Capítulo V

Continuación (I.1.b)


b. Jesucristo, mediador entre Dios y el hombre, y sus repercusiones en la noción de “dignidad”.


1. Como hemos tenido ocasión de destacar en la cristología narrativa y en la sistemática (cf. supra, p. ej., cap. 4°, I.6.d.2)c), p. 550), la realidad profunda que se está gestando en las personas no se queda en la periferia de un hecho social, ni aún siquiera en la realidad de un acuerdo de voluntades, sino que se enraíza vitalmente en el hecho de que gracias a Jesucristo somos (nosotros) “hijos” porque Dios es “nuestro Padre” (sentido universal). Realidad que bien podemos definir como ontológica, en razón del verbo “ser” que Jesús empleaba cuando se refería a ello. Pero, al mismo tiempo, como ocurría en él mismo, se trata de una realidad que se debe actualizar a partir de sus potencialidades, gracias a la acción de los que la corresponden con generosidad. De ahí en adelante, las características esenciales de Dios, su manera de actuar (crear comunión de vida, de caridad y de verdad), no sólo habían de encontrarse en Él como Hijo, sino en todos los “hijos”.

Jesús vivió plenamente esta experiencia y realidad de su ser humano, pero, así mismo evidenció que esta característica fundamental no era exclusividad suya, ya que todos los hijos de Dios también la poseen y están llamados a realizarla plenamente, según el querer y dignación de Dios; y lo que El espera que realicemos es actuar conforme a ella. Y eso mismo inculcó, como vimos, cuando enseñó a orar.

Como pudimos observar, Jesús sacó una consecuencia de ello de la máxima importancia desde el punto de vista de los constitutivos humanos: “Dios misericordioso” es el verdadero fundamento insustituible e indestructible de la dignidad de cada persona humana, porque posee por decisión, elección y vocación divina, el carácter de “hijo”. Cada ser humano es digno, por ser lo que es. Se trata, pues, en el pensamiento de Jesús, de una correlación entre “Dios misericordioso” y la “dignidad humana”, algo tan evidente hoy para nosotros, pero no así estimada y efectivamente reconocida tanto ayer[1] como en nuestro tiempo. Por eso sólo el que es hijo se puede comportar como tal en la casa. Porque en la relación Padre-hijo se puede reconocer lo que hemos dicho de tantas maneras, lo esencial: que, lo más profundo y característico de una persona, es su vocación al amor y a la vida. Lo evidenció especialmente cuando “re-incorporó” en la sociedad a quienes la propia sociedad había excluido:

“Porque quienes viven oprimidos por el peso de la vida, los enfermos, los retrasados mentales, los impedidos físicos, los moribundos, (aquellos a) los que la sociedad no les ofrece posibilidades, los esclavizados, explotados y empobrecidos económica, política, racial  y culturalmente, los extranjeros, los culpables, los delincuentes, los encarcelados, los pecadores...: todos ellos reciben por parte de Dios un amor particular que los restablece, desde el desprecio que los mutila, a su igualdad con los demás. Son ellos los privilegiados de Cristo, quien en su amor preferencial hacia ellos, los muestra poseedores de igual dignidad que los demás y merecedores del mismo aprecio que los demás. El amor de Dios a ninguno excluye, encuéntrese éste en la circunstancia en que se encontrare, pues en la Encarnación el Verbo asumió al hombre en sus más profundos abismos y lo abrazó hasta encumbrarlo a lo más alto de su ser en calidad de ‘hijo’.”[2][i]

¿Qué tanto se valora, en la actualidad, esta realidad de ser “hijos” de Dios? Las consecuencias de este hecho se aprecian de modo inmediato en la dignidad que posee, por ese mismo hecho creatural y salvífico, toda vida humana, muy especialmente. Dignidad de cada ser humano, de cada vida humana, es el correlato de ese amor purificante, elevante y capacitante de Dios revelado en Cristo y prolongado en el tiempo por el Espíritu Santo.

2. En relación con el “conocimiento”[3] de sí mismo, de la naturaleza, de Dios y de la Iglesia, a lo largo de su historia el ser humano ha experimentado diversas actitudes y diversos momentos en el proceso al interrogarse si dicho conocimiento es, o no, susceptible de ser “objetivo”. Entre ellas podemos mencionar, además del escepticismo, el racionalismo, el empirismo, el idealismo, el positivismo, el neo-positivismo, el existencialismo… Y el realismo. Esta escuela sostiene que el ser humano posee la capacidad para conocer el “ser-en-sí”, que la inteligencia humana se dirige de suyo a descubrir la relación esencial existente entre una realidad y la evidencia del ser, y que la verdad consiste, precisamente, en la conformidad del juicio elaborado por la persona con aquello que la realidad es (“juicios de hecho”). Oportunamente hicimos referencia a los procesos que se desarrollan en los sujetos y que están involucrados en el acto mismo de conocer y decidir (cf. cap. 3°, I,e), pp. 212ss, especialmente 217s; volveremos más adelante, también, infra, I.2.a.2)b)39, p. 809s), partiendo del supuesto de que el “juicio” es el “lugar original” de la verdad, y de que la certeza es la perfección del conocimiento[i bis].

Sin embargo, toda búsqueda de la verdad está condicionada, entre otros factores, por la “hermenéutica”, que es el arte de comprender; por el “lenguaje”, que es signo de la verdad; por la “historia”, que es la relativización de un absoluto de la verdad; por la “ciencia”, que es la objetivación experimental de la verdad; y por la “ideología”, que, como señalamos al comienzo de esta investigación (cf. cap. 1°, VII,2, p. 51ss), expresa una visión interesada de la verdad.

Con todo, una dimensión nueva y unas consecuencias nuevas alcanza esta dignidad cuando la persona se pone de frente a la Verdad, en todo lo que ella abarca, como vimos que hizo Jesús[4]. Es la cuestión que hemos propuesto también en otros momentos: ¿sí realiza efectivamente a la persona una acción valiosa, y, sobre todo, una acción coherente con lo que ella es, es decir, una acción para la que ella está capacitada y que la ennoblece, y de la cual obtendrá, sin ningún género de dudas, respuestas genuinas, respuestas auténticas, respuestas razonables y, más aún, verdaderas, aun así sean históricas y perfectibles? 

Cierto es que nuestra época se caracteriza, entre otros factores, por un gran escepticismo, y que hay quien pretendería que éste fuera no sólo generalizado sino eterno. El problema de la dignidad de la persona humana nunca llega a ser más complejo y radicalmente cuestionado.

Más aún, advertimos que el conocimiento cada día más técnico y superespecializado que se está produciendo y adquiriendo en relación con los problemas de la cultura, de la ciencia y de la educación, para algunos, incluso en la vida de las naciones y en las relaciones internacionales, se exhiben alejados entre sí y desligados de los otros problemas de la existencia humana, como son los de la paz o del hambre.

Pero esa no es toda la realidad, sin embargo. Ella muestra, más bien, todo lo contrario: que estamos ante un vasto sistema de vasos comunicantes, en el que los problemas relativos a la cultura están condicionados por las otras dimensiones de la existencia humana, de la misma manera que ellos, a su vez, las condicionan.

El sinnúmero de iniciativas destinadas a promover el reconocimiento de estos fenómenos y la implementación de este provechoso ejercicio de interacción se muestra, en particular, en que también hacia allá están caminando las Universidades[5], como tratamos no sólo de observar sino de fundamentar canónicamente en esta investigación.

3. Se insiste cada vez más y desde diversos ámbitos en la significación que tiene hacer una integral y universal “liberación” de humanidad. Desde instancias epistemológicas como las propias de la Arquitectura, p. ej., se quiere recalcar en la necesidad de “rescatar”, p. ej., “los espacios abiertos” y la “proximidad con la naturaleza (tierra)” como aspectos típicamente “humanos” (ciudad):

“Las ciudades son, con el lenguaje, las más grandiosas creaciones del espíritu. Son el lugar de la cultura, los espacios abiertos para que hombres y mujeres puedan vivir a gusto. Los lugares donde se asientan las civilizaciones. Son la libertad y la tolerancia… Aquí no se educa a los jóvenes en la cultura de la ciudad y por eso se crece sin entender la necesidad de vivir bien y apropiarse de las ciudades, y no se quieren las ciudades […] Debemos crear otra vez lugares de encuentro, acabar con rejas, sellamientos, clausuras y proscribir la intolerancia […] Las ciudades de Colombia se han pensado haciendo énfasis en los planes viales y no en el espacio como lugar de encuentro. Las ciudades hay que pensarlas para ofrecer mejor calidad de vida, de goce y de placer […] (El ladrillo) tiene que ver con la naturaleza. La arquitectura de ladrillo está relacionada con la vegetación bogotana, es una de las tradiciones de la ciudad, usar en forma adecuada su vegetación. El ladrillo se presta precisamente para ello. Y es nada más y nada menos que la misma tierra. Nada más, nada menos […] Recuperar las ciudades es recuperar la poesía para la vida. Es volver a componerla transformando el pasado… La arquitectura parece volver a ser un acto importante para los líderes de las ciudades, y pareciera, al menos entre una minoría, que quisieran abolir esas concentraciones aborrecibles de grupos humanos. Una ciudad sin poesía es una anticiudad. Si somos capaces de recuperar el destino de nuestras ciudades, de hacerlas abiertas, gobernables, donde la gente pueda expresarse política y culturalmente, nuestro destino urbano mejorará…”[6]

De igual modo, si observamos con detenimiento la vida y el clima cultural y moral de nuestras ciudades – como sucede también con el aire contaminado que en ellas muchas veces respiramos –, no es extraño encontrar que las noticias que suelen aparecer en los diarios escritos y hablados así como en las pantallas de nuestros televisores y computadores nos refieren de personas que el día de ayer eran “invisibles” pero hoy fueron hechas “visibles”, de personas que apenas viven o sobreviven, pero que son “utilizadas” de acuerdo a diversos intereses, mientras son “noticia” (o al convertirlas en tales). Y, quizás lo peor del caso, nosotros mismos nos habituamos a estas maneras de proceder, nos vamos volviendo insensibles, en cierta manera nos vamos “intoxicando” – somos simples espectadores –, mientras todas esas expresiones de maldad se van acumulando y produciendo mecanismos perversos para perpetuarse. La dignidad humana de cada persona y de propia su historia deja de ser sagrada, deja de ser respetada[7].

Porque en los cimientos y en la convergencia de todos los sistemas que estructuran el conjunto de la humanidad y les permiten contribuir a liberar a la existencia humana, individual y colectiva, de las amenazas que pesan sobre ella, se encuentra el hombre, el hombre integralmente considerado, el hombre que vive al mismo tiempo en la esfera de los valores materiales y en la de los espirituales. Así lo observa un Diseñador:

“Los diseños son formalmente objetos…, prácticamente utensilios…, comercialmente mercancías…, pueden tener distintos nombres en su proceso de creación, como concepto, proyecto, prototipo, invento o antigüedad. Pero ninguna de estas formas… los describe definitivamente. Hechos a imagen y semejanza de lo humano, los objetos son al mismo tiempo muchas cosas… porque están atravesados por un vínculo singular, el de cada cultura y cada biografía personal. Sin embargo, la globalización y su tendencia estandarizadora han hecho que la vida cotidiana esté atiborrada de billones de objetos… que se imponen por encima del carácter diverso y particular de lo humano… (es necesario) volver sobre su antropología, para recobrar su verdadero sentido… En su historia está la historia de las culturas, de sus formas particulares de aprehender el mundo […] ¿Cómo crear un objeto útil y comprensible que se amolde a nuestras características antropométricas, idiosincrasia y consensos comunitarios?”[8]  

4. La gente, las personas, lo humano. Por doquier, de una manera u otra, son mencionados como “el” punto – intramundano – de referencia. Por eso muchos llegan a asegurar que el respeto de los derechos inalienables de cada persona humana es el fundamento de dichos sistemas, y que estos derechos reposan sobre la incomparable dignidad de cada persona humana, al mismo tiempo que la manifiestan. Por eso es necesario que, al menos descriptivamente, pasemos a considerar aquellas dimensiones y potencialidades que constituyen, precisamente, a las personas, y que posibilitan, más aún, requieren, que no sólo se las trabaje “interdisciplinariamente”, sino, que, al hacerlo, se las confronte con la “verdad del hombre”, e, incluso, con su destino y sentido en Dios. A su vez, por ser elementos constitutivos de la persona humana, en proceso de desarrollo y perfeccionamiento, cada uno de ellos participa de esa misma “dignidad” de la persona total, y como tales han de ser tratados.

Ahora bien, parece existir un acuerdo en que la dignidad de la persona humana proviene principalmente del hecho de ser ella el sujeto en quien el universo llega a su conciencia gracias a su racionalidad[9] y libertad. JUAN PABLO II consideró el asunto, sin embargo, de una forma más “integral” y “radical”: “Dignidad humana” consiste en que “el hombre es capaz de reconocerse” “en su única e irrepetible realidad humana” (RH 13), “en su realidad singular” (RH 14). Hemos afirmado:

“Cada persona humana es absolutamente irreemplazable, única. Cada persona, es, pues, un universo, una totalidad, un fin en sí mismo, que no permite ser tratada, de ninguna manera, como un medio, o en función de otra cosa que de ella misma. Y esta convicción que expresan millones de seres humanos, el cristianismo la corrobora y aún mayormente la fundamenta al señalar que tal condición proviene del hecho de ser ‘hijos’ en el Hijo, porque en tal condición cada hombre, cada mujer, puede acercarse a Dios en un diálogo cuya intimidad nadie puede violar, puesto que es única la relación del Padre con cada uno de sus hijos. El aprecio que tenemos por cada hombre hace que lo valoremos en su dignidad. Hace que el otro salga de su anonimato, por más pobre que él sea desde el punto de vista económico, biológico, psicológico, mental o inclusive moral y espiritual. Todos poseen la misma dignidad de ‘hijos’ y, en consecuencia, de ‘hermanos’. Estos, precisamente, son los que en el Evangelio son denominados los elaci,stoi, ‘los más pequeños’, los débiles y desprotegidos, a quienes Dios ama tanto más cuanto más “pobres” sean a los ojos de los hombres. Porque quienes viven oprimidos por el peso de la vida, los enfermos, los retrasados mentales, los impedidos físicos, los moribundos, los que la sociedad no les ofrece posibilidades, los esclavizados, explotados y empobrecidos económica, política, racial y culturalmente, los extranjeros, los culpables, los delincuentes, los encarcelados, los pecadores...: todos ellos reciben por parte de Dios un amor particular que los restablece, desde el desprecio que los mutila, a su igualdad con los demás. Son ellos los privilegiados de Cristo, quien en su amor preferencial hacia ellos, los muestra poseedores de igual dignidad que los demás y merecedores del mismo aprecio que los demás.  El amor de Dios a ninguno excluye, encuéntrese éste en la circunstancia en que se encontrare, pues en la Encarnación el Verbo asumió al hombre en sus más profundos abismos y lo abrazó hasta encumbrarlo a lo más alto de su ser en calidad de ‘hijo’.”[10]

Por la dignificación del ser humano, entonces, pocas instituciones ni grupos han hecho tanto como el cristianismo[11]. Cada ser humano, varón o mujer, es un “ser personal”, hecho gratuita y amorosamente a “imagen y semejanza de Dios” “en Cristo”[12] (el Acontecimiento, en su totalidad considerado), y, por lo mismo (eo ipso), no se le puede usar como usamos las cosas, como objeto de intercambio y de “desecho”: siempre debemos respetarlo. Por ese mismo hecho (eo ipso), y a causa de la igualdad radical vigente entre todos, que se enraíza en la común filiación-fraternidad divina, lleva la persona en sí misma, y en igualdad de condiciones que las demás, derechos y deberes recíprocos hacia los demás: desde el momento en que se diga “persona”, desde ese mismo momento se afirma “digna”, para todos los efectos[13].

Una mirada a la historia nos muestra que si hoy se puede hablar con propiedad de “derechos humanos”, éstos fueron descubiertos por la humanidad, sin duda, no sin conexión, y más aún, como fruto de esta reflexión cristiana. De ahí que la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948)[14] no otorgue sino que, como ella misma afirma, haceel reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana” (Preámbulo) [14 bis].

5. Hay que recalcar hoy, sin embargo, que esta condición, si bien “objetivamente” – ontológica, moral y jurídicamente – se puede y se debe predicar – y aún exigir – de todo ser humano, en cualquier momento de su historia – desde los “primeros humanos” hasta los “últimos” en la sucesión del tiempo – y en cualquier lugar del universo, independientemente de su pertenencia, o no, a un grupo político, religioso o filosófico, a una cultura o subcultura particular, a una condición social u otra, a un pueblo o nación, etc., “subjetivamente” – por razón de “lugares, tiempos y personas” – hay que señalar que no siempre se ha tomado conciencia de ello, ni se puede decir que ya ésta está plenamente difundida e “históricamente” realizada en todos sus alcances, como dramática y trágicamente conocemos.

En efecto, a nosotros, mujeres y hombres que poblamos nuestro planeta, se nos escudriña permanentemente – y se impone dar nuestra respuesta concreta y eficaz a la pregunta de – si aceptamos plenamente esta dignidad nuestra, para todos sus efectos. O si no la aceptamos; o, como ocurre más generalmente, si la aceptamos sólo parcial o temporalmente, y sólo para algunos de sus efectos, cuando y en cuanto nos convenga… Por eso, podemos afirmar que nunca una “verdad” así reconocida, había llegado a ser, también, una “verdad” más “incómoda”. Es la gran y radical contradicción: ¡antropológica!

Obviamente se trata – también en este caso Dios y su designio se han puesto en nuestras manos – de una propuesta a la libertad humana. ¡Y las consecuencias lejanas de estas decisiones quizá no se ven a primera o a simple vista! O, sí las vemos…, pero existen otros (y poderosos) intereses que no quieren – e insisten en ello – que las reconozcamos debidamente… Tendremos que volver en el siguiente capítulo sobre este aspecto en sus multiformes y gravísimas manifestaciones, por ser atentados también morales a nuestra condición humana.

6. Pero volvamos sobre el punto. Hemos advertido que los ελαχίστοι son un criterio radical y fundamental para orientar la actividad de la sociedad hacia una justicia social, de tal manera que históricamente Jesús no sea simplemente el ‘Hijo’ sino el ‘Primogénito entre muchos hermanos’, y nuestro modo de obrar sea un vivir fraternal inseparable hacia Dios y hacia los hermanos, como Jesús señalaba al contraponer a la rebelión del hombre contra Dios y contra el hombre, el doble mandamiento que “resume toda la ley”: el amor a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,40). Se trata, pues, de una “verdad antropológica”, antes aún que una “verdad ética”. Más aún, las consecuencias morales que tiene ello como contenido antropológico-moral central de la revelación de Dios, por ser sacramentalmente un objeto teóricamente constatable, se convierte en clave fundamental de nuestra investigación: que “son los comportamientos sociales de limpia autotrascendencia en función del ‘otro’” los únicos que realmente realizan la existencia humana y la hacen expresión del acto creador continuo de Dios (Gustavo Baena), es decir, que dichos comportamientos son el elucidario para descubrir el obrar de Dios en nosotros, así como la clave para saber si nuestro obrar es según el querer de Dios, pues, en últimas, Éste – y así – ha sido el Dios que se ha revelado.

La característica “mediadora” de cada ser humano, con todo, no se realiza sino, precisamente, mediando, es decir, poniendo y poniéndose cada cual en relación con Dios, con los otros-como-él (ella) y con el cosmos. Desde los mismos orígenes vétero y neo testamentarios ya esta dimensión humana era también considerada esencial en la comprensión que se tenía acerca de lo humano, hasta el punto que, si bien el pecado la asedia y muchas veces la conduce a una aparente, nunca total, destrucción, ella apunta a una dimensión ontológica, en relación con Dios, que nunca puede desaparecer. Los textos bíblicos lo subrayan, pues tanto en el AT Israel se considedera a sí mismo, en el presente, un “reino sacerdotal”, una “nación santa” (Ex 19,6), pueblo profético porque “cuenta las alabanzas del que ha formado para Sí un pueblo elegido” (Is 43,20-21) y hacedor “de justicia y paz” (cf, p. ej., Is 61,1ss): realidades con las que, como hemos analizado en el capítulo anterior, Jesús estaba muy relacionado (cf. Lc 4,18-19), así como el NT lo considera realizado y renovado primeramente en Cristo, pero, a partir de Él, como parte de un proyecto divino universal y lanzado hacia un futuro pleno: se trata, en efecto, de considerar a los seres humanos como “pontífices” y “sacerdotes”, “profetas” y “reyes” “en Cristo”, como la primera epístola de Pedro (1 P 2,9) y otros textos testimonian (cf. Ef 1,14; Rm 3,24) y, posteriormente, la tradición ha referido acerca de dichas relaciones[15].

7. Esta condición nos conduce, entonces, a examinar el asunto también desde otra perspectiva: la consideración del auténtico bien humano y común[16]. Consiste éste no sólo en el ejercicio del “libre albedrío”, como algunos piensan teniendo de presente sólo sus propios intereses. Siendo este esencial, es apenas sólo un aspecto de la “libertad humana”. Esta consiste, fundamentalmente en su genuina liberación, es decir, en que la persona tome opciones responsables, en que se abrace al bien y despliegue la propia verdad de su condición humana, su trascendencia, en toda la extensión de la palabra (= “libertad-para”).

Con todo, de nada sirve afirmar esta “libertad-para” si no existen las condiciones mínimas suficientes – económicas, culturales y sociales – para que cada persona pueda ejercerla: como hemos ido observando, se trata de la imperiosa necesidad de que se creen efectivas y reales oportunidades y espacios para practicar una relativa pero efectiva autonomía (“libertad-de” = ausencia de coacción) en todos los niveles de su existencia social y, en últimas, se concrete históricamente la dignidad. Estamos hablando, pues, de unos “derechos-deberes” que se enraízan en la propia condición humana, y que ya han sido “positivizados” por muchas legislaciones (sobre el ámbito de la pareja y de la familia, sobre el ámbito de la actividad laboral y social, sobre el ámbito de la condición ciudadana, continental y universal). Tendremos que volver oportunamente sobre el asunto (cf. infra, p. 816ss).

8. A partir de los elementos que hemos recogido e interpretado en esta primera subsección podemos enunciar, para concluir, dos tesis que considero de importancia fundamental:

La primera de ellas tiene qué ver con el problema de la denominada “ley natural” considerada como expresión del ius divinum, locución que, como hemos apuntado en el capítulo anterior[17], tiene una historia sumamente larga pues se remonta hasta las reflexiones de la escuela filosófica estoica, y de la que ya existían algunos indicios en Platón y en Aristóteles. Por la cercanía del ser humano con los demás “animales” – así lo definía Aristóteles: “animal racional”, “animal político” –, por muchos siglos esta “ley natural” servía para insistir no sólo en la semejanza con ellos, sino, también, en la diferencia esencial con ellos: la racionalidad. Con todo, cuando se trataba de explicar en qué consistía ella, en cómo se daba la transmisión de estas características, semejanza y diferenciación, y, sobre todo, al pretender analizar algunos problemas éticos de particular sensibilidad – sexualidad, vida, familia, p. ej. – se enfatizaba, p. ej., el componente biológico-fisiológico de los seres humanos; más aún, la búsqueda se radicalizaba y polarizaba hacia este elemento[18].
                                                                                                                                 
A partir de la búsqueda efectuada y de los elementos hallados, esta situación descrita, sobre todo hoy en día, como veremos aún más ampliamente en la subsección siguiente, se ha vuelto prácticamente insostenible, al menos si se quieren valorar adecuadamente los hallazgos de las ciencias contemporáneas, y, sobre todo, si se quiere ser coherente con el querer original de Dios para el ser humano, hijo de Dios, revelado en Cristo: es necesario tener una concepción unitaria e integral de todo ser humano, que abarque todo el conjunto de sus elementos constitutivos y de sus dinamismos, que tenga en cuenta tanto a la naturaleza como a la razón como verdaderas fuentes de la moralidad y del derecho, y ello en una armonía que relacione razón objetiva y razón subjetiva; una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas están fundadas en la Razón creadora de Dios.  Tal será nuestro propósito, como iremos desglosando y enfatizando a lo largo de las subsecciones siguientes en relación con aquella que el Papa Juan Pablo II denominaba: “la ley del orden integral de la persona”[19].

9. De esta manera, al examinar los asuntos relativos a los seres humanos, es tan importante conocer y enaltecer “el orden natural de la creación” que se encuentra presente y actuante en ellos, y del que participa con los demás seres, como tributarles “el respeto por su dignidad de personas”, con todas las consecuencias que ello lleva consigo[20]. Su “ley natural” está constituida, pues, por esa doble, intrínseca e indisoluble condición, y no sólo por una de ellas. Y el progreso histórico en la conciencia de la humanidad[21] lo va evidenciando cada día más (cf., p. ej. más adelante, II,3.4, p. 895).

BENEDICTO XVI, citando el Catecismo de la Iglesia Católica, precisa que esta ley es llamada “natural” “no por su relación con la naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la promulga es propia de la naturaleza humana (n. 1955)”[ii]. Más aún, sobre ella “todos, incluso los no creyentes, nos podemos encontrar, de manera que el encuentro de las diferencias – culturales, añado yo – sea positivo y constructivo para la entera comunidad humana”[22]. Y si bien nuestra vivencia está caracterizada por una cultura contemporánea que aprecia y enaltece las ciencias naturales – con lo cual las implicaciones metafísicas de una “ley natural” pasan inadvertidas, cuando no son consideradas completamente irrelevantes o totalmente incomprensibles[23] – es necesario reivindicar la absoluta necesidad fundamental de dicha “ley” en orden a la vida social, ya que ella

“constituye la verdadera garantía ofrecida a cada uno para vivir libre y ser respetado en su dignidad personal, en su propia existencia, y para sentirse defendido de cualquier forma de manipulación ideológica y de todo atropello perpetrado con base en la ley del más fuerte. Porque esta ley natural indica el hecho cierto de que cada ser, por sí mismo, lleva consigo un mensaje moral y una indicación para los caminos del derecho”[24].

10. Debemos enfatizar, pues, en esta misma primera subsección relativa a la persona humana que somos y que estamos llamados a ser en plenitud, que en lo que concierne a nuestra dignidad, razonabilidad y comunicación[25] – aspectos sobre los que volveremos enseguida – hemos de concluir y destacar, una vez más, para nuestro contexto educativo universitario lo que de diversas maneras afirmamos en el capítulo anterior, y que se mantiene como nuestro criterio orientador en el capítulo presente y en los subsiguientes: “El primer deseo ardiente de aprender lo da la nobleza del maestro”[26]. Cristo es el Maestro, y, como hemos visto, el Teólogo. Él, desde su encarnación y kénosis, y desde su resurrección y recapitulación, nos enseña y nos conduce siempre a descubrir y a desarrollar todos los dinamismos inmanentes a cada ser humano y sus posibilidades, no sólo ideales sino reales, a las cuales la investigación, la docencia y el servicio corporativamente se deben orientar primordial y finalmente.

En efecto, Jesús, quien, como sostenemos, actuó siempre “la caridad en la verdad”, sabía examinar los signos de los tiempos, observar los fenómenos, buscando conocerlos y entenderlos, y, por qué no, asumiendo para ello de su contexto social y cultural lo que los diversos saberes le podían proporcionar, pero también sus limitaciones. Su amor sin límites alimentaba este nuevo tipo de “diálogo” que había emprendido también con su tiempo, sabiendo y expresando que sólo cuando el saber va acompañado del don de sí mismo – el que siempre urge “ir más allá” – se crea el adecuado “caldo de cultivo” en el que se puede desarrollar una vida humana que pretenda ser auténtica. Un nuevo diálogo que se realiza sin contradecir los resultados de la razón en su pleno ejercicio – como hemos observado aprendió de la praxis de su pueblo –, sin prescindir de ellos, sino como el resultado conjunto, y al mismo tiempo “distinto”, de inteligencia y amor, como ejercicio de interdisciplinariedad compatible con la búsqueda de una síntesis armónica personal y social. Inclusive cuando se tratara, como hoy, de la más refinada investigación científica (cf. CIV 30-31).

De esta forma, pues, ayudados por los aportes genuinos y verdaderos – así sean provisionales – de las ciencias[iii], conforme a la manera de proceder de Jesús, el Maestro, el Teólogo, quien enseñaba a hallar la verdad humana desde y gracias al estudio y tratamiento de las problemáticas relativas a la salud y a la vida comprendidas como valores auténticamente humanos – su seguimiento nos invita hoy a considerar dichos aportes de las ciencias actuales como una singular contribución para lograr ese propósito, es decir, entendiéndolo como un instrumento delicado para reconocer y realizar dicha verdad y su sentido divino – dedicaremos toda la siguiente subsección al análisis somero y global de los mencionados dinamismos. El teólogo hoy no puede menos que estudiar bien el mundo, para poderlo entender, atender, escuchar[27]: a través de las ciencias ha de lograr captar cómo es la complejidad del mundo, ya que, como hemos dicho, ellas son expresión de la sabiduría a través de la cual Dios se está dejando “leer” por parte de los seres humanos. En una Universidad católica a la teología le corresponde participar en la investigación de lo fundamental, de los principios, urgirlo, y contribuir a formar “lectores” genuinos de la realidad. Por eso afirmamos que nos ayudan las ciencias enormemente, para poder aterrizar ese “mundo” de la revelación.


Notas de pie de página



[1] El Papa FRANCISCO ha escrito a este propósito: “¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo. En el siglo II, el pagano Celso reprochaba a los cristianos lo que le parecía una ilusión y un engaño: pensar que Dios hubiera creado el mundo para el hombre, poniéndolo en la cima de todo el cosmos. Se preguntaba: « ¿Por qué pretender que [la hierba] crezca para los hombres, y no mejor para los animales salvajes e irracionales? » [Orígenes, Contra Celsum, IV, 75: SC 136, 372]. « Si miramos la tierra desde el cielo, ¿qué diferencia hay entre nuestras ocupaciones y lo que hacen las hormigas y las abejas? » [ibíd., 85: SC 136, 394.]. En el centro de la fe bíblica está el amor de Dios, su solicitud concreta por cada persona, su designio de salvación que abraza a la humanidad entera y a toda la creación, y que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo, se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites” (LF 54b).
[2] Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Introducción a la Teología… o. c., p. 145, nt. 347, 103-104. San Antonio DE PADUA (1195-1231), más aún, atribuía la raíz de tal dignidad a la sangre derramada por Cristo en la Cruz: “Si lo miras bien, decía él, podrás darte cuenta de qué tan grandes son tu dignidad humana y el valor que tienes… En ningún otro lugar puede nadie darse cuenta de cuanto valga sino mirándose en el espejo de la Cruz” (Sermones dominicales y festivos, III, 213-214).
El tema de la dignidad de toda persona fue desarrollado por el Papa JUAN PABLO II en su célebre Discurso, precisamente, ante la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura): “10. Sin embargo, al hablar del puesto de la Iglesia y de la Sede Apostólica ante vuestra Organización, no pienso solamente en todas las obras de la cultura en las que, a lo largo de los dos últimos milenios, se expresaba el hombre que había aceptado a Cristo y al Evangelio, ni en las instituciones de diversa índole que nacieron de la misma inspiración en el campo de la educación, de la instrucción, de la beneficencia, de la asistencia social, y en tantos otros. Pienso sobre todo, señoras y señores, en la vinculación fundamental del Evangelio, es decir, del mensaje de Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su humanidad misma. Este vínculo es efectivamente creador de cultura en su fundamento mismo. Para crear la cultura hay que considerar íntegramente, y hasta sus últimas consecuencias, al hombre como valor particular y autónomo, como sujeto portador de la trascendencia de la persona. Hay que afirmar al hombre por él mismo, y no por ningún otro motivo o razón: ¡únicamente por él mismo! Más aún, hay que amar al hombre porque es hombre, hay que reivindicar el amor por el hombre en razón de la particular dignidad que posee. El conjunto de las afirmaciones que se refieren al hombre pertenece a la sustancia misma del mensaje de Cristo y de la misión de la Iglesia, a pesar de todo lo que los espíritus críticos hayan podido declarar sobre este punto, y a pesar de todo lo que hayan podido hacer las diversas corrientes opuestas a la religión en general, y al cristianismo en particular”: París, lunes 2 de junio de 1980, en : http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/speeches/1980/june/documents/hf_jp-ii_spe_19800602_unesco_sp.html
Años después, el Papa BENEDICTO XVI ha reexaminado el asunto desde un nuevo contexto, el del diálogo interreligioso recién iniciado con líderes del Islam. Afirmó entonces: “La tradición musulmana es también absolutamente clara en animar el empeño práctico de servir el más necesitado, y recuerda con gusto la “regla de oro” en su propia versión: vuestra fe no será perfecta, a menos que hagáis a otros lo que deseáis para vosotros mismos. Debemos así trabajar juntos para promover el respecto genuino por la dignidad de la persona humana y los derechos humanos fundamentales, aun cuando nuestras visiones antropológicas y nuestras teologías justifican esto de diversas maneras. Hay un campo grande y extenso en el cual podemos actuar juntos para defender y promover los valores morales que son parte de nuestra herencia común. Solamente comenzando con el reconocimiento de la centralidad de la persona y de la dignidad de cada uno, respetando y defendiendo la vida humana que es el regalo de Dios, y es tan sagrada para los cristianos como igualmente para los Musulmanes – solamente sobre la base de este reconocimiento, podemos nosotros encontrar una base común para construir un mundo más fraternal, un mundo en el cual las confrontaciones y las diferencias sean pacíficamente resueltas, y el poder devastador de las ideologías sea neutralizado”: Audiencia a los participantes del Fórum Católico-Musulmán promovido por el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, Vaticano, 6 de noviembre de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22868.php?index=22868&po_date=06.11.2008&lang=sp La “declaración final conjunta” del mencionado primer Fórum puede encontrarse en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22869.php?index=22869&po_date=06.11.2008&lang=sp
[3] El sentido bíblico del término fue expuesto sintéticamente por JUAN PABLO II en sus catequesis sobre “el cuerpo” y sobre el “amor matrimonial” al comienzo de su pontificado: «"Conocer" (jadac), en el lenguaje bíblico, no significa solamente un conocimiento meramente intelectual, sino también una experiencia concreta, como, p. ej., la experiencia del sufrimiento (cf. Is 53, 3), del pecado (cf. Sab 3, 13), de la guerra y de la paz (cf. Jue 3, 1; Is 59, 8). De esta experiencia nace también el juicio moral: "conocimiento del bien y del mal" (Gen 2, 9-17). El "conocimiento" entra en el campo de las relaciones interpersonales, cuando mira a la solidaridad de familia (Dt 33, 9) y especialmente las relaciones conyugales. Precisamente refiriéndose al acto conyugal, el término subraya la paternidad de personajes ilustres y el origen de su prole (cf. Gen 4, 25; 4, 17; y Sab 1, 19), como datos válidos para la genealogía, a la que la tradición de los sacerdotes (por herencia de Israel) daba gran importancia. Pero el "conocimiento" podía significar también todas las otras relaciones sexuales, incluso las ilícitas (cf. Núm. 31, 17; Gen 19, 5; Jue 19, 22). En la forma negativa, el verbo denota la abstención de las relaciones sexuales, especialmente si se trata de vírgenes (cf. p. ej. 1 Re 2, 4; Jue 11, 39). En este campo, el Nuevo Testamento utiliza dos hebraísmos, al hablar de José (cf. Mt 1, 25) y de María (cf. Lc 1, 34). Adquiere un significado particular el aspecto de la relación existencial del "conocimiento", cuando su sujeto u objeto es Dios mismo (p. ej., Sal 139; Jer 31, 34; Os 2, 22; y también Jn 14, 7-9; 17, 3)»: nt. 2 del texto de la Audiencia general correspondiente al 5 de marzo de 1980,  en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1980/documents/hf_jp-ii_aud_19800305_sp.html#_edn2
[4] El Papa JUAN PABLO II afirmaba, en efecto, que “el Evangelio es el que revela la verdad integral sobre el hombre y sobre su camino moral” (VS 112).
[5] Esta sensibilidad y conciencia de interrelación e interdependencia se destaca frecuentemente también de muchas maneras. Para citar un solo ejemplo, ante una actividad como la XIII Sesión de la International School of Theatre Anthropology, efectuada entre el 13 y el 25 de octubre de 2004, en Sevilla, España, afirmaba la profesora María Carlota LLANO B. que “la convivencia y el compartir conocimientos, pensamientos y diversas culturas del mundo con alrededor de ciento veinte colegas, lo hace un evento único e invaluable”: en: http://www.pedagogica.edu.co/index.php?inf=1369
De la misma manera, constatamos el surgimiento de iniciativas tales como la de la RLCU (Red Latinoamericana de Cooperación Universitaria), que “bajo la forma jurídica de Fundación, nace en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires, Argentina; en abril de 1997.
Este proyecto de colaboración interuniversitaria, surge por voluntad de un grupo de universidades privadas de la región, deseosas de aunar esfuerzos para optimizar medios y posibilitar una eficiente y dinámica cooperación de sus recursos humanos y técnicos”. Son sus “Objetivos: promover la integración latinoamericana; sostener la identidad latinoamericana dentro del contexto de la globalización; reconocer y defender los principios de la libertad de enseñanza; formar profesionales en el marco de la ética; entender la cooperación académica internacional como un instrumento válido para el desarrollo de las universidades; promover la excelencia académica; afirmar permanentemente un compromiso en los principios e instituciones democráticas, dentro de un marco de pluralismo cultural, económico y político; acrecentar los vínculos con los diferentes sectores de la comunidad; profundizar la relación universidad-empresa; generar el conocimiento y la difusión del pensamiento en América Latina”.
Otras instituciones que se pueden mencionar en similar sentido son, p. ej.: - el Centro Interuniversitario de Desarrollo, CINDA: institución académica internacional, formada por importantes universidades de América Latina y Europa, cuyo propósito fundamental es vincular a universidades entre sí y con los principales problemas del desarrollo; - la Asociación de 29 Universidades confiadas a la COMPAÑÍA DE JESÚS en 14 países de América Latina (AUS. J.AL: http://www.auS. J.al.org/) a la luz de la realidad de nuestros pueblos y en fidelidad a la específica inspiración Cristiana y a la identidad y tradición espiritual y pedagógica de la Compañía de Jesús. AUS.J.AL es una organización dinámica y eficiente que facilita y potencia la cooperación y el intercambio entre las universidades y permite aprovechar la sinergia entre sus miembros, de forma que los objetivos de cada uno converjan y potencien los de toda la Asociación y viceversa. Ello con el fin de obtener beneficios para sus universidades miembros. Su principal reto consiste en crear la primera red universitaria en América Latina con una identidad, liderazgo compartido y estrategia común para la transformación educativa y social de la región.
[6] Harold ALVARADO: “(Rogelio) Salmona imagina el centro de Bogotá”, en Lecturas Fin de Semana El Tiempo, sábado 11 de febrero de 2006 6-7.
[7] Cf. BENEDICTO XVI: discurso con ocasión de la visita al monumento de Nuestra Señora en la Plaza España de Roma, 8 de diciembre de 2009, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24779.php?index=24779&po_date=08.12.2009&lang=sp.
[8] Sandra GÓMEZ: “Aproximaciones a una antropología del diseño. El diseñador y antropólogo mexicano Fernando Martín Juez”, en UN Periódico, Domingo 23 de julio de 2006 21. Ya el gran filósofo y científico moderno Blas PASCAL (1623-1662) decía: “El hombre no es más que una caña, el más débil de la naturaleza, pero es una caña que piensa. No es necesario que el universo se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo. Pero aun cuando el universo entero lo aplastara, el hombre sería más noble de cuanto lo mata, porque él sabe del morir y conoce la superioridad que tiene el universo sobre él; el universo, en cambio, de ello no sabe nada” (Pensamientos 347).
[9] “6. El texto yahvista nos permite, sin embargo, descubrir incluso elementos ulteriores en ese maravilloso pasaje, en el que el hombre se encuentra solo frente a Dios, sobre todo para expresar, a través de una primera autodefinición, el propio autoconocimiento, como manifestación primitiva y fundamental de humanidad. El autoconocimiento va a la par del conocimiento del mundo, de todas las criaturas visibles, de todos los seres vivientes a los que el hombre ha dado nombre para afirmar frente a ellos la propia diversidad. Así, pues, la conciencia revela al hombre como el que posee la facultad cognoscitiva respecto al mundo visible. Con este conocimiento que lo hace salir, en cierto modo, fuera del propio ser, al mismo tiempo el hombre se revela a sí mismo en toda su peculiaridad de su ser. No está solamente esencial y subjetivamente solo. En efecto, soledad significa también subjetividad del hombre, la cual se constituye a través del autoconocimiento. El hombre está solo porque es "diferente" del mundo visible, del mundo de los seres vivientes. Analizando el texto del libro del Génesis, somos testigos, en cierto sentido, de cómo el hombre "se distingue" frente a Dios-Yahvéh de todo el mundo de los seres vivientes (animalia) con el primer acto de autoconciencia, y de cómo, por lo tanto, se revela a sí mismo y, a la vez, se afirma en el mundo visible como "persona". Ese proceso delineado de modo tan incisivo en el Génesis 2, 19-20, proceso de búsqueda de una definición de sí, no lleva sólo a indicar —empalmando con la tradición aristotélica— el genus proximum, que en el capítulo 2 del Génesis se expresa con las palabras: "ha puesto el nombre", al que corresponde la "diferencia" específica que, según la definición de Aristóteles, es noûs, zoon noetikón. Este proceso lleva también al primer bosquejo del ser humano como persona humana con la subjetividad propia que la caracteriza”: en: JUAN PABLO II: Audiencia general del Miércoles 10 de octubre de 1979: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1979/documents/hf_jp-ii_aud_19791010_sp.html.
[10] Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Introducción a la Teología… o. c., p. 145, nt. 347, 102-104.
[11] Coinciden en esta apreciación tanto Manuel TREVIJANO: Fe y ciencia. Antropología, o. c.  p. 42, nt. 87,266-267; como Pierre BIGÓ, S. J. (1906-1997): Doctrina social de la Iglesia. Iglesia y mundo en diálogo Instituto Católico de Estudios Sociales Barcelona 1967.
Con todo las objeciones también se presentan, sobre todo, en mi consideración, cuando provienen de una defectuosa o incompleta o ahistórica visión del asunto (no es suficiente constatarla desde el pensamiento griego, romano, kantiano, “cristiano” o desde la Carta de las Naciones Unidas de 1948), como cuando se identifican las nociones de “dignidad” (¿para “aterrizarla” o hacerla más “concreta” e histórica?) con “calidad de vida” (¿quizás Amartya Sen?): la primera es un “propio” del ser, algo intrínseco suyo, mientras la segunda es un simple “accidente” y “extrínseco” del mismo (según las circunstancias o condiciones de tiempo, lugar y modo, p. ej.: si tiene acceso real, o potencial, o constitucional, etc., a la alimentación, salud, educación…), hablando en términos ontológicos. La dignidad no depende, por ejemplo, de que a la persona se le reconozcan funciones ni capacidades, y mucho menos cuando, por ejemplo, decisionalmente, en lo biológico, en lo psicológico o en lo político, se le nieguen, o están alteradas o disminuidas por factores del actuar del sujeto, etc. No depende, pues, de que las personas “vivan bien” o “mal”, según ciertas escalas de desarrollo, ni, aún siquiera, propiamente, de que se les permita, o no, el ejercicio (pleno) de su “libre albedrío”. Por el contrario, el “respeto” y la “consideración” que merece todo ser humano tienen mucho que ver con el “reconocimiento”, una condición que cobra cada día mayor importancia en los debates filosóficos, éticos y políticos, como observa entre sus artículos la revista Universitas Philosophica 25/50 jun 2008. Radicalmente se trata de una exigencia positiva de “no-humillación” que brota del ser mismo de la persona creada a imagen y semejanza de Dios, que abarca a todas las personas y con la que se invade e impregna toda otra creatura (cf. GS 35-36): Gn 1,31.
El Santo Padre FRANCISCO, en el discurso con ocasión de su visita al Parlamento Europeo evocó la rica historia de relaciones bimilenarias, no exentas de tensiones y dificultades de diverso tipo, que el cristianismo ha establecido con los pueblos y culturas que conforman esta Comunidad, y con los demás más allá de ella. Recordó tal proceso resaltando sobre todo las nociones de “persona” y de “dignidad” que han de continuar impulsando la “esperanza” y el “aliento" de Europa y su actividad en favor de los “derechos humanos” en medio de interpretaciones “individualistas” (“monádicas”) de los mismos y de los peligros de la “absolutización de la técnica” y de la “uniformidad en la democracia”. La importancia del desarrollo de las personas y de los pueblos mediante una educación “adecuada y completa” fue considerada por el Papa en este contexto. Véase el texto, del 25 de noviembre de 2014, en: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/11/25/0885/01900.html
[12] Cf. el documento de la COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL sobre este tema: Comunione e Servizio. La persona umana creata a immagine di Dio, sesiones plenarias efectuadas en Roma entre el 2000 y el 2002; texto aprobado en forma específica, aprobado por el Presidente de la Comisión,  Card. J. Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien autorizó su publicación, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20040723_communion-stewardship_it.html
[13] San GREGORIO DE NISA decía que cada ser humano tiene la posibilidad y la tarea de reconocer dentro de sí mismo esta belleza de haber sido dignificado por nadie menos que por el mismo Dios, Belleza ejemplar: “No ha sido el cielo el que ha sido hecho a imagen de Dios, ni la luna, ni el sol, ni la belleza de las estrellas, ni ninguna otra de las cosas que aparecen en la creación. Solo tú (alma humana) has sido hecho imagen de la naturaleza que sobrepasa todo intelecto, semejanza de la belleza incorruptible, impronta de la verdadera divinidad, receptáculo de la vida feliz, imagen de la verdadera luz, mirando a la cual tu llegas a ser aquello que Él es, porque por medio del rayo reflejo proveniente de tu pureza tu imitas a Aquel que brilla en ti. Ninguna cosa que existe es así de grande que puede ser comparada a tu grandeza” (Homilia in Canticum 2: PG 44,805D; cfr. Oratio catechetica 6: SC 453,174). Y el mismo Doctor de la Iglesia añadía que el pecado, que oscurece esta dignidad, puede ser quebrantado, no obstante, de modo que ella llegue a relucir de nuevo gracias al esfuerzo de “un tenor de vida diligente y atento (mediante el cual) lavarás las fealdades que se han depositado en tu corazón, (y, de nuevo) brillará en ti la belleza divina… Contemplándote a ti mismo verás en ti a Aquel que es el deseo más profundo de tu corazón, y serás feliz” (De beatitudinibus, 6: PG 44,1272AB). (Traducciones mías). Véase, al respecto, la Audiencia general del Papa BENEDICTO XVI, del 29 de agosto de 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20687.php?index=20687&lang=sp   
[14] Es la Carta Magna o Carta Constitucional de la Organización de las Naciones Unidas. En: http://www.un.org/spanish/aboutun/hrights.htm Fue puesta a prueba, de inmediato, al concluir la II Guerra Mundial, con el famosísimo Tribunal y Juicio de Nürnberg (Núremberg), llevados a cabo por los aliados contra algunas de las principales figuras de régimen nazi, tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Los juicios se realizaron entre el 20 de noviembre de 1945 a 1949. Fueron condenados principalmente crímenes en contra de la paz, crímenes de guerra y crímenes en contra de la humanidad.
Sesenta años después, algunos de sus principios parecieran haber caído en cierta dejadez, según la opinión crítica de la Embajadora norteamericana ante el Vaticano, Dra. Ann GLENDON, quien, a su vez, reafirma el aporte de los cristianos y, en particular, de los católicos latinoamericanos, en la formulación de los principios de dicha Carta, sobre la base de la “ley natural”: “Glendon, quien asumió su puesto como embajadora en febrero último, dijo que la Iglesia Católica tuvo una voz poderosa en la formulación de la declaración de 1948. Pero el amplio acuerdo sobre valores básicos en esa época – incluyendo el valor de la maternidad y de la familia – ha disminuido en recientes años, dijo ella. «Ha llegado el momento en que es importante recordar los compromisos adquiridos por todos», dijo Glendon. En particular, afirmó, el papel jugado por el pensamiento Católico tradicional en la formulación de los derechos humanos debe ser reconfirmado. Es un papel que algunos preferirían olvidar, porque la tradición Católica conecta los derechos humanos con la ley natural, dijo Glendon. En tiempos modernos, agregó, existen muchas fuerzas que preferirían reducir estos derechos a principios determinados sobre una base contractual. Dijo ella que en la primera conferencia habría sido predominante el papel de los diplomáticos latinoamericanos, procedentes de una sentida cultura Católica, para la formulación de la declaración de los derechos humanos. Conferencias subsiguientes se centraron en la universalidad de los derechos humanos, la cuestión del genocidio, la relación entre la enseñanza social de la Iglesia y los derechos humanos”.  En (consulta marzo 2008): http://www.catholic.org/international/international_story.php?id=27125&wf=rsscol
Al respecto véase también de Robert P. GEORGE-McCORMICK: “Natural Law, God, and Human Rights”, en CONSOCIATIO INTERNATIONALIS STUDIO IURIS CANONICI PROMOVENDO – FACULTAD DE DERECHO CANÓNICO SAN PÍO X: XIII Congreso de la Asociación Internacional “El Ius divinum en la vida de la Iglesia”, 17 al 21 de septiembre de 2008, Venecia, Italia (publicación: ARRIETA, Juan Ignacio (a cura di) – FABRIS, Costantino-M. (coord. ed.): Ius divinum Marcianum Press Venezia 2010 1269-1278).
[14 bis] Como se irá registrando en otros lugares de esta investigación, el asunto, al que se había llegado tras tantas dificultades y a partir de tan diversas perspectivas, de redactar en su momento un conjunto de “derechos humanos” comunes y válidos para todos los pueblos y naciones, se encuentra hoy ante la perspectiva de las “interpretaciones” acomodaticias de los mismos. Las consecuencias de ello son imprevisibles y, como se está viendo, atropelladoras de los mismos y, a la larga, los socavan. De ello muchos han ido tomando conciencia paulatinamente, a medida que se registra ese tipo de hechos. Lo ha puesto en evidencia y alertado de ello, una vez más, el Arzobispo Paul Richard GALLAGHER, Secretario para las Relaciones de la Santa Sede con los Estados, ante una altísima sede, el 25° Consejo ministerial de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que se realizó en Milán, Italia, los días 6 y 7 de diciembre de 2018: “La Declaración Universal de los Derechos Humanos se inicia registrando que “el reconocimiento de la dignidad inherente y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana es la base de la libertad, la justicia y la paz en el mundo” (Preámbulo). El compromiso de la OSCE con los derechos humanos los derechos se basan en lo mismo: “reconocer la importancia universal de los derechos humanos y las libertades fundamentales, cuyo respeto es un factor esencial para la paz, la justicia y el bienestar” (Helsinki Final Act, VII. Respect for human rights and fundamental freedoms, including the freedom of thought, conscience, religion or belief) dentro y entre los Estados participantes. De hecho, la "universalidad de los derechos humanos representa una pregunta crucial para nuestra era, un tema real stantis aut cadentis (“permanece de pié o se cae”), cuya respuesta determinará si los derechos humanos siguen marcando el horizonte común para la construcción de nuestras sociedades, el punto de referencia necesario. para el ejercicio del poder político y una guía para el camino a seguir por la comunidad internacional " (Archbishop Paul Richard Gallagher, Intervention at the Council of Europe for the celebration of the 70th anniversary of the Universal Declaration of the Rights of Man, 10 September 2018). Dos desarrollos deben ser reconocidos a este respecto.
Primero, una interpretación radicalmente individualista de ciertos derechos y la afirmación de "nuevos derechos", ambos conceptos objetivamente distantes de la Declaración Universal y el Acta Final de Helsinki, contribuyen a hacer mucho más difícil el consenso universal. Si los Estados participantes ni siquiera pueden ponerse de acuerdo sobre lo que significa el concepto de "derecho humano", no debería sorprender que la dimensión humana siga quedando aún más atrás de la primera y la segunda dimensión en progreso sobre compromisos nuevos o más específicos aprobados por consenso.
En segundo lugar, la universalidad de los derechos humanos se basa en la idea de que todos los derechos humanos universales y las libertades fundamentales deben ser protegidos y promovidos. Ignorar algunos derechos humanos, establecer una jerarquía entre los derechos humanos y hacer que el respeto de un derecho humano esté condicionado a la aceptación de una interpretación discutible de "derechos" es inaceptable. Esta realidad se muestra abiertamente, y a veces con dolor, en acontecimientos de dimensión humana.
En este sentido, la Santa Sede debe expresar una vez más su preocupación por la creciente prevalencia de lo que el Papa Francisco ha denominado "un enfoque reduccionista" para la comprensión de la libertad de religión o de creencias. Tremendo acercamiento - desconectado objetivamente tanto de la Declaración Universal como de los compromisos de la OSCE - busca reducir las religiones "a la oscuridad tranquila de la conciencia del individuo o relegarlas a los recintos cerrados de iglesias, sinagogas o mezquitas" (Pope Francis, Meeting for Religious liberty with the Hispanic community and other immigrants, Independence Hall, Philadelphia, 26 September 2015), revelando no solo una falla para apreciar el verdadero sentido de la libertad de religión o de creencias, sino también el papel legítimo de la religión en la plaza pública”: “The Universal Declaration of Human Rights opens by acknowledging that the “recognition of the inherent dignity and of the equal and inalienable rights of all members of the human family is the foundation of freedom, justice and peace in the world”.3The OSCE’s engagement with human rights is based on the same: to “recognize the universal significance of human rights and fundamental freedoms, respect for which is an essential factor for the peace, justice and well- being”4 within and among the participating States. Indeed, the “universality of human rights represents a crucial question for our age, a real topic stantis aut cadentis, the answer to which will determine whether human rights continue to mark the common horizon for the construction of our societies, the necessary point of reference for the exercise of political power and a guide for the path to be followed by the international community”.5 Two developments must be acknowledged in this regard. First, a radically individualistic interpretation of certain rights and the affirmation of “new rights” – both concepts objectively distant from both the Universal Declaration and the Helsinki Final Act – contribute to making universal consensus much more difficult. If the participating States are unable to even agree on what the concept of ‘a human right’ signifies, there should be no surprise that the human dimension continues to fall ever further behind the first and the second dimensions in progress on new or more focused commitments adopted by consensus. Secondly, the universality of human rights is based on the idea that all universal human rights and fundamental freedoms must be protected and promoted. Ignoring some human rights, establishing a hierarchy among human rights, and making respect for one human right conditional on the acceptance of a debatable interpretation of ‘rights’ is unacceptable. This reality is openly – and sometimes painfully – on display during human dimension events. In this regard, the Holy See must once more express its concern over the growing prevalence of what Pope Francis has referred to as ‘a reductionist approach’ to or understanding of freedom of religion or belief. Such an approach – objectively disconnected from both the Universal Declaration and OSCE commitments – seeks to reduce religions “to the quiet obscurity of the individual’s conscience or to relegate them to the enclosed precincts of churches, synagogues or mosques”,6revealing not only a failure to appreciate the true sense of freedom of religion or belief, but also the legitimate role of religion in the public square.7” En (consulta del 7 de diciembre de 2018): http://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2018/12/07/0911/01985.html
[15] Me refiero especialmente a la síntesis de la tradición que recogió la LG en el capítulo segundo, muy especialmente en los nn. 10-13.
[16] Me atrevo a expresar esta redundancia. En mi opinión, los dos términos, “humano” y “común” son equivalentes. Con todo, la experiencia me indica que es conveniente insistir en uno y otro para significar no sólo la “integralidad” a la que estamos aludiendo en la investigación, sino, también, a que esta condición no debe ser la privilegiada de unos pocos: consiste en que todos los seres humanos la lleguen a desarrollar. El Papa PABLO VI afirmaba sintéticamente: “Todo el hombre, todos los hombres”: «14. El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, el desarrollo ha de ser integral, es decir, debe promover a todos los hombres y a todo el hombre. Con gran exactitud lo ha subrayado un eminente experto: "Nosotros no aceptamos la separación entre lo económico y lo humano, ni entre el desarrollo y la civilización en que se halla inserto. Para nosotros es el hombre lo que cuenta, cada hombre, todo grupo de hombres, hasta comprender la humanidad entera" (Louis Joseph LEBRET O. P.: Dynamique concrète du développement Les Editions Ouvrières Economie et Humanisme Paris 1961 28)».
Hablando sobre el "tercer mandamiento del decálogo", "el día de descanso", el S. P. FRANCISCO, en su audiencia general del 12 de septiembre de 2018, recordó los dos contenidos del mismo: "la bendición de la creación" y "el final de la esclavitud": "Los esclavos, recordaba, no pueden descansar". Y de esta esclavitud, decía, existen múltiples formas, tanto exteriores como interiores. "La misericordia de Dios nos libera. Y cuando tú te encuentras con la misericordia de Dios tienes una libertad interior grande y eres capaz también de transmitirla. Por esto es tan importante abrirse a la misericordia de Dios, para no ser esclavos de nosotros mismos. Ahora bien, ¿qué es, pues, la verdadera libertad? ¿Consiste, quizás, en la libertad de elección? Ciertamente ésta es una parte de la libertad, que nos empeñamos a fin de que sea asegurada a todo hombre y mujer (cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 73). Pero sabemos bien que poder hacer lo que se desea no basta para ser verdaderamente libres, y mucho menos felices. La verdadera libertad es mucho más. En efecto, existe una esclavitud que encadena más que una prisión, más que una crisis de pánico, más que una imposición de cualquier tipo: es la esclavitud del propio yo ["De acuerdo con la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica (cfr Catechismo della Chiesa Cattolica, 1733): «En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado (cf Rm 6, 17).». Hay gente que todo el día se mira para ver su propio yo. Y el propio ego tiene una estructura más alta que el mismo cuerpo. Son esclavos del ego. El ego puede llegar a ser una agujita que tortura al hombre donde se encuentre y le procura la más profunda opresión, aquella que se llama 'pecado', que no consiste en la banal violación del un código, sino en el fracaso de la existencia y en la propia condición de esclavos (cf. Jn 8,34). Por eso la Iglesia enseña en el mismo Catecismo (cfr Catechismo della Chiesa Cattolica, 1739): «Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo esclavo del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.». El pecado es, en últimas, decir y hacer el ego. "Yo quiero hacer esto y no me importa si existe un límite, si existe un mandamiento, ni siquiera me importa si hay amor". El ego: por ejemplo pensemos en las pasiones humanas: el goloso, el lujurioso, el avaro, el iracundo, el envidioso, el perezoso, el soberbio - y así sucesivamente - son esclavos de sus propios vicios, que los tiranizan y los atormentan. No existe tregua para el goloso, porque la gula es la hipocresía del estómago, que está lleno, pero hace creer que está vacío. El estómago hipócrita nos hace golosos. Somos esclavos de un estómago hipócrita. No existe tregua para el goloso y el lujurioso, que deben vivir del placer; el ansia de posesión destruye al avaro, siempre amontona dinero, haciendo el mal a otros; el fuego de la ira y la carcoma de la envidia arruinan las relaciones. Los escritores dicen que la envidia vuelve amarillo el cuerpo y el alma, como una persona cuando contrae la hepatitis: se vuelve amarilla. Los envidiosos tienen amarilla el alma, porque nunca pueden tener la frescura de la salud del alma. La envidia destruye. La pereza que evita cualquier fatiga hace a la persona incapaz de vivir; el egocentrismo - he aquí el ego del que he hablado - soberbio cava un foso entre él mismo y los otros. Queridos hermanos y hermanas: ¿quién es, pues, el verdadero esclavo? ¿Quién es aquél que no conoce el descanso? ¡El que no es capaz de amar! Y todos estos vicios, todos estos pecados, este egoísmo, nos alejan del amor y nos hacen incapaces de amar. Somos esclavos de nosotros mismos y no podemos amar, porque el amor es siempre hacia, para los demás. El tercer mandamiento, que invita a celebrar en el reposo de la liberación, para nosotros cristianos es profecía del Señor Jesús, que rompe la esclavitud interior del pecado para hacer al hombre capaz de amar. El amor verdadero es la verdadera libertad: arranca de la posesión, reconstruye las relaciones, sabe acoger y valorar al prójimo, transforma en don gozoso toda fatiga, y nos hace capaces de comunión. El amor nos hace libres, así estuviéramos en la cárcel, aunque fuéramos débiles y limitados". Véase el texto en: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/audiences/2018/documents/papa-francesco_20180912_udienza-generale.html#_edn1
[17] Cf. cap. 4°, 1.f.5)b), p. 537ss: allá hacíamos evidente el nexo – no meramente coincidencial, en mi opinión –  entre la preocupación y la intención “racional” de la escuela estoica, para mencionar una conspicua expresión del pensamiento helenístico, de buscar un “común denominador” para los seres humanos y su especialísima condición en el conjunto del cosmos, y los procesos que ya venían desarrollándose en Israel para llegar a una descripción y valoración de “lo humano”, inquietud en la que, como vimos, Jesús no sólo participó sino urgió y condujo hasta sus últimas consecuencias. Pero no sólo se trató de una intención en uno y otro caso, sino, en lo que concierne a Jesús, como veíamos, de una verdadera propuesta “metodológica” para lograrlo: para ir hasta la “verdad” de lo humano es necesario ir hasta el “corazón”. Otras referencias al tema: cf. supra: p. 122, nt. 288; p. 142, nt. 339; p. 552, nt. 1538; e infra: 738s, nt. 2006; p. 743, nt. 2015; p. 894, nt. 2368; p. 1168, nt. 3047; p. 1289, nt. 3227.
Mi recordado profesor, S. Em. Rvma. Card. Zenon GROCHOLEWSKI, Prefecto, por cierto, de la Congregación para la Educación Católica, escribió un artículo sobre la ley natural al que tituló: “La legge naturale nella dottrina della Chiesa”, Ius Ecclesiae 20 2008 31-54. Ya en otros lugares nos hemos referido al tema.
[18] En mi opinión, hoy la tendencia parece ser, bajo ciertas modalidades, la contraria: despreciar el componente biológico, o, al menos, manipularlo, “valorándolo” con vista a ciertos determinados intereses…
En efecto, a partir del “nominalismo”, durante el Medioevo tardío, la noción de “ley natural” fue entrando en crisis; historia que, en sus momentos principales, pasando por la historia de las ciencias modernas de la naturaleza, ha verificado el ya mencionado documento de la Comisión Teológica Internacional, À la recherche d’une Èthique Universelle: nouveau regard sur la loi naturelle, Diciembre de 2008: “3.3. La Nature, L’homme et Dieu: de l’harmonie au conflit” (nn. 69-75), en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20090520_legge-naturale_fr.html
[20] El pensamiento del Sumo Pontífice BENEDICTO XVI al respecto se expresa con claridad en textos como el siguiente: “El tema escogido para este año – Invirtiendo en la agricultura para la seguridad alimentaria – centra nuestra atención en el sector agrícola y nos invita a reflexionar sobre los diversos factores que impiden la lucha contra el hambre, muchos de ellos ocasionados por el hombre. No se presta suficiente atención a las necesidades de la agricultura, y uno y otro trastornan el natural orden de la creación y comprometen el respeto por la dignidad humana”: Mensaje al Señor Jacques Diouf, Director General de la FAO, con ocasión de la Jornada Mundial de la Alimentación de 2006, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/19038.php?index=19038&lang=sp (La cursiva es mía).
[21] Es necesario, con todo, hacer una precisión sobre el asunto, porque podrían derivar equívocos. En efecto, el Papa BENEDICTO XVI en su encíclica Spe salvi, del 30 de noviembre de 2007, así lo refiere: “Ante todo hemos de constatar que un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. Aquí, en el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. No están nunca ya tomadas para nosotros por otros; en este caso, en efecto, ya no seríamos libres. La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio. Es verdad que las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimientos y experiencias de quienes les han precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de toda la humanidad. Pero también pueden rechazarlo, ya que éste no puede tener la misma evidencia que los inventos materiales. El tesoro moral de la humanidad no está disponible como lo están en cambio los instrumentos que se usan; existe como invitación a la libertad y como posibilidad para ella”: n. 24, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20071130_spe-salvi_sp.html#_ftnref15
[22] BENEDICTO XVI: Messaggio ai cattolici e al popolo degli Stati Uniti d'America in occasione dell’imminente viaggio apostolico, 8 de abril de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21950.php?index=21950&po_date=08.04.2008&lang=sp Traducción mía. El Papa ha vuelto sobre este argumento con ocasión de una feliz iniciativa, el “Patio de los Gentiles”, un espacio para el encuentro y el diálogo con los no creyentes promovido por el Pontificio Consejo de la Cultura. En la primera ocasión se celebró en París y se dedicó al tema: “Ilustración, religión, razón común”. Puede verse su mensaje del 25 de marzo de 2011 en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/pont-messages/2011/documents/hf_ben-xvi_mes_20110325_parvis-gentils_sp.html Un resumen del video en (difundido el 31 de marzo de 2011): http://www.youtube.com/watch?v=4faCTr09xfk
Por supuesto, reconocemos que no todo el mundo coincide con esta apreciación, mientras se propone, por ejemplo, que, prescindiendo de presupuestos ontológicos (?¡), que son, para el caso, también antropológicos, se proceda a hacer una “epistemología de la diferencia y del pluralismo” que pretendería construir una dinámica social, una cultura y una ética diametralmente opuestas a la “humana” que representa cabalmente, en mi opinión, el cristianismo, en razón, precisamente, de su “integralidad” y “universalidad”. Este, a pesar de sus “debilidades”, de los enormes “errores” e “incoherencias” ciertamente cometidos por sus millones de adherentes a través de los siglos y que no podemos ocultar, ha llegado a exponer una propuesta construida también no sin el esfuerzo y la sinceridad, hasta la sangre, de innumerables testigos (mártires) en su deseo por llevar una vida en todo coherente con el Evangelio, aún en medio de las tribulaciones y de las condiciones más adversas, en la seguridad de que a todos los seres humanos “la gracia no nos falta nunca y ella nos basta”, como afirmara con certeza el Apóstol Pablo (cf. 2 Co 12,6-10). 
[23] “«El cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí» (E. KANT: Crítica de la razón práctica. Conclusión). Si se la analiza más de cerca, la afirmación kantiana expresa bien la dicotomía radical quizás de hecho entre las leyes físicas de la naturaleza (Galileo, Newton) y la ley moral, aún si es expresión del empeño puesto por el filósofo de Königsberg de mostrar la fuerza libre de la ley moral ante las leyes naturales. La dimensión voluntarística de la ley, y de la ley divina, toma un peso siempre más relevante, y mientras la ley natural en sentido físico prescinde siempre cada vez más del ser humano, la ley natural en sentido moral, aún cuando continua recurriendo en modo sin embargo sustancialmente extrínseco a la expresión «ley divina», termina por no ser otra cosa que una ley puramente humana. Y cada vez más, bajo la presión social que produce una progresiva reducción de la soberanía a la voluntad pura de quien detenta el poder, el hombre aparece como el único legislador. Spinoza y Montesquieu lo muestran claramente. La ley divina es siempre cada vez menos mencionada, o lo es sólo para ser instrumentalizada (Maquiavelo). Se asiste a una sacralización de la ley humana con vistas a una efectiva desacralización de la ley”: Card. Angelo SCOLA: “Il Ius divinum e el cultura contemporanea”: texto provisional, expuesto con ocasión del XIII Congreso Internacional de Derecho Canónico realizado por la CONSOCIATIO INTERNATIONALIS STUDIO IURIS CANONICI PROMOVENDO en conjunto con la FACOLTÀ DI DIRITTO CANONICO SAN PIO X de Venecia, entre el 17 y el 21 de septiembre de 2008 en la Isla de San Servolo, en Venecia, Italia. (Traducción mía). Su publicación en: Juan Ignacio ARRIETA (A cura di) – Costantino-M. FABRIS (Coordinatore edizione): Ius divinum, o. c. p. 56, nt. 120, 49-69.
[24] BENEDICTO XVI: Audiencia a los participantes en la Sesión plenaria de la Comisión Teológica Internacional, 5 de diciembre de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/23010.php?index=23010&po_date=05.12.2008&lang=sp (Traducción mía). Véase también: COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL: Documento Alla ricerca di un’etica universale: nuovo sguardo sulla legge naturale (“A la búsqueda de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural”), aprobado por unanimidad en la sesión del 1 al 6 de diciembre de 2008 y sometido a su presidente, Cardenal William J. LEVADA, quien ha dado la aprobación para publicarlo (20 de mayo de 2009). Se encuentra en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20090520_legge-naturale_it.html#*
[25] El tema de la “dignidad de la persona” ha sido estudiado de nuevo y en forma más precisa y técnica en referencia a los problemas relativos a la vida (bioética) por parte de la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, mediante la Instrucción Dignitas personae, del 8 de septiembre pero hecha pública el 12 de diciembre de 2008. Comprende tres partes: I. Aspectos antropológicos, teológicos y éticos
de la vida y la procreación humana; II. Nuevos problemas relativos a la procreación; III. Nuevas propuestas terapéuticas que comportan la manipulación del embrión o del patrimonio genético humano. Una síntesis del documento, en los principales idiomas, puede encontrarse en:
http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/23039.php?index=23039&lang=sp#SINTESI%20IN%20LINGUA%20SPAGNOLA (traducción castellana).     
[26] San AMBROSIO: De virginibus lib. II, capítulo II, 7: PL 16, 220.
[27] Hemos reiterado en diversos lugares la importancia de la “escucha”. BENEDICTO XVI, en la Audiencia general del 9 de abril de 2008, no dejó de llamar la atención sobre ella al referirse a la manera como procedía responsablemente – e invitaba a proceder a sus “hermanos abades” – San Benito de Nurcia: “Para estar en capacidad para decidir responsablemente, también el Abad debe ser uno que escucha ‘el consejo de los hermanos’ (3,2), porque ‘con frecuencia Dios revela al más joven la solución mejor’ (3,3). ¡Esta disposición hace sorprendentemente moderna una Regla escrita hace casi quince siglos! Un hombre de responsabilidad pública, y también en pequeños ámbitos, debe ser siempre un hombre que sabe escuchar y sabe aprender de cuanto escucha”: “Per essere in grado di decidere responsabilmente, anche l’Abate deve essere uno che ascolta "il consiglio dei fratelli" (3,2), perché "spesso Dio rivela al più giovane la soluzione migliore" (3,3). Questa disposizione rende sorprendentemente moderna una Regola scritta quasi quindici secoli fa! Un uomo di responsabilità pubblica, e anche in piccoli ambiti, deve sempre essere anche un uomo che sa ascoltare e sa imparare da quanto ascolta”: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21951.php?index=21951&po_date=09.04.2008&lang=sp
Escuchar es también cuestión de ejercicio indispensable de la libertad, si es que se la quiere proteger. Así lo considera Vicente DURÁN CASAS cuando escribe: “Pensar en los límites de la libertad desde su concepción filosófica nos ayuda a que dichos límites no acaben siendo pensados y definidos desde intereses económicos y financieros, religiosos o políticos  particulares. Muchos filósofos coinciden en pensar que si la libertad no se limita a sí misma, acaba destryéndose a sí misma, y es allí donde socialmente se construye la frontera entre libertad y anarquía… La libertad – como decía Aldous Huxley – no existe sólo para poder decir lo que uno quiere decir, existe también para que otros tengan que escuchar lo que presuntamente no querrían tener que escuchar…El derecho existe para que nuestro proyecto de vida bueno, sea cual fuere, pueda coexistir de una manera pacífica y razonable con otros proyectos de vida igualmente razonables, así sean sustancialmente diferentes. De esta forma el derecho existe también para garantizarle a todos los ciudadanos que los que ejercen el poder tendrán que escuchar lo que no querrían tener que escuchar, y eso en el mundo económico, político y religioso de hoy resulta no sólo importante y pertinente sino verdaderamente urgente. Para eso también nos fue dada la libertad”: “Se ha vuelto a hablar, ¡qué bueno!, de libertad”, en El Tiempo, 26 de marzo de 2015, Debes leer, p. 15.
Y que el examen de estos asuntos – como dijera un día Francisco DE VITORIA debatiendo el así considerado “derecho” de los españoles a apoderarse de los “bárbaros” indios’ – le compete directa e ineludiblemente a los teólogos, que tratan de seguir también en ello a Jesús, cae de su peso, ya que no están reguladas principalmente ni por la biología, ni por el derecho positivo, sino conforme al querer mismo de Dios. Cf. DE VITORIA, Francisco. Relectio de Indis o libertad de los Indios Consejo Superior de Investigaciones Científicas Sucesores de Rivadeneira, Madrid 1967 11; Relecciones de los Indios recientemente hallados El Búho Bogotá 1981: “Introducción: ¿Con qué derecho han venido los bárbaros a poder de los españoles”, 2-99.




Notas finales



[i] Es importante en este contexto reconocer y valorar las coincidencias entre tradiciones religiosas diversas y, en muchas ocasiones a lo largo de los siglos, enfrentadas. Como lo refiere la nt. de pie de página, los encuentros que se promueven entre miembros de las comunidades musulmana y cristiana católica, hacen mucho bien a unos y otros, porque se pueden generar acciones comunes con propósitos compartidos. La formulación de algunos de los conceptos compartidos principales y fundamentales a propósito de la identidad y de la dignidad humana hace referencia, sin duda, a los orígenes comunes de la fe monoteísta – luego, hay que reconocerlo, diferenciada – pero también a la historia de las dos comunidades religiosas, y, en nuestro tiempo, sobre todo al empeño de muchos, ojalá crecientes, adherentes de una y otra, que se proponen distensionar esas relaciones, y promover un franco espíritu de cooperación entre regiones, naciones y Estados. 
Ejemplo de esta promisoria realidad es la Declaración final, producto del del IV Foro Católico-Musulmán sobre el tema "Desarrollo humano integral: Creciendo en dignidad. Perspectivas católicas y musulmanas". reunido entre el 6 y el 8 de noviembre de 2017 en Zaytuna College, Berkeley, Estados Unidos de América, y al cual asistieron  doce personas representantes de cada comunidad y seis más, en calidad de observadores. Afirmaron los asistentes: 
“Después de escuchar la presentación de los trabajos de  los expertos  musulmanes y católicos, los participantes observaron con satisfacción convergencias significativas entre sus respectivas tradiciones. Dichas convergencias constituyen un motivo de esperanza no sólo para los cristianos y los musulmanes, sino para todos, porque favorecen una colaboración significativa  de cara a  la promoción del desarrollo humano integral. Después de compartir puntos de vista, ideas y preocupaciones, los participantes acordaron lo siguiente: 1) Tanto el cristianismo como el Islam afirman que Dios creó a la humanidad, colocándola en la cima de la creación, para que la usase con gratitud y  sabiduría respetando las leyes de la naturaleza como administradores de la tierra y de sus recursos donados  por Dios Todopoderoso  a todas las generaciones. 2) Dios  ha concedido a cada ser humano  una dignidad  inalienable de la que se derivan los derechos humanos fundamentales, así como la obligación de los gobiernos de protegerlos. 3) Afirmamos la igual dignidad y valor de todas las personas independientemente de su raza, sexo, religión o condición social, y condenamos categóricamente cualquier intento de estereotipar  a cualquier pueblo o de atribuirle  una  culpabilidad  colectiva por las acciones cometidas por  individuos pertenecientes a él. 4) La libertad de conciencia y de religión están en la cima  del edificio de los derechos humanos. Por lo tanto, nuestro deber colectivo exige que respetemos, preservemos y promovamos dichos derechos. 5) Dios, nuestro Creador, desea el crecimiento integral de cada ser humano para el florecimiento completo de los dones de Dios: cuerpo, alma, intelecto y espíritu. 6) El cristianismo y el Islam tienen recursos morales, intelectuales y espirituales que pueden contribuir al desarrollo humano integral de los individuos y las comunidades. Las personas de buena voluntad comprometida con el bien común son los aliados naturales de los creyentes deseosos del desarrollo integral de las personas, las comunidades, y toda la humanidad y de  la conservación del medio ambiente que nos sostiene. 7) Como creyentes, estamos llamados a hacer todo lo posible para hacer frente a todo lo que obstaculiza  el desarrollo integral de la humanidad, incluidas las interpretaciones erróneas o malentendidos  de nuestros respectivos textos sagrados y tradiciones. 8) Creemos que la inseguridad, los conflictos, y la proliferación de armamentos constituyen graves obstáculos para la realización de la voluntad de Dios sobre  la humanidad, su bienestar y el crecimiento en la paz y la seguridad. Por eso consideramos que es nuestra obligación moral  denunciar las guerras y el comercio de armas que las facilita en lugar de utilizar los recursos de la humanidad para nuestro florecimiento personal y colectivo. 9) Juntos,  como creyentes, afirmamos que las personas necesitadas de desarrollo deben capacitarse  para cumplir  su destino, permitiéndoles  ocupar el  lugar que le corresponde como miembros de pleno derecho de la familia humana de acuerdo con la voluntad de Dios.” Véase el texto de la información en (consulta del 10 de noviembre de 2017): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2017/11/10/iman.html

[i bis] Ha sido Martín HEIDEGGER quien ha propuesto las preguntas más radicales acerca de esta cuestión tradicional. Remitimos a sus obras para conocer su pensamiento al respecto. De igual modo se debe tener presente que otros autores, anteriores y posteriores a él, como: R. Descartes, D. Hume, E. Kant, E. Husserl, L. Wittgenstein, H. G. Gadamer, P. Ricoeur, algunos de los cuales hemos mencionado en ciertos momentos, se han propuesto, así mismo, la cuestión relativa al conocimiento. Por su complejidad y diversidad de pensamiento, remito, de igual modo, a ellos.
El problema, sin embargo, no se limita al ámbito epistemológico. Los presupuestos metafísicos de la cuestión epistemológica, y aquéllos y éstos, de la cuestión ética, la posibilitan, o no. En una conferencia desarrollada en La Habana, Cuba, con ocasión de su visita a la Universidad de esa ciudad, el 26 de febrero de 2008, el Cardenal Tarcisio BERTONE afirmó: “Para algunos, la diversidad cultural y de normas de comportamiento conduce inevitablemente a afirmar la inexistencia de una norma moral común y objetiva. A partir de la experiencia de la diversidad se deduce la imposibilidad de normas morales universalmente válidas. El relativismo moral sostiene que una afirmación ética sería verdadera únicamente en el contexto de una cultura determinada. No habría por tanto convicciones ni principios éticos mejores que otros, ni nadie tendría derecho a decir lo que está bien y lo que está mal. Las tesis del relativismo cultural y del relativismo ético se han visto reforzadas por el desarrollo de la razón moderna, un proceso descrito magistralmente por el Papa Benedicto XVI en su lección en la Universidad de Ratisbona. En extrema síntesis, este proceso ha consistido en la reducción de la razón a la ciencia experimental, que combina la verificación empírica con la formulación matemática. Sólo sería racional entonces aquello que es susceptible de experimentación y formulable matemáticamente. Con ello, sin embargo, las grandes cuestiones de la existencia del hombre, los problemas de la ética y la estética, la metafísica y, sobre todo, el problema de Dios, quedan fuera de toda consideración, porque son pre- o a-científicos (Cf. Discurso en la Universidad de Ratisbona. 12.9.2006).  Ahora bien, este estrechamiento de la razón contemporánea, conduce inevitablemente en el plano ético al subjetivismo de la conciencia. A pesar de los intentos de Kant por mantener una moral universal tras haber descartado la metafísica al afirmar que el único conocimiento racional posible es el de la ciencia, se ha de confinar la moral al ámbito puramente subjetivo: no sería posible hablar de normas morales universalmente cognoscibles. Pero entonces, «el sujeto, basándose en su experiencia, decide lo que considera admisible en el ámbito religioso y la “conciencia” subjetiva se convierte, en definitiva, en la única instancia ética» (Ibíd.). La consecuencia es clara: de este modo, el ethos y la religión pierden su capacidad para dar vida a una comunidad y se convierten en un asunto totalmente personal. El subjetivismo ético llevado hasta el extremo conduce a la situación paradójica de tener que admitir la inmoralidad como moralmente buena. Puesto que no hay modo de determinar lo que está bien y lo que está mal, habría que concluir que todos los comportamientos son igualmente válidos. El sentido común se rebela contra esta conclusión, a la que, sin embargo, se llega necesariamente desde las premisas de partida. La lógica de este dinamismo lleva a lo que Benedicto XVI ha denominado la dictadura del relativismo. Es decir, ante la imposibilidad de establecer normas comunes, con validez universal para todos, el único criterio que resta para determinar lo que está bien o lo que está mal es el uso de la fuerza, sea la de los votos, sea la de la propaganda o bien la de las armas y la coacción. «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos» (J. RATZINGER, Homilía en la Misa para elegir Sumo Pontífice. 18.4.2005). A partir de estos presupuestos, resultaría imposible construir o mantener la vida social.”: en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21737.php?index=21737&lang=sp
[ii] El CAIC (CAIC) fue promulgado por S. S. JUAN PABLO II mediante la Const. Apost. Fidei depositum del 11 de octubre de 1992. Su índice se encuentra en http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html
El Papa BENEDICTO XVI en su Discurso a los miembros de la Comisión Teológica Internacional, el 5 de octubre de 2007, añadía: “El contenido ético de la fe cristiana no constituye una imposición dictada desde el exterior de la conciencia del hombre, sino (que se trata de) una norma que tiene su fundamento en la misma naturaleza humana […] (con lo cual) se pone la base para entrar en diálogo con todos los hombres de buena voluntad y, más en general, con la sociedad civil y secular […] (En no pocos pensadores) El problema que se propone no es, por tanto, el de la búsqueda del bien, sino la del poder, o mejor, la del equilibrio de los poderes. […] La historia demuestra con gran claridad que las mayorías pueden equivocarse. La verdadera racionalidad no es garantizada por el consenso al que llega un gran número, sino por la trasparencia de la razón humana a la Razón creadora y por la escucha común de esta Fuente de nuestra racionalidad […] La ley natural llega a ser así la verdadera garantía ofrecida a cada uno para vivir libre y respetado en su dignidad, y defendido de toda manipulación ideológica y de toda arbitrariedad y suprimido por el más fuerte”: texto original italiano, traducción mía en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20850.php?index=20850&po_date=05.10.2007&lang=sp Sobre la “naturaleza humana” encontramos varios lugares en esta obra, recordamos especialmente la nt. 1997.
Uno de los “contenidos” – y, quizá, de los más básicos, junto con aquél “haz el bien, evita el mal” – de esta conciencia humana consiste, sin duda, en aquello que encontramos en la Escritura, denominado como “la regla de oro”: “una ley interior de nuestra conciencia expresada de distintas maneras. En la religión hindú, dice así un texto también muy antiguo: “Esta es la suma del deber: no hagas a otros lo que te causaría dolor que te hicieran a ti” (Mahabharata 5:1517). También antes de Cristo, Buda había dicho: “Un estado que para mí no es agradable ni gustoso, ¿cómo podría yo infligirlo a otro?” (Samyutta Nikaya, v. 353); No dañes a otros con aquello que tú mismo considerarías un daño” (Udana-Varga 5:18). Y Confucio: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” (Analectas 15:23); “No impongas a otros lo que tú mismo no deseas” (Doctrina del Medio 13.3); “Esfuérzate en tratar a los demás como querrías ser tratado” (Mencio VII.A.4). Y Zoroastro: “Sólo es bueno el carácter que se abstiene de hacer a otro lo que no es bueno para sí mismo” (Dadistan-i-dinik 94:5). Por su parte el judaísmo nos presenta varias formulaciones de la “regla de oro”, como estas frases bíblicas que encontramos en el Antiguo Testamento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19, 18); “Lo que no quieras para ti, no lo hagas a nadie" (Tobías 4, 15); o como esta máxima del Talmud: “Lo que para ti es odioso, no se lo hagas a tu prójimo. Esta es la ley, todo el resto es comentario” (Talmud, Shabbat 31ª). Por eso cuando Jesús dice en los Evangelios “cuanto quieran ustedes que les hagan los hombres, háganselo ustedes a ellos, porque ésta es la ley y los profetas” (Mateo 7, 12), o “traten a los demás como ustedes quieren ser tratados por ellos” (Lucas 6, 31), nos está recordando la ley interior del amor que Dios mismo ha inscrito en nuestras conciencias. Pero entonces, ¿en qué radica la novedad de la doctrina de Jesús que encontramos precisamente en el llamado “Nuevo Testamento”? Ya hemos visto que Jesús le dio un nuevo sentido a la palabra prójimo, aplicándola a todo ser humano sin distinciones  Pero además hay una frase en el Evangelio de este domingo que nos da la clave para responder plenamente a esta pregunta: “Sean ustedes compasivos como su Padre es compasivo” (Lucas 6, 36)”: Gabriel Jaime PÉREZ, S. J.: Comentario al texto evangélico correspondiente al “Domingo VII - Tiempo Ordinario, Ciclo C”, Febrero 18 de 2007, en: http://www.jesuitas.org.co/documentos/dominical/GabrielPerez/180207.html
Con ocasión del XIII Congreso Internacional de Derecho Canónico realizado por la CONSOCIATIO INTERNATIONALIS STUDIO IURIS CANONICI PROMOVENDO en conjunto con la FACOLTÀ DI DIRITTO CANONICO SAN PIO X de Venecia, entre el 17 y el 21 de septiembre de 2008 en la Isla de San Servolo, en Venecia, Italia, Monseñor LUIS FRANCISCO LADARIA FERRER, S. J., Secretario General de la Comisión Teológica Internacional, pronunció una relación que tituló “Ius divinum naturale: La noción de naturaleza desde el punto de vista de la antropología teológica”. Véase el texto en la o. c. en la nt. 120, p. 56.
[iii] La mirada sobre la tensión, y, más aún, sobre el enfrentamiento, entre “la ciencia”, en su sentido moderno, y “la fe”, sobre todo considerada de una cierta manera, ha sido elaborada por importantes autores. Lo que es un hecho es la existencia de una y de otra, y la pregunta es por el destino de su interrelación. El P. Pedro ARRUPE, S. J., cuando hablaba del “sentido y misión de las universidades de la Compañía”, afirmaba que hoy por hoy es indiscutible que la presencia y la aplicación de la ciencia forma parte del “modo de ser del hombre moderno” y que “la tecnificación transforma profundamente la vida del hombre… nos encontraremos atrapados en las manos de una gigantesca tecnología, que terminará deshumanizando lo más íntimo del hombre, que es su capacidad de decisión, esto es, su libertad, su personalidad […] Necesitamos como nunca la reflexión. Necesitamos situarnos sobre los movimientos de la historia, adivinar su sentido, dominarlo y dirigirlo. Aspiramos, si no queremos renunciar a nuestra dignidad de personas capaces de tomar decisiones, a ser nosotros quienes dirijamos la historia, y a no dejarnos arrastrar inconscientes por ella”, Y añadió: “En este ambiente miramos concretamente a esta Universidad de Deusto, la vemos excepcionalmente dotada para realizar esta reflexión histórica. Cuenta con Facultades que la ponen de inmediato en contacto con el acontecer humano, como son las de Derecho… y de Ciencias Económicas… Pero cuenta, además, con dos Facultades especialmente capacitadas para esta reflexión tan necesaria en nuestro momento histórico: la Facultad de Filosofía y la Facultad de Teología…”: en Orientaciones Universitarias 40 septiembre 2007 29-44, aquí 31s. La cursiva es mía.
Coincide con aquella apreciación BENEDICTO XVI cuando indaga por las raíces que condujeron a una concepción individualista de la “salvación del alma”. En su segunda encíclica ha escrito: “16. ¿Cómo ha podido desarrollarse la idea de que el mensaje de Jesús es estrictamente individualista y dirigido sólo al individuo? ¿Cómo se ha llegado a interpretar la « salvación del alma » como huida de la responsabilidad respecto a las cosas en su conjunto y, por consiguiente, a considerar el programa del cristianismo como búsqueda egoísta de la salvación que se niega a servir a los demás? Para encontrar una respuesta a esta cuestión hemos de fijarnos en los elementos fundamentales de la época moderna. Estos se ven con particular claridad en Francis Bacon. Es indiscutible que – gracias al descubrimiento de América y a las nuevas conquistas de la técnica que han permitido este desarrollo – ha surgido una nueva época. Pero, ¿sobre qué se basa este cambio epocal? Se basa en la nueva correlación entre experimento y método, que hace al hombre capaz de lograr una interpretación de la naturaleza conforme a sus leyes y conseguir así, finalmente, «la victoria del arte sobre la naturaleza» (victoria cursus artis super naturam) [Novum Organum I, 117]. La novedad – según la visión de Bacon – consiste en una nueva correlación entre ciencia y praxis. De esto se hace después una aplicación en clave teológica: esta nueva correlación entre ciencia y praxis significaría que se restablecería el dominio sobre la creación, que Dios había dado al hombre y que se perdió por el pecado original [Cf. ibíd., I, 129]”: Enc. Spe salvi, 30 de noviembre de 2007, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20071130_spe-salvi_sp.html

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