Capítulo VI

Continuación (II.3)




3. Los condicionamientos y los obstáculos para la verdad y la sinceridad, con particular referencia a las Universidades católicas y a las Universidades y Facultades Eclesiásticas. El rechazo de la verdad. La delicada y fundamental tarea de la teología moral en este campo.


1. Afirma el refrán popular que “en todas partes se cuecen habas”. Por lo cual, lo que ahora vamos a tratar no se refiere ni exclusivamente y, con seguridad, no especialmente, a las Universidades católicas y a las Universidades y Facultades Eclesiásticas: ello puede suceder, y de hecho sucede en cualquier otra comunidad humana. Lo cual no quiere decir, como exigen los presupuestos que hemos examinado, así como las normas canónicas que estamos sustentando, que tales instituciones universitarias, como las primeras, no deban ser las más puntuales en advertirse de esta realidad, y estar muy atentas a tomar las medidas que, acaso, se urgieran en presencia de situaciones similares.

Como vimos en la primera parte de este capítulo, nuestro mundo actual, y nuestro País, en especial, parecieran ser particularmente flexibles en lo que se relaciona con la verdad: se admiten muchísimas mentiras y falsedades. Y las obras literarias de todos los tiempos, por otra parte, son el espejo de esa realidad presente en la sociedad[1]. Los defensores de la verdad parecieran ser hoy otros Quijotes que luchan contra molinos de viento. Otros decaen en el esfuerzo.

Podemos distinguir, para nuestro examen, situaciones diversas: en primer término, aquellas que significan un obstáculo para las personas en lo que se refiere a la realización de la verdad y de la sinceridad; y, en segundo término, aquellas situaciones que evidencian o podrían evidenciar, más bien, cierta expresión de rechazo o de desprecio por la verdad.

Entre las primeras, debemos indicar (1°) aquellas dificultades de carácter personal en relación con la verdad y con la sinceridad; (2°) aquellas que provienen del momento cultural actual, al menos en lo que concierne a Occidente; y (3°) la problemática que encierra la “restricción mental” en este contexto.

En lo que concierne a las segundas, será necesario detenernos en (4°) la mentira, en (5°) la calumnia, la difamación y otras fallas contra la fama y el honor, y en (6°) el problema del secreto, especialmente, en el secreto profesional.

a. Los condicionamientos y los obstáculos para la verdad y la sinceridad en relación con el sujeto.


2. Pretendemos en esta sección colocarnos en una perspectiva amplia, en la que tengamos en cuenta a las personas en sus diversas problemáticas. En el seno de una comunidad educativa, y especialmente en una Universidad católica y en una Universidad o Facultad eclesiástica, se deben afrontar estas situaciones de una manera general, como corresponde a la índole de nuestra investigación. La verdad, especialmente en las instituciones cuya tarea es la búsqueda y profundización en el saber, señala, pues, un compromiso y unas exigencias ineludibles y permanentes.

1) Dificultades de carácter personal en relación con la verdad y la sinceridad.

3. Uno de los mejores elogios que Jesús hizo de alguien, recordemos, fue, precisamente a Natanael (probablemente el Bartolomé de los evangelios sinópticos), por su sinceridad:

“Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez»” (Jn 1, 47).

Debemos observar, no obstante, que el asunto que nos ocupa exige, de por sí, un tratamiento interdisciplinar. Implica, como sabemos, unas problemáticas de orden médico (en todo el sentido de la palabra, porque compromete desde las áreas bioquímicas y fisiológicas hasta las psiquiátricas del individuo), de orden filosófico (gnoseológico y epistémico: ¿hasta qué punto mi “mente” refleja la “realidad”?), de orden psicológico, social y ético-teológico. Sería sumamente importante y necesario llevarlo a cabo, pero, en nuestras actuales circunstancias nos desborda, y, aunque nos dedicaremos al aspecto teológico-moral, será imprescindible hacer relación a algunos elementos propios de estas disciplinas mencionadas en último término.

Afrontar la verdad no es fácil, así estemos inclinados a ello. Existen en nosotros – y en el medio académico debemos ser especialmente conscientes de ello –, muchas veces muy camuflados, algunos impedimentos, conscientes e inconscientes, que nos dificultan el afrontamiento de la verdad:

-          En primer lugar, hay que mencionar nuestro orgullo. Tenemos a veces una deficiente o exagerada concepción de nuestro honor propio, y por eso mismo rechazamos una determinada verdad que nos duele.

-          Hay que considerar también la soberbia. Ésta conduce a que queramos justificar la contradicción existente entre nuestro pensar y nuestro obrar, entre nuestro bien pensar y nuestro bien obrar.

-          También la avaricia o la ambición de poseer se pueden convertir en una excusa para no afrontar la verdad confundiéndola simplemente con lo que es útil.

-          En otros casos es la pereza o el egoísmo de quienes, por una desbordada pasividad que elude toda incomodidad y sacrificio, sucumben a éstos o justifican con facilidad, más bien, su negación de la verdad; o, inclusive, se trata de la búsqueda de un interés desbordado y egoísta que pretende hacer prevalecer la propia mirada de las cosas y “las palancas”, cuando “lo malo de la rosca es no estar en ella” (colombianismo).

-          Algunas veces ocurre esta elusión de la confrontación con la verdad debido al recelo a complicarse o a perder la propia seguridad.

-          En otras ocasiones, ello es debido al odio que experimentamos hacia el otro - ¿el colega? –, a quien consideramos nuestro enemigo o competidor.

-          Muchas veces, en cambio, ocurre debido a la deficiencia en el desarrollo de nuestra capacidad crítica: sucumbimos al poder de personalidades destacadas, de influjos ideológicos, o al bombardeo de los medios de comunicación social. Muchas veces, en otras ocasiones, nos cuesta pensar “por cuenta propia”, quizás por temor a posibles represalias o a sanciones: se termina pensando, entonces, como piensan los demás, las mayorías, y renunciando a la propia verdad.

A estas situaciones, que corresponden al orden moral, se han de añadir otras propias de la manera de ser de cada cual: soñadores, imprudentes, irreflexivos, indecisos, cínicos, ingenuos, pesimistas, suspicaces, superficiales, muy primarios, locos, conformistas… Tendremos que volver sobre el tema un poco más adelante, al tratar del rechazo de la verdad.

Otras dificultades provienen de nuestra personal actitud o predisposición en relación con la verdad. Podemos mencionar entre ellas:

-          El escepticismo del que prefiere quedarse con una verdad elemental o en el relativismo, porque considera que la verdad no existe, o que todo depende de quien lo mira, o que buscar la verdad y encontrarla, no son tareas que merezcan nuestro empeño y esfuerzo, y renuncia a ellos.

-          El subjetivismo, que caracteriza a quien exalta su propia verdad por encima de cualquier otro criterio distinto al suyo, sobre todo si le conviene en una determinada situación.

-          El extremismo o el fanatismo[2], propios de quienes conciben la vida desde un radicalismo tal, que excluyen la posibilidad de que otros puedan también tener su propio acercamiento válido a la verdad.

-          Por último, es necesario referirnos a las actitudes “reduccionistas”, a las que hemos aludido en esta investigación, y a la actitud “irreflexiva o exagerada”, una y otra tan lejanas de lo que es el verdadero trabajo científico y educativo. La primera parcializa la verdad, la polariza según su visión de las cosas (revolucionaria, conservadora, verticalista, horizontalista, espiritualista-desencarnada, materialista…); la segunda, exagera, hace juicios de valor sin los datos suficientes, hace juicios sobre las personas, etc.

2) Condicionamientos que tienen su origen en el momento cultural actual, al menos en Occidente.

4. Otras dificultades provienen de las circunstancias actuales que vivimos. Podemos afirmar, como por cierto lo muestra la experiencia humana en muchos otros campos, que el del “pluralismo”, en particular, no está exento de su propia “ambigüedad”.

El pluralismo, inclusive en el terreno religioso, es una de las características sobresalientes de nuestro momento actual, expresión de nuestras sociedades democráticas, al tiempo que es potenciado por ellas. Se levanta en contra de las sociedades cerradas, homogéneas y dictatoriales. Es un fenómeno al que contribuyen, sin duda, reforzándolo, los medios de comunicación social.

Se trata de un fenómeno cultural que se expresa en las costumbres, en los criterios, en las expresiones. Junto con su valencia “negativa”, que se manifiesta muchas veces en el reinado de la confusión, de la justificación de ciertos comportamientos generalmente considerados por muchos como inmorales, del subjetivismo, etc., es indudable su valencia “positiva”, que resalta la importancia del fortalecimiento del espíritu crítico, la ampliación de los horizontes de la verdad, la apertura de posibilidades que resulta del encuentro con otras culturas que nos eran, hasta ese momento, desconocidas, y el vigor de una sociedad democrática.

Más aún, esta fue una de las características queridas y llevadas a cabo por los Pontífices que convocaron el Conc. Vat. II, Juan XXIII y Pablo VI, por lo que bien puede decirse que es uno de los frutos del mismo Concilio para la Iglesia del presente y del futuro. Por todo ello, siendo necesario examinar con atención el fenómeno y sus expresiones en cada caso, referimos a GS 44 y a los estudios subsiguientes.

El Papa JUAN PABLO II, con todo, no dejó de expresar su pensamiento crítico en relación con otra expresión, quizá más radical, del problema. Lo ha expresado de la siguiente forma el estudioso de la cultura Jean-Yves CALVEZ S. J. al leer la encíclica Centesimus annus (1991) del Papa:

“Sobre la verdad algo más polémico ha aparecido en las encíclicas del papa Juan Pablo II de los años noventa. […] ¿De qué se trata, según él? Desesperando ciertos hombres de la posibilidad de fundar la comunidad política sobre valores y/o verdades aceptados en común, vienen a proponer la idea de sistemas democráticos de puro proceduralismo: no se puede otra cosa que decidir los asuntos que se presentan por un método de discusión libre concluyéndola por una decisión mayoritaria, el voto dirime y decide todo. Olvidarse consecuentemente de la verdad como tal, inaccesible. En la Centesimus annus, en 1991, el papa empieza en efecto diciendo: “Una democracia auténtica es posible sólo en un Estado de derecho y sobre la base de una concepción correcta de la persona humana” (CA 46), y prosigue: “Se tiende hoy a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental que corresponden a las formas democráticas de la vida política, y que los que están convencidos de que conocen la verdad y brindan a ella una adhesión firme, no son dignos de confianza desde el punto de vista democrático porque rechazan el que la verdad sea determinada por la mayoría, o bien ella sea variable (cambie) según los equilibrios políticos sucesivos” (Ib.).
Por cierto, añade, “la Iglesia conoce los peligros tanto del fanatismo, como del fundamentalismo, de los que, en nombre de una ideología que se presenta sea como científica sea como religiosa, piensan poder imponer a los demás su concepto de la verdad y del bien”. La “verdad cristiana”, por su cuenta, no es de este tipo. “No siendo una ideología, la fe cristiana no busca en ningún modo encerrar en el cuadro de un modelo rígido la realidad social y económica cambiante, y admite que la vida del hombre se realiza en la historia de modos distintos, imperfectos”. “Así la Iglesia, en cuanto afirma y mantiene constantemente la dignidad trascendente de la persona, tiene como regla de acción el respeto de la libertad”. Pero, prosigue Juan Pablo II, “la libertad no está plenamente puesta en el valor (fiel a sí misma) sino dando acogida a la verdad”. “En un mundo sin verdad, la libertad pierde su consistencia y el hombre está sometido a pasiones y a condicionamientos, tanto visibles como ocultos”. Un cristiano así “vive en la libertad”, sin embargo “propone constantemente, según la naturaleza misionera de su vocación, la verdad a la que ha tenido acceso. Se mantiene abierto, en el diálogo, a todo elemento de verdad que puede descubrir en la experiencia de la vida y en la cultura de las personas y de las naciones pero no deja de afirmar todo lo que su fe con un ejercicio sano de la razón le ha dado a conocer” (Ib.).
Y volverá este tema de la supremacía de la verdad, de ciertas verdades por lo menos en la democracia, en términos esta vez tajantes, en dos encíclicas más, Veritatis splendor (sobre la moral) (en 1993) y Evangelium vitæ (sobre la vida) (en 1995), en relación particular con decisiones que se hacen en ciertos países, con base en voto mayoritario, sobre asuntos referidos a la vida del embrión y al aborto, dando la impresión que se pueden decidir tales puntos por medio de voto mayoritario (como se deciden tantos asuntos prácticos). No, dice el Papa: aquí hay verdades superiores, anteriores a cualquier deliberación.
Se pueden hacer, creo, dos observaciones al respecto. La primera es que no siempre se trata así, en cámaras legislativas, de decidir sobre la naturaleza misma del embrión o sobre la licitud moral del aborto en sí mismo, sino a veces sólo de reglamentar situaciones consecuentes a una práctica efectiva del aborto (minimizando por ejemplo consecuencias sanitarias posibles), sin pretender más. Y no hay que olvidarse del viejo principio que la ley civil no siempre puede hacer respetar (observar) toda la ley moral (por razón de la finalidad propia de la comunidad política). La segunda observación es más general: se refiere a la realidad de la mayoría de las democracias contemporáneas que no se fundan verdaderamente sobre un proceduralismo puro (o sin más), cuando por ejemplo existen en la base de declaraciones de los derechos humanos y que jueces constitucionales por ejemplo pueden dictaminar sobre leyes con base en estas declaraciones, es decir que en efecto hay en tales regímenes un mínimo de verdades o valores profesados, no el total agnosticismo justamente temido por el papa. Y aun fuera de estas declaraciones, las democracias descansan en general sobre un principio de reconocimiento mutuo entre ciudadanos, es decir respeto del otro, verdad del otro, si se puede decir, como persona inviolable... Esto puede llevar a matizar las conclusiones que parecen resultar de los juicios del papa, no exime sin embargo de reflexionar sobre las tendencias de las que ha hablado. Tiene él toda la razón en advertir de estos peligros. Hay que acordarse de que la actitud hacia la democracia parecía mucho más simple en los decenios anteriores, empezando con la declaración de su gran valor en un discurso del Papa Pío XII en 1944, y simultáneamente en un famoso libro de (Jacques) Maritain, Cristianismo y democracia, que probablemente mucho inspiró a Pío XII. La democracia parecía, sin más, protectora de los pueblos: si hubieran podido levantar la voz, decía Pío XII, no habría pasado la catástrofe de la segunda guerra mundial. Con Juan XXIII aparecen las cosas menos sencillas...
Y es cierto que el campo político es un campo práctico, no especulativo, de la vida humana (hay una necesidad práctica de convivencia para escapar a la violencia), hay sin embargo alguna verdad, también práctica, aun en los procedimientos elementales de reconocimiento mutuo que están en la base de la vida conciudadana: esta verdad debe ser siempre observada. Más allá de este mínimo, después, según las sociedades y según las tradiciones, hay más o menos otros elementos que se pueden considerar como fundamentación de la vida política. En forma negativa: no se puede nunca proclamar el relativismo que inspiraría un puro proceduralismo del voto mayoritario (para todas las materias de la vida social y política). Me parece que será necesario aclarar más todo esto en pronunciamientos nuevos de la Iglesia.” [3]


3) La “restricción mental” y su problemática[4].

5. Estamos, sin duda, ante un problema, teórico y práctico, complejo, asociado, además, con la prudencia. En la vida sucede que no todo es simple. Se trata de reiterar una propuesta, como vamos ensayar ahora, que puede ayudar en esos momentos difíciles.

Ser sinceros no es fácil, sobre todo cuando se presentan circunstancias conflictivas. Por una parte, existe el derecho a la propia intimidad; pero, por otra, la obligación de ser veraces. Tal es el caso del médico que quiere ser amable y cariñoso con su paciente, pero, al mismo tiempo, debe darle a conocer su grave estado de salud y proporcionarle también la información completa y veraz. Ocurre también en el mundo universitario que hay quien quiera ser muy cauteloso y discreto en los hallazgos de sus investigaciones, aún preliminares o transitorias, y estima que no debe compartir aún su conocimiento, pero es preguntado (constantemente) por él – algo similar a lo que se dice de Leonardo da Vinci, entre otros personajes, de quien se afirma que su manera de escribir era como si él, a propósito, hubiera querido escribir en clave[i] –. ¿Es posible integrar aquel derecho con esa obligación? ¿Cómo integrar vitalmente valores como la verdad, la justicia y la caridad, que plantean exigencias tan urgentes?

a) ¿Qué entendemos por reserva o restricción mental?

6. No podemos referirnos a ella de cualquier manera. Sobre la restricción mental existen diversos equívocos. En primer término, considerar que la restricción mental sólo mira al interior de quien habla. Por supuesto, ello es posible, y entonces hablamos de la “restricción mental en sentido estricto”, cuando el locutor da a sus propias palabras un significado restringido que sólo él conoce, y que su interlocutor no está en grado de descubrir. Sería el caso de alguien que, cuando tocan a su puerta y preguntan por él, responde “no, no está”, pensando dentro de sí, “no está para tí”. En casos por el estilo se está, de hecho, mintiendo para la comodidad de quien así actúa. En estos casos debemos afirmar que esta especie de restricción mental es realmente inmoral.

Pero es posible que se realice una “restricción mental en sentido amplio”, o, mejor dicho aún, una “restricción real”. Es el empleo de un discurso ambiguo como protección del secreto. La persona, en su mente, quiere dar un significado determinado a sus palabras, y su interlocutor puede presumirlo, pero en la precisa situación en la que se produce el diálogo, el discurso permanece ambiguo. Sería el caso de quien, en un proceso penal, a la pregunta del juez contestara con un “no”: la respuesta, como tal, puede significar dos cosas: o bien, que, efectivamente, el reo niega la acusación que se le imputa; o bien, que el reo pretende decir: “le corresponde a Usted, como juez, demostrar la acción de la que se me acusa (y que quizás he cometido); no es mi tarea quitarle su oficio o facilitárselo con mi confesión”.

En muchos países se ha desarrollado esta praxis[5] y se ha establecido que no se puede obligar al culpable a confesar su delito[6]. Como vemos, es posible realizar una restricción en el sentido de las palabras como resultado de una situación objetiva, y, en consecuencia, la expresión “restricción real” es más precisa para designarla y, según vemos, moralmente lícita, en medio de dos extremos, el del rigorismo exagerado por la verdad (y que por lo tanto prefiere traicionar secretos, con lo que se actúa contra la justicia y el amor al otro), y el del laxismo, que admite sencillamente la mentira en la conversación. No estamos hablando de situaciones cotidianas, sino de verdaderas circunstancias excepcionales en las que una persona puede llegar a sufrir un grave daño, no sólo un tercero, sino el propio sujeto que la emplea, como sería en el caso de pretender una disminución en su pena.

Otro caso similar se presenta a los médicos y al personal de salud cuando los propios enfermos, y sobre todo sus familiares, les hacen preguntas inoportunas o para las que las personas no están en capacidad de aguantar toda la verdad, y sus energías espirituales para la recuperación quedarían muy comprometidas. Pero como en esos casos está de por medio el sentido de la vida humana y de la muerte, es posible que se pretenda, por el contrario, mantener en secreto la real situación impidiéndole a la persona prepararse convenientemente para su destino en el encuentro con Dios, con conciencia. Es tarea del médico y de todo el equipo de salud mantener un trato humano y personal con sus enfermos que no los engañe y sí los anime en la esperanza, contando con las posibilidades, pero también con los límites, que expresa hoy la medicina moderna.

b) Algunos casos en los que se excluye la restricción real

7. El primer caso se encuentra en la estipulación de los contratos. Ello es una exigencia de la seguridad en los negocios jurídicos. Se trata de una norma válida tanto para los contratos entre particulares como para los contratos entre sociedades y para aquellos establecidos entre Estados, etc.

No es bien visto que entre personas ligadas por una particular confianza mutua se emplee la restricción real en sus relaciones habituales: entre los cónyuges, entre padres e hijos, entre los jefes y sus empleados, entre los maestros y sus discípulos: no sería una adecuada y justa expresión de confianza; más aún, si se apelara a tal recurso, ello sería síntoma, más bien, de que la relación, ya desde antes, ha sido perturbada.

Por último, no quedaría bien a un fiel cristiano delante de una autoridad estatal que, para evitar ser inducido a apostatar de su fe o para evitar ser castigado a causa de ella, optara por esta restricción. Por el contrario, quizás entonces puede ser el momento para que el cristiano considere a su perseguidor no como un enemigo y le manifieste cómo se siente también responsable por él y, si bien no llegase a suscitar en el otro la conversión, al menos le conduciría a hacer una reflexión sobre su modo de obrar.

4) La infidelidad a la palabra dada y la publicidad desleal

8. Se trata de otras acciones o serie de acciones que van contra la verdad. En relación con la infidelidad debemos notar que en muchas culturas ha sido un signo de humanidad muy alto y de consideración por los demás considerar que la palabra dada es una palabra sagrada. No había necesidad de más en las relaciones sociales, sobre todo cuando se requería firmeza y respaldo en lo que se afirmaba y comprometía. Hoy, por el contrario, los códigos penales muestran muy bien los castigos y penas que llevan consigo, p. ej., la falsedad en documentos públicos o privados.

Con gran facilidad hoy, más aún, quienes un día dijeron “sí”, por cualquier antojo se desdicen en “no”.

Hay que destacar, pues, que muestra un alto valor humano aquella persona que en su comportamiento es fiel, pase lo que pase y para todas las consecuencias, pues sabe que ha decidido hacer que su compromiso sea indeleble, que no se pueda borrar ni falsificar, y es esfuerza por cumplirlo. No otro ejemplo se tiene presente, como vimos en el cap. IV, que el de Jesús, a quien los primeros cristianos llamaron, por ese motivo, el “Amén del Padre” (cf. 2 Co 1,17-22).

Esta fidelidad, con todo, no es sólo de palabra, sino de acciones. Es necesario que la vida social – y de manera excelente ello debería caracterizar la vida universitaria – se llene de objetos y de servicios que cumplen las calidades prometidas, los orígenes (marcas) registrados, la información comprensible y suficiente.

9. En íntima relación con lo anterior hay que mencionar la propaganda, cuyos beneficios son notables, sin duda, pero que, tanto en su empleo comercial o político, puede incurrir en exagerar las bondades de los productos o en descalificar a los de la competencia, que nos encontramos frente a una simple y llana mentira. Cobra particular malicia aquella propaganda que se vale de medios subliminales que nos traen a la memoria episodios muy lamentables de la historia de la humanidad.

10. Como hemos podido comprobar según hemos ido observando, la formación universitaria y las mismas instituciones universitarias desempeñan una tarea de insospechado compromiso y trascendencia en orden a la realización de la verdad en toda su amplitud. Y, en las católicas, particularmente, no sólo el trabajo de quienes se dedican a las cuestiones sistemáticas, sino también la de quienes se dedican a las cuestiones relativas a las prácticas, de manera notable, la teología moral.

b. El rechazo de la verdad: aspecto objetivo del problema de la verdad

1) La mentira[7].

10. Contradictoria con la identidad y los orígenes de las Universidades es, en primer lugar, la mentira[8]. En una página dedicada a la “espiritualidad y seguimiento de Jesús”, Jon SOBRINO escribía:

“El problema de la verdad no sólo se plantea con respecto a la ignorancia ante la realidad, como un partir de nada para llegar a algo, de un no saber para llegar a saber, sino que se plantea con respecto a la tendencia al encubrimiento de la verdad a través de la mentira. Recordemos que en (el evangelio de) Juan el Maligno es mentiroso. Esta fuerte proclividad a la mentira es expresión de la pecaminosidad humana, de someter la verdad. Y para superarla se necesita espíritu. El pecado es lo que da muerte, pero simultáneamente y por necesidad, busca esconderse, hacerse pasar por lo que no es, y por ello todo escándalo lleva consigo su propio encubrimiento”[9].

Con todo, al hacer una revisión de los orígenes y el desenvolvimiento de nuestra cultura[10], hemos de observar que no ha existido desde siempre un acuerdo unánime y exento de ambigüedades acerca de que todo tipo de mentira es inmoral, sobre todo cuando con ella se ha tratado de ayudar a otra persona. Entre los autores pre-cristianos, sólo Aristóteles, Sófocles y Cicerón fueron severos en su condenación, y de los autores bíblicos, aunque se prohibía rotundamente, no dejaban de tenerse en cuenta algunos casos de los patriarcas y de otros personajes posteriores que las habían empleado y, en cierto modo, se los trataba con consideración y benevolencia.

Fueron San Agustín[11], San Buenaventura[12] y sobre todo Santo Tomás[13] quienes más influyeron en considerar inmoral cualquier clase de mentira. Y no sólo cuando existe la intención de perjudicar gravemente a otro. Ya hemos apreciado antes la importancia de andar con la verdad y de ser veraces, lo cual permite la transparencia y la seguridad en las relaciones humanas.

Hoy en día se quiere enfatizar la importancia que tiene lo genuino en las cosas y en las relaciones: tal es el caso de las “monedas falsas”, o de las obras que son falsificaciones de arte, que no sólo desfiguran la realidad en sí misma, la desnaturalizan, sino que causan en las personas y en las sociedades unas reacciones de tribulación, y, aún, hasta de urgir un condigno castigo, como muchas veces sucede.

Más aún, así se pudiera hablar de mentiras “piadosas”, protocolarias o sobreentendidas, consideradas, en todo caso, no trascendentales, cuando estas proliferan se crea por necesidad un clima falso y artificial que nada ayuda a la vida comunitaria.

Pero, ¿qué es la mentira? Por mentira entendemos la manifestación disimulada del interior de una persona, porque cuando se miente la persona contradice en la realidad de sus palabras, de sus gestos o de sus acciones lo que es su verdadero o genuino sentimiento, o sus convicciones.

Una mentira es material y formal cada vez que la persona sabe cómo son objetivamente las cosas, lo que realmente piensa, lo que siente, pero manifiesta lo contrario. En cambio, sólo existe una mentira material, cuando una persona está sinceramente equivocada respecto de algo, pero manifiesta al exterior su certidumbre personal. En este segundo caso propiamente no estamos en el campo de la mentira moralmente tal. Ahora bien, siempre que una persona dice algo que contradice su convicción o su sentimiento personal, sea que estuviese equivocada o no en la realidad de su afirmación, estaría diciendo una mentira formal o intencional.

Podemos entonces afirmar que existe variedad de situaciones en la mentira: el engaño del chiste, no es una mentira propiamente tal, por cuanto los presentes saben que quien les habla no pretende afirmar lo que dice, sino, sobre todo, hacer una broma. Existe también la mentira dicha por necesidad, con la que se pretende disminuir el perjuicio de sí mismo o de otros, o no dejar pasar una ventaja para sí o para otros. Existe, en fin, la mentira perjudicial, con la que se pretende ocasionar un daño al prójimo.

Observemos que, para algunos, a partir de la distinción que hemos hecho de mentira “material” y “formal”, una persona elaboraría su discurso “material” o “formalmente” mentiroso según lo que ella quisiera decir: en el caso de un discurso “materialmente” mentiroso, la persona no pretendería informar; por tanto, en cualquier cosa que diga no mentiría. En circunstancias muy difíciles, la persona se podría refugiar, entonces, en discursos materialmente mentirosos que contradicen sus íntimas convicciones, sin mentir formalmente. Pero no caen aquéllos en la cuenta que el lenguaje humano, por su propia naturaleza, es comunicación, no es una realidad neutra que se hace comunicación cuando el locutor así lo quiere. Quien habla, comunica por el solo hecho de hablar. Quien pretendiese hablar sólo de manera “material” destruiría el sentido mismo del lenguaje humano. En el caso de las fábulas y de los chistes no se pretende efectuar una comunicación histórica sino un género literario propio, que requiere la interpretación de las palabras y de los hechos narrados por parte de los asistentes.

Las mentiras formal o intencionalmente engañosas, aquellas que se hacen “a ciencia y conciencia” para desconcertar a los otros, como se ve, son graves, y, en algunos casos, gravísimas: los novios que ocultan su real faz, los financieros que manipulan los mercados, el personal de salud que altera, esconde o destruye una historia clínica[14], los políticos que prometen lo que saben no podrán cumplir...: hacen que se les pierda credibilidad, y desprestigian las estructuras e instituciones mismas de la sociedad.

Para otros, la situación es diversa: su acento se pone no en quien habla y en su intención, sino en quiénes son los interlocutores, sus escuchas: ¿Tienen ellos “derecho” a sentir que les están diciendo la verdad o no? Si ellos lo tienen y el locutor no dice la verdad, éste estaría mintiendo. Si, por el contrario, ellos no lo tienen y quien les habla no dice la verdad, éste no miente y pronuncia solamente un discurso falso. Como sería el caso de quien no le dice la verdad al enfermo, para ayudarlo... Se supone en estos casos algo similar a lo que ocurre cuando se trata de un agresor injusto: éste pierde el derecho a la propia vida cuando obra así. De manera semejante, quien propone injustamente una pregunta perdería el derecho a la verdad...

Especialmente cuando nos encontramos en el espacio académico es menester tener en cuenta que, en nuestra consideración, en la comunicación interhumana no sólo tiene importancia quien habla sino también la persona a quien se habla.

De la misma forma, es diversa la actitud cuando las personas que se hablan se tienen confianza y cuando no, o cuando se manifiestan actitudes hostiles entre ellas. Pero cuando limitamos el asunto a si existe, o no, un derecho a conocer la verdad, lo estamos confinando muy estrechamente. Porque, efectivamente, serían poquísimos los casos en los que existiría un estricto derecho a conocer la verdad: sería el caso de los cursos escolares y de los tribunales, por ejemplo.

El deber de decir la verdad debe ser colocado, pues, en un contexto más amplio, el del respeto por la persona del interlocutor, de la responsabilidad por hacer que el ambiente sea un ambiente de confianza, propio de quienes han sido hechos justos, lo cual no se expresa ni se fortalece cuando existe la posibilidad de que quien me habla no me hable con sinceridad y con verdad. Tal habría de ser el clima de toda institución dedicada a la investigación y a la docencia del saber. Ni siquiera a un criminal se lo podría tratar indignamente. Si el discurso falso fuera lícito, toda la convivencia humana se tornaría innegablemente insegura y la responsabilidad personal perdería fundamento. La búsqueda del saber caería en la más completa incertidumbre. Siendo así las cosas, resulta absolutamente necesario acentuar y destacar, especialmente en el medio universitario católico, la importancia que tiene hacer la exposición y la defensa de los valores que se sostienen con convicción, sin caer en el discurso falso y en la mentira.

2) La calumnia, la difamación y otras faltas contra la fama y el honor[15].
11. También hoy se ha puesto de moda por parte de algunos la violación de la intimidad personal, mediante la escucha de conversaciones particulares o mediante la mirada de las actividades de las personas que se encuentran en la seguridad de estar a cobijo de la indiscreción. En algunos casos los medios para lograrlo son altamente sofisticados. De esta manera, se sorprende y violenta la buena fe de las personas. Conocer, y, más aún, divulgar esta información conocida – así fuera verdadera – por medios abusivos enrarece el clima moral social y es, a su modo, una grave injusticia.

Todavía más grave es la práctica de emplear la información como medio de chantaje o para obtener ganancias económicas de su publicación. En tales casos, quienes realizan esto o se prestan a ello van perdiendo su credibilidad.

Por el contrario, quienes realizan la gestión del servicio público saben que están expuestos a que, en el ejercicio de sus tareas oficiales, sean escrutados y que sus errores políticos o sus actitudes públicas inconvenientes sean publicados. Más aún, habría que considerar que quienes quisieran “tapar” dicha información que la comunidad merece o impedir la difusión de los análisis que se hacen justamente, con dignidad y altura por parte de la crítica, pierden honorabilidad al tiempo que irrespetan la función que ejercen.

12. Así, pues, también en el mundo universitario hay que notar que toda persona, a causa de su dignidad, tiene derecho a su buen nombre, y a que los demás se formen de ella una buena imagen: es lo que denominamos la fama.

En razón de ello, la comunidad y quienes la conforman, por su parte, tienen la obligación de respetar la buena fama de sus miembros y de evitar desacreditar a cualquiera, de palabra o por escrito, publicando algo contra su buen concepto y fama, y de ponerlo en baja estima. Se trata, pues, de una situación moralmente grave a causa de la justicia y de los demás valores aquí implicados, y sólo ciertas circunstancias pueden disminuir esta gravedad[16]. Por ello, su violación exige restitución y reparación.

Por ese motivo, no corresponden con esta norma moral las manifestaciones de difamación o detracción de las personas. Especialmente cuando ellas no están presentes. Pero se han de considerar tales manifestaciones no sólo en relación con las personas mismas, sino también en relación con sus actuaciones y con sus bienes. Se lesionan, pues, los derechos de las personas:

-          Cuando se hace de ellas una crítica injusta; cuando se hace público de alguien un defecto o un vicio oculto; cuando se los exagera, si son conocidos, o guardando silencio sobre los aspectos positivos de la persona. En esa misma línea hay que considerar los chismes, que logran enfrentar a los amigos diciendo de ellos falsedades y empleando procedimientos injustos, como la delación, que comunica a una persona lo que otra ha dicho de ella.

-          Cuando se juzgan sin fundamento las intenciones o las conductas buenas del prójimo, o cuando se hacen afirmaciones sobre sus defectos (juicios temerarios y sospechas). Más grave aún es la calumnia, cuando le imputa falsamente al prójimo un crimen que él no ha cometido.

-          Cuando, como testigo de un hecho, se da un testimonio falso, afirmando o negando, en perjuicio o a favor de alguien. Particularmente estamos obligados a dar un testimonio veraz y sincero no sólo por razones de justicia, y para evitar males al reo, sino también, cuando hay de por medio un juramento, porque directamente pretende ponernos en relación con Dios.

En segundo lugar, en relación con el derecho al honor, hay que afirmar, de igual manera, que la misma dignidad de las personas, e inclusive sus méritos personales, exigen que se les reconozcan coherentemente. Esta ha sido una de las temáticas a las que en varios momentos hemos dedicado atención en esta investigación. Ahora bien, a esta obligación, igualmente de justicia, como hemos dicho a propósito de la fama, se oponen ciertas conductas:

-          Ante todo, en razón de ser una ofensa que lesiona injustamente a las personas cuando se encuentran presentes, se deben mencionar los insultos de palabra, de acción o de gestos (contumelia).
-          Pero, de igual modo, avergonzar al otro ante los demás echándole en cara sus defectos (burlas).
-          Así mismo, despreciar al otro con palabras u obras, aunque fueran sinceras (ultraje).
-          Finalmente, invocar un mal contra una persona, despreciándola igualmente (maldición).

Estos tratos humillantes, degradan más a sus autores que a las propias víctimas.

c. El problema del secreto, y, especialmente, del secreto profesional[17].

13. Existen temas o situaciones que como seres humanos conocemos y que llevamos en el corazón pero que razonablemente no podemos expresar al exterior: no podemos decir todo lo que consideramos verdadero. A estas verdades que estamos obligados a mantener escondidas las llamamos secreto. Además, seguramente hemos tenido la experiencia de encontrarnos en una situación en la que se nos ha confiado un secreto y alguien nos pregunta, precisamente, sobre el objeto de ese secreto. Pongamos un caso: yo debo entrar a trabajar en una empresa que ha contratado mis servicios: si me lo preguntan, ¿debo dar detalles de algunas reuniones en las que se confeccionó el plan de desarrollo y las estrategias del mismo en la empresa anterior (la competencia)? ¿Se puede decir en tal caso algo que no sea verdadero, o debo traicionar la confianza depositada en mí por la empresa anterior? ¿Es siempre inmoral mentir? ¿Existe alguna otra salida a las situaciones difíciles en este campo?

El secreto tiene una grande importancia personal y social. Y no siempre se trata de grandes o extraordinarios secretos. Toda persona que piense y quiera ser una persona madura posee sus secretos. Posee su vida anterior, que protege con una especie de “pudor espiritual”. Sobre todo el ámbito de sus relaciones con Dios. Las personas que hablan con gusto y sin inhibiciones de sus sentimientos y de sus estados de ánimo, de sus experiencias, nos dejan cierta sensación de superficialidad y nos llevan a pensar en su sinceridad real. Si esto lo decimos con respecto a nosotros mismos, ¡qué no decir de querernos entrometer en esas intimidades de la otra persona! Y esto abarca no solamente la esfera de lo más interior de ella, sino también de algunos aspectos externos de su existencia. Es la necesidad de la persona de poseer un cierto espacio exterior en el cual pueda estar solo consigo mismo.

Los secretos personales y su custodia son de gran importancia en el proceso de nuestra maduración y del desarrollo de nuestra personalidad, inclusive para la convivencia social. Y esto es importante pensarlo con vistas a la consolidación de una comunidad genuina y profunda, como sería el caso del matrimonio, o en la vida de una comunidad como la académica. Existen límites para la auto-comunicación. De lo contrario se caería en la falta de respeto, de distancia, en el vacío de confianza, y expuestos a diversos peligros.

Las comunidades humanas genuinas, como han de serlo las académicas, profesionales y universitarias, no sólo exigen el respeto por la esfera íntima de sus individuos, sino que les abren espacios para que ellos tengan la posibilidad de manifestarse a sí mismos y sus propios secretos a otro individuo, sin temer a que éste lo vaya a exponer públicamente. De igual manera, el bien común exige que se descubran o se hagan conocer ciertos secretos cuando no es posible evitar de otra manera graves daños a algún individuo o a la comunidad. Pero, aún en estos casos extremos, debe procederse con enorme respeto por la dignidad personal de los implicados. Nuestra mirada, pues, ha de tener siempre presente, cuando se trate del secreto, al conjunto total de la vida humana, de la persona y de la comunidad.

1)    Concepto y especies de secreto

14. Entendemos por secreto un estado de cosas que es conocido sólo por el interesado y, además de él, por una o por unas pocas personas, y que debe ser mantenido oculto por ellas. Desde su punto de vista objetivo, el secreto es el estado mismo de cosas, mientras desde el punto de vista subjetivo, es el deber que los que lo comparten tienen de no darlo a conocer.

Si consideramos el motivo por el cual se debe mantener el secreto debemos distinguir entre secreto natural, la promesa de mantener un secreto y el secreto confiado conocido con base en un acuerdo mutuo. Veamos un poco en detalle cada uno:

El secreto natural deriva de la naturaleza misma del asunto, a partir del hecho de que no se lo puede revelar sin causar un daño o tristeza al interesado. Tal sería, por ejemplo, el caso de dar a conocer un defecto físico que se ha tenido oculto o una falla moral que una persona cometió en su pasado.

La promesa de mantener un secreto muchas veces refuerza la razón anterior por vigor de la promesa misma. En muchos casos ella es la única razón para mantener un secreto.

El secreto confiado implica que la otra persona se ha comprometido a no comunicarlo a terceros. No importa que el compromiso no sea explícito.

Tal es el caso del secreto profesional (al médico, al sacerdote, al abogado, a un superior) cuyo oficio los obliga a mantener secreto de cuanto les ha sido confiado. Se trata de una muestra del respeto por la dignidad personal de quien así se confía, así como de comprender qué abarca el bien común, pues si no existiese este secreto profesional muchos no se acercarían a un médico, por ejemplo, renunciando así, quizás, a su mejoría, a su bienestar, a su desarrollo personal e, inclusive, a la paz social. A este tipo de secretos se asimilan otros en diversos campos de la vida social: secretos de Estado, secreto epistolar, secreto militar o político, secreto bancario y secreto industrial[17 bis].

El secreto profesional más exigente es el de la confesión y obliga no sólo al propio confesor sino a cualquier persona que hubiera podido haber escuchado algo con ocasión de ella.

2)    El deber de guardar los propios secretos personales.

15. El conveniente respeto por sí mismo, por la propia dignidad, e inclusive el respeto por los demás, deberían motivar a no dar motivos al público para que se entere de secretos íntimos relativos a la persona misma. Hoy no son pocos los casos de revelaciones de estos secretos sobre todo cuando de ellas se derivan ganancias económicas. Es una forma de prostitución permitida o buscada por la persona misma, y es causa de que muchos se escandalicen con hechos que son nada provechosos.
3) Nadie puede indagar los secretos de otro, salvo causa grave.

16. En determinadas circunstancias es lícito que, por un motivo grave y por parte de quien tiene derecho legítimo para hacerlo (un padre respecto de su hijo, o entre esposos, o el educador o el director de una organización, o la autoridad estatal o sus funcionarios), se adelante una indagación secreta sobre alguien. Sólo cuando está en juego el bien (la felicidad, p. ej.) de la persona sobre quien se indaga, o cuando está en peligro el bien de terceros, o cuando el bien común justifica una indagación de este tipo. Tal sería el caso de un agente de policía que debe hacer la prueba de alcohol a varios participantes en un accidente de tránsito, justificada no sólo por la defensa de los presuntos inocentes sino por la seguridad general del tráfico. Ocurre algo similar cuando los organismos de seguridad del Estado buscan peligros ocultos que amenazan desde el interior o desde el exterior el ordenamiento estatal y la paz.

2)    No todos los medios para indagar son legítimos.

17. En particular no son lícitos todos aquellos medios que, de cualquier forma, lesionen u ofendan la dignidad humana[18]: este debería ser expresamente el límite y punto de referencia infranqueable cuando se trata cualquier cuestión relativa a la verdad y al secreto, como hemos venido insistiendo. Inclusive, aunque las personas puedan tener derecho legítimo para indagar. 

Todas ellas primero deben hacer el intento por aclarar la cuestión en un diálogo franco con la persona (un hijo, un colega, un empleado, un ciudadano), y sólo cuando ésta hubiera perturbado gravemente o hubiera roto la relación de confianza, podrían pasar a hacer la averiguación secretamente. En el caso de las autoridades estatales no es frecuente que ellas alcancen a establecer esa relación de confianza con las personas gravemente sospechosas, por eso deben decidirse con prontitud a vigilarlas a escondidas, conforme a las disposiciones legales.

Así mismo, no es desde ningún punto de vista moralmente justificado emplear medios que ofenden gravemente la dignidad de las personas o que las destruyen, como sería el caso del narcoanálisis, la hipnosis, las torturas físicas o síquicas o de las así llamadas “drogas de la verdad” (truth drugs). Más aún, cuando no son medios que con seguridad llevan a conocer la verdad. Algo similar se debe afirmar en relación con el así llamado “polígrafo”[19].

Al deber de las autoridades de averiguar corresponde el deber del ciudadano de cooperar y de no impedir, en el ejemplo dado, que se le haga la prueba de alcohol. Así también, a los medios de comunicación social les corresponde un deber muy grande cuando se inmiscuyen en la vida privada de las personas con cierta importancia social con el fin de ganar audiencia con la revelación sensacionalista de secretos personales.
5) En ocasiones excepcionales, de algún secreto se exige su revelación. La excepción a la excepción.

18. El derecho de la persona sobre su esfera íntima, el deber de amor y de justicia que exige no hacer sufrir al prójimo, la fidelidad para mantener una promesa, el acuerdo explícito o implícito, el secreto profesional: son todos ellos motivos principales que nos obligan a no traicionar los secretos referentes al prójimo. Con todo, existen casos en los que la revelación de un secreto puede ser no sólo lícita sino obligatoria, y, la persona de la que se revelan sus secretos, no puede acusar de injusticia o de falta de amor a quien lo hace:

El motivo que justifica la revelación de un secreto puede estar en quien conoce el secreto o aún ante terceros que no son objeto de él ni conocedores del mismo: tal es el caso, p. ej., de una esposa que, delante del tribunal, sabiéndose traicionada por su esposo, revela ese secreto. O en el bien común: cuando, por ejemplo, un médico conoce de una enfermedad altamente infecciosa en su paciente. O en un tribunal, cuando un testigo es interrogado, a menos que sea un pariente muy cercano que se impugna.

Pero también en estos, como en otros casos similares, es necesario mantener ciertos límites, como sería revelar el secreto a una persona competente (el juez, p. ej.) y en la medida necesaria. Por supuesto, mejor sería siempre obtener la autorización de la persona interesada o inducirla a que ella misma lo diera a conocer; pero no es posible obtener esto con cierta frecuencia.

No debemos dejar de lado, sin embargo, que en muchas circunstancias, salvo las mencionadas de exigencia imperiosa, es verdaderamente loable el esfuerzo de quienes, inclusive a costa de sacrificios, mantienen la guarda de un secreto: un soldado prisionero, v. gr. Pero la dificultad no sobreviene sólo de callar, pues en muchos casos quien interroga encuentra en el silencio la respuesta que esperaba: en tales casos parece que la única salida a disposición consistiría en dar una respuesta falsa, pero, en tal caso se mentiría: ¿Es, entonces, siempre inmoral la mentira? ¿O existen circunstancias particulares en que se haría lícita? La pregunta nos remite, como se puede comprender, al tema de la “restricción mental”, que hemos considerado anteriormente (cf. supra, 2.c.1)c), p. 1231ss).

Concluyamos esta sección dedicada ampliamente a la verdad en el ser y en el quehacer de las Universidades, especialmente de las católicas y las eclesiásticas, reiterando que ellas tienen como finalidad altísima favorecer la realización vocacional de seres humanos dignos en todas las dimensiones de su existencia, mujeres y hombres que asumen su vida con valor y esperanza de Dios ante las crisis y las dificultades, y que eso lo logran ellas especialmente mediante la contribución que les ofrece el conocimiento, la investigación y la transmisión del saber: del saber verdadero. Por eso, valga la pena traer a la memoria aquel lamentable incidente que se presentó el jueves 17 de enero de 2008 con algunos docentes y estudiantes de la Università La Sapienza de Roma, una universidad “laica”, y transcribir las palabras con las que el Papa BENEDICTO XVI reflexionó sobre el mismo. Sirva su testimonio para indicar, como en contraste, de qué manera los campus mismos de las Universidades católicas deben ser eminentemente, cada día más, lugares de encuentro, privilegiados y cordiales, para el diálogo en verdad y libertad, como veremos en seguida:

“Un pensamiento de saludo llegue también a muchos otros que se unen a nosotros espiritualmente. Os agradezco de corazón, queridos amigos; agradezco al Cardenal Vicario que se ha hecho promotor de este momento de encuentro. Como sabéis, había acogido con mucho gusto la invitación cordial que me había sido dirigida para intervenir el jueves anterior en la inauguración del año académico de “La Sapienza, Universidad de Roma”, y he elaborado con gran alegría mi discurso. Conozco bien este Ateneo, lo estimo y he sido muy cercano de los estudiantes vinculados con él: cada año, en más de una ocasión, muchos de ellos vienen a encontrarme en el Vaticano, junto con colegas de otras Universidades. Desgraciadamente, como es conocido, el clima que se había creado ha hecho inoportuna mi presencia en tal ceremonia. La he diferido a mi pesar, pero, de todas maneras, he querido enviar el texto que había preparado en los días después de Navidad para esta ocasión. Al ambiente universitario, que por largos años ha sido mi mundo, me unen el amor por la búsqueda de la verdad, por la investigación, por el diálogo franco y respetuoso de las respectivas posiciones. Todo esto es también misión de la Iglesia, comprometida a seguir fielmente a Jesús, Maestro de vida, de verdad y de amor. Como profesor, por así decir, “emérito”, quien ha encontrado a lo largo de su vida tantos estudiantes, os animo a todos, queridos universitarios, a ser siempre respetuosos de las opiniones de los otros y a investigar, con espíritu libre y responsable, la verdad y el bien. A todos y a cada uno renuevo la expresión de mi gratitud, asegurándole mi afecto y mi oración”[ii].




Notas de pie de página



[1] Ya hemos hecho referencia en el cap. IV (cf. nt. 1553) al texto de Alberto BONDOLFI en el que elabora un recorrido por la historia y las culturas en relación con la mentira y, particularmente, con las actuaciones de esta en actividades políticas (cf. Nicolás MAQUIAVELO: El Príncipe cap. 6 § 2). Véase del autor: « « Tu ne témoigneras pas faussement contre ton prochain » (Ex 20, 16) » Quelques considérations historiques sur le prétendu caractère absolu du huitième (neuvième) commandement », Revue d'éthique et de théologie morale, 2005/4 n°237, p. 29-77.
[2] Valga la ocasión para recordar el célebre discurso del Papa JUAN PABLO II a la Asamblea Plenaria de la Academia de las Ciencias Sociales, el 2 de mayo de 2003, sobre la “globalización”, durante el cual decía: “Además, es inquietante constatar que la globalización agrava las condiciones de los necesitados, no contribuye suficientemente a resolver las situaciones de hambre, pobreza y desigualdad social, y no logra salvaguardar el medio ambiente. Estos aspectos de la globalización pueden suscitar reacciones extremas, llevando al nacionalismo excesivo, al fanatismo religioso e, incluso, a actos de terrorismo. Todo esto está muy lejos del concepto de una globalización éticamente responsable, capaz de tratar a todos los pueblos como interlocutores iguales y no como instrumentos pasivos. Por consiguiente, no cabe duda de que hacen falta directrices que pongan firmemente la globalización al servicio de un auténtico desarrollo humano - el desarrollo de toda persona y de toda la persona -, en el pleno respeto de los derechos y de la dignidad de todos”. En: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/2003/may/documents/hf_jp-ii_spe_20030502_pont-acad-sciences_sp.html
El contexto económico del momento, al que hemos remitido en diversas ocasiones, desborda la intención de esta obra, pero no puede eludirse. Contribuye a dar una mirada a algunos aspectos especialmente críticos de esta dimensión social y cultural la “Nota” que el PONTIFICIO CONSEJO DE LA JUSTICIA Y DE LA PAZ ha dado a conocer cuando esta obra está a punto de ser presentada al público: “Para una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal” (“Per una riforma del sistema finanziario e monetario internazionale nella prospettiva di un’autorità pubblica a competenza universale”), del 24 de octubre de 2011, en: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20111024_nota_it.html
[3] Jean-Yves CALVEZ S. J.: “La verdad como valor humano y social”, en: PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA: Orientaciones Universitarias. Globalización, mundialización y verdad como valores marzo de 2005 en: http://www.javeriana.edu.co/puj/rectoria/publicaciones/Documentos/Calvez-Verdad-2.pdf Véase también del Papa FRANCISCO, sobre la dignidad de toda persona y sobre el derecho/obligación del cuidado de la vida, sobre todo del no nacido, EG 213.
Cuando se mira el problema desde los puntos de vista de la biología evolutiva y de la sociología y/o de la psiquiatría, investigadores actuales (¿contradictoriamente con cuanto señalábamos: la verdad como fundamento de la confianza y de la vida social?) han hecho notar que, en el primer caso, “la honestidad pone a las especies más cerca de la extinción: son comunes las imágenes de animales perseguidos que se mimetizan o de primates que esconden la comida. Es más, se ha sugerido que la mentira en la vida social de las especies contribuyó a la rápida expansión de la inteligencia […] El cerebro siempre está listo para decir la verdad y para mentir necesita organizarse. La materia gris tiene que hacer un trabajo extra cuando va a engañar. Se activan zonas del corte frontal que desempeñan un papel en la atención y concentración, además de otra área del cerebro responsable de vigilar los errores”. En relación con el segundo, dado que “la gente más aceptada es la que se adapta a unos modelos que no son los suyos”, “cualquier persona que no sea capaz de decir mentiras está en franca desventaja, pues la vida social humana gira en torno a ocultar o a cambiar la verdad”. Estos estudios o apreciaciones, provenientes de prestigiosas universidades, Sheffield, en el Reino Unido, y Pensilvania, en Estados Unidos; o de profesionales, Rodrigo Córdoba y Olga Albornoz, han sido publicitados en El Tiempo, domingo 11 de octubre de 2009, “Somos mentirosos por naturaleza. Engañar ha sido clave para la supervivencia de muchas especies. El no decir la verdad, o decirla a medias, forma parte indisoluble de los seres humanos. Y las personas inteligentes tienden a mentir con mayor facilidad”, 3-8.
En diversos lugares de este trabajo nos hemos referido a los riesgos del relativismo, particularmente en la educación universitaria. Sobre la situación europea, véase de Janne HAALAND-MATLARY: “The relativism at the basis of european Policy”, en CONSOCIATIO INTERNATIONALIS STUDIO IURIS CANONICI PROMOVENDO – FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO SAN PÍO X: XIII Congreso de la Asociación Internacional “El Ius divinum en la vida de la Iglesia”, 17 al 21 de septiembre de 2008, Venecia, Italia (publicación: ARRIETA, Juan Ignacio (a cura di) – FABRIS, Costantino-M. (coord. ed.): Ius divinum, o. c. p. 56, nt. 120, 1299-1314).

Más delicado aún es, y temerario en mi concepto, sostener que se mantienen las divisiones y se anima a la falta de cooperación entre personas de procedencias diversas, cuando se reclama fidelidad a la propia identidad, en este caso, cristiana y católica, y se defiende la existencia y actuación pública de las escuelas y universidades que así lo hacen. No sólo porque la generalización y los hechos lo desmienten, sino porque para muchos la única manera de considerar válida la educación es si toda ésta es estatal, o, como decimos en Colombia, “oficial”: esa es precisamente, en mi opinión, su grave tentación: convertirse en el órgano de “la verdad oficial” (del presidente, del gobierno, del partido…). Para comprender quizá mejor el contexto de esta apreciación, véase esta nota periodística de Cheryl CARPENTER KLIMEK, en BizPac Review, 19 de junio de 2013: “Obama offends Catholics in the UK, says religious schools are divisive”, en: http://www.bizpacreview.com/2013/06/19/obama-offends-catholics-in-the-uk-says-religious-schools-are-divisive-78053

[4] Cf. Urbano SÁNCHEZ GARCÍA: La opción del cristiano. Síntesis actualizada de Moral especial 2ª. III. Humanizar el mundo por la corresponsabilidad en Cristo, la verdad, la vida, la justicia, la libertad y la paz fraterna, o. c., p. 1050, nt. 2816, 98s.
[5] No se ha llegado a este punto de un momento a otro. Ha sido el fruto de una maduración en la reflexión sobre los derechos humanos. Ya se ha mitigado la posición de Santo Tomás (ST IIa – IIae, q. 69, a. 1) y aún en el Código de Derecho Canónico se establece que “el acusado no tiene obligación de confesar el delito, ni puede pedírsele juramento” (canon 1728 § 2). La Convención de Ginebra del 12 de agosto de 1949 estableció en su artículo 17 que el enemigo no puede obligar a sus prisioneros de guerra a responder a sus preguntas y mucho menos constreñirlo a hacerlo por la violencia.
[6] Diferente es la condición del testigo, por razón del bien común, excepción hecha cuando se trata de un pariente muy cercano al acusado.
[7] Cf. Urbano SÁNCHEZ GARCÍA: La opción del cristiano. Síntesis actualizada de Moral especial 2ª. III. Humanizar el mundo por la corresponsabilidad en Cristo, la verdad, la vida, la justicia, la libertad y la paz fraterna, o. c., p. 1050, nt. 2816, 99-104; Antonio HORTELANO ALCÁZAR: Moral alternativa. Manual de Teología Moral, o. c., p. 1118, nt. 2955, 192ss.
[8] La temática no es extraña. Para ver un ejemplo de su actualidad, en el medio científico, cf., p. ej.: “Tercer encuentro de periodismo científico”, en (consulta marzo 2007): http://www.mideplan.cl/milenio/?q=node/601 
[9] Jon SOBRINO: “Espiritualidad y seguimiento de Jesús”, en: Ignacio ELLACURÍA – Jon SOBRINO: Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación Trotta Madrid 1990 v. II 453.
[10] Cf. Alberto BONDOLFI, o. c. en la nt. 1553,  « « Tu ne témoigneras pas faussement contre ton prochain » … », Revue d'éthique et de théologie morale, 2005/4 n°237, p. 29-77. Véanse las expresiones relacionadas con la mentira en VS 1; 14; 89; y, sobre todo, 52.
[11] De mendacio, c. 21, en PL, XL, 505-506; cf. en el art. de Bondolfi, nt. 1553, pp. 31-38.
[12] In IIum Sent, dist. XXXV, dub. I; In III Sent, D. 38, art. unicus, q. 2 concl, en Quaracchi (éd).
[13] ST IIa – IIae, q. 110, a. 3, ad 4um: “Non est licitum mendacium dicere ad hoc quod aliquis alium a quocumque periculo liberet. Licet tamen veritatem occultare prudenter sub aliqua dissimulatione”. Véase supra, sobre la “restricción mental”, II.3.a.3); cf. en el art. de Bondolfi, nt. 1553, pp. 45-46.
[14] SOCIEDAD COLOMBIANA DE ANESTESIOLOGÍA Y REANIMACIÓN (SCARE) - DEPARTAMENTO PENAL: “Alterar, ocultar o destruir la histórica clínica es delito”, en Revista Médico-Legal XII/2 abril-junio de 2006 16-20.
[15] Cf. Antonio HORTELANO ALCÁZAR: Moral alternativa. Manual de Teología Moral, o. c., p. 1118, nt. 2955, 196-197.
Como vimos al comienzo del capítulo, señalaron los Obispos que en Colombia la calumnia es un mal bastante generalizado.
Haciéndose eco de ello, Gabriel ROSAS VEGA – “El pecado de la calumnia”, en: El País, Febrero 14 de 2007, en: http://www.elpais.com.co/historico/feb142007/OPN/opi1.html - decía recientemente: “De acuerdo con Maquiavelo, en el Libro Primero de sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, para que las repúblicas funcionen en forma adecuada, las acusaciones de los ciudadanos deben ser oídas y juzgadas oportunamente. No es conveniente ignorar este aspecto de la vida social, porque con facilidad se cae en el extremo absolutamente indeseable de patrocinar la calumnia, peste corrosiva para cualquier conglomerado. Acudiendo a un ejemplo del cual son protagonistas Furio Camilo – actor principal en la liberación de Roma de la opresión de los galos – y Manlio Capitolino, su furibundo contradictor y detractor, Maquiavelo muestra cuán detestable resulta la calumnia, tanto en las ciudades libres como en cualquier tipo de régimen político y cómo, para atajarla, se deben emplear cuantos medios se tengan a mano, sin excepción. No puede haber mejor método – dice – para cerrarle el paso a la calumnia, que emplear la acusación pública, porque tanto como las acusaciones favorecen a la República, la perjudican las calumnias y unas y otras se diferencian en esto: que las calumnias no tiene necesidad de testigos ni de otras pruebas, de modo que cualquiera puede ser calumniado por cualquiera, pero no puede, en cambio, ser acusado, porque las acusaciones necesitan el apoyo de pruebas verdaderas y de circunstancias que demuestren lo fundado de la acusación. Los hombres son acusados ante los magistrados, ante el pueblo y ante el consejo; son calumniados por las plazas y los soportales. Se emplea más la calumnia donde se usa menos la acusación o en las ciudades que no la tienen prevista en sus ordenanzas. Por eso, el que organiza una república debe establecer cauces legales para que se pueda acusar públicamente a cualquier ciudadano, sin ningún miedo y sin ninguna consideración y hecho esto y observado escrupulosamente, debe castigar duramente a los calumniadores, los cuales no pueden quejarse si son castigados. Y cuando este asunto no está debidamente regulado, se siguen siempre grandes desórdenes, pues las calumnias irritan a los ciudadanos y los irritados piensan en vengarse, odiando, y no temiendo, los cargos que se les hacen.” Cf. Urbano SÁNCHEZ GARCÍA: La opción del cristiano. Síntesis actualizada de Moral especial 2ª. III. Humanizar el mundo por la corresponsabilidad en Cristo, la verdad, la vida, la justicia, la libertad y la paz fraterna, o. c., p. 1050, nt. 2816, 105-110.
[16] « La mayor o menor gravedad de la difamación, indica Urbano Sánchez, depende de varios factores: del prestigio y virtud de la persona ofendida, del perjuicio social ocasionado, del odio o mala intención que muevan, de la repercusión social, de la solemnidad jurídica del acto (difiere según sea conversación particular, artículo en periódicos o afirmación ante un juez) y del contenido de la misma difamación”: ib., 106.
[17] M.-J. THIEL: “Quand le secret nous tient… Réflexion théologique autour du secret » en Revue d’Éthique et de Théologie Morale n. 222 (2002) 271-298; Urbano SÁNCHEZ GARCÍA : La opción del cristiano. Síntesis actualizada de Moral especial 2ª. III. Humanizar el mundo por la corresponsabilidad en Cristo, la verdad, la vida, la justicia, la libertad y la paz fraterna Sociedad de Educación Atenas Madrid 1984 108-109; Antonio HORTELANO ALCÁZAR: Moral alternativa. Manual de Teología Moral, o. c., p. 1118, nt. 2955, 195.
Además del tradicional secreto profesional se habla hoy de otros ámbitos tales como el empresarial, el comercial, el industrial, y, más recientemente, de aquellos que hacen relación a la guarda y tratamiento de información personal depositada en bancos de datos (derecho de habeas data). 
En Colombia ha sido promulgado un conjunto de Leyes (Ley 1266 de 2008 y Ley 1581 de 2012) en desarrollo de la norma de la Constitución Nacional art. 15, las cuales han sido reglamentadas por el Decreto 1377 del 27 de junio de 2013,  “en el que se regula expresamente la autorización del Titular de información para el Tratamiento de sus datos personales”. Véase la aplicación de esta normativa para el caso de la Pontificia Universidad Javeriana en (consulta julio 2013): http://www.javeriana.edu.co/documentos/tratamiento_datos_personales.pdf 
Acerca de los diversos tipos de secreto en el ámbito de las organizaciones y de su protección, así como de otros temas conexos para la protección jurídica de la propiedad industrial e intelectual en el territorio hispano-lusitano-americano, puede verse la página electrónica de la empresa CLARKE, MODET Y CO., en (consulta de julio de 2013): http://www.clarkemodet.com/faqs.aspx 
Estos diversos tipos de secreto en organizaciones y empresas están siendo protegidos de varias maneras, entre las que sobresalen los "acuerdos de confidencialidad", que, además de tasar la violación de los secretos por cualquiera de las partes - generalmente pactados entre los directivos o representantes de las mismas y sus empleados - con sumas bastante importantes, incluyen condiciones específicas para el caso de un requerimiento por parte de las autoridades judiciales o administrativas del Estado, y, peculiarmente la obligación de negar la existencia de dichos acuerdos.
[18] Hagamos una digresión eventualmente no tan lejana – como podría pensarse – del ámbito académico. Cabe aquí la referencia al ámbito más cercano de la venganza y del resarcimiento que nunca se contenta – sea éste por motivo racial, religioso, político, etc. – y, en él, a las denominadas “delaciones” en las que existe, más que una recompensa moral (“el deber cumplido”), una recompensa económica o sentimental (cf. Lc 22,3-5.47-48; Mt 26,48s; 27,3-10): “Vivo o muerto”, señalaban en otro tiempo los anuncios del “Far West”. Como se ha afirmado, y la conciencia en este punto debería ser, cada día, más creciente y exigente, “el Estado no puede deslegitimarse en su lucha contra el terrorismo” (Editorial: El Tiempo,11 de marzo de 2008: en http://www.eltiempo.com/opinion/editorial/2008-03-11/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3996846.html): su altura moral le exige mucho más, por eso mismo, que la condición o la actuación de sus adversarios. Es la manera humana de resolver en este caso, en mi opinión, aquella polarización que se ha llegado a establecer entre “el minimalismo pragmático y el maximalismo moral”. Puede verse, al respecto, la opinión, de autor anónimo, publicada por El Clarín, de la Argentina, junio 29 de 1997: “Las delación como moneda de cambio”, en (consulta marzo 2008): http://www.ser2000.org.ar/protect/Archivo/d000d65c.htm
[19] Cf. Carlos J. NOVOA M., S. J.: “«Nada más que la verdad» o El ocaso de los ídolos”, en: Hoy en la Javeriana 1230 octubre 2007 26-27. En: http://www.javeriana.edu.co/boletin/revista_mensual/octubre_07.pdf A propósito de divulgaciones de hechos por medio de la prensa y de “redes sociales” por internet que han dado lugar a perturbaciones políticas en varios países, el mismo autor postula que “Wikileaks: el secreto no tiene carácter absoluto”, ibid., 1264 ene-feb 2011 30, en: http://puj-portal.javeriana.edu.co/portal/pls/portal/docs/1/2258096.PDF 



Notas finales



[i] “El Departamento de Atención Psicopedagógica surge para dar respuesta a estas necesidades, muy presentes en nuestra sociedad. Según el M.E.C., uno de cada cuatro casos de fracaso escolar que se producen está relacionado con la dislexia. En nuestro centro se busca potenciar las habilidades de la persona para compensar sus dificultades, a la vez que éstas se trabajan directamente para ir superándolas. Se dota a la persona de estrategias de autocontrol y aprendizaje específicas que, con la práctica, acaban convirtiéndose en hábitos. Se parte de una entrevista con los padres/madres y una evaluación mediante la cual se valoran los diferentes procesos implicados en la lectura y la escritura. Si existieran dificultades en dichos procesos y tras valorar la conveniencia de la intervención para el caso concreto, se iniciaría el tratamiento. Los resultados obtenidos durante los años de trabajo en este servicio de la Fundación Nuevas Claves Educativas son muy alentadores. Un porcentaje muy elevado de las personas termina el programa con importantes mejoras en todas las áreas trabajadas. Lo aprendido durante el periodo de intervención amplía en gran medida sus posibilidades de desarrollo personal y profesional. No son poc@s l@s que llegan con cuadros de inicio de depresión o están viviendo situaciones de conflicto familiar, motivadas por el grave desgaste de años de esfuerzo sin conseguir los resultados esperados, continuas luchas por lograr un hábito diario de estudio... Uno de los resultados más llamativos es el que se produce, ya desde el inicio del tratamiento, en relación a la autoestima. Esta mejora viene de la mano de una mayor comprensión de las propias dificultades, de la aceptación de las mismas y la valoración de las diferentes habilidades que posee, que, aunque a veces están muy olvidadas, existen. Qué duda cabe que el descubrir que personas de la talla de Leonardo Da Vinci, Albert Einstein o tan famosos como Walt Disney, Tom Cruise o Harrison Ford, han pasado por dificultades similares y han conseguido convertirse en lo que fueron o en lo que son, es un motivador importante para much@s de l@s que se encuentran en esta situación, es un halo de esperanza para ell@s.” En (consulta marzo 2007): “Fundacionnce.org”:  http://www.fundacionnce.org/index.php?option=com_content&task=view&id=28&Itemid=42
[ii] “Un pensiero di saluto va anche ai molti altri che si uniscono a noi spiritualmente. Vi ringrazio di cuore, cari amici; ringrazio il Cardinale Vicario che si è fatto promotore di questo momento di incontro. Come sapete, avevo accolto molto volentieri il cortese invito che mi era stato rivolto ad intervenire giovedì scorso all’inaugurazione dell’anno accademico della "Sapienza – Università di Roma" ed ho lavorato con grande gioia al mio discorso. Conosco bene questo Ateneo, lo stimo e sono affezionato agli studenti che lo frequentano: ogni anno in più occasioni molti di essi vengono ad incontrarmi in Vaticano, insieme ai colleghi delle altre Università. Purtroppo, com’è noto, il clima che si era creato ha reso inopportuna la mia presenza alla cerimonia. Ho soprasseduto mio malgrado, ma ho voluto comunque inviare il testo che avevo preparato nei giorni dopo Natale per questa occasione. All’ambiente universitario, che per lunghi anni è stato il mio mondo, mi legano l’amore per la ricerca della verità, per il confronto, per il dialogo franco e rispettoso delle reciproche posizioni. Tutto ciò è anche missione della Chiesa, impegnata a seguire fedelmente Gesù, Maestro di vita, di verità e di amore. Come professore, per così dire, emerito che ha incontrato tanti studenti nella sua vita, vi incoraggio tutti, cari universitari, ad essere sempre rispettosi delle opinioni altrui e a ricercare, con spirito libero e responsabile, la verità e il bene. A tutti e a ciascuno rinnovo l’espressione della mia gratitudine, assicurando il mio affetto e la mia preghiera.”: Angelus del 20 de enero de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21515.php?index=21515&po_date=20.01.2008&lang=sp

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