Capítulo IV
Continuación (II)
2. La encarnación del Hijo de Dios. La dimensión humano-divina de Jesucristo y el principio revelatorio derivado de su misterio.
a.
Los datos procedentes de la Escritura
b.
El desarrollo de la reflexión teológica sobre la encarnación hasta su
definición doctrinal
A lo largo de la tradición viva - "memoria evangélica viva" como la ha denominado el S. P. FRANCISCO -, como lo hemos hecho notar, se ha insistido no sólo en los aspectos ontológicos de la relación de Jesús con el Padre y de su relación con los hombres y con las demás criaturas, sino, muy especialmente sobre los aspectos o las consecuencias ligadas a su salvación. No de otra manera lo aclara, por ejemplo, una importante distinción entre escuelas teológicas, la escotista[42] y la tomista, pues mientras la primera aseveraba que aún si no hubiera habido pecado, el Hijo de Dios se habría encarnado (“Dios veía como fin de todo a su Hijo encarnado”), la segunda insistía en que aquella era, en realidad, una hipótesis, pues, de hecho, la encarnación sucedió “por nosotros y por nuestra salvación”, como afirma el “Credo” al que hicimos alusión.
c.
La encarnación de Jesús: un enfoque fundamental y necesario para plantear la
búsqueda, conocimiento, adhesión y mantenimiento de la Verdad sobre Dios, sobre
su Iglesia y sobre el hombre.
d.
Los títulos cristológicos relativos al Segundo encarnado y su referencia a la
búsqueda, conocimiento, adhesión y mantenimiento de la Verdad sobre Dios, sobre
su Iglesia y sobre el hombre
Continuación (II)
a.
Los datos procedentes de la Escritura
1.
Ninguno de los diversos “títulos” que se ha encontrado a lo largo de esta
cristología pueden expresar la riqueza de lo que Jesús resucitado logró
significar para sus “discípulos” y “testigos[1]”, como él mismo los solía
llamar. Con todo, hubo uno en especial de hondo arraigo desde esos tiempos y a
lo largo de toda la tradición: “Hijo de Dios”, sumamente provechoso para
explicar la realidad de Jesús.
Fue san
Pablo el primero en afirmar que el anuncio que él mismo hacía a todos los
pueblos como “un servicio a Dios” era el anuncio del “Evangelio de su Hijo” (Rm 1,8). Lo mismo aseveraba en cartas
anteriores (cf. 2 Co 1,19[2]; Ga 1,16[3]). Así, pues, la filiación
divina de Jesús se convierte en el sello distintivo de la predicación, hablada
o escrita, de Pablo.
En
efecto, otras religiones también se refieren a los hombres, o a algunos de
ellos en particular, como “hijos de Dios”[4]; e, inclusive, hablan de
“encarnación” de alguno de sus dioses[5]. Pero cuando los cristianos
afirmaban que Jesús era “Hijo de Dios” lo hacían con una pretensión
escatológica, es decir, que en él Dios se estaba revelando de una vez por
todas, de una manera insuperable y definitiva. Y esta afirmación hace parte fundamental
y esencial de la fe cristiana, hasta el punto que sin ella, no existe, en
realidad, cristianismo[6]. Así lo asumían nuestros
antepasados. Pero, ¿y hoy?
2. No
siempre las condiciones para que muchos sostengan y defiendan actualmente esta
afirmación están dadas. Una de las objeciones que se hacen proviene por parte
de quienes consideran que tal dogma de la fe se produjo bajo la influencia del
“pensamiento mítico”. Bajo este presupuesto, se habría procedido a otorgarle
este tratamiento a un hombre insuperable, como que esa dimensión divina oculta
en todo hombre hubiera sido conseguida o alcanzada por Jesús.
Pero el
marco tantas veces citado y expuesto del AT, con su monoteísmo estricto, no
hubiera permitido tal cosa. Por el contrario, ese mismo marco teológico era
profundamente “desmitificador”, de modo que si se permitía hablar de “hijos de
Dios” era bajo el supuesto de que no se trataba de serlo por “generación”,
sino, acaso, por “elección por parte del único Dios”. Y, sin duda, la expresión
cristiana no puede interpretarse sino dentro de la tradición
véterotestamentaria en la que surgió.
3. Como
vimos en la sección narrativa, Jesús nunca se llamó a sí mismo “hijo de Dios”,
atribuyéndose ese título (cf. supra, 1.b.6, p. 441; 1.c.5, p. 425; 1.d.A.c), p.
437; 1.d.B.j), p. 446; 1.h.1)d)14, p. 601; 1.h.2)b)19, p. 608; y el caso en que
él toma las palabras de sus interlocutores en su argumentación, en 1.g.11.1, p.
564). Lo hizo, en cambio, y con toda naturalidad y decisión, la comunidad
apostólica. Lo que sí podemos afirmar conforme a cuanto se ha encontrado en los
textos evangélicos expuestos, es que Jesús
sostenía una relación del todo especial, más aún, única y exclusiva con Dios,
su Padre, y que hablaba en nombre de Él con una autoridad excepcional entre
todos los líderes religiosos. Hasta el punto que podemos decir que se trató
de una auténtica “pretensión” distintiva suya. En esta forma, cuando la
comunidad cristiana después de la resurrección le reconoce este título, no
puede interpretarse como una circunstancia similar a la que ocurría, en otros
pueblos, como la apoteosis de sus
héroes[i].
Pero tampoco, como resulta evidente, en el sentido de la forma judaica, en
razón del contenido totalmente nuevo de la “pretensión”. Para los cristianos
era más que apoteosis y que elección, aunque no alcanzan a precisar el sentido
total de esa realidad. Sólo con el transcurso del tiempo la Iglesia irá
avanzando en la captación de la densidad de ese título.
Ya en
el NT se observan algunos datos que evidencian un progreso y una tendencia en
ese sentido:
4. 1°)
San Pablo elabora una “cristología” de dos niveles, en la que afirma
primeramente que Jesús es el “Hijo de Dios” “nacido según la carne” (Rm 1,3), y luego, en segundo lugar, que el Cristo ha sido “constituido Hijo de
Dios con poder… por la resurrección de entre los muertos” (Rm 1,4); 2°) luego, el Evangelista Marcos señala la proclamación de
Cristo como “Hijo amado” del Padre a partir de su bautismo en el río Jordán e
“Hijo de Dios” (Mc 1,1); 3°) después,
el Evangelista Lucas afirma que Jesús es el “Hijo de Dios” desde el momento
mismo de su Encarnación (Lc 1,32.35);
4°) por último, el Evangelista Juan desarrolla ampliamente esta afirmación, ya
no en sentido funcional como lo habían hecho quienes habían escrito antes de
él, sino en un sentido esencial:
Jesús es el “Hijo de Dios” en razón de la “unidad” existente entre “el Padre y
el Hijo” (Jn 10,15) por los lazos del
“amor mutuo” que les une, por el “obrar común” que los caracteriza (Jn 5,17ss[7]). Estas afirmaciones joáneas,
por su parte, pretenden sustentar las razones soteriológicas, es decir, que así
como Jesús participa ya de la vida de Dios, ello ha sucedido con el fin de que
también nosotros participemos de esa misma vida.
5. La
convicción de que “Dios” es “el Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1,3) es expresión de que, para los primeros cristianos – como dice este
himno que solían recitar en sus liturgias – Jesús pertenece al ser mismo de
Dios. Pero, de inmediato, surgía la pregunta: ¿Y de qué manera Jesús pertenece
al ser mismo de Dios? Se planteaba así la cuestión de la “preexistencia” de
Jesús.
En
efecto, otro himno, que igualmente habían elaborado los primeros cristianos y
que empleaban en sus asambleas litúrgicas domésticas, fue recogido por San Pablo:
Flp 2,6-11. Pablo visitó esta ciudad
de Macedonia al menos en tres ocasiones entre los años 50 y 63, y,
probablemente, después de cada una de esas visitas envió una corta esquela, que
luego fue agrupada con las otras para conformar una cierta unidad. En la última
ocasión ya se encontraba preso (1,7.12-17), y es este conjunto el que mejor
traduce las relaciones más cordiales, inclusive tiernas, que llegó Pablo a
establecer con una comunidad. En ella hace su llamado a la unidad de las
Iglesias por el ejercicio de la humildad, pues no fue otro el ejemplo que nos
dejó Jesús. Y, entonces, introduce el mencionado himno[8], testimonio de la fe primitiva
en la preexistencia divina de Jesús:
“Tened entre vosotros los
mismos sentimientos que tuvo Cristo:
El cual, siendo de condición
divina,
no retuvo ávidamente el ser
igual a Dios.
Sino que se despojó de sí
mismo,
tomando condición de siervo,
haciéndose semejante a los
hombres
y apareciendo en su porte
como hombre;
y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó
y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo Nombre.
Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en los cielos, en la tierra
y en los abismos,
y toda lengua confiese
que Cristo es Señor,
para gloria de Dios Padre”.
Pero no
fue este el único momento en sus escritos. También vuelve a mencionarla en la
carta a los Gálatas (de hacia los
años 56-57) en 4,4 (“pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a
su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley”); y, por supuesto, en la carta a
los Romanos (de hacia los años 57-58)
en 8,3 (“Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la
carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del
pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne”). Era claro para
Pablo, como para toda la comunidad cristiana primitiva de la que formaba parte,
que dicha profesión de fe significaba una expresa atribución al Hijo de aquella
característica creadora tan específica y original del Dios de Israel (cf. Sal 90, 2).
6. Por
su parte, San Juan[9], en algunos textos de su
Evangelio (su elaboración final, como se ha visto, se establece entre los años
90 y 110[10]) expone una teología ya muy
elaborada y definitiva sobre la materia. Se apoya para el efecto en dos temas
bastante conocidos de la literatura véterotestamentaria – y muy especialmente
de la más cercana al NT -, la Palabra
(Λόγος) y la Sabiduría (Σοφία), una y otra preexistentes en
Dios antes del mundo (cf. Pr 8,22-31[11] y Sb 7,22-8,1[12]), a las que se les atribuye,
precisamente, la creación de éste. Pero también, de igual manera, una y otra
habían sido enviadas a la tierra para revelar los secretos de la voluntad
divina, y, una vez terminada su labor, volverían a Dios (cf. Is 55,10-11[13]; Pr 8,32-36[14]; Eclo –Si– 24,3-32[15]; Sb 9,9-12[16]).
De esta
manera, para San Juan, la Palabra o Verbo (lat.= Verbum; gr. = Λόγος) “estaba en Dios” (cf. 1,1.2), preexistiendo;
fue enviada por el Padre (3,17.34[17]; 5,36.43[18]; 6,29[19]; 7,29[20]; 8,42[21]; 10,36[22]; 11,42[23]; 17,3.25[24]) y, una vez concluida su tarea,
regresó a Dios (1,18[25]; 7,33[26]; 8,21[27]; 12,35[28]; 13,3[29]; 16,5[30]; 17,11.13[31]; 20,17[32]). (Para el Evangelista, sin
embargo, no escapaba, que ese mismo término, Λόγος, poseía una segunda
acepción, sobre la que volveremos más adelante, al tratar de la recapitulación
– cf. d., p. 302 –, y que desarrolló muy ampliamente san Pablo: “Sentido”).
Pero la
manera de proceder de Juan evidencia que, en el caso de Jesús, esa “Palabra” y
esa “Sabiduría” no eran meras actividades o funciones “ad extra” (o
“económicas”) del mismo único Dios, sino, en realidad, expresiones “inmanentes”, personales, del Segundo de la Trinidad,
subsistente y eterno, que se “encarnó” en la persona de Jesús[33], el “verdadero Jesús
«histórico»”[34]. Y cupo a Juan y a su
comunidad, precisamente, conocer esta más alta revelación. ¿Qué razones
existían para llegar a afirmar la preexistencia de Jesús?
b.
El desarrollo de la reflexión teológica sobre la encarnación hasta su
definición doctrinal
7. La
preexistencia – y el envío por el Padre – de Jesús descritos en estos términos
y con esta insistencia por los autores no tenían otro propósito que dejar en
claro que la persona y el destino de Jesús no tienen un fundamento distinto que
Dios y su plan libre y amoroso para que todos los seres humanos tengan y
ejerzan la libertad propia de los hijos, como se ha dicho. Es decir, cuando
ellos se refieren a Jesús, a su preexistencia y misión, en realidad el tema
consiste, para nosotros, en indicar el origen de nuestra filiación y salvación.
Se
trata de una relación que, observemos bien, siempre la comunidad cristiana ha
mantenido a lo largo de su bimilenaria tradición. Primero, en las “doxologías”
bautismales (cf. Mt 28,19), pero
también en los himnos a los que se ha aludido un poco antes, y, muy
especialmente, en las celebraciones litúrgicas de la Cena o Fracción del pan
(cf. 1 Co 11,23-26), por parte de los
que “estaban siendo salvados” (cf. He
2,47).
Inmediatamente
después del período apostólico sucede de igual modo, como lo mencionan la Didaché 7, y, después de ella, toda una
serie de autores que continúa esa tradición (JUSTINO, TERTULIANO, HIPÓLITO,
CIPRIANO…)[35]. Y, lo que había sido una
práctica, aún bastante móvil, vinculada a una vida litúrgica muchas veces todavía
no trasvasada a textos fijos y estereotipados, en el Concilio de Nicea[36] (año 325), llega a ser “fijado”
en una fórmula que, finalmente, fue desarrollada en el Concilio de
Constantinopla I (381)[37], cuando las tensiones del
momento habían ido empujando hacia una “christology
from above” (“cristología desde arriba”), “que pone más énfasis sobre la
divinidad de Jesús que sobre su humanidad”. Algunos expertos consideran que
esta situación condujo a orientar la reflexión teológica hacia una “cierta
dicotomía entre la humanidad de Jesús y su pre-existencia como la Palabra de
Dios, como no se encuentra en los textos
bíblicos”[38]. Porque en dichos textos, como
se ha podido observar, no se trata – ni mucho menos en Juan – de una cuestión meramente especulativa – a la
manera “griega”, como enfatizan algunos autores –, sino profundamente enraizada
en la concreta realidad de un Jesús inseparablemente unido a su Padre y al
Espíritu que lo ungió. Asunto que habría que tener en cuenta también hoy en
día, cuando las preferencias podrían orientar, más bien, hacia una “christology from below” (“cristología
desde abajo”)[39].
8. El
Concilio de Nicea emergió, pues, como el momento del tránsito de las categorías
bíblicas a las metafísicas sin abandonar el contexto soteriológico, a partir
del hecho de que introduce en su explicación del argumento, el término – sin
paralelo como se ha observado en los textos citados – ομοούσιος (gr. = “de idéntica naturaleza”). Es decir, la
fórmula afirma que el Hijo no está en su naturaleza del lado de la criatura,
del hombre, sino del lado de Dios: él es “de la misma naturaleza que el Padre”.
Ello quiere decir que no ha sido “creado” sino “engendrado”, porque participa
“de esa misma naturaleza” divina. El texto del Concilio, dice en su parte
concerniente:
“Creemos en… un solo señor
Jesucristo, el hijo de Dios… engendrado, no creado, de la misma naturaleza que
el padre…”
“Πιστεύομεν είς… ένα κύριον ̀Ιησου Χριστόν, τόν υίον τοΰ
Θεοΰ… γεννηθέντα ού ποιηθέντα, όμοούσιον τώ πατρί…” (DS 125).
9. La
insistencia de los Padres de la Iglesia que se expresaban en el Concilio de
Nicea no descuidaba una línea soteriológica, así se expresaran en una
ontológica. No otro es el caso de San ATANASIO (c. a. 296-373) quien explicaba
que para poder ser salvados era necesario que esta obra la realizara sólo Dios,
e insistía, con enorme equilibrio, “que nos divinice el Hijo de Dios”[ii = nt. final lxxxvi].
S. HILARIO DE POITIERS, en Occidente, recoge, divulga y profundiza esa misma
enseñanza resaltando el aspecto trinitario de la misma[40].
Para
Santo TOMÁS DE AQUINO, que en el s. XIII resumió y sistematizó la doctrina
precedente de los Padres y de los Concilios[iii],
Cristo es el Verbo Encarnado. La perfección absoluta de Dios ha sido comunicada
por el Padre a su Hijo en su vida terrena porque quiere abrazar con amor, de
esta manera, a todos los hombres y restaurar en ellos su imagen empañada por el
pecado. A ese amor, a la manera humana, es decir, con todas sus limitaciones
pero en libertad, se une Jesús en el drama de su propia existencia y
experiencia. De esta manera, la divinización del ser humano es obra del mismo y
único Dios[41].
Hoy,
cuando nos preguntamos por el valor y sentido de esta expresión, debemos
afirmar este idéntico sentido soteriológico: Dios es el camino que dirige los
múltiples y diversos senderos de la historia, y desde su eternidad le señala
una trayectoria, un sentido. Su actuar llega a plenitud, precisamente, en
Jesucristo. Siendo Dios libre en su amor, entonces su amor no se agota en la
relación existente entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. De esa manera
llega su amor hasta los hombres, sus hijos, amándolos desde siempre. Cuando
afirmamos, pues, que el Hijo “es eterno” estamos afirmando que Dios ama a los
seres humanos y se compromete con ellos en su propia historia. Ahora bien, esta
historia suya es inseparable de la historia del pobre y del oprimido, pues “la
Palabra se hizo carne”, como recordaba San Pablo, haciéndose solidario con los
pecadores, haciéndose él mismo “pobre” y profeta rechazado: “mas la prueba de
que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros” (Rm 5,8)
[43].
La
relación “Padre-Hijo”, aplicada a Dios y a Jesús, evoca la donación total de
Dios, su exteriorización y su equiparación, la realización de su propia Verdad.
Jesús no es una mera fragmentación de Dios, sino el Hijo Unigénito, la donación
total del Padre. Pero, así mismo, glorificado, es el Hijo Primogénito, porque
mediante Él el Padre aspira a engendrar una multitud de hermanos libres,
serviciales, hacedores de la verdad:
“Los orígenes del hombre
deben ser buscados en Cristo: él ha sido creado «por medio de Él y con vistas a
Él» (Col 1,16), «el Verbo (que es) la
vida […] y la luz que ilumina a todo hombre y viene al mundo» (Jn 1,3-4,9). Si es verdad que el hombre
ha sido creado ex nihilo, es también
posible afirmar que ha sido creado de la plenitud (ex plenitudine) de Cristo mismo, que es, al mismo tiempo, Creador,
Mediador y Fin del hombre. El Padre nos ha destinado a ser sus hijos e hijas y
a «ser conformes con la imagen de su Hijo, para que «Él sea primogénito entre
muchos hermanos» (Rm 8,29). Qué signifique
haber sido creados a imagen de Dios
no llega a revelarse plenamente sino en la imagen
de Cristo. En Él encontramos la total receptividad del Padre que debería
caracterizar nuestra misma existencia, la apertura al otro en una actitud de
servicio que debería identificar las relaciones con nuestros hermanos y
hermanas en Cristo, y la misericordia y el amor por el otro que Cristo, en
cuanto imagen del Padre, muestra en relación con nosotros”[44].
Este
plan es un proyecto de unidad fraterna, que tropieza con innumerables
obstáculos en la vida corriente; se ha de realizar, sin embargo, no a la
fuerza, sino en razón de los dinamismos – gracias – que Dios mismo ha dado a
las mujeres y a los hombres, mediante los cuales ellos corresponden a la
invitación de Dios. Es, igualmente, un proyecto de libertad, porque la
obediencia del Hijo se convierte, en quienes acogen su verdad mediante la
“obediencia de la fe” (cf. Ga 3,11;
cf. c. 212 § 1), en justificación y rescate de los seres humanos de los ídolos
que permanentemente se construyen. Sólo mediante un ejercicio auténtico de
libertad ante la Verdad que se nos ofrece es posible y legítimo el acto de fe[45].
c.
La encarnación de Jesús: un enfoque fundamental y necesario para plantear la
búsqueda, conocimiento, adhesión y mantenimiento de la Verdad sobre Dios, sobre
su Iglesia y sobre el hombre.
10. La
encarnación del Segundo de la Trinidad fue el camino elegido por el Padre para
salvarnos. Gracias a ella conocemos el “amor fontal” del Padre, por el Hijo, en
el Espíritu, en el que cada uno de ellos realiza su propia misión con vistas a
la reconciliación de la humanidad consigo mismo. Al asumir, y no absorber,
nuestra humanidad, todo lo que el Hijo
era y sus costumbres intratrinitarias nos los participó a nosotros,
comenzando por su propia condición de “Hijo” (“filiación afiliante”) (cf. Jn
14,9-10). Si hemos destacado de qué manera apunta la resurrección de Jesús
hacia la plenitud, bien podemos decir, entonces, que ella viene a coronar lo
que se había iniciado con la encarnación, ella es su fase definitiva y ha
introducido en la historia humana la condición de la esperanza señalando a la
humanidad que su camino es andar hacia el encuentro con Dios como mujeres y hombres
reconciliados. Como se ha visto, el Padre no quiere “que se pierda ni uno solo
de sus pequeños” (cf. Mt 18,14).
11.
Jesucristo es, según San Pablo, el “Ícono (gr. eikwn) visible del Dios invisible” (Col 1,15[46]). Bien es cierto que el primer
capítulo del libro del Génesis nos
refiere que los seres humanos, varones y mujeres, fuimos creados por Dios “a
imagen suya, según su semejanza” (cf. 1,26.27[47]: gr. = poihswmen anqrwpon kat' eikona hmeteran kai kaq' omoiwsin; cf. 5,1b), y que esa “imagen”
o “icono” divino en el hombre se trasfirió a toda su descendencia (cf. Gn 5,3) como carácter de naturaleza. Así, pues, esta condición, que es, por así
decirlo, primera en el tiempo, y abarca a todos los seres humanos, incluido
entre ellos el propio Jesús, en realidad es segunda en la intención de Dios,
según explica San Pablo, porque el “modelo” a partir del cual todos los seres
humanos serían creados, no era, en verdad “Adán”, sino el mismo Jesucristo, la
efectiva y auténtica “imagen visible del Dios invisible”: el que era typos se convierte, como en un sello, en
antitypos. De esa manera, la creación
del hombre y de la mujer “en Cristo” sugiere anticipadamente su encarnación
(¿la intuición de Escoto?[48]); y viceversa, la posibilidad
para que históricamente Dios se pueda hacer Hombre, en Jesús, radica en la
continuidad existente entre creación y encarnación. Una vez más podemos ver de
qué manera la antropología apunta hacia la cristología.
12. La
encarnación de Jesucristo, entonces, nos remite al misterio del hombre y a su
inmersión-emergencia en la “naturaleza”. Como hemos observado en el cap.
anterior, los cuatro verbos empleados por el CIC (“quaerere, gnoscere,
amplecti y servare”) son los necesarios y claves para expresar los
procesos típicamente humanos involucrados en el conocimiento de la verdad, así
como, si fuera del caso, en el acto de fe. En esta condición “natural” (o
creatural), tal como lo hemos podido advertir en los distintos momentos de
nuestra exposición, la unidad personal de Jesús, así como la de cualquier varón
y mujer, tiene como exigencia establecer un claro principio previo, consistente
en la necesidad de evitar un dualismo cuando se considera su “naturaleza
humana”. En efecto, esta “naturaleza” asumida por el Hijo, se caracteriza y se
destaca – como veremos en detalle en el capítulo siguiente – por la presencia
conjunta, simultánea, diversificada, interrelacionada y dinámica de
diferencias, dimensiones y ámbitos en su realidad única y convergente que hoy
denominamos “persona humana”[49]. Jesús es un ser viviente que nació,
vivió y murió como cualquier otro, hundidas sus raíces, como estaban, en el
cosmos, y nutriéndose de él con sobriedad; que mediante su racionalidad,
libertad (cf. supra, 1.c.5, p. 428s) y apertura a Dios, conoció ese
cosmos – Él mismo se había hecho parte de este cosmos –, lo contempló y
lo compartió; mediante su trabajo lo transformó, lo adaptó
a sus propias necesidades y a las de otros congéneres suyos, marcándolo con su
sello de humanidad; y, finalmente, que, como cualquier otro ser humano, fue capaz
de autoconciencia e interiorización, que ejercitó libremente dando
un sentido profundo a su existencia espacio-temporal. Se trata, pues, en Jesús,
de una unidad indisoluble, que, como se ha subrayado a partir y con los
elementos procedentes de la “antropología hebrea” (cf. supra, 1.a.2, p. 387s;
2.a.B, p. 624ss), nos conducen a hablar, en términos más actuales[50], de un “espíritu encarnado” o
de un “cuerpo espiritualizado”, con los que nos podemos acercar mejor a una
comprensión de lo que hoy en día denominamos “la persona humana” con sus
capacidades para penetrar en el universo de los valores culturales y para
re-crearlos con perspectiva de sentido: económicos, políticos, sociales,
artísticos, morales, religiosos… “Esa” es la
humanidad asumida por el Verbo, caracterizada, muy especialmente y por
sobre todo, por su capacidad, decisión y compromiso de “amor” (cf.
nuestra próxima sección, la kénosis,
pp. 659ss). “Esa” es la humanidad creada
por Dios en Cristo, el Hijo encarnado y resucitado. Como podemos darnos
cuenta, se trata de un punto de máxima trascendencia en orden al desarrollo de
nuestra investigación, sobre el que tendremos que volver más adelante, como se
ha dicho.
d.
Los títulos cristológicos relativos al Segundo encarnado y su referencia a la
búsqueda, conocimiento, adhesión y mantenimiento de la Verdad sobre Dios, sobre
su Iglesia y sobre el hombre
13. Nos
hemos referido antes (cf. supra 2.a.1, p. 612; 2.a.2)B.b)25, p. 634;
2.a.2)C.28, p. 637 y, especialmente, 2.b.1)6, p. 648), al Verbo o la Palabra
(gr. = Λόγος), título con el que san Juan y la tradición posterior denominaron
al Segundo de la Trinidad. Cristo es Dios que se dirige al hombre, que se
entrega al hombre con amor y exigencias. Cuando los primeros cristianos querían
referirse a la alegría y a las claridades que acompañan ese amor y exigencia de
Dios decían que él es “luz” (cf. Jn
1,4.5.9), en él no existe tiniebla alguna. Por eso fue un título que acompañó
al de Verbo que “se hace carne” nuestra y huesos nuestros, que se hace parte de
nuestra historia. Y es desde ahí, desde esa condición nuestra, que nos ama e
interpela. El CIC, conforme a este criterio, retoma este elemento revelador del
proceder de Dios que se encarna, precisamente en nuestro c. 748 § 1 y, en
general, en los cc. introductorios del Libro III.
El
Verbo encarnado es, pues, el gran comunicador de Dios. San Juan se solaza
mostrando esta comunicación de Dios: nos lleva a la comunicación-donación
intratrinitaria eterna, previa, incluso, y posterior, si cabe, a los tiempos y
a la creación (cf. Jn 1,1); nos lleva
al acto mismo de la creación, “por la Palabra”, del cosmos (cf. 1,3) y,
especialísimamente, de la vida y de la vida humana (cf. 1,4); nos conduce a su
encuentro con nosotros, los hombres, y a las posibilidades de que nos
confrontemos con Él, e, incluso, a que, como a cualquier hombre, lo rechacemos
(cf. 1,5,10-12); nos traslada, finalmente, a que así como Él ha puesto su
“tienda” entre nosotros, queramos también nosotros compartir los rasgos que Él
nos ha participado de su divinidad con los demás hombres y mujeres,
convirtiéndonos, a nuestro turno, en humanidad nueva, “iluminada e iluminadora”
por su calidad de vivencia de la verdad y plenamente entregada a Dios, como Él
(cf. 1,14). Más aún: “no recibimos solamente de modo pasivo el Logos
encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega”[51].
En su
manera de proceder, hablándonos con palabras humanas, actuando con hechos
humanos, mediante su vida y mediante su muerte, esta Palabra era la revelación
definitiva del Padre. Pero se lo ha de subrayar desde este momento: sobre todo
por su Cruz, en la que se proclama el señorío de Dios sobre la historia, Dios
se ha abierto su espacio en nuestra historia, de modo que nuestra historia no
es algo paralelo, o sustitutivo de la acción de Dios, algo que requiriera,
también, en consecuencia, un “espacio” aparte: sino que la Palabra acontece en nuestra historia habitual, concreta y
cotidiana.
No sólo
la Palabra nos comunica de Dios o a Dios de una manera genérica. Si él,
creemos, es el Hijo, eso suyo, que le es propio y exclusivo en Dios, eso es
precisamente lo que nos comunica. La Palabra-Hijo nos hace “hijos”. Por eso
cuando queremos conocer las bases y los fundamentos del actuar humano, y en
particular del amor humano, el punto de referencia no puede ser otro sino esta
“filiación afiliante”: el amor que caracteriza a los que son “hijos” del Padre,
porque son hermanos del Hijo, y, por lo tanto, hermanos entre sí. De ahí que el
trato característico de “buenos hermanos” habría de ser una de las
manifestaciones de esta fraternidad en razón de la filiación afiliante: «Si alguno
dice: “amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20): La “mentira” se da a un doble nivel: no sólo
al del comportamiento moral, que muestra la incoherencia del obrar, sino al
nivel antropológico, porque muestra la
incoherencia con el ser: ser-hijo, ser-hermano. San Pablo lo afirma de otro
modo: “Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor
como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave
aroma” (Ef 5,1-2).
Algo
similar se puede afirmar de la hermosa imagen con la Jesús se llamaba a sí
mismo el “novio” (cf. Mc 2,19s // Lc 5,34s), para indicar el tipo de
relación y la calidad de la relación – por su gratuidad, totalidad e
irrevocabilidad: como ejercicio de libertad – que había establecido con la
humanidad por la encarnación y por el don
de sí mismo, y muy especialmente con su “cuerpo”, con su “esposa” (cf. Ef 5,21-32), la Iglesia, la comunidad de
las mujeres y hombres “nuevos” (“gracia”). De igual modo, el CIC se ha hecho
eco de esta condición, concretamente en el c. 1063, ord. 3°[52].
Así,
pues, el “amor-verdad” manifiesta esos niveles y condiciones antropológicas que
se ha evidenciado y nos refiere la estructura humana auténtica, que se expresa
y se valida a través de todos sus componentes y dimensiones, desde lo erótico
hasta el don de sí, pasando por la amistad con sus diversas expresiones, pues
todo lo humano ha quedado, así, ratificado en sus constitutivos esenciales. Y
se convierte en claro y definitivo punto de referencia para soportar cualquier
posterior pedido que se quisiera proponer o exigir.
El
principio “de revelación”, acerca de Dios y acerca de la humanidad, que se nos
ha manifestado mediante la encarnación del Hijo-Palabra de Dios, destaca
especialmente todos aquellos elementos de la estructura humana en los que se
expresa la “imagen y semejanza de Dios” (cf. Gn 1,26), entre otros, fundamentalmente dos: en primer término,
como se ha dicho, la relación intrínseca y existencial con la propia verdad de
su condición de “hijo de Dios” y de “hermano de los demás hijos de Dios”, y con
la construcción de la verdad mediante la comunicación, el amor, la entrega de
sí y el servicio. En segundo lugar, la condición social-sexuada del ser humano.
Sobre este segundo asunto en particular, refiriéndose a esta expresión, “imagen
de Dios”, Luis F. LADARIA[53] escribía:
“La relación entre imagen de
Dios y dimensión social del hombre y en concreto el hecho de la bisexualidad,
mencionado como sabemos en Gn 1,26s,
ha sido desarrollado en nuestro siglo por Karl Barth. Fundamental en el relato
sacerdotal de la creación del hombre es, para el autor, la expresión “a nuestra
imagen”: esto significa que se ha creado un ser que tiene su modelo en la
esencia misma de Dios. El hombre desde el momento mismo de su creación existe
en la relación con Dios, existe frente a él y para él, lo cual supone una
novedad radical respecto a todo el resto de la creación; en el plan creador de
Dios ha entrado alguien que es un interlocutor suyo. La interpretación
inmediata que el mismo texto bíblico da de la frase “Dios creó al hombre”: es
“los creó hombre y mujer”; el hombre ha sido creado a imagen de Dios en cuanto
vive en relación respecto a Dios y respecto a su semejante. La condición de
imagen no es una simple cualidad del hombre, la imagen y semejanza son lo que
es el mismo ser del hombre. Dios lo ha creado para que tuviera su forma divina.
El hombre es imagen del encuentro que se da en el Dios Trino internamente: ‘Él
es el que está enfrente de su semejante, y en éste tiene su propia
correspondencia (Gegenüber)”. El ser
y la actuación común de las personas divinas tiene su ‘repetición’ en la
relación del hombre al hombre. La relación es constitutiva para Dios, y lo es
también para el hombre. La analogía entre el ser de Dios y el del hombre es la
existencia en la correspondencia (Gegenüber)
de yo y tú.
“Ahora bien, cuando el
relato bíblico habla del último y más elevado acto creador de Dios, la creación
del hombre, no dice nada de las cualidades morales e intelectuales del hombre,
sino de la creación como varón y mujer. ‘Esto es todo lo que conocemos sobre la
creación del hombre, además de que acaeció por la palabra y que tuvo lugar a
imagen de Dios’. El hombre es uno, como Dios es uno, sólo en la dualidad de
varón y mujer. Así reproduce en su estar frente a Dios y frente a su semejante
la Gegenüber que existe en Dios
mismo. Lo que caracteriza la creaturalidad humana es precisamente la
diferenciación y relación entre varón y mujer. Ser hombre es ser varón o mujer,
y todas las demás cosas que los hombres somos están en relación con ésto. Todas
las demás coincidencias o diferencias se confirman como previas o consecuentes
a ésta. Este hecho de la bisexualidad es creatural, es natural, y no es
específico del hombre porque la bisexualidad se da también en el mundo animal;
pero a pesar de ello constituye lo específicamente humano en nosotros, porque
Dios ha querido hacer al hombre, en esta forma de vida, imagen, reflejo y
testimonio de su propia forma de vida. Otros aspectos puestos de relieve en la
narración sacerdotal - en concreto el mandato de dominar la tierra - serían
consecuencias de la condición de imagen de Dios, pero no el elemento
constitutivo de la misma...
“El aspecto social de la
imagen de Dios ha sido puesto de relieve por muchos autores actuales, pero en
general no se establece una relación tan íntima entre esta dimensión, que
encuentra en la bisexualidad su expresión originaria pero que no se agota en
ella, y la Trinidad divina...; en el Concilio Vaticano II, LG 12, en el número dedicado al tema de la imagen de Dios en el
hombre... (y) en GS 24... Más explícito
es, en cambio, JUAN PABLO II, (en la Encíclica) Mulieris Dignitatem 7: ‘La imagen y semejanza de Dios en el hombre,
creado como hombre y mujer... expresa también, por consiguiente, la «unidad de
los dos» en la común humanidad”.
Tendremos
que volver a considerar la situación de Jesús en cuanto “individuo” (cf. infra,
2.c.1)b)5.a’), p. 661; 2.c.3)c), p. 671; Conclusiones I,2, y II,a, pp. 690ss).
Pero, de otro lado, lo que afirma este principio “de revelación” es que Jesús
es Hombre y Dios en verdad, que es él mismo el Reconciliador entre lo divino y
lo humano. En lo que toca a todas las dimensiones humanas auténticas, y, por
supuesto, también esta dimensión relativa a la sexualidad y a la orientación y
sentido de la misma.
En
efecto, sólo en Cristo Jesús se ha dado respuesta plena a los profundos
interrogantes y a las grandes contradicciones humanas acerca de la propia
trascendencia, de las posibilidades ciertas para el ejercicio de una libertad
plena y para la formación de una comunidad real. Sólo la aceptación de Jesús
como el Hijo de Dios que ha respondido en su propia existencia a estos
interrogantes, abre al hombre las puertas de una historia que, sin él,
permanecería como círculo ciego y vicioso. Al afiliarnos mediante la asunción
de nuestra condición humana y al hacer la entrega total de sí mismo, Jesús ha
revelado nuestra auténtica condición divina y ha realizado la obra de nuestra
justificación. Realidad que está ya presente y operante, pero que llegará a su
punto culminante en la “manifestación” nuestra, de los “cielos nuevos y de la
tierra nueva, donde mora la justicia (cf. 2
P 3,13)”, “con Cristo en la gloria (cf. Col
3,4), en la cual seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es (cf. 1 Jn 3,2)”[54].
14. Lo
anteriormente dicho nos hace comprender de qué manera existe un lazo
fundamental entre Cristo, el Verbo encarnado, y la expresión que emplea el c.
748 § 1 y, en nuestro caso, su relación con los otros cc. relacionados. La
verdad, sobre todo referida a Dios y a la Iglesia, cuya búsqueda y
conocimiento, abrazo y mantenimiento, sostiene el c., estuvo presente en la
realización de la obra de Cristo, y sin la cual se mantendría ella en el
enigma, expresa una dimensión genuina del ser humano, y apunta a su mayor
realización posible, aquella que se identifica con la realización existencial
de la Verdad en Dios.
Notas de pie de página
[1] La palabra “mártir”, en español, proviene del griego μάρτυς que
devino al latín “martyr – martyris), “el que da testimonio de su fe”. El
término se encuentra empleado en la literatura española desde el s. XII, en El Cantar de Mio Cid, cf. Santiago
SEGURA MUNGUÍA: Diccionario etimológico
latino-español Ediciones Generales Anaya Madrid 1985 1ª 426. Para un
seguimiento sistemático del término en las literaturas griega y bíblica, cf.
Hermann STRATHMANN: art. μάρτυς en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande
lessico del Nuovo Testamento Brescia Paideia 1965 1967 1971, v. VI,
1269-1392.
[2] “Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, a quien os predicamos
Silvano, Timoteo y yo, no fue sí y no; en él no hubo más que sí”.
[3] “[Mas, cuando Aquel…tuvo a bien] revelar en mí a su Hijo, para
que le anunciase entre los gentiles…”
[4] Nos referimos especialmente en las culturas más antiguas, porque,
aún hoy, hay quienes interpretan inclusive los textos bíblicos que hablan de
ellos (cf. Gn 6,4) en el sentido de
extraterrestres, por ejemplo, o de otras muchas cosas. Cf., p. ej., http://antesdelfin.com/hijos1.htm (consulta junio 2006).
[5] Se narra, por ejemplo, lo siguiente de la mitología puránica: “Krisna: Octava encarnación de Visnu en la tierra. Gemelo con Balarama. Se le
conoce también con los nombres de: Gopel, Gopinath y Mathuranath. Sobre su nacimiento
se cuenta lo siguiente: Existió un rey llamado Kansa que había sido engendrado
por un demonio. Este monarca era un tirano, cruel y criminal. Asesinaba a niños
y no tenía ningún tipo de moral. Prohibió en sus dominios la adoración a Rama,
y la sustituyó por Shiva. La situación llegó a ser tan insoportable que La
Tierra tomando forma de vaca se dirigió a Indra para quejarse y pedirle permiso
para abandonar el mundo. Indra pidió consejo a Brahma a Shiva y a Visnu, y éste
último fue convencido para nacer de nuevo y enfrentar al temible Kansa. Visnu
decidió que Devaki sería su madre terrenal.” En (consulta junio 2006): http://www.tach.ula.ve/on_line/mitoweb/panteon_hindu.htm
[6] La crítica que hace Joseph RATZINGER a ciertas interpretaciones
sobre Jesús, que lo muestran sí como un “profeta”, o como un “maestro” más con
la autoridad del “erudito”, pero no como “Hijo”, dice él, no son suficiente
argumento para que los primeros cristianos dieran “el salto a la
universalidad”, y para que Jesús llegara a “tener un valor determinante para la
historia”. Si Jesús no poseyera “una autoridad divina”, “su ser Hijo en la
comunión con el Padre”, no sería “el presupuesto para que ese salto hacia la novedad
y la mayor amplitud sea posible sin traición ni arbitrariedad”: Jesús de Nazaret, o. c., p. 26,
nt. 57,152.
Como afirma el Card. William Joseph LEVADA, “esta obra de la evangelización pertenece a la naturaleza más
auténtica de la Iglesia”: Introducción
a la “Nota dottrinale su
alcuni aspetti dell'evangelizzazione”, de la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE
LA FE, 3 de diciembre de 2007, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20071214_conf-stampa-nota_it.html
[7] “Pero Jesús les replicó: «Mi Padre trabaja siempre, y yo también
trabajo»”.
[8] Un breve estudio del himno, por su importancia, se hace
imperativo. Lo haremos al tratar de la kénosis, pues lo consideramos más
pertinente en ese momento (cf. infra, 2.c.1)b)7, p. 666).
[9] Cf. los comentarios al Evangelio de San Juan: Marie-Émile
BOISMARD, O.P. en la Biblia de Jerusalén,
o. c., p. 84, nt. 208,
1407-1410 y 1412; P. BENOIT - M.-E. BOISMARD - J. L. MALILLOS: Sinopsis de los cuatro evangelios: con paralelos de
los Apócrifos y de los Padres Desclée De Brouwer Bilbao 1987 4ª.
[10] El papiro “P52” es el testimonio más antiguo que se conserva de
él. Su datación es aproximadamente de entre los años 125 y 150. Autores muy
antiguos ya mencionan el texto joáneo: son los casos de Ireneo de Lyon
(130-195) (discípulo de Policarpo, Obispo de Esmirna, quien, a su vez, fue
discípulo del Apóstol Juan, y fue martirizado en el año 155) y el escritor del
Fragmento Muratoriano, de hacia el año 180; así también Clemente Alejandrino y Tertuliano, de hacia el año 200. Algunos autores contemporáneos resaltan que muchos de los
elementos sobre los que se habla en el texto describen tan vívidamente la
situación de Jerusalén en el año 66, así como otros indicios, que muy
seguramente fueron elaborados bastante antes del año 90.
[11] “Yahvéh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más
antiguas. Desde la eternidad fui moldeada, desde el principio, antes que la
tierra. Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes
cargadas de agua… Cuando asentó los cielos, allí estaba yo… yo estaba allí,
como arquitecto, y era yo todos los días su delicia…”
El tema de la “sabiduría” ya
era muy común entre los primeros cristianos provenientes en buen número de la
diáspora judía, que había recibido los textos sagrados en la traducción de los
LXX y a la cual había añadido algunos de los escritos con texto original
griego. En estos escritos dicho tema adquirió unas características muy
personales (personificación). Según dicha percepción, la sabiduría se había
abajado, había descendido “en carne”, y, al hacerlo, se había sometido a la
posibilidad de que fuera rechazada. Pablo, a quien nos hemos referido en los
párrafos anteriores, también hizo uso de ello bajo la figura de la “tienda de
campaña” puesta en medio de nosotros, de modo tal que “el poder y la sabiduría
de Dios” que es Cristo, ha llegado a ser “sabiduría por obra de Dios, justicia,
santificación y redención” (1 Co
1,24.30). Para san Pablo, pues, aún esa característica de la preexistencia del
Segundo, tan novedosa, está indisolublemente unida al misterio pascual del
Señor, por cuanto Cristo, como la sabiduría, podía ser rechazado, sobre todo
por los “dominadores de este mundo” (1 Co
2,6-9), como, efectivamente, ocurrió en la pasión y en la cruz.
[12] “Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque la que
todo lo hizo, la Sabiduría, me lo enseñó. Pues hay en ella un espíritu
inteligente…”
[13] “Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven
allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé
simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi
boca, que no tornará a mí vacía, sin que haya realizado lo que me plugo y haya
cumplido aquello a que la envié”.
[14] “Ahora, pues, hijos, escuchadme, escuchad la instrucción y haceos
sabios, no la despreciéis. Dichosos los que guardan mis caminos… Porque el que
me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor de Yahvéh…”
[15] “Yo salí de la boca del Altísimo, y cubrí como niebla la tierra…
Todo esto es el libro de la alianza del Dios Altísimo, la Ley que nos
prescribió Moisés como herencia para las asambleas de Jacob… Y yo, como canal
derivado de un río… dije: «Voy a regar mi huerto, a empapar mi tablar»… Ved que
no sólo para mí me he fatigado, sino para todos aquellos que la buscan”.
[16] “Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, si
le falta la Sabiduría que de ti procede, en nada será tenido… Contigo está la
Sabiduría que conoce tus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo, que
sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus mandamientos…
Ella me guiará prudentemente en mis empresas y me protegerá con su gloria.
Entonces mis obras te serán agradables, regiré a tu pueblo con justicia y seré
digno del trono de mi padre”.
[17] “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él… Aquel a quien Dios ha enviado
habla las palabras de Dios, porque le da el Espíritu sin medida”.
[18] “Pero yo tengo un testimonio mejor que el de Juan; porque las
obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que
realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado… Yo he venido en
nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése
le recibiréis”.
[19] “Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él
ha enviado»”.
[20] “Yo le conozco, porque vengo de él, y es él el que me ha
enviado”.
[21] “Jesús respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí,
porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me
ha enviado»”.
[22] “¿Cómo decís que aquel a quien el Padre ha santificado y enviado
al mundo blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’?”
[23] “Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por
estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado”.
[24] “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a tu enviado, Jesucristo… Padre justo, el mundo no te ha conocido,
pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado”.
[25] “A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el
seno del Padre, él lo ha contado”.
[26] “Entonces [Jesús] dijo: «Poco tiempo estaré ya con vosotros, pues
me voy al que me ha enviado»”.
[27] “Jesús les dijo otra vez: «Yo me voy y vosotros me buscaréis, y
moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir»”.
[28] “Jesús les dijo: «Todavía, por un poco de tiempo, está la luz
entre vosotros… Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos
de luz”.
[29] “[…] sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y
que había salido de Dios y a Dios volvía…”
[30] “Pero ahora me voy al que me ha enviado, y ninguno de vosotros me
pregunta: ‘¿Dónde vas?’”.
[31] “Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo
voy a ti… Pero ahora voy a ti, y digo todas estas cosas en el mundo para que
tengan en sí mismos mi alegría colmada”.
[32] “Dícele Jesús: «Déjame, que todavía no he subido al Padre. Vete
donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro
Dios»”.
[33] Inclusive un texto que, aparentemente mira todo él a ser una
reflexión teológica sobre el misterio del Resucitado “que viene y que vendrá”,
no deja de mantener su referencia a la encarnación y a la kénosis del Verbo,
gracias a la mención del Nombre de Jesús: cf. Ap 1,9; 12,17; 14,12; 17,6; 19,10; 20,4; 22,16.
[34] La glosa la hace Joseph RATZINGER: “Con ello (que el Maestro es
Dios) se pone al descubierto el auténtico núcleo del conflicto. Jesús se ve a
sí mismo como la Toráh, como la
palabra de Dios en persona. El grandioso Prólogo del Evangelio de Juan – «En el
principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra
era Dios» - no dice otra cosa que lo que dice el Jesús del Sermón de la Montaña
y el Jesús de los Evangelios sinópticos. El Jesús del cuarto Evangelio y el
Jesús de los Evangelios sinópticos es la misma e idéntica persona: el verdadero
Jesús «histórico»”: Jesús de Nazaret, o.
c., p. 26, nt. 57,141s.
El S. P. FRANCISCO ha explicado a este propósito: “La transmisión de la fe, que brilla
para todos los hombres en todo lugar, pasa también por las coordenadas
temporales, de generación en generación. Puesto que la fe nace de un encuentro
que se produce en la historia e ilumina el camino a lo largo del tiempo, tiene
necesidad de transmitirse a través de los siglos. Y mediante una cadena
ininterrumpida de testimonios llega a nosotros el rostro de Jesús. ¿Cómo es
posible esto? ¿Cómo podemos estar seguros de llegar al « verdadero Jesús » a
través de los siglos? Si el hombre fuese un individuo aislado, si partiésemos
solamente del « yo » individual, que busca en sí mismo la seguridad del
conocimiento, esta certeza sería imposible. No puedo ver por mí mismo lo que ha
sucedido en una época tan distante de la mía. Pero ésta no es la única manera
que tiene el hombre de conocer. La persona vive siempre en relación. Proviene
de otros, pertenece a otros, su vida se ensancha en el encuentro con otros.
Incluso el conocimiento de sí, la misma autoconciencia, es relacional y está
vinculada a otros que nos han precedido: en primer lugar nuestros padres, que
nos han dado la vida y el nombre. El lenguaje mismo, las palabras con que
interpretamos nuestra vida y nuestra realidad, nos llega a través de otros,
guardado en la memoria viva de otros. El conocimiento de uno mismo sólo es
posible cuando participamos en una memoria más grande. Lo mismo sucede con la
fe, que lleva a su plenitud el modo humano de comprender. El pasado de la fe,
aquel acto de amor de Jesús, que ha hecho germinar en el mundo una vida nueva,
nos llega en la memoria de otros, de testigos, conservado vivo en aquel sujeto
único de memoria que es la Iglesia. La Iglesia es una Madre que nos enseña a
hablar el lenguaje de la fe. San Juan, en su Evangelio, ha insistido en este
aspecto, uniendo fe y memoria, y asociando ambas a la acción del Espíritu Santo
que, como dice Jesús, « os irá recordando todo » (Jn 14,26). El Amor,
que es el Espíritu y que mora en la Iglesia, mantiene unidos entre sí todos los
tiempos y nos hace contemporáneos de Jesús, convirtiéndose en el guía de
nuestro camino de fe”: enc. LF 38,
en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html
[35] El seguimiento de este desarrollo lo realizó John Norman Davidson KELLY: Early Christian Creeds Longman London 1972 3ª 30-61. Cf. la cita de
su texto en Michael LaVelle COOK, S. J.: Christology
as Narrative Quest o. c., p. 125, nt. 292, 117.
[36] Este Concilio de NICEA de Bitinia (20 de mayo a 25 julio de 325: DS 125-129) es el primero después del
período apostólico. Lo convocó el emperador Constantino especialmente ante las
divisiones que el Obispo Arrio había promovido al interior de la Iglesia. Se lo
denomina de los “318 Padres”, pero, en realidad, el número de los obispos
participantes es incierto, entre 250 y 300. Algunos de ellos tenían en sus
cuerpos las marcas de las últimas persecuciones (Pablo de Neocesarea y
Pafnuncio de Egipto). La mayoría de ellos provenían del Oriente, aunque
Occidente estuvo representado, por lo menos, por el obispo Osio, de Córdoba,
muy cercano a Constantino, que presidió las sesiones, por dos delegados del
Obispo de Roma, y por otros dos más. Arrio proponía la consideración de que el
Verbo es inferior a Dios, mientras la propuesta de examinar la cuestión desde
la perspectiva de la tradición explicada o interpretada con la ayuda de las
categorías griegas (filosóficas especialmente) fue expuesta por los Obispos
Marcelo de Ancira (Ankara), Eustacio de Antioquía y por el diácono Atanasio de
Alejandría. Esta fue la opción que recogió el consenso de la mayoría, y fue
recogida en un “símbolo de la fe”: el Verbo “es engendrado, no hecho,
consubstancial al Padre”. Cf. Javier PAREDES – Maximiliano BARRIO – Domingo
RAMOS-LISSÓN – Luis SUÁREZ: Diccionario
de los Papas y Concilios Editorial Ariel SA Barcelona1998 1ª 608-609.
[37] Michael L. COOK, S.
J.: Christology as Narrative Quest o.
c., p. 125, nt. 292, 109-146.
El Primer Concilio de
CONSTANTINOPLA (381: DS 150-151) fue
convocado por el emperador Teodosio y se efectuó entre los meses de mayo y
julio del año señalado. Se conservan de él las listas de los ciento cincuenta
Obispos participantes y los cánones disciplinares en colecciones canónicas
antiguas. No hubo asistentes de Occidente, que, por lo demás, se habían reunido
en Aquileya ese mismo año. Presidió Melecio de Antioquía, y, a su muerte,
Gregorio de Nacianzo, elegido también Patriarca de Constantinopla. Además de
insistir en la doctrina de Nicea – y en la condena de la posición de Arrio y de
sus seguidores, que se había extendido notablemente – entró a deliberar sobre
el “macedonianismo” que negaba la consustancialidad del Espíritu Santo
(“pneumatómacos”). Será el Concilio de Calcedonia (del 451), en el que
intervinieron como legados del Papa tres Obispos y un presbítero, el que establecerá
que, aun cuando el Concilio de Constantinopla no hubiera tenido presencia de
representantes del Obispo de Roma, se lo había de tener en cuenta como
“ecuménico”. Cf. Javier PAREDES – Maximiliano BARRIO – Domingo RAMOS-LISSÓN –
Luis SUÁREZ: Diccionario de los Papas y
Concilios, o. c. nt.
anterior, 609-610.
[38] “This means that ‘an
epoch-making paradigm shift has taken place between scripture and Nicaea; the
same message of Jesus as Son of God appears in a completely different ‘thought
system’ or interpretative system” (Karl-Josef KUSCHEL: Born Before All Time? The Dispute over Christ’s Origin
Crossroad New York 1992 503. Según este autor existe un hiato entre exégesis y
dogmática, que sólo se puede salvar si la dogmática se entiende a sí misma como
una exégesis consistente): “Ha dejado una forma descendiente de ‘cristología
desde arriba’ que pone mayor énfasis sobre la divinidad de Jesús que sobre su
humanidad. Esto, a su vez, ha creado una cierta dicotomía entre la humanidad de
Jesús y su pre-existencia como la Palabra divina que no se encuentra en los
textos bíblicos […] Una crítica similar pudiera ser elevada a las
contemporáneas ‘cristologías desde abajo’ que quisieran cortar con la humana,
con la histórica vida de Jesús perdidas de sus amarres cristianos en la vida
misma de Dios. La sabiduría bíblica, especialmente Juan, no conoce una
pre-existencia considerada como un tema especulativo aislado de, o
independiente del Padre que Lo envió y del Espíritu que lo ungió (Mc
1,10-11; Jn 1,32-34”: Michael L. COOK, S. J.: Christology as Narrative Quest o. c., p. 125, nt. 292, 137.
[39] Por supuesto, tratándose de sólo de un momento en el proceso de
la reflexión teológica, en mi opinión es posible de ser enfatizada esta
percepción. Pero ella no llegó hasta allí, y el balance adecuado se vino a
establecer por parte del Concilio de Calcedonia, fundamental para la decisión y
profesión de la fe cristiana auténtica.
[40] Seguramente el primer “tratado” sistemático sobre la Trinidad, en
el que se explica a partir de los textos bíblicos mismos la “communicatio idiomatum” para expresar
rectamente el misterio de la encarnación del Verbo, se debe atribuir a San
Hilario DE POITIERS, en su obra De
Trinitate. Como ha recordado el Papa BENEDICTO XVI, en ella “se preocupó
por mostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del Hijo y la
igualdad que posee con el Padre, no sólo mediante textos del Nuevo Testamento,
sino también con muchas páginas del Antiguo, en las cuales ya aparece el
misterio de Cristo. Frente a los arrianos, insistió en la verdad de los nombres
del Padre y del Hijo, y desarrolló toda su teología trinitaria partiendo de la
fórmula del Bautismo, entregada a nosotros por el Señor mismo: «En el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». El Padre y el Hijo son de la
misma naturaleza. Y si algunos textos del Nuevo Testamento pudieran hacer
pensar que el Hijo fuera inferior al Padre, Hilario ofrece reglas precisas para
evitar interpretaciones desviadas: algunos textos de la Escritura hablan de
Jesús como Dios, otros, en cambio, ponen de relieve su humanidad. Algunos se
refieren a Él en su preexistencia junto al Padre, otros toman en consideración
su estado de abajamiento (kénosis),
su descenso hasta la muerte, y otros, en fin, lo contemplan en la gloria de la
resurrección”: Audiencia general del
miércoles 10 de octubre de 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20866.php?index=20866&po_date=10.10.2007&lang=sp
[41] San Juan y su comunidad, en el Evangelio (15,1-8), recogiendo la
reflexión del kerygma proclamado, al final del primer siglo, afirma que se trata,
ante todo, de una asimilación vital de los creyentes en Cristo, mediante su
incorporación en Él: “sin mí, nada podéis hacer”.
Para un estudio más
desarrollado del tema, cf. Michael L. COOK, S. J.: Christology as Narrative Quest o. c., p. 125, nt. 292,
147-175: “A Systematic Image: ‘The Incarnate Word’ in the ST of Thomas Aquinas”.
[42] De Juan Duns ESCOTO (1266 – 1308), quien escribió "Comentario a las
Sentencias", también conocida como "Opus oxoniens"; "De
primo principio"; "Quaestiones in metaphysicam" y
"Quodlibet".
El Papa BENEDICTO XVI citó
en esta misma línea al monje Ruperto DE DEUTZ (c. a. 1075-1129) en su
catequesis del 9 de diciembre de 2009, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24783.php?index=24783&lang=sp
[43] Para un desarrollo más amplio del asunto, cf. Michael L. COOK, S.
J.: Christology as Narrative Quest o.
c., p. 125, nt. 292, 176-211: “A Social-Transformation Image: ‘The Rejected
Prophet’ in the Mexican American Experience”.
[44] COMISIÓN TEOLÓGICA
INTERNACIONAL: Documento Comunione e
Servizio. La persona umana creata a immagine di Dio, de las sesiones plenarias efectuadas en Roma entre 2000 y 2002,
aprobado en forma específica, aprobado por su Presidente, Card. J. Ratzinger,
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, n. 53 en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20040723_communion-stewardship_it.html#_ednref1 (Traducción mía).
Acerca del tema de la “creación ex nihilo”, además de los
pronunciamientos del Magisterio (cf. DS
285; 790; 800; 1333; 3025; 3955; CAIC327;
etc.), la producción es amplia. Entre los estudios interdisciplinares más
recientes puede verse de Robert John RUSSELL: “God and Creation Ex nihilo in Light of Scientific
Cosmology”, parte I de su obra Cosmology.
From Alpha to Omega Fortress Press Minneapolis 2008 33-109.
[45] Cf. cc. 864 y 865, y, fundamentalmente, c. 748 § 2: “A nadie le
es lícito jamás coaccionar a los hombres a abrazar la fe católica contra su
propia conciencia”.
[47] El
texto hebraico dice: 26 ויאמר אלהים
נעשׁה אדם בצלמנו כדמותנו וירדו
בדגת הים ובעוף השׂמים ובבהמה
ובכל הארץ ובכל הרמשׁ הרמשׁ
על הארץ
[48] “«Digo, pues, como opinión mía - escribía a
propósito de la presencia universal del Cuerpo eucarístico de Cristo en
cualquier parte del espacio y del tiempo cósmico -, que ya antes de la Encarnación y antes de que
"Abrahán existiese", en el origen del mundo, Cristo pudo haber tenido
una verdadera existencia temporal en forma sacramental... Y si esto es así, se
sigue de ahí que la Eucaristía pudo haber existido antes de la concepción y de
la formación del Cuerpo de Cristo en la purísima sangre de la Bienaventurada
Virgen» (Reportatio parisiensis, IV, d. 10, q. 4, n. 6.7; Ed. Vivès
XVII, 232a. 233a)”: Fr. Hermann SCHALÜCK, Ministro general o.f.m. - Fr. Lanfranco SERRINI, Ministro general o.f.m.conv - Fr.
Flavio R. CARRARO, Ministro general
o.f.m.cap - Fr. José ANGULO QUILIS, Ministro general t.o.r.: Carta de los Ministros
Generales Franciscanos con motivo de la concesión de los honores litúrgicos al
Beato Juan Duns Escoto (12656-1308) (6-I-93), en Selecciones de
Franciscanismo vol. XXII n. 64 1993 26-31; texto original italiano en Acta
OFM 112 1993 3-7, tomado de (abril 2008): http://www.franciscanos.org/selfran64/juanduns2.html
[49] Tendremos que volver, en consecuencia, a esta descripción detallada en el siguiente cap. 5°, antropológico (pp. 708ss), para comprender, entre otros elementos, nuestra propuesta de “correlatos”, referidos al problema de la “verdad”, que estamos tratando de fundamentar. Podemos colegir, pues, que el Verbo no asumió ni la condición angélica ni la de las bestias u otros seres, sino, precisamente, la humana, y, más exactamente, en la “carne”, como resaltará, a su vez, la kénosis.
El aspecto cósmico de la encarnación del Verbo y su orientación antropológica ha estado tradicionalmente presente en la consideración de la Iglesia, de modo especial por parte de los Padres de la Iglesia de Oriente, así como de las comunidades de la Ortodoxia. Cf., al respecto, la Intervención de S. B. el Patriarca Ecuménico BARTOLOMEO I en la XII Asamblea del Sínodo de los Obispos, 18 de octubre de 2008, en donde señaló: “¿Cómo podríamos ignorar las amplias implicaciones de la Palabra divina hecha carne? ¿Por qué no logramos percibir la naturaleza creada como la extensión del Cuerpo de Cristo? Los teólogos cristianos de Oriente siempre resaltaban las proporciones cósmicas de la encarnación divina. La Palabra encarnada es intrínseca a la creación, que vino a la vida a través de las palabras divinas. San Máximo el Confesor insiste en la presencia de la Palabra de Dios en todas las cosas (cfr. Col 3,11); el Logos divino está en el centro del mundo, revelando misteriosamente su principio original y su finalidad última (cfr. 1 P 1,20). Éste es el misterio que describe san Atanasio de Alejandría: "El Logos – escribe – no está contenido en ninguna cosa y, sin embargo, contiene todas las cosas; está en todas las cosas pero fuera de cada cosa... el primogénito de todo el mundo en cada uno de sus aspectos". El mundo entero es un prólogo al Evangelio de San Juan. Y cuando la Iglesia fracasa al no reconocer las dimensiones más vastas y cósmicas de la Palabra de Dios, restringiendo sus preocupaciones a cuestiones puramente espirituales, desatiende su misión de implorar a Dios para que transforme – siempre y en todo lugar, “en todas partes en Su dominio” - el cosmos entero contaminado. No hay que maravillarse que el Domingo de Pascua, cuando la celebración pascual alcanza su clímax, los cristianos ortodoxos cantan: "Ahora cada cosa se llena de luz divina: el cielo y la tierra, y todas las cosas bajo la tierra. Regocíjese toda la creación". En:
http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22794.php?index=22794&po_date=18.10.2008&lang=sp En castellano: http://www.vatican.va/news_services/press/sinodo/documents/bollettino_22_xii-ordinaria-2008/04_spagnolo/b30_04.html
El aspecto cósmico de la encarnación del Verbo y su orientación antropológica ha estado tradicionalmente presente en la consideración de la Iglesia, de modo especial por parte de los Padres de la Iglesia de Oriente, así como de las comunidades de la Ortodoxia. Cf., al respecto, la Intervención de S. B. el Patriarca Ecuménico BARTOLOMEO I en la XII Asamblea del Sínodo de los Obispos, 18 de octubre de 2008, en donde señaló: “¿Cómo podríamos ignorar las amplias implicaciones de la Palabra divina hecha carne? ¿Por qué no logramos percibir la naturaleza creada como la extensión del Cuerpo de Cristo? Los teólogos cristianos de Oriente siempre resaltaban las proporciones cósmicas de la encarnación divina. La Palabra encarnada es intrínseca a la creación, que vino a la vida a través de las palabras divinas. San Máximo el Confesor insiste en la presencia de la Palabra de Dios en todas las cosas (cfr. Col 3,11); el Logos divino está en el centro del mundo, revelando misteriosamente su principio original y su finalidad última (cfr. 1 P 1,20). Éste es el misterio que describe san Atanasio de Alejandría: "El Logos – escribe – no está contenido en ninguna cosa y, sin embargo, contiene todas las cosas; está en todas las cosas pero fuera de cada cosa... el primogénito de todo el mundo en cada uno de sus aspectos". El mundo entero es un prólogo al Evangelio de San Juan. Y cuando la Iglesia fracasa al no reconocer las dimensiones más vastas y cósmicas de la Palabra de Dios, restringiendo sus preocupaciones a cuestiones puramente espirituales, desatiende su misión de implorar a Dios para que transforme – siempre y en todo lugar, “en todas partes en Su dominio” - el cosmos entero contaminado. No hay que maravillarse que el Domingo de Pascua, cuando la celebración pascual alcanza su clímax, los cristianos ortodoxos cantan: "Ahora cada cosa se llena de luz divina: el cielo y la tierra, y todas las cosas bajo la tierra. Regocíjese toda la creación". En:
http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22794.php?index=22794&po_date=18.10.2008&lang=sp En castellano: http://www.vatican.va/news_services/press/sinodo/documents/bollettino_22_xii-ordinaria-2008/04_spagnolo/b30_04.html
[50] La presentación que el Magisterio de la Iglesia hace de la
condición humana, de la “persona humana”, puede verse sintéticamente en la
Constitución GS del Conc. Vat. II:
“Primera parte: La Iglesia y la vocación del hombre: Capítulo I. La dignidad de
la persona humana”, especialmente, el n. 14 al que se ha titulado “constitución
del hombre”, en el que se recogen elementos mencionados en nuestro párrafo.
[51] BENEDICTO XVI: Carta encíclica Deus caritas est del 25 de diciembre de 2005, n. 13, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est_sp.html
[52] “Los pastores de almas están obligados a
procurar que la propia comunidad eclesiástica preste a los fieles asistencia
para que el estado matrimonial se mantenga en el espíritu cristiano y progrese
hacia la perfección. Ante todo, se ha de prestar esta asistencia: […] 3° por
una fructuosa celebración litúrgica del matrimonio, que ponga de manifiesto que
los cónyuges se constituyen en signo del
misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia y que participan de
él”.
[53] Luis Francisco LADARIA, S. J.: artículo “antropología” en X.
PIKAZA - N. SILANES (Dir.): Diccionario
teológico: El Dios cristiano Secretariado
Trinitario Salamanca 1992 78-79. Se ha de recordar que, al comienzo de
su Pontificado, el Papa JUAN PABLO II trabajó durante casi cuatro años este
tema en sus Audiencias o Catequesis de los miércoles en el Vaticano. En español
pueden verse en el periódico L’OR de
esos mismos años (1979 y siguientes), y, recogidos, en la obra en italiano, Uomo e donna lo creò (Citadella editrice
1984), y en Internet en http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/index_sp.htm Trabajaremos algunos de estos temas en el capítulo siguiente (pp.
865ss).
¿Puede correlacionarse esta
condición sexuada del ser humano con los datos que trabajan la antropología
cultural y la sociología, y, por ende, la historia, el derecho, la psicología,
la bioética, etc.? ¿Qué tanto estos hechos repercuten, o deberían repercutir,
en la acción que habrían de efectuar las mujeres en la actividad, a todo nivel,
de la Iglesia? Tal es el intento del CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA al
proponer un diálogo de alto nivel sobre el problema en el ámbito de su Asamblea
Plenaria del 4 al 7 de febrero de 2015: “Las culturas femeninas: igualdad y
diferencia”. La discusión se articula alrededor de cuatro temáticas, a saber:
“Entre igualdad y diferencia: a la búsqueda de un equilibrio”; “la
‘generatividad’ como código simbólico”; “El cuerpo femenino: entre cultura y
biología”; y “Las mujeres y la religión: ¿fuga o nuevas formas de participación
en la vida de la Iglesia?”. El documento preparatorio de la asamblea puede
verse (con el aviso del 2 de febrero) en: http://www.cultura.va/content/dam/cultura/docs/pdf/Traccia_es.pdf y http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/02/02/0084/00181.html
Notas finales
[i] “Los reyes de las grandes monarquías del Oriente
Próximo eran considerados como dioses (el faraón egipcio, el rey de Akkad);
como impuestos por los dioses a su pueblo (Babilonia); como descendientes de
los dioses o recipiendarios de un carisma divino. Este último caso,
probablemente, es el de la realeza micénica, según indican el testimonio de las
tablillas, ciertos epítetos homéricos («semejante a los dioses», «descendiente
de Zeus») y la historia del cetro de Agamenón (Homero, Ilíada, 11, 100 ss.). Si la realeza divina no está atestiguada en
la Grecia clásica, es general,
en cambio, el culto como héroe del fundador de una ciudad (ktistes) o del
antepasado mítico de una tribu o fratría (eponymos). La concepción
antropomórfica y dinámica de la divinidad se prestaba a la «divinización» de
los gobernantes poderosos en vida, y los mitos de inmortalización o traslado al
Olimpo de algunos seres humanos. Heracles (Hesíodo, Teogonía, 950 ss.; Píndaro,
Nemeas, I, 61 ss.), Ganimedes (Hom., Riada, XX, 232), Ino (Hom., Odisea, XX,
232), a la creencia similar en un premio post mortem para los benefactores de
un pueblo, como Licurgo (Heródoto, I, 65). El primer ejemplo griego de
divinización es el de Lisandro en Samos (Plutarco, Lisandro 18=Duris, en
Jacoby, Frag. Griech. Hist. II A, p. 157, n° 71, Ateneo XV, 696E); Agesilao,
más modesto, se negó a la erección del templo que le ofrecían los tasios
(Plutarco, Apotegmas de los Lacedemonios, Agesilao, 25 ss.); no así Filipo II
de Macedonia a la construcción del suyo en Olimpia después de la batalla de
Queronea (Pausanias, V, 20, 10). La práctica, consagrada por Alejandro Magno al
hacerse proclamar hijo de Ammón por el oráculo líbico (Diodoro, XVII, 69 ss.;
Arriano, Anabasis, III, 3, 4; Plutarco, Alex. 27), la continúan sus sucesores:
Ptolomeo II funda un culto a Ptolomeo I y Berenice, para declararse dios, c. a.
el 270 a. C., con su esposa Arsínoe. Ciertos epítetos cultuales, Soter,
«salvador» (asignado a Antígono 1, Ptolomeo I, etc.) y Epí-phanes « (dios)
manifiesto» (Antíoco IV) indican los rasgos divinos de la realeza en otras
partes.” L. GIL FERNÁNDEZ: art. apoteosis, en: Gran Enciclopedia Rialp Humanidades y Ciencia Madrid Ediciones Rialp 1971 Última actualización 1991. En (consulta junio 2006): http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=12229&cat=varios
[ii] Concierne la declaración conciliar a la denominada
“deificación” de Jesús, según la cual, él mismo habría llegado a ser
“divinizado” por la resurrección. La postura más extrema parece haber sido la
de Arrio (256-336), presbítero libio que
trabajó en Baucalis, una de las nueve iglesias del Patriarcado de Alejandría
(bajo el influjo de Filón). Afirmaba Arrio que “el
Hijo no siempre ha existido (...), el mismo Logos de Dios ha sido creado de la
nada, y hubo un tiempo en que no existía; no existía antes de ser hecho, y
también El tuvo comienzo. El Logos no es verdadero Dios. Aunque sea llamado
Dios, no es verdaderamente tal”.
“Arrio recibió apoyo y
ataques. Para los simpatizantes, como para los origenistas, no se podía enseñar
una comunicación formal (prolación) de la substancia del Padre al Hijo. Pero
los arrianos tampoco querían hablar, como Orígenes, de un eterno ser engendrado
del Hijo, para no llegar a dos principios divinos. Los adversarios se apoyan en
este eterno ser engendrado, lo que no se puede investigar. El sínodo de
Antioquía (324/25) es como la apertura del de Nicea con un símbolo claramente
antiarriano: el Hijo no está hecho de la nada, sino es engendrado de manera
incomprensible, como imagen adecuada del Padre. Todavía no aparecen los
términos clásicos de consubstancial o de la substancia del Padre. Nicea,
basándose en un símbolo de Palestina, añade frases antiarrianas: de la
substancia del Padre, Dios de Dios, no creado, consubstancial (ομοουσιος)
al Padre, etc. Para Atanasio, el canon de Nicea (DS 126) es el equivalente en anatematismo al ομοουσιος. Respecto a
la discusión sobre la posible helenización del cristianismo en Nicea,
actualmente se estaría de acuerdo en que el símbolo de Nicea sería
interpretación auténtica de la tradición. Si usan términos no bíblicos es
precisamente para defenderla. El consubstancial era para cerrar el paso
a los arrianos y a su helenización. El interés era soteriológico: si Cristo no
era Dios, no estábamos salvados (cf. Ad Afros, 9)”: Sergio ZAÑARTU, S. J.: “Historia del Dogma
Trinitario hasta S. Agustín” Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue
publicado en Teología y Vida XXXIII 1992 35-58. En (consulta junio
2006): http://www.uc.cl/facteo/MaterialSergioZanartu/2HistDogmAntigApuntes/HistDogmaIApuntes.pdf
Esa “deificación” que tan acérrimamente fue controvertida para el caso
de Jesús (por las consecuencias que llevaba consigo), gustosísimamente fue
acogida para el caso de los demás seres humanos (teleíosis, v. gr.), en virtud de la gracia redentora de Cristo,
sobre todo por parte de los Padres de la Iglesia en Oriente. Dichas las cosas
en presente, para ellos no se trataría sólo de una cierta “humanización”, sino
de la verdadera conjunción y cooperación de Dios y el ser humano, de la gracia
y la naturaleza-cultura humana, que, en nuestra perspectiva, hay que considerar
– sin caer en el panteísmo – como una expresión de la relación permanente de
Dios con toda su creación.
Con todo, también en Occidente encontramos esta línea de pensamiento –
tan a propósito de la educación y de las Universidades que estamos tratando,
aunque no circunscrita a ellas – en obras como la de San Benito de Nursia, Abad
(480-547), como lo ha hecho notar el Papa BENEDICTO XVI: “San Gregorio Magno
racconta anche, in questo libro dei Dialoghi,
di molti miracoli compiuti dal Santo (San Benito), ed anche qui non vuole
semplicemente raccontare qualche cosa di strano, ma dimostrare come Dio, ammonendo, aiutando e anche punendo,
intervenga nelle concrete situazioni della vita dell’uomo. Vuole mostrare che Dio non è un’ipotesi lontana posta
all’origine del mondo, ma è presente nella vita dell’uomo, di ogni uomo
[...] In contrasto con una
autorealizzazione facile ed egocentrica, oggi spesso esaltata, l’impegno
primo ed irrinunciabile del discepolo di san Benedetto è la sincera ricerca di Dio (Regola 58,7) sulla via tracciata dal
Cristo umile ed obbediente (5,13), all’amore del quale egli non deve
anteporre alcunché (4,21; 72,11) e proprio così, nel servizio dell’altro, diventa uomo del servizio e della pace.
Nell’esercizio dell’obbedienza posta in atto con una fede animata dall’amore
(5,2), il monaco conquista l’umiltà (5,1), alla quale la Regola dedica
un intero capitolo (7). In questo modo
l’uomo diventa sempre più conforme a Cristo e raggiunge la vera
autorealizzazione come creatura ad immagine e somiglianza di Dio [...] Oggi l’Europa – uscita appena da un secolo
profondamente ferito da due guerre mondiali e dopo il crollo delle grandi
ideologie rivelatesi come tragiche utopie – è alla ricerca della propria
identità. Per creare un’unità nuova e duratura, sono certo importanti gli
strumenti politici, economici e giuridici, ma occorre anche suscitare un
rinnovamento etico e spirituale che attinga alle radici cristiane del
Continente, altrimenti non si può ricostruire l’Europa. Senza questa linfa
vitale, l’uomo resta esposto al pericolo di soccombere all’antica tentazione di volersi redimere da sé – utopia che, in
modi diversi, nell’Europa del Novecento ha causato, come ha rilevato il Papa
Giovanni Paolo II, "un regresso senza precedenti nella tormentata storia
dell’umanità" (Insegnamenti, XIII/1, 1990, p. 58). Cercando il vero
progresso, ascoltiamo anche oggi la Regola di san Benedetto come una
luce per il nostro cammino. Il grande
monaco rimane un vero maestro alla cui scuola possiamo imparare l’arte di
vivere l’umanesimo vero”: Audiencia
general del 9 de abril de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21951.php?index=21951&po_date=09.04.2008&lang=sp Las cursivas son mías.
Una aplicación de esta perspectiva a la educación puede verse en el texto
de Graciela Beatriz HERNÁNDEZ DE LAMAS: La
educación y la divinización del hombre, en (consulta abril 2008): http://members.fortunecity.es/mariabo/educacion_divinizacion.htm obtenida el 16 Mar 2008 19:27:29 GMT.
[iii] Las definiciones de la fe cristiana requieren
que se precise su carácter evolutivo y progresivo, surgidas del
desenvolvimiento de la reflexión de Obispos, teólogos y pueblo cristiano en
general, algunas veces situados en perspectivas, si no opuestas, al menos
diferentes. Tal ocurre, p. ej., con las decisiones de los Concilios de Éfeso y
de Calcedonia. El de Éfeso (431: DS
250-268) – reunido especialmente para debatir las tesis de Nestorio (c. a. 386
– c. a. 451), quien había afirmado que Cristo era sólo un hombre en el que
había habitado Dios, pero, estrictamente, no era Dios – “por un pequeño margen
había condenado la herejía de Nestorio acerca de las dos personas en Cristo”.
Cf. Javier
PAREDES – Maximiliano BARRIO – Domingo RAMOS-LISSÓN – Luis SUÁREZ: Diccionario de los Papas y Concilios
Editorial Ariel SA Barcelona1998 1ª 610-611. Esa expresión teológica, sin
embargo, se ha mantenido por parte de sus seguidores, incluso hasta el día de
hoy: primero, se divulgó ampliamente por Asia, llegando hasta la India, la
China y los territorios de Siberia; hoy, existen grupos pertenecientes a esta
Iglesia en Iraq (donde se denomina Iglesia Apostólica Siria), en Irán, India,
China y, especialmente en Estados Unidos, a donde han llegado como migrantes de
tales países.
El Concilio de Calcedonia (451: DS
300-305), por su parte, como hemos insistido desde el comienzo de esta
investigación, es fundamental en nuestro contexto, método y propósito en razón
del balance que logra establecer en la confesión de la fe en Cristo “verdadero
Dios y verdadero hombre”. El Concilio, reunido por decreto y bajo el patrocinio
de los emperadores Marciano y Valentiniano III, y aprobado por el Papa León
Magno, se pronunció en contra de la herejía de Eutiques y los Monofisistas:
“puesto que Nestorio totalmente dividió lo divino y lo humano en Cristo, de tal
forma que pensó en la existencia de dos seres en Cristo, llegó a ser de la
incumbencia de sus opositores enfatizar la unidad de Cristo y mostrar al
hombre-Dios, no como dos seres sino como uno. Algunos de sus oponentes, en sus
esfuerzos para mantener la unidad física de Cristo, sostuvieron que las dos
naturalezas existentes en Él, la divina y la humana, estaban tan íntimamente
unidas que llegaban a ser físicamente una, puesto que la naturaleza humana era
completamente absorbida por la divina. Así resultaba un Cristo, no sólo con una
sola personalidad sino también con una sola naturaleza. Después de la
Encarnación, dijeron ellos, ninguna distinción podía hacerse en Cristo entre lo
divino y lo humano […] Entre las cartas (que envió el Papa al Concilio), todas
las cuales llevan la fecha 13 de Junio del 449, está una conocida como
"Epístola Dogmática" de León I, en la cual explica el misterio de la
Encarnación, con referencia especial a las preguntas elevadas por Eutiques.
Así, él declaró que después de la Encarnación, que fue adecuada a cada
naturaleza y substancia en Cristo, permanecieron intactas, ambas unidas a una
única persona, de tal forma, que cada naturaleza actuaba de acuerdo con sus
propias cualidades y características […] La más importante de todas las
sesiones fue la quinta, ocurrida el 22 de Octubre; en ella los Obispos
publicaron un decreto referente a la fe cristiana, que debía considerarse como
un decreto dogmático específico del Cuarto Concilio General. Se designó una
comisión especial, compuesta por los delegados papales, Anatolio de
Constantinopla, Máximo de Antioquía, Juvenal de Jerusalén y otras personas,
para redactar el credo o símbolo. Después, de nuevo aprobaron los decretos y símbolos
del Concilio de Nicea (325), Constantinopla (381) y Éfeso (431), también como
las enseñanzas de San Cirilo en contra de Nestorio y la epístola dogmática del
Papa León I; el documento dice: «Enseñamos... a uno y el mismo Cristo, Hijo,
Señor, el único engendrado, conocido en dos naturalezas, sin confusión, sin
cambio, sin división, sin separación»”: Francis J. SCHAEFER: art. “Concilio de
Calcedonia” en The Catholic Encyclopedia
Robert Appleton Company 1907 Volume I, Online Edition Copyright © 1999 by Kevin
Knight, en: http://www.enciclopediacatolica.com/c/concilcalcedon.htm Cf. Javier PAREDES – Maximiliano BARRIO – Domingo
RAMOS-LISSÓN – Luis SUÁREZ: Diccionario
de los Papas y Concilios Editorial Ariel SA Barcelona1998 1ª 611-612.
Dos Concilios
posteriores volvieron a tratar cuestiones conexas con las ya dilucidadas y
definidas, sobre todo en relación con el monofisitismo (Constantinopla II, 553:
DS 421-438) y el monotelismo (Constantinopla
II o Trullano, 680-681: DS 550-559).
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