Capítulo V
Continuación (III)
1.
El ‘hombre nuevo’: ser histórico, en
gratuidad, misterio, alegría[4] y trascendencia.
a.
La resurrección es, ante todo, la plena inhabitación de Dios Trino en nosotros
y de nosotros en Dios
b. En segundo
lugar, la comunión de Dios con sus “hijos”, plenificará también las relaciones
entre éstos.
c. Por último,
la resurrección afecta a la misma corporeidad humana, más aún, a la dimensión
cósmica de la que ha sido hecha y de la que ha participado en todas sus
vicisitudes.
Notas de pie de página
Continuación (III)
III. Resurrección y antropología cristiana: potencia y fortaleza de Dios para el proyecto de seres humanos, hombres nuevos: en la historia y en la esperanza, por y para el amor, en gratuidad, vida y trascendencia.
La
encarnación nos ha permitido destacar la “dote óntica” con la que hemos nacido,
con la multitud de factores y potenciales – de vocaciones – que estamos
llamados a realizar durante la existencia presente. La kénosis, por su parte,
nos ha consentido hacer notar que, en su realización, a pesar de los límites, y
aún de los obstáculos que se presentan a dichos dinamismos, el ser humano no
queda inmovilizado y reducido a un fatalismo, ni está forzado a la abolición de
sus responsabilidades, sino que, por el contrario, unos y otros lo deberían
hacer más realista y más consciente de su finitud. En consecuencia, su propio
destino, dentro de tales limitaciones y ante sus contingencias de desviación,
lo tiene en sus manos.
Más
aún, cada uno de los seres humanos, hombres y mujeres nuevos, de manera muy
especial, en medio de tales circunstancias, tan exclusivamente personales, está
llamado a realizar la plenitud de su vocación que, como tantas veces hemos
afirmado, es la divina. Su vocación de trascendencia. De tales dinamismos
forman parte las “dimensiones” y las “virtudes” mencionadas – y algunas otras
que mencionaremos un poco más adelante – pues ellas son capacidades reales
efectivamente presentes en el ser humano, y, más precisamente, constitutivas
del mismo. Ellas, con todo, apuntan en dirección a una vocación comunitaria y
trascendente de las personas, a una socialización
y a una espiritualización suyas distintas de las de la vida terrena.
En lo
referente a la vocación nueva
comunitaria, la expresión típica es Israel como Pueblo, y la Iglesia, como el nuevo Pueblo de Dios. Volveremos sobre
ello un poco más adelante (cf. infra, III,1.b, p. 948).
En
cuanto a la espiritualización, así lo explicaba el Papa JUAN PABLO II:
“El hombre "escatológico" estará libre de esa "oposición". En la resurrección, el cuerpo volverá a la perfecta unidad y armonía con el espíritu: el hombre no experimentará más la oposición entre lo que en él es espiritual y lo que es corpóreo. La "espiritualización" significa no sólo que el espíritu dominará al cuerpo, sino, diría, que impregnará plenamente al cuerpo, y que las fuerzas del espíritu impregnarán las energías del cuerpo”[1].
Es,
entonces, precisamente la resurrección de Cristo la que mejor permite destacar
que las capacidades y energías – de filiación afiliante – que estaban ya
presentes en Él desde su vida terrenal, han alcanzado el horizonte de su
perfección. Y que así como sucedió en él, dichas capacidades, por la acción del
Espíritu del Resucitado, se potencian y fortalecen en los seres humanos,
mujeres y hombres nuevos, durante nuestro peregrinar histórico (cf. supra, cap.
4°, 2.a, p. 612ss), aún las más
sutiles, delicadas o específicas: y ello no sólo en las personas
individualmente consideradas, sino en todo el conjunto social y cultural con
sus riquezas y particularidades, que crecen y se “edifican” actualmente sin
perder o minimizar su tendencia a la organicidad y unidad finalizada en Cristo,
como volveremos a examinarlo en la siguiente sección.
El Papa
Juan Pablo II destacaba esta “capacitación” de la siguiente manera,
refiriéndose, como ejemplo, y según hemos visto, a uno de tales dinamismos
vocacionales mencionados, la templanza:
“La abstención "de la
impureza", que implica el mantenimiento del cuerpo "en santidad y
respeto", permite deducir que, según la doctrina del Apóstol, la pureza es
una "capacidad centrada en la dignidad del cuerpo, esto es, en la
dignidad de la persona en relación con el propio cuerpo, con la feminidad y
masculinidad que se manifiesta en este cuerpo. La pureza, entendida como
"capacidad" es precisamente expresión y fruto de la vida "según
el Espíritu" en el significado pleno de la expresión, es decir, como
capacidad nueva del ser humano, en el que da fruto el don del Espíritu Santo.
Estas dos dimensiones de la pureza —la dimensión moral, o sea, la virtud,
y la dimensión carismática, o sea, el don del Espíritu Santo— están
presentes y estrechamente ligadas en el mensaje de Pablo. Esto lo pone
especialmente de relieve el Apóstol en la primera Carta a los Corintios, en la
que llama al cuerpo "templo (por tanto, morada y santuario) del
Espíritu Santo"[2].
Como
hemos afirmado, la resurrección de Cristo posee una “dimensión” histórica, es
decir, que toca a nuestro “más acá”, a nuestro mundo. Y esto es fundamental. La
resurrección nos remite a potenciar esas capacidades humanas en orden a la
transformación no sólo personal sino social de la realidad presente. Y, si lo
queremos considerar así – en la perspectiva de los “signos de los tiempos” –,
se trata de una “exigencia” que nos plantea a los creyentes – inclusive en
orden a un diálogo serio con él – el ateísmo en sus diversas expresiones y
formas[3]: en nuestro caso, si queremos
examinar la actividad universitaria, y la presencia y acción de la teología en
ella. Fue sobre todo Pablo, en su carta a los Colosenses, quien precisamente
relacionó la resurrección de Cristo con nuestra propia resurrección, y advirtió
que ésta, en lugar de remitirnos exclusiva y primeramente al “más allá”, por el
contrario nos remite a nuestro actual “más acá”:
“Si habéis sido resucitados
con Cristo, buscad las cosas las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a
la diestra de Dios […] Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta
con Cristo en Dios” (Col 3,1-3).
1.
El ‘hombre nuevo’: ser histórico, en
gratuidad, misterio, alegría[4] y trascendencia.
1.
Diversos aspectos de la problemática actual, de suma importancia, reclaman este
apartado. En efecto, hemos de señalar que, para ciertas concepciones, el ser
humano auténtico consiste en quien ha
sido el “opresor” de muchos, aquel que ha “alienado” y “victimizado”, es decir,
aquel que ha maltratado y explotado, a todo lo largo de la historia, a la gran
mayoría de la humanidad: él es la verdadera imagen del “hombre”. Fue Karl Marx
quien “describió drásticamente la «alienación» del hombre”; pero, ¿acaso,
“y desde otro punto de
vista: los opresores, son realmente la verdadera imagen del hombre?, ¿no son
más bien los primeros deformados, una degradación del hombre?...”[5]
Pero,
simultáneamente, hemos de examinar nuestras concepciones actuales acerca del
estatuto presente y futuro del ser humano.
Para
acercarnos atentamente a todo ello es necesario tener presente que, más que
nunca, son los datos procedentes de la revelación los que nos argumentan y
orientan, no en el sentido de una “desencarnación”, como se pudiera pensar,
sino, todo lo contrario, como la plenitud de la corporeidad espiritualizada, a
la que antes hemos aludido y que hemos intentado describir[6].
En
efecto, los textos neotestamentarios giran principalmente sobre el enfoque que
aportó Jesús: en torno a la problemática de la ley véterotestamentaria del
“levirato” (cf. Dt 25,7-10; Gn 38,8), p. ej., y, de nuevo, sobre la
“teología del cuerpo”. Las precisiones de Jesús, por su parte, se encuentran en
los tres sinópticos (cf. Mt 22,24-30;
Mc 12,18-27; Lc 20,27-40), y forman, con las menciones “al principio” y “al
corazón”, a las que nos hemos referido en el presente capítulo y en el capítulo
anterior de esta investigación, un verdadero “tríptico” de esta “teología del
cuerpo”. El contexto de esta discusión de Jesús, sin embargo, no es solamente
sobre la interpretación del texto: sabemos bien que se trató, más bien de una
polémica con los saduceos, quienes, como vimos (cf. (I,1.a.1), p. 406),
“afirman que no hay resurrección” (Mt
22,23).
a.
La resurrección es, ante todo, la plena inhabitación de Dios Trino en nosotros
y de nosotros en Dios
2. Al final de esta tensión entre presente y
futuro en que actualmente vivimos, éste se resolverá en los varios campos y
dimensiones que conforman a los seres humanos, mujeres y hombres nuevos, en la
ausencia permanente y definitiva de aquélla, mediante la plenificación y
armonía de tales dinamismos. El “ser hijos” en el Hijo llegará a su total
acabamiento y realización gracias a la comunicación completa de Dios y de su
amor a nosotros. Algunos textos del Magisterio aún reciente del Papa Juan Pablo
II nos orientan en una nueva captación de la riqueza de este sentido:
“2. En la vida terrena, el
dominio del espíritu sobre el cuerpo — y la simultánea subordinación del cuerpo
al espíritu —, como fruto de un trabajo perseverante sobre sí mismo, puede
expresar una personalidad espiritualmente madura; sin embargo, el hecho de que
las energías del espíritu logren dominar las fuerzas del cuerpo, no quita la
posibilidad misma de su recíproca oposición. La "espiritualización",
a la que aluden los evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc
20, 34-35) en los textos aquí analizados, está ya fuera de esta posibilidad. Se
trata, pues, de una espiritualización perfecta, en la que queda completamente
eliminada la posibilidad de que "otra ley luche contra la ley de
la... mente" (cf. Rom 7, 23). Este estado que — como es claro — se
diferencia esencialmente (y no sólo en grado) de lo que experimentamos en la
vida terrena, no significa, sin embargo, "desencarnación" alguna del
cuerpo ni, consiguientemente, una "deshumanización" del hombre. Más
aún, significa, por el contrario, su "realización" perfecta.
Efectivamente, en el ser compuesto, psicosomático, que es el hombre, la
perfección no puede consistir en una oposición recíproca del espíritu y del
cuerpo, sino en una profunda armonía entre ellos, salvaguardando el primado
del espíritu. En el "otro mundo", este primado se realizará y
manifestará en una espontaneidad perfecta, carente de oposición alguna por
parte del cuerpo. Sin embargo, esto no hay que entenderlo como una "victoria"
definitiva del espíritu sobre el cuerpo. La resurrección consistirá en la
perfecta participación por parte de todo lo corpóreo del hombre en lo que en él
es espiritual. Al mismo tiempo consistirá en la realización perfecta de lo que
en el hombre es personal.
3. Las palabras de los
sinópticos atestiguan que el estado del hombre en el "otro mundo"
será no sólo un estado de perfecta espiritualización, sino también de
fundamental "divinización" de su humanidad. Los "hijos de la
resurrección" —como leemos en Lucas 20, 36 — no sólo "son semejantes
a los ángeles", sino que también "son hijos de Dios". De aquí se
puede sacar la conclusión de que el grado de espiritualización, propia del
hombre "escatológico", tendrá su fuente en el grado de su
"divinización", incomparablemente superior a la que se puede
conseguir en la vida terrena. Es necesario añadir que aquí se trata no sólo de
un grado diverso, sino en cierto sentido de otro género de
"divinización". La participación en la naturaleza divina, la
participación en la vida íntima de Dios mismo, penetración e impregnación de lo
que es esencialmente humano por parte de lo que es esencialmente divino,
alcanzará entonces su vértice, por lo cual la vida del espíritu humano llegará
a una plenitud tal, que antes le era absolutamente inaccesible. Esta nueva
espiritualización será, pues, fruto de la gracia, esto es, de la
comunicación de Dios en su misma divinidad, no sólo al alma, sino a toda
la subjetividad psicosomática del hombre. Hablamos aquí de la
"subjetividad" (y no sólo de la "naturaleza") porque esa
divinización se entiende no sólo como un "estado interior" del hombre
(esto es, del sujeto), capaz de ver a Dios "cara a cara", sino
también como una nueva formación de toda la subjetividad personal del hombre a
medida de la unión con Dios en su misterio trinitario y de la intimidad con El
en la perfecta comunión de las personas. Esta intimidad — con toda su
intensidad subjetiva — no absorberá la subjetividad personal del hombre, sino,
al contrario, la hará resaltar en medida incomparablemente mayor y más plena”[7].
Esta
unión de Dios con los seres humanos, mujeres y hombres nuevos, no tiene como
consecuencia, sin embargo, la desaparición de la condición subjetiva y personal
de cada uno, sino, por el contrario, la plena realización de esta misma
condición[8]. Afirmaba, al respecto, el
Papa:
“2. Las palabras de Cristo,
referidas por los evangelios sinópticos, nos permiten deducir que los que
participen del "otro mundo" conservarán — en esta unión con el Dios
vivo, que brota de la visión beatífica de su unidad y comunión trinitaria — no
sólo su auténtica subjetividad, sino que la adquirirán en medida mucho más
perfecta que en la vida terrena. Así quedará confirmada, además, la ley del
orden integral de la persona, según el cual la perfección de la comunión no
sólo está condicionada por la perfección o madurez espiritual del sujeto, sino
también, a su vez, la determina. Los que participarán en el "mundo
futuro", esto es, en la perfecta comunión con el Dios vivo, gozarán de una
subjetividad perfectamente madura. Si en esta perfecta subjetividad, aun
conservando en su cuerpo resucitado, es decir, glorioso, la masculinidad y la
feminidad, "no tomarán mujer ni marido", esto se explica no
sólo porque ha terminado la historia, sino también y sobre todo por la "autenticidad
escatológica" de la respuesta a esa "comunicación" del
Sujeto Divino, que constituirá la experiencia beatificante del don de sí mismo
por parte de Dios, absolutamente superior a toda experiencia propia de la vida
terrena.
3. El recíproco don de sí
mismo a Dios — don en el que el hombre concentrará y expresará todas las
energías de la propia subjetividad personal y, a la vez, sicosomática — será la
respuesta al don de sí mismo por parte de Dios al hombre[9]. En este recíproco
don de sí mismo por parte del hombre, don que se convertirá, hasta el fondo y
definitivamente, en beatificante, como respuesta digna de un sujeto personal al
don de sí por parte de Dios, la "virginidad", o mejor, el estado
virginal del cuerpo se manifestará plenamente como cumplimiento escatológico
del significado "esponsalicio" del cuerpo, como el signo específico y
la expresión auténtica de toda la subjetividad personal. Así, pues, esa
situación escatológica en la que "no tomarán mujer ni marido", tiene
su fundamento sólido en el estado futuro del sujeto personal, cuando después de
la visión de Dios "cara a cara", nacerá en él un amor de tal
profundidad y fuerza de concentración en Dios mismo, que absorberá
completamente toda su subjetividad sicosomática.”[10].
Las consecuencias de este hecho se aprecian también en la dignidad que posee, por ese mismo hecho vocacional de la resurrección, toda vida humana. Jesucristo es el vencedor del pecado y de la muerte. Cada ser humano, cada “hijo de Dios”, en toda su integralidad, es digno, porque desde ya está destinado a resucitar, a lograr la inhabitación plena de Dios Trino en él. Su vida actual, su cuerpo humano – en especial cuando es consagrado por el agua y el crisma bautismales, que significativamente así lo expresan –, es el correlato de ese amor elevante y capacitante de Dios revelado en Cristo y prolongado en el tiempo por el Espíritu Santo, y lleva consigo la correspondencia de acoger con gratitud, con decisión y con valor la vida y la dignidad como dones de Dios, del que es Él el único Dueño y Señor.
b. En segundo
lugar, la comunión de Dios con sus “hijos”, plenificará también las relaciones
entre éstos.
3. La
dimensión comunitaria es una característica y un dinamismo esencial en el
proyecto humano según el querer de Dios. En efecto, diametralmente opuesta a
cierta concepción individualista o egoísta de “salvación”, la salvación de Dios
se muestra característica en sus rasgos y dinamismos comunitarios. Más aún,
como estructura social. A ello nos referimos, precisamente, cuando hablamos del
“pueblo”, que no es una mera yuxtaposición de individuos, ni, mucho menos, un
montón informe. No. Precisamente, esta nota peculiar la evidencia un hecho
histórico: la comunidad israelítica, primero, y su prolongación y, al mismo
tiempo, su discontinuidad, en la comunidad eclesial.
En
efecto, el pueblo de Israel era figura del nuevo pueblo de Dios (cf. LG 9a). Este nuevo pueblo de Dios, que
nació del Acontecimiento pascual, debe volver al mismo como su fuente
inagotable para comprender mejor los rasgos de su propia identidad y las
razones de su propia existencia[11]. Desde entonces, formado en su
conjunto visible por personas provenientes tanto del judaísmo como de las demás
naciones de la tierra, se establece mediante unos vínculos que no son los de la
carne y de la sangre, sino mediante la fe y el bautismo, es decir, gracias a la
adhesión personal a Jesús resucitado y como respuesta a la moción del Espíritu.
La inserción en Jesucristo congrega visiblemente a la comunidad y, más aún, es
él mismo quien permanentemente la vitaliza, haciendo que cada uno de los
agregados, hombre o mujer, posea una dignidad nueva y propia, y un espacio de
libertad genuino y original en el seno de la misma comunidad: misión y deber “profético, sacerdotal y real”[12].
Como
sociedad organizada, esta comunidad sacramental, la Iglesia, está llamada a
perfeccionarse desde el presente en la
experiencia y vivencia del amor y en la
actualización del reino de Dios. Mediante estas dos “finalidades”, ad intra
y ad extra – por así decir –, que el Espíritu suscita en todos sus miembros –
entre quienes están todos “los que se van salvando” (cf. He 2,47), los “justos”, desde Abel[13] hasta el final de los tiempos,
asociados de una manera real aunque de la manera que sólo Dios conoce – la
comunidad realiza cuatro actividades, igualmente típicas: mantenerse en la
escucha “asidua de la enseñanza de los apóstoles[14]”, en “la comunión[15]”, en la “fracción del pan[16]” y en “las oraciones[17]”: que definieron a los primeros
cristianos (cf. He 2,42), pero que
también, a lo largo de la historia hasta el presente, siguen siendo rasgos
distintivos de la comunidad eclesial en medio del mundo, a pesar de cuanto ha
tratado, y trata hoy en día, de corroer la capacidad humana de oponerse a la escucha
de Dios. Y lo será en el futuro. Esta “organicidad estructural” de la comunión
eclesial, en la que cada miembro posee una función y una tarea, fue comparada
por S. Pablo en su símil del “cuerpo”, al que ya nos referimos (cf. 1Cor 12,27)[i].
La razón
de ello la explicaba, yendo hasta sus mismos comienzos, el Papa JUAN PABLO II,
en los siguientes términos:
“4. La
"divinización" en el "otro mundo", indicada por las
palabras de Cristo aportará al espíritu humano una tal "gama de
experiencias" de la verdad y del amor, que el hombre nunca habría podido
alcanzar en la vida terrena. Cuando Cristo habla de la resurrección, demuestra
al mismo tiempo que en esta experiencia escatológica de la verdad y del amor,
unida a la visión de Dios "cara a cara", participará también, a su
modo, el cuerpo humano. Cuando Cristo dice que los que participen en la
resurrección futura "ni se casarán ni serán dadas en matrimonio" (Mc
12, 25), sus palabras — como ya hemos observado antes — afirman no sólo el
final de la historia terrena, vinculada al matrimonio y a la procreación, sino
también parecen descubrir el nuevo significado del cuerpo. En este caso, ¿es
quizá posible pensar — a nivel de escatología bíblica — en el
descubrimiento del significado "esponsalicio" del cuerpo, sobre
todo como significado "virginal" de ser, en cuanto al cuerpo,
varón y mujer? Para responder a esta pregunta que surge de las palabras
referidas por los sinópticos, conviene penetrar más a fondo en la esencia misma
de lo que será la visión beatífica del Ser Divino, visión de Dios "cara a
cara" en la vida futura. Es preciso también dejarse guiar por esa
"gama de experiencias" de la verdad y del amor, que sobrepasa los
límites de las posibilidades cognoscitivas y espirituales del hombre en la
temporalidad, y de la que será partícipe en el "otro mundo"”[18].
Y
añadía:
“4. Esta concentración del
conocimiento ("visión") y del amor en Dios mismo —concentración que
no puede ser sino la plena participación en la vida íntima de Dios, esto es, en
la misma realidad Trinitaria — será, al mismo tiempo, el descubrimiento, en
Dios, de todo el "mundo" de las relaciones constitutivas de su orden
perenne ("cosmos"). Esta concentración será, sobre todo, del
descubrimiento de sí por parte del hombre, no sólo en la profundidad de la
propia persona, sino también en la unión que es propia del mundo de las
personas en su constitución sicosomática. Ciertamente, ésta es una unión de
comunión. La concentración del conocimiento y del amor sobre Dios mismo en la
comunión trinitaria de las personas puede encontrar una respuesta beatificante
en los que llevarán a ser partícipes del "otro mundo" únicamente a
través de la realización de la comunión recíproca proporcionada a personas
creadas. Y por esto profesamos la fe en la "comunión de los
Santos" (communio sanctorum), y la profesamos en conexión orgánica
con la fe en la "resurrección de los muertos". Las palabras con las
que Cristo afirma que en el "otro mundo... no tomarán mujer ni
marido", constituyen la base de estos contenidos de nuestra fe y al mismo
tiempo requieren una adecuada interpretación precisamente a la luz de la fe.
Debemos pensar en la realidad del "otro mundo" con las categorías del
descubrimiento de una nueva, perfecta subjetividad de cada uno y, a la vez, del
descubrimiento de una nueva, perfecta intersubjetividad de todos.
Así, esta realidad significa el verdadero y definitivo cumplimiento de la
subjetividad humana y sobre esta base la definitiva realización del significado
"esponsalicio" del cuerpo. La total concentración de la subjetividad
creada, redimida y glorificada en Dios mismo no apartará al hombre de esta
realización, sino que, por el contrario, lo introducirá y lo consolidará en
ella. Finalmente, se puede decir que así la realidad escatológica se convertirá
en fuente de la perfecta realización del "orden trinitario" en el
mundo creado de las personas”[19].
c. Por último,
la resurrección afecta a la misma corporeidad humana, más aún, a la dimensión
cósmica de la que ha sido hecha y de la que ha participado en todas sus
vicisitudes.
4. Así
lo explicaba el Papa Juan Pablo II:
“5. Esta "experiencia
escatológica" del Dios viviente concentrará en sí no sólo todas las
energías espirituales del hombre, sino que al mismo tiempo, le descubrirá, de
modo vivo y experimental, la "comunicación" de Dios a toda la
creación y, en particular, al hombre; lo cual es el "don" más
personal de Dios en su misma divinidad, al hombre; a ese ser, que desde el
principio lleva en sí la imagen y semejanza de Él. Así, pues, en el "otro
mundo" el objeto de la "visión" será ese misterio escondido
desde la eternidad en el Padre, misterio que en el tiempo ha sido revelado en
Cristo, para realizarse incesantemente por obra del Espíritu Santo; ese
misterio se convertirá, si nos podemos expresar así, en el contenido de la
experiencia escatológica y en la "forma" de toda la existencia humana
en las dimensiones del "otro mundo". La vida eterna hay que
entenderla en sentido escatológico, esto es, como plena y perfecta experiencia
de esa gracia (= charis) de Dios, de la que el hombre se hace partícipe
mediante la fe, durante la vida terrena, y que, en cambio, no sólo deberá
revelarse a los que participarán del "otro mundo" en toda su
penetrante profundidad, sino ser también experimentada en su realidad beatificante”[20].
De
igual modo, en otra Audiencia General decía:
“5. Las palabras con las que
Cristo se remite a la resurrección futura — palabras confirmadas de modo
singular por su resurrección — completan lo que en las reflexiones precedentes
solíamos llamar "revelación del cuerpo". Esta revelación penetra de
algún modo en el corazón mismo de la realidad que experimentamos, y esta
realidad es, sobre todo, el hombre, su cuerpo, el cuerpo del hombre
"histórico". A la vez, esta revelación nos permite sobrepasar la
esfera de esta experiencia en dos direcciones. Ante todo, en la dirección de
ese "principio", al que Cristo hace referencia en su conversación con
los fariseos respecto a la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19,
3-9); en segundo lugar, en la dirección del "otro mundo", sobre el
que el Maestro llama la atención de sus oyentes en presencia de los saduceos,
que "niegan la resurrección" (Mt 22, 23). Estas dos
"aplicaciones de la esfera" de la experiencia del cuerpo (si así se
puede decir) no son completamente accesibles a nuestra comprensión (obviamente
teológica) del cuerpo. Lo que es el cuerpo humano en el ámbito de la
experiencia histórica del hombre, no queda totalmente anulado por esas dos
dimensiones de su existencia, reveladas mediante la palabra de Cristo.
6. Es claro que aquí se
trata no tanto del "cuerpo" en abstracto, sino del hombre que es a la
vez espiritual y corpóreo. Prosiguiendo en las dos direcciones indicadas por la
palabra de Cristo, y volviendo a la consideración de la experiencia del cuerpo
en la dimensión de nuestra existencia terrena (por lo tanto, en la dimensión
histórica), podemos hacer una cierta reconstrucción teológica de lo que habría
podido ser la experiencia del cuerpo según el "principio" revelado
del hombre, y también de lo que él será en la dimensión del "otro
mundo". La posibilidad de esta reconstrucción, que amplía nuestra
experiencia del hombre-cuerpo, indica, al menos indirectamente, la
coherencia de la imagen teológica del hombre en estas tres dimensiones, que
concurren juntamente a la constitución de la teología del cuerpo”[21].
También
volvió en otra ocasión sobre el tema para complementarlo, al afirmar:
“3. Este «hombre celestial»
— el hombre de la resurrección, cuyo prototipo es Cristo resucitado — no es
tanto la antítesis y negación del «hombre terreno» (cuyo prototipo es el
«primer Adán»), cuanto, sobre todo, es su cumplimiento y su confirmación. Es el
cumplimiento y la confirmación de lo que corresponde a la constitución
psicosomática de la humanidad, en el ámbito de los destinos eternos, esto es,
en el pensamiento y en los designios de Aquel que, desde el principio, creó al
hombre a su imagen y semejanza. La humanidad del «primer Adán», «hombre
terreno», diría que lleva en sí una particular potencialidad (que es
capacidad y disposición) para acoger todo lo que vino a ser el «segundo
Adán», el Hombre celestial, o sea, Cristo: lo que Él vino a ser en su
resurrección. Esa humanidad de la que son partícipes todos los hombres, hijos
del primer Adán, y que, juntamente con la heredad del pecado — siendo carnal —
es, al mismo tiempo, «corruptible», y lleva en sí la potencialidad de la
«incorruptibilidad».
Esa humanidad, que en toda
su constitución psicosomática se manifiesta «innoble» y, sin embargo, lleva en
sí el deseo interior de la gloria, esto es, la
tendencia y la capacidad de convertirse en «gloriosa», a imagen de Cristo
resucitado. Finalmente, la misma humanidad, de la que el Apóstol dice —
conforme a la experiencia de todos los hombres — que es «débil» y tiene «cuerpo
animal», lleva en sí la aspiración a convertirse en «llena de poder» y
«espiritual».
4. Aquí hablamos de la
naturaleza humana en su integridad, es decir, de la humanidad en su
constitución psicosomática. En cambio, Pablo habla del «cuerpo». Sin embargo,
podemos admitir, basándonos en el contexto inmediato y en el remoto, que para
él se trata no sólo del cuerpo, sino de todo el hombre en su corporeidad, por
lo tanto, también de su complejidad ontológica. De hecho, no hay duda alguna de
que si precisamente en todo el mundo visible (cosmos), ese único cuerpo que es el
cuerpo humano, lleva en sí la «potencialidad de la resurrección», esto es,
la aspiración y la capacidad de llegar a ser definitivamente «incorruptible,
glorioso, lleno de poder, espiritual», esto ocurre porque, permaneciendo desde
el principio en la unidad psicosomática del ser personal, puede tomar y
reproducir en esta «terrena» imagen y semejanza de Dios también la
imagen «celeste» del último Adán, Cristo. La antropología
paulina sobre la resurrección es cósmica y, a la vez, universal: cada uno de
los hombres lleva en sí la imagen de Adán y cada uno está llamado también a
llevar en sí la imagen de Cristo, la imagen del Resucitado. Esta imagen es la
realidad del "otro mundo", es la realidad escatológica (San Pablo
escribe: «llevaremos»); pero, al mismo tiempo, esa imagen es ya en cierto
sentido una realidad de este mundo, puesto que se ha revelado en él mediante la
resurrección de Cristo. Es una realidad injertada en el hombre de «este mundo»,
realidad que en él está madurando hacia el cumplimiento final.
5. Todas las antítesis que
se suceden en el texto de Pablo ayudan a construir un esbozo válido de la
antropología sobre la resurrección. Este esbozo es, a la vez, más detallado que
el que emerge del texto de los Evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc
12, 25; Lc 20, 34-35), pero, por otra parte, es, en cierto sentido, más
unilateral. Las palabras de Cristo referidas por los Sinópticos, abren ante
nosotros la perspectiva de la perfección escatológica del cuerpo, sometida
plenamente a la profundidad divinizadora de la visión de Dios «cara a cara», en
la que hallará su fuente inagotable tanto la «virginidad» perenne (unida al
significado esponsalicio del cuerpo), como la «intersubjetividad» perenne de
todos los hombres, que vendrán a ser (como varones y mujeres) partícipes de la
resurrección. El esbozo paulino de la perfección escatológica del cuerpo
glorificado parece quedar más bien en el ámbito de la misma estructura
interior del hombre-persona. Su interpretación de la resurrección futura
parecería vincularse al «dualismo» cuerpo-espíritu que constituye la fuente del
«sistema de fuerzas» interior en el hombre.
6. Este «sistema de fuerzas»
experimentará un cambio radical en la resurrección. Las palabras de Pablo, que
lo sugieren de modo explícito, no pueden, sin embargo, entenderse e
interpretarse según el espíritu de la antropología dualística[22], como
trataremos de demostrar en la continuación de nuestro análisis. Efectivamente,
nos convendrá dedicar todavía una reflexión a la antropología de la
resurrección a la luz de la primera Carta a los Corintios”[23].
Y por
último, el Papa expresó:
“2. Que este sistema
interior de fuerzas deba experimentar en la resurrección una transformación
radical, parece indicado, ante todo, por la contraposición entre cuerpo «débil»
y cuerpo «lleno de poder». Pablo escribe: «Se siembra en corrupción, y resucita
en incorrupción. Se siembra en ignominia y se levanta en gloria. Se siembra en
flaqueza y se levanta en poder» (1Cor 15, 42-43). «Débil» es, pues, el
cuerpo que —empleando el lenguaje metafísico— surge de la tierra temporal de la
humanidad. La metáfora paulina corresponde igualmente a la terminología
científica, que define el comienzo del hombre en cuanto cuerpo con el mismo
término (semen). Si a los ojos del Apóstol, el cuerpo humano que surge
de la semilla terrestre resulta «débil», esto significa no sólo que es
«corruptible», sometido a la muerte y a todo lo que a ella conduce, sino
también que es «cuerpo animal» [1]. En cambio, el
cuerpo «lleno de poder» que el hombre heredará del último Adán, Cristo, en
cuanto participe de la futura resurrección, será un cuerpo «espiritual». Será
incorruptible, ya no amenazado por la muerte. Así, pues, la antinomia
«débil-lleno de poder» se refiere explícitamente no tanto al cuerpo considerado
aparte, cuanto a toda la constitución del hombre considerado en su corporeidad.
Sólo en el marco de esta constitución el cuerpo puede convertirse en
«espiritual»; y esta espiritualización del cuerpo será la fuente de su
fuerza e incorruptibilidad (o inmortalidad).
3. Este tema tiene sus
orígenes ya en los primeros capítulos del libro del Génesis. Se puede decir que
San Pablo ve la realidad de la futura resurrección como una cierta restitutio
in integrum, es decir, como la reintegración y, a la vez, el logro de la
plenitud de la humanidad. No se trata sólo de una restitución, porque en este
caso la resurrección sería, en cierto sentido, retorno a aquel estado del que
participaba el alma antes del pecado, al margen del conocimiento del bien y del
mal (cf. Gén 1-2). Pero este retorno no corresponde a la lógica interna
de toda la economía salvífica, al significado más profundo del misterio de la
redención. Restitutio in integrum, vinculada con la resurrección y con
la realidad del «otro mundo», puede ser sólo introducción a una nueva
plenitud. Esta será una plenitud que presupone toda la historia del hombre,
formada por el drama del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Gen
3) y, al mismo tiempo, penetrada por el misterio de la redención.
4. Según las palabras de la
primera Carta a los Corintios, el hombre en quien la concupiscencia prevalece
sobre la espiritualidad, esto es, el «cuerpo animal» (1Cor 15, 44), está
condenado a la muerte; en cambio, debe resucitar un «cuerpo espiritual», el
hombre en quien el espíritu obtendrá una justa supremacía sobre el cuerpo, la
espiritualidad sobre la sensualidad. Es fácil entender que Pablo piensa aquí en
la sensualidad como suma de los factores que constituyen la limitación de la
espiritualidad humana, es decir, esa fuerza que «ata» al espíritu (no
necesariamente en el sentido platónico) mediante la restricción de su propia
facultad de conocer (ver) la verdad y también de la facultad de querer
libremente y de amar la verdad. En cambio, no puede tratarse aquí de esa
función fundamental de los sentidos, que sirve para liberar la espiritualidad,
esto es, de la simple facultad de conocer y querer, propia del compositum
sicosomático del sujeto humano. Puesto que se habla de la resurrección del
cuerpo, es decir, del hombre en su auténtica corporeidad, consiguientemente el
«cuerpo espiritual» debería significar precisamente la perfecta sensibilidad
de los sentidos, su perfecta armonización con la actividad del espíritu
humano en la verdad y en la libertad. El «cuerpo animal», que es la antítesis
terrena del «cuerpo espiritual», indica, en cambio, la sensualidad como fuerza
que frecuentemente perjudica al hombre, en el sentido de que él, viviendo «en
el conocimiento del bien y del mal» está solicitado y como impulsado hacia el
mal.
5. No se puede olvidar que
se trata aquí no sólo del dualismo antropológico, sino más aún de una antinomia
de fondo. De ella forma parte no sólo el cuerpo (como hyle
aristotélica), sino también el alma: o sea, el hombre como «alma viviente» (cf.
Gen 2, 7). En cambio, sus constitutivos son: por un lado, todo el
hombre, el conjunto de su subjetividad psicosomática, en cuanto permanece bajo
el influjo del Espíritu vivificante de Cristo; por otro lado, el mismo hombre,
en cuanto resiste y se contrapone a este Espíritu. En el segundo caso, el
hombre es «cuerpo animal» (y sus obras son «obras de la carne»). En cambio, si
permanece bajo el influjo del Espíritu Santo, el hombre es «espiritual» (y
produce el «fruto del Espíritu»: Gal 5, 22).
6. Por lo tanto, se puede
decir que no sólo en 1Cor 15 nos encontramos con la antropología sobre
la resurrección, sino que toda la antropología (y la ética) de San Pablo están
penetradas por el misterio de la resurrección, mediante el cual hemos recibido
definitivamente el Espíritu Santo. El capítulo 15 de la primera Carta a los
Corintios constituye la interpretación paulina del «otro mundo» y del
estado del hombre en ese mundo, en el que cada uno, juntamente con la resurrección
del cuerpo, participará plenamente del don del Espíritu vivificante, esto es,
del fruto de la resurrección de Cristo.
7. Concluyendo el análisis
de la «antropología sobre la resurrección» según la primera Carta de Pablo a
los Corintios, nos conviene una vez más dirigir la mente hacia las palabras
de Cristo sobre la resurrección y sobre el «otro mundo», palabras que
refieren a los Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas. Recordemos que, al responder
a los saduceos, Cristo unió la fe en la resurrección con toda la revelación del
Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Moisés, que «no es Dios de muertos,
sino de vivos» (Mt 22, 32). Y, al mismo tiempo, rechazando la dificultad
presentada por los interlocutores, pronunció estas significativas palabras:
«Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en
matrimonio» (Mc 12, 25). Precisamente a esas palabras —en su contexto
inmediato— hemos dedicado nuestras precedentes consideraciones, pasando luego
al análisis de la primera Carta de San Pablo a los Corintios (1Cor 15)”[24].
Podemos
afirmar, pues, teniendo en consideración conjunta los textos pontificios
precedentes, que en las palabras de Jesús no solamente se ilumina la cuestión
relativa a la resurrección final, sino, en una revisión complexiva del asunto,
el problema de la corporeidad humana. Inclusive, y sobre todo, al tratar del
tema de la “virginidad”, vuelve a referirnos, una y otra vez, cuanto la
revelación nos dice acerca de la palabra “última” referente a la persona humana
considerada desde el punto de vista de su corporeidad. Es decir, que entre los
temas relativos al “principio” y éstos postreros, relativos a lo “último”,
existe, en la conciencia de Jesús, una perfecta referencia y coherencia en lo
que toca al ser humano, gracias a su permanente insistencia sobre el cuerpo
humano. La persona humana, pues, en la que se ha realizado la redención – y que
subraya precisamente la kénosis – se ha de considerar también, es decir, en su
estado final, pues éste forma parte “integral” de su verdad, la verdad de su ser-cuerpo.
A esta
verdad alude el Papa en las Audiencias mencionadas de dos maneras: la primera
de ellas, considerando “el significado esponsal del cuerpo”. Es decir, que la
verdad más profunda del ser humano es su llamado a la comunión con Dios y con los demás. Una realidad que, para su
realización, no requerirá más la “forma conyugal”. Pero, en segundo término, el
Papa lo insinúa mediante la expresión de la “espiritualización” del cuerpo, con
lo que quiere referirse a que el cuerpo estará plenamente integrado en la persona. Y la resurrección de
Cristo no sólo atestigua la declaración de este destino final, sino que, más
aún, lo anticipa.
Los
textos, pues, nos llevan a plantear una especie de tríptico: una concepción
antropológica adecuada no puede dejar de lado ninguno de los aspectos que lo
componen: el ser humano “en el principio”, el ser humano “en el misterio de la
redención”, y, por último, “el ser humano en el fin”: creado, redimido y
glorificado.
De los
textos anteriormente citados quiero destacar también el tema de la vida, pues,
toda vida, durante su acaecer histórico, aparece claramente valorada por Dios,
es decir, con consistencia en sí misma por cuanto en ella se trasluce del amor
y de la verdad que Le son característicos. Así, la vida presente, en cuanto es
realizada por los seres humanos, es susceptible de ser también una expresión
sacramental, real y auténtica de la justicia constitutiva en su realización
futura, por cuanto esta lo será entonces plenamente. El Papa BENEDICTO XVI
insistió en este tema con ocasión de la celebración de Todos los Santos (1
noviembre de 2006), subrayando que la resurrección no sólo es un asunto que
toca a la “vida”, a “esta vida” y a su duración, sino a la “calidad de vida”:
“¿El hombre moderno espera
todavía esta vida eterna, o sostiene que ella pertenezca a una mitología ya
superada? En este nuestro tiempo, más que en el pasado, se ha llegado a estar
de tal modo absorbidos por las cosas terrenas, que a veces se hace difícil de
pensar en Dios como protagonista de la historia y de nuestra propia vida. La
existencia humana, sin embargo, por su naturaleza, es un reclamo de algo más grande, que la trascienda; es insuprimible en
el ser humano el anhelo por la justicia, por la verdad, por la felicidad plena.
Ante el enigma de la muerte, están vivos en muchos el deseo y la esperanza por
volver a encontrar en el más allá a sus seres queridos. Como también es fuerte
la convicción de un juicio final que restablezca la justicia, la espera de un
cotejo definitivo en el que a cada uno le sea dado lo que le es debido. “Vida
eterna”, para nosotros los cristianos, no indica, con todo, sólo una vida que
dura para siempre, cuanto una nueva cualidad de existencia, plenamente inmersa
en el amor de Dios, que libra del mal y de la muerte y nos pone en comunión sin
fin con todos los hermanos y hermanas que participan del mismo Amor. La
eternidad, por tanto, puede estar ya presente en el centro de la vida terrena y
temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su último
fundamento”[25].
Con
todo, esta ha sido una característica y experiencia a la que hemos dedicado
amplio espacio en esta investigación, de modo que ello, como expresión conjunta
de la actualidad temporal del ser, inclusive bajo la perspectiva individual y
del continuum, y en todos sus
niveles, especies, dimensiones y vocaciones, no justifica un desarrollo
reiterativo.
5.
Finalmente, en cambio, tratemos brevemente sobre la esperanza, y sobre la
alegría que ella lleva consigo, pues son descollantes correlatos antropológicos
de la resurrección. Y comencemos recordando la alegría amorosa con la que
nuestros padres – por lo general – nos acogieron y acompañaron en los primeros
pasos en este mundo y que es como un signo y prolongación sacramental del amor
benevolente de Dios del que procedemos. La experiencia de ser acogidos y amados
por Dios y por nuestros padres es la base firme que favorece siempre el
crecimiento y desarrollo auténtico del hombre, que tanto nos ayuda a madurar en
el camino hacia la verdad y el amor, y a salir de nosotros mismos para entrar
en comunión con los demás y con Dios. Más aún: en cada ser que nace se tiene
una gran esperanza, por todas las posibilidades – de ser y de actuar – que él
representa.
Esta
esperanza es necesaria sobre todo en nuestros tiempos, y de modo particular, en
el ejercicio de la investigación científica. En efecto, la esperanza hace que
las personas no se cierren en un nihilismo que las paraliza y hace estériles,
sino que se abran al compromiso generoso en la sociedad en la que viven para
poderla mejorar. Se trata, nada menos, que de la tarea que Dios le ha confiado
al hombre y a la mujer al crearlos a su imagen y semejanza, una tarea que, como
hemos señalado, llena a cada ser humano de la más alta dignidad, pero, también,
que lo compromete a una inmensa responsabilidad.
S.
Tomás DE AQUINO, del mismo modo como presentó su síntesis acerca de las otras
“virtudes” en sus raíces antropológicas y éticas, lo hizo sobre la “virtud” de
la esperanza, al considerar sus dinamismos humanos, pero, sobre todo, como
hemos dicho, “teologales”, y sin ocultarles las posibilidades de sus
respectivos acortamientos y desviaciones. Observémoslo, como siempre,
esquemáticamente, en el siguiente cuadro:
Virtudes
|
Vicios
|
|
|
|
|
|
|
|
Esquema 43
Una de las dimensiones
antropológicas que, sobre todo en los últimos tiempos, más ha sido cuestionada
por parte de muchos autores es la concepción cristiana de la “historia”. Si
bien es cierto que el cristianismo en sus diversas épocas ha resaltado uno u
otro de sus aspectos, también lo es que, sobre todo él influyó para que cierta
concepción “cíclica” y del “eterno retorno” de la historia – como vimos al
tratar de la Encarnación y de la Resurrección de Jesucristo – fuera totalmente
superada. Y si algo de lo “cíclico” es aún evocable en la consideración
cristiana, y precisamente en relación con los seres humanos, mujeres y hombres
nuevos, es, justamente bajo el aspecto sacramental del tiempo, el “año
litúrgico” – que se expresa bajo la figura de la espiral –.
6. No podemos hacer aquí un
tratado sobre el valor y el significado teológico del tiempo y de la historia[30]. Remitimos a las obras al respecto[31]. Pero sí consideramos oportuno resaltar que
especialmente “el tiempo litúrgico” permite la celebración, es decir, la actualización-interpretación memorial,
de todos los acontecimientos relativos a la salvación, inclusive en sus
resonancias antropológicas. Y esto es, en mi opinión, un elemento sumamente
importante y que debería destacarse aún más, por cuanto se trata de la
“antropología cristiana” en sus implicaciones no sólo litúrgicas – ello se ve
–, sino, particularmente, para nuestro caso, en sus implicaciones morales y
canónicas y, en lo que concierne al propósito de nuestra investigación, al
ejercicio del “munus docendi” en la comunidad eclesial. Muy en particular, el
domingo es, para los cristianos, la verdadera medida del tiempo, lo que marca
el ritmo de su vida. No se apoya en una convención arbitraria, sino que lleva
en sí la síntesis única de su memoria histórica, del recuerdo de la creación y
de la teología de la esperanza (J. Ratzinger). Es la fiesta
de la resurrección para los cristianos, fiesta que se hace presente todas las
semanas, pero que no por eso hace superfluo el recuerdo específico de la Pascua
de Jesús. Tendremos que volver sobre el tema al tratar de la “recapitulación”
(técnicamente: “anakefalaíosis”), en
la última sección de este capítulo.
Notas de pie de página
[1] Audiencia general del
miércoles 9 de diciembre de 1981, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19811209_sp.html
Retornando sobre el punto,
años más tarde, el Papa Benedicto XVI afirmó que este proceso toca a la personalidad o interioridad humana en su
audiencia del 2 de febrero de 2011, a
propósito de Santa Teresa de Jesús. Señaló, en efecto, que “Teresa acude a la
estructura de un castillo de siete habitaciones, como imagen de la interioridad del hombre,
introduciendo, al mismo tiempo, el símbolo del gusano de seda que renace en
mariposa, para expresar el paso de lo natural a lo sobrenatural. La Santa se
inspira en la Sagrada Escritura, en particular en el Cantar de los Cantares, para el símbolo final de los “dos Esposos”,
que le permite describir, en la séptima habitación, la culminación de la vida
cristiana en sus cuatro aspectos: trinitario, cristológico, antropológico y
eclesial”: “Teresa si richiama alla struttura di un castello con sette stanze,
come immagine dell'interiorità dell'uomo, introducendo, al tempo stesso, il
simbolo del baco da seta che rinasce in farfalla, per esprimere il passaggio
dal naturale al soprannaturale. La Santa si ispira alla Sacra Scrittura, in particolare
al Cantico dei Cantici, per il simbolo finale dei “due Sposi”, che le
permette di descrivere, nella settima stanza, il culmine della vita cristiana
nei suoi quattro aspetti: trinitario, cristologico, antropologico ed
ecclesiale”. En: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2011/documents/hf_ben-xvi_aud_20110202_it.html# (La cursiva en el texto
es mía).
[2] Audiencia general del
miércoles 11 de febrero de 1981, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19810211_sp.html
[3] B. de MARGERIE, S. J.:
“Le Christ pour le monde”, en Esprit et
Vie 43 oct 1973 (60 ed. francesa) 627 : « A travers chaque athée,
le Christ adresse à son Église un triple appel : réaliser dès maintenant,
à travers ses membres, la justice social, développer jusqu’à l’extrême limite
les potentialités de la raison logique et de la science, purifier la
foi ».
Esta “purificación de la fe”
implica también una adaptación de su lenguaje religioso. Sus símbolos siempre
deberían hacer más posible una libertad creadora de sus propias formas de
expresión, que una desnaturalizadora desviación hacia lo mágico-supersticioso,
o hacia la creación de espacios y sueños de evasión; así mismo, habrían de
hacer posible un diálogo interhumano en el que el ser humano se presente ante
Dios y le re-presente las alegrías humanas legítimas que asocian el cuerpo al
espíritu en gestos, incluso, dentro de cierta espontaneidad, aún en el ámbito
litúrgico. Cf. SECRETARIADO GENERAL: “Presupuestos para una renovación del
lenguaje religioso” en Con 42 1969
347.
La apreciación de Gabriel
MARCEL, sin embargo, es digna de tener en cuenta en este contexto: “El ateísmo
es una teodicea al revés, una apologética que acaba mal… Todos los juicios que
el hombre formula sobre Dios vuelven a caer sobre el hombre. ‘Tú no eres’, he
aquí el veredicto del hombre; y, el que proclama ese veredicto, ¿es, pues?”: Diario metafísico Losada Buenos Aires
1956 136.
[4] Ya hemos hecho algunas anotaciones sobre este importante asunto a
lo largo de esta investigación. El tema de la alegría, sea en niños y jóvenes
como en las personas mayores y especialmente en los consagrados, fue tratado
ampliamente por el Papa PABLO VI en su Exh. Ap. Gaudete in Domino, 9 de mayo de 1975, a la cual remitimos, en: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19750509_gaudete-in-domino_sp.html
[5] Y señala a continuación: “[…] aunque no llegó a la verdadera
profundidad de la alienación, pues pensaba sólo en lo material, aportó una
imagen clara del hombre que había caído en manos de los bandidos”: Joseph
RATZINGER: Jesús de Nazaret, o. c. p. 26, nt. 57,241.
[6] Además de los textos originales de las “catequesis” del Papa Juan
Pablo II, tendremos en consideración las explicaciones de Carlo CAFARRA en la
obra: Uomo e donna lo creò. Catechesi sull’amore umano Città Nuova Editrice – Libreria Editrice
Vaticana Roma 1987 255.
[7] JUAN PABLO II: Audiencia
General del 9 de diciembre de 1981, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19811209_sp.html
Acerca
de la relación entre “naturaleza y gracia” las discusiones, por años, han sido
particularmente fuertes, y han dependido de los presupuestos filosóficos y
teológicos de los autores. Para examinar la problemática, por ejemplo, en los
últimos decenios del s. XIX y comienzos del XX (Pierre Rousselot, Joseph
Marèchal, Reginald Garrigou-Lagrange) hasta la época del Conc. Vat. II, el
recordado P. Gerardo ARANGO PUERTA, S. J. elaboró su tesis doctoral en teología:
Deseo
natural de ver a Dios contribución a la historia de la teología católica del
siglo XX, Pontificia Universitas Gregoriana -
Pontificia Universidad Javeriana Bogotá 1973. De su texto deseo resaltar el
énfasis que da el autor a la necesidad de considerar que dicha relación debe
comprenderse como “interpersonal” muchísimo más que como si se tratara de una
“cosa”, así dicha relación necesariamente haya de tener consecuencias ónticas:
contra un extrinsecismo de la gracia, aboga por un ser humano que no puede
llegar a su plena realización sin ella, porque ha sido creado para ella, y, en
consecuencia, no existe un “estado de naturaleza pura”, tanto para los seres
humanos como para todos los demás seres, al menos en la revelación cristiana.
En segundo término, destaca que la gracia es tal pero “en Cristo”, es decir,
que toda relación en la naturaleza creada no se da sino en la perspectiva de su
“participación en la vida divina en Cristo Jesús” (p. 2ss): el papel mediador
de Cristo es de tal manera insustituible e insoslayable, así como la relación
intratrinitaria como la base de toda relación con Dios, que no puede haber
divinización que no pase por nuestra relación de filiación adoptiva (p.
143-144); y la de todos los demás seres pasa, a través de los seres humanos;
por eso se puede afirmar que la creación, toda ella es, en ese sentido, “capax
Dei” (cf. nt. 1984), así sea al modo propio, es decir, por parte de cada
realidad que ella contiene: por cuanto todos los seres tienden por naturaleza
hacia Dios como su fin último, según expresión de S. Tomás de Aquino. En tercer
lugar, para el caso del ser humano, se considera que el ser humano siente en lo
más profundo de sí un deseo insaciable por la “plena verdad” así como como
también por la “perfecta felicidad”: en uno y otro caso nuestro conocimiento,
así como nuestro deseo por el bien y la belleza, que sólo se pueden obtener por
medio de nuestros sentidos, no bastan para satisfacer nuestros deseos naturales por ellos – como
explicaba S. Tomás en la Summa contra
Gentes, L. III, en razón de la analogía del ser –: siempre quedará en
nosotros un deseo natural que tiende a un conocimiento y a unas realidades más
perfectas” (p. 40). En cuarto término, es significativa como principio de
realidad y en orden al método teológico su anotación de que “la inteligencia no
es el sentido de lo divino sino porque es el sentido de lo real” (p. 53). En
quinto lugar, afirma que “la naturaleza humana es como ‘una inclinación hacia
el ser infinito en cuanto que Él es el bien de los seres inteligentes” (p. 57).
En sexto término, señala que “existe un dinamismo natural en el espíritu creado
que lo orienta hacia la visión intuitiva de la esencia divina como hacia su
mayor perfección posible y que se manifiesta en un deseo natural implícito de
ver la esencia de Dios” (p. 108). Finalmente, afirma que dicha relación “se
vive como una vocación en nuestra situación concreta”, es decir, “en la ciudad
secular”, lo cual posee serias implicaciones en todos los ámbitos del actuar
humano.
Las “capacidades humanas” son mencionadas en
esta investigación un número significativo de veces, lo que nos indica que
todas ellas expresan en alguna forma esa vocación del hombre en Cristo; y no
sólo como una posibilidad de obrar sino, como aseguramos en esta investigación,
como una condición del ser.
[8] Afirma al respecto la COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL: “35. Además, la encarnación y
la resurrección extienden también a la eternidad la identidad
sexual originaria de la imagen de Dios.
El Señor resucitado, ahora que está sentado a la derecha del Padre, sigue
siendo un hombre. Posemos observar además que la persona santificada y
glorificada de la Madre de Dios, asunta corporalmente ahora al cielo, continua
siendo una mujer. Cuando en Ga 3,28
san Pablo anuncia que en Cristo llegan a anularse todas las diferencias,
inclusive aquella entre hombre y mujer, está diciendo que ninguna diferencia
humana puede impedir nuestra participación en el misterio de Cristo. La Iglesia no ha acogido la tesis de san
Gregorio de Niza y de algún otro Padre de la Iglesia, que sostenían que las
diferencias sexuales en cuanto tales serían anuladas a partir de la
resurrección. Las diferencias sexuales entre hombre y mujer, aún
manifestándose ciertamente con atributos físicos, trascienden de hecho lo
puramente físico y tocan al misterio mismo de la persona”: Documento Comunione e Servizio. La persona umana creata a immagine di Dio, de las
sesiones plenarias efectuadas en Roma entre 2000 y 2002, aprobado en forma
específica, aprobado por su Presidente, Card.
J. Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en:
[9] "En la concepción bíblica, se trata de una inmortalidad
"dialogística" (resurrección); es decir, la inmortalidad no resulta
simplemente del no poder morir de lo indivisible, sino de la acción salvadora
del amante que tiene poder para hacer inmortal. El hombre no puede, por tanto,
perecer totalmente, porque es conocido y amado por Dios. Si todo amor quiere
eternidad, el amor de Dios no sólo quiere, sino que opera y es inmortalidad...
Puesto que la inmortalidad en el pensamiento bíblico no procede del propio
poder de lo indestructible en sí mismo, sino del hecho de haber entrado en
diálogo con el Creador, debe llamarse resurrección (en sentido pasivo)..."
(J. RATZINGER: "Resurrección de la carne - aspecto teológico", en Sacramentum
Mundi. Enciclopedia teológica Herder Barcelona
vol. VI 1976 74-75).
[10] JUAN PABLO II: Audiencia
General del 16 de diciembre de 1981, http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19811216_sp.html
[11] Joseph RATZINGER explica que, en la Revelación, “el pueblo es el
verdadero y más profundo «autor» de las Escrituras […] Por un lado, este libro
– la Escritura – es la pauta que viene de Dios y la fuerza que indica el camino
al pueblo, pero por otro, vive sólo en ese pueblo, el cual se trasciende a sí
mismo en la Escritura, y así – en la profundidad definitiva en virtud de la
Palabra hecha carne – se convierte precisamente en pueblo de Dios. El pueblo de
Dios – la Iglesia – es el sujeto vivo de la Escritura; en él, las palabras de
la Biblia son siempre una presencia. Naturalmente, esto exige que este pueblo
reciba de Dios su propio ser, en último término, del Cristo hecho carne, y se
deje ordenar, conducir y guiar por Él”: Jesús
de Nazaret, o. c. p. 26, nt. 57,17.
[12] La exposición de estos tres efectos de la unción bautismal por el
Espíritu puede encontrarse desarrollada en la Constitución Lumen Gentium del Conc. Vat. II, en los nn. 11, 12 y 13.
[13] Esta realidad teológica posee una raigambre y una tradición
enorme. Desde S. Agustín, en varios textos, pero, de igual modo, S. Gregorio
Magno, Fulgencio de Ruspe, Casiodoro, S. Isidoro de Sevilla, Ruperto de Dacia,
Godofredo de Admont (+1165), Hugo de San Víctor (+1141), Anselmo de
Havelberg, S. Bruno (+1101), Odón de Ourskamp, Godofredo de Babion, Pedro
Lombardo, Zacarías Crisopolitano, Roberto de Melún, Pedro de Poitiers, Esteban
Langton, Guillermo de Auvergne, S. Alberto Magno, S. Tomás de Aquino,
Mateo de Aquasparta y Bartolomé de Boloña, para citar los más sobresalientes.
Para una exposición sistemática de la materia, cf. Michael SCHMAUS: Teología Dogmatica v. IV: La Iglesia Rialp Madrid 1963 2ª 73-81.
[14] Tanto a los recién convertidos como a los que llevaban algún
tiempo participando de la vida de la comunidad, primero los Apóstoles, luego
sus sucesores, los Obispos, les impartían la “catequesis” en la que se
explicaban principalmente las Escrituras. La referencia a la enseñanza de los
Apóstoles ha llegado a ser norma de la fe para los creyentes: también por eso
la Iglesia es “apostólica”.
[15] No consiste en la mera amistad y cercanía, sino en una verdadera
unión de espíritus, de una solidaridad efectiva con los miembros pobres de la
comunidad – no sólo eclesial – en la que viven, hasta llegar a poner en común y
a disposición incluso los bienes propios. En otras palabras, es el amor de
caridad.
[16] Era otro de los nombres con los que designaban la “misa” o
“eucaristía” de hoy. A partir de la comida judía, en la que se pronuncia una
bendición, como vimos en el capítulo precedente, los primeros cristianos
prosiguieron el gesto de Jesús, sus palabras y acciones de entrega. Al
principio se hacía en las casas y en medio de una comida.
[17] La oración era permanentemente recomendada y realizada. Los
primeros cristianos la empleaban para acompañar, p. ej., la designación de los
colaboradores y de los sucesores de los Apóstoles; en tiempo de persecuciones,
acompañada de ayunos y limosnas. Oraban tanto individualmente como en pareja y
en grupos o asambleas. Lo hacían por gratitud, pero también en momentos
críticos, como en la prisión.
Las cuatro características,
empero, son definitorias de la comunidad cristiana como lugar de unidad y de
amor: Lucas no quiso simplemente mencionarlas como un recuerdo de algo del
pasado, sino como modelo y norma de la Iglesia para siempre, camino que debe
ser profundizado en cada época, abriéndose cada persona y comunidad, cada vez
más, a la acción de la Trinidad.
[18] JUAN PABLO II: Audiencia
General del 9 de diciembre de 1981, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19811209_sp.html
[19] JUAN PABLO II: Audiencia
General del 16 de diciembre de 1981, http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19811216_sp.html
La
“communio sanctorum”, mencionada en esa ocasión, se ha de entender no
principalmente en un sentido “horizontal” sino en sentido, más bien,
“vertical”, en razón de que aquello que la produce es la participación en la
santidad de Dios, en su Espíritu, en Cristo, en su Palabra y en sus
sacramentos.
Sobre
el camino hacia la profundidad del misterio de Dios, conducidos por el mismo
Dios, como actividad típica del teólogo, véase la Audiencia del Papa BENEDICTO XVI, el 6 de abril de 2011, al
referirse a Santa Teresita del Niño Jesús, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27184.php?index=27184&lang=sp
[20] JUAN PABLO II: Audiencia
General del 9 de diciembre de 1981, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19811209_sp.html
[21] JUAN PABLO II: Audiencia
General del 16 de diciembre de 1981, http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1981/documents/hf_jp-ii_aud_19811216_sp.html
[22] « Pablo no tiene absolutamente en cuenta la dicotomía griega
“alma y cuerpo”… El Apóstol recurre a una suerte de tricotomía en la que la
totalidad del hombre es cuerpo, alma y espíritu… Todos estos términos son
móviles y la división misma no posee una frontera fija. Existe una insistencia
sobre el hecho de que el cuerpo y el alma son capaces de ser “neumáticos”,
espirituales» (Beda RIGAUX: Dieu l’a ressuscité. Exégèse et théologie
biblique Duculot Gembloux 1973 406-408). Esta nt. está en el texto.
[23] JUAN PABLO II: Audiencia
General del 3 de febrero de 1982, en:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1982/documents/hf_jp-ii_aud_19820203_sp.html
[24] JUAN PABLO II: Audiencia
General del 10 de febrero de 1982, en:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1982/documents/hf_jp-ii_aud_19820210_sp.html
[25] http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/19134.php?index=19134&po_date=01.11.2006&lang=sp
(La traducción del texto es
mía).
[26] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae
qq. 17-18.
[27] Ibíd., q. 19.
[28] Ibíd., q. 20.
[29] Ibíd., q. 21.
[30] Recuérdese el primer ensayo sobre la materia, de S. Agustín DE
HIPONA: La ciudad de Dios BAC Madrid
1988 4ª.
[31] Una obra fundamental al respecto, sobre todo en su consideración
de la teología litúrgica, es: Jean MOUROUX: El
misterio del tiempo Estela
Barcelona 1965 1ª.
Notas finales
[i] El Papa BENEDICTO XVI, con ocasión de sus
catequesis durante el Año Paulino – 2008-2009 –, se refirió a este aspecto, la
vida nueva en Cristo y la constitución histórica de la Iglesia como la
comunidad por medio de la cual y en la cual se realiza esta vida nueva, desde
el punto de vista de la sacramentalidad, en su audiencia general del 10 de
diciembre: “Pero se pone entonces la cuestión: ¿cómo podemos entrar nosotros en
este nuevo inicio, en esta nueva historia? ¿Cómo esta nueva historia llega hasta
mí? Con la primera historia salpicada estamos inevitablemente unidos por
nuestra ascendencia biológica, perteneciendo nosotros todos al único cuerpo de
la humanidad. ¿Pero la comunión con Jesús, el nuevo nacimiento para entrar a
formar parte de la nueva humanidad, cómo se realiza? ¿De qué manera llega Jesús
a mi vida, a mi ser? La respuesta fundamental de san Pablo, de todo el Nuevo
Testamento es: nos llega por obra del Espíritu Santo. Si la primera historia se
encamina, por así decir, con la biología, la segunda se encamina en el Espíritu
Santo, el Espíritu de Cristo resucitado. Este Espíritu ha creado en Pentecostés
el comienzo de la nueva humanidad, de la nueva comunidad, la Iglesia, el Cuerpo
de Cristo.
Pero debemos ahora ser más concretos: este Espíritu de Cristo, el
Espíritu Santo, ¿cómo puede llegar a ser Espíritu mío? La respuesta es que ello
ocurre de tres maneras, íntimamente
conexas entre sí. La primera es esta: el
Espíritu de Cristo toca a las puertas de mi corazón, me toca interiormente.
Pero, porque la nueva humanidad debe ser un verdadero cuerpo, porque el
Espíritu debe reunirnos y realmente crear una comunidad, porque es
característico del nuevo comienzo superar las divisiones y crear la
congregación de los dispersos, este Espíritu de Cristo se sirve de dos elementos de agregación visible: de la
Palabra del anuncio y de los Sacramentos, particularmente del Bautismo y de la Eucaristía
[…]”: En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/23033.php?index=23033&po_date=10.12.2008&lang=sp (La cursiva la he introducido en el texto.
Traducción mía).
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