memorial” en su sentido bíblico-litúrgico. Es la tesis que
pretende demostrar el colega Daniel GARAVITO VILLARREAL en su trabajo de grado,
realizado bajo la dirección de mi propio director, R. P. Rodolfo E. DE ROUX, S.
J.: Teología política en Metz: una
propuesta hermenéutica como correctivo de la privatización teológica Pontificia
Universidad Javeriana Facultad de Teología Trabajo de Maestría Bogotá 2008.
“Hacer memoria” es un
proceso típico judeo-cristiano. Se remonta, p. ej., a la acción intercesora de
Moisés por el pueblo durante su conversación con Dios (cf. 32,13-14). Véase a
este respecto la audiencia de
BENEDICTO XVI, el 1 de junio de 2011, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27584.php?index=27584&po_date=01.06.2011&lang=sp Compleméntese esta con lo expuesto por él mismo en su audiencia del 12 de diciembre de 2012,
en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/30184.php?index=30184&lang=sp
[53] De entre los acontecimientos “(post)-pascuales”, en sentido
teológico-litúrgico, Pentecostés señala otra cima en orden a la comprensión de
la fundación de la Iglesia. Ya hicimos amplia y oportuna referencia a los
hechos pre-pascuales. La Iglesia no nace de la consideración ni de la (sola)
buena voluntad de los Apóstoles; para ser realmente tal ella debe nacer de
Dios, no puede ser de otra manera. Lo ha vuelto a recordar el S. P. BENEDICTO
XVI en su homilía del 9 de octubre de
2012, durante el Sínodo de los Obispos: “Así los Apóstoles no han dicho,
después de algunas asambleas: ahora deseamos crear una Iglesia, y con la forma
de una (asamblea) constituyente habrían elaborado una constitución. No, han
orado y en oración han esperado, porque sabían que sólo Dios mismo puede crear
su Iglesia, que Dios es el primer agente: si Dios no actúa, nuestras cosas son
solo nuestras y son insuficientes; sólo Dios puede testimoniar que es Él quien
habla y quien ha hablado. Pentecostés es la condición para el nacimiento de la
Iglesia: sólo porque Dios ha obrado primero, los Apóstoles pueden actuar con él
y con su presencia y hacer presente cuanto hace Él. Dios ha hablado y este “ha
hablado” no sólo es el tiempo perfecto de la fe sino siempre un permanente
presente: el perfecto de Dios no sólo es un pasado, porque es un pasado
verdadero que lleva siempre en sí mismo el presente y el futuro. Dios ha
hablado quiere decir: “habla”. Y como en aquel tiempo sólo con la iniciativa de
Dios podía nacer la Iglesia, podía ser conocido el Evangelio, el hecho de que
Dios ha hablado y habla, así también hoy sólo Dios puede comenzar, nosotros
podemos sólo cooperar, pero el comienzo debe venir de Dios”. En: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29807.php?index=29807&po_date=09.10.2012&lang=sp
[54] El texto de donde me inspiro
aquí es de Henri VAN DEN BUSSCHE: Le
Discours d’adieu de Jésus: commentaire des chapitres 13 a 17 de l'évangile
selon saint Jean Belgique Casterman 1959 94-95; cf. la anotación al
respecto de Roberto MERCIER: El Evangelio
según el discípulo a quien Jesús amaba, o. c., p. 563, nt. 1570, II
139.
[55] "Entre las pinturas de tema religioso, la Última cena de Leonardo DA VINCI,
pintada en el refectorio del monasterio de Santa María de las Gracias en Milán,
es de las más famosas. Este fresco fue pintado probablemente entre 1495 y 1497
[...] Poco se conoce de los trabajos preparatorios para esta obra monumental.
En una de sus libretas de apuntes Leonardo describe los gestos de los
apóstoles, pero están lejos aún de la coordinación que llegan a tener sus
acciones. Ello es la prueba de una "Última Cena" concebida como
una representación de teatro, en la que el componente temporal implica los
gestos de los personajes, expresados a través de componentes espaciales
controlados por fuentes de luz, frontales, laterales y posteriores y dando
dinámica a la narración […] Pareciera que en el gesto que Leonardo le dio a
Cristo hubiera tenido en cuenta un fresco de la Crucifixión pintado en
1495 en la pared opuesta del refectorio por Giovanni Donato da Monfortano: una
mano levantada hacia arriba en dirección hacia el buen ladrón, y la otra
apuntando hacia abajo en dirección del ladrón impenitente": Luca ANTOCCIA
- André CHASTEL - Marco CIANCHI - Paolo GALLUZZI - Domenico LAURENZA - Rodolfo
PAPA - Carlo PEDRETTI: "Leonardo's painting", en: Leonardo. Art
and Science Giunti Firenza 2005 6a 40-47.
[56] En un párrafo sintético y estupendo, Hans Urs VON BALTHASAR lo
expresa así: “La unión indisoluble de la palabra y el hecho de la pasión remite
a un comitente, que sólo puede ponerse en duda en la medida en que se formulan
sospechas de exaltación (o más claro, de locura) en el comisionado; contra lo
cual, sin embargo, hablan el tono – dentro del marco de la palabra -, la
conducta y la ausencia de una exaltación dionisíaca. Cuando habla de su
auto-donación, jamás emplea Cristo el tono propio de un eros extático, sino que
utiliza siempre palabras sencillas que hacen alusión a la obediencia; y sin
substraerse a la responsabilidad, pone la iniciativa total y la última
responsabilidad (junto con la gloria por la sobreabundancia del plan) en manos
del Padre… Pero si la realeza del Dios que se revela como amor aparece en la
humillación obediencial del Hijo del Padre, quiérese decir que esa obediencia
es amor… Precisamente en la kénosis
de Cristo (y sólo ahí) aparece el íntimo
misterio del amor de Dios, que en sí mismo ‘es amor’ (1 Jn 4,8), y que, por eso, es ‘trino’. La trinidad de Dios, si bien
resulta una luz inaccesible a la razón, es la única hipótesis cuyo
establecimiento permite clarificar el fenómeno de Cristo (tal y como ha estado
siempre presente en la Biblia, en la iglesia y en la historia) sin forzar los
hechos”: Sólo el amor es digno de fe
Ediciones Sígueme Salamanca 19954a 79.
[57] Como demuestra una investigación al respecto, ha sido sobre todo
el mencionado antiguo Abad de San Anselmo, Salvatore Marsili (1910-1983), quien
más ha animado en tiempos recientes, desde la perspectiva de la liturgia, una
investigación sobre el “símbolo”, además de sus propias contribuciones. Cf. al respecto: Piera
MORETTI pddm: La Teologia Liturgica Di
Salvatore Marsili. Uno Sguardo A Partire Dagli Editoriali Della “Rivista
Liturgica” Istituto Di Liturgia Pastorale dell’Abbazia di Santa Giustina –
Padova, Incorporato alla Facoltà di Teologia del Pontificio Ateneo Sant’Anselmo
– Roma Anno accademico 2003 – 2004 16ss, en (consulta mayo 2006): http://www.pddm.org/studi/piera/piera1.doc. Para un estudio
reciente sobre el tema, cf. Adele COLOMBO:
“Teologo Salvatore Marsili, profetico fautore delle scienze umane in liturgia?”
En: Rivista Liturgica 5 set/ott 2003 745-764, en (consulta mayo 2006): http://www.rivistaliturgica.it/upload/2003/articolo5_745.asp
[58] Debo advertir que no veo indispensable para nuestro propósito, y
más bien nos desviaría excesivamente del tema, una consideración pormenorizada
de los textos. Para ello, puede verse mi traducción de “Teología de la celebración
eucarística” citado antes (cf. p. 533, nt. 1478).
Interpretando uno de los
elementos que muestra este paralelo, explicó el Papa BENEDICTO XVI en la homilía de la misa “in coena Domini”, el
21 de abril de 2011: “Mateo, Marcos y Lucas utilizan dos palabras para
describir la oración de Jesús en el momento central de la Cena: «eucharistesas»
y «eulogesas» -«agradecer» y «bendecir». El movimiento ascendente del
agradecimiento y el descendente de la bendición van juntos. Las palabras de la
transustanciación son parte de esta oración de Jesús. Son palabras de plegaria.
Jesús transforma su Pasión en oración, en ofrenda al Padre por los hombres.
Esta transformación de su sufrimiento en amor posee una fuerza transformadora
para los dones, en los que él ahora se da a sí mismo. Él nos los da para que
nosotros y el mundo seamos transformados. El objetivo propio y último de la
transformación eucarística es nuestra propia transformación en la comunión con
Cristo. La Eucaristía apunta al hombre nuevo, al mundo nuevo, tal como éste
puede nacer sólo a partir de Dios mediante la obra del Siervo de Dios”: en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27280.php?index=27280&po_date=21.04.2011&lang=sp#TRADUZIONE%20IN%20LINGUA%20SPAGNOLA
[59] Egeneto de kai filoneikia en autoiv, to tiv autwn dokei einaimeizwn. o de eipenautoiv, Oi basileiv twn eqnwn kurieuousin autwn kai oi ecousiazontev autwn euergetai kalountai. umeiv de oux outwv, all' o meizwn en umin ginesqw wv o newterov, kai o hgoumenov wv o diakonwn. tiv gar meizwn, o anakeimenov h o diakonwn? ouxi o anakeimenov? egw de en mesw umwn eimi wv o diakonwn.
[60] Cf. Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p.
399, nt. 959, 363s.
El
Papa BENEDICTO XVI hace notar otro de los elementos originales lucanos dentro
del mismo contexto del discurso dela cena de pascua, sumamente oportuno en
relación con el tema de la “verdad” vinculado con la fe y con la unidad
eclesial – y humana –. Se trata, precisamente, del ministerio de Pedro en ello:
“«Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero
yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas
convertido, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31s). Hoy comprobamos de
nuevo con dolor que a Satanás se le ha concedido cribar a los discípulos de
manera visible delante de todo el mundo. Y sabemos que Jesús ora por la fe de
Pedro y de sus sucesores. […] Jesús predice la caída de Pedro y su conversión.
¿De qué ha tenido que convertirse Pedro? […] Todos debemos aprender siempre a
aceptar a Dios y a Jesucristo como él es, y no como nos gustaría que fuese.
También nosotros tenemos dificultad en aceptar que él se haya unido a las
limitaciones de su Iglesia y de sus ministros. Tampoco nosotros queremos
aceptar que él no tenga poder en el mundo. También nosotros nos parapetamos
detrás de pretextos cuando nuestro pertenecer a él se hace muy costoso o muy
peligroso. Todos tenemos necesidad de una conversión que acoja a Jesús en su
ser-Dios y ser-Hombre. Tenemos necesidad de la humildad del discípulo que
cumple la voluntad del Maestro. En este momento queremos pedirle que nos mire
también a nosotros como miró a Pedro, en el momento oportuno, con sus ojos
benévolos, y que nos convierta. Pedro, el convertido, fue llamado a confirmar a
sus hermanos. No es un dato exterior que este cometido se le haya confiado en
el Cenáculo. El servicio de la unidad tiene su lugar visible en la celebración
de la santa Eucaristía. Queridos amigos, es un gran consuelo para el Papa saber
que en cada celebración eucarística todos rezan por él; que nuestra oración se
une a la oración del Señor por Pedro. Sólo gracias a la oración del Señor y de
la Iglesia, el Papa puede corresponder a su misión de confirmar a los hermanos,
de apacentar el rebaño de Jesús y de garantizar aquella unidad que se hace testimonio
visible de la misión de Jesús de parte del Padre”: homilía de la misa “in coena Domini”, el 21 de abril de 2011, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27280.php?index=27280&po_date=21.04.2011&lang=sp#TRADUZIONE%20IN%20LINGUA%20SPAGNOLA
[61] Dos obras tenemos muy en cuenta en este punto: de Hans Urs VON
BALTHASAR: Los cristianos y el poder Encuentro Madrid 1984; y de VI
REUNIÓN DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN AMÉRICA LATINA: El
poder en perspectiva teológica Digiprint Bogotá 2004.
Se trata, sin duda, de la
exigencia de considerar las cosas desde una manera del todo diferente, según la
lógica del Reino, según el método de Jesús. Lo ha hecho evidente el Papa
BENEDICTO XVI en la homilía de la Misa de Jesucristo, Rey universal, el 21 de
noviembre de 2010, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26435.php?index=26435&po_date=21.11.2010&lang=sp También lo había desarrollado en el día anterior, durante el
Consistorio: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26427.php?index=26427&po_date=20.11.2010&lang=sp
[62] Este tema ha sido desarrollado específicamente por el Papa
BENEDICTO XVI en la Misa crismal del 20 de marzo de 2008, al comentar la
expresión de la Plegaria Eucarística (o Canon de la Misa) II: “astare coram te et tibi ministrare”. Puede verse el texto en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21857.php?index=21857&po_date=20.03.2008&lang=sp
[64] Probablemente, de haber sucedido así, la enseñanza de Lucas
habría precedido el gesto que recoge Juan. Cf., a este propósito, el mencionado
texto de Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p. 399,
nt. 959, 364.
[65] Nótense las implicaciones canónicas de esta afirmación. Pensamos
particularmente, por ejemplo, en las causales de nulidad matrimoniales, aunque,
por supuesto, no exclusivamente.
[66] La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple
tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de
los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia).
Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. En
cada una de ellas se exige que la Iglesia sea cada vez más expresión e instrumento
del amor que proviene de Él.
En el misterio litúrgico Cristo nos da a
participar su propia vida a fin de que los fieles lleven a cumplimiento la
alianza de Dios con los hombres, su Reino y su justicia. Por ello en el rito se
debe expresar toda la realidad del misterio de Cristo, ciertamente, pero
también toda la realidad del hombre en sí mismo y en sus relaciones diversas,
porque una y otra realidad se requieren como un don que es una realidad cada
vez más envolvente. Y esta realidad la deben expresar los símbolos que se
emplean en la liturgia, lo cual exige, por una parte, volver a retomar la
revelación bíblica, sin duda alguna, pero, de igual modo, la vida del hombre,
hecho a imagen de Dios en el amor del Hijo, de modo que se continúe la acción
creadora y redentora hasta el final de los tiempos.
[67] Es la “bienaventuranza” – única – que nos aporta Juan. Cf. supra,
1.f.1)2, p. 486.
[68] Para un estudio completo del término en sus antecedentes
literarios griegos y en su uso por los LXX y por el NT, cf. Herbert BRAUN: art.
ποιέω en: Gerhard
KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande
lessico del Nuovo Testamento, o.
c., p. 393, nt. 986, v. X 117-1190). Tendremos que volver sobre el tema a
propósito del “obrar moral” respecto a las exigencias que nos propone “La Verdad”
(cap. 6°, 2.b., p. 1178ss).
[69] V. FUSCO, en su art. “Prospettiva pasquale, trasparenza e simbolismo nella
narrazione evangelica”, en Rivista Liturgica LXVII/5
1980 599-621, decía que existe una síntesis entre una realidad en su concreta
plenitud histórica y su significado, y, por tanto, entre la situación que
describe el texto bíblico y la situación en la que se encuentra el lector, el
cual es interpelado por la misma revelación. Pasado y presente, en un trasfondo
de futuro, resultan ser dos polos dialécticos del simbolismo del NT que, de
esta manera, asume una función de transparencia. Una lectura cristiana
auténtica busca retomar, no al lado, sino dentro del texto, dentro del
acontecimiento originario, esa riqueza de significado que lo trasciende. Ahora
bien, una “actualización” del texto implica retomar las relaciones simbólicas
que se hallan entre el texto bíblico, su situación o contexto interno, y la
situación o contexto del lector, de modo que la “letra” sea ya espíritu,
símbolo de la dimensión espiritual actual y escatológica, que el texto sea ya
“hermenéutica”. Se trata, por lo tanto, de la percepción de una continuidad
real de situación, más allá de todos los elementos de discontinuidad, de modo
tal que la “situación pasada” deja de ser un hecho episódico y se ilumina de
actualidad: sin vaciarse de su realidad histórica, se carga de una dimensión
ulterior, a la que podemos denominar “simbólica”. También para el mismo Jesús –
y para la comunidad apostólica – los elementos materiales, como una ceguera o
la sordera, con la que nos hemos encontrado en diversos milagros, asumieron
resonancia simbólica (cf. Jn 9,39-41)
por la transferencia del nivel físico al nivel espiritual. Los Evangelios,
pues, exigen, para su recta y plena valoración, una “lectura en múltiples
niveles” en la que se evidencien las dimensiones histórico-narrativa y
actualizadora. Cf. al
respecto, el art.: Adele COLOMBO:
“Teologo Salvatore Marsili, profetico fautore delle scienze umane in liturgia?”
En: Rivista Liturgica 5 set/ott 2003 745-764, en (consulta mayo 2006): http://www.rivistaliturgica.it/upload/2003/articolo5_745.asp
Notas finales
[i] Marie Emilie BOISMARD, destacado estudioso y comentarista
de Juan en la Escuela Bíblica de Jerusalén, autora de la traducción conocida
como la Biblia de Jerusalén, a la que
recién hemos citado, nos ofrece algunos criterios para ayudarnos a comprender
mejor este problema de autoría. Lo primero, que quien (es) haya (n) sido,
“presenta rasgos que le son propios y que lo distinguen netamente de los
evangelios sinópticos. Su autor parece haber sufrido una influencia bastante
intensa de una corriente de pensamiento ampliamente difundida en ciertos
círculos del Judaísmo, y cuya expresión se ha encontrado recientemente en los
documentos esenios de Qumrám. En ellos se daba una importancia especial al
conocimiento, anunciaba el de la gnosis; se expresaba cierto dualismo por medio
de antinomias: luz-tinieblas, verdad-mentira, ángel de luz-ángel de tinieblas
(Beliar); especialmente en Qumrám se insistía, con perspectiva escatológica, en
la mística de la unidad y en la necesidad del amor fraterno” (ed. Española:
Desclée de Brouwer Bilbao 1967 1407). Esto por un lado.
En un segundo elemento
encontramos que si bien el texto evidencia su conexión con la primitiva
predicación cristiana, especialmente con el núcleo del kerygma que fue “fijado” muy temprano, es decir, con la Pasión,
Muerte y Resurrección de Jesús,
igualmente es la evidencia máxima de todo un proceso y esfuerzo
sostenido para alcanzar la mayor comprensión posible del “misterio” de Jesús,
el sentido de su vida, de sus acciones y de sus palabras (ibíd. 1407s). Es, entonces, una genuina y primera “teología”. Jesús
viene a convertirse en este escrito en el verdadero centro de la vida
cristiana, de su culto y de sus sacramentos. Una fase nueva y ya plena en la
“revelación” de Dios. Ya hemos hecho referencia, y destacado, las relaciones
estrechas de este Evangelio con el Evangelio de Lucas, en el sentido de que
éste último, si bien, con seguridad, no conoció el texto joánico en su forma
final, sí estuvo muy familiarizado con las tradiciones – hasta cierto punto
autónomas – que condujeron procesualmente hasta el mismo.
Tradicionalmente a este
texto final se le ha atribuido la autoría de “Juan”, el Apóstol e hijo de
Zebedeo. Y así lo emplearon autores de comienzos del s. II tales como S.
Ignacio de Antioquia, Papías, S. Justino, e, inclusive, S. Clemente romano. Y
S. Ireneo de Lyón, hacia el año 180, relata lo que él mismo había aprendido,
que “Juan, durante su estancia en Éfeso, publicó su evangelio”. Lo mismo
señalaron Clemente de Alejandría, Tertuliano y el Canon de Muratori (cf. ibíd. 1410).
[ii] El asunto tiene notables implicaciones, entre
otras, la terminológica con, o como fruto de, sus percepciones subjetivas, que,
hoy por hoy, tienen una concepción de educación que es, a mi entender, en
muchos casos, reductiva no sólo del amor sino del mismo ser humano. A este efecto,
consideremos el planteamiento del tema por parte del Papa BENEDICTO XVI: “El
amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea
preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros. A este
respecto, nos encontramos de entrada ante un problema de lenguaje. El término
«amor» se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de
las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes. Aunque
el tema de esta Encíclica se concentra en la cuestión de la comprensión y la
praxis del amor en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia, no
podemos hacer caso omiso del significado que tiene este vocablo en las diversas
culturas y en el lenguaje actual. En primer lugar, recordemos el vasto campo
semántico de la palabra «amor»: se habla de amor a la patria, de amor por la
profesión o el trabajo, de amor entre amigos, entre padres e hijos, entre
hermanos y familiares, del amor al prójimo y del amor a Dios. Sin embargo, en
toda esta multiplicidad de significados destaca, como arquetipo por excelencia,
el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el
cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad
que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista,
todos los demás tipos de amor…”: Carta Encíclica Deus
caritas est, 25 de diciembre
de 2005, n. 2.
Con ocasión de la Fiesta
del Vesakh de 2006, el PONTIFICIO
CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO envió un Mensaje a los Budistas sobre el
tema de la citada encíclica, y reflexionando acerca de cómo podrían budistas y
cristianos trabajar unidos al “servicio de la humanidad”: “A través de nuestro
diálogo nosotros hemos podido apreciar la importancia que Ustedes, los Budistas,
dan al amor al prójimo, que se expresa en el concepto de metta, un amor carente de deseo de posesión, pero vuelto a ayudar a
los otros. Este es considerado como un amor pronto a sacrificar los intereses
propios en beneficio de la humanidad. Así, metta,
conforme a la enseñanza budista, no se limita a un pensamiento benévolo, sino
que se extiende al cumplimiento de obras de caridad, al servicio de cada uno y
de todos. Es, en realidad, una benevolencia universal. No se debe olvidar,
tampoco, la otra virtud, karuna, por
medio de la cual se manifiesta una compasión amorosa hacia todos los seres
vivientes” (traducción mía) del texto: CONSEIL PONTIFICAL POUR LE DIALOGUE
INTERRELIGIEUX: Message Aux Bouddhistes Pour La Fête Du
Vesakh 2006: Bouddhistes et chrétiens au service de l’humanité, n. 5, en: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/interelg/documents/rc_pc_interelg_20060504_vesakh2006_fr.html
[iii] En este mismo contexto encontraremos el texto de
22,31-33. Un autorizado comentario nos hace de este texto el Papa Benedicto
XVI: “Veamos ahora el evangelio según san Lucas, que nos narra cómo el
Señor, durante la última Cena, encomienda nuevamente una tarea especial a Pedro
(cf. Lc 22, 31-33). Esta vez las palabras que Jesús dirige a Simón se
encuentran inmediatamente después de la institución de la santísima Eucaristía.
El Señor acaba de entregarse a los suyos, bajo las especies del pan y el vino.
Podemos ver en la institución de la Eucaristía el auténtico acto de fundación
de la Iglesia. A través de la Eucaristía el Señor no sólo se entrega a sí mismo
a los suyos, sino que también les da la realidad de una nueva comunión entre sí
que se prolonga a lo largo de los tiempos "hasta que vuelva" (cf. 1
Co 11, 26).
Mediante la Eucaristía los discípulos se transformaran en su casa viva que, a lo largo de la historia, crece como el nuevo templo vivo de Dios en este mundo. Así, Jesús, inmediatamente después de la institución del Sacramento, habla de lo que significa ser discípulos, el "ministerio", en la nueva comunidad: dice que es un compromiso de servicio, del mismo modo que él está en medio de ellos como quien sirve.
Y entonces se dirige a Pedro. Dice que Satanás ha pedido cribar a los discípulos como trigo. Esto alude al pasaje del libro de Job, en el que Satanás pide a Dios permiso para golpear a Job. De esta forma, el diablo, el calumniador de Dios y de los hombres, quiere probar que no existe una religiosidad auténtica, sino que en el hombre todo mira siempre y sólo a la utilidad.
Mediante la Eucaristía los discípulos se transformaran en su casa viva que, a lo largo de la historia, crece como el nuevo templo vivo de Dios en este mundo. Así, Jesús, inmediatamente después de la institución del Sacramento, habla de lo que significa ser discípulos, el "ministerio", en la nueva comunidad: dice que es un compromiso de servicio, del mismo modo que él está en medio de ellos como quien sirve.
Y entonces se dirige a Pedro. Dice que Satanás ha pedido cribar a los discípulos como trigo. Esto alude al pasaje del libro de Job, en el que Satanás pide a Dios permiso para golpear a Job. De esta forma, el diablo, el calumniador de Dios y de los hombres, quiere probar que no existe una religiosidad auténtica, sino que en el hombre todo mira siempre y sólo a la utilidad.
En el caso de Job Dios
concede a Satanás la libertad que había solicitado, precisamente para poder
defender de este modo a su criatura, el hombre, y a sí mismo. Lo mismo sucede
con los discípulos de Jesús, en todos los tiempos. Dios da a Satanás cierta
libertad. A nosotros muchas veces nos parece que Dios deja demasiada libertad a
Satanás; que le concede la facultad de golpearnos de un modo demasiado terrible;
y que esto supera nuestras fuerzas y nos oprime demasiado. Siempre de nuevo
gritaremos a Dios: ¡Mira la miseria de tus discípulos! ¡Protégenos! Por
eso Jesús añade: "Yo he rogado por ti, para que tu fe no
desfallezca" (Lc 22, 32).
La oración de Jesús es el límite puesto al poder del maligno. La oración de Jesús es la protección de la Iglesia. Podemos recurrir a esta protección, acogernos a ella y estar seguros de ella. Pero, como dice el evangelio, Jesús ora de un modo particular por Pedro: "para que tu fe no desfallezca". Esta oración de Jesús es a la vez promesa y tarea. La oración de Jesús salvaguarda la fe de Pedro, la fe que confesó en Cesarea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).
La oración de Jesús es el límite puesto al poder del maligno. La oración de Jesús es la protección de la Iglesia. Podemos recurrir a esta protección, acogernos a ella y estar seguros de ella. Pero, como dice el evangelio, Jesús ora de un modo particular por Pedro: "para que tu fe no desfallezca". Esta oración de Jesús es a la vez promesa y tarea. La oración de Jesús salvaguarda la fe de Pedro, la fe que confesó en Cesarea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).
La tarea de Pedro
consiste precisamente en no dejar que esa fe enmudezca nunca, en fortalecerla
siempre de nuevo, ante la cruz y ante todas las contradicciones del mundo,
hasta que el Señor vuelva. Por eso el Señor no ruega sólo por la fe personal de
Pedro, sino también por su fe como servicio a los demás. Y esto es exactamente
lo que quiere decir con las palabras: "Y tú, una vez convertido, confirma
a tus hermanos" (Lc 22, 32).
"Tú, una vez
convertido": estas palabras constituyen a la vez una profecía y una
promesa. Profetizan la debilidad de Simón que, ante una sierva y un siervo,
negará conocer a Jesús. A través de esta caída, Pedro, y con él la Iglesia de
todos los tiempos, debe aprender que la propia fuerza no basta por sí misma
para edificar y guiar a la Iglesia del Señor. Nadie puede lograrlo con sus
solas fuerzas.
Aunque Pedro parece
capaz y valiente, fracasa ya en el primer momento de la prueba. "Tú, una
vez convertido". El Señor le predice su caída, pero le promete también la
conversión: "el Señor se volvió y miró a Pedro..." (Lc 22,
61). La mirada de Jesús obra la transformación y es la salvación de Pedro. Él,
"saliendo, rompió a llorar amargamente" (Lc 22, 62).
Queremos implorar
siempre de nuevo esta mirada salvadora de Jesús: por todos los que
desempeñan una responsabilidad en la Iglesia; por todos los que sufren las
confusiones de este tiempo; por los grandes y los pequeños: Señor, míranos
siempre de nuevo y así levántanos de todas nuestras caídas y tómanos en tus
manos amorosas.
El Señor encomienda a
Pedro la tarea de confirmar a sus hermanos con la promesa de su oración. El
encargo de Pedro se apoya en la oración de Jesús. Esto es lo que le da la
seguridad de perseverar a través de todas las miserias humanas. Y el Señor le
encomienda esta tarea en el contexto de la Cena, en conexión con el don de la
santísima Eucaristía. En su realidad íntima, la Iglesia, fundada en el
sacramento de la Eucaristía, es comunidad eucarística y así comunión en el
Cuerpo del Señor. La tarea de Pedro consiste en presidir esta comunión
universal, en mantenerla presente en el mundo como unidad también visible. Como
dice san Ignacio de Antioquía, él, juntamente con toda la Iglesia de Roma, debe
presidir la caridad, la comunidad del amor que proviene de Cristo y que supera
siempre de nuevo los límites de lo privado para llevar el amor de Cristo hasta
los confines de la tierra.” En:
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