Capítulo IV
Continuación (II)



3. La kénosis del Siervo Jesús. La dimensión soteriológica de Jesucristo y el principio de seguimiento derivado de su misterio.


a. Dos líneas en el NT resaltan la kénosis

1) La kénosis: caminar de Jesús en la obediencia a la Verdad

1. Se ha resaltado en el parágrafo anterior que Jesús de Nazaret era un hombre auténtico, que nació de Madre humana (cf. supra, 1.b.3, p. 402; 1.f.5)b)45.b’’), p. 542ss.). Para sus contemporáneos (como la sección narrativa lo evidencia y el Papa FRANCISCO lo resume en EG 197), no cabía la menor duda de que creció como los demás, que conoció y experimentó lo que es ser hombre: sed, tristeza, alegría, amor, ira, cansancio, dolor, el abandono de Dios, y, finalmente, la muerte – volveremos sobre estos “existenciales” en el capítulo siguiente). Se trató de un hecho aceptado pacíficamente e indiscutible, que sólo se vino a acentuar con carácter apologético cuando el gnosticismo (cf. supra, 1.h.1)b)7, p. 596, nt. 1654) comenzó a negarlo.

Por eso, los escritos del NT no se interesaron por relatar pormenores de su descripción física, por ejemplo, ni de sus estados de alma, salvo su “obediencia”. Jesús les aparecía un hombre íntegro, completo, en actitudes concretas con un sentido y una personalidad muy espirituales, pero subrayando su “obediencia”.

Lucas, a quien hemos seguido de cerca, no evitó mencionar las palabras que salieron de la boca de Jesús en este sentido (cf. Lc 3-4; 2,49; 23,46, p. ej.). Pero también los otros evangelistas lo veían no sólo en oración sino obediente (cf. p. ej., Mc 14,36 y sus par.).

2. De igual modo San Pablo, cuando quiso resumir toda la existencia de Jesús, no dudó en emplear una palabra: “obediencia” (Flp 2,8), siempre contraponiéndola al camino[1] que había optado Adán (cf. Rm 5,9). De la misma forma procedió el autor de la carta a los Hebreos  (4,15; 5,7.9).

Para Pablo fue sobre todo en la Cruz en donde se manifestó la divinidad de Jesús. En ella, además, se reveló definitivamente el proyecto escatológico de Dios. Quizás es el texto de la carta a los Filipenses en donde mejor llegó él a expresar esa percepción. El denominado “himno”[2] (Flp 2,2), ya transcrito, describe cómo el mismo que “tomó carne” “murió en la Cruz” como un siervo, y es el mismo que “tiene condición divina”: es Dios el único que puede entregarse todo, sin dejar de ser todo Él: es tan libre y tan soberano que se entrega sin acabarse, sin perderse. Su poder se manifiesta ¡en la debilidad del siervo!, y en su muerte se manifiesta ¡“la vida de Dios”! Se trata de una realidad dinámica, difícil de incorporar en nuestras vidas: “Él se ha hecho pobre para que nosotros seamos ricos” (2 Co 8,9). Son toda una serie de contradicciones o paradojas que se originarán de esta experiencia: pobreza-riqueza, tomar la cruz y seguirle, perder la vida para ganarla…

Pablo no podía comprender el misterio de Cristo y participar a otros el alcance de su nueva penetración sobre Dios, sin apuntar también, ineludiblemente, al efecto que tal condición tenía en todos los seres humanos y en la perspicacia que lograba acerca de lo que sería una “calidad de vida” típica y propia de ellos: la necesidad de transformar la propia vida, de modo que las debilidades, limitaciones y pobrezas llegaran a ser, como lo fueron para el propio Jesús, sus mayores riquezas. Como Dios se entregó en su amor por nosotros, como ha entregado a su propio Hijo por nosotros hasta la Cruz, así también la Iglesia es signo histórico de esa permanente Encarnación kenótica del Hijo de Dios cuando lo sigue en su abajamiento, cuando ama, cuando sirve, cuando se entrega[i]

3. Para San Juan el “ser divino” de Jesús se manifiesta también ¡en su obediencia! Pero su manera de proceder es diversa. Como se ha podido ver, para él fue fundamental haber descubierto en Jesús a Aquel que en todo “hizo la voluntad del Padre”: toda la vida de Jesús – llama la atención a cada instante sobre este punto – se caracterizó por ese “hacer la voluntad del Padre”: ese era, amorosamente, “su alimento” (Jn 4,34). Al mismo tiempo, sin embargo, implícitamente estaba afirmando que Jesús no es el Padre, que son distintos: sólo Él es el Hijo encarnado, y precisamente en cuanto tal, llegando en su kénosis hasta la Cruz, ha recibido ser Él – puede ser Él, al menos en la historia de la salvación que conocemos – el verdadero “Juez”, como el mismo Juan argumenta, recordando las palabras de Jesús: “Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre” (cf. Jn 5,17-30, en especial v. 27 citado).

En consecuencia, no se refería sólo a una actitud individual que había de realizarse por parte de él mismo, o de cada cual, según comprendieron los primeros cristianos. No. Había de ser también la actitud colectiva de todos los discípulos con él, en su unidad y en su formación de comunidad, en el momento en que expresan sus relaciones yo-tu-nosotros (cf. Jn 10,30).

4. De esta manera, cuando el NT llega a hacer profesión de este amor de Dios revelado en Cristo definitivamente, está afirmando que la plenitud del ser de Dios es su amor, y que sólo en el amor de Dios se abren para el ser humano los insondables y nunca abarcables horizontes de su salvación.

Cuando mencionamos la “obediencia” de Jesús como característica de su manera de “hacerse hombre” y de “vivir” el Hijo de Dios, no estamos diciendo, sin embargo, otra cosa distinta a que Jesús era inteligente y libre, es decir, poseía para sí toda la dimensión espiritual de su ser (“sui compos”). O, en otros términos, que Dios no salva a la humanidad pasando por encima de ella, sino metiéndose en ella, con ella, libremente, para que, de esa manera, la humanidad dé un sí a Dios.

Esta comprensión, sin embargo, no fue adecuadamente lograda por una corriente que apareció en los primeros siglos de la historia de la Iglesia. Nos referimos al “apolinarismo” cristológico, que rechazaba la posibilidad de que Jesús tuviera un alma humana. Según ellos, el Lógos sólo había tomado un cuerpo humano, porque, en su concepto, no pueden llegar a unirse una naturaleza divina y otra humana. Más aún, si Jesús hubiera tenido alma humana, habría sido un pecador.

Las reacciones de Orígenes y San Agustín, inicialmente, y de Santo Tomás de Aquino después, condujeron a que no se considerara a la humanidad personal de Jesús como “cerrada” sobre sí misma, sino como “abierta a lo infinito y a lo absoluto”. Pues así es constitutivamente el hombre: un ser abierto; y, por lo tanto, si Jesús es “verdadero” ser humano, no puede ser de otra manera. Contrasta esta concepción del ser humano, por supuesto, con las visiones que consideran que, para que el ser humano sea “libre”, es necesario que Dios no exista: aceptarlo es “alienarse”[3]. También tendremos que volver sobre este aspecto del ser humano, al que contribuyó a revelar la cristología, en el capítulo siguiente.

2) La kénosis: camino de Jesús en solidaridad humana

5. Nos preguntamos, entonces, sobre todo en el caso de los seres humanos, ¿de qué manera, bajo qué características, cómo se ha realizado esta obra de la encarnación del Hijo de Dios? Podemos responder a esto desde dos perspectivas, igualmente indisociables la una de la otra.

a') Los autores neotestamentarios no dudaron en acentuar los sentidos salvíficos de su ser verdadero hombre. Así, insisten en afirmar que en Jesús y gracias a él, Dios se ha manifestado y ha actuado de forma histórica y definitiva, pero, de igual modo, de una manera escatológica, pues “Dios ha reconciliado consigo en su Hijo… todas las cosas” (2 Co 5,18). La salvación viene del Crucificado, no de los crucificadores. A cada ser humano, en consecuencia, ha llegado esta reconciliación con Dios en la persona de Jesús y se le ofrece de modo que a cada uno pueda decidirse personalmente por Él (cf. Lc 12,8s).

Ahora bien, “Jesús” no es sólo un “ser genérico”. Si algo puede llamar la atención a ciertos observadores es, precisamente, esto. Y si la salvación se realizó en la realidad de la persona concreta, individualizada, de Jesús, nuestra suerte eterna está también pendiente de nuestra opción y decisión por él. Tanto ayer como hoy esto suscita escándalo[ii].

En otros momentos nos hemos referido al kerygma pascual (cf. 1, p. 382; 1.f.4)a)14.1°c’), p. 507; 1.h.1)2, p. 590; 2.a.5, p. 615). Pues bien, desde el comienzo mismo de la predicación eclesial se afirmó ese aspecto de la personalidad concreta de Jesús al identificar al Resucitado con el Crucificado. La decisión que Jesús exigía antes de la Pascua es asumida por la proclamación de la fe post-pascual. En otros términos, no se podía dejar la cruz como algo marginal, y, por ende, su dimensión corporal. La decisión de los discípulos había de ser una decisión por el Cristo total, humano y al mismo tiempo salvador y Dios.

Los autores de los Evangelios no podían obrar de otra manera. Muestran ellos, cada uno a su manera y con sus propios énfasis e intencionalidades, sin duda, pero todos mediante una forma narrativa, la historia de Jesús. No se trató de una narración creada, ni aún siquiera transformada exclusivamente por su experiencia post-pascual, sino poseedora de auténticos elementos pre-pascuales, es decir, de sucesos que fueron ejecutados por Jesús de Nazaret y que se manifiestan en pro de él mismo. San Juan lo subraya específicamente cuando afirma que el “Lógos se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (1,14). Se ha considerado el tema a su debido tiempo, al momento de tratar el tema de la “carne”, (cf. supra, 2.a.5, p. 615; 2.a.6, p. 616; 2.a.7, p. 616s; 2.a.2)B)a)1°)17, p. 625ss; 2.a.2)B)a)2°)21, p. 628ss; 2.b.1)3, p. 645s; 2.b.2)8, p. 650s), así como tendremos que volver aún sobre él (cf. infra, 2.c.1)a)2, p. 659; 2.d.1)a)4, p. 681). Así, pues, cuando los evangelistas nos cuentan acerca de Jesús se trata de Jesús el hombre total, inclusive, bajo el punto de vista de su pobreza, de su caducidad, de su cotidianidad. Es la afirmación rotunda de que la Palabra entró, se “sumergió”, totalmente en nuestra humanidad, ¡hasta el fracaso!

Aún más: no se afirma que “Dios se ha hecho humanidad” genérica, sino que “Dios se ha hecho hombre”, “tal hombre”, “Jesús de Nazaret”. Al obrar así, el NT desacraliza en cierta forma el pensamiento griego y el pensamiento de todas las épocas y culturas: es, en realidad, la efectiva relativización del hombre[4]. No es la humanidad que se ha hecho Dios, sino que es por querer de Dios que el Hijo se ha hecho hombre, ese hombre, no “humanidad”. Más aún, no se trata de una “humanidad de hombre superada”: la salvación depende de un hombre concreto. Hoy esa salvación llega a los hombres por medio, también, de mujeres y hombres concretos. Ayer como hoy se produce este escándalo.

En efecto, las gnosis de las diversas épocas[5] han tratado de reducir esta dimensión escandalosa de la encarnación y de la Cruz pero, para la mujer y el hombre de fe, profundamente “razonable”. San Pablo, por ejemplo, luego de haber señalado que la Cruz era una “locura” para los “griegos” y un “escándalo” para los “judíos”, había mostrado que ella encierra una “razonabilidad” que sólo la fe es capaz de captar (cf. 1 Co 1,18; véase la nt. final cxcvi), y en razón de ello aprovecha también para revirar contra los que se denominaban sin autenticidad los “espirituales” (cf. 1 Co 2,12-3,4; Ga 6,1, cf. 3,1-5). San Juan, por su parte, tanto en su Evangelio (3,16) como en sus Cartas (cf. 2 Jn 7; 1 Jn 4,9), había señalado que se trataba de una lucha contra los “seductores” que no confiesan que Jesús ha venido en la carne, es decir, que le niegan su existencia histórica.

b') Pero, por otra parte, ya se ha constatado a lo largo de la sección narrativa que el “título” que Jesús, según Lc, se atribuía a sí mismo era el de “hijo del Hombre” (cf. 1.b.9, p. 412; 1.b.10, p. 414; 1.d.A.f), p. 440; 1.f.1)5, p. 489; 1.f.4)a)1°)a’), p. 498; 1.f.4)d)a’), p. 530; 1.f.5)b)b’’), p. 542; p. 531, nt. 1414s; 1.g.3)13.1ª), p. 581).

Ahora bien, si observamos no sólo sus actitudes, sino el contexto mismo en el que Él se proyectaba, las similitudes, y también las especificidades, quedan en evidencia. Efectivamente – y ello no es característica exclusiva de Israel sino de todos los pueblos de Oriente en la antigüedad – el ser humano no se encuentra ante Dios en solitario, como un individuo aislado, sino como un ser social. Y esta condición social es descrita, para todos sus efectos, tanto cuando se la examina, en el caso de Israel, en relación con el pecado, como cuando se la examina en referencia a la redención. Para lo uno, como para lo otro, el ser humano es partícipe de una comunidad, está insertado en una comunidad.

A causa de esta solidaridad, se considera, entonces, al pecador como un verdadero peligro social. Por eso, en todas las religiones antiguas se asume como modo de proceder oficial la “exclusión”, un “marcar” al pecador para que no perjudique a la comunidad.

Pero, de igual modo, existían – y lo hemos podido observar en Israel – actos de expiación por los pecados, unos actos que se efectúan en lugar de los pecados, para obtener el perdón de los mismos. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el “macho cabrío” (cf. Lv 16,20ss), que le obtiene el perdón de los pecados al pueblo.

Con el paso del tiempo, los profetas profundizaron en el sentido expiatorio del culto, condenando una expiación que fuera puramente cultual pero que estuviera desprovista de una conversión interior. Aparece, entonces, la importancia y el valor de una actividad caritativa, del sufrimiento, e, incluso, de la muerte, para expiar los pecados.

En los libros de los Macabeos este sentido expiatorio adquiere un sentido “vicario” y “mediador” (e. d., “el que hace las veces de”) del sufrimiento y de la muerte de los justos, quienes no sólo justifican sus pecados propios sino también los de los demás.

Pero es, sobre todo, en el “Cuarto Canto del Siervo”, en Is 52,13-53,12, en donde más se expresa esta comprensión del sufrimiento “vicario”. Es cierto que el texto no permite hacer una identificación plena del “Siervo” en el contexto del AT, es decir, el Judaísmo no lo ha identificado con el Mesías (gr.: “Cristo). Pero, visto desde la perspectiva tempranamente cristiana, la identificación fue ya plena. Pero, ¿Jesús se consideró y/o se llamó a sí mismo así?

Lo mínimo que se debe afirmar es que Jesús siempre se presentó como el “servidor de todos”, como se ha visto antes en sí mismo y en sus relaciones, en toda su magnitud (cf. el servicio referido a Jesús y a sus palabras: 1.a.3.e), p. 392; 1.b.7, p. 406; 1.b.10, p. 413; 1.c.1, p. 416; 1.c.4, p. 424; 1.d.A.b), p. 433ss; 1.d.B.k), p. 448; 1.d.B.concl., p. 455ss; 1.e.4.a), p. 474s; 1.f.1)6, p. 490; 1.f.4)a)12, p. 495ss; 1.f.4)b)a’), p. 512; 1.f.4)d)21, p. 519; 1.f.4)d)22ss, p. 521s; en relación con la existencia de esta experiencia en otros pueblos, en sus políticas o como esclavitud, 1.a.2, p. 387; 1.d.1, p. 427ss; 1.g.4, p. 555; en la relación con Yahwéh, 1.f.3)9, p. 492; en relación con el ministerio apostólico, 1.e.4, p. 471; en cuanto función, 1.f.4)d)21, p. 519, y en cuanto función cultual, 1.g.1), p. 563; en cuanto un instrumento o a una acción, 1.f.4)b)19.c’), p. 513; y en cuanto al mérito del mismo, 1.g.3)2ª, p. 575). Jesús mismo lo hizo en esta clave soteriológica, según afirma el texto lucano al presentarnos como en una visión retrospectiva “pascual” la conciencia de Jesús sobre su persona y su misión: “Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él” (cf. 24,13-35). Así mismo, la comunidad primitiva, cuando pretendió expresar el sentido fundamental que Jesús quiso darle a su vida y a su obra, lo afirmó con una expresión que se volvió característica: “por nosotros”, “por todos los hombres”. Este “por” (en gr. = υπέρ) se encuentra en los textos y tradiciones más antiguas, como en 1 Co 15,3-5, que recoge la tradición anterior a San Pablo (“murió por nuestros pecados”); o en 1 Co 11,24 que se ha también mencionado ya: “el cuerpo que se da por vosotros”; y, definitivamente, el texto de Mc 10,45b, “el Hijo del hombre vino para servir… y dar su vida en rescate por muchos”.

Señalan los expertos que el sentido de υπέρ es triple y complementario: “a causa de” (nosotros), “para (nuestro) bien” o “a favor (nuestro)”, y “en lugar” (nuestro). Pero es San Pablo quien profundizó más en ese momento: en 2 Co 8,9, señaló cómo en Jesús se realizó un verdadero intercambio, una reorientación de la realidad a favor nuestro. Y en Flp 2,1ss insiste en ese dinamismo “siendo rico… se hizo por nosotros pobre”, es decir, acentúa el carácter simultáneamente libre y solidario del proceder del que se ha Encarnado: “tomó la forma de siervo”, y, en la cruz, fue “el hombre más humilde”, desarrollando la más profunda kénosis. ¡No se realiza la salvación, pues, por el camino de la propia auto-afirmación! Y se devela, así, una de las claves más conspicuas de la definición del ser humano y de su acción en el mundo.

La carta a los Hebreos no desarrolla otro pensamiento diferente: Jesús es el “sumo sacerdote que se compadece de nuestras flaquezas” (4,15); el que, “en lugar del gozo, soportó la cruz” (12,2).[6]

Y los Sinópticos, así mismo, insisten en esta “solidaridad libre” del Hijo del Hombre, desde su vida oculta en Nazaret, pasando por los relatos acerca de su “pobreza”, y llegando hasta la cruz. En todos ellos nos presentan a Jesús como “pobre entre los pobres”: el que tuvo compasión con las necesidades de los demás (cf. Mc 6,34).

En todos los casos, pues, Jesús no aparece como una especie de “mónada”, que se autoabastece a sí misma, ni como alguien que no se relaciona con los demás, como una especie de “hipóstasis” de “persona” en su incomunicabilidad. Todo lo contrario, es un “ser-para-los-demás”, el ser desprendido de sí mismo y un don constante. Por eso, es el ser solidario por excelencia. Solidaridad que él expresa, en lo concreto de su vida y destino, mediante su obediencia ante Dios y por su sacrificio como don hasta la muerte.

Esta solidaridad en la Escritura tiene un sentido “universal”: “por todos”. Y el NT lo expresa de una doble manera: a) comparando a Jesús no con Abraham sino con Adán[7], como un servicio que concierne no sólo a quienes creen en Dios sino a toda la humanidad; y b) como una existencia “vicaria” en la que lleva sobre sí, en la que asume sobre sí, el pecado de todos: en su muerte, mata el pecado, la injusticia, la mentira.

De esta forma, con su muerte, Jesús es el origen, el primero y la fuente de una “humanidad nueva”, en la que opera la salvación y la vida reconciliada, al mismo tiempo, con el hombre y con Dios. Y por eso, encontravía de las intenciones y acciones que se proponen considerar al pecador como ese “antisocial”, como alguien a quien se debe excluir de la vida social, la perspectiva que aporta la kénosis de Jesús es todo lo contrario, de buscarlo, de querer reintegrarlo, de reconocerlo en su imperdible dignidad y proyecto de Dios.

6. Otro aspecto que debemos considerar al examinar la cuestión de “cómo” se hizo hombre el Hijo de Dios, y de cómo realizó él la “salvación”, tiene que ver con lo que se ha encontrado, igualmente, en la cristología narrativa, sobre todo cuando lo llamaban “Maestro” (cf. 1.d.1, p. 427ss).

Se ha de observar que, como decíamos entonces, Lucas designa a Jesús preferentemente Epista,tej o aún Dida,skaloj, como en (7,40; 5,21), por su renuencia a llamarlo, como a los “juristas y escribas” (“Rab” o “Rabbi”). Y el efecto de sus palabras en quienes lo oyen, cuando actúa en este sentido, es “causar maravilla”, “maravillarse” y “sorprenderse” (θαυμάζειν). Reacción que no sólo llegan a tener los cercanos de su familia (4,39; 9,43) y las personas del común que lo escuchan o le ven hacer sus signos (4,22; 11,4; 8,25.43), sino, inclusive, sus antagonistas, los escribas y sumos sacerdotes (20,36).

Más aún, el hecho mismo de su anonadamiento voluntario (cf. Flp 2,7) recalca no sólo de qué manera se hizo hombre el Hijo de Dios, sino también la finalidad misma de la encarnación, pues “habiéndose hecho pobre (“re et spiritu”, cf. c. 600) nos enriqueció con su pobreza” (2 Co 8,9). La muerte misma de Jesús es, por tanto, el paso o momento último de este anonadamiento voluntario, pues él murió porque, siendo rico, se había hecho pobre.  Examinemos el texto del “himno” destacando algunos de sus detalles:

7. Los vv. 6 a 11 de Flp 2[8], recogen “un himno a Cristo para ayudar a la humildad comunitaria”. Su esquema posee estos elementos: - una descripción de los rasgos de Dios que se hacen manifiestos en Jesús (v. 6a), y que encuentran íntimas relaciones con otros textos bíblicos del AT (Gn 1,26) y del NT (Col 1,15; Hb 1,3; Jn 14,9); - la actitud de Jesús (v. 7), expresada por acciones concretas, mediante las cuales él se decidió por Dios, no imitando en ello a los primeros padres y a sus descendientes (cf. Gn 3,5), y renunciando, además, a ser tratado como Dios, “vaciándose a sí mismo” (cf. Is 52,13) y viviendo como esclavo ante Dios, como un hombre cualquiera, hasta sus últimas consecuencias: hasta experimentar la muerte (cf. Hb 5,8); - pero al abajamiento – y a la entrega total y confiada en las manos del Padre – lo sucede la exaltación (v. 11): el AT (cf. Is 52,12) y el NT (cf. He 2,36) también dan fe de ello.

En efecto, podemos resaltar que se trató de un doble abajamiento: de ser “Dios”, se hizo hombre” mediante la encarnación, pero siendo “hombre”, llegó hasta la humillación de la muerte. Asumir la humanidad “hasta el fondo”, es un movimiento de solidaridad de Cristo que nos enriquece, ese es el contenido que Pablo quiere destacar al transmitirles a los Filipenses ese himno litúrgico, ya existente en las comunidades cristianas. La Cruz es la manifestación y la representación, les dice, de cuánto ha calado el sufrimiento el corazón del Padre al tocar la intimidad mayor de su Hijo. Y si al momento de la muerte lo acompañó un gran silencio del Padre, pareciendo que el mal se impone sobre la entrega confiada, fiel y amorosa del Hijo al Padre y a su Reino, también su exaltación manifiesta que nuestra humanidad, que ha sido consagrada y elevada, ha sido capacitada para vencer en una historia en la que campeaba el pecado. La Iglesia, entonces, es la comunión de aquellos que están ejercitando esta misma capacidad para desarraigar el mal y el pecado en todas sus expresiones, de sí mismos y de todos los ámbitos, niveles y formas comoquiera se manifiesten, y muy especialmente mediante su servicio al dolor del mundo.

Esta cercanía de Jesús con las expresiones más agudas del mal y del pecado en el hombre, con su culpa y su dolor, compartiendo con todos esas manifestaciones de la libertad humana, origina otro tipo de “fraternidad”, ya no, como afirmábamos de la encarnación, nacida “por lo alto” (del ser el Hijo que nos hace hijos), sino, “por lo bajo”: es la solidaridad que se origina en su participación en nuestros abismos de decadencia y caída. Así, cargó Jesús las culpas de toda la raza humana y se levantó como cabeza de toda ella. Su vida, pero especialmente su muerte, tenían un carácter salvífico, pues no sólo su sacrificio había redimido a todos definitivamente de sus pecados (cf. 1 Co 11,25: primera tradición eucarística), sino que los había vuelto a la comunión con Dios y los había reconciliado con Él (cf. Mt 26,28: segunda tradición eucarística) [9].

De otra parte, la vida y especialmente la Cruz de Jesús hacen ostensible el ejercicio de su libertad y responsabilidad. No se puede construir realmente la historia sin ellas, no se construye auténtica comunidad sin ellas, en medio de las condiciones mudables y complejas.

8. Para expresar de manera sintética, profunda y precisa algunos de los aspectos aquí considerados citemos nuevamente a Hans Urs VON BALTHASAR:

“[…] se convierte Cristo en manjar oferencial para todos… y todo ello no en razón de una arbitrariedad genial, sino en razón de una tarea recibida (Jn 10,18)]. La unión indisoluble de la palabra y el hecho de la pasión remite a un comitente, que sólo puede ponerse en duda en la medida en que se formulan sospechas de exaltación (o más claro, de locura) en el comisionado; contra lo cual, sin embargo, hablan el tono – dentro del marco de la palabra –, la conducta y la ausencia de una exaltación dionisíaca. Cuando habla de su auto-donación, jamás emplea Cristo el tono propio de un eros extático, sino que utiliza siempre palabras sencillas que hacen alusión a la obediencia; y sin sustraerse a la responsabilidad, pone la iniciativa total y la última responsabilidad (junto con la gloria por la sobreabundancia del plan) en manos del Padre. Identificándose obedientemente con la tarea es él mismo la tarea personificada y, por lo tanto, en la auto-anulación propia del «siervo de Dios», es la manifestación de su amor eterno al mundo, aunque, a la vez, es también la manifestación de su majestad eterna y de su realeza, que se revelan precisamente y del modo más irrevocable en la última humillación del siervo («Tú dices que yo soy rey»: Jn 18,37).
“Pero si la realeza del Dios que se revela como amor aparece en la humillación obediencial del Hijo del Padre, quiérese decir que esa obediencia es amor; cierto que es protoimagen de la conducta amorosa de la criatura ante la majestad de Dios, pero además y en un plano muy superior, es manifestación originaria de la misma conducta amorosa de Dios. Precisamente en la kénosis de Cristo (y sólo ahí) aparece el íntimo misterio de amor de Dios, que en sí mismo «es amor» (1 Jn 4,8) y que, por eso es «trino»…”[10]

Y de la misma manera que “Dios amó tanto al mundo”, en su conjunto, “que le entregó a su Hijo”, así también cuantos llegan a reconocer ese amor de Dios sólo deben pretender salvarse con sus semejantes, y no renunciar a la parte que les corresponde en los padecimientos que les toque sufrir en beneficio de todos. Deben obrar con esperanza cristiana, es decir, como esperanza en la salvación de todos los hombres. Y esto nos proporciona otra clave para comprender el sentido y el contenido de una “calidad de vida” humana. 

b. La reflexión teológica sobre los efectos salvíficos de la encarnación kenótica de Jesús


9. En efecto, el que salva no es sólo Salvador de la humanidad sino Salvador del mundo, ya que él, desde el principio, ha venido obrando en y con toda su creación. Lo hemos ido observando en sus diversos aspectos a lo largo de esta investigación. Como decíamos, ya Israel traía en su tradición religiosa, que había venido depurando, la fuerte expectativa mesiánica de su salvación – y la de todos los pueblos –. Los primeros cristianos, en ese contexto, asumieron en el anuncio del kerygma, a la luz del misterio de Cristo, y, muy especialmente por la manera como se produjo su encarnación, en la forma kenótica que estamos examinando, esa dimensión soteriológica de la obra del Hijo hecho hombre. De esta manera, debemos volver ahora sobre el texto de Lucas para observar en su elaboración personal de qué manera él, mediante una composición (poética), no sólo expuso los hechos relativos a Jesús como Salvador, sino que mediante ese himno tematizó dicha característica central de la fe y en brillante síntesis nos lo dejó como testimonio de la percepción que había adquirido la primera generación cristiana sobre el alcance de la salvación obrada por Cristo:

Lo primero que se ha de notar con los exegetas es que, por supuesto, este himno, el “Benedictus”, que es postpascual, complementó un texto previo, más breve, como lo deja traslucir la expresión del v. 67, el cual se refiere al “Espíritu Santo” que hace “profetizar” a algunos personajes (cf. Mc 12,36 y el Sal 110). Esta profecía se refiere, entonces, precisamente, a la “salvación”, pero expresa el contenido cristiano de la misma.

Así mismo, el himno, aunque habla de un suceso del pasado, mira, más bien, al futuro: “Dios ha visitado y redimido a su pueblo” es una expresión que trata de una salvación que está asegurada, porque Dios es un Dios que escucha (cf. Mc 11,24).

Ahora bien, por cuanto se ha venido observando, llama la atención que el texto, más que a una “salvación” a secas, se refiere a una “fuerza de salvación” o a una “fuerza salvadora” (“cuerno de salvación”, dice el texto griego, en el v. 69[11]: cf. 1 Sm 2,10 y la espera del Mesías, Ez 29,21), que se hace a la manera de una “visita”[12] por parte de Dios a los hombres, y de una “redención”[13] (v. 68).

Dos preguntas surgen de la lectura: primera, ¿a qué “fuerza salvadora”, o a quién la personifique, se refiere el autor? Segunda: se trata de una salvación – dice la perícopa – que, por parte de Dios, se da y se efectúa: pero, ¿interviene en ella la persona humana? En este momento, por supuesto, en boca de Zacarías, el autor no puede responder adecuadamente estos interrogantes, por razones del desarrollo literario de su historia. Pero sí nos deja algunas indicaciones: en relación con la primera, se refiere a alguien – o a algo – muy cercano al niño por el cual él se regocija: Juan[14] (v. 76). Y nos referirá luego de qué manera el mismo Jesús abordó la segunda y también muy delicada pregunta. Para hacerlo, Lucas nos explica antes por qué esta “fuerza de salvación” recibe sus características propias por parte de Dios:

a) v. 70: porque responde a una promesa hecha desde antiguo (cf. el sentido profético que tiene, por ejemplo, Gn 3, 15 = protoevangelio);
b) v. 71: porque esta salvación es “redención” y “libertad” de “nuestros enemigos” y de “los que nos odian”, prácticamente haciéndolos equivaler, como en el Sal 105 (106), 10, que aludía a la liberación de Egipto. Podemos preguntar: y en este caso, ¿a qué se refiere? ¿a quiénes se refiere? Un poco más adelante lo resolverá;
c) v. 72: porque la “visita” y la “redención” fueron prometidas a “nuestros padres” y han sido respondidas por la “misericordia”, argumento fundamental (“estructura de revelación”) sobre el que ya nos hemos detenido (cf. 1.b.8, p. 407ss; 2.d.2)6, p. 430): tema del “ya” de la salvación, que reitera en varias ocasiones;
d) vv. 72-73: porque Dios obra “recordando su santa alianza y el juramento[15] que juró”: con Abraham y con los padres del actual Israel, Dios ha sido, además, fiel;
e) v. 74: porque su visita y redención “El Señor”, el “Dios de Israel”, las ha realizado “arrancándonos (rescatándonos) de la mano de nuestros enemigos” – insiste: ¿cuáles? -. Entonces empieza Lucas a resolver la gran pregunta: Dios-Salvador hace que “le podamos servir sin temor”. Será el gran tema teológico de la liberación de todo tipo de esclavitudes; y los enemigos, son en primer término, aquellos que nos ocasionan o infunden temor para que no sirvamos al Dios fiel y misericordioso;
f) v. 75: porque, según el querer de Dios, la vida de los hombres habría de transcurrir “en santidad y justicia todos nuestros días”[16], cada día;
g) v. 77: porque “anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados”, la promesa hecha desde antiguo se realiza misericordiosa y fielmente, por parte del Dios y Señor de Israel, y ello ha tenido lugar por medio de quien “perdone los pecados”[17];
h), finalmente, v. 78-79: porque se trata de una misericordia “entrañable”[18], que va más allá de Israel: será una “Luz” (un “Sol[19] que nace de lo alto”, dice textualmente el pasaje) totalmente inédita y original, que alcanza a irradiar a todos los que “se hallen en tinieblas y sombras de muerte” (= pecado), y que sirve para “guiar nuestros pasos por el camino de la paz[20]” (= santidad y demás bienes que Dios quiere conceder a todos los hombres): tema del “todavía no” de la salvación, que dará una condición de tensión escatológica a todo el texto subsiguiente, no sólo ilustrándolo y desarrollándolo teóricamente, sino mostrando sus comienzos seguros aunque paulatinos. Es la “fuerza de salvación” que transforma, se irradia y dinamiza desde dentro a los individuos y a sus colectividades a través de los tiempos y espacios.

Así, pues, el texto lucano resume la vida y obra de Cristo y nos precisa el efecto de las mismas. El abajamiento de Jesús hasta la muerte, sus sufrimientos en solidaridad con todos los seres humanos y ofrecidos por todos ellos, “nos restablecen en el honor” – nos hacen, precisamente, “justos” – que el pecado y el demonio habían ultrajado y difamado en nosotros, y en nosotros, a Dios[21].

c. El seguimiento de Jesús y su referencia a la búsqueda, conocimiento, adhesión y mantenimiento de la Verdad sobre Dios, sobre su Iglesia y sobre el hombre


10. Nuestra historia humana recibe, entonces, el influjo de la kénosis de Jesús. Si se miraran las cosas sólo desde una perspectiva de “resurrección” se podría llegar a objetar que, debido al “entusiasmo” que origina la dimensión “gloriosa” de la misma, que insiste con verdad en el “ser en Cristo”, se caería en una pérdida de “realidad” por parte de todas las cosas, y las mismas vidas humanas quedarían absorbidas por Dios “en” Cristo. Las consecuencias de ello se han visto en la historia, especialmente en las propuestas que invitan a un “huir e irse” del mundo (jansenismo) o al inmoralismo que olvida las relaciones humanas y con la creación.

a) En nuestro tiempo la atracción ha sobrevenido por parte de quienes han propuesto la teoría de la influencia salvífica de Cristo como una fuerza histórica irresistible, proveniente también de la resurrección, que impulsa, inclusive, los esfuerzos revolucionarios[22].

La kénosis, entonces, vuelve a ponernos de presente que la Pascua de Cristo tiene dos tiempos: el de la resurrección, ciertamente, pero también el de la cruz. En unidad profunda, sin duda, pero también la kénosis mantiene su debida y propia importancia. La esperanza cristiana, por ejemplo, no puede omitir su referencia a la cruz, pues ella es un ejercicio cotidiano de obediencia (cf. Rm 12,1ss).

b) “Ser en Cristo” o “vivir en Cristo” significa que hemos sido “sepultados” con Cristo para “resucitar con él”, en expresión de San Pablo (Rm 6,4s). Se trata, pues, de una referencia no a la “futura resurrección”, sino a una realidad que debe estar desde ya continuamente presente en la vida de los creyentes (cf. Ef 2,6; Col 3,10ss). La resurrección de Cristo posee, pues, una intrínseca referencia al anonadamiento voluntario de Jesús, del que no puede desprenderse, y, para los creyentes, que aceptan a Jesús por la fe y por el bautismo, significa que su relación con él es mucho más profunda que su reconocimiento como figura de la humanidad, pues se trata de una real inserción en él: participar de la muerte y resurrección de Cristo es una cuestión “vital”. A esta situación del hombre San Pablo la denomina también con otros términos (“justicia”, “redención”, “paz”, “perdón”), y tiene como consecuencia y exigencia que el creyente queda comprometido a vivir cotidianamente este proceso mediante el cual muere al pecado y resucita para vivir como Jesús, con la capacitación que le da el Espíritu del Resucitado.

c) Esta vida “nueva” que se obra en los seres humanos posee también otra consecuencia, a nuestro juicio, igualmente importante.

Nos referimos al tema de la “libertad”, un término que lleva consigo ambiguas interpretaciones en su uso. Con todo, para San Pablo, en su tiempo, también ya existían algunas de ellas, a las que se refiere en la mencionada carta a los Corintios. Los bautizados, por ejemplo, se denominaban a sí mismos, los “libres” en cuanto “hijos de Dios”. Pablo utiliza ese concepto, pero les corrige un poco su sentido en una doble perspectiva:

En 1 Co 6,12 y en 10,23 expresa: “todo me está permitido…” Se trata, en su concepto, de una libertad que se recibe de Cristo, el fundamento último de ella es Jesús, el Cristo; no es, en consecuencia, una libertad que nos pertenece como algo que uno posee suyo propio, o que se arrebata a alguien, sino una libertad que es recibida como don, gracias a la liberación que ha sido obrada por Cristo (cf. Ga 5,1.13). Por otra parte, ser libre es, en realidad, “pertenecer a Cristo”, ser “suyo”, así como él pertenece a Dios (1 Co 3,21.23; 6,13-22). En resumidas cuentas, la libertad cristiana es ser “esclavo de Cristo”, al ser liberado por él.

La libertad cristiana es “libertad para el hermano”: no es una libertad que se da para destruir sino para edificar al hermano, es decir, inclusive en sus interrelaciones políticas y corporativas, creando y desplegando todas aquellas actividades que promuevan su bien humano, en el que se incluye, entre otros, su derecho básico al desarrollo. Siendo un asunto “individual” no es un asunto “individualista”, tan lejano, como se ha visto, a la propia concepción judía de salvación. Siendo un asunto “social”, no absorbe a la persona en una estructura anónima, o en una masificación o en la manipulación por una determinada élite. Por eso San Pablo señala: “… pero no todo es útil” (1 Co 6,12; 10,23). Es decir, la medida de la libertad cristiana es el amor de Dios y el amor para con el hermano.

Esta libertad, según el mismo Pablo, puede ser triplemente calificada: es libertad liberada del pecado, de la muerte y de la ley.

Del pecado, es decir, de toda imposición, sea ella interna o externa al sujeto. Existen “poderes y potencias” que esclavizan a los hombres. En PLATÓN, por ejemplo, eran el “cuerpo”, “la materia”, “los bienes materiales”, con el fin de “liberar el espíritu”. Para la Escritura, en cambio, todo eso era considerado, como vimos, “bienes de Dios”, sus “criaturas buenas”. Pero San Pablo no niega que pueden también llegar a “esclavizar” al hombre cuando el hombre o la mujer los consideran “su fin último”, en lugar de emplear y ejercitar altamente, razonablemente, justamente, su dominio sobre esas realidades. En esta forma, el empleo, la mirada y la forma de relacionarnos con las realidades es la que puede resultar “pecaminosa”, porque hacen esclava a la persona. Por eso es este, según San Pablo, el primer efecto de la cruz considerada en su perspectiva de salvación cristiana: la liberación del pecado (cf. Rm 6,11), porque esta es la primera condición necesaria para vivir como “hijos de Dios” (cf. Rm 6,18-23; Jn 8,31-36).

Hacer presente esta condición de “hijos de Dios” en medio de la historia exige el trabajo denodado por desarraigar todo lo que propicie o genere esclavitud y muerte, mentira y falsedad, injusticia, odio y exclusión. Sólo entonces el ser humano y la comunidad cristiana, aún en camino, llegan a ser, como Jesús, “signos del Reino” presente y futuro, y, por lo tanto, expresión viva y creíble de lo que el CIC señala, en particular en los cc. cc. 748 § 1; 809; 811 § 2 y 820. 

La libertad es liberada, en segundo lugar, de la muerte. Según San Pablo (Rm 6,23; 5,1ss), la muerte es el salario del pecado. Pero la muerte no viene como una condenación “externa” al pecado, sino que entra en el mismo movimiento del pecado, es su consecuencia. El pecado busca “la vida”, pero en cosas pasajeras, en cosas fútiles, sin una consistencia verdadera y permanente; por eso conducen a la muerte (cf. Rm 8,13; Ga 6,8). Esta muerte no está sólo al final de la vida, sin embargo. Se encuentra presente en todos los momentos de la existencia, en las enfermedades, en las angustias, en las aflicciones. El creyente, entonces, debe también irse liberando incluso de la muerte mediante su entrega total a Cristo. La “vida presente” no lo es todo. Aludiendo a este aspecto kenótico de su existencia, San Pablo afirma: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (1 Co 15,55). El cristiano puede ver más allá de la muerte porque está “en” Cristo.

La “inmortalidad”[23] es, sin duda, uno de los grandes dones salvíficos, una de las principales características divinas que aporta el hecho de haber sido “creados en Cristo”, de que el Verbo haya asumido nuestra humanidad y de que, después de su kénosis, nos haya alcanzado su resurrección (cf. 2.a.1)9, p. 618; 2.a.2)A)14.3°), p. 623s; 2.a.2)C)29, p. 638). Efectivamente, la inmortalidad es la expresión más radical de la participación de la existencia y de la naturaleza divina por parte del hombre (y del cosmos) y manifiesta la absoluta libertad de Dios y su capacidad de liberación.

En tercero y último lugar, la salvación hace referencia a la liberación de la Ley (cf. Rm 2,23). Nuevamente es San Pablo quien explica cómo la ley es “santa”, es “justa”, es “buena” (Rm 7,12). Pero el oficio de esa ley era llamar la atención sobre el pecado, mientras desarrolla en los hombres “orgullo”. Por eso, aunque fue una “ayuda” que Dios dio, ha llegado a constituirse en ocasión para desobedecerlo, creando una sensación, un clima de “legalidad” que, en lugar de liberar, esclaviza al hombre. Con todo, es claro para San Pablo que “no tener ley”, ser libres de ella, no es lo mismo que caer en “libertinaje”, pues la ley sólo se supera gracias al amor, a la caridad, que es la “plenitud de la ley” (Ga 5,13): cuando se realiza el amor, se cumple la ley a plenitud, se va más allá de lo estricto y de los mínimos que marcan generalmente las leyes. Aún en el caso de la ley canónica sigue siendo válido este criterio general, si bien, como en el caso de los cc. cc. 748 § 1; 809; 811 § 2 y 820 que estamos fundamentando, es bien claro que ellos, más que señalar mínimos, marcan líneas concretas para la realización de máximos que se inspiren y motiven en la realización en el amor. No se trata, pues, enseñaba Jesús y explicaba Pablo, de conocer la doctrina y la ley para observar y medir cuan lejos viven las personas de la verdad que se contiene en ellas, cuanto de fascinarlas a todas, de encantarlas con la belleza del amor que en una y otra se contienen, para seducirlas con el ofrecimiento de la libertad que nos da el Evangelio (cf. Ga 4,31-5,1.13).

Nuevamente aquí se hace ostensible que la libertad y responsabilidad de Jesús se manifiesta en su “comunión de voluntad con Dios”, como se ha ido viendo a lo largo del capítulo. Jesús en la Cruz se coloca en sustitución de la Ley antigua y se constituye el punto nuevo de referencia para el ejercicio de la libertad responsable para quienes le rodean, de modo que hicieran su propia y personal opción. La libertad humana queda nuevamente confrontada a la mayor altura que le es posible. Pero, así, se pone en lo más alto la clave para que todas las instituciones sociales y políticas que esta libertad-responsabilidad humana se dé a sí misma, sean espacios dignos para el ejercicio de unas auténticas “libertades civiles” y de unos “derechos” consecuentes.

11. La vida de Jesús aparece, entonces, plenamente humana. Y si bien era Dios, su relación con el Padre no fue utilizada por él ni para rehuir ni para desdeñar nada de lo humano, inclusive las consecuencias del pecado. Su encuentro con la mentira, con la incoherencia, con la falsa apariencia humana, así como con el poder que se escuda tras ellas, muestra y destaca, por el contrario, la personalidad de un hombre libre que, sin embargo, es obediente a Dios, en una actitud para con Él, filial y reverente, amorosa y confiada, que persevera hasta el final, a pesar de los conflictos.

Jesús, “el justo sufriente”, seguirá siendo, también, a través de los siglos, quien mejor proclama la victoria de la justicia de Dios y el triunfo de la verdad, así, desde la Cruz, siga denunciando la injusticia padecida en manos de los injustos. Seguirá dando fuerzas a quienes se atrevan a denunciar las injusticias y motivaciones a quienes quieran combatirlas, así el trabajo por instaurar el “Reino de la verdad y de la vida; el Reino de la santidad y de la gracia; el Reino de la justicia, del amor y de la paz”[24] sea arduo y permanente. Cierto es que ya en Jesús este Reino, como se ha visto, ha acontecido; pero esto tiene consecuencias en orden a la humanidad entera: quien quiera seguir a Jesús, deberá caminar con Él en la tensión entre el presente y el futuro, entre el silencio de Dios y la presencia del Reino, entre las contradicciones actuales y la utopía de la Resurrección y de la Recapitulación.

De ahí que Jesús hubiera acentuado esta realidad al momento de hacer el llamamiento a sus discípulos y de afirmarles que era necesario celebrar la Pascua, como él mismo lo haría: “tomar la cruz y seguirle” (cf. Mt 16,24). Mucho se ha preguntado si acaso Jesús habría dejado alguna “norma” en particular, y la respuesta puede encontrarse, precisamente, aquí, en este texto, situado en el contexto de cuanto venimos examinando. La vida cristiana posee, pues, esta invitación como norma o canon fundamental que más que precisos o minuciosos protocolos, es, ante todo, un horizonte y un punto de referencia explícito y seguro. Por supuesto, también en su referencia a la búsqueda, encuentro, abrazo y permanencia en la verdad, especialmente respecto de Dios y de la Iglesia. Es la invitación a asociarse con Él en la realización misma de la Verdad mediante un compromiso histórico y un proceso de conversión permanente, conforme a lo que el Espíritu va suscitando a cada momento en las personas, en sus comunidades y en sus instituciones. “Convertirse” es, pues, “convertirse a Jesucristo”, seguir su caminar… hasta la pascua.

De igual modo, Jesús invitaba a sus contemporáneos a “hacerse como niños” para “entrar en el Reino” (cf. Mt 18,2-4). Algunos creen que a lo que Jesús aludía era a que las personas debían adoptar y mantener comportamientos “infantiles” – por los abusos a los que eran, y son muchas veces aún, sometidos; por no tomar la vida tan “en serio”; etc. – , cuando es, precisamente, todo lo contrario. El Papa FRANCISCO, recordemos de paso, dedicó sus catequesis del 18 y del 25 de marzo de 2015, precisamente al tema de los niños.


Quiero destacar en especial “su capacidad de sorpresa”. Jesús, como se ha visto desde la sección narrativa, fue caracterizadamente una persona que ejercitó esa capacidad para sorprenderse ante la realidad del mundo y de las personas (cf. Mc 6,5-6). La pide, especialmente, para quienes quieran creer en él: no porque fuera un acto “absurdo” o la determinación por algo “contradictorio”, sino porque la fe implica el desarrollo de todas las capacidades de una persona, especialmente las intelectuales, deliberativas y decisionales, y la entrega plena de sí mismo a Dios. Desarrollar, pues, esta capacidad de sorpresa, tan válida y valiosa en el ámbito científico, contribuye enormemente a crear las condiciones para el nacimiento y el desarrollo de una fe personal, como la que pedía Jesús a sus seguidores (cf. Lc 17,5-6), - "la amistad personal con el Señor Jesús" como solía decir San Ignacio DE LOYOLA y lo recuerda el S. P. FRANCISCO - .

 12. La kénosis de Cristo, en fin, si bien es cierto que enfatiza diversos aspectos de la condición humana asumida por el Siervo, inclusive su “abandono” por Dios, es un elemento que el NT ha querido resaltar para insistir en su carácter histórico, cuando muchos comenzaban ya, entonces, a dudar de él. Jesús de un modo libre asumió los condicionamientos sociales y culturales propios de la existencia humana y que implican, como se ha podido observar, esfuerzo, dudas, crecimiento, conflicto, e inclusive, muerte.

Ha sido ostensible, de igual modo, su búsqueda, encuentro, abrazo y mantenimiento de la verdad, especialmente en lo que se refiere a Dios y a la comunidad que camina y avanza en esos mismos procesos, especialmente destacando las características de su entrega servicial y amorosa, pero al mismo tiempo, humilde y pobre, a quienes sufren, en el camino hacia Dios, las consecuencias del pecado y el mal en toda su amplitud. Su solidaridad con todas las víctimas multiformes del pecado es fuente de fecundidad que se irradia en los hombres para que “vean”[25] con claridad todo lo que les engaña y evita que se ubiquen en la mirada misma del Padre y en sintonía con el amor y la sabiduría del Espíritu: el Reino es, con mucho, lo más valioso para que el hombre y la mujer se construyan vital, provechosamente.

Finalmente, la kénosis de Cristo nos ha resaltado que la historia humana se construye gracias al ejercicio de una libertad responsable. Que así como el Padre no intervino milagrosamente para “salvar” a su Hijo, para evitarle su sufrimiento humano – ocasionado por los mismos hombres –, y por el contrario permitió que Él sufriera con los hombres y por los hombres, no podemos tampoco los demás seres humanos pensar que podemos o debemos prescindir de ello; pero, que la solidaridad de Jesús con ese sufrimiento nos invita a trabajar denodada e incansablemente, como él y con él, como buenos “administradores”, por evitar ese sufrimiento, el dolor de Dios en el mundo. Especialmente, cuando este sufrimiento proviene de acciones u omisiones, conscientes o no, que lesionan su verdad fundamental respecto a nosotros, la dignidad humana. Es precisamente a esto a lo que la Iglesia está llamada siempre y en todo lugar (cf. c. 747 § 2, y cc. 210 y 1752).

La kénosis, en los diversos aspectos que se ha examinado, nos remite, entonces, a la Iglesia, a la nueva familia que se ha formado alrededor de Jesús, y que, en últimas y como su característica esencial, se fundamenta en la confesión del Mesías, del Cristo, el Hijo de Dios, Salvador del mundo. Ella testimonia el contenido profético de que no es el poder mundano el que da origen a un pueblo, sino que es la cruz la que da origen a una comunidad completamente diversa, la que se caracteriza por el amor y el servicio (“ad-ministra-tio”). En consecuencia, ella ha de reconocer siempre que no está llamada a ser, ni lo necesita, “un grupo de apologetas de sus propias causas ni de cruzados de sus propias batallas”; por el contrario, entiende que “requiere de mujeres y hombres que sean sembradores humildes y confiados de la verdad, que saben que ella siempre les es de nuevo confiada y se confían a su poder”[26]. Y es esa misma confesión petrina la que ha sido convertida por la comunidad eclesial en una “fórmula” en las diversas profesiones de su fe.

La búsqueda, conocimiento, adhesión y mantenimiento en la verdad, especialmente en lo que se refiere a Dios y a la Iglesia, son tarea ardua. Lo fue para Jesús, en su progresivo caminar, en los debates y en medio del conflicto que experimentó con sus conciudadanos, y especialmente con el Tentador, cuando se corría la suerte de sí mismo, de su propia existencia y misión. Ello mismo hace posible que se haga expreso ese vínculo fundamental que hay entre Cristo, en su kénosis, y la expresión empleada por el c. 748 § 1 y los otros cc. ya referidos, sobre todo al destacar la relación existente entre Él y los innumerables caminos de los seres humanos en búsqueda de la propia realización de sí mismos y de sus proyectos multiformes e ilímites, y sobre todo de su auténtico bien. Gracias a ellos acometen la búsqueda del conocimiento y del saber, y lo obtienen, a pesar de sus equivocaciones y de sus limitaciones, pero con la perentoria necesidad de intentarlos y alcanzarlos[27].



Notas de pie de página


[1] De la raza de Adán, "verdadero hombre", como lo confiesa la fe (cf. Flp 2,7-8), el texto de GS 22 nos presenta a Jesucristo también como el Nuevo Adán.
La reflexión se soporta sobre la expresión de Pablo acerca de Adán, "figura del que había de venir" (Rm 5,14) y se establece, como explican los exégetas, en el contexto del tema del pecado original y de sus efectos en los pecados personales (Rm 3,23). Se trata, por tanto, de un pecado que habita en el hombre (cf. Rm 5,12; 7,14-24; Sb 2,24). Con todo, la reflexión de Pablo sólo vino a quedar completa cuando se refirió al Nuevo o Ultimo Adán, cuya reparación es sobreabundante en relación con los efectos de la obra nefasta del primer Adán (cf. Rm 5,15-19; 1 Co 15,21s.25).
Estas consideraciones fueron elaboradas teológicamente por Karl RAHNER (cf. Betrachtungen zum ignatianischen Exerzitienbuch München 1964) para señalar que "la cristología es el fin y el comienzo de la antropología". Una consideración más reciente de este punto puede verse en Puebla: CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO: III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO: Puebla. La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina Bogotá 1979 2ª  nn. 316; 321-324; Secretariado Nacional de Pastoral Social de Colombia: Compromiso socio-político del cristiano Bogotá 1987 4ª 58-59; Pontificia Universidad Javeriana: Facultad de Teología: Programa de Ciencias Religiosas: Prospecto 1995 Santafé de Bogotá 1995 54. Así mismo, es necesario tener en cuenta el resumen y toma de posición del Magisterio en torno a la problemática más reciente acerca de las relaciones y diferencias entre “sexualidad” y “género” y sus implicaciones cristológicas y antropológicas en el documento de la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE: Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y el mundo, del 31 de mayo de 2004, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20040731_collaboration_sp.html
[2] Volveremos reiteradamente sobre el texto. Cf. el comentario al mismo del S. P. BENEDICTO XVI en su audiencia del 22 de octubre de 2008, con ocasión del Año Paulino, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22810.php?index=22810&po_date=22.10.2008&lang=sp
[3] La visión de Jean Paul SARTRE en sus diversas obras es examinada por Antonio PADOVANO: El Dios lejano Sal Terrae Santander 1968 23-29. 
[4] Pienso que sobre este punto el admirado Hans Urs VON BALTHASAR ofreció páginas más memorables, no sólo por su percepción de la “reducción cosmológica”, sino, especialmente, por su percepción de la “reducción antropológica” (: el Renacimiento, Pascal, Mendelsson, Espinoza, el judaísmo liberal, Locke, John Toland, Matthews Tendal, Thomas Chubb, Lutero, la Ilustración, Kant, Fichte, Scheller, Schelling, Hegel, Schopenhauer, (F. D. E.) Schleiermacher, Bergson, Kart Barth, (J. S. von) Drey, R. Bultmann, Maurice Blondel, Joseph Maréchal, K. Marx, Ferdinand Ebner, Martin Buber, Leonhard Ragaz, (J. G.) Hamann, S. Kierkegaard, Léon Bloy, F. Dostoiewski: son algunos de los autores que examina a este propósito). Cf. su obra breve y sintética Sólo el amor es digno de fe, o. c., p. 580, nt. 1618, 13-44.
Afirma en efecto: “¿No es tan grande el ámbito y el declive entre el hombre empírico y la humanidad ideal, precisamente porque el hombre particular no puede ser la humanidad, porque el hombre particular, para encontrar a la humanidad debe encontrar, por lo menos, al otro? Fue Ludwig Feuerbach quien dijo esa cosa tan sencilla. El hombre sólo existe coexistiendo, sólo es realmente en la antítesis del yo y del tu…” (p. 38. Cursiva en el texto). Y prosigue: “El signo de Dios no se verifica ni en el mundo ni en el hombre, ¿en dónde se podrá verificar? La cuestión, si se reflexiona un poco sobre la historia no es tan tradicional como podría parecer a la conciencia media cristiana. No cabe la «colocación» de otro texto bajo el texto de Dios, a través del cual se da a leer y a comprender. El debe y quiere exponerse a sí mismo. Y si lo hace, hay algo que, desde el principio, es seguro: que no estará en aquello que el hombre, por sí mismo – a priori o a posteriori, fácil o difícilmente, desde siempre o por evolución histórica –, podría haber hallado sobre el mundo, sobre sí mismo y sobre Dios” (p. 43-44).
La reciente enc. LF del S. P. FRANCISCO, 29 de junio de 2013, no ha dejado de lado este importante elemento de la fe cristiana, empleando, inclusive, la expresión misma baltasariana (n. 53), en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html 
[5] El profesor Giampaolo CREPALDI ha observado la importancia que el dogma de la fe cristiana ha llegado a tener en lo que llamamos hoy la “Cultura de Occidente”. A propósito de la gnosis ha afirmado: Il primo di essi riguarda la Gnosi. La condanna dell’Arianesimo e la definizione della natura umana e divina di Gesù Cristo hanno contraddetto la Gnosi, espressione del razionalismo ellenistico. Il processo è stato lungo, ha coinvolto anche gli altri concili e il lavoro dei Padri e dei grandi Dottori. La partita non è stato ancora vinta, dato che accanto alla Gnosi dei primi secoli cristiani c’è una “Gnosi eterna”, ma senz’altro la lotta del dogma cristiano contro la Gnosi ha preservato la civiltà umana dalle catastrofi del Catarismo, dal rifiuto e dalla contemporanea esaltazione della materia, dalla distruzione del matrimonio e della famiglia, dal rifiuto dell’autorità politica. Ha prodotto i frutti di civiltà della giusta considerazione del male e della sofferenza, ha difeso dal nichilismo. Mediante la difesa del Vecchio Testamento dall’attacco gnostico si è potuta preservare la visione positiva della creazione e la dimensione storico sociale della fede cristiana. Il battesimo ai bambini, le preghiere per i morti, il celibato sacerdotale, il culto delle immagini: quanti benefici hanno portato alla civiltà occidentale questi punti che sarebbero tutti stati eliminati da una eventuale prevalenza della Gnosi! Quali danni avrebbero fatto il pauperismo, il pacifismo, il purismo radicale di tipo gnostico se avessero potuto diffondersi senza freni! Commentando la battaglia di Muret del 13 settembre 1213, nella quale Simone de Montfort, dopo aver assistito alla Messa celebrata da San Domenico, con mille soldati mise in fuga l’esercito aragonese che appoggiava gli albigesi con 40 mila uomini, Jean Guitton afferma: «Muret è una di quelle battaglie decisive nelle quali si è giocata la sorte di una civiltà. La maggior parte degli storici trascura stranamente questo fatto» [ J. Guitton, Il Cristo dilacerato. Crisi e concili nella storia, Cantagalli, Siena 2002, p. 166]. Véase el texto completo (consulta enero 2013) en: http://www.zenit.org/rssitalian-34814?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+zenit%2Fitalian+%28ZENIT+Italiano%29&utm_content=My+Yahoo
[6] Véase, a este respecto, desde la perspectiva de la consideración del sacerdocio ministerial, la lectio divina del S. P. Benedicto XVI en su encuentro con el clero de la diócesis de Roma, el 25 de febrero de 2010, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/25168.php?index=25168&po_date=18.02.2010&lang=sp.
[7] En el Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas correspondiente al Sábado Santo se hace recuerdo de este aspecto poco conocido, pero fundamental, de la fe cristiana: “El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos. En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida… Y responde Cristo a Adán… Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti… Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo la tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos […] Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo… Levántate, vayámonos de aquí…”: “De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado” en PG 43,439; 451; 462-463, en: CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO (Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS): Liturgia de las Horas según el rito romano (v.) II. Tiempo de Cuaresma, Santísimo Triduo Pascual, Tiempo pascual Editorial Regina Barcelona 1981 475-477.
[8] Hemos citado el texto antes (cf. 2.b.1)5, p. 646). De entre los diversos comentarios a la Carta, empleo el de Simon LÉGASSE: La carta a los Filipenses. La carta a Filemón Cuadernos bíblicos 33 Verbo Divino Estella 1982 22-35. El autor se refiere al estudio de P. Grelot (Biblica 54 1973 174-175). Sobre el himno mismo, véase de Sergio ROSELL NEBREDA: Christ identity: a social-scientific reading of Philippians 2,5-11. Forschungen zur Religion und Literatur des Alten und Neuen Testaments 240 Vandenhoeck & Ruprecht Göttingen 2011.
[9] Similar comprensión de la kénosis se encuentra, no obstante, en la comunidad joánica. Joseph RATZINGER ha evidenciado de qué manera una y otra dimensiones de la kénosis, soteriológica y solidaria, se manifiestan en el bautismo de Jesús mediante el cual “él compendia toda la historia […]: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al «infierno», no sólo como espectador, como ocurre en Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo”: Jesús de Nazaret, o. c., p. 26, nt. 57, 42. El autor prosigue su desarrollo sobre el bautismo de Jesús haciendo referencia al “Cordero de Dios” (Jn 1,29) y a la aplicación a Jesús, por parte también de la primera comunidad cristiana, del texto de Is 53,7, sobre el “siervo de Dios”, una y otra referencias fortalecidas por el hecho de que Jesús murió, precisamente, durante una fiesta de Pascua, con todo lo que ésta representaba ya para las israelitas en el contexto de “liberación de la tiranía mortal de Equipo” y de su “vía libre” “hacia la libertad de la promesa” (43s).
[10] Hans Urs VON BALTHASAR: Sólo el amor es digno de fe, o. c., p. 580, nt. 1618, 78-79. El Papa BENEDICTO XVI se ha referido al tema de la “irrevocabilidad” del amor y fidelidad de Dios, su “sí”, a propósito de la oración y de nuestro “amén”, acción creadora del Espíritu en nosotros y en la Iglesia, en la catequesis del 30 de mayo de 2012, cuyo texto se encuentra en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29273.php?index=29273&lang=sp Cf. supra, I.7.b.4, p. 588.
[11] Cf. Pedro ORTIZ VALDIVIESO, S. J.: Concordancia Manual y Diccionario Griego-Español del Nuevo Testamento Sociedad Bíblica Madrid 2001.
[12]Ir a ver a alguien en su casa por cortesía, atención, amistad o cualquier otro motivo” (DRALE). La idea relativa a la “visita” no era extraña, de ninguna manera, en la literatura intertestamentaria. De los textos de Qumrán, por ejemplo, datados en sus originales de un siglo a. C., se lee en el Testamento de los Doce Patriarcas, “Testamento de Leví” 4.4: “A ti se te dará la bendición, y a toda estirpe, hasta que el Señor visite a todos los pueblos...” Algo similar se encuentra en “Asher”, en “Rótulo de Guerra”, etc., textos que, como menciona el autor, se conservan seguramente retocados por manos cristianas. Cf. la nt. 36 en Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p. 399, nt. 959, 88. 
[13]Rescate o acción de sacar de esclavitud al cautivo mediante precio” (DRALE).
[14] Cf. Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p. 399, nt. 959, 90-91.
[15] Al preguntarse por la capacidad religiosa de los seres humanos, S. Tomás de Aquino expone algunas de las prácticas conformes o contrarias que la evidencian. Argumenta de diversas maneras citando a Jesús. Estos son algunos casos: - Lc 10,19: “Utrum liceat daemones adiurare: por la virtud del divino Nombre podemos repeler al enemigo” (ST IIa-IIae q. 90. a. 2. resp); - sobre la adivinación: Lc 4,35: “Utrum divinatio quae fit per invocationes daemonum sit licita: Atanasio: el demonio intenta atraer al hombre hacia lo que le es nocivo” ( q. 95. a. 4. resp); Lc 8,30:  “Utrum divinatio quae fit per invocationes daemonum sit licita: Beda: no es lo mismo increparlo que invocarlo” (q. 95. a. 4. resp); Lc 1,9: “Utrum divinatio sortium sit illicita: Zacarías y otros santos en la SE la emplean” (q. 95. a. 8. 2).
[16] En Jos 24,14 encontramos un importantísimo antecedente de esta expresión, en el “Credo” pronunciado en la “gran asamblea de Siquem”: “Ahora, pues, temed a Yahvéh y servidle perfectamente, con fidelidad”.
[17] La locución “perdón de los pecados” no es ajena a la interpretación de los LXX, como en Ex 32,32; Nm 14,19; e Is 38,17. Con todo, también estaba en el ambiente gracias a la comunidad de Qumrán (1 QH 1,32; IV, 35s; VII, 30 etc.). Para ampliar este punto, cf. Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p. 399, nt. 959, 90. 
[18] La expresión me es muy querida. En griego splagxna querría significar lo que nosotros, en Occidente, atribuimos al “corazón”, es decir, el órgano de la compasión y de la emoción. Volveremos más adelante sobre el tema, en 1.f.5)b), p. 531.
[19]Oriens ex alto”, traduce el texto latino: Si a algo estamos acostumbrados es que todos los días sale el sol por el oriente; si de algo podemos estar seguros, como principio de realidad, es que todos los días saldrá el sol por el oriente. En cambio, el texto quiere invitar a reflexionar – y a esperar – una total novedad, una realidad pero realmente magnífica por sus efectos de verdadera claridad, calor, energía y alegría, de verdadera Vida, en suma: un “Sol que nace de lo alto”.
[20] Se trata de uno de los bienes más compendiosos y excelentes de la salvación. Son diez las acepciones que tiene el término en el DRALE: “1. f. Situación y relación mutua de quienes no están en guerra. 2. f. Pública tranquilidad y quietud de los Estados, en contraposición a la guerra o a la turbulencia. 3. f. Tratado o convenio que se concuerda entre los gobernantes para poner fin a una guerra. U. t. en pl. con el mismo significado que en sing. 4. f. Sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos. 5. f. Reconciliación, vuelta a la amistad o a la concordia. U. m. en pl. 6. f. Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones. 7. f. Genio pacífico, sosegado y apacible. 8. f. portapaz. 9. f. Rel. En la celebración de la eucaristía según la liturgia romana, rito que precede a la comunión, en el que toda la asamblea se ofrece mutuamente un gesto de paz, como signo de reconciliación. En otras liturgias, como la hispano-mozárabe, se realiza antes de la presentación de las ofrendas de la eucaristía. 10. f. desus. Salutación que se hace dando un beso en el rostro.”
En el contexto bíblico, aludido por la décima acepción, la paz posee unas connotaciones muy profundas, es un tema muy rico y muy complejo, mientras que la terminología que lo expresa es más bien pobre, aunque cubre un área semántica muy vasta y diferenciada. El mismo nombre hebreo šalóm asume en los textos un alcance que trasciende en varios aspectos, sobre todo en los aspectos religiosos, el de los nombres correspondientes en las literaturas clásicas (eiréné, pax). Las versiones bíblicas, al asumir estos otros vocablos, cargan la noción de "paz" de nuevos matices, ampliamente presentes en nuestras lenguas. Por su amplitud no podemos sino sugerir al lector una profundización en los diversos diccionarios y enciclopedias de la Biblia. Cf., a manera de ejemplo, http://www.mercaba.org/DicTB/P/paz.htm (consulta noviembre 2005).
[21] “Una mirada al libro de Job, en el que ya se perfila en muchos aspectos el misterio de Cristo, nos puede proporcionar más aclaraciones. Satanás ultraja al hombre, para así ofender a Dios: su criatura, que Él ha formado a su imagen, es una criatura miserable… en realidad, al hombre – a cada uno – sólo le importa su bienestar… Satanás quiere demostrar su tesis con el justo Job: si le despoja de todo, acabará renunciando muy pronto también a su religiosidad…Aquí aparece de forma velada y todavía no explícita el misterio de la forma vicaria que se desarrolla de manera grandiosa en Isaías 53: los sufrimientos de Job sirven para justificar al hombre. A través de su fe puesta a prueba en el sufrimiento, él restablece el honor del hombre. Así, los sufrimientos de Job anticipan los sufrimientos en comunión con Cristo, que restablece el honor de todos nosotros ante Dios y nos muestra el camino para no perder la fe en Dios ni siquiera en la más profunda oscuridad”: Joseph RATZINGER: Jesús de Nazaret, o. c., p. 26, nt. 57, 198-199.
[22] Entre los intérpretes y analistas se considera que, probablemente, entre sus alentadores estaría nuestro admirado Teilhard de Chardin, a quien, no obstante, citaremos oportunamente.
[23] Todo el AT consideraba implícitamente que esta era una de las cualidades de Dios, pero este contenido de la fe se vino a problematizar con ocasión de la entrada en contacto con las culturas babilonia, persa y, sobre todo, griega, como hemos explicado a su debido momento. Los textos de la época evidencian esta “definición” de la comunidad judía: SiEclo – 17,1-4; Sb 2,22-23; 3,1-3.
[24] Prefacio de la Misa de Cristo Rey, en: CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS: Misal Romano. Reformado por mandato del Concilio Vaticano II  y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo II. Segunda edición típica Coeditores Litúrgicos Barcelona 2001 17ª 404.
[25] Recuérdense, a este propósito, las numerosas curaciones, especialmente de ciegos, a las que hemos hecho referencia en la sección narrativa (cf. supra, p. 428ss, 1.d).
[26] Esta observación general es válida para todos los cristanos, sin olvidar que el Papa FRANCISCO lo ha recordado y enfatizado precisamente en su alocución en la reunión de los Miembros de la Congregación para los Obispos, del día 27 de febrero de 2014, que se puede leer en: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/02/27/0143/00313.html
[27] Cf. la reflexión que hace sobre este tema, en el contexto de “las tentaciones de Jesús”, Joseph RATZINGER: Jesús de Nazaret, o. c., p. 26, nt. 57, 66-71.




Notas finales


[i] Hemos señalado antes, nt. 1739, la dificultad de hacer unas “cristologías” sesgadas, “por lo alto” o “por lo bajo”, que desnaturalizan al verdadero Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios encarnado. A propósito de la kénosis habría que decir lo mismo, por cuanto en ella encontramos la modalidad de la Encarnación y de la Salvación. Dice al respecto Julio LOIS en su artículo “Estado actual de la investigación histórica sobre Jesús”: “Necesitamos igualmente una Cristología sistemática informada por la recuperación de la humanidad concreta y contextualizada de Jesús de Nazaret. El re-descubrimiento de la humanidad de Jesús y el intento consecuente de pensar la divinidad de Jesús a partir de su plena humanidad -y no como una especie de “segundo piso” que se le añade- caracteriza buena parte de la mejor reflexión cristológica actual y llega a considerarse como una verdadera “necesidad epocal” (cf., por ejemplo, A.TORRES QUEIRUGA,: Repensar la Cristología Ed. Verbo Divino Estella Navarra 1996 179-260). Se trata de insistir en que la divinidad de Jesús se nos revela y manifiesta en su completa y singular humanidad: “Si en Jesús se da una universalidad única, deberá hallarse en su humanidad, no tras ella o sobre ella. La figura en que Dios se revela es el hombre Jesús...Lo humano es aquí la medida (no digo norma o criterio) en que aparece lo divino...Si Jesucristo es Dios Hijo, lo sabemos solamente por la manera en que es hombre; esto debe reflejarse en su propia existencia humana, y él debe ser hombre de forma absolutamente única” (Cf. E. SCHILLEBEECKX: Jesús, la historia de un viviente Ed. Cristiandad Madrid 1981 562-563). Las cristologías informadas por esta recuperación de la humanidad de Jesús pueden evitar que caigamos en nuevas formas de docetismo o gnosticismo que nos lleven a confesar “un Cristo que no se parece a Jesús, incluso que sea contrario a él” y que así “por paradójico que parezca, la máxima afirmación cristológica sobre Cristo pueda convertirse sutilmente en alibi para no reconocer -y seguir- a Jesús” (Cf. Jon Sobrino: Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret Ed. Trotta Madrid 1991 62-63). Precisamente, situar de forma inequívoca ante el seguimiento de Jesús y evitar que se neutralice la fuerza crítica de su vida y de su mensaje, es la gran preocupación que orienta la vuelta a Jesús en la Cristología latinoamericana de la liberación (cf., p. e., Jon Sobrino: ibíd., 75-76. Hace ver además que esta misma preocupación por el seguimiento está muy presente en las Cristologías de J. I. González Fáus, J. B. Metz, J. Moltmann y E. Schillebeeckx).

[ii] El Papa FRANCISCO, hablándoles a los jóvenes el Domingo de ramos de la Pascua del año 2018 (25 de marzo), se refirió a este aspecto que entraña no sólo una fundamental característica cristológica-eclesiológica (la alegría de la esperanza) sino radicalmente antropológica: a la alegría que manifestaba la población por la esperanza de la llegada de la salvación, algunos - "bloqueando su sensibilidad ante el dolor, el sufrimiento y la miseria" "perdieron la memoria y se olvidaron de tantas oportunidades recibidas" - reaccionaron tratando de desacreditarlo, manipularon de tal manera las condiciones y voluntades, "falsearon la realidad", y terminaron volviendo contra Él a quienes espontáneamente, primero, lo habían acogido. Y ello, señala el Papa, ocurre hoy también, suele ocurrir hoy mucho más de lo que se piensa, con el consiguiente perjuicio ("silenciar la fiesta del pueblo, derribar la esperanza, matar los sueños, suprimir la alegría; así se termina blindando el corazón, enfriando la caridad") que ello causa no sólo entre los jóvenes, aunque principalmente entre ellos. El relato en la versión lucana, como se sabe, posee una connotación cristológico-soteriológica (cf. Lc 19,39-40) que evidenció el Santo Padre. El texto, por su importancia, lo transcribo en su totalidad:
"Jesús entra en Jerusalén. La liturgia nos invitó a hacernos partícipes y tomar parte de la alegría y fiesta del pueblo que es capaz de gritar y alabar a su Señor; alegría que se empaña y deja un sabor amargo y doloroso al terminar de escuchar el relato de la Pasión. Pareciera que en esta celebración se entrecruzan historias de alegría y sufrimiento, de errores y aciertos que forman parte de nuestro vivir cotidiano como discípulos, ya que logra desnudar los sentimientos contradictorios que también hoy, hombres y mujeres de este tiempo, solemos tener: capaces de amar mucho… y también de odiar ―y mucho―; capaces de entregas valerosas y también de saber «lavarnos las manos» en el momento oportuno; capaces de fidelidades pero también de grandes abandonos y traiciones.
Y se ve claro en todo el relato evangélico que la alegría que Jesús despierta es motivo de enojo e irritación en manos de algunos.
Jesús entra en la ciudad rodeado de su pueblo, rodeado por cantos y gritos de algarabía. Podemos imaginar que es la voz del hijo perdonado, la del leproso sanado o el balar de la oveja perdida, que resuena, resuenan a la vez con fuerza en ese ingreso. Es el canto del publicano y del impuro; es el grito del que vivía en los márgenes de la ciudad. Es el grito de hombres y mujeres que lo han seguido porque experimentaron su compasión ante su dolor y su miseria… Es el canto y la alegría espontánea de tantos postergados que tocados por Jesús pueden gritar: «Bendito el que llega en nombre del Señor». ¿Cómo no alabar a Aquel que les había devuelto la dignidad y la esperanza? Es la alegría de tantos pecadores perdonados que volvieron a confiar y a esperar. Y estos gritan. Se alegran. Es la alegría.
Esta alegría y alabanza resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que se consideran a sí mismos justos y «fieles» a la ley y a los preceptos rituales.[1] Alegría insoportable para quienes han bloqueado la sensibilidad ante el dolor, el sufrimiento y la miseria. Muchos de estos piensan: «¡Mira que pueblo más maleducado!». Alegría intolerable para quienes perdieron la memoria y se olvidaron de tantas oportunidades recibidas. ¡Qué difícil es comprender la alegría y la fiesta de la misericordia de Dios para quien quiere justificarse a sí mismo y acomodarse! ¡Qué difícil es poder compartir esta alegría para quienes solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros![2]
Y así nace el grito del que no le tiembla la voz para gritar: «¡Crucifícalo!». No es un grito espontáneo, sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es el grito que nace cuando se pasa del hecho a lo que se cuenta, nace de lo que se cuenta. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en «manchar» a otros para salirse con la suya (y) acomodarse. Esto es un falso relato. El grito del que no tiene problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar las voces disonantes. Es el grito que nace de «trucar» la realidad y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere defender la propia posición desacreditando especialmente a quien no puede defenderse. Es el grito fabricado por la «tramoya» de la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia que afirma sin problemas: «Crucifícalo, crucifícalo».
Y así se termina silenciando la fiesta del pueblo, derribando la esperanza, matando los sueños, suprimiendo la alegría; así se termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidaridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada… el grito que quiere borrar la compasión, ese «padecer con», la compasión, que es la debilidad de Dios.
Frente a todos estos titulares, el mejor antídoto es mirar la cruz de Cristo y dejarnos interpelar por su último grito. Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está pasando o viviendo un momento de dificultad. Hermanos y hermanas: ¿Qué mira nuestro corazón? ¿Jesucristo sigue siendo motivo de alegría y alabanza en nuestro corazón o nos avergüenzan sus prioridades hacia los pecadores, los últimos, y los olvidados?
Y a ustedes, queridos jóvenes, la alegría que Jesús despierta en ustedes es para algunos motivo de enojo e y también de irritación en manos de algunos, ya que un joven alegre es difícil de manipular. ¡Un joven alegre es difícil de manipular!
Pero existe en este día la posibilidad de un tercer grito: «Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos» y él responde: «Yo les digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,39-40).
Hacer callar a los jóvenes es una tentación que siempre ha existido. Los mismos fariseos increpan a Jesús y le piden que los calme y silencie.
Hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes. Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan «ruido», para que no se pregunten y cuestionen. «¡Estad callados!». Hay muchas formas de tranquilizarlos para que no se involucren y sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, pequeñas, tristes.
En este Domingo de ramos, festejando la Jornada Mundial de la Juventud, nos hace bien escuchar la respuesta de Jesús a los fariseos de ayer y de todos los tiempos, también a los de hoy: «Si ellos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).
Queridos jóvenes: Está en ustedes la decisión de gritar, está en ustedes decidirse por el Hosanna del domingo para no caer en el «crucifícalo» del viernes... Y está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si nosotros los mayores y responsables los dirigentes ―Tantas veces corruptos― callamos, si el mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿Ustedes gritarán? Por favor, decídanse antes de que griten las piedras.---Notas: [1] Cf. R. Guardini, El Señor, 383. [2] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94. " El texto se encuentra en (consulta de la fecha):
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/03/25/ram.html

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