Capítulo V
Continuación (II,4)
a. Las
virtudes – y sus dialécticas – relativas a la prudencia[7]
a. Las
virtudes – y sus dialécticas – relativas a la justicia[16]
b. Las
virtudes – y sus dialécticas – relativas a la fortaleza[73]
c. Las
virtudes – y sus dialécticas – relativas a la templanza[89]
5. Nueva
revisión de la hominización desde la perspectiva de la dimensión soteriológica
y del principio de seguimiento de la kénosis del Verbo: interpretación
antropológica que pone de relieve los significados y los valores emergentes de
los datos anteriores, con vistas a su empleo en la ética y en la moral
teológica.
a. Nuestro ser
personal revela nuestra capacidad para la interrelación y para la mediación, al
tiempo que la realiza
b. Pecado,
gracia, libertad y responsabilidad.
c. La virtud
teologal de la fe y sus dialécticas
1) Los antecedentes religiosos
2) La novedad de la fe
3) El proceso de la fe: sus dinamismos y dialécticas
4) La “fe” de los científicos[150]
Notas finales
Continuación (II,4)
4. El potencial virtuoso se pondera suficientemente, y se actualiza, en su “lucha” dialéctica con sus defectos y contradicciones, en la “tentación”.
Más
arriba hemos afirmado que, además de las capacidades-vocaciones presentes en
todos los seres humanos, justificados y justos, gracias a sus dimensiones
biofísica, psíquica y socio-cultural, y gracias, precisamente esta condición
“encarnatoria” que las expresa, los valores son realidades “concretas”, no
meramente abstractas o teóricas, porque ellos se refieren a un “bien humano”,
que es una realidad histórica. De entre estos “valores”, los “morales” (o
éticos, como prefieren algunos denominarlos[i])
muestran una de las característica más específicas del ser y del obrar humano,
a mi entender. Sólo que, como afirmamos, dichos valores son deliberaciones, y
posteriormente decisiones, que tienen su arraigo en las capacidades y
potenciales-vocacionales “con dirección moral” que previamente se han
constituido en el existente humano, en su corporeidad-culturalidad como su
condición de posibilidad, y que se “activan” o “despiertan” en él bajo tres
condiciones:
“En el juicio de valor se
unen, entonces, tres componentes. Primero, el conocimiento de la realidad, y
especialmente, de la realidad humana.
Segundo, las respuestas intencionales a los valores. Tercero, el impulso
inicial hacia la auto-trascendencia moral, constituido por el mismo juicio de
valor.
El juicio de valor presupone
el conocimiento de la vida humana, de las posibilidades humanas próximas o
remotas, y de las consecuencias probables de los planes de acción que se han
proyectado. Cuando este conocimiento es deficiente los nobles sentimientos
tienden a expresarse en lo que llamamos idealismo moral, es decir, en amables
propósitos ineficaces, y que a menudo hacen más mal que bien.
Pero el conocimiento solo no
basta, pues todo hombre tiene algún grado de sentimiento moral[1], y, como dice el
refrán, hay honor aun entre los ladrones; por eso es preciso que los
sentimientos morales sean cultivados, iluminados, fortificados, afinados y
purificados de sus impurezas.
En fin, el desarrollo del
conocimiento y el desarrollo del sentimiento moral llevan al descubrimiento
existencial, al descubrimiento de uno mismo como ser moral, a la toma de
conciencia de que uno no solamente elige planes de acción, sino que también por
medio de ellos se hace un ser humano auténtico o inauténtico. Con este
descubrimiento emergen en la consciencia la importancia del valor personal y la
significación de la responsabilidad personal. Los juicios de valor de un sujeto
aparecen como la puerta para la realización o la pérdida de sí mismo. La
experiencia, especialmente la experiencia repetida, de la fragilidad del sujeto
o de su perversidad suscitan la cuestión de la salvación personal, y a un nivel
más profundo suscitan la cuestión de Dios”[1 bis]
La
experiencia de nuestra “fragilidad” pone de presente, pues, que no hemos sido
“predeterminados”, de ninguna manera, para poner en práctica – necesaria e
ineludiblemente – nuestras capacidades en orden a la realización plena de
nuestro ser. No. Por el contrario, podemos – y, de hecho, sabemos – que muchas
veces nos enfrentamos a la posibilidad – nada lejana – de incurrir en
contradicción con nosotros mismos, cuando elegimos, más bien, poner en
actividad otros dinamismos, también
presentes en nosotros, pero que son, en realidad, los “defectos” o las
“contradicciones” de las mismas virtudes: la
tradición los ha denominado expresiones o manifestaciones de la
“concupiscencia”, efecto del pecado original[2]. Esta condición, reiteramos, es
característica sustancial de la libertad humana[3], ya que es ante estas
disyuntivas – en la deliberación que se hace de ellas, en sus circunstancias
concretas, y en la decisión que toma en relación con ellas – como mejor se
expresa como categoría no sólo ética – o política, según sea el caso – sino
principalmente como categoría antropológica, es decir, en línea con la
realización – o no – del ser humano,
de su propia auto-conciencia y auto-trascendencia, y, en últimas, como
partícipe activo y efectivo en la Creación de Dios a la que todos los hombres,
individual y colectivamente, como “hijos en el Hijo”, han sido llamados y
capacitados.
Básicamente
exploraremos aquí no menos de sesenta y cinco dinamismos constitutivos, y, en
algunos casos, su respectiva “dialéctica” o “contradicción”. Debemos aclarar
aquí, previamente, sin embargo, este concepto de “dialéctica” personal,
apoyándonos en los conocidos planteamientos de Luigi María RULLA S. J. y su
equipo[4]:
Esta dialéctica se puede caracterizar en cuatro tipos, de los cuales, los tres primeros, son generalizados:
a) Existe un
primer tipo, la dialéctica del hombre consciente de su interior división y
tensión, que constata cuando considera la distancia que existe entre la virtud
y las transgresiones del orden moral que él mismo realiza: estamos en la única
situación en la que, moralmente, se puede hablar de la existencia de un pecado.
b) Existe un
segundo tipo, y es la dialéctica que se presenta conscientemente en un sujeto
entre su "yo ideal" (lo que la persona determina quisiera ser o
hacer) y su "yo actual" (lo que efectivamente es y hace).
c) Un tercer
tipo consiste en la dialéctica en la que el hombre no es consciente, (porque no
existe una oposición real entre el "yo ideal" y el "yo
actual", expresado por las fuerzas inconscientes que se oponen
efectivamente al bien al que aspira): se trata de una expresión de la
concupiscencia existente en el sujeto[5]. Oposición que
nace, por lo mismo, del "pecado", de la condición natural "en
pecado", pero que, al igual que en el tipo anterior, no es pecado. Pero
inclina al pecado, disponiendo a errores no culpables en los que existen
limitaciones de la libertad efectiva.
d) Por
último encontramos un cuarto tipo de tensión entre la normalidad y las patologías,
la cual tiene sin duda un influjo en la vocación del hombre, pero se trata de
casos y situaciones realmente excepcionales. Tampoco en estos casos cabe hablar
de pecado. Tendremos que volver un poco más adelante sobre este tema.
Las anteriores consideraciones nos permiten comprender el
rasgo “antropológico” al que apuntan las palabras del Padre nuestro: “No nos dejes caer en la tentación”. En efecto, como
expresa Joseph RATZINGER,
“Con (la
sexta petición) decimos a Dios: «Sé que necesito pruebas para que mi ser se
purifique. Si dispones esas pruebas sobre mí, si – como en el caso de Job – das
una cierta libertad al Maligno, entonces piensa, por favor, en lo limitado de
mis fuerzas. No me creas demasiado capaz. Establece unos límites que no sean
excesivos, dentro de los cuales pueda ser tentado, y mantente cerca con tu mano
protectora cuando la prueba sea desmedidamente ardua para mí»… Así, en nuestra
oración de la sexta petición del Padrenuestro debe estar incluida, por un lado,
la disponibilidad para aceptar la carga de la prueba proporcionada a nuestras
fuerzas; por otro lado, se trata precisamente de la petición de que Dios no nos
imponga más de lo que podemos soportar; que no nos suelte de la mano.
Pronunciamos esta petición con la confiada certeza que san Pablo nos ofrece en
sus palabras: «Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados por encima de
vuestras fuerzas; al contrario, con la tentación os dará fuerzas suficientes
para resistir a ella» (1 Co 10,13)”[6].
a. Las
virtudes – y sus dialécticas – relativas a la prudencia[7]
El
primero de los “dinamismos vocacionales” para los que las personas están
dotadas es la prudencia. El Papa Juan Pablo II lo expresaba de la siguiente
manera, no sólo destacando su perspectiva humana, sino también en su aplicación
al caso de los cristianos:
“[…] la prudencia viene a
ser la clave para que cada uno realice la tarea fundamental que ha recibido de
Dios. Esta tarea es la perfección del hombre mismo. Dios ha dado a cada uno su
humanidad. Es necesario que nosotros respondamos a esta tarea programándola
como se debe. Pero el cristiano tiene el derecho y el deber de contemplar la
virtud de la prudencia también con otra visual. Esta virtud es como una imagen
y semejanza de la Providencia de Dios mismo en las dimensiones del hombre
concreto. Porque el hombre —lo sabemos por el libro del Génesis— ha sido creado
a imagen y semejanza de Dios. Y Dios realiza su plan en la historia de lo
creado y, sobre todo, en la historia de la humanidad. El objetivo de este
designio es el bien último del universo, como enseña Santo Tomás. Dicho
designio se hace sencillamente designio de salvación en la historia de la
humanidad, designio que nos abarca a todos nosotros. En el punto central de su
realización se encuentra Jesucristo, en el que se ha manifestado el amor eterno
y la solicitud de Dios mismo, Padre, por la salvación del hombre. Esta es a la
vez la expresión plena de la Divina Providencia. Por consiguiente, el hombre
que es imagen de Dios debe ser —como otra vez nos enseña Santo Tomás—, en
cierto modo, la providencia. Pero en la medida de su propia vida. El hombre
puede tomar parte en este gran caminar de todas las criaturas hacia el
objetivo, que es el bien de la creación. Y, expresándonos aún más con el
lenguaje de la fe, el hombre debe tomar parte en este designio divino de
salvación; debe caminar hacia la salvación y ayudar a los otros a que se
salven. Ayudando a los demás, se salva a sí mismo”[8].
S.
Tomás, por su parte, refiere a la virtud de la prudencia – “el ejecutivo de la
sabiduría” – las siguientes otras “virtudes”, así como menciona aquellas
alternativas que se le oponen, pero que, también, pueden ser objeto de
ejecución y de elección:
Virtudes
|
Vicios
|
Reinativa
o prudencia para muchos, ejercida en relación con la ley positiva, política,
económica, militar…[10]
|
|
Prudencia
de la carne, astucia, dolo, fraude, excesiva preocupación por las cosas
temporales y avaricia[15]
|
Esquema 38
a. Las
virtudes – y sus dialécticas – relativas a la justicia[16]
De la
misma manera, explicaba el Papa acerca de la justicia:
“[…] Todos somos conscientes
en cierta manera de que no es posible llenar la medida total de la justicia en
la transitoriedad de este mundo. Las palabras oídas tantas veces “no hay
justicia en este mundo”, quizá sean fruto de un simplicismo demasiado fácil. Si
bien hay en ellas también un principio de verdad profunda. En un cierto modo la
justicia es más grande que el hombre, más grande que las dimensiones de su vida
terrena, más grande que las posibilidades de establecer en esta vida relaciones
plenamente justas entre todos los hombres, los ambientes, la sociedad y los
grupos sociales, las naciones, etc. Todo hombre vive y muere con cierta
sensación de insaciabilidad de justicia porque el mundo no es capaz de
satisfacer hasta el fondo a un ser creado a imagen de Dios, ni en lo profundo
de la persona ni en los distintos aspectos de la vida humana. Y así, a través
de esta hambre de justicia el hombre se abre a Dios que “es la justicia misma”.
Jesús en el sermón de la montaña lo ha dicho de modo claro y conciso con estas
palabras: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque
ellos serán hartos” (Mt 5, 6).
3. Con este sentido
evangélico de la justicia ante los ojos, debemos considerarla al mismo tiempo
dimensión fundamental de la vida humana en la tierra: la vida del hombre, de la
sociedad, de la humanidad. Esta es la dimensión ética. La justicia es principio
fundamental de la existencia y coexistencia de los hombres, como asimismo de
las comunidades humanas, de las sociedades y los pueblos. Además, la justicia
es principio de la existencia de la Iglesia en cuanto Pueblo de Dios, y
principio de coexistencia de la Iglesia y las varias estructuras sociales, en particular
el Estado y también las Organizaciones Internacionales. En este terreno extenso
y diferenciado, el hombre y la humanidad buscan continuamente justicia; es éste
un proceso perenne y una tarea de importancia suma. A lo largo de los siglos la
justicia ha ido teniendo definiciones más apropiadas según las distintas
relaciones y aspectos. De aquí el concepto de justicia conmutativa,
distributiva, legal y social. Todo ello es testimonio de cómo la justicia tiene
una significación fundamental en el orden moral entre los hombres en las
relaciones sociales e internacionales. Puede decirse que el sentido mismo de la
existencia del hombre sobre la tierra está vinculado a la justicia. Definir
correctamente “cuanto se debe” a cada uno por parte de todos y, al mismo
tiempo, a todos por parte de cada uno, “lo que se debe” (debitum) al
hombre de parte del hombre en los diferentes sistemas y relaciones, definirlo
y, sobre todo, ¡llevarlo a efecto!, es cosa grande por la que vive una nación y
gracias a la cual su vida tiene sentido. A través de los siglos de existencia
humana sobre la tierra es permanente, por ello, el esfuerzo continuo y la lucha
constante por organizar con justicia el conjunto de la vida social en sus
aspectos varios. Es necesario mirar con respeto los múltiples programas y la
actividad, reformadora a veces, de las distintas tendencias y sistemas. A la
vez es necesario ser conscientes de que no se trata aquí sobre todo de los
sistemas, sino de la justicia y del hombre. No puede ser el hombre para el
sistema, sino que debe ser el sistema para el hombre. Por ello hay que
defenderse del anquilosamiento del sistema. Estoy pensando en los sistemas
sociales, económicos, políticos y culturales que deben ser sensibles al hombre
y a su bien integral; deben ser capaces de reformarse a sí mismos y reformar
las propias estructuras según las exigencias de la verdad total acerca del
hombre. Desde este punto de vista hay que valorar el gran esfuerzo de nuestros
tiempos que tiende a definir y consolidar “los derechos del hombre” en la vida
de la humanidad de hoy, de los pueblos y Estados. Por todo ello es necesario
estar profundizando continuamente en el conocimiento de la justicia. No es ésta
una ciencia teórica. Es virtud, es capacidad del espíritu humano, de la voluntad
humana e, incluso, del corazón. Además, es necesario orar para ser justos y
saber ser justos. No podemos olvidar las palabras de Nuestro Señor: “Con la
medida con que midiereis se os medirá” (Mt 7, 2). Hombre justo, hombre
que “mide justamente”. Ojalá lo seamos todos. Que todos tendamos constantemente
a serlo”[17].
Haciendo
un esquema, S. Tomás refería los siguientes dinamismos vocacionales a la
justicia, así como los vicios opuestos a dichos dinamismos:
Virtudes
|
Vicios
|
Justicia
y derecho
|
|
Acusación justa[25] | |
Injusticia del juez contra la verdad, condena injusta[26] | |
Negación de la verdad, calumnia, del testigo, de los abogados[27] | |
Contumelia (ultraje) - insulto[28] | |
Murmuración[29] | |
Maledicencia[30] | |
Burla[31] | |
Maldición[32] | |
Fraude[33] | |
Verdad[60] | |
Mentira[61] | |
Simulación, hipocresía[62] | |
Jactancia[63] | |
Ironía[64] | |
Esquema 39
Como
puede verse en el cuadro, los dinamismos vocacionales relativos a la “verdad” –
comprendida, por supuesto, en términos “objetivos” de “conocimiento” y su
adecuación a la “realidad”, como se precisaba en su época, y que han sido
puestos de relieve con la coloración – son plurales, y, como se dijo antes,
están en interdependencia con los demás dinamismos o virtudes. Ahora bien, de
acuerdo con lo que hemos afirmado en diversos lugares en referencia con uno de
los problemas de esta investigación, es decir, en relación con la búsqueda,
conocimiento, adhesión y mantenimiento en lo que se refiere a la verdad,
especialmente en cuanto tiene qué ver con Dios y con la Iglesia, tales
dinamismos se “ubican”, según s. Tomás, dentro del dinamismo que anima y orienta
hacia la “justicia”, de la cual serían su especificación o especialización, de
modo tal que, serían virtudes o dinamismos inspirados y moderados por ella,
dinamismos vocacionales “de medio”[72].
Otro
aspecto – que de lo meramente cuantitativo, por su importancia específica,
llega a ser cualitativo – consiste en el hecho de que en la enumeración de S.
Tomás mientras sólo un “vicio” se opone a esa consideración “objetiva” de la
verdad, cuatro de ellos, por el contrario, se oponen a la consideración “subjetiva”
de la verdad, es decir, que dependen básicamente de la coherencia del propio
sujeto consigo mismo, más que en relación con una realidad exterior a él: “el
corazón”, del que “salen las malas palabras y las malas intenciones”, como
diría Jesús. Nuevamente aparece que la “verdad” exige una consideración total,
relativa tanto al ser como al quehacer humano.
Ahora
bien: en lo que tiene que ver con la indagación y la transmisión de las
variadas disciplinas mediante la enseñanza, particularmente en las Universidades
católicas, teniendo en cuenta la doctrina católica y, ciertamente, manteniendo
intacta la científica autonomía que tales disciplinas poseen; en relación con
el tratamiento, reflexión y gestión académica, mediante asignaturas, ante todo
de aquellas problemáticas teológicas que están lógicamente encadenadas con las
disciplinas de las mismas Facultades; y, finalmente, en lo concerniente a la
preocupación que han de tener todas las Autoridades, no menos que los profesores de las Universidades y facultades
eclesiásticas, a fin de procurar que esas
diversas facultades de la Universidad se pongan al servicio mutuamente en la
medida que los asuntos lo permitan, y de establecer una cooperación mutua entre
la propia Universidad o facultad y otras Universidades y facultades, incluso no
eclesiásticas, por medio de la cual ellas mismas se pongan de acuerdo para lograr efectivamente, en acción conjunta, un mayor incremento de las ciencias, mediante congresos, investigaciones
científicas coordinadas y por otros medios: en todo ello bien se puede observar
que el conjunto de los dinamismos vocacionales – no sólo aquellos dirigidos
específicamente por la justicia – están dirigidos a realizarlos, a animarlos, y
a sustentarlos y a dirigirlos por caminos de auténtica humanización y bien
común. Mientras que, por el contrario, el entramado mismo, tan delicado, por
diversos factores puede, también, ser perturbado y perjudicado.
b. Las
virtudes – y sus dialécticas – relativas a la fortaleza[73]
Como
expresaba el Papa Juan Pablo II, y podemos compartir con él esa experiencia,
“La virtud de la fortaleza
requiere siempre una cierta superación de la debilidad humana y, sobre todo,
del miedo. Porque el hombre teme por naturaleza espontáneamente el peligro, los
disgustos y sufrimientos. Pero no sólo en los campos de batalla hay que buscar
hombres valientes, sino en las salas de los hospitales o en el lecho del dolor.
Hombres tales podían encontrarse a menudo en campos de concentración y en
lugares de deportación. Eran auténticos héroes. El miedo quita a veces el
coraje cívico a hombres que viven en clima de amenaza, opresión o persecución.
Así, pues, tienen valentía especial los hombres que son capaces de traspasar la
llamada barrera del miedo, a fin de rendir testimonio de la verdad y la
justicia. Para llegar a tal fortaleza el hombre debe “superar” en cierta manera
los propios límites y “superarse” a sí mismo, corriendo el “riesgo” de
encontrarse en situación ignota, el riesgo de ser mal visto, el riesgo de
exponerse a consecuencias desagradables, injurias, degradaciones, pérdidas
materiales y hasta la prisión o las persecuciones. Para alcanzar tal fortaleza,
el hombre debe estar sostenido por un gran amor a la verdad y al bien a que se
entrega. La virtud de la fortaleza camina al mismo paso que la capacidad de
sacrificarse. Esta virtud tenía ya perfil bien definido entre los antiguos. Con
Cristo ha adquirido perfil evangélico, cristiano. El Evangelio va dirigido a
hombres débiles, pobres, mansos y humildes, operadores de paz, misericordiosos;
y al mismo tiempo, contiene en sí un llamamiento constante a la fortaleza. Con
frecuencia repite: “No tengáis miedo” (Mt 14, 27). Enseña al hombre que
es necesario saber “dar la vida” (Jn 15, 13) por una causa justa, por la
verdad, por la Justicia”[74].
S.
Tomás de Aquino, por su parte, nos hacía el elenco de las “capacidades
vocacionales” – lo mismo que sus opuestos – que se refieren a la “fortaleza” y
están presentes en los seres humanos, justificados y justos, dispuestas a
convertirse en “actos” mediante una decisión personal:
Virtudes
|
Vicios
|
Gloria
inane (por exceso): desobediencia, jactancia, disputa hipócrita, pertinacia,
discordia, presunción de novedades[82]
|
|
Esquema 40
Por su
relación con la investigación, la docencia y el servicio que están llamadas a
prestar con lucidez las Universidades católicas, lo mismo que las facultades
eclesiásticas, en sus diversos niveles de administración y gestión, se trata,
indudablemente, en el caso de la fortaleza, de una capacidad individual – y
colectiva – muy necesaria para el logro de sus objetivos, particularmente en
medios o en momentos en que sus misiones no fueran – o, al menos, no parecieran
ser – muy “populares”.
c. Las
virtudes – y sus dialécticas – relativas a la templanza[89]
Por
último, el Papa Juan Pablo II se refirió en sus Audiencias generales a la
templanza:
“3. El mismo término
“templanza” parece referirse en cierto modo a lo que está fuera del hombre. En
efecto, decimos que es moderado el que no abusa de la comida, la bebida o el
placer; el que no toma bebidas alcohólicas inmoderadamente, no enajena la
propia conciencia por el uso de estupefacientes, etc. Pero esta referencia a
elementos externos al hombre tiene la base dentro del hombre. Es como si en
cada uno de nosotros existiera un “yo superior” y un “yo inferior”. En nuestro
“yo inferior” viene expresado nuestro cuerpo y todo lo que le pertenece:
necesidades, deseos y pasiones, sobre todo las de naturaleza sensual. La virtud
de la templanza garantiza a cada hombre el dominio del “yo superior” sobre el
“yo inferior”. ¿Supone acaso dicha virtud humillación de nuestro cuerpo? ¿O
quizá va en menoscabo del mismo? Al contrario, este dominio da mayor valor al
cuerpo. La virtud de la templanza hace que el cuerpo y los sentidos encuentren
el puesto exacto que les corresponde en nuestro ser humano. El hombre moderado
es el que es dueño de sí. Aquel en que las pasiones no predominan sobre la
razón, la voluntad e incluso el “corazón”. ¡El hombre que sabe dominarse! Si
esto es así, nos damos cuenta fácilmente del valor tan fundamental y radical
que tiene la virtud de la templanza. Esta resulta nada menos que indispensable
para que el hombre “sea” plenamente hombre. Basta ver a alguien que ha llegado
a ser “víctima” de las pasiones que lo arrastran, renunciando por sí mismo al
uso de la razón (como p. ej. un alcohólico, un drogado), y constatamos que “ser
hombre” quiere decir respetar la propia dignidad y, por ello y además de otras
cosas, dejarse guiar por la virtud de la templanza.
4. A esta virtud se la llama
también “sobriedad”. Es verdaderamente acertado que sea así. Pues, en efecto,
para poder dominar las propias pasiones: la concupiscencia de la carne, las
explosiones de la sensualidad (p. ej., en las relaciones con el otro sexo),
etc., no debemos ir más allá del límite justo en relación con nosotros mismos y
nuestro “yo inferior”. Si no respetamos este justo límite, no seremos capaces
de dominarnos”[90].
“Pasiones”
y “corazón”, como hemos advertido anteriormente, tienen qué ver al campo de la
sensibilidad, de los sentimientos, de los afectos, en el que se presentan
graves déficits en muchísimos casos,
objeto de la psiquiatría y de la psicología, y, desde el punto de vista
educativo, una de las áreas más complejas y delicadas para la auto-formación.
No se refiere, por supuesto, como algunos pretendieran, sólo al campo relativo
a la sexualidad humana, aunque, ciertamente lo comprende. Este campo ha de
ser educado, sin embargo, con las dificultades que esto trae consigo, en el contexto
globalizado y globalizante de hoy que nos hace “consumir consumo”, como recuerda
el Papa FRANCISCO es una de las características que definen mejor nuestra época:
ser dependientes del gastar, se valora por lo que se produce, por lo que se
gasta, por lo que se tiene… Es entonces cuando la templanza y la sobriedad
requieren de la austeridad.
S.
Tomás describió también aquellas capacidades vocacionales que se refieren al
campo, amplísimo, de la templanza – y, oportunamente mencionó, también, las
posibilidades contrarias –:
Virtudes
|
Vicios
|
Continencia[ii]
|
|
Modestia y Eutrapelia[iii]
|
|
Capacidades
concretas para funciones especiales dentro de la comunidad: Profecía, rapto
místico, carismas, milagros, religiosos, estados y oficios, episcopado.[110]
|
Esquema 41
Como se
puede observar, la concepción acerca de los potenciales vocacionales en orden a
la realización plena humana – bien humano, bien común – en individuos, grupos y
sociedades, en S. Tomás es amplísima, y un estudio dedicado de la misma
exigiría una consagración que desbordaría nuestro actual propósito. Más aún,
cuanto las categorías mismas en las que trabajó el gran Doctor, demandarían un
estudio acucioso contrastado y comparado entre la cultura y los conocimientos
“científicos” de su época, entre otros aspectos, y la cultura (las culturas) y
los conocimientos de hoy en día. Pero lo que pretendo destacar es, por una
parte, su concepción esmerada, rigurosa, “integral” de ser humano, y, por otra,
su consideración de que todos esos aspectos-valores “morales” suponen otras
tantas capacidades-vocaciones en las personas para realizarlos. Y, más
radicalmente aún, denota e implica la capacidad fundamental de libertad, por
parte de las personas en sociedad, para optar por su desarrollo y cultivo, pero
también, por el contrario, para apaciguarlas, desarraigarlas o darles una
reorientación y un sentido inverso, inclusive, a la realización plena de sí
mismo – al bien humano auténtico –, y, en últimas, para darles un sentido
contrario a Dios y a su amor manifestado en Jesucristo.
5. Nueva
revisión de la hominización desde la perspectiva de la dimensión soteriológica
y del principio de seguimiento de la kénosis del Verbo: interpretación
antropológica que pone de relieve los significados y los valores emergentes de
los datos anteriores, con vistas a su empleo en la ética y en la moral
teológica.
1. En
el capítulo precedente observamos de qué manera Jesús de Nazaret dio a conocer
en la historia el rostro auténtico de Dios y su manera de relacionarse con los
seres humanos, a quienes ha justificado y quienes se están haciendo justos. En
efecto, porque Dios libre es quien obra en nosotros nuestra justificación, pero
esto ocurre muy especial y concretamente a través de nuestra “justicia”
interhumana, en ejercicio de nuestra libertad responsable, mediante gestos
concretos de “verdad” y de atención a las personas, a los pobres y a los
enfermos, y criticando, incluso, los gestos en apariencia religiosos pero que
se quedan en simples externalidades, cuando no son serias inmolaciones de las
personas a los ídolos de la mentira, de la vanidad, del poder. Ahora, cuando
estamos considerando las dimensiones constitutivas de humanización en esta
perspectiva de kénosis, debemos necesariamente hacer referencia a las misiones
“de enseñar” (Libro III) y “de santificar” (Libro IV) del CIC, ese rostro
auténtico de Dios “re-velado” en Cristo puede ser de nuevo – por parte nuestra,
como ejercicio trágico de libertad humana – “velado” por quienes nos decimos
sus “creyentes”. Y, sin duda, ello se convierte – como se ha convertido tantas
veces – en un serio obstáculo para quienes han emprendido el camino de la
búsqueda de la verdad, sobre todo en relación con Dios y a su Iglesia.
Las
relaciones entre los hombres y Dios, de las que Jesús dio testimonio eminente,
para ser auténticas, deben caracterizarse por ser ejercicio de libertad. En la
búsqueda y conocimiento de la verdad, sobre todo acerca de Dios y de la
Iglesia, en el abrazo con ella y en la permanencia en ella, la decisión libre
por parte de la persona no sólo es su constitutivo esencial e irreemplazable,
sino que, aun conservando el ser un llamado a la propia responsabilidad, debe
ser promovida y defendida en todos los casos. Las relaciones entre los hombres
y Dios deben ser también, en lo que concierne a este punto, una llamada a
superar todas las esclavitudes que se han dado, se siguen y se seguirán dando
en la historia, como expresión de una autonomía humana que supera sus límites
relativos y se constituye en absoluta, negando su misma verdad.
De otra
parte, el paradigma de Jesús, en lo que concierne a su denodado esfuerzo por
descubrir y hacer la voluntad de su Padre en lo que se refería a Sí mismo y a
sus relaciones con los demás, incluso con las generaciones anteriores y
posteriores, y a sus relaciones con el cosmos, al mismo tiempo que demuestra en
él mismo su capacidad humana para
comprometerse libremente con Dios y en su obra, sino también de qué manera,
mediante su kénosis, efectuaba también él su propio seguimiento, que nos dejó como su propio testimonio, ejemplo y
verdadera clave interpretativa para
la moral y el Derecho canónico[111]. En efecto, la imagen del
“administrador de bienes” a la que aludió y propuso tan constantemente,
especialmente en sus parábolas, como veíamos, no nos refiere – según hemos
expresado – a una función más o menos extrínseca al hombre y a la mujer, sino a
una categoría personal suya: más aún,
se trata de una condición o dimensión
antropológica que Él, a cuya imagen hemos sido hechos, nos transmite de su
ser Creador[112]. Sólo que, como marca la
kénosis, el camino suyo y el del Padre[113], así como el nuestro, no habría
de ser el de una “administración” cualquiera que abusara en su ejercicio de la
libertad, sino el de la “justicia y santidad” verdaderas. Como ha escrito la
COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL,
“Este concepto de dominio o de señorío del hombre tiene un papel importante en la teología cristiana. Dios designa al hombre como su administrador precisamente como hace el patrón en las parábolas del Evangelio (cf. Lc 19,12). La única criatura a la que Dios ha expresamente querido por sí misma ocupa un puesto único en el vértice de la creación visible (Gn 1,26; 2,20; Sal 8,6-7; Sb 9,2-3). Para describir este papel especial, la teología cristiana emplea imágenes sacadas sea del ambiente doméstico sea de aquel relativo al poder real. Al utilizar imágenes referentes al señorío, se quiere decir que los seres humanos son llamados a gobernar en el sentido de ejercitar una preeminencia sobre el conjunto de la creación visible, a la manera de un rey. Pero el significado interior del señorío es el servicio, como Jesús les recuerda a sus discípulos: solamente sufriendo voluntariamente como víctima sacrificial Cristo llega a ser rey del universo, con la Cruz como su trono. Al emplear, por el contrario, imágenes domésticas, la teología cristiana nos muestra al hombre como el administrador de una casa al cual Dios le ha confiado el cuidado de todos sus bienes (cfr. Mt 24,45). El hombre puede utilizar su ingenio al emplear los recursos de la creación visible, y ejercita este señorío participado sobre la creación visible por medio de la ciencia, de la tecnología y del arte”[114].
Implica,
por tanto, en simultaneidad, la libertad y la obediencia. Ha sido precisamente
S. Tomás de Aquino quien examinó y ponderó provocadoramente los diversos
aspectos que lleva consigo esta capacidad humana para comprometerse con Dios[115]. El tema es muy querido del
Papa BENEDICTO XVI, y acerca de él expone su posición propia. Así, por ejemplo,
en su obra teológica “personal” afirma:
“Aquí se produce un proceso
muy importante que ha sido captado en todo su alcance sólo en la edad moderna,
aunque poco después se ha entendido también de un modo unilateral y falseado.
Las formas jurídicas y sociales concretas, los ordenamientos políticos, ya no
se fijan literalmente como un derecho sagrado para todos los tiempos y, por
tanto, para todos los pueblos. Resulta decisiva la fundamental comunión de
voluntad con Dios, que se nos da por medio de Jesús. A partir de ella, los
hombres y los pueblos son ahora libres de reconocer lo que, en el ordenamiento
político y social, se ajusta a esa comunión de voluntad, para que ellos mismos
den forma a los ordenamientos jurídicos. La
ausencia de toda la dimensión social en la predicación de Jesús – una
carencia que, desde el punto de vista judío, Neusner critica de manera
totalmente comprensible – entraña y al mismo tiempo esconde un proceso que
afecta a la historia universal y que, como tal, no se ha producido en ningún
otro ámbito cultural: los ordenamientos
políticos y sociales concretos se liberan de la sacralidad inmediata, de la
legislación basada en el derecho divino, y se confían a la libertad del hombre,
que a través de Jesús está enraizado en la voluntad del Padre y, a partir de
Él, aprende a discernir lo justo y lo bueno”[116].
Así, la
hominización toca directa y sustancialmente a la concepción misma del ius divinum, la cual queda urgida de
hacer evidente la relación que existe entre libertad e historia y que
Jesucristo manifestó en su propio actuar kenótico, según el cual cualificó
esencial y propiamente la humana natura
que asumió y llevó hasta sus últimas consecuencias en la donación de sí mismo a
su Padre, por nosotros, sus hermanos. De esta manera dio a comprender que el
Reino de Dios posee un significado dinámico y cualitativo y no meramente
territorial o que denotara permanencia en un mismo estado, sin mudanza en él;
un significado del que no puede concluirse una noción de ius divinum estática, como si se tratara de un oráculo que
formulara rígidos e inmutables preceptos que le vienen al ser humano como desde
fuera de sí mismo; sino, por el contrario, como una realidad que nos excede,
como un acontecimiento que nos afecta en tanto nos adhiramos a él, si
participamos en él. La relación entre Dios y nuestra historia ha sido
modificada por la asunción por parte de la Palabra de nuestra humanidad de una
manera kenótica, y esto ha hecho que, ante todo, la libertad haya sido
evidenciada, como decimos, y dignificada para todas sus consecuencias[117].
a. Nuestro ser
personal revela nuestra capacidad para la interrelación y para la mediación, al
tiempo que la realiza
2. El
Papa JUAN PABLO II insistió en que nuestra condición posee un valor humano en
su libertad “relativa”: ella forma parte integral suya en razón de su vocación
de trascendencia. Pero, por eso, es necesario considerarla adecuadamente, pues,
de no hacerlo así, en últimas sufre detrimento el propio ser humano. Más aún, la
conciencia de ser débiles, de ser frágiles, inclusive en lo que se refiere al
orden moral, no debería conducir, por ningún motivo, a atenuar la importancia
de la libertad, y a que ella se deprecie por nuestra desesperación y/o por
nuestra falta de esfuerzo, por cuanto:
“La observancia de la ley de
Dios, en determinadas situaciones, puede ser difícil, muy difícil: sin embargo
jamás es imposible. Ésta es una enseñanza constante de la tradición de la
Iglesia, expresada así por el concilio de Trento: «Nadie puede considerarse
desligado de la observancia de los mandamientos, por muy justificado que esté;
nadie puede apoyarse en aquel dicho temerario y condenado por los Padres: que
los mandamientos de Dios son imposibles de cumplir por el hombre justificado. "Porque
Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a
hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas"»: Esto significa que él nos
ha dado la posibilidad de realizar toda la verdad de nuestro ser; ha
liberado nuestra libertad del dominio de
la concupiscencia. Y si el hombre redimido sigue pecando, esto no se debe a la
imperfección del acto redentor de Cristo, sino a la voluntad del hombre de substraerse a la gracia que brota de ese
acto. El mandamiento de Dios ciertamente está proporcionado a las capacidades
del hombre: pero a las capacidades del hombre a quien se ha dado el Espíritu
Santo”[118].
Es una
constante antropológica comprobar que, en el propio ser humano, como hemos
advertido, se realiza el enfrentamiento entre la conciencia de la fragilidad de
la propia naturaleza, que ve las propias faltas, y una conciencia satisfecha de sí misma, que cree que
puede observar la ley sin la ayuda de la gracia y está convencida de no
necesitar la misericordia.
3. En
el fondo nuestra preocupación sigue siendo cristológica, pero nuestro interés
no se detiene ahí: el problema acerca de la manera como se establece la
relación entre Dios y el hombre no puede desligarse de la “obediencia” y del
“servicio” de Jesús, al que nos hemos referido en el capítulo anterior al
tratar de la kénosis. Pero en nuestro tiempo se trata de una pregunta que está
condicionada por las nuevas percepciones alcanzadas respecto del “ser hombre” y
del “ser persona” cuando en Jesús hemos encontrado un “ser para Dios” y un “ser
para los demás”.
Nuestra
experiencia personal nos permite reconocer dos realidades o dimensiones
fundamentales: por un lado, nos experimentamos como autónomos y únicos; pero,
simultáneamente, como seres abiertos a lo que nos rodea, al mundo y a otras
personas, no cerrados en nosotros mismos. Así, pues, nuestra persona nos aparece como un ser que
experimenta la tensión entre su unicidad y su apertura. En realidad, mucho se
habla de la “necesidad” de congregarnos, de la utilidad de trabajar unidos; poco
de esta capacidad para hacerlo, y de
sus posibilidades inherentes para superar los eventuales obstáculos que se
presentan al intentar hacerlo. Así, la existencia de esta tensión se puede
iluminar con la luz proveniente de Jesucristo y presenta al hombre una doble
dimensión de superación:
En sus
relaciones con los demás: por el hecho de que nuestra unicidad implica por sí
relaciones con los demás y con el mundo, para ser yo mismo debo relacionarme.
No sólo la tensión entre nuestro yo y nuestra apertura es capaz de explicarnos,
sino que, como en Cristo, sólo la apertura a los demás es la que mejor y
verdaderamente revela nuestro propio ser personal.
La
persona no se realiza únicamente en su dimensión horizontal, sino también en su
relación con el Otro, propiciando y realizando la plenitud de la relación, como
también ha ocurrido en Cristo.
Así,
pues, si queremos referirnos a la especificidad humana hay que afirmar que sólo se es “hombre” o “mujer”, cuando se
establecen relaciones con los otros y con Dios, cuando se pasa de la
consideración del “ser-en-sí” a la del “ser-con-otros”, en relación con ellos.
Como en Jesús, “Mediador”, es necesario que en el ser humano se dé la
convergencia entre lo “vertical” y lo “horizontal” en las posibilidades y
capacidades de relación: la “persona” es, pues, en sí misma, un
“ser-de-mediación”.
Si
observamos nuestro propio desarrollo, personal y colectivo – sobre el que
específica y necesariamente tendremos que volver –, podemos afirmar que a cada
momento ha ido creciendo la conciencia y el llamado a ser y a realizar esa
capacidad de relación, por medio de múltiples expresiones y experiencias de
encuentro y de mediación. Ahora bien, siempre este anhelo de mediación queda,
por decirlo así, inconcluso, no plenamente realizado, porque, si bien se trata
de una condición característica humana, también lo es en él la presencia de la
fuerza del mal, que se lo impide. Gracias a Cristo, “plenitud” de lo que somos,
“hombre perfecto”, podemos los seres humanos, justificados y justos, gozar de
“la fuerza y la sabiduría de Dios” (1 Co 1,
22-25) para llegar a esa plenitud de lo que ya somos. Sin duda, no sabemos al
presente cómo sucede esto, pero sí sabemos que su mediación no se opone al
hombre, ya que el hombre es también ser de mediación: la plenitud a la que
tiende el hombre es Cristo de modo “determinado”, y no el hombre de modo
“indeterminado”, durante el transcurso histórico de su desenvolvimiento y
configuración. Y así como en Cristo no se puede considerar una oposición en la
unión divino-humana que lo caracteriza, sino como “plenitud” en la encarnación,
se nos revela que el ser humano es en
potencia lo que ya Él es en acto.
4. Por
otra parte, Dios puede expresarse en el hombre sin quitar nada al hombre,
inclusive en el ámbito de su libertad. Ya desde la cristología narrativa
encontrábamos que es característico del obrar de Dios, como nos enseñaba Jesús,
que sea Él quien toma en todo la “iniciativa”: el Reino es “de” Dios. Y,
además, que tanto su manera de obrar, como los motivos que lo impulsaban a
ello, sus razones y la finalidad de su obrar, son una y misma cosa: su propio
“loco” amor, que nos ha dado a conocer.
Estas
dos realidades, iniciativa y amor de Dios, se han expresado en Jesucristo. Es
Cristo, él mismo, el “Reino”, así como él nos revela en su propia existencia el
amor de Dios. Su Señorío se nos revela en la Pascua, en ella nos atestigua su
Amor. Así, en su obediencia, a la que nos hemos referido como la actitud
central de la kénosis de Cristo, humana y libre, se traducen el Señorío de Dios
y el Amor de Dios.
Y esta
condición ciertamente es fundamental al momento de examinar los problemas
referentes al ser humano y a su “calidad de vida”, pues de la Cruz se desprende
directamente que sólo una vida que sea una vida de amor, en el que incluso y
especialmente el sufrimiento encuentra su sentido, puede considerarse vivida
humanamente, plenamente.
En
efecto, en la responsabilidad y en la obediencia amorosa es posible encontrar
la actitud humana del señorío y del amor de Dios, que no quitan nada al hombre.
Así como Cristo no pierde nada como hombre, sino que su humanidad es también
llevada a plenitud, así también ocurre con el hombre, por ser imagen de Dios.
Dios, en Cristo, ha revelado al hombre que su “plan” consiste en que, sin
despojarle nada de lo humano, de lo que le es propio, por el contrario, sí se
lo perfeccione. De esta manera, así como Cristo podía afirmar de sí mismo:
«El que me ha visto a mí, ha visto
al Padre» (Jn 14,9b),
así
también los seres humanos, justificados y justos, deberían manifestar dicha
“imagen”, obrando como Dios mismo. La razón para ello la explicaba el mismo
Jesús:
«Y no dirán: “Vedlo aquí o
allá”, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17,21).
Sólo
que, para llegar a ello, enseñaba y mostraba que era necesario, «buscar primero
el Reino de Dios» (Mt 6, 33). Así, pues, si se preguntara
en qué consiste la vida “cristiana” habría que responder diciendo que ella
comienza con la “búsqueda del Reino”, y que, habiéndolo encontrado, viviéndolo,
ella se despliega y llega a plenitud. Y este “Reino” pasa, necesariamente, por
lo tanto, a través de nuestra libertad humana.
Expresar
esta imagen de Dios, que, como vemos, es típico de la persona humana, es
también característico del ser del investigador y del docente, en consecuencia.
Precisamente, a causa de su relación explícita con la “Verdad”, en todos sus
ámbitos, trasluce en su propio ser esa cercanía, esa transformación que en él o
ella se ha ido operando. La Verdad – y muy en particular el misterio de Cristo
crucificado – lo invade en las múltiples y crecientes – en altura, anchura y
profundidad – “verdades” que en todos los ámbitos del saber va conquistando –
ese es su auténtico punto de referencia –, o, como diría Popper, “falseando”, y
sirviendo así de agente activo y pasivo de la cultura y de todo el saber
histórico, inclusive con su aporte auto-crítico, es decir, mediando entre cultura, naturaleza y humanidad, entre conocimientos
y personas, instituciones y sociedades, entre valores y fenómenos observados,
etc.
b. Pecado,
gracia, libertad y responsabilidad.
5.
Antes de entrar a examinar la Resurrección de Cristo, comprendida como gracia
que acentúa y potencia los dinamismos humanos por acción de su Espíritu, es
necesario tomar nuevamente conciencia de su kénosis y de otras implicaciones
que ésta tiene para la antropología. Esto nos lleva a insistir en que, desde
nuestra perspectiva, ella debe ser integral y que desde nuestra historia
apuntamos también a la vocación trascendente de los seres humanos, “en justicia
y santidad verdaderas”, a una espiritualización del hombre diferente de
la de la vida terrena. En efecto, en una de sus discusiones más notables con
los saduceos, grupo contemporáneo de Jesús, como hemos recordado en el capítulo
anterior (I,1.a.1), p. 406), él afirmaba:
"En la resurrección...
ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles en el
cielo" (Mt 22, 30; análogamente Mc 12, 25).
"Son semejantes a los
ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección" (Lc 20,
36).
Con
todo, quizás el Evangelio de Juan es aún más enfático en este punto, al
contraponer los términos griegos βίος y ζωή[119]. Aunque uno y otro significan
“vida”, sin embargo, el primero restringe a la “vida biológica” con sus
condiciones de transformación y de muerte, mientras el segundo clama por una
“vida completa”, que sacia la sed más profunda del hombre y no está sometida a
la muerte sino que ella misma plenifica al ser humano, que la espera, aún sin
conocerla.
Así,
pues, la perspectiva que nos aporta la kénosis para “el más acá” nos conduce a
hablar de un sistema de fuerzas en las relaciones recíprocas entre lo que en el
hombre es espiritual y lo que es corpóreo. Porque el hombre
"histórico", como consecuencia del pecado original[120], experimenta una imperfección
múltiple de este sistema de fuerzas, que se manifiesta en las bien conocidas
palabras de San Pablo: "Siento otra ley en mis miembros que repugna a la
ley de mi mente" (Rm 7, 23). Se trata, pues, de un peculiar aspecto
que ha de ser suficientemente valorado cuando se quiere examinar “en verdad” a los
seres humanos, por cuanto él también es expresión de su “ontonomía”
característica, de su situación de justificados y justos, y es condición para
el ejercicio de la misma en el seguimiento de Jesucristo.
Esta
toma de conciencia nos obliga a examinar, pues, así sea brevemente, el problema
de nuestra libertad humana en cuanto condicionada por el “pecado” y
trágicamente expresada en él. Eso, por una parte. Pero, así mismo, de nuestra
apertura a la acción divinizadora de Dios en nosotros, de nuestra capacidad
para acoger la “gracia”.
6. Para
lograr esta visión plena del problema era imprescindible retomar, como hemos
hecho, la realidad de nuestras necesidades, limitaciones y condicionamientos.
Surgió así, como espontáneamente, la observación de que en dicha realidad no
están presentes sólo fenómenos o mecanismos detectables, positivos, que se
pueden contar, “externos” al ser humano, sino también factores “interiores” a
él. Se trata, entonces, de la experiencia de nuestra libertad que se confronta
con el querer de Dios, y que nos refiere a esa otra condición humana innegable
desde la perspectiva de la fe: la experiencia del pecado.
En
efecto, más que nunca, en nuestro tiempo se subrayan las posibilidades de
realización o de fracaso de la existencia humana. Más aún: precisamente cuando
se observa en el ambiente circundante una proclividad o tendencia a pretender
“igualar por lo bajo”, a un rehuir toda clase de esfuerzo en pos de la
realización humana, como una concesión voluntaria que se hace ante esas perspectivas
de fracaso y de sinrazón, no puede uno menos que dar razón a la concepción
bíblica del ser humano a la que aludimos. En efecto, entre los mayores
obstáculos para el ejercicio de nuestra libertad se debe mencionar el pecado:
su presencia y su acción en nosotros. No
se trata de elaborar un dualismo metafísico, como sucedió en otra época y a lo
cual nos hemos referido, sino de constatar esa otra especie de dualismo o, si
se quiere, esa división o, mejor aún, esa tensión
característica del “pecado”: el desgarramiento de Dios, el enfrentamiento con
Dios, la falta de comunión con Él, apartándose el hombre de los demás y
oponiéndose al mundo. Es aquella división a la que aludíamos al tratar de la
σάρξ (cf. supra, cap. 4°, 2.a.2)B)a)1°, p. 625ss y cap. 5°, I.1.a.1), p. 722ss) que en el NT y,
categorialmente en la teología posterior, se comprenderá bajo las expresiones
“pecado del mundo” y “pecado original”. La “corporeidad”, pues, nos permite
hacer una profundización en este elemento antropológico fundamental e
histórico, condición que la antropología bíblica visualiza, y que es acentuada
particularmente por la dimensión kenótica de la encarnación del Verbo.
El pecado ha sido considerado, en efecto, “desperdicio
de la propia naturaleza, de sí mismo” (san Lucas[121]) y “defecto” y
“alienación” (Tomás de Aquino[122]). Por eso, esta
experiencia del pecado sólo se puede comprender más plenamente en oposición con
otra situación, la previa al mismo “pecado”, y, sobre todo, al contrastar
nuestra actual situación con el ideal mismo a alcanzar:
“Al verse
recíprocamente, como a través del misterio mismo de la creación, varón y
mujer se ven a sí mismos aún más plenamente y más distintamente que a
través del sentido mismo de la vista, es decir, a través de los ojos del
cuerpo. Efectivamente, se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la
mirada interior, que crea precisamente la plenitud de la intimidad de las
personas [en la plena libertad de toda coacción del cuerpo y del sexo… libres
en la libertad del don, varón y mujer podían gozar de toda la verdad, de
toda la evidencia humana[123]]. Si la
"vergüenza" lleva consigo una limitación específica del ver mediante
los ojos del cuerpo, esto ocurre sobre todo porque la intimidad personal está
como turbada y casi "amenazada" por esta visión”[124].
Fue el
mismo JUAN PABLO II quien lo explicó:
“Los versículos siguientes
del libro del Génesis, según el texto yahvista del capítulo 3,
demuestran, a decir verdad, que esta perspectiva "histórica" se
construirá de modo diverso del "principio" beatificante (después del
pecado original). Pero es tanto más necesario penetrar profundamente en la
estructura misteriosa, teológica y a la vez antropológica de este
"principio". Efectivamente, en toda la perspectiva de la propia
"historia", el hombre no dejará de conferir un significado
esponsalicio – de don – al propio cuerpo. Aún cuando este significado sufre y
sufrirá múltiples deformaciones, siempre permanecerá el nivel más profundo, que
exige ser revelado en toda su simplicidad y pureza, y manifestarse en toda su
verdad, como signo de la "imagen de Dios". Por aquí pasa también el
camino que va del misterio de la creación a la "redención del cuerpo"
(cf. Rom 8).”[125]
Gracias
a nuestra corporeidad humana – no restringida, como hemos dicho, al “cuerpo” –
cada ser humano recibe el influjo de la condición pecaminosa: ve condicionada
íntimamente su libertad por ese contexto y por su propio pecado, en razón de la
solidaridad que existe entre todos los pecados, y en los cuales él mismo
participa.
Sin
embargo, en la perspectiva cristiana, aunque se constata la existencia de un
núcleo ético en todo pecado, este componente no sólo revela la existencia,
precisamente, de la libertad – si no hubiera libertad, no habría pecado –, sino
del abuso o mal uso de la misma. El texto etiológico del Gn 3 en el que se relata “la caída” mediante un lenguaje rico en
imágenes denota el acontecimiento primordial, el hecho de que, ya en el momento
de la aparición del ser humano, en las condiciones antes mencionadas y en el
momento en que ello haya sucedido, es decir, en el mismo comienzo de la
historia humana, la presencia del pecado, libremente cometido, caracterizaba
también la existencia de esos primeros ascendientes nuestros[126]. Y ello ha ocurrido así a todo
lo largo y ancho de la historia.
7. Se
puede comprender mejor, quizás, la situación descrita en el texto bíblico, al
considerar los contextos en los que más presumiblemente fue elaborada: durante
los reinados de David[iv]
y Salomón[v].
Del primero, siempre Israel – y los cristianos – ha ponderado su “santidad”;
del segundo, su “sabiduría”. Pero los textos bíblicos, al contarnos la historia
de cada uno de ellos, no sólo no ocultaron sus pecados, sino que, valoraron de
qué manera dichos personajes fueron claves para el desarrollo de la historia
nacional y para la purificación, consolidación y transmisión de la fe en
Yahvéh, como único Dios[127]. Y si ellos fueron tan
pecadores, ¿qué más se podría afirmar de los demás? Ninguno, concluyen, nunca
está a salvo: más aún, todos somos, desde
nuestro propio origen – humano, por supuesto, pero también individualmente
hablando, y lo ratificamos asiduamente – pecadores – que es la tesis de Gn 3 y luego de Pablo en Rm 5,12ss –. Se trata, en realidad, de una auténtica categoría antropológica,
que se ratifica mediante la experiencia de la fe, sino en una sana
autoconciencia.
De otra
parte, es innegable – y comprobable históricamente – que existe un incremento
en la conciencia moral a lo largo del transcurso de la historia. Se trata de
otra expresión del hecho que, simbólicamente, manifiesta Gn 3. Con todo, en la cultura actual se exalta tanto, y muy a
menudo, la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se
hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás
y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social
sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una
verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y
derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social.
Contrariamente,
debemos constatar también un ejercicio de la libertad por parte de cada
individuo que, no obstante, nos remite al ejercicio social de las múltiples libertades en su interrelación. Pero
también la experiencia del pecado marca tal ejercicio social de la libertad y
de las libertades. Por eso, de la consideración contemporánea de este fenómeno
típica y propiamente humano ha surgido el concepto de “pecado social”[128] para referirse no sólo a
aquellos efectos que tienen decisiones individuales y/o de grupos – inclusive,
en los estados democráticos, eventualmente por parte de las “mayorías” – en
cuyas manos recaen responsabilidades que afectan negativamente a grandes grupos
de las sociedades o a todas ellas en su dignidad y en la consecución de su bien
común, sino también para resaltar especialmente las estructuras sociales y
culturales injustas y mantenedoras de injusticia mediante las cuales dichas
decisiones se toman y se hacen operativas. A estos efectos y a estas
estructuras atentatorias de la dignidad humana, del bien común y de los
derechos fundamentales que derivan de una y otro, se los denomina “pobreza”, la
“pobreza de los pobres del mundo, (que) es mucho más abarcante, lacerante,
compleja”, y que atañe a cada una de las dimensiones antropológicas a las que
nos hemos referido anteriormente[129].
8. El
ser humano se encuentra, entonces, en una situación de no-salvación radical,
óntica. La tradición cristiana, desde la época de la escolástica, la ha
denominado, como hemos mencionado, una “alienación” que, conforme a los
escritores, posee dos “tipos de daño” en la humanidad. En efecto, al
“interpretar cristológicamente” el texto de Lc
10,25-37, los teólogos no pudieron menos que mirarlo desde su otra cara, la
antropológica, la de la historia universal. Joseph RATZINGER retoma dicha
elaboración en los siguientes términos:
“La teología medieval
interpretó las dos indicaciones de la parábola sobre el estado del hombre
herido como afirmaciones antropológicas fundamentales. De la víctima del asalto
se dice, por un lado, que había sido despojado (spoliatus) y, por otro, que había sido golpeado hasta quedar medio
muerto (vulneratus: cf. Lc 10,30). Los escolásticos lo
relacionaron con la doble dimensión de la alienación del hombre. Decían que fue
spoliatus supernaturalibus y vulneratus in naturalibus: despojado del
esplendor de la gracia sobrenatural, recibida como don, y herido en su
naturaleza. Ahora bien, esto es una alegoría que sin duda va mucho más allá del
sentido de la palabra, pero en cualquier caso constituye un intento de precisar
los dos tipos de daño que pesan sobre la humanidad”[130].
A tal
situación alude la imagen, actualísima, del hombre caído en manos de ladrones,
a quien atiende el buen samaritano. Como una muestra de estos daños tendremos
que describir oportunamente, al comienzo del próximo capítulo, algunas
situaciones contemporáneas – en referencia a nuestro tema de fondo – que nos
hablan de diversas alienaciones y esclavitudes que nosotros mismos solemos
crearnos, y de las que, por eso, nosotros mismos somos responsables, que
armamos para que se mantengan a sí mismas como en una estructura totalizante y
totalizadora por las “ventajas” que pretendemos sacar de ellas, pero que
ratifican siempre nuestra condición pecadora, al tiempo que la ponen en acto.
Para
salir de esta condición se requería, pues, una liberación profunda e igualmente radical en la carne. Que fuera una
salvación no “desde fuera” de lo humano. Gracias, por tanto, a la encarnación,
a una encarnación kenótica, del Hijo de Dios, en su corporeidad, se ofrece
también hoy esta salvación. La kénosis del Verbo nos revela una dimensión
humana que es también fundamental, y, como correlato, acontece viceversa:
“Cuando Dios, en su
libertad, se decidió a hacerse hombre; cuando Dios se decidió a escoger, para
revelar su profundidad divina, la forma de expresión de su criatura; cuando se
decidió a derramar el abismo de su plenitud en ese otro abismo de vaciedad y de
indigencia; cuando se decidió a encontrar su gloria en el oprobio de la cruz y
en el descenso al šeol: cuando Dios se decidió a todo esto (y lo hizo antes de
crear el mundo; la creación del mundo fue el primer paso de esta carrera), su
Palabra eligió, también desde el principio, al hombre, eligió la existencia y
la experiencia del hombre como modo de expresión. Y por ello, también en la
Revelación el hombre posee a Dios de manera central en el hombre. El velo de
las causas segundas no se rompe. Al contrario: cuanto más profundamente se
descubre Dios, tanto más hondamente se oculta dentro del hombre”[131].
De esta
manera, a los hombres y a las mujeres de cada época se les presenta una
alternativa: escoger entre la salvación y la no-salvación. Difiere esta
concepción del ser humano, por supuesto, con los punto de vista que consideran
que, para que el ser humano sea “libre”, es necesario que Dios no exista:
aceptarlo es “alienarse”[132].
Por el
contrario, nosotros consideramos que la persona, para realizarse, encuentra en
la fe unas posibilidades enormes, muy concretas y muy reales. Y ello por varias
razones: la persona humana no es un ser que se dé a sí mismo su existencia,
sino que tiene un ser que ha recibido. Por eso, en sí mismo es un
ser-en-acción-de-gracias. Se trata de una realidad que, a mi modo de ver,
expresa muy bien la “laicidad” propia del bautizado en su triple oficio: sacerdotal,
profético y real. Además, por ser llamado a lo Absoluto, es libre frente a todo
lo demás, que es relativo. La libertad cristiana, así también, vivida “en
Cristo”, no es, como tanto hemos notado, “reinar despóticamente”, sino
“servir”. La fe, además, es auténticamente una entrega, un reconocer a Dios
como absoluto en nuestra vida, un entregarse plenamente al servicio de Dios,
una respuesta y acción de gracias por todo el apoyo absoluto y por todo cuanto
uno recibe, durante su vida, de Dios.
9. La
enseñanza de la Iglesia Católica y, más ampliamente, del cristianismo en todas
sus expresiones, no cesa de recordar que la verdadera libertad del ser humano
proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios y redimido por
Cristo. Por ello podemos afirmar que la educación cristiana – en todos sus
niveles, formas y espacios – es educación de
la libertad y para la libertad. En
términos actuales, se trata de promover una de las “competencias”, quizá la más
importante en razón de sus consecuencias, que, junto con los conocimientos y
las habilidades, debe ser ayudada a formar en los estudiantes. Porque, además
de las competencias disciplinares, interdisciplinares, actitudinales,
comunicativas, etc., que se ayuda a desarrollar en ellos, quienes son los
primordiales agentes de su propia educación, es necesario contribuir en los
aprendizajes que les conduzcan a sensibilizarse, a conocer, a juzgar y a
discernir, para su propia situación, los valores éticos, y a considerar
responsablemente las implicaciones que tienen sus decisiones morales. De esta
manera, toda la moral que propone esta “educación cristiana” se ha de
fundamentar en aquella verdad humana y, por eso mismo, ha de ser una propuesta
digna a la auténtica libertad y a su ejercicio, mediante la cual sigue Dios
creando hoy.
En
torno de esta clara y determinante conciencia, es necesario convocar a todos
cuantos son sensibles y razonadamente adherentes de esta “educación ética y
moral” para que, sin distingos de raza, pueblo o nación, compartan e impulsen –
en el seno de sus propias actividades – cuanto pueda favorecer a su mejor y más
dilatado desarrollo.
10. La
kénosis de Cristo nos remite a que no se pueden oponer libertad y
responsabilidad. Ésta última es, como hemos procurado resaltar oportunamente a
lo largo del presente capítulo, componente esencial de aquella, y
característica propia de la “humanidad auténtica”, que enfatiza, precisamente,
la kénosis. El don que la define, para que efectivamente sea tal, no
puede ser impuesto, sino pura gracia, oferta y llamado. Y por eso sólo en
libertad y responsabilidad podemos afirmar que una acción humana puede
considerarse “meritoria”. También expresiones esenciales y genuinas de este
sentido humano serán, por ello mismo, las auténticas manifestaciones de culpa,
de penitencia y de perdón (San Buenaventura de Bañoregio), ya que ellas
expresan acciones libres y responsables – que “salen del corazón” –, construyen
historia y Reino de Dios. Libertad y responsabilidad en contexto de don: así
fue el caso y el ejemplo de Jesús, como vimos detalladamente en el capítulo
precedente: en sus actitudes ante las tentaciones, ante los condicionamientos
sociales, psíquicos y naturales, incluso ante su misma muerte. Pero,
igualmente, así habría de ser en el caso de cada uno de los miembros de la
Iglesia.
La
kénosis, pues, reclama a cada ser humano su coherencia consigo mismo, la
vivencia de los valores del reino, mediante la conversión y purificación
continua del corazón, la rectitud de intención, el discernimiento y el
compromiso con la búsqueda incansable de la verdad, sobre todo en lo que se
refiere a Dios y a la Iglesia, a los que hemos hecho referencia[133]. Más aún, en este orden de
cosas, Dios no sustituye la responsabilidad que tiene cada hombre o mujer de
frente a la historia y al reino. Las personas deben correr su propio riesgo,
sobre todo en relación con la fe, como veremos un poco más adelante, pues se
trata es de construir una historia en la que el ser humano, de cuerpo entero –
desde su corazón y gracias sus manos –, coopera[134], con su personal libertad y
responsabilidad, en la obra de Dios. En la fe.
Ha sido
el Papa BENEDICTO XVI quien, de nuevo, lo ha puesto de presente recientemente,
cuando, justamente al término de las fiestas de Pascua de 2006, afirmó:
"Nosotros hacemos el
bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra manera, sino que lo
hacemos porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo;
porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto,
también a sus criaturas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu
Santo quiere llevarnos"[135].
Cuando
se trata, por lo tanto, de aplicarse al ámbito académico de la investigación y
de la docencia del saber científico, de la búsqueda y encuentro con la verdad,
no podemos menos que subrayar dos vertientes de una misma exigencia
antropológica: por una parte, la necesidad de que este saber se extienda
efectivamente cada día más y más entre todos los hombres, como expresión de la
capacidad humana para realizar un ejercicio responsable de decisiones
individuales y sociales; y por otra parte, la obligación de que dicho saber
mantenga, y, en cuanto sea posible, dilate aún más las exigencias de su
responsabilidad para consigo mismo – con permanente exigencia metodológica – y en
perspectiva de bien común – por sus consecuencias, inclusive a largo plazo –.
11. Pero, aún todo ello, es decir: gozar de las mejores
condiciones proporcionadas y acogidas para obrar con proporcionada y precisa
información acerca de los asuntos (ausencia de ignorancia); tener para nada
diezmada o disminuida la capacidad de autopercepción en un momento dado
(conciencia o advertencia plena); e, inclusive, una decisión autónoma y
responsable (pleno consentimiento): no es suficiente para efectuar un esfuerzo
constante y logrado que nos permita realizar plenamente la vocación divina, alcanzar nuestro ser más
verdadero, ese dejar que Él nos lleve más allá de nosotros mismos, adquirir la estatura de “hijos de Dios”, y, por
lo tanto, mantenernos en el bien obrar. En efecto, ya en el AT el profeta
Ezequiel, en medio de unas condiciones históricas sumamente complejas, que
hacían perder el ánimo a cualquiera, captaba esta problemática y simbólicamente
la describía en los siguientes términos:
“La
mano de Yahwéh fue sobre mí y, por su espíritu, Yahwéh me sacó y me puso en
medio de la vega, la cual estaba llena de huesos. Me hizo pasar por entre ellos
en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo de la
vega, y estaban completamente secos. Me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán vivir
estos huesos?» Yo dije: «Señor Yahwéh, tú lo sabes.» Entonces me dijo:
«Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos secos, escuchad la palabra de
Yahwéh. Así dice el Señor Yahwéh a estos huesos: He aquí que yo voy a hacer
entrar el espíritu en vosotros, y viviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre
vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis; y
sabréis que yo soy Yahwéh.» Yo profeticé como se me había ordenado, y mientras
yo profetizaba se produjo un ruido. Hubo un estremecimiento, y los huesos se
juntaron unos con otros. Miré y vi que estaban recubiertos de nervios, la carne
salía y la piel se extendía por encima, pero no había espíritu en ellos. El me
dijo: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al espíritu: Así
dice el Señor Yahwéh: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos
muertos para que vivan.» Yo profeticé como se me había ordenado, y el espíritu
entró en ellos; revivieron y se incorporaron sobre sus pies: era un enorme,
inmenso ejército. Entonces me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda la
casa de Israel. Ellos andan diciendo: Se han secado nuestros huesos, se ha
desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros. Por eso,
profetiza. Les dirás: Así dice el Señor Yahwéh: He aquí que yo abro vuestras
tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al
suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahwéh cuando abra vuestras tumbas y os
haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y
viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahwéh, lo digo y
lo haga, oráculo de Yahwéh.»” (37,1-14).
Implorar y acoger el Espíritu del Señor da vida, es una
decisión vital en línea con nuestra
realización. Precisamente, a esta acción de Dios que produce vida, que renueva,
sostiene y rejuvenece, hemos reconocido que el NT la denomina “fuerza de
salvación” o “fuerza salvadora” (Lc
1,69), como lo vimos en el cap. 4° (cf. 2.c.2)9, p. 668). Y, más aún, hemos distinguido que tal acción se ha
realizado en la historia: no sólo ha tenido su cumplimiento circunstanciado en
el Hijo hecho carne, que se entrega, en su doble abajamiento (cf. capítulo
anterior, p. 885ss), sino que tiene su actualización permanente mediante la
acción del Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, Espíritu de amor (cf. cap.
4°, 1.g.3), p. 573ss; conclusiones I, p. 690ss; conclusiones II, p. 696ss), en
quienes y a través de quienes va formando la Iglesia. Esta acción divina se
conjuga con los dinamismos y vocaciones presentes en todos los seres humanos,
justificados y justos, purificándolos, acompañándolos y potenciándolos, a fin
de que logren plenamente su objetivo último: ser auténtica y plenamente hijos
de Dios, justos y santos, mujeres y hombres nuevos y reconciliados, y de modo
que les sea facilitada la realización de acciones humano-salvíficas (creadoras
y constructoras de divinización, en sí mismos, en los demás y en el cosmos). La potencia purificadora del
Espíritu Santo va edificando en ellos y con ellos la Iglesia en la fe,
infundiéndose en ellos y transmitiendo a su razonamiento y a su sabiduría
humana la “lógica divina del amor y de la entrega”. La liturgia católica reconoce, alaba y suplica permanentemente la
eficacia de esta acción divina en todos los seres humanos cuando canta en el
himno:
Ven, Espíritu Santo,
y envía del Cielo
los rayos de tu luz
Ven, padre de los pobres,
ven, dador de dones,
ven, luz de los corazones.
Consolador óptimo,
huésped dulce del alma,
dulce refrigerio.
Descanso en el trabajo,
sombra en el calor,
consuelo en el llanto.
Oh luz beatísima
repleta lo más íntimo
del corazón de tus fieles.
Sin tu inspiración,
nada hay en el hombre,
nada es inocente.
Lava lo que está sucio,
riega lo que está árido,
sana lo que está herido.
Dobla lo que está rígido,
calienta lo que está frío,
dirige lo que está desviado.
Da a tus fieles,
en Ti confiados,
tus siete dones.
Premia los esfuerzos,
da la salvación,
da el gozo perenne.
12.
Propongamos una última reflexión acerca del dolor. Tampoco a los científicos,
investigadores y docentes nos son extraños el frío, el hambre, el sueño, la
enfermedad y el dolor, en toda su amplitud. Forman parte de nuestra existencia,
pero no siempre son voluntariamente queridos. Una avenida de lodo que destruye
casas y cubre ciudades, un tsunami que
sepulta pueblos costeros, un terremoto, un huracán, un volcán…, fuerzas de la
naturaleza que el ser humano no ha podido controlar.
Pero no
nos referimos principalmente a éstos fenómenos, por supuesto. Sino a aquellos
flagelos, morales y físicos, que son fruto de deliberadas acciones humanas que
ocasionan injusticias, humillación y el rompimiento de la concordia fraterna.
¿Habrá el ser humano, en tales condiciones, de resignarse? El dolor sufrido por
Cristo ha sido tomado por algunos como el modelo de una respuesta pasiva y
falsamente paciente ante tan inhumanas situaciones. El sufrimiento humano forma
parte del “misterio” humano. Y la kénosis de Cristo, sin embargo, ilumina
grandemente el misterio del sufrimiento. Porque Jesús asumió personalmente el
dolor humano en toda su amplitud y profundidad y participó activamente en su
erradicación. Su liberación y ejemplo, como hemos visto, hace que cada ser
humano posea unas capacidades que le permiten asumir su propia historia y sus problemas de injusticia, y enrutarlas de tal modo que se pueda
salir de ellos. Israel, con su salida de Egipto, había sido emblemático al
respecto. Pero la obra de Jesús – de la Trinidad – que ha sido introducida como
“fuerza de salvación” en la historia, permite a los seres humanos salir de su
“círculo vicioso” y de su “eterno retorno”, y actuar en la historia con
decisión y responsabilidad propias. La
clave es la fe, que desentraña en el sufrimiento, en cualquier sufrimiento, su
auténtico origen, y otorga sentido al dolor. Y, a quienes sufren de esta
manera injusta, no los considera “castigados de Dios”, sino, por el contrario,
los denomina “predilectos” del Señor. Su solidaridad con ellos fue total: a
ello S. Pablo lo llama la “filantropía” de Dios (cf. Tt 3,4).
La
kénosis del siervo Jesús subraya y hace aún más explícitas estas
características humanas: capacidad para buscar las causas auténticas que
generan sufrimientos y para confrontarlas; dar valor y sentido al sufrimiento
propio; ser capaces de solidarizarnos con quienes sufren, por cualquier motivo
que ello suceda. Dios nos quiere profundamente coherentes con lo que somos, y
en particular a las mujeres y hombres de ciencia. Y, ante la posibilidad de
causar un mal a otros, nos invita a ser conscientes de ello y, con su gracia, a
“vencer el mal a fuerza de hacer el bien” (cf. Rm 12,21; cf. 12,9-10).
Una vez más, su “confianza” en que haremos un buen uso – individual y
colectivamente – de nuestra libertad.
Finalmente,
así como la kénosis del Verbo encarnado apunta hacia su motivación más alta, el
amor de Dios que se nos ha revelado en su Hijo, Jesucristo, así mismo
caracteriza la existencia de todo ser humano en su concreta historicidad del
querer de Dios. Como para Jesús, ese amor es la clave última – en fe y
esperanza – capaz de dar sentido a la existencia humana-cristiana y al mismo
cosmos, como lo ha reafirmado recientemente BENEDICTO XVI:
“26. No es la ciencia la que
redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en
el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su
vida, se trata de un momento de «redención» que da un nuevo sentido a su
existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha
dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil.
Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor
incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: «Ni muerte, ni vida, ni
ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado
en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). Si existe este amor
absoluto con su certeza absoluta, entonces – sólo entonces – el hombre es
«redimido», suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de
entender cuando decimos que Jesucristo nos ha «redimido». Por medio de Él
estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana «causa primera» del
mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de
Él: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga
2,20)”[137].
El ser
humano, pues, gracias al amor manifestado en la kénosis del Verbo encarnado,
que mira no sólo a su resurrección, sino, como veremos más ampliamente, a la
anakefalaíosis, queda vocacionado al
amor en su realización personal, comunitaria y, más ampliamente, social y
cósmica.
c. La virtud
teologal de la fe y sus dialécticas
Un
rasgo característico del caminar de Jesús, como vimos, fue el de su confianza
plena en Dios, su Padre. Aún, y muy especialmente, en sus horas y trances más
difíciles, esta seguridad en Él lo animaba. Más, todavía, en el momento límite
de su muerte, cuando el “silencio de Dios” se le hizo, humanamente, crítico.
Pero, ¿definitivo, absoluto, insuperable? Jesús había aprendido, como hombre, a
“leer” y a “comprender” la manera genuina de obrar de Dios… Durante su
ministerio acompañó también en este aprendizaje a sus discípulos,
introduciéndolos, poco a poco, en una experiencia auténtica de Dios, la cual
fundamentaría en ellos toda su vida y su actividad.
¿Acaso
esas mujeres y hombres poseían unas capacidades excepcionales para efectuar
dicha experiencia? ¿Acaso era sólo el ambiente, o la personalidad del líder,
que los contagiaba? ¿Acaso era sólo un fenómeno colectivo de deslumbramiento?
Para Pedro, Pablo, y los demás seguidores de Jesús, como vimos oportunamente en
el capítulo precedente, se había tratado, por el contrario, de una experiencia
que les cambió el rumbo de su vida. “Haber estado con Jesús”, “recibir sus
explicaciones de la Escritura mientras caminaban con él, y, especialmente, al
partir el pan con ellos”, les había tocado hasta la médula de su existencia,
hasta “el corazón”, como refirieron, entre otros, los discípulos de Emaús. Y,
como a Jesús, aprender a relacionarse con Dios, “el Padre”, “nuestro Padre”,
les permitió obtener un conocimiento mejor de sí mismos, como individuos,
ciertamente, pero, de igual modo, como “comunidad”.
De esta
forma, la experiencia de Dios, revelado por Jesús y testificado por él, les
deja reconocer, y refrenda en ellos, de igual modo, esta capacidad de apertura
y de encuentro con Dios que, de diversas maneras, se ha hallado, y se halla,
presente – así esté escondida, o haya sido ocultada – en todas las personas.
1) Los antecedentes religiosos
En
muchos lugares del mundo, templos cristianos, más antiguos o más recientes, se
edificaron sobre antiguos templos dedicados a dioses y diosas de las
respectivas regiones. El hecho religioso no sólo se puede considerar universal
sino tan antiguo como el propio ser humano, y, ciertamente, como señal de
humanidad: desde los templos aztecas al sol a las pagodas budistas; desde la
Kaaba de La Meca a la catedral de cualquier diócesis, desde las sepulturas prehistóricas
a la cruz de los cementerios, la historia nos permite constatar este hecho:
millones de mujeres y hombres de todas las razas y de todos los tiempos, han
pensado que el ser humano no es la medida de todas las cosas. Han buscado y
reconocido una Trascendencia.
En efecto, cada ser humano, como podemos constatar, bien sea de manera inconsciente o consciente, en lo más íntimo de sí mismo posee el deseo de alcanzar la máxima felicidad, de lograr su realización plena, de proporcionar un sentido último a su existencia, y, en el fondo, de consumar su aspiración por Dios. No es este un deseo carente de razón de ser y de sentido, porque, a pesar de las oscuridades y de las incertidumbres por las que todos podemos y solemos pasar, y atravesando miedos y tinieblas, dando bandazos, inclusive, encontramos que se trata de una búsqueda de la verdad, de nuestra verdad, razonable, digna, propia y característica de seres humanos, que Dios mismo ha puesto en nosotros desde nuestra creación. Nuestra búsqueda no cae en el vacío porque Dios no nos ha abandonado en un desierto de la nada, carente de sentido, en el que, simplemente, debemos existir esperando la muerte.
Ello
ocurre inclusive en nuestros tiempos, en los que la ausencia de religiosidad,
o, para algunos, la transformación de la misma (la reorientación de esta
actitud hacia nuevos “motivos” e “ídolos”), parecieran haber llevado a otros a
creer sólo en sí mismos. La religión, ¿es explicable o no por factores
puramente humanos? Augusto COMTE con su explicación positivista; Emile DURKHEIM
con su explicación sociológica; Karl MARX con su explicación de la alienación
religiosa; Sigmund FREUD con su disquisición sobre la ilusión religiosa, entre
otros, hicieron en los últimos dos siglos este intento. Un recorrido por los
diversos saberes que se ocupan de lo religioso nos permitiría elaborar un
panorama del fenómeno, pero, por supuesto, no es este el lugar para ello. El
problema se presenta, en forma acuciante, como se ve, no por parte de quien
respeta la fe de los demás, sino por parte de quienes, considerándose
incrédulos, se pronuncian abiertamente contra la religión y las religiones,
pero, de todas maneras, deben dar una razón satisfactoria acerca de ellas.
Los
sentimientos de amor y respeto que se suscitan en las mujeres y hombres de
todas las religiones forman el núcleo del sentimiento religioso: el “sentido de
lo sagrado” que es más o menos explícito en las diversas culturas y nunca en
dosis iguales: para el primitivo, Dios es un Ser lejano y misterioso; para el musulmán,
es Alá, el Grande, el Único; para el cristiano: Nuestro Padre. Pero desde
siempre, en el corazón de cada creyente, existe la certidumbre de un Ser
Diferente, inmanente y al mismo tiempo Trascendente. Negarlo “a priori”
significa empobrecer la capacidad humana para relacionarse con él, es impedirse
a avanzar en una explicación profunda del fenómeno religioso: lo desnaturaliza,
lo reduce a su superficialidad, a una mera creación (artificial) nuestra,
cuando, por el contrario, se trata de una realidad vital, experiencial. Valorar
las diversas experiencias religiosas, empezar por conocerlas, es un trabajo que
redunda en beneficio de la propia actitud personal y del intercambio pacífico y
constructivo entre pueblos y tradiciones diferentes[138].
De otra
parte, con razón se ha dicho que en nuestro tiempo el examen sólo racional
acerca del ser humano no satisface, se siente como el ejercicio de una
dictadura; se prefieren, entonces, las visiones integrales y holísticas, en las
que la realidad y propiamente la realidad humana son consideradas con justicia,
y, por ello mismo, teniendo en cuenta tanto lo funcional como lo práctico y lo
moral, lo estético, lo expresivo y lo que da sentido… ¡Para no caer en la
sinrazón!
2) La novedad de la fe
Pero es
posible adelantar aún más. Para los primeros cristianos, así como para los
cristianos de hoy, en medio del campo religioso, aunque distinto, en cierta
forma de él, se plantea el problema de su “fe” en Jesucristo.
La kénosis de Cristo, precisamente, les sugería ya que, así nosotros también naturalmente seamos como él, “seres para la muerte” (Heidegger), somos, no sin ella, no obstante, principalmente, “seres para la vida”, y que esa es nuestra plena verdad: nuestras tinieblas han sido iluminadas por la luz del Hijo de Dios que “se entregó a la muerte, y una muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó”, como expresaba la carta a las Filipenses; y, gracias a esta iluminación y salvación, la “plenitud de Dios” ha entrado en nuestra historia, como afirmaba la carta a los Colosenses (1,19): se nos ha abierto el camino hacia nuestra propia plenitud.
Para
esos primeros cristianos era claro que su luz, su verdad, su meta, su descanso,
su vida…, no se trataba de una simple doctrina religiosa. Que se trataba de mucho
más, de una persona: Jesucristo. Por eso, más allá de nuestras capacidades para
buscar y desear a Dios, ellos tenían una certeza, la certeza de que hemos sido,
primero, encontrados y salvados por Él, mediante su kénosis. Es él quien mira
primero a las mujeres y a los hombres de todo tiempo y de toda nación, de todas
las filosofías, religiones y culturas, a cada una y a cada uno, y les abre su
corazón para compartirles la mirada de Dios que ama. Y es este, entonces, el
punto de partida de la fe cristiana.
Por
eso, si bien es cierto que oportunamente hemos delimitado el campo de nuestra
investigación – de modo que lo referente al c. 748 § 2, y en particular lo
concerniente a la adhesión a la fe católica, no son directo propósito nuestro –
la kénosis de Jesucristo en sus implicaciones antropológicas urgen, al menos,
una palabra sobre la “fe”: el ser humano considerado como “ser-para-la-fe”.
Bástenos, para ello, acercarnos brevemente a la experiencia de fe de s. Pablo
siguiendo su propia explicación sobre lo que en él ocurrió, sobre lo que, para
él, es creer en Cristo. Así lo encontramos en la Carta a los Gálatas[139].
El
primer texto de la Carta, al que es necesario referirse, tiene que ver con la
“conversión” de Saulo. Pablo afirma que fue toda una revolución personal la que
experimentó, un cambio total en su comportamiento con respecto a la fe, porque
«El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces
quería destruir» (1,23).
¿Qué
era, sin embargo, esta “fe”, para Pablo? Podría significar, en primera
instancia, “los cristianos”: y no sería raro, porque, un poco antes, lo había
dicho: “estáis enterados de mi conducta anterior en el Judaísmo, cuán
encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba” (1,13).
Pero,
también, podría significar la “fe” en un sentido más preciso: su persecución
iba en orden a destruir en los cristianos “su fe”, haciéndolos apostatar de
ella. De hecho, esta connotación se encuentra en otra ocasión, por parte del
mismo Pablo, pero recogida por los Hechos
de los Apóstoles:
“«Yo, pues, me había creído
obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús, el Nazareo…
Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba
a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las
ciudades extranjeras” (26,9.11).
Con
todo, también es posible atender a una tercera interpretación, fundándonos en
lo que se dijo arriba: “anunciar la buena nueva de la fe” (1,23): en este
sentido, Pablo se estaría refiriendo a la “fe” en un sentido objetivo, es
decir, como un conjunto de verdades que se han de creer. Con todo, el contexto
mismo nos llevaría a hacer una corrección en este sendero, porque, para Pablo,
el asunto es de otro tipo: su relación con Jesús es, primordialmente, una
relación personal, más aún, interpersonal.
Una relación con Jesús “que se le ha revelado” (1,12), una relación con “el
Hijo de Dios Padre” (cf. 1,16) que se le ha manifestado. En consecuencia,
“anunciar la fe” no es otra cosa que invitar a la persona a aceptar tener una
relación de fe con Cristo, a adherirse a Él para ser una persona transformada
por la relación con Él. Siendo esto lo principal, no se excluye, por supuesto,
que esta relación interpersonal lleve consigo la aceptación de ciertas “verdades”
que se refieren a ella, como serían, p. ej., que Él es, al mismo tiempo, el
hombre que vivió en Palestina y el Hijo de Dios, redentor de los hombres (Ga 3,13; 4,5), porque “se entregó por
nuestros pecados” (Ga 1,4) y luego ha
“resucitado de entre los muertos” (Ga
1,1). Pero, la “fe”, no tiene como su objeto principal hacer una aceptación o
la creencia mental de una determinada doctrina, o cuerpo de doctrinas, sino la
adhesión personal, de todo el ser, a una persona: la persona de Jesucristo.
Y
explicará, entonces, de qué manera la vida de Cristo lo ha penetrado por medio
de la fe, porque su amor por Él radica y encuentra su motivación más alta en el
amor que lo amó primero: “en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a
sí mismo por mí” (Ga 2,20): como
quien dice, “me puedo confiar plenamente en Él, me puedo amarrar a Él en la
fe”, “porque me admira la calidad del intercambio que se ha operado, porque
estoy seguro de su eficacia, porque lo que el Hijo de Dios hizo, ha sido
decisivo en mi vida”.
Dicho
brevemente, Pablo comprendía y vivía su fe en Jesucristo como su adhesión
personal, con todo su ser, a Él, nuestro hermano e Hijo de Dios, que nos ha
redimido por medio de su misterio de amor, de muerte y resurrección. Esta era,
para él, la base insustituible e indispensable de toda la vida cristiana. Y, en
ello radica, precisamente, lo que denominamos la soberanía de la fe.
Según
Pablo, desde una perspectiva procesual y de discernimiento por parte del
sujeto, en esa “seguridad” llegará a consistir la fe, al mismo tiempo que ella
es comprobación de la misma (cf. Hb
11,1 que la denomina “garantía” y “prueba”). Pero esa misma fe, en razón de que
se trata específicamente de su relación con la persona y con el misterio de
Cristo, ofrece un criterio objetivo para juzgar en las realidades cotidianas o
en las más trascendentales a las que toda persona humana debe aplicarse – lo
que verdaderamente conduce a la realización del bien humano auténtico, o no –
como explicó en su carta a los Romanos
14,23: “todo lo que no procede de la fe, es pecado”[140].
3) El proceso de la fe: sus dinamismos y dialécticas
Siglos
después, recogiendo el testimonio que las generaciones cristianas sucesivas
dieron de la fe, y el esfuerzo de profundización realizado en ella por dichas generaciones,
s. Tomás DE AQUINO elaboró una síntesis de las capacidades – y de sus
dinamismos contrarios – más directamente
vinculadas con la fe – su búsqueda, sus interrogantes, su celebración, su don
–. De manera clara expresó cómo la “inteligencia” y la “ciencia” manifestaban
esta vinculación, ya que una y otra no sólo conducían a la fe sino, también,
por cuanto eran vehículo para su arraigo, purificación y profundización.
Veámoslo esquemáticamente en el siguiente cuadro:
Virtudes
|
Vicios
|
Esquema 42
Podemos
afirmar, pues, que, gracias a la justificación obrada por Dios a favor nuestro,
existe en todos los seres humanos, justificados y justos, a manera de
invitación, desde las primeras experiencias religiosas acerca de unos dioses,
una apertura, una capacidad, ciertamente personal, más aún, interpersonal, que
se orienta hacia el encuentro y la experiencia de Dios – el absolutamente Otro,
el Tú –, y, más precisamente, de Dios revelado en Cristo. De esta capacidad
también son poseedores el hombre y la mujer actuales, por supuesto, si
quisieran actualizarla, cultivarla, perfeccionarla:
“Experimentar a Dios es ‘gustarlo’ en la realidad de
nuestra vida: en el fondo de nuestro espíritu, más allá de la sensibilidad y
del razonamiento, así como en los demás, en la historia y en la naturaleza
misma. Experimentar a Dios
es ‘saber vivencialmente’ que estamos inmersos en la vida del Padre, por medio
de Cristo, en el Espíritu Santo. Es saber, por propia experiencia, que en Dios existimos, nos movemos y somos.
«La experiencia de Dios [...] es la intimidad profunda,
amorosa y oscura a través de la fe,
con el Dios vivo»[146] que se nos
reveló en Jesús, y que continua realizando su Reino (reinado en nosotros y en
la historia). Es de esa experiencia
de donde brotan las convicciones de la fe,
las motivaciones más profundas, las opciones, los valores y las actitudes que
dan dinamismo al ministerio eclesial; así como la inspiración y la fuerza que
nos capacitan para trabajar, luchar, sufrir y entregarnos a los demás”.[147]
Hemos dicho
“a manera de invitación”, pues, efectivamente, no de otra manera puede ser
digna de un ser humano su relación con la religión, en general, y
específicamente con la fe. Cualquier violencia o coacción, en ese sentido,
sería indigna no sólo de la religión, en sí misma considerada, sino de la
libertad humana, en tanto acto elícito y en cuanto vocación de trascendencia:
“Es obvio que estos deberes
institucionales deben ser respetuosos de la libertad de conciencia religiosa,
pues acontece que algunos, muchos quizá, o la gran mayoría de los miembros de
la corporación universitaria, no profesen la fe católica. A toda la comunidad
universitaria, independientemente de la religión y las creencias, la
Universidad católica está obligada a serle un ambiente acogedor y comprensivo,
ya que «el derecho a la libertad religiosa se funda realmente en la dignidad de
la persona, tal como se conoce por la palabra revelada de Dios y por la razón
natural» (DH 2). De modo similar, y
aparte de lo religioso, el medio de la Universidad católica ha de ser propicio
para superar todos aquellos factores que tienden a hundir distanciamientos
sociales: raza, sexo, origen y nacionalidad, condiciones de vida y tantos
otros”[148]
Si,
como hemos afirmado, Jesucristo es el “testigo fiel” de la verdad acerca de
Dios y del hombre, la fe cristiana – y la comunidad que en ella se origina – se
soporta en la veracidad del testigo, le otorga entera confianza a Jesucristo.
Es ejercicio del derecho y del deber que posee una persona en su relación con
la verdad, sobre todo en nuestros tiempos, en los que se hace más prevalente la
desconfianza. El testimonio es también un modo humano de acceder a la certeza:
así ocurre, v. gr., cuando se confía en la labor capacitada del científico: uno
mismo no tendría que hacer todas las verificaciones que él mismo ha hecho; o
cuando una persona se interroga acerca de su intimidad y busca en ella la
respuesta a interrogantes que escapan al conocimiento científico, acogemos la
palabra, el testimonio que nos ofrecen otros. La pregunta crucial será,
entonces: ¿merece alguien nuestra confianza? ¿La merece Jesucristo?[149]
4) La “fe” de los científicos[150]
El
asunto, una vez más, lo volvió a plantear el Papa JUAN PABLO en notable
ocasión, cuando les propuso ir “del fenómeno” (el cómo) “al fundamento” (el por
qué y el para qué):
“Hoy «un gran reto que
tenemos (...) es el de saber realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenómeno
al fundamento. No es posible detenerse en la sola experiencia; (...)
es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su naturaleza
espiritual y el fundamento en que se apoya» (Fides et ratio, 83). La
investigación científica también se basa en la capacidad de la mente humana de
descubrir lo que es universal. Esta apertura al conocimiento introduce en el
sentido último y fundamental de la persona humana en el mundo (cf. ib.,
81) […]
Al profundizar su
conocimiento del universo, y en particular del ser humano, que está en su
centro, el hombre tiene una percepción velada de la presencia de Dios, una presencia
que es capaz de discernir, en el «manuscrito silencioso» escrito por el Creador
en la creación, reflejo de su gloria y su grandeza. Dios quiere hacerse oír en
el silencio de la creación, en la que el intelecto percibe la trascendencia del
Señor de la creación. Todos los que se esfuerzan por comprender los secretos de
la creación y los misterios del hombre deben estar dispuestos a abrir su mente
y su corazón a la profunda verdad que en ella se manifiesta y que «impulsa al
intelecto a dar su consentimiento» (san Alberto Magno, Comentario a san Juan,
6, 44) […]
La fe no teme a la razón.
Estas «son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia
la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo
de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerlo a él para que, conociéndolo
y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (Fides et
ratio, introducción). Si en el pasado la separación entre fe y razón ha
sido un drama para el hombre, que ha conocido el riesgo de perder su unidad
interior bajo la amenaza de un saber cada vez más fragmentado, vuestra misión
consiste hoy en proseguir la investigación, convencidos de que «para el hombre
inteligente, (...) todas las cosas se armonizan y concuerdan» (Gregorio
Palamas, Theophanes).
Os invito, pues, a pedir al
Señor que os conceda el don del Espíritu Santo, pues amar la verdad es vivir
del Espíritu Santo (cf. san Agustín, Sermo, 267, 4), que nos permite
acercarnos a Dios y llamarle en voz alta « ¡Abbá, Padre!». Que nada os impida
invocarle de este modo, aun sumidos en el rigor de vuestros análisis sobre las
cosas que él ha puesto ante nuestros ojos.
Queridos científicos, es
grande la responsabilidad que estáis llamados a asumir. Se os pide que trabajéis
al servicio del bien de las personas y de toda la humanidad, siempre atentos a
la dignidad de todo ser humano y al respeto de la creación. Todos los enfoques
científicos necesitan un apoyo ético y una sabia apertura a una cultura
respetuosa de las exigencias de la persona. Precisamente esto es lo que subraya
el escritor Jean Guitton cuando afirma que en la investigación científica no se
debería separar jamás el aspecto espiritual del intelectual (cf. Le travail
intellectuel. Conseils à ceux qui étudient et à ceux qui écrivent, 1951, p. 29). Recuerda,
además, que por esta razón la ciencia y la técnica necesitan una referencia
indispensable al valor de la interioridad de la persona humana.
Me dirijo con confianza a
vosotros, hombres y mujeres que os dedicáis a la investigación y al progreso.
Al escrutar constantemente los misterios del mundo, abrid vuestra mente a los
horizontes que la fe descubre ante vuestros ojos. Enraizados firmemente en los
principios y en los valores fundamentales de vuestro itinerario de hombres de
ciencia y fe, podéis entablar un diálogo provechoso y constructivo también con
quienes están alejados de Cristo y de su Iglesia. Por tanto, sed ante todo
apasionados investigadores del Dios invisible, que es el único que puede
satisfacer la aspiración profunda de vuestra vida, colmándoos de su gracia […]
Participad con todas
vuestras energías en la elaboración de una cultura y de un proyecto científico
que reflejen siempre la presencia y la intervención providencial de Dios.
Al respecto, este jubileo de
los científicos constituye un aliciente y un apoyo para cuantos buscan
sinceramente la verdad; manifiesta que los hombres pueden ser investigadores
rigurosos en los diversos campos del saber y discípulos fieles del Evangelio.
¡Cómo no recordar aquí el compromiso espiritual de tantas personas dedicadas
diariamente al arduo trabajo científico! Por medio de vosotros, aquí presentes,
quisiera enviar a cada una de ellas mi saludo y mi más cordial aliento.
Hombres de ciencia, sed
constructores de esperanza para toda la humanidad. Que Dios os acompañe y haga
fructificar vuestro esfuerzo al servicio del auténtico progreso del hombre”[151].
Terminemos
esta subsección resaltando que todo lo dicho determina para las Universidades
católicas una orientación y unas exigencias antropológico-éticas bien claras:
la kénosis de Cristo nos urge ser conscientes del “diseño de ser humano”, del
“perfil profesional”, del “carácter de las Ciencias y de las Facultades” que
deberán identificar a las mujeres y hombres que en ellas se formen, de manera
que se garantice la incidencia real de los futuros profesionales en la
realización de unos proyectos económicos y políticos de los que no tengan luego
qué avergonzarse, correspondan a los esfuerzos investigativos y formativos que
busca una universidad de ciencias que pretende ser tal, y testimonien
auténticamente el Evangelio.
Más
aún, en la razonabilidad propia de la teología, y en el seno de las
Universidades católicas, a esta concernirá precisamente saber mostrar la
relación existente entre el ser de las ciencias (ontología) y la finalidad
intrínseca que ellas poseen (teleología), y el proyecto o propósito de las
mismas en cuanto camino y expresión del plan de Dios para los seres humanos,
justificados y justos, como hemos venido realzando.
El P.
Gerardo ARANGO PUERTA, S. J., quien fuera Rector de la Pontificia Universidad
Javeriana, resumía de la siguiente manera esta interrelación dialéctica y
dialógica entre la teología y las diversas ciencias en el ámbito de una
Universidad Católica:
“Queremos significar con
esto que en nuestras universidades las ciencias
de la naturaleza (y sus áreas propias de física, química y biología; y sus
currículos propios de matemáticas, ingenierías, arquitecturas, medicinas y
similares) deben encontrar correlación entitativa y finalística con el proyecto
y propósito salvador de la fe cristiana que ha sido encomendado a las manos
responsables y libres de esos hombres y mujeres que, desde sus profesiones y
oficios, hacen esas ciencias, y cumplen así el mandato de someter la tierra, de
adaptarla, hacer de ella casa para el hombre, grata, amena, compartida y
repartida. El plan de conocimiento, profundización y adaptación de la
naturaleza que cumplen las ciencias naturales no es en su entidad ni en su
finalidad algo que pueda ser ajeno o paralelo o simplemente tangencial con el
proyecto histórico de la humanidad, y por eso no puede ser ajeno a nuestra
concepción de hombre[152], de su destino
y de sus relaciones con el mundo, con la historia y su futuro.
Formar desde esa incidencia
y coincidencia de planos a los ingenieros, químicos, matemáticos y médicos es hacer
incidir y coincidir el Evangelio en la epistemología y en la teleología de las
ciencias, de las profesiones, de los oficios. Y es asegurar que los
profesionales resulten creyentes y practicantes, no por acciones externas a sus
profesiones y oficios, sino por la propia
visión y actuación de su vocación humana, cristiana y profesional. Si no es
este el tipo de científico y de profesional que nuestras universidades forma,
entonces su misión de universidad católica o de inspiración cristiana ni se
legitima ni se explica”.[153]
Por
idénticas razones habría que garantizar esta relación de la teología con las
demás ciencias: sean ellas humanísticas, sociales, económicas o políticas[154].
Notas de pie de página
[1 bis] Bernard LONERGAN: El
método en Teología, o. c., p. 22, nt. 47, capítulo “El bien humano”, 33-60.
[1] En este cap. V, I.2.a.4.b), p. 491, nt. 1048, afirmábamos con Lonergan y muchos otros la existencia de sentimientos relacionados de diversa manera con el "bien humano" y, por ende, con la moral. Ya Adam Smith había elaborado su Teoría de los sentimientos morales en 1759, en los que destacaba la “simpatía”, o, para algunos, mejor aún, la “empatía”; previamente a él Jeremías Bentham y Stuart Mill, y, todavía antes de todos, David Hume (el «escéptico mitigado», en IEH, 162: la cursiva es suya): “la moralidad no se funda en la razón. Sólo queda, pues, que se base en, (y / o derive del), sentimiento”.
El profesor Moisés WASSERMAN reivindica en nuestro tiempo esta condición humana, y, aludiendo a los estudios sobre la “empatía” que “además de ser objeto de reflexión filosófica, se han convertido en los últimos años en objeto de investigación para la psicología y la neurociencia”, afirma que “parece ser un sentimiento complejo con al menos tres componentes principales. El primero y más básico es la empatía emocional con la que uno es capaz de compartir los sentimientos de otro. Existe en muchas especies animales con vida grupal y cuidado parental. El segundo es la empatía cognitiva (o teoría de la mente), con la que el individuo es capaz de entender lo que el otro está sintiendo en determinadas circunstancias. Los autistas carecen de este componente en alguna medida; los psicópatas entienden al otro, pero no les importa. El tercero es la compasión o empatía motivacional, que, además de comprender al otro, mueve a hacer algo para disminuir su sufrimiento. No es suficiente con la empatía emocional. Los humanos en forma natural sentimos mayor solidaridad con el sufrimiento de personas cercanas, y eso puede generar actitudes de hostilidad hacia miembros de otro grupo. En esta época de fútbol podemos verlo claramente. Millones de fanáticos en el mundo quieren el triunfo de su equipo sobre los otros, y algunos estarían dispuestos a romper cabezas por eso… Un estudio reciente calificó a 216 personas en su escala de preocupación empática por los otros, su sensibilidad a cuestiones morales y su sentido de justicia. Después se examinaron las acciones que tomaban ante diversos escenarios hipotéticos que se les presentaban. La conclusión fue que personas con mayor empatía cognitiva tenían más sentido de justicia que aquellas con mayor empatía emocional. Esos y otros estudios señalan que para lograr cambios de comportamiento que rechacen la xenofobia y la discriminación son necesarios todos los componentes de la empatía. La buena noticia, dicen los neurocientíficos, es que es posible educar en eso. La mala, que el déficit (de empatía) del que se quejaba (Barack) Obama es muy grande”: “Déficit de empatía es muy grande”, en El Tiempo, viernes, 6 de julio de 2018 1.13.
Ha de recordarse, en contraste, la indicación humana (profundamente desveladora y crítica, por otra parte) de Jesús, que el evangelista Mateo recogió en su anuncio del “discurso de la montaña”: “Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5, 46-48).
El querido Lucas, por su parte, recogió quizás más enfáticamente aun ese contraste y la exigencia planteada por Jesús: “Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso” (6,31-36). Perderíamos, pues, los seres humanos, si volviéramos atrás (¡tampoco a la época del "ojo por ojo"!) en la consideración naturalista de la ética a la que apuntaban Hume y sus seguidores, hasta el querido profesor Wasserman: quizás muy universalista, sí, pero “niveladora por lo bajo” y, como escribe el profesor, apenas si (al menos desde el punto de vista cristiano) “motivacional”.
[2] Cf. Iván F. MEJÍA A.: La
aventura humana, o. c., p. 90, nt. 214, 71. A la concupiscencia atribuye el Papa FRANCISCO, en
efecto, la falta de “espíritu” para llevar a cabo la misión evangelizadora: “Es sano acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo
largo de la historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje,
incansables en el anuncio y capaces de una gran resistencia activa. Hay quienes
se consuelan diciendo que hoy es más difícil; sin embargo, reconozcamos que las
circunstancias del Imperio romano no eran favorables al anuncio del Evangelio,
ni a la lucha por la justicia, ni a la defensa de la dignidad humana. En todos
los momentos de la historia están presentes la debilidad humana, la búsqueda
enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia
que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un ropaje o con otro; viene del
límite humano más que de las circunstancias. Entonces, no digamos que hoy es
más difícil; es distinto. Pero aprendamos de los santos que nos han precedido y
enfrentaron las dificultades propias de su época” (EG 263).
[3] "Para el libre albedrío, el poder escoger el bien es lo
esencial, es lo que lo define; mientras el poder hacer el bien o el mal es para
el hombre un defecto", afirmaba también S. Tomás, basándose en los
argumentos de S. Agustín en De Libero
Arbitrio l. II, c. 19, Obras Completas de San Agustín Biblioteca de
Autores Cristianos Madrid v. III “Obras filosóficas” 1947 393-397.
Recuérdese la compleja
problemática nacida con posterioridad a S. Tomás por razones de énfasis entre
la acción de Dios y la decisión personal, que involucró, en el campo católico,
a dominicos y jesuitas, pero, también, en la Reforma, a Erasmo, Lutero y
Calvino. Cf.:
Catholic Encyclopaedia Robert
Appleton Company New York 1909 v. VI, art. “free
will”, en (consulta octubre 2006): http://www.newadvent.org/cathen/06259a.htm
[4] Luigi Ma. RULLA – Franco IMODA – Joyce RIDICK: Antropología de la vocación cristiana Sociedad de Educación Atenas Madrid 1990 v.
1. Bases interdisciplinares; v. 2. Confirmaciones existenciales. Encontramos una excelente síntesis de la obra en: René
LATOURELLE (ed.): Luigi Ma. RULLA – Franco IMODA – Joyce RIDICK: Vaticano II: 25 años después. Balance y perspectivas,
o. c.,
p. 116, nt. 274, 717ss.
[5] Cf. CAIC1849ss; 2483.
[6] Joseph RATZINGER: Jesús de
Nazaret, o. c. p. 26, nt. 54,199-201.
[7] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae qq. 47 y 48.
[8] Audiencia general del miércoles 25 de octubre de 1978, http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1978/documents/hf_jp-ii_aud_19781025_sp.html
[9] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae
q. 49.
[10] Ibíd., q. 50.
[11] Ibíd., q. 51.
[12] Ibíd., q. 52.
[13] Ibíd., q. 53.
[14] Ibíd., q. 54.
[15] Ibíd., qq. 55-56.
[16] Ibíd., qq. 57-58; 79-80 y 122.
[17] Audiencia general del miércoles 8 de noviembre de 1978, http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1978/documents/hf_jp-ii_aud_19781108_sp.html
[18] Ibíd., q. 59.
[19] Ibíd., qq. 6062
[20] Ibíd., q. 63
[21] Ibíd., q. 64.
[22] Ibíd., q. 65.
[23] Ibíd., q. 66.
[24] Ibíd., q. 78.
[25] Ibíd., q. 68.
[26] Ibíd., q. 67.
[27] Ibíd., qq. 69-71.
[28] Ibíd., q. 72.
[29] Ibíd., q. 73.
[30] Ibíd., q. 74.
[31] Ibíd., q. 75.
[32] Ibíd., q. 76.
[33] Ibíd., q. 77.
[34] Ibíd., q. 81.
[35] Ibíd., q. 82.
[36] Ibíd., q. 83.
[37] Ibíd., q. 84.
[38] Ibíd., q. 85.
[39] Ibíd., q. 86.
[40] Ibíd., q. 87.
[41] Ibíd., q. 88.
[42] Ibíd., q. 89.
[43] Ibíd., q. 90.
[44] Ibíd., q. 91.
[45] Ibíd., q. 92-93 y 96.
[46] Ibíd., q. 94.
[47] Ibíd., q. 95.
[48] Ibíd., q. 97.
[49] Ibíd., q. 98.
[50] Ibíd., q. 99.
[51] Ibíd., q. 100.
[52] Ibíd., q. 101 y 121.
[53] Ibíd., q. 102.
[54] Ibíd., q. 103.
[55] Ibíd., q. 104.
[56] Ibíd., q. 105.
[57] Ibíd., q. 106.
[58] Ibíd., q. 107.
[59] Ibíd., q. 108.
[60] Ibíd., q. 109.
[61] Ibíd., q. 110.
[62] Ibíd., q. 111.
[63] Ibíd., q. 112.
[64] Ibíd., q. 113.
[65] Ibíd., q. 114.
[66] Ibíd., q. 115.
[67] Ibíd., q. 116.
[68] Ibíd., q. 117.
[69] Ibíd., q. 118.
[70] Ibíd., q. 119.
[71] Ibíd., q. 120.
[72] “La virtud está en el medio”. Por eso, en algunos casos, no se
mencionan “vicios” opuestos, porque a la misma virtud se puede faltar por
exceso, como por defecto. En esos casos lo hemos resaltado poniendo el término
en cursiva.
[73] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae
qq. 123 y 128, 139-140.
[74] Audiencia general del
miércoles 15 de noviembre de 1978, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1978/documents/hf_jp-ii_aud_19781115_sp.html
La fortaleza, el coraje, como se ve, para ser auténticos, no pueden sino ser sinceros, francos: es lo que la Escritura denomina parrhsi,a (parresía), dotada con la cual no se teme a la autocrítica; bien distinta comprensión de un mero “hablar cándidamente o de excusarse por hablar así”. Su relación con la verdad es, pues, evidente. Algunos aspectos de ello fueron destacados por Michel FOUCAULT en las “Seis conferencias magistrales dadas” en la Universidad de California en Berkeley, octubre-noviembre de 1983, tituladas “Discourse and Truth: the Problematization of Parrhesia” (Editadas por J. Pearson, 1999).
[75] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae q. 124.
[76] Ibíd., q. 125.
[77] Ibíd., q. 126.
[78] Ibíd., q. 127.
[79] Ibíd., q. 129.
[80] Ibíd., q. 130.
[81] Ibíd., q. 131.
[82] Ibíd., q. 132.
[83] Ibíd., q. 133.
[84] Ibíd., q. 134.
[85] Ibíd., q. 135.
[86] Ibíd., q. 136.
[87] Ibíd., q. 137.
[88] Ibíd., q. 138.
[89] Ibíd., qq. 141 y 143 y 170. Juan Pablo II mostró de qué manera
para s. Pablo “la pureza consiste en la templanza”: Audiencias
generales del 28 de enero y del 4 de febrero de 1981, y lo ratifica en la
del 11 de febrero del mismo año: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19810211_sp.html
[90] Audiencia general del
miércoles 22 de noviembre de 1978, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1978/documents/hf_jp-ii_aud_19781122_sp.html
El
tema es retomado por el CAIC en la tercera parte, dedicada a la “vida en
Cristo”, en la sección sobre los “mandamientos”, sobre el quinto: “2289 La
moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor
absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto
del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el
éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los
fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones
humanas.
“2290
La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de excesos, el
abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en
estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro
la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el
aire, se hacen gravemente culpables.
“2291
El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida
humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones
estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el
tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación
directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley
moral”. En: http://www.vatican.va/archive/ESL0022/__P81.HTM
[91] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae
q. 144.
[92] Ibíd., q. 145.
[93] Ibíd., q. 146.
[94] Ibíd., q. 147.
[95] Ibíd., q. 142.
[96] Ibíd., q. 148.
[97] Ibíd., q. 149. Véase el discurso
del Papa FRANCISCO en el que se refiere al acompañamiento que se ha de ofrecer
a los padres de adolescentes en su educación "en la austeridad", en la apertura del Encuentro Pastoral
de la Diócesis de Roma, 19 de junio de 2017, en:
http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2017/june/documents/papa-francesco_20170619_convegno-ecclesiale-diocesano.html
http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2017/june/documents/papa-francesco_20170619_convegno-ecclesiale-diocesano.html
[98] Ibíd., q. 150.
[99] Ibíd., q. 151.
[100] Ibíd., q. 152.
[101] Ibíd., qq. 153 y 154.
[102] Ibíd., q. 156.
[103] Ibíd., q. 157.
[104] Ibíd., q. 158.
[105] Ibíd., q. 159.
[106] Ibíd., q. 161. AFRAATES de Siria (s. IV) subrayaba que la
condición humana es humilde, pero que no por ello posee un valor negativo, y
que es Dios quien la enaltece hasta su gloria: Exposición 9,14 (véase el texto en Ignatius ORTIZ DE URBINA: Patrología
syriaca Pont. Institutum Orientalium
Studiorum Romae 1965, y el texto de la cita en la Catequesis de BENEDICTO XVI
correspondiente al 21 de noviembre de 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21144.php?index=21144&po_date=21.11.2007&lang=sp) Y,
recordemos, santa Teresa de Jesús ponía el énfasis de la humildad en “caminar
en la verdad”.
[107] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae
q. 162 – 165.
[108] Ibíd., q. 166.
[109] Ibíd., q. 167.
[110] Ibíd., q. 169-189.
[111] Las expresiones de s. Hilario DE POITIERS al respecto son muy
dicientes: “Solamente en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, encuentra
salvación la humanidad. Asumiendo nuestra naturaleza humana, Él ha unido a Sí a
todo hombre, «se ha hecho la carne de todos nosotros» (Tractatus in Psalmos 54,9);
«ha asumido en sí la naturaleza de toda carne, y llegando a ser por medio de
ella la vid verdadera, tiene en sí la raíz de todo sarmiento» (ibíd. 51,16). Por esto precisamente el
camino hacia Cristo está abierto para todos – porque Él ha atraído a todos en
su ser hombre – si bien se requiere siempre la conversión personal: «Mediante
la relación con su carne, el acceso a Cristo está abierto a todos, con tal que
se desnuden del hombre viejo (cf. Ef
4,22) y lo crucifiquen a su cruz (cf. Col
2,14); con tal que abandonen las obras de antes y se conviertan, para ser
sepultados con Él en su bautismo, con vistas a la vida (cf. Col 1,12; Rm 6,4)» (ibíd. 91,9)”.
El texto está tomado de la Audiencia
general de BENEDICTO XVI correspondiente al 10 de octubre de 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20866.php?index=20866&po_date=10.10.2007&lang=sp
[112] Es digno de resaltar que en este proceso mediante el cual “se va
configurando” en nosotros “la imagen de quien nos creó” - como leemos en Col 3,10: “revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un
conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador” – y que hace relación
tanto a la Encarnación como a la Resurrección y como a la Recapitulación, como
veremos, no deja de poseer una condición kenótica que no puede renunciarse en
ningún momento, pues se trata de una condición inherente también al ser humano
en su condición histórica y actual, como estamos observando, y lleva
directamente a un comportamiento moral: “Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza,
pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría” (Col 3,5). Este comportamiento
caracteriza, por cierto, a cuantos llegan a ser miembros de la Iglesia de
Cristo, “pueblo elegido” y “cuerpo” suyo (Col
3,12.15).
[113] No es inoportuno insistir en este punto. En efecto, “todas las
experiencias humanas deben servir a Dios – afirma Hans Urs Von Baltasar –; pero
Dios no está remitido a ninguna de ellas, Dios no se apropia de ninguna sin
antes transformarla con su fuego purificador. La palabra de Dios es libertad,
es poder”: Ensayos teológicos. I. Verbum
caro Ediciones Cristiandad (Guadarrama) Madrid 1964 122s.
[114] COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL: Documento Comunione e Servizio. La persona umana creata a immagine di Dio,
de las sesiones plenarias efectuadas en Roma entre el año 2000 y el 2002,
aprobado en forma específica por la misma Comisión y por su Presidente, el
Card. J. Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nn.
58-59, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20040723_communion-stewardship_it.html#_ednref1
[115] La libertad es, pues, una de las condiciones necesarias del obrar
propiamente humano, incluso al asumir una regla de obediencia. S. Tomás alude a
ella, p. ej., al tratar el tema del voto religioso – uno de los escenarios más
trascendentales, junto con la elección de profesión y la decisión matrimonial,
a los que una persona podría, eventualmente, verse abocada –, haciendo
referencia al texto de Lc 9,62, al que oportunamente hemos hecho referencia: “Utrum votum consistat in
solo proposito voluntatis: el sólo buen propósito ya
obliga ante Dios” (ST IIa-IIae q. 88. a. 1. 3). Sobre el mismo tema, cf.
también: “Utrum
omnes praelati ecclesiastici sint in statu perfectionis: ni siquiera por parte de la “cura” que reciben, porque los
religiosos no pueden echarse atrás de una parroquia sin prebenda , como sí, con
autorización, los diocesanos, pero no el obispo” (q. 184. a. 6. resp.); “Utrum episcopus possit
licite curam episcopalem deserere ut ad religionem se transferat: no se puede pasar a un estado de perfección menor, a no ser por
razones graves, sin dispensa del Papa” (q. 185. a. 4. 1); Utrum requiratur ad perfectionem religionis
quod paupertas continentia et obedientia cadant sub voto: pertenece a la perfección de vida no echarse para atrás: “immobilitas sequelae Christi firmatur per votum” (q. 186. a. 6. ad 1um). El subrayado es mío. También: “Utrum ille qui vovet
religionem ingredi teneatur perpetuo in religione permanere: Mejor es no entrar
que retirarse” (q. 189. a. 4. 1); “Utrum propter obsequium parentum debeant
aliqui retrahi ab ingressu religionis: Jesús reprende a quienes de inmediato no
lo siguen”, comenta a propósito de Lc 9,59 (q. 189. a. 6. resp); y se pregunta “Utrum sit laudabile quod
aliquis religionem ingrediatur absque multorum consilio et diuturna
deliberatione praecedente: (Cirilo) buscar dilatar es como echar atrás”, a
propósito de Lc 9,61 (q. 189. a. 10. ad 2um).
Dignísima de encomio, por eso mismo, su posición en relación con “lo superfluo”
(“porque en el hombre reside la imagen de Dios”: ST
II-IIae, q. 66, a. 1, resp.; cf. II-IIae, q. 66, a. 7, resp.).
Esta
perspectiva introduce una notable modificación en la concepción cristiana de la
historia y en la concepción del ius
divinum, como estamos afirmando.
[116] Joseph RATZINGER: Jesús de Nazaret, o. c. p. 26,
nt. 54,150.
[117] Cf. la exposición de Antonio IACCARINO: “Il Ius divinum, l’ermeneutica storica e la libertà. Una riflessione di
filosofia del diritto”, comunicación
para el XIII Congreso Internacional de Derecho
Canónico celebrado en Venecia, Italia, entre el 17 y el 21 de septiembre de
2008. Volveremos sobre el tema del ius
divinum en el próximo capítulo, 6°, 1.a.1)2., pp. 1095-1099. La publicación
en: Juan Ignacio ARRIETA (A cura di) – Costantino-M. FABRIS (Coordinatore
edizione): Ius divinum, o. c. p. 56,
nt. 120, 489-499.
[118] JUAN PABLO II: enc. VS
102.
[119] Afirma Rudolf BULTMAN – art. “ζωή” en: KITTEL, Gerhard – Gerhard
FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c. p. 393, nt. 986, III –
que en los orígenes del helenismo clásico, los dos términos eran no sólo
sinónimos sino que el uno refería al otro: hacían referencia a la vida concreta
e individual, a la duración de la misma, a la biografía literaria, al carácter
(ético) y al sentido de la vida como obra de la propia elección, a la profesión
y a la actividad profesional, a los bienes de fortuna y al sustento, y , en
consecuencia, sólo era considerada digna de ser vivida una “vida” en la ciudad
(col. 1365-1379). Con el trascurso del tiempo, se comienza a ver cierto
distanciamiento de los términos entre las diversas escuelas filosóficas,
aristotelismo (habla de tres clases de βίος: la vegetativa, la sensitiva y la
racional), la Estoa, los neoplatónicos, la gnosis (col. 1379-1394). Durante este
lapso, las relaciones con el Pueblo de Israel fueron más cercanas, de modo que
en la versión de los LXX se observa el predominio del uso de ζωή sobre el de
βίος (col. 1394-1444). Pero será sobre todo el NT (col. 1444-1474), y Juan, en
particular (col. 1467-1474) quien hará evidente el cambio de tono que estamos
haciendo resaltar.
Para hacer notar el giro que
Jesús aportó en la comprensión de la “vida” cuando es “vivida en Dios”
considerado en su Trinidad (“i vivi sono vivi perché stanno nella memoria,
nella vita di Dio”), véase el texto del S. P. BENEDICTO XVI en su discurso de apertura del Congreso
Eclesial de la Diócesis de Roma en San Juan de Letrán, 11 de junio de 2012, en:
http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29336.php?index=29336&po_date=11.06.2012&lang=sp
[120] Ya hemos realizado otras referencias al pecado original en estas
páginas. No obstante, el asunto, central, como vemos, en la doctrina cristiana,
posee un punto de contraste más positivo y afirmativo, conforme a la expresión
paulina: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. El Papa BENEDICTO XVI
en sus catequesis con ocasión del año paulino – 2008 – tomó el tema como objeto
de su exposición el 3 de diciembre. Quiso responder expresamente al profundo
problema que plantea la teoría de la evolución de las especies al efecto de la
salvación por Jesucristo: efectuamos la constatación en nosotros de aquellas
dialécticas a las que arriba hemos hecho referencia, a nuestras contradicciones
de desear hacer el bien pero obrar en realidad el mal, expresado éste en
concretas y constatables innumerables injusticias, mentiras, violencias,
lujurias que se siguen extendiendo y envenenando cada día más el “medio
ambiente humano”, hasta el punto de alcanzar una cierta sinonimia: decir malo,
querría decir, irrefutablemente humano (así como he oído a algunas personas
afirmar, sobre todo en referencia al contexto del ejercicio político, que a los
varones, quienes hasta hoy en día han mantenido su dominación, les corresponden
las trampas y toda suerte de lacras, mientras las mujeres, como por definición,
estarían exentas de ellas). Las explicaciones de ello, a lo largo de la
historia, se remontan a una prácticamente común interpretación de la
coexistencia de dos principios, el bien y el mal, ambos eternos, y del que –
tanto en las expresiones dualistas como monistas: materialistas, animistas,
seudoespiritualistas, etc. – todos los seres serían sus portadores.
No es esta, ciertamente, la
perspectiva cristiana de las cosas, para la cual sólo existe un principio bueno
de todas las cosas: Dios Creador; y el mal, señaladamente el mal moral,
proviene de un abuso por parte de los seres humanos de su libertad creada. ¡El
mal, en consecuencia, no es lógico! ¡El mal puede ser superado! ¡Dios puede
sanar, y, de hecho, ha introducido en los seres humanos su fuerza de sanación:
Cristo, crucificado y resucitado, el nuevo Adán! Y el efecto de su gracia se ve
en los numerosísimos santas y santos. Véase el texto completo de la audiencia
del 3 de diciembre de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22994.php?index=22994&po_date=03.12.2008&lang=sp
[121] “kai ekei dieskorpisen thn ousian autou zwn aswtwv. (Lc
15,13b). Joseph RATZINGER hace notar que en Lc
15,11-32 “la palabra griega usada en la parábola para designar la herencia
derrochada significa en el lenguaje de los filósofos griegos «sustancia» (ousian),
naturaleza. El hijo perdido desperdicia su «naturaleza», se desperdicia a sí
mismo”: Jesús de Nazaret, o. c. p. 26, nt. 57,245. Se trata de la negación
misma de la “ontonomía”, a la que hemos hecho referencia previamente (cf.
supra, cap. 5°, I.2.a.2)c)7°)A)4°)d), p. 848-851; en especial la nt. 2278;
etc.).
[122] ST I-II q. 55, a. 3; q. 63, a. 2; De malo, 2.2. “La Sagrada Escritura
subraya con eficacia este concepto de alienación,
mostrando una triple dimensión: la alienación
del pecador de sí mismo (cf. Sal 57/58, 4: "alienati sunt
peccatores ab utero"), de Dios (cf. Ez 14, 7: "[qui] alienatus
fuerit a me"; Ef 4, 18: "alienati a vita Dei"), de
la comunidad (cf. Ef 2, 12: "alienati a conversatione
Israel")”: JUAN PABLO II: Audiencia general, Miércoles 12 de noviembre de 1986,
en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1986/documents/hf_jp-ii_aud_19861112_sp.html
Por
su parte, Joseph RATZINGER señala: “El hombre que entiende la libertad como
puro arbitrio, el simple hacer lo que quiere e ir donde se le antoja, vive en
una mentira, pues por su propia naturaleza forma parte de una reciprocidad, su
libertad es una libertad que debe compartir con los otros; su misma esencia lleva consigo disciplina y normas; identificarse
íntimamente con ellas, eso sería libertad. Así, una falsa autonomía conduce
a la esclavitud: la historia, entretanto, nos lo ha demostrado de sobre. Para
los judíos, el cerdo es un animar impuro; ser cuidador de cerdos es, por tanto,
la expresión de la máxima alienación y el mayor empobrecimiento del hombre. El
que era totalmente libre se convierte en un esclavo miserable”: Jesús de Nazaret, o. c. p. 26,
nt. 54,245s. La cursiva es nuestra.
[123] Insertado conforme a la Audiencia
general del miércoles 16 de enero
de 1980, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1980/documents/hf_jp-ii_aud_19800116_sp.html
[124] Audiencia general del miércoles 2 de enero de 1980, n. 1, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1980/documents/hf_jp-ii_aud_19800102_sp.html
[125] Audiencia general del Miércoles 16 de enero de 1980, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1980/documents/hf_jp-ii_aud_19800116_sp.html
[126] Cf. JUAN PABLO II: CAIC Librería
“Juan Pablo II” Santo Domingo 1992 n. 390. Las referencias del texto incluyen: GS 13,1; Concilio de Trento – DS 1513 -; Pío XII, en la enc. Humani generis – DS 3897 –; y Pablo VI, en su discurso del 11 de julio de
1966.
[127] Por supuesto, por su conversión, además del papel político,
religioso, etc. que desarrollaron.
[128] El Magisterio ha tomado críticamente esta categoría en su
pensamiento social: “118 Algunos
pecados, además, constituyen, por su objeto mismo, una agresión directa al
prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como pecados sociales. Es
social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona
y persona, entre la persona y la comunidad, y entre la comunidad y la persona.
Es social todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por
el derecho a la vida, incluido el del no-nacido, o contra la integridad física
de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás, especialmente contra
la libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el
honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien común y contra sus
exigencias, en toda la amplia esfera de los derechos y deberes de los
ciudadanos. En fin, es social el pecado que «se refiere a las relaciones entre
las distintas comunidades humanas. Estas relaciones no están siempre en
sintonía con el designio de Dios, que quiere en el mundo justicia, libertad y
paz entre los individuos, los grupos y los pueblos». (Juan Pablo II, exh. ap.
Reconciliatio et paenitentia, 16: AAS 77 1985 216)”: PONTIFICIO CONSEJO «
JUSTICIA Y PAZ »: Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 2 de abril de
2004, en: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html .
[129] La cita la tomo de Alberto PARRA MORA, S. J., quien desarrolla
así su idea: “En sentido económico, pobre es el carente de recursos monetarios;
en sentido cultural, pobre es el subyugado por modalidades de vida y de
expresión ajenas a las suyas; en sentido político, pobre es el violentado y
oprimido por el poder abusivo; en sentido clínico, pobre es el enfermo; en
sentido psicológico, pobre es el enajenado, el extrañado de sí mismo; en
sentido educativo, pobre es el iletrado; en sentido étnico, pobre es el negro,
el indígena, el latino, el sudaca, la minoría; en sentido sexual, pobre es el
‘anormal’; en sentido epidemiológico, pobre es el infectado; en sentido moral,
pobre es el descarriado; en sentido familiar, pobre es el solo, el triste, el
huérfano, la abandonada, la viuda; en sentido labora, pobre es la masa ingente
de los informales, los del rebusque, los de salarios de hambre con
desprotección social garantizada; en sentido de género, pobre es la mujer
victimizada y objeto de abuso; en sentido de derecho, pobre es el excluido y
pisoteado, sin acceso al disenso, a la protesta, al debido proceso, a las
reglas formalistas de la precaria democracia; en sentido de necesidades
básicas, pobre es quien no puede acceder a comida, techo, salud, educación; en
sentido de desarrollo, pobre es el condenado a no ver actuadas nunca sus
potencialidades físicas, espirituales y sociales; en sentido ecológico, pobre
es aquel a quien se le destruyen su hábitat, su medio ambiente y sus recursos
de aire, de suelo, de flora, de fauna; en sentido bélico, pobre es la víctima
inocente, el secuestrado, el desplazado, el refugiado; en sentido teologal,
pobre es el que se cierra a la misericordia y al amor; en sentido religioso,
pobre es aquel violentado en su conciencia y a quien se le niega o se le impide
buscar y hallar la razón de su sentido histórico y de su último sentido. Para
todos los pobres, el nuevo año feliz corresponde con la esperanza salvadora de
que un nuevo mundo diferente es siempre posible”: “Signos del tiempo. Un nuevo año
es posible. El renacer de la esperanza, en especial para los pobres de este
mundo”, en El Tiempo, 31 de diciembre
de 2007 1-17.
[130] Joseph RATZINGER: Jesús de Nazaret, o. c. p. 26,
nt. 54, 241. En nuestra obra La aventura humana, o. c., p. 90, nt. 214, 62-63 y 99-100 hemos referido
las raíces bíblicas, tradicionales y magisteriales de estas problemáticas,
junto con las aproximaciones de la teología y de las ciencias contemporáneas a
las mismas (“dones naturales y preternaturales”) a propósito del “estado
original” y de la “condición pecadora” de los seres humanos.
[131] Hans Urs VON BALTHASAR: Ensayos
teológicos. I. Verbum caro Ediciones Cristiandad (Guadarrama) Madrid 1964
115.
[132] Era, p. ej., la visión de Jean Paul SARTRE en diversas obras,
examinada por Antonio PADOVANO: El Dios
lejano Sal Terrae Santander 1968 23-29.
[133] Podemos afirmar, pues, que, la verdad, en lo
que se refiere a Dios y a la Iglesia, nos remite, por lo menos, a dos
condiciones antropológicas: una, de índole “objetiva”, que reclama la
investigación personal seria, metodológicamente válida, de las huellas y de los
vestigios que de Uno y otra han quedado en la realidad de las cosas y en la
historia humana; otra, de índole “subjetiva”, que apela a la sinceridad y a la
persistencia de dicha investigación. Muchos son los prejuicios y las pasiones
que se ven involucrados en relación con estas preguntas realmente fundamentales
del y para el ser humano – o, al menos, podrían llegar a serlo para muchos más
–. En lo que se refiere en particular a la Iglesia, y a la presencia del Señor
Jesús en ella, el Papa LEÓN XIII lo dijo ya en 1883, y de nuevo lo repitió el
Papa PIO XII en 1957, cuando manifestaron que “la historia, estudiada en sus
fuentes verdaderas con ánimo libre de pasión y de prejuicios, se convierte
espontáneamente, por sí misma, en la más espléndida defensa de la Iglesia […]”:
PÍO XII: Allocuzione ai Partecipanti al Primo
convegno degli Addetti agli Archivi ecclesiastici italiani svoltosi a Roma, «Quanto gradita», 5 novembre 1957, nt.
9, en: http://www.vatican.va/holy_father/pius_xii/speeches/1957/documents/hf_p-xii_spe_19571105_quanto-gradita_it.html#_ftnref9 (Traducción mía).
[134] No es fácil comprender de qué manera se da esta cooperación del
hombre en la obra de Dios, o, si se quiere, esta colaboración de Dios en la
obra del hombre. S. Tomás de Aquino afirmaba que nuestra voluntad – libertad:
acto elícito – no se decide sin motivaciones. Y si Dios no es quien motiva,
otro diferente de Dios lo hará, y ese sería, para nuestra libertad, su “señor”,
alguien extraño a ella. En consecuencia, es necesario que para que la persona
se mueva a sí misma y por sí misma, se deje mover por Dios. Ser libre es, por
tanto, dejarse mover por Dios (cf. ST I-IIae,
q. 109, a. 2 resp., y ad 1.
El ejemplo de la Virgen
Inmaculada es estupendo e iluminador. Refiriéndose a ella, el Papa BENEDICTO
XVI decía: “Enséñanos, María, a ser solidarios con quien está en dificultad, a
colmar las siempre cada día más amplias disparidades sociales; ayúdanos a
cultivar un sentido más vivo del bien común, del respeto por lo que es público,
estimúlanos a sentir la ciudad – y más que nunca esta nuestra Ciudad de Roma –
como patrimonio de todos, y a hacer cada uno, con conciencia y compromiso,
nuestra parte para construir una sociedad más justa y solidaria. ¡Oh Madre
Inmaculada!, que eres para todos signo de segura esperanza y consuelo, haz que
nos dejemos atraer por tu candor inmaculado. Tu Belleza – Tota pulchra cantamos hoy – nos asegura que es posible la victoria
del amor; más aún, que es cierta; nos asegura que la gracia es más fuerte que
el pecado, y, por tanto, es posible el rescate de toda esclavitud. Sí, oh
María, tu nos ayudes a creer con mayor confianza en el bien, a hacer una
apuesta por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza
de la verdad; nos esforcemos por mantenernos vigilantes, por no ceder a la
tentación de evasiones fáciles, por afrontar la realidad, con sus problemas, con
coraje y responsabilidad. Así has obrado tú, mujer joven, llamada a arriesgarlo
todo apoyada en la Palabra del Señor”: Homilía
en el acto de veneración a la Inmaculada, Plaza de España, 8 de diciembre de
2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/23024.php?index=23024&po_date=08.12.2008&lang=sp (Traducción mía).
[135] Homilía en la vigilia de
Pentecostés, L’ORE del 9 de
junio de 2006, p. 6.
[136] Es la “secuencia” del día de Pentecostés, atribuida a Stephen Langton (m. 1228), Arzobispo de Canterbury. El texto latino,
estupendo, para quien lo desee disfrutar: Veni, Sancte Spiritus,/ et emitte coelitus/
lucis tuae radium.// Veni, pater pauperum,/ veni, dator munerum/ veni, lumen
cordium.// Consolator optime,/ dulcis hospes animae,/ dulce refrigerium.// In
labore requies,/ in aestu temperies/ in fletu solatium.// O lux beatissima,/
reple cordis intima/ tuorum fidelium.// Sine tuo numine,/ nihil est in homine,/
nihil est innoxium.// Lava quod est sordidum,/ riga quod est aridum,/ sana quod
est saucium.// Flecte quod est rigidum,/ fove quod est frigidum,/ rege quod est
devium.// Da tuis fidelibus,/ in te confidentibus,/ sacrum septenarium.// Da
virtutis meritum,/ da salutis exitum,/ da perenne gaudium,// Amen, Alleluia. Cf. Leccionario Dominical. Existe
interpretación del mismo en (consulta octubre 2006): SAINT BENEDICT’S MONKS, Brasil: Veni, Sancte Spiritus: Duración: 2:29; Formato: mp3; Calidad:
128Kbps; Canales de audio: 2; Resumen de derechos: No hay derechos ni
restricciones asociadas con este clip; en: http://www.christusrex.org/www2/cantgreg/cantus/seq_veni_sancte_spiritus.mp3
[137] BENEDICTO XVI: enc. Spe
salvi 26, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20071130_spe-salvi_sp.html#_ftnref15
[138] La importancia que
tiene este aspecto para las universidades católicas ha sido puesto de relive
por el Tercer Seminario del FORO MUSULMÁN-CATÓLICO, llevado a cabo entre el 11
y el 13 de noviembre de 2014, en el segundo punto de su acuerdo: “La educación
de los jóvenes, ya sea en la familia, escuela, universidad, iglesia o mezquita,
es de suma importancia para la promoción de una identidad bien lograda que
construye respeto por los demás. Con este fin, los libros y programas escolares
deben reflejar una objetiva y respetuosa imagen del otro”: “2. The education of young people, be it in the family, school, university, church or mosque, is of the utmost importance for the promotion of a well-rounded identity which builds respect for others. To this end, school curricula and textbooks should portray an objective and respectful image of the other”. En (consulta del 13 de noviembre de 2014): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/11/13/0846/01813.html
[139] Me valgo para los siguientes párrafos del artículo “La fede nella
lettera ai Galati”, de Albert VANHOYE, S. J., publicado en: José Alfredo
NORATTO GUTIÉRREZ (comp.): A la luz y al
servicio de la Palabra. Homenaje al P. Pedro Ortiz Valdivieso, S. J.
Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Colección Teología Hoy N°
54 2006 247-268.
Valga también la ocasión para mencionar la
convocación y realización que ha puesto en marcha S. S. BENEDICTO XVI del “Año
de la fe”, mediante el m. p. “Porta
fidei”, del 17 de octubre de 2011, en la que expone
un excelente resumen de los aspectos relacionados con los contenidos de la fe y
con la formulación de los mismos, como dimensión objetiva de la
revelación; y de los aspectos sujetivos, relacionados con el acto de fe
mediante la cual se cree en Dios y en lo que él ha revelado de sí mismo y de su
creación y salvación: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/28244.php?index=28244&po_date=17.10.2011&lang=sp#TRADUZIONE%20IN%20LINGUA%20SPAGNOLA Y ya que este argumento lo ameritaba, el S.
P. FRANCISCO decidió completar y publicar la enc. LF, el 29 de junio de 2013, a partir del texto que había dejado en
borrador su antecesor. Toda esta enc., en sus cuatro cap., me relevan
prácticamente, y con máxima autoridad, de desarrollar más en detalle cuanto se
refiere a la “fe” en cuanto don de Dios, y ello no obstante lo que señalaré muy
resumidamente en el próximo cap. (II.1.b., p. 1254ss): Capítulo primero: Hemos creído en el
amor (cf. 1 Jn 4,16); Capítulo segundo: Si no creéis, no comprenderéis
(cf. Is 7,9); Capítulo tercero: Transmito lo que he recibido (cf. 1
Co 15,3); Capítulo cuarto: Dios prepara
una ciudad para ellos (cf. Hb 11,16), en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html
una ciudad para ellos (cf. Hb 11,16), en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html
[140] La “ratio peccati” es la otra cara, pues, de lo que se denomina
teológica y canónicamente la “salus animarum”, es decir, la “salvación de las
almas”. La primera expresión se encuentra en el c. 1401, ord. 2°, mientras la
segunda, en el c. 1752. Su tratamiento, aplicado a la Iglesia, hace referencia
al problema teológico de su “infalibilidad” que no nos corresponde, sin
embargo, discurrir aquí. En el CAIC encontramos:
“889. Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los
apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su Iglesia una
participación en su propia infalibilidad. Por medio del «sentido sobrenatural
de la fe», el Pueblo de Dios «se une indefectiblemente a la fe», bajo la guía
del Magisterio vivo de la Iglesia (cf. LG
12; DV 10)”. Para una información
mayor sobre el asunto: cf. Felipe AQUINO: “A Igreja recebeu o Dom da Infabilidade”, en (consulta octubre 2007): http://www.cleofas.com.br/virtual/texto.php?doc=ESCOLA&id=esc0112
[141] Ibíd., qq. 1-9.
[142] Ibíd., qq. 10-14.
[143] Ibíd., q. 8.
[144] Ibíd., q. 9.
[145] Ibíd., qq. 15-16.
[146] Segundo GALILEA: El Camino
de la Espiritualidad Paulinas Bogotá 1990 145.
[147] SOUTHEAST PASTORAL
INSTITUTE (SEPI): Encuentros Subregionales (Provinciales) 2006:
“Espiritualidad Pastoral”, en (consulta octubre 2006): http://www.sepimiami.org/html/encuentrprov-espirtpastoral.html ; cf. Salvador VALADEZ: Espiritualidad Pastoral Ediciones Ase México D.F. 2003 29.
[148] Alfonso BORRERO CABAL, S. J.: “Perspectiva de la Universidad
Católica Latinoamericana”, ponencia en el Simposio: Universidad, Iglesia y Cultura: En búsqueda de un nuevo paradigma: la
Universidad Católica hoy, efectuado por la Federación Internacional de Universidades
católicas, Centro de Coordinación de Investigación, Universidad San Pablo,
Ottawa, Notario, Canadá, 19 al 23 de Abril de 1999, 9. (Fotocopia suministrada
por el autor).
Efectuar la experiencia del
bien, aprenderlo a distinguir del mal es la manera como maduran moralmente las
personas. En efecto, es tarea nuestra, para lograrlo, descubrir que
efectivamente se trata de un bien auténtico, es decir, que mire no sólo al
cálculo de las consecuencias de cada acción, o que emplee como criterio para su
verdad sólo la posibilidad de efectuarla. Incluso, no basta la persuasión de un vago
llamado de los valores, ni, hasta una propuesta educativa que se contente con
realizar algunas cuantas intervenciones puntuales, funcionales y fragmentarias.
Por el contrario, es necesario mirar las cosas desde una perspectiva plenamente
interpersonal, en la que sujetos activos son fieles entre sí y cada cual es
protagonista de la relación, capaz de asumir su propia posición y de poner en
juego su distintiva libertad. Véase la alocución del Papa Benedicto XVI a la
Conferencia de Obispos de Italia, 9 de noviembre de 2010, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26363.php?index=26363&lang=sp
[149] Cf. Jean DANIÉLOU: “Revelación y fe”, en CONFERENCIA EPISCOPAL DE
COLOMBIA: Cuestiones actuales de Teología
SPEC Bogotá 1973 61-66. Hans Urs VON BALTHASAR afirmaba al respecto: “Lo básico
será que el Cristianismo sitúa radicalmente la verdad que sale a la luz sobre
la existencia de Cristo y sobre su propia declaración, respecto a su Humanidad
y Divinidad y su función redentora, de modo que el órgano adecuado para el
conocimiento de esta verdad queda situado en la fe que le reconoce y confía en
Él […] En este momento se encuentran la libérrima auto-revelación de Dios en
Cristo y la más libérrima decisión del hombre – conseguida, sin embargo, por la
gracia de la Revelación divina en la libertad humana – para abrirse creyentemente
y entregarse a la verdad. En San Juan suelen preceder largos discursos a esa
llamarada última de la revelación; discursos en que se discute “sobre” la
verdad, llevando y preparando lentamente la razón humana a realizar el acto: ‘praeambula fidei’; ya sentados en la luz
ascendente de la gracia preparadora y auxiliadora, que, precisamente sobre la
base de esa preparación racional y no sin ella, de repente exige la fe. Pero la
meta y el sentido de esa verdad cristiana, extendida someramente ante la humanidad
genérica que todavía no cree y que está más o menos en su búsqueda, se hallan
en el encuentro súbitamente logrado, en que alguien, ganado a la verdad, se
postra y confiesa: ‘¡Señor mío y Dios mío!’”: El problema de Dios en el hombre actual Ediciones Guadarrama Madrid
1966 42-43.
[150] También sobre este tema la bibliografía, particularmente la
testimonial, es amplia. Sólo un ejemplo de ello. El Profesor André ASTIER, en
su época sub Director del Laboratorio de Física Nuclear del Collège de France,
se ponía esta cuestión en su artículo “Le scientifique aux prises avec sa
propre foi”, en Christus 50/13 avril
1966 219-231. Su punto de vista reclama que el asunto debe ser tomado muy en
serio. A primera vista puede parecer que su “fe” es, o debe ser, semejante en
todo a la de los demás cristianos. Pero ello no es así, porque el científico no
puede ocultar que su búsqueda también está afectada por la preocupación,
incluso por la angustia, por encontrar “inteligibilidad” en lo que conoce. El
autor señalaba que “la fe es siempre experiencia, entonces ella no puede ser
vaciada, porque ella es fenómeno vacío. Fenómeno interiormente vacío, pero
fenómeno. Y, a este título, el científico no puede recusarla”. “El problema,
dice el autor, es, entonces, puramente metafísico”. Más que “responder” a las
razones de la fe, el hombre puede, más bien, “testimoniarla”, lo que no quiere
decir que desista de “la razón pura”. “El precio a pagar es enorme, y la
adhesión a Cristo no es algo ya acabado, siempre a causa de esta exigencia de
inteligibilidad”, señalaba el profesor.
Aseveraba François RUSSO,
por su parte, que existe una “divergencia fundamental entre la mirada
científica y la mirada religiosa”. “Por vocación, por gusto íntimo, el
científico se interesa por la realidad primero por ella misma y en su
objetividad de detalle; para él, toda realidad es igualmente digna de
investigación. La actitud religiosa es sensiblemente diferente. Ella persigue
mucho menos el conocimiento de las cosas por ellas mismas que por relación al fin
supremo del hombre y del mundo; son ante todo las realidades humanas las que
atraen su atención”: “Le scientifique dans l’Eglise”, en Christus 50/13 avril 1966 212. (Traducción mía).
[151] Con motivo del Año del Jubileo del 2000, el Santo Padre se reunió
el 25 de mayo con un grupo representativo del “mundo científico”, a quien le
dirigió esas palabras. Cf. http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2000/apr-jun/documents/hf_jp-ii_spe_20000525_jubilee-science_sp.html
[152] Gustavo BAENA BUSTAMANTE, S. J., trató este asunto precisamente
en su artículo “La antropología subyacente en la universidad jesuítica”: Orientaciones Universitarias 21
septiembre de 1998 47-67.
[153] Gerardo ARANGO PUERTA, S. J.: “La Teología en la Universidad”,
conferencia en México D. F., Universidad Iberoamericana, 17 de abril de 1996,
en Orientaciones Universitarias 16
agosto de 1997 18, en (consulta noviembre de 2007):
No
debe perderse de vista, en este contexto, la relación de mutua colaboración,
que ha producido tantos excelentes frutos – como ocurre en el caso de la
liturgia –, entre las diversas Ciencias y las Técnicas, la experiencia
artística y religiosa, y la actividad pastoral conjunta. Diálogos, v. gr., en
torno al “espacio” y a las “construcciones” de edificios para el culto
cristiano están destinados a ser muy productivos en muchos sentidos si se
consolidan también como una de las actividades universitarias. Véase la nota de
Zenit (14 de septiembre de 2011): “XXXVI
Jornadas de la Asociación Española de Profesores de Liturgia. Fructífero
diálogo entre arquitectos y liturgistas sobre el espacio sacro” en: http://www.zenit.org/article-40371?l=spanish
[154] Ibíd., 18-19.
Notas finales
[i] Empleamos los términos “Ética y moral, algunas veces
con significados diferentes, pero siempre para referirnos a un misma realidad,
la pregunta por lo bueno, cuyo punto de partida y de llegada son las costumbres. Los griegos
emplearon una expresión bien precisa, (‘e,qoj: ‘éthos= la
costumbre), de donde deriva “ética”. Los latinos, en cambio, dijeron mos-moris, de donde proviene “moral”.
Aún hay autores que emplean en forma indistinta uno y otro término; otros, por
el contrario, proponen su diferenciación. Tomamos pie para establecer algunos
parámetros en esta discusión sin fin, entre otros, en el texto de Darío
MARTÍNEZ MORALES: “Moral y ética”, en AA. VV.: Moral fundamental. Documentos de Trabajo (Edición para uso de los
estudiantes del Programa de Ciencias Religiosas de la Facultad de Teología de
la Pontificia Universidad Javeriana, Santafé de Bogotá, s.f.) 5-18:
“Cuando estas dos palabras
son empleadas como sustantivos, ética y moral denotan aquel saber específico
que, como hemos dicho, se refiere a lo bueno. En cambio, cuando se las emplea
como adjetivos, una y otra connotan y pretenden decirnos una calidad o una
dimensión de la realidad humana que hace relación con la responsabilidad de las
personas.
Como se puede observar,
mediante este uso se considera que existen dos niveles en la realidad de la
ética y de la moral: El primero, que corresponde al comportamiento concreto, a
la vivencia que los hombres hacen del bien y de los valores morales; el segundo,
que corresponde a las formulaciones y reflexiones que se hacen de dicho bien y
de dichos valores por medio de principios y de normas. Uno y otro nivel están
estrechamente vinculados entre sí; pero pueden ser considerados de manera
diversificada. Cuanto hicimos en la sección anterior, la descripción del hecho
moral, correspondería, en consecuencia, al primer nivel, al que se denomina
también, de la ética vivida;
y la reflexión que estamos haciendo a partir de ella correspondería a lo que se
puede denominar la ética formulada.
Otros autores consideran, en
cambio, que los matices entre ética y moral se deben poner en otro aspecto: a
la ética correspondería hacer una reflexión crítica sobre el comportamiento
humano, mientras a la moral, la valoración de las acciones particulares. En
este caso, la sección anterior más tendría de moral que de ética. Otros, en
fin, consideran que la moral toca con el “interior” de las personas, mientras
que la ética hace referencia, más bien, a su exterioridad: No creemos que una y
otra dimensión puedan ser “moralmente” contrapuestas en el acto humano.
Nosotros, por nuestra
parte, consideramos que a la ética, en sentido propio, le corresponde realizar
la reflexión racional, y por lo mismo, crítica de las acciones humanas, pero no
sólo para considerarlas y contemplarlas, sino para valorarlas y para
orientarlas conforme al ser humano que somos y que debemos ser en plenitud. Y,
en este último sentido, equivaldría a la moral”. En: Iván F. MEJÍA ÁLVAREZ: Algunos elementos introductorios a la
Teología Moral Facultad de Teología (PUJ) Apuntes de Clase Bogotá 1997
27-28.
[ii] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae q. 155.
En esta época de tantos
decires, polémicas y, aún, denuncias, recupero este muy digno testimonio de
vida y de sentido: “Karisma. Por:
Luis E. Patiño Santacoloma. Tengo el cáncer del celibato. El País, Cali,
Octubre 09 de 2006. Soy un frayle franciscano y sacerdote que, desde hace 60 años, contraje “el cáncer del celibato” diagnosticado por un columnista de El País. Voluntariamente, sin que nadie me obligara, con mucha alegría y paz, opté por ser célibe. Después de tantos años, ahora me entero, al leer El País del pasado viernes, que el celibato es una “obligación contra natura, absurda e incumplible”. Como no soy “santo” ni “amargado”, según el ilustre autor de la columna ‘Hechos y Desechos’, pertenezco al “resto” que “ejerce su sexualidad como puede”. Les voy a contar como “la ejerzo”: En primer lugar, confieso que me gustan las mujeres, sobre todo las caleñas, las admiro, no sólo porque “son como las flores”, sino porque me descubren la dimensión femenina y masculina de Dios y de la realidad. Porque me hacen consciente del morboso machismo que infecta la sociedad civil y a la santa Iglesia. Tengo amigas del alma, a quienes amo de verdad, ellas me ayudan a ser varón y célibe. Las amo de verdad, más allá de lo genital, sin cama de por medio. He aprendido, en mi profesión de psicólogo y en mi experiencia personal, que la sexualidad es un maravilloso regalo de Dios, que abarca toda la vida de la persona, más allá de lo genital. Está directamente orientada a la relación interpersonal. Es el dinamismo que nos impulsa a vivir, con gozo y placer, la alteridad. Hasta Dios, para insertarse en todo lo humano, se hizo persona sexuada y erótica, en Jesús de Nazareth. Gracias a nuestro ser sexuado hay personas concretas que nos atraen de manera especial; con ellas sentimos empatía, ‘química’. La sexualidad es la capacidad que tenemos de amar, de vivir la ternura, la entrega, el servicio, la caricia. Gracias a ello experimentamos la dimensión de la gratuidad, de la amistad. Cuando la actividad genital no va acompañada de estos valores trascendentes, la persona se convierte en ‘cosa’ que simplemente se usa, para lograr una descarga fisiológica. Cuando la compenetración de los cuerpos no es lenguaje de amor, ternura y compromiso; cuando se abusa del otro o de la otra, el sexo se degrada y la persona, imagen de Dios, es profanada a causa de patologías tan graves como el acceso carnal violento y la pederastia. El origen de estas patologías no es, evidentemente, el celibato; se da, con mucha más frecuencia, en personas casadas y al interior del mismo hogar. De acuerdo con el plan de Dios, la sexualidad, responsable y madura, con su compleja riqueza, es fuente de felicidad y de bienestar. Es energía que nos permite gozar de la vida, como pareja y también como célibes. Es manifestación del Reino de Dios. Por ello, a quienes sufren la morbosa fijación y adicción genital, les invito a ‘des-pene-lizar’ su vida sexual y a superar la adicción a lo pornográfico, para que disfruten de variados placeres sexuales, también en otras dimensiones de su vida personal. Eso es lo que proféticamente queremos anunciar quienes hemos optado por el celibato, sin creernos mejores que otros ni santos ni tarados. Es una forma de vida afectivo-sexual, que nos empuja a arriesgarnos a amar a todas y a todos, sin exclusividad, pero lejos de la inmediatez de lo genital. Pretendemos así, prefigurar lo que será la plenitud en el más allá.”
Octubre 09 de 2006. Soy un frayle franciscano y sacerdote que, desde hace 60 años, contraje “el cáncer del celibato” diagnosticado por un columnista de El País. Voluntariamente, sin que nadie me obligara, con mucha alegría y paz, opté por ser célibe. Después de tantos años, ahora me entero, al leer El País del pasado viernes, que el celibato es una “obligación contra natura, absurda e incumplible”. Como no soy “santo” ni “amargado”, según el ilustre autor de la columna ‘Hechos y Desechos’, pertenezco al “resto” que “ejerce su sexualidad como puede”. Les voy a contar como “la ejerzo”: En primer lugar, confieso que me gustan las mujeres, sobre todo las caleñas, las admiro, no sólo porque “son como las flores”, sino porque me descubren la dimensión femenina y masculina de Dios y de la realidad. Porque me hacen consciente del morboso machismo que infecta la sociedad civil y a la santa Iglesia. Tengo amigas del alma, a quienes amo de verdad, ellas me ayudan a ser varón y célibe. Las amo de verdad, más allá de lo genital, sin cama de por medio. He aprendido, en mi profesión de psicólogo y en mi experiencia personal, que la sexualidad es un maravilloso regalo de Dios, que abarca toda la vida de la persona, más allá de lo genital. Está directamente orientada a la relación interpersonal. Es el dinamismo que nos impulsa a vivir, con gozo y placer, la alteridad. Hasta Dios, para insertarse en todo lo humano, se hizo persona sexuada y erótica, en Jesús de Nazareth. Gracias a nuestro ser sexuado hay personas concretas que nos atraen de manera especial; con ellas sentimos empatía, ‘química’. La sexualidad es la capacidad que tenemos de amar, de vivir la ternura, la entrega, el servicio, la caricia. Gracias a ello experimentamos la dimensión de la gratuidad, de la amistad. Cuando la actividad genital no va acompañada de estos valores trascendentes, la persona se convierte en ‘cosa’ que simplemente se usa, para lograr una descarga fisiológica. Cuando la compenetración de los cuerpos no es lenguaje de amor, ternura y compromiso; cuando se abusa del otro o de la otra, el sexo se degrada y la persona, imagen de Dios, es profanada a causa de patologías tan graves como el acceso carnal violento y la pederastia. El origen de estas patologías no es, evidentemente, el celibato; se da, con mucha más frecuencia, en personas casadas y al interior del mismo hogar. De acuerdo con el plan de Dios, la sexualidad, responsable y madura, con su compleja riqueza, es fuente de felicidad y de bienestar. Es energía que nos permite gozar de la vida, como pareja y también como célibes. Es manifestación del Reino de Dios. Por ello, a quienes sufren la morbosa fijación y adicción genital, les invito a ‘des-pene-lizar’ su vida sexual y a superar la adicción a lo pornográfico, para que disfruten de variados placeres sexuales, también en otras dimensiones de su vida personal. Eso es lo que proféticamente queremos anunciar quienes hemos optado por el celibato, sin creernos mejores que otros ni santos ni tarados. Es una forma de vida afectivo-sexual, que nos empuja a arriesgarnos a amar a todas y a todos, sin exclusividad, pero lejos de la inmediatez de lo genital. Pretendemos así, prefigurar lo que será la plenitud en el más allá.”
[iii] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae qq. 160 y 168. Se la incluye en la moderación: “Fue a
Santo Tomás de Aquino, gran conocedor y admirador de Aristóteles, a quien le
tocó restaurar a la palabra, y a la virtud que denota, su acepción y su
respetabilidad filosóficas. En su Comentario de la Ética aristotélica,
trata del origen y del sentido de la eutrapelia. Concluye: «Aristóteles enseña
cuál es el justo medio en el jugar. Dice que los que practican la moderación en
el juego se llaman eutrapeloi (bene vertentes), porque pueden volver
acertadamente en risa lo dicho o lo hecho». Puesto que es virtud el hábito de
cultivar un justo medio, es lícito, pues, que el cristiano ría o juegue con
moderación. El segundo descubrimiento, por parte de Santo Tomás, de «la
verdadera eutrapelia» marca un hito en la historia de la teología. Con palabras
del Padre Hugo Rahner (S. J.: «Eutrapelia: A Forgotten Virtue» en su libro Man
at Play New York Herder and Herder, 1965, págs. 9-105) «se prepara así el
terreno para la teología medieval del cristiano alegre que ve los límites y las
insuficiencias de todo lo creado, y por eso mismo puede sonreírse de ello:
conoce la seriedad bendita de lo divino». En la ST, Aquino volvió
a sostener que la eutrapelia es una virtud. Al mismo tiempo, pone unos límites
exactos al esparcimiento honesto: no se permite buscar el placer en dichos y
hechos inmorales ni dañosos; el que busca placeres tiene que recordar siempre
que el fin del juego es la vuelta a lo serio; el juego debe ser digno tanto de
la ocasión como del individuo”: Bruce W. WARDROPPER: “La eutrapelia en las Novelas Ejemplares de Cervantes”, en: ASOCIACIÓN
INTERNACIONAL DE HISPANISTAS: Actas VII
1980 156, en: http://cvc.cervantes.es/obref/aih/pdf/07/aih_07_1_011.pdf
En tiempos recientes,
esta virtud ha sido nuevamente resaltada por Albino LUCIANI (Juan Pablo I) en
su obra: Ilustrísimos señores Biblioteca
Autores Cristianos BAC Barcelona 2005; y por el Papa FRANCISCO, al urgirles a
los recién designados Obispos que sean personas “de buen humor”, que se ríen de
sí mismos y también un poco de las cosas: discurso
del 19 de septiembre de 2013, en: http://attualita.vatican.va/sala-stampa/bollettino/2013/09/19/news/31703.html
[iv] Las referencias podrían ser abundantes. Sólo citemos
dos textos de muestra:
En el caso de David: “A
la vuelta del año, al tiempo que los reyes salen a campaña, envió David a Joab
con sus veteranos y todo Israel. Derrotaron a los ammonitas y pusieron sitio a
Rabbá, mientras David se quedó en Jerusalén. Un atardecer se levantó David de
su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey cuando vio desde lo
alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa.
Mandó David para informarse sobre la mujer y le dijeron: «Es Betsabé, hija de
Eliam, mujer de Urías el hitita.» David envió gente que la trajese; llegó donde
David y él se acostó con ella, cuando acababa de purificarse de sus reglas. Y
ella se volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y envió a decir a David:
«Estoy encinta.» David mandó decir a Joab: «Envíame a Urías el hitita.» Joab
envió a Urías adonde David. Llegó Urías donde él y David le preguntó por Joab,
y por el ejército y por la marcha de la guerra. Y dijo David a Urías: «Baja a
tu casa y lava tus pies.» Salió Urías de la casa del rey, seguido de un
obsequio de la mesa real. Pero Urías se acostó a la entrada de la casa del rey,
con la guardia de su señor, y no bajó a su casa. Avisaron a David: «Urías no ha
bajado a su casa.» Preguntó David a Urías: « ¿No vienes de un viaje? ¿Por qué
no has bajado a tu casa? Urías respondió a David: «El arca, Israel y Judá
habitan en tiendas; Joab mi señor y los siervos de mi señor acampan en el suelo
¿y voy a entrar yo en mi casa para comer, beber y acostarme con mi mujer? ¡Por
tu vida y la vida de tu alma, no haré tal!» Entonces David dijo a Urías:
«Quédate hoy también y mañana te despediré.» Se quedó Urías aquel día en
Jerusalén y al día siguiente le invitó David a comer con él y le hizo beber
hasta emborracharse. Por la tarde salió y se acostó en el lecho, con la guardia
de su señor, pero no bajó a su casa. A la mañana siguiente escribió David una
carta a Joab y se la envió por medio de Urías.
En la carta había escrito: «Poned a Urías frente a lo más reñido de la
batalla y retiraos de detrás de él para que sea herido y muera.» Estaba Joab
asediando la ciudad y colocó a Urías en el sitio en que sabía que estaban los
hombres más valientes. Los hombres de la ciudad hicieron una salida y atacaron
a Joab; cayeron algunos del ejército de entre los veteranos de David; y murió
también Urías el hitita. […] Supo la mujer de Urías que había muerto Urías su
marido e hizo duelo por su señor. Pasado el luto, David envió por ella y la
recibió en su casa haciéndola su mujer; ella le dio a luz un hijo; pero aquella
acción que David había hecho desagradó a Yahvéh.” (2 Sm 11, 1-27).
[v] En el caso de Salomón encontramos: “Salomón fue yerno
de Faraón, rey de Egipto; tomó la hija de Faraón y la llevó a la Ciudad de
David, mientras terminaba de construir su casa, la casa de Yahvéh y la muralla
en torno a Jerusalén. Con todo, el pueblo ofrecía sacrificios en los altos,
porque en aquellos días no había sido aún construida una casa para el Nombre de
Yahvéh. Salomón amaba a Yahvéh y andaba
según los preceptos de David su padre, pero ofrecía sacrificios y quemaba
incienso en los altos. […]” (1 Re 3, 1-3); “El rey Salomón amó a muchas mujeres
extranjeras, además de la hija de Faraón, moabitas, ammonitas, edomitas,
sidonias, hititas, de los pueblos de los que dijo Yahvéh a los israelitas: «No
os uniréis a ellas y ellas no se unirán a vosotros, pues de seguro arrastrarán
vuestro corazón tras sus dioses», pero Salomón se apegó a ellas por amor; tuvo
setecientas mujeres con rango de princesas y trescientas concubinas. En la
ancianidad de Salomón sus mujeres inclinaron su corazón tras otros dioses, y su
corazón no fue por entero de Yahvéh su Dios, como el corazón de David su padre.
Salomón se fue tras de Astarté, diosa de los sidonios, y tras de Milkom,
monstruo abominable de los ammonitas. Salomón hizo lo malo a los ojos de
Yahvéh, y no siguió plenamente con Yahvéh como David su padre. Entonces edificó
Salomón un altar a Kemós, monstruo abominable de Moab, sobre el monte que está
frente a Jerusalén, y a Milkom, monstruo abominable de los ammonitas. Lo mismo
hizo con todas sus mujeres extranjeras que quemaban incienso y sacrificaban a
sus dioses. Se enojó Yahvéh contra Salomón porque había desviado su corazón de
Yahvéh, Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, y le había
ordenado sobre este asunto que no fuera en pos de otros dioses, pero no guardó
lo que Yahvéh le había ordenado. Yahvéh dijo a Salomón: «Porque de tu parte has
hecho esto y no has guardado mi alianza y las leyes que te ordené, voy a
arrancar el reino de sobre ti y lo daré a un siervo tuyo. No lo haré sin
embargo en vida tuya por causa de David tu padre; lo arrancaré de mano de tu
hijo. Tampoco arrancaré todo el reino; daré una tribu a tu hijo, en atención a
David, mi siervo, y a causa de Jerusalén que he elegido.»” (1 Re 11, 1-43).
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