Capítulo VI
Continuación (II.5)
5. La construcción de un nuevo humanismo en Latinoamérica: el papel de las Universidades católicas y de las Universidades y Facultades eclesiásticas, y de los hombres y mujeres de ciencia en ellas, en lo concerniente a la docencia y a la investigación, con vistas a lograr una cultura y unas estructuras de comunión y participación.
1.
Hombres y mujeres nuevos, que viven en la historia y en la esperanza,
consideran que el hecho educativo forma parte del proyecto de Dios. La
Resurrección de Jesucristo los hace reconocer y valorar la importancia de la
educación[1] juntamente con muchos otros
hombres y mujeres, incluso no-creyentes, por cuanto la consideran sustancial,
junto con el factor económico y medioambiental, en orden a crear “calidad
humana de vida”, “calidad de vida humana” y “desarrollo humano” en las naciones
(cf. el tema en los distintos capítulos de esta obra, p. ej. IV, I.4.b.1)h), p.
521; V, I.2.a.3)b),43, p. 942; III.3,19, p. 1141). Cierto es que la educación
sigue siendo considerada por muchos como un simple medio para alcanzar estatus
social individual, sin consideración de su intrínseca proyección al servicio.
Pero cada vez más se considera a la educación uno de los derechos humanos – y, en reciprocidad, una de los obligaciones
humanas – más fundamentales e imprescindibles para las personas y los pueblos.
Para la concepción cristiana del mundo y de la historia, empeñada en su
integralidad y universalidad, ello es tanto o más cierto aún, por sus
características de gratuidad y trascendencia.
En
efecto, si nos concentramos en la persona, la palabra y la acción de Jesús, el
Επιστάτες; en la imagen tipológica de ser humano que desde Él se proyecta, y en
su específico mandato de “ir a enseñar a todos los pueblos” (Mt 28,20: ha de relacionarse
necesariamente este texto con el contexto y con el texto lucano que hemos
expuesto), a todas las personas se las debe atender en todas sus dimensiones,
de modo que no sólo las propiedades encarnatorias, gloriosas y recapituladoras
de su misterio se expresen y se desarrollen en ellas, sino que las mismas
kenóticas y soteriológicas, por cuanto también estas exigen la formación
integral de todos los seres humanos. La índole comunitaria de la Iglesia se
establece, como vimos, a partir de tales características.
En tal
virtud, la “madurez” de la persona de ninguna manera puede estar desconectada
de unos derechos-deberes, en particular de aquellos concernientes a la
educación: el “hombre perfecto en Cristo” debe ser desarrollado a plenitud, y
sólo así se va construyendo el Cuerpo místico de Cristo y se va realizando
desde esta tierra el Reino de Dios. Ya el Papa Juan Pablo II había empleado,
como vimos un poco antes, el término «ecología humana» para referirse a este conjunto
de valores básicos necesarios para promover tal crecimiento integral.
De
igual manera, estos objetivos no se logran si no se los busca mediante unos
medios concretos, pertinentes y eficaces. De ahí la necesidad de una sólida
reflexión pedagógica y de la creatividad de unas adecuadas ayudas didácticas[1 bis].
Todo adaptado a las circunstancias de “tiempos, lugares y personas” – en la
realidad del contexto mismo colombiano, latinoamericano y mundial en que
vivimos con sus problemas y posibilidades estructurales y coyunturales – [i].
Por
consiguiente, las Universidades católicas, como por otra parte también las
escuelas y colegios de grados básicos elementales y medios, prestan una
importante, eficaz y, hoy por hoy, necesaria colaboración a los padres de
familia en el desempeño de su misión educativa.
Los
docentes cristianos, además, saben que se trata de un servicio a los padres de
familia, a la cultura y al mejoramiento integral de la nación, y que desempeñan
una misión apostólica, un verdadero ministerio, a ejemplo de Cristo maestro.
Como veremos más adelante, ellos deben esmerarse, por eso mismo, por ser unos
verdaderos profesionales de la enseñanza y unos auténticos profetas en medio
del pueblo de Dios.
Y, así
no se dediquen a la investigación y a la docencia teológica, sino al amplio,
complejo y exigente mundo de las ciencias y de las artes, saben que también
estas concurren en un mejor conocimiento de Dios y a la realización de la obra
de la salvación: sea que se trate del estudio de las leyes y de los valores de
la naturaleza o de las sociedades, es necesario proseguir el conocimiento
gradual de los mismos, emplearlo con responsabilidad y proporcionarle un orden,
moral y jurídico, que contribuya a la realización del bien común, como lo
persiguen los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero también, como hemos ido
viendo, conforme es la voluntad del Creador. Que su compromiso y la eficacia de
su proceder van más allá de las paredes de su, quizás, modesta aula, alcanzando
las comunidades política y eclesial, sostenidos por la palabra, el ejemplo y la
caridad de Jesucristo. Y que no podrán considerar haber llegado a la meta, si
no se han puesto, por parte de cada uno, todas las condiciones para convertir,
ya no sólo a su institución educativa, sino al mundo entero, en una auténtica
comunidad humana y divina en la que se aprende la verdad y en la que se viven,
con toda sinceridad, la fe, la esperanza y el amor. Podemos exponer aún mejor
este aspecto reencuadrándolo en el contexto de la “misión evangelizadora de la
Iglesia” de la que las Universidades católicas participan a su modo, y para
ello aprovechamos las palabras inspiradoras del Papa FRANCISCO:
“Como no siempre vemos
esos brotes, nos hace falta una certeza interior y es la convicción de que Dios
puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes
fracasos, porque «llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2 Co 4,7). Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio». Es saber
con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será
fecundo (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces
invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida
dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni
dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus
trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones
sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde
ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da
vueltas por el mundo como una fuerza de vida. A veces nos parece que nuestra
tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un
proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra
propaganda; es algo mucho más profundo,
que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar
bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu
Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos
pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega
es necesaria. Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en
medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero
dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca”
(EG 279).
Sin
embargo, a este propósito, no puede dejarse de mencionar y enfatizar la
utilidad y la correlación de una doble línea de acción: por una parte, la
necesidad de un trabajo silencioso, callado, inclusive abnegado, llevado a cabo
en las jornadas cotidianas, mediante un esfuerzo permanente, frecuentemente
individual y aún aislado, de los investigadores; y, por la otra, la importancia
– sobre la que hemos llamado especialmente la atención – de los encuentros
entre expertos, del intercambio mediante medios diversos, de la comunicación de
sus experiencias y de los resultados de sus investigaciones.
Cada
día se valoran más y más las ventajas de uno y otro tipo de actividad, hasta el
punto que pudiéramos decir que tanto la una como la otra se requieren
recíprocamente. Los cauces operativos de estas actividades, potenciadas por las
asociaciones disciplinares y los proyectos conjuntos interdisciplinarios –
“grupos de grupos” –, así como por las propias directrices y por planes de las
Universidades, son un medio que, si bien ha de evaluarse constantemente para
corregir defectos, y prevenir eventuales derroches y otro tipo de consecuencias
más perjudiciales que provechosas, no deberían impedir esta saludable y
recíproca interacción[i bis].
De hecho, tanto la primera como la segunda formas de acción encuentran un
reconocimiento en los reglamentos universitarios[2].
2. La
investigación y la docencia, junto con el servicio o las actividades de
extensión, configuran las acciones específicas de las Universidades. Antes de
entrar a mirar las exigencias morales propias de la investigación y de la
docencia, primordialmente, acompañando al Papa Francisco[3], digamos una breve palabra
sobre el “voluntariado y las actividades de servicio a los más necesitados”
realizados por personas tan diversas y, especialmente por jóvenes, que no se
quedan en la desconfianza y en el desánimo frente a tantas formas de violencia y
de conflicto – e incluso de “fragmentación” “del pensamiento”, “de saberes” y
“de dimensiones de vida”, de “liquidez” y “liviandad”, “de falta de estabilidad
y consistencia”, de “pérdida de conciencia del espacio público”, “de pérdida de
la memoria” – que se hacen presentes en nuestro mundo de hoy, sino que los
asumen como una manera de “reacción” a ellas. En efecto, también las
Universidades católicas han de desarrollar – “sin perjuicios ideológicos, sin
miedos ni fugas” – esta sensibilidad en sus estudiantes y en toda la comunidad
que las componen, y apoyar y acompañar, conforme a su manera propia de proceder,
aquella actividades solidarias y que suscitan encuentro y contribuyen a
que los que por diversos motivos resultan excluidos de y en la vida social
despierten y amplíen su sentido de pertenencia a la ciudad y al país en el que
viven – su ciudad, su país – hasta que ellos puedan llegar por sí
mismos a ser protagonistas del emprendimiento de acciones constructivas, es
decir, de aquellas que se oponen a las destructivas – “a los conflictos violentos, a las culturas del
hedonismo y del descarte”, del “individualismo” – y, por el contrario,
positivamente “contribuyen a recuperar juntos un sentido de confianza en la vida”.
Pero,
para que cumplan los objetivos para los que han sido fundadas y contribuyan al
mencionado “desarrollo humano”, es necesario que las desplieguen mediante una
óptima gestión. Digamos, en consecuencia, una muy breve palabra acerca de una gestión universitaria de excelente
calidad moral – personal y social –.
Ser
propia y verdaderamente tales es, evidentemente, el primer aporte que las
Universidades católicas – con sus Facultades Eclesiásticas, si eventualmente
las poseen – pueden dar a las sociedades en que viven – y éstas a esperar de
aquéllas –. Su testimonio vivo de Jesucristo se manifiesta en su expresa y
pública profesión institucional de fe, de que Dios nos ha revelado su amor por
nosotros, los hombres, en Jesucristo, de modo que de ello toda la humanidad, y
cada ser humano en su particularidad, llegue a beneficiarse al acercarse a la
intención de Dios y a su plan creador y redentor. Sobre todo para que llegue a
conocer y a disfrutar de la dignidad que posee por el hecho de haber sido
llamado a ser hijo e hija de Dios y a que, por eso mismo, se le reconozca y
respete su obligación-derecho a la búsqueda de la verdad y, en consecuencia, su
libertad de conciencia, inclusive en lo que tiene que ver con su opción por
Dios, por Jesucristo y por su Iglesia. Evangelizar en una Universidad Católica,
en consecuencia, significa que nunca en cualquiera de ellas se puede ni
recurrir a acciones coercitivas ni tampoco, como hemos señalado, a artificios
indignos del Evangelio (del tipo “proselitismo”); pero, a su vez, que ellas
cuidarán de y estarán muy atentas también a que, en razón de la libertad
religiosa de la que gozan primeramente sus miembros individualmente
considerados, pero, así mismo, por el hecho de ser personas jurídicas –
eclesiástica y, seguramente, civilmente – reconocidas, no se les impida su
tarea evangelizadora, mediante medidas restrictivas. De otra parte, en la
Universidad católica se ha de mostrar verazmente de qué manera la religión,
practicada en forma auténtica y vital, posee una función irremplazable en la
formación de las conciencias y que ella contribuye a participar, junto con
otras instancias, en la creación de un “consenso ético fundamental” dentro de
la sociedad[4].
De modo
particular se debe hacer referencia a la incorporación libérrima a la Iglesia,
sociedad visible, comunidad de discípulos de Cristo movidos por el poder del
Espíritu. La vida nueva que han recibido les exige “cambiar de mentalidad y en
su manera de obrar”, pues no se trata de un simple contar y añadir nuevos
miembros a unas estadísticas, ni, muchísimo menos, de extender un grupo de
poder, sino de ingresar en la red de los amigos de Jesucristo, que une al cielo
con la tierra y se compone de personas provenientes de continentes diversos y
de épocas diversas. Y es así, de esa forma, como la Iglesia sirve de presencia
de Dios y de instrumento de verdadera humanización del hombre y del mundo.
Trabajando de esta manera por la santidad y por la caridad, todos los miembros
de la comunidad universitaria católica, en particular, se hacen testigos
creíbles del Evangelio. Más aún, a ellos se aplica de forma muy característica
aquello que recientemente ha reafirmado el Papa BENEDICTO XVI, “los santos son
la verdadera interpretación de la Sagrada Escritura. Los santos han verificado,
en la experiencia de la vida, la verdad del Evangelio; de este modo, nos
introducen en el conocimiento y en la compresión del Evangelio”[5].
No
existe, por supuesto, un único modelo de Universidad católica. Por eso, los
elementos siguientes podrían ser útiles como puntos de referencia para ellas,
y, de acuerdo con su tradición (la “tradición intelectual católica”, la llaman
algunos) y a la vida interior que en ellas se desarrolla, bien podrían,
eventualmente, controvertirse o, sobre todo, profundizarse. Básicamente serían
los nueve aspectos siguientes que propongo[6], razonables sugerencias y
exigencias de acción cualificada, nacidas del mismo proyecto
cristológico-antropológico tantas veces señalado:
1°) Las
comunidades universitarias son estructuras vivas y orgánicas, que nacen,
crecen, se desarrollan y, probablemente, si no mueren, se transforman. Signo de
su vitalidad será su capacidad de examinarse a sí mismas, de replantearse en
relación con las exigencias evangélicas y en relación con las necesidades
humanas del momento. Hoy en día estas interpelaciones a revisarse las plantean
incluso criterios administrativos tales como los provenientes de la “ética
empresarial”, de la “responsabilidad social” y del “buen gobierno”, y son
sumamente útiles; pero, para una Universidad católica, los criterios centrales,
como hemos dicho, y sus motivaciones, son cualitativamente diversos, pues se
fundamentan, ante todo, en su identidad y vivencia del Evangelio. En efecto, la
“cultura globalizada actual”, como la denomina el Papa FRANCISCO, llega a
afectar también a los miembros de la Iglesia, no exentos de éstos los
vinculados con las Universidades, por lo cual sus aspectos positivos ciertos –
“valores y nuevas posibilidades” –, pero también los negativos – “nos limitan,
nos condicionan, hasta nos enferman” –, requieren de todos concretar tiempos y
lugares para examinarla en profundidad y para diseñar aquellas actividades que
permitan responder a ella, para el genuino servicio de los pobres y del entero
pueblo de Dios y no meramente de una organización, con la confianza puesta en
el auxilio del Señor que ayuda a vencer eventuales desánimos, confusiones, complejos,
aparentes seguridades, insatisfacciones, inmediatismos, pragmatismos, actitudes
defensivas, aislamientos, fugas, “inmanentismos antropocéntricos”, utopismos,
celos y envidias, clericalismos, discriminaciones, etc.[7]
2°) La
misma capacidad de hacer su propio examen debe conducir a las Universidades
católicas a estar muy atentas y diligentes cuando, llegado el momento de un
mayor desarrollo institucional, debieran introducir las modificaciones de su
estructura organizacional mediante los procesos estatutarios correspondientes.
3°) Han
de revisarse permanentemente, de igual modo, las relaciones y las actividades
interiores institucionales de las Universidades católicas. Que todos los
miembros, según su ubicación en la comunidad universitaria, sean partícipes de
las actividades esenciales de la Universidad, bajo criterios de responsabilidad
y rendición de cuentas en el manejo de los asuntos generales que los tocan, de
autorregulación, mejoramiento permanente y fortalecimiento de la calidad en sus
prácticas.
4°) Con
el fin de garantizar y de mejorar las relaciones de la Universidad católica en
su interior y con el exterior de la misma, es necesario que las actuales
acciones destinadas a la información y a la comunicación también se adecuen, se
optimicen en lo posible, y se consoliden.
5°) De
la misma manera, será eventualmente necesario que las Universidades católicas
mejoren, en lo que corresponda, sus actuales sistemas de información y de
comunicación.
6°) El
acceso a recursos bibliográficos actualizados, tanto físicos como electrónicos,
debe correr parejo con las políticas motivacionales destinadas a incrementar su
uso y a preservarlos.
7°) No
debe considerarse asunto de menor importancia en el transcurso de la vida
cotidiana e institucional de las Universidades el tema financiero, sobre todo,
por cuanto el sostenimiento de las mismas toca directamente a su misma
supervivencia y autonomía. Sin tornarse en Universidades exclusivas o
excluyentes, estudios ponderados, que manifiesten y conduzcan a una cooperación
a la Providencia divina, llamarán al fortalecimiento de las fuentes de ingreso
y, seguramente, a la diversificación de las mismas fuentes.
8°) Las
relaciones de las Universidades católicas con empresas que dependen de ellas y
que han sido creadas como otras formas de cumplir sus fines de servicio,
docencia e investigación, deben ser igualmente transparentes, y transparencia
de la identidad evangélica que caracteriza a las primeras.
9°)
Nadie está obligado a hacer lo imposible. Pero, precisamente por eso, las
infraestructuras físicas mismas, así como las tecnológicas, en la Universidad
católica, deberían poseer las características de mejor calidad existentes en el
momento, que tengan en cuenta las dimensiones constitutivas humanas y sean
puestas particularmente a disposición de los miembros que sufren por cualquier
motivo limitaciones (físicas, psíquicas), y que estén acordes con las
exigencias propias de las actividades universitarias, incluso las específicas.
a.
La investigación universitaria y sus exigencias morales[8].
3. Por
todo lo dicho, ya podemos comprender las dimensiones y las potenciales
consecuencias que posee el ejercicio de las actividades profesionales por parte
de los investigadores, y el hecho de que las Instituciones universitarias
eclesiásticas y católicas en cuanto tales lo tomen, o no, muy en serio.
Las
personas esperan mucho, confían enormemente, de quienes tienen por oficio abrir
en la sociedad nuevos horizontes a la verdad. De ahí que ellos sean
corresponsables sociales, junto con otros agentes, en el logro del bien común.
A ellos les incumbe, precisamente, explorar los componentes recónditos del ser
humano, del universo y de la historia; proyectar nuevos caminos por los cuales
transcurrirán los comportamientos de los individuos, de sus agrupaciones y de
sus colectividades, estableciendo valoraciones y revalorizaciones de las
relaciones interpersonales, e influyendo de manera decisiva en la conformación
y el desarrollo de la cultura de los pueblos.
Por
eso, no sólo las Universidades católicas en razón de lo que ellas son y de su
tarea insustituible, sino los propios investigadores universitarios –
individualmente y en sus grupos – no deben decaer en la búsqueda de la verdad,
no obstante los obstáculos que se les puedan interponer; así mismo, se han de
esforzar por pensar bien, es decir, con sentido común, con lógica humana[ii],
con rigor científico[9] y siguiendo las intuiciones que
se originan en sus mentes bien preparadas; del mismo modo, no han de
parcializarse o encerrarse en el campo de su propia especialización, sino, más
bien, buscar la armonía y síntesis entre los diversos modos del saber humano.
Esta búsqueda de un saber “sintético” no es extraño, individual y
corporativamente hablando, a la razón misma de ser de la Universidad católica.
Lo recordaba recientemente el Papa BENEDICTO XVI:
“En
una cultura que manifiesta una «falta de sabiduría, de reflexión, de
pensamiento capaz de obrar una síntesis orientativa» (Enc. Caritas in
veritate, n. 31), las Universidades católicas, fieles a su propia identidad
que hace de la inspiración cristiana un punto cualificador, están llamadas a
promover una «nueva síntesis humanística» (ibid. 21), un saber que sea
«sabiduría capaz de orientar al hombre a la luz de los primeros principios y de
sus fines últimos» (ibid. 30), un saber iluminado por la fe”[10].
De
manera especial, pues, el científico creyente ha de ser notable y perseverante
en su leal esfuerzo por conjugar las exigencias provenientes de una ciencia
verdadera con las que proceden de una fe verdadera.
Estas
mismas exigencias habrían de mantenerse en la formación de la conciencia
crítica social de los investigadores y de las Universidades en investigación.
En efecto, por una parte, unos y otras comparten con el conjunto de la Iglesia
aquella capacidad profética a la que nos hemos referido en otros momentos, de
modo que estén muy advertidas y conscientes de la necesidad que se impone – a
tiempo y a destiempo – de denunciar evangélicamente, p. ej., aquellas
circunstancias, inclusive estructurales, y aquellos casos, instituciones,
personas y otras coyunturas, que con su obrar invaden gradualmente los
continentes para apropiarse injustamente de los recursos naturales allí
presentes, o a quienes, so pretexto de pretender establecer una “seguridad
alimentaria”, amenazan con arruinar a los pequeños cultivadores y arrebatarles
sus semillas tradicionales, haciéndolos dependientes de compañías productoras
de semillas “mejoradas”. Algo similar debería ocurrir cuando obran como
conciencia crítica evangélica en medio de la sociedad nacional e internacional,
llamando la atención sobre cualquier posibilidad o proyecto de manipulación o
de acción totalitaria o monopólica en los campos económico, político, cultural,
etc.[11] Pero, así mismo, por otra
parte, como bien ha señalado el citado Papa BENEDICTO XVI, es necesario evocar,
una vez más, la importancia, tantas veces aquí subrayada, de la actitud lógica
y consecuente, personal e institucional, de los investigadores y de las
Universidades:
“Se
necesita tanto la preparación profesional como la coherencia moral. Cuando predomina
la absolutización de la técnica se produce una confusión entre los fines y los
medios, el empresario considera como único criterio de acción el máximo
beneficio en la producción; el político, la consolidación del poder; el
científico, el resultado de sus descubrimientos” (CIV 71).
Para
lograr tales altos objetivos, es necesario, además, que se creen a su derredor
las condiciones propicias: que puedan configurar sus grupos al interior de las
Universidades integrándose con las comunidades académicas locales, nacionales e
internacionales, y gozando del respaldo de las mismas, dotadas con los
suficientes y adecuados espacios de tiempo, lugar y modo para realizar bien sus
funciones propias; que exista un clima de auténtica libertad y verdadero respeto
por su ejercicio profesional, de modo que su pensamiento también pueda
expresarse y difundirse.
Pero,
así mismo, en reciprocidad, es fundamental que el propio pensador respete y no
abuse de su mejor conocimiento para ridiculizar las menores capacidades
mentales, o la ignorancia, de sus interlocutores; que se comprenda que el amor
a la verdad es el mejor servicio que las instituciones académicas pueden
prestar a los seres humanos, a la sociedad y a la cultura, y que, por lo mismo,
los intereses personales, así como las corrientes ideológicas politizadas,
enredan y desvían. Una atmósfera de sinceridad y serenidad es, igualmente,
necesaria para que surja una cultura verdaderamente humana. De ahí que sea muy
necesario perfilar mejor lo que se dice hoy acerca de la “responsabilidad
social” del teólogo y de las Universidades católicas[12] (cf. CIV 40).
Finalmente,
las Universidades católicas y las Universidades y Facultades eclesiásticas, no
serían realmente tales, es decir, testigos auténticos de Jesucristo, el Επιστάτες
– El Maestro-Administrador, como lo hemos identificado plenamente –, si no
proporcionaran los espacios, los medios y las condiciones adecuadas y
suficientes, para que los investigadores, no sólo teólogos, pudieran dedicar
tiempo para la oración[13] y la invocación del Espíritu de
la Verdad, para conocer mejor a quien es Vida, Camino y Verdad – ´Alh,qeia –, Jesucristo, y para celebrar
su misterio pascual: decía san Gregorio Niceno que no sólo se trata de hablar
de Dios, sino de llevar a Dios consigo[14], y de dar los pasos
correspondientes en orden a la construcción de una comunidad académica católica
cabal y fidedigna.
Pero
debe aseverarse aún más. Como afirmaron los Obispos presentes en la Asamblea
Especial del Sínodo de los Obispos para América, celebrada en el Vaticano del
16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997:
“Además, «debe estimularse
la cooperación entre las Universidades católicas de toda América para que se
enriquezcan mutuamente» (Propositio 23), contribuyendo de este modo a
que el principio de solidaridad e intercambio entre los pueblos de todo el
Continente se realice también a nivel universitario”[15].
Para
lograr este propósito sugieren, entre otros medios, “la promoción de congresos
para los educadores católicos en ámbito nacional y continental, tratando de
ordenar e incrementar la acción pastoral educativa en todos los ambientes”
[16].
b.
La docencia universitaria y sus exigencias morales.
4. Si a la condición de investigadores en una
Universidad se une en ellos la de educadores – y esta tarea, por supuesto, no
es exclusiva de los “docentes de ética” o “de religión”, como se los denomina
peyorativamente en ciertos ambientes –, de igual modo hay que reconocer el
influjo del todo particular que estos ejercen en las personas y en la sociedad
en su conjunto. En efecto, gracias a ellos y en parte sumamente importante, las
personas logran ejercitar su derecho a la verdad y acceden a ella; se van
integrando en su propia cultura, descubren las diversas dimensiones que
componen su persona y su personalidad total y reciben el ánimo y las
orientaciones pedagógicas para desarrollarlas, e, inclusive, la información y
la co-formación de sus capacidades éticas, de modo que lleguen a poseer una
conciencia madura.
En
consideración de la Iglesia, los educadores primeros e insustituibles, en
relación con los hijos, son los propios padres. Pero es un deber reconocer el
oficio y el servicio que prestan los docentes “profesionales” en los ambientes
pedagógicos – no sólo en las aulas – en el logro de las finalidades educativas
humanas, así como la responsabilidad que, por su autoridad y tarea, tienen en
relación con sus jóvenes alumnos. Su actividad queda enaltecida por esta
trascendental labor que desempeñan a favor de la sociedad.
Estas
reflexiones nos conducen a precisar mejor sus tareas y exigencias. Ante todo,
en lo que atañe a su misión en relación con la verdad y con la educación ética
de sus estudiantes, él mismo ha de ser un amador de la verdad y ha de hacer que
su sinceridad sea el mejor fundamento de su actividad educativa. Lo cual lo
conducirá a ser particularmente explicativo, motivador y facilitador en sus
estudiantes de todo lo que hace relación con la verdad actualmente conocida, y,
especialmente, de las consecuencias éticas de la misma. De otra parte, ha de
ayudar a sus estudiantes a clarificar las dificultades en lo referente a la
verdad, a su interiorización y a su expresión sincera mediante la
implementación de recursos didácticos, p. ej., de la animación del esfuerzo
perseverante para superar los obstáculos, del aporte de su buen juicio para que
el estudiante agudice sus capacidades de discernimiento ante las verdades
ambiguas y las situaciones conflictivas.
No
escaparán al docente las ocasiones para motivar en sus jóvenes alumnos el
rechazo de la mentira, de las actitudes hipócritas, de los deseos de
manipulación y de las violaciones de los derechos humanos en todas sus formas.
Querrá capacitar a sus estudiantes para el ejercicio de sus futuras
responsabilidades mediante la práctica del diálogo, del espíritu crítico y de
la orientación profesional. Les enseñará a valorar las cosas, los sucesos, las
ideas y las personas: siendo objetivo, con sentido realista y funcional en lo
que se refiere a las cosas, y ecuánime y con criterio propio en lo que atañe a
las personas[17].
Acomodándose
a las posibilidades y condiciones típicas de la edad de sus estudiantes, al
educador corresponde ser prudente en la enseñanza de la verdad, e írsela
revelando gradualmente[18], progresivamente, sobre todo,
aquellas cuestiones que son más complejas y difíciles de comprender, y las más
tortuosas de asimilar. Pero, por otra parte, es necesario que el docente
respete la libertad y la inmadurez de sus jóvenes alumnos, y, por lo tanto, no
quiera aprovecharse de su superioridad intelectual para “amaestrarlos” o
manipularlos según su ideología, en contra de la decisión de sus padres o del
mismo alumno.
Ahora
bien, la educación de los y de las jóvenes toca también con las delicadas
cuestiones relativas a la sexualidad, al amor y a la vida, cuya importancia es
tal que, reiteradamente, el Magisterio de la Iglesia no cesa de indicarlo como
característico de sus instituciones escolares en todos los niveles.
Recientemente, p. ej., el Papa BENEDICTO XVI, considerando la situación actual
de nuestras sociedades, ha señalado que
“Se asiste cada día con
mayor frecuencia, desgraciadamente, a circunstancias tristes en las que están
involucrados adolescentes, cuyas reacciones manifiestan un conocimiento no
correcto del misterio de la vida y de las implicaciones riesgosas que llevan
consigo sus gestos. La urgencia formativa, a la que hago referencia con
frecuencia, considera el tema de la vida su contenido privilegiado. Deseo
verdaderamente que, sobre todo a los jóvenes, les sea reservada una atención
del todo particular, a fin de que puedan aprender el verdadero sentido del amor
y se preparen para él mediante una adecuada formación para la sexualidad, sin
dejarse desconcertar por mensajes efímeros que les impiden alcanzar la esencia
de la verdad que está en juego. Proporcionar falsas ilusiones en el ámbito del
amor o engañar sobre las responsabilidades genuinas a las que uno es llamado
por asumir el ejercicio de la propia sexualidad no hace honor a una sociedad
que se remite a los principios de libertad y de democracia. La libertad se debe
conjugar con la verdad, y la responsabilidad con la fuerza de la dedicación al
otro, incluso con el sacrificio; sin estos componentes no crece la comunidad de
los seres humanos, y el riesgo de encerrarse dentro de un cerco de egoísmo
asfixiante permanece siempre al acecho”[19]
En el
contexto de su formación, atención especial merece la educación moral de los
estudiantes en todo su amplio espectro, a la que nos hemos referido antes (cf.
2.a.2)a)7.g’), p. 1162; 2.b.1)2.a, pp. 1188-1190), la cual, por otra parte, no es obra exclusiva, por supuesto, de
los profesores de una o varias asignaturas de “ética” o de “moral”.
Aparte
de lo dicho, los estudiantes advertirán en sus docentes, sin duda, la relación
que exista entre su madurez ética y su sinceridad. Mediante la primera, la
persona selecciona bien los valores, acierta en la jerarquía de los mismos
teniendo en cuenta el contexto vital, cultural y social, en que se encuentra,
es fiel en su aplicación a una conciencia bien informada, recta, independiente
en su modo de pensar y de obrar conforme a sus criterios. Mediante la segunda,
la persona expone su conciencia honesta, elabora juicios prácticos, es
coherente y creativa en la aplicación de los valores, en sus decisiones seguras
y firmes que caracterizan la norma de su obrar. Por eso, los estudiantes
advertirán el compromiso de sus docentes por ser testigos de la verdad: en sus
palabras, en sus actitudes, en el trato que les otorgan armonizando libertad y
autoridad. Sólo entonces sentirán que son genuinamente amados, y que su
experiencia educativa es un gozoso proceso de encuentro con la verdad que
ilumina, personaliza y enriquece humanamente. Más aún, sólo entonces se habrán
creado las condiciones más adecuadas para que, a través de la experiencia
universitaria, los educandos puedan percibir a Cristo, el maestro de la verdad
que libera y el testigo sincero de Dios, incluso en la fe de sus educadores.
Ciertamente, los estudiantes buscan en sus docentes una competencia humana,
cultural y didáctica; pero, sobre todo en quienes tienen a su cargo las
asignaturas teológicas, que también sean capaces de trasparentar los rasgos
característicos del Dios de quien se habla y que se ha hecho referente esencial
de sus vidas. El Papa PABLO VI lo hacía observar, si bien no sólo de los
docentes de teología, cuando afirmó en notable ocasión:
“Ante todo, y sin necesidad
de repetir lo que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto: para la
Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida
auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe
interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin
límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio
que a los que enseñan — decíamos recientemente a un grupo de seglares —, o si
escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio". San Pedro lo
expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura y respetuosa, para que si
alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta. Será sobre
todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al
mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de
pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes
del mundo, en una palabra de santidad” (Evangelii
nuntiandi 41).
Insistamos
en esta madurez ética, en la que, como vemos, la sinceridad es elemento
esencial, es fundamental. Nuestros jóvenes, en efecto, deben sentir que cuanto
los docentes les decimos no son palabras que no vivimos nosotros mismos, sino
que se las decimos precisamente porque ellas son el fruto de la verdad que
nosotros hemos encontrado personalmente y que tratamos de buscar diariamente,
de una manera cada día nueva, como una verdad que atañe a nuestra propia vida.
Nuestros jóvenes universitarios son de ello particularmente atentos y
exigentes: sólo cuando encuentran que su profesor se halla en este camino – y
para el caso particular de los profesores de teología, cuando nos ven en
búsqueda por aproximarnos a la vida del Señor, y el Señor a nuestra propia vida[20] – entonces nuestras palabras
pueden ser creíbles y poseer una lógica visible y convincente.
El proceso educativo en relación con la verdad no puede desligarse del resto del conjunto de la formación integral de las personas y del auténtico progreso social. Esto es clave en el concepto educativo católico, como vimos. Pero, por eso mismo, la formación del entendimiento - es decir "la adquisición de instrumentos cada vez más refinados para una lectura crítica de la realidad partiendo de la de sí mismo", como ha acotado el S. P. FRANCISCO, 6 de mayo de 2017 - debe contribuir a la madurez de las personas de sus estudiantes, a conformar el conjunto de sus valores, opciones y actitudes, a que ellas puedan valorar, pensar e influir por cuenta propia, y a que, bien capacitados en su juicio recto, se entreguen a la indagación de la verdad mediante el empleo de los procesos intelectuales más adecuados. Se comprende en este contexto la importancia que posee también la formación política de quienes habrían de ser unos ciudadanos conscientes y activos, preparados para intervenir decisivamente en los debates de la democracia. Así mismo, la formación integral debería llegar a preparar a estos jóvenes para su ingreso en el mundo del trabajo, y, en concreto, para su primer empleo: ayudándolos a descubrir el significado del mismo, y que se trata de una muestra de confianza en el futuro, sobre todo cuando se les ofrecen contratos laborales de buena calidad, de largo término y con reales oportunidades para su promoción. Además, es bien conocida la importancia que tiene el empleo, a todo nivel y de todo tipo, en la creación de unas condiciones apropiadas para lograr una economía sostenida y sustentable en una sociedad cada vez más globalizada. Lamentablemente, como conocemos, en las actuales circunstancias – nacionales así como mundiales – se presentan desfavorables estas situaciones – ¡no sólo se trata de salir de una temporal crisis económica o financiera! – tan vinculadas con la desnutrición y la exclusión social, entre otras, y se convierten, más bien, en causa de frustración para muchísimos, y a la cual se debe afrontar con lucidez, decisión, persistencia y carácter[21].
Por
eso, para atender también a estas exigencias de la formación, peculiaridad de
la educación universitaria católica será, especialmente, el trato personal
entre el docente y el estudiante. Versa éste en un aporte del modelo educativo
católico cuyas raíces evangélicas y de estirpe ignaciana deberían enfatizarse y
fortalecerse, y respecto del cual se debería hacer cuanto fuere del caso para
que no se desvirtuara ni se lo subutilizara. Al respecto traigamos a la memoria
una disertación del P. Gerardo REMOLINA, S. J., quien fuera rector de la
Pontificia Universidad Javeriana, en la cual recordaba, a su vez, al M. R. P.
Peter-Hans KOLVENBACH, anterior Prepósito General de la Compañía de Jesús:
“En reunión realizada el pasado
16 de febrero, el P. Gerardo Remolina, S. J., Rector de la Universidad,
compartió con todo el cuerpo directivo una reflexión acerca del significado que
tiene en la actualidad la “cura personalis” que debe caracterizar toda
institución educativa de la Compañía de Jesús. […] Luego de responder la
pregunta “¿Qué es educar?” y de enunciar las dos funciones de la educación,
“«desarrollar» y «formar» la personalidad”, el Padre Rector hizo algunos
planteamientos sobre “la manera de educar”, para luego referirse a “la labor
formadora de la institución educativa en cuanto tal”. El último aparte de este
texto lo introdujo con la siguiente advertencia: “puesto que uno de los
principales obstáculos, para tener la valentía y el coraje de educar que
estamos proponiendo, consiste en una equivocada concepción reinante de lo que
es la autonomía y la libertad, deseo terminar estas reflexiones tratando de
hacer un aporte a la clarificación de estos conceptos clave”. […] Concluida la
presentación de este documento, el Padre Rector expuso algunos apartes de la
Lección Inaugural que tuvo lugar el 2 de mayo de 2006 en la Universidad Alberto
Hurtado, Chile, a cargo del P. Peter-Hans Kolvenbach, S. J., Prepósito General
de la Compañía de Jesús y Gran Canciller de la Universidad Javeriana.
Precisamente el Padre General anotaba que la “cura personalis” constituye “una
exigencia que permanece como desafío en el nivel universitario… Se trata de la
atención dada a cada uno de los estudiantes, el cuidado de la persona, de la
personalidad”, -y señalaba que- “durante siglos, esta “cura personalis” ha
constituido el gran atractivo de la educación ignaciana”[22].
Este
trato personal es característica, además, típicamente eclesial. En
efecto, se trata de una manera particular de expresar la búsqueda de consejo en
un buen “padre espiritual”, que acompaña a cada cual en el conocimiento
profundo de sí mismo y lo conduce a la unión con el Señor, a fin de que su
existencia sea cada día más conforme con el Evangelio. Para avanzar hacia el
Señor, en efecto, se requiere siempre de la ayuda que nos proporcionan un guía
y el diálogo con él; no es suficiente hacerlo con base sólo en nuestras
reflexiones.
La
tarea, compleja y profunda – como se ve –, no puede realizarse aisladamente por
parte de una institución educativa. Teniendo presentes estas indicaciones y
asuntos, y la necesidad de ampliar los horizontes del diálogo y de unir el
esfuerzo entre Universidades y docentes, los Obispos asistentes a la Asamblea
Especial del Sínodo de los Obispos para América, celebrada en el Vaticano del
16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997, afirmaron:
“Además, «debe estimularse
la cooperación entre las Universidades católicas de toda América para que se
enriquezcan mutuamente» (Propositio 23), contribuyendo de este modo a
que el principio de solidaridad e intercambio entre los pueblos de todo el
Continente se realice también a nivel universitario”[23].
Para lo
cual, ellos sugirieron, entre otros recursos, “la promoción de congresos para
los educadores católicos en ámbito nacional y continental, tratando de ordenar
e incrementar la acción pastoral educativa en todos los ambientes”[24].
Una
palabra final. Todo cuanto hemos venido señalando ha colocado las tareas y
responsabilidades de los maestros, investigadores y docentes universitarios –
algunos de ellos “teólogos” titulados –, en un punto sumamente alto, ajustado
con los más altos objetivos que persiguen la sociedad y la Iglesia. Esa misma
condición debería ser correspondida, sin lugar a dudas, con las muestras de
aprecio y respeto que los padres de familia, los educandos, las propias
instituciones y las comunidades en general deberían proporcionarles, sobre todo
en aquellos casos en los cuales ello no ocurre así. Sirva la ocasión, entonces
– sin entrar en detalles, e incluso en las actuales circunstancias de la
economía nacional y mundial –, para criticar cuanto estructuralmente llegara a
menoscabar el pleno empleo, en particular de los docentes universitarios, y el
ejercicio decoroso de su trabajo, con lo cual se robustecen variadas formas de
pobreza y de desintegración social, que ofenden la dignidad humana. Y de otra
parte, para que dichas tareas y responsabilidades de los maestros y directivos
universitarios sean cada día más pertinentes al momento actual en que vivimos,
se hace necesario enfatizar, una vez más, cuán primordial es confiar en las
personas, escucharlas, tener en cuenta sus necesidades concretas al momento de
efectuar cualquier planeación y de llevar a cabo toda realización: comenzando
por nuestros mismos estudiantes… Institucionalizar y mantener actualizados
estos canales de comunicación, se entiende, es, desde todo punto de vista, de
importancia vital para las Universidades católicas.
c.
Relaciones mutuas entre la investigación científica y el desarrollo cultural.
La perspectiva teológica: un aporte co-responsable al diálogo con las demás
disciplinas.
5. Abordamos este
campo que es vasto en los aspectos a considerar y en sus implicaciones en
relación con todos los aspectos de la realidad humana y de su entorno natural.
Ya veíamos los principales componentes de la cultura (y de las culturas[24 bis]) en el capítulo anterior,
lo que nos exime de tener que repetirlos aquí. En cambio, sí nos interesa
detallar con especial atención las obligaciones que el “mundo de la cultura”
demanda de sus agentes, y, de modo particular, de quienes son considerados
entre sus agentes principales, los científicos, los artistas y los educadores
universitarios.
Ha sido
especialmente el Concilio Vaticano II quien, probablemente, ha resaltado mejor
las relaciones entre la verdad y la cultura. No sólo porque era de su
incumbencia esclarecer las conexiones existentes entre “fe y cultura”, entre el
reinado de Dios y las realizaciones culturales de cada época (cf. especialmente
los nn. 57-62 del capítulo dedicado a la cultura en la GS), sino porque el mundo actual demandaba a las religiones, y en
particular a la Iglesia católica, asumir las nuevas condiciones de los tiempos,
y, por lo tanto, de aceptar la “legítima autonomía” de las realidades
temporales frente a lo religioso, en lo que tiene que ver con el desarrollo
social.
Así,
pues, no sólo se destacó en el Concilio, como hemos visto, de qué forma a lo
largo de los siglos los artistas, en sus diversos campos, tradujeron el mensaje
cristiano en formas culturales (literatura, música,
arquitectura, escultura, pintura, etc.: cf. SC
122-129; “Mensaje a los artistas”; GS
62cd), sino que insistió en que no es posible transmitir dicho mensaje sin
tener en cuenta, sin respetar y valorar las diversas
culturas, por lo cual hay que atender a las relaciones que se producen
entre estas y quienes proclaman dicho anuncio (cf. GS 58). Más aún, en particular, la Iglesia no sólo no se siente
identificada ni ligada a una civilización, sapiencia o nación en especial, sino,
por el contrario, se debe a todas (cf. GS
58)
[25]. Estos procesos, que son
sumamente complejos, afectan, de manera particular a la educación en todos sus
niveles (cf. GS 62), y, por supuesto,
al universitario, pero pueden contribuir definitivamente “a afinar en todos sus
valores y a orientarlos a la construcción de una sociedad abierta a los ideales
del espíritu” (Benedicto XVI).
Por eso
descuella en el contexto en el que nos encontramos, su referencia a las
“libertades humanas” en lo que concierne a la actividad cultural. Se trata de
dos párrafos claros y elocuentes de GS
62fg:
“Vivan los fieles en muy estrecha unión con los demás hombres de su tiempo y esfuércense por comprender su manera de pensar y de sentir, cuya expresión es la cultura. Compaginen los conocimientos de las nuevas ciencias y doctrinas y de los más recientes descubrimientos con la moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y la rectitud de espíritu de las ciencias y de los diarios progresos de la técnica; así se capacitarán para examinar e interpretar todas las cosas con íntegro sentido cristiano.Los que se dedican a las ciencias teológicas en los seminarios y universidades, empéñense en colaborar con los hombres versados en las otras materias, poniendo en común sus energías y puntos de vista. La investigación teológica siga profundizando en la verdad revelada sin perder contacto con su tiempo, a fin de facilitar a los hombres cultos en los diversos ramos del saber un más pleno conocimiento de la fe. Esta colaboración será muy provechosa para la formación de los ministros sagrados, quienes podrán presentar a nuestros contemporáneos la doctrina de la Iglesia acerca de Dios, del hombre y del mundo, de forma más adaptada al hombre contemporáneo y a la vez más gustosamente aceptable por parte de ellos. Más aún, es de desear que numerosos laicos reciban una buena formación en las ciencias sagradas, y que no pocos de ellos se dediquen ex profeso a estos estudios y profundicen en ellos. Pero para que puedan llevar a buen término su tarea debe reconocerse a los fieles, clérigos o laicos, la justa libertad de investigación, de pensamiento y de hacer conocer humilde y valerosamente su manera de ver en los campos que son de su competencia.”
Las libertades de pensamiento, de creación, de expresión, de asociación, etc., son, pues, altamente valoradas, sobre todo si se define la cultura por su característica de ser expresión de libertad. Y especialmente la actividad investigativa las requiere.
Las
conexiones entre la liberación y la cultura son de destacar también en este
contexto. En efecto, se destaca el compromiso que todos habrían de tener en
relación con el sano fomento cultural. En primer término, exige a todas las
personas preocuparse y esforzarse también por comprender la manera de sentir y
de pensar de otros hombres y mujeres, y, a los científicos y otros agentes
culturales fomentar cuanto contribuya a su trabajo mancomunado (cf. GS 62). Los teólogos, en este aspecto,
prestan su colaboración al trabajo de los científicos cuando se unen a sus
esfuerzos y les aportan sus puntos de vista. Esta invitación urgente se refiere
también, por supuesto, a los fieles laicos, a quienes no sólo se invita
a adquirir una excelente formación teológica, sino a favor de quienes se piden
mayores facilidades para que puedan obtenerla, pues de ella depende, como hemos
resaltado, la armonía entre “fe y cultura”.
En lo
que se refiere a las exigencias morales en particular, a pesar de las
dificultades que pueden surgir, es del todo necesario aprender a armonizar
dichas exigencias con los logros de las ciencias, con las doctrinas nuevas y
con los nuevos descubrimientos (cf. GS
62), de modo que no sólo se destaquen los rasgos éticos comunes, originales de
la única “familia humana”, sino que, incluso, la dimensión religiosa auténtica,
que expresa la comunión de lo visible con lo espiritual, se pueda evidenciar y
se fortalezca. Más aún, se señala en la misma Constitución Pastoral que:
“El hombre, cuando se
entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las
matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir
sobremanera a que la familia humana se eleve a conceptos más altos de verdad,
de bien, de belleza y a juicios de valor universal, y así sea iluminada mejor
por la maravillosa Sabiduría que desde siempre estaba con Dios disponiendo
todas las cosas con Él... Con todo lo cual, el espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas,
puede ser elevado con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación del
Creador […]” (GS 57).
Y
citando al mismo Concilio anotaba al respecto Jean-Yves CALVEZ:
“Hay peligros en las
ciencias y en la técnica de hoy, no pudiendo ellas por su método penetrar hasta
las íntimas esencias de la cosas (se favorece así cierto fenomenismo y
agnosticismo), “sin embargo estas lamentables consecuencias no son efectos
necesarios de la cultura contemporánea ni deben hacernos caer en la tentación
de no reconocer los valores positivos de ésta”. “Entre tales valores
(precisamente) se cuentan, dice nuestro texto a continuación,... el estudio
(mismo) de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las
investigaciones científicas..., la conciencia cada vez más intensa de la
responsabilidad de los expertos para la ayuda y la protección de los hombres,
la voluntad de lograr condiciones de vida más aceptables para todos” (GS 57).
Todos valores afines a la verdad.”
[26]
Así,
pues, la relación entre “ética” y “ciencia” no puede considerarse en forma
excluyente de uno u otro polo de la misma: o ética, o ciencia. Por el
contrario, como bien lo ha reafirmado el Papa BENEDICTO XVI a propósito de
problemas particularmente sensibles y urgentes en el presente,
“Del mismo modo, la acción
internacional dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas
de vida sobre la tierra no ha de garantizar solamente un empleo racional de la
tecnología y de la ciencia, sino que debe redescubrir también la auténtica
imagen de la creación. Esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se
trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los
imperativos éticos.”[27]
Más
aún, débese reafirmar la necesidad de apoyar y de promover la investigación
científica en beneficio de toda la humanidad. Las Universidades católicas
existen, entre otras razones, como hemos podido ver, para prestar un servicio
“diaconal” a la verdad; para contribuir a enriquecer el patrimonio intelectual
y para favorecer el bienestar auténtico de la nación; para animar seriamente
las investigaciones que se están realizando en los campos de la medicina y de
la biología, con la finalidad de curar enfermedades y de mejorar la calidad de
la vida de todos, a condición de que sean respetuosas de la dignidad de los
seres humanos. Este respeto exige que cualquier investigación que sea contraria
a la dignidad humana esté excluida moralmente de ellas.
Las Universidades católicas, en esta misma línea de comportamiento, no pueden ser entidades "de puertas cerradas", contradiciendo la condición misma de su catolicidad - y, por supuesto, el carácter polifacético e histórico de su propia composición -. Lugar del encuentro y del diálogo, las Universidades católicas no buscan su propia autoafirmación - incluso ni su propia popularidad y reconocimiento ("ranking") -, sino, como tantas veces se ha dicho aquí, la búsqueda sincera y objetiva de la verdad, venga de donde viniere. Y, en tal sentido, la afinación del sentido crítico en investigadores, docentes y estudiantes es marca suya característica y ejemplar para el resto de la sociedad: dudar sobre la propia posición, no hacer el juego a los discursos y narrativas a las que se denomina hoy "hegemónicos" y, como hemos visto, unilaterales, "ideológicos", en el sentido como se los definió en los primeros capítulos de esta investigación. No se trata simplemente de demostrar que la posición del otro está equivocada, mientras la propia es la correcta, y, más aún, la única posible. Las Universidades católicas, maestras y discípulas del diálogo y de la búsqueda de la verdad crean interacciones, desarrollan - a la par que siguen investigando - los instrumentos que permiten a todos ese acercamiento a la verdad y vencen los mecanismos y obstáculos, internos y externos, subjetivos y objetivos, conscientes e inconscientes, que perturban en ella tal acercamiento. Es de la esencia del método científico y del "pasar haciendo el bien a todos" evangélico. Es necesario establecer, o si existen cualificar, los medios, las reglamentaciones, los tiempos y espacios que permiten a la academia no sólo la crítica sino la propuesta, la formulación de teorías, y, para ello, la generación de discusiones sanas, a veces no tan apacibles sino vigorosas y encendidas - escuchándonos, diciéndonos -, pero siempre tras el seguimiento de esa práctica (martirial) tan propia de Jesús, el Επιστάτες. El impacto social de esa práxis debería ser consecuente, sobre todo en y por sus implicaciones económicas, políticas, culturales. De esta ética en el diálogo, que no busca imponer, que no busca sólo el error o la equivocación del otro, que permite penetrar en el argumento del otro, que no lo malinterpreta, a veces con torcidas intenciones, han de ser maestras todas las universidades, y, en todo caso, ciertamente, las católicas. Acoger, pues, la diversidad en los planteamientos, y establecer la generación de aquellos mecanismos académicos que promueven y realizan el debate respetuoso, es típico de las Universidades católicas, de modo que su proyección social genere unas mejores condiciones humanas en las naciones, en todos los pueblos[27 bis].
Las Universidades católicas, en esta misma línea de comportamiento, no pueden ser entidades "de puertas cerradas", contradiciendo la condición misma de su catolicidad - y, por supuesto, el carácter polifacético e histórico de su propia composición -. Lugar del encuentro y del diálogo, las Universidades católicas no buscan su propia autoafirmación - incluso ni su propia popularidad y reconocimiento ("ranking") -, sino, como tantas veces se ha dicho aquí, la búsqueda sincera y objetiva de la verdad, venga de donde viniere. Y, en tal sentido, la afinación del sentido crítico en investigadores, docentes y estudiantes es marca suya característica y ejemplar para el resto de la sociedad: dudar sobre la propia posición, no hacer el juego a los discursos y narrativas a las que se denomina hoy "hegemónicos" y, como hemos visto, unilaterales, "ideológicos", en el sentido como se los definió en los primeros capítulos de esta investigación. No se trata simplemente de demostrar que la posición del otro está equivocada, mientras la propia es la correcta, y, más aún, la única posible. Las Universidades católicas, maestras y discípulas del diálogo y de la búsqueda de la verdad crean interacciones, desarrollan - a la par que siguen investigando - los instrumentos que permiten a todos ese acercamiento a la verdad y vencen los mecanismos y obstáculos, internos y externos, subjetivos y objetivos, conscientes e inconscientes, que perturban en ella tal acercamiento. Es de la esencia del método científico y del "pasar haciendo el bien a todos" evangélico. Es necesario establecer, o si existen cualificar, los medios, las reglamentaciones, los tiempos y espacios que permiten a la academia no sólo la crítica sino la propuesta, la formulación de teorías, y, para ello, la generación de discusiones sanas, a veces no tan apacibles sino vigorosas y encendidas - escuchándonos, diciéndonos -, pero siempre tras el seguimiento de esa práctica (martirial) tan propia de Jesús, el Επιστάτες. El impacto social de esa práxis debería ser consecuente, sobre todo en y por sus implicaciones económicas, políticas, culturales. De esta ética en el diálogo, que no busca imponer, que no busca sólo el error o la equivocación del otro, que permite penetrar en el argumento del otro, que no lo malinterpreta, a veces con torcidas intenciones, han de ser maestras todas las universidades, y, en todo caso, ciertamente, las católicas. Acoger, pues, la diversidad en los planteamientos, y establecer la generación de aquellos mecanismos académicos que promueven y realizan el debate respetuoso, es típico de las Universidades católicas, de modo que su proyección social genere unas mejores condiciones humanas en las naciones, en todos los pueblos[27 bis].
También
en este contexto es menester hacer una alusión a las TICs, que hemos mencionado
en otros lugares, y, muy en particular, a los ambientes virtuales de
información, mediante los cuales las Universidades del presente – ya no
simplemente las del futuro – se están proyectando en el medio, con crecientes
exigencias para la imaginación pedagógica[28]. Sin renunciar ni un ápice a su
identidad universitaria ni a los fundamentos que las caracterizan, antes por el
contrario, profundizando en ellos y desplegándolos aún más; y para dar un
necesario y esperado aporte a su “desarrollo” – comprendido como lo ha enseñado
el Magisterio de la Iglesia – están particularmente convidadas las
Universidades católicas y las Universidades y Facultades eclesiásticas a
proseguir en su empeño de actualización permanente, y todo esto según nos
enseñaban:
“Mas si todas las
universidades, y en gran medida las católicas de Latinoamérica, están llamadas
a formar a la persona en las alturas de las ciencias regidas por la causa de la
verdad y la justicia, de aquélla (la tecnología)
depende que sobrevolados los óbices, se acelere la marcha del auténtico
desarrollo de nuestras naciones. El desarrollo es inseparable de las
concepciones filosóficas que se tengan de la historia. Que si circulante sobre sí misma, a la manera de ritmos
envolventes de ascenso y descenso, según algunas concepciones de los antiguos,
no muy conscientes del pasado y de la inmensidad del universo. Que si pesimista
y descendente, porque todo pasado fue mejor. Que si ascendente, a la manera de
espiral en vuelo hacia los valores superiores. Que si rectilínea y enfilada al
alcance de una meta indefinida. O si, y en cualquiera de estas concepciones y
percepciones, gobernada por Dios, principio y fin de todas las vidas y de la
historia escatológica de nuestra salvación”[29].
Conclusiones
1. Al término
de esta revisión de los altísimos y exigentes horizontes morales que se abren
para los seres humanos a propósito de los cuatro temas centrales o núcleos
morales-canónicos hacia los que se está dirigiendo nuestra investigación; pero,
de igual manera, al considerar los obstáculos que se nos presentan en relación
con ella y los límites que culturalmente ha ido precisando la humanidad a
través de los tiempos – de las civilizaciones y de los lugares – como indicios
y como expresiones de una creación realmente humana y humanizante penetrada por
la verdad, bien podemos extraer una primera conclusión central: la relación esencial e indisoluble que tiene
la “verdad” con la realización auténtica humana, la búsqueda de la “verdad”
como dimensión propia de la existencia cristiana. San Pablo, por eso,
precisamente, relaciona la práctica de “la verdad en el amor” y del “amor en la
verdad”, con la alegría: “la caridad… se alegra con la verdad” (cf. 1 Co 13,6b).
En
efecto, como expresión genuina de las dimensiones-capacidades humanas que
efectivamente nos caracterizan, y de nuestra realización de la justicia, de la
caridad, de la sabiduría y de numerosos valores más, hemos nuevamente
evidenciado que nada dignifica más a los seres humanos, nada los puede llenar
de mayor y legítimo orgullo, que una existencia comprometida con la verdad, una
existencia verdadera, en todo el espectro de sus valencias y de sus
expresiones. La verdad, al mismo tiempo objeto de estudios científicos y
realidad que nos atañe a todos personalmente. Y ello es así muy especialmente
cuando lo encontramos referido a las personas que se dedican por completo a la
investigación y a la docencia universitaria.
Cuanto
el texto canónico indicará brevemente, y, aún, lacónicamente, mediante los
verbos: “Quaerere” (buscar) – “Gnoscere” (conocer) - “Amplecti” (abrazar) - “Servare” (mantenerse), todos en relación con la “verdad”,
inclusive y especialmente en lo que ésta tiene qué ver con Dios y con la
Iglesia, como hemos evidenciado a lo largo de este capítulo, encuentra un
sustento ya no solamente cristológico, ni aún siquiera en los correlatos
antropológicos, sino, inmediatamente, en los elementos diferenciados de orden
ético y teológico-moral: conforme al querer de Dios que participa “de cuerpo
entero” en la elevación y divinización de los seres humanos, ellos sólo se construyen como tales cuando y
en cuanto realizan auténticamente lo que ellos son: cuando ponen en
práctica y en cuanto se esfuerzan por desarrollar a plenitud sus dimensiones
constitutivas (en el orden del ser); y, de modo muy propio y característico,
cada vez que (en el orden del obrar) se relacionan, con Dios, consigo mismos,
con las otras personas, y aún con la naturaleza, de una manera responsable,
veraz y verdadera, formando comunidad con ellos.
En
medio de una complexificada red de decisiones, elecciones y responsabilidades
individuales[30], imbricadas con las asumidas
solidariamente como organismos sociales, quienes están vinculados más
estrechamente, entonces, con el escudriñamiento de la verdad y con su
comunicación, especialmente mediante la investigación, la docencia y difusión
denominada “científica”, en todos los ámbitos de la academia, de la industria,
de la sociedad, del Estado, etc., merecen ya, por ese mismo hecho, un
reconocimiento del todo especial, así sus logros no sean publicitados ni,
aparentemente, de monumental resonancia: es el trabajo discreto, tantas veces
paciente e invisible, del “ratón de biblioteca”. Este reconocimiento debe
hacerse, sobre todo, sin embargo, a quienes no sólo se esfuerzan por buscar una
“verdad”, por así decirlo, extrínseca a ellos – por los objetos (materiales)
que manipulan –, a quienes encuentran en el ejercicio intelectual un solaz y su
propio disfrute, meritorios sin duda; sino a quienes se esfuerzan por “obrar la
verdad”, por “hacer la verdad” – nada popularizado –, una verdad que es, ante
todo, la verdad de su propia existencia dentro del proyecto de Dios: el reinado
de Jesucristo es, ciertamente, un reinado “de” verdad y “en” verdad (cf. Prefacio
de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo[31]).
Las
Universidades, pues, y de manera especial las Universidades católicas, así como
las Universidades y Facultades eclesiásticas, a causa de su misión docente,
encuentran aquí, de igual modo, un compromiso y una tarea original y urgente
que, realmente, las honran y enaltecen. Llamadas a vivir plenamente su
identidad, no sólo en el plano institucional sino en cada uno de los miembros
de sus comunidades académicas, ellas prestan un excelente servicio a “la causa
de la verdad”, tal como fue la vida de Jesús: cuando no dedican sus esfuerzos
simplemente a condenar, a lamentarse o a recriminar y, por el contrario, su
preocupación central consiste en “soplar” en lo humano y divino que aún queda en los rescoldos de costumbres y de
pasiones fuera de cauce; cuando sus procesos y sus metas traslucen su
responsabilidad con la verdad íntegra y universal, su denodado esfuerzo por
abrir los espacios que tantas veces se cierran o se reducen, y su deseo por
aportar a todos los campos del saber una inquietud y una perspectiva de
sentido; cuando entre los asuntos que someten al criterio y a la consideración
de sus docentes, estudiantes y administrativos descuellan y se destacan las
múltiples formas y momentos de la búsqueda y del encuentro con la verdad;
cuando se fomentan en forma efectiva y eficaz las posibilidades para que,
especialmente mediante el trabajo conjunto y comunitario, los diversos equipos
de investigadores puedan encontrarse y comunicarse el resultado de sus investigaciones;
cuando sus intereses coinciden con los de la humanidad entera; cuando se crean
las condiciones más propicias para que las investigaciones científicas
contribuyan, a su modo, a adquirir un mayor y un mejor conocimiento y amor de
Dios y de los hombres.
Como
manifestó el P. Gustavo BAENA B., S. J.:
“[…] El teólogo, en
particular, debe estudiar bien el universo para poder atender y escuchar a Dios
en él: a través de las ciencias, llegar a conocer cómo es la complejidad del
mundo. Las ciencias no son malditas o diabólicas, sino que en ellas hay
sensatez y esa es parte de la manera como Dios se está dejando leer por
nosotros. Hay que investigar lo fundamental, los principios. Una facultad de
teología debe ser responsable. Estamos formando lectores de la realidad, no
sólo los profesores tienen esa tarea. Y ¿para qué sirve esto? Nos ayudan las
ciencias enormemente, para poder aterrizar ese mundo de la revelación.”[32]
Al
proceder así, las Universidades católicas y las Universidades y Facultades
eclesiásticas, por su particular juicio de conciencia sobre la cuestión,
estarán rindiendo su mejor culto a Dios, actuando proféticamente como testigos
cualificados de la fe, y contribuyendo a que se continúe “realizando hoy, en el
corazón” de todos los hombres y mujeres que se vinculen de alguna manera con
ellas, “aquellas mismas maravillas que tú, oh Dios, obraste en los comienzos de
la predicación evangélica”[33].
2. La
“cura personalis” a la que hemos aludido en diversas partes de esta
investigación se refiere, en nuestro caso y como hemos dicho, no sólo a las
personas de nuestros estudiantes sino, más ampliamente, a cuantos conforman las
comunidades universitarias, ante todo. Pero, vistas las cosas desde una
perspectiva también “cultural”, cada saber, cada disciplina, sea ella
científica, técnica, artística, filosófica o teológica, cultivada, a su vez por
personas, merece una atención, una valoración, un respecto del todo particular,
diferenciado, propio, por parte de los otros saberes y, por supuesto, por parte
del “alma mater” que las cobija. No puede tratarse, pues, de un tratamiento “en
montón”; y ello, especialmente para la teología, como en relación con ella,
tiene sus serias consecuencias, indudablemente.
En
efecto, si las disciplinas son, a su modo, culturas – en el sentido que hemos
explicado en el capítulo anterior –, el diálogo “intercultural” –
“interdisciplinario” ha de ser extremadamente respetuoso de los “objetos”, de
las “sensibilidades”, de las “metodologías” que cada una de dichas culturas posee,
o, mejor aún, las constituye en su especificidad. El diálogo en torno a la
verdad al que estamos aludiendo necesariamente tendrá que ser, por lo mismo,
altamente diferenciado, si se quiere avanzar a nuevos espacios de interrelación
y de integración. Y, debemos insistir en ello, quienes asumen estos diálogos –
sobre todo entre la teología y cada uno de ellos (al momento presente, 2011,
pueden existir no menos de 38 carreras / 63 departamentos, algunos con
“unidades” en su interior, profesiones distintas, en nuestra PUJ) – deberían
estar capacitados debidamente para emprenderlos. De ahí la altísima
conveniencia de encontrar teólogos conocedores/practicantes, ojalá
profesionalmente, de dichos ámbitos disciplinares. Incluso, y sobre todo,
cuando se trata de diálogos que implican a dos o más disciplinas o áreas
disciplinares (en cualquiera que fuera la manera de agruparlas). Ejemplo
excelente de ello está dando el Pontificio Consejo para la Cultura.
Ante el
horizonte moral de posibilidades que ahora se nos abre, en lo que concierne a
las diferentes áreas de la teología (teología bíblica, fundamental, dogmática,
moral, pastoral, litúrgica, etc.) en diálogo con las disciplinas y con las
artes nos cabe indicar algunas breves líneas para sucesivas investigaciones sectoriales,
trabajo en el que vienen empeñados todavía insuficientes grupos de generadores.
En un
intento por mostrar mi percepción sobre posibles campos limítrofes para el
diálogo, a partir de la visión metafísica y epistemológica antes reseñada,
entre las diversas disciplinas teológicas con las diversas disciplinas
científicas[34], propongo para las
Universidades católicas, así como para las Universidades y Facultades
eclesiásticas[35], los siguientes esquemas, muy
fragmentarios e incipientes, seguramente, todavía, pero susceptibles de ser
complementados y corregidos eventualmente. Presentaré, primero, los componentes
intradisciplinares, luego algunos de los interdisciplinares.
↱Fundamental ↠ Historia de la Iglesia ↠ Espiritual ↠ Liturgia
Sagrada Escritura
↲
↟Dogmática/Sistemática ↞ Moral ↞ Derecho canónico ↞ Pastoral
Esquema 50
En el
gráfico se considera el ámbito del saber teológico por el círculo más amplio,
en el que la Sagrada Escritura, con sus introducciones, contextos y exégesis,
es el “alma” de la Teología, “ciencia una”. Las grandes áreas disciplinares que
componen a esta “scientia una” se mencionan, mostrando a través de los círculos
punteados – a la manera de una membrana –, cómo cada una de ellas
necesariamente está abierta y en interacción con las demás, de tal manera que
cada una ellas posee un perfil propio en la medida en que se distingue de los
otros, pero, al mismo tiempo, en la medida que contribuye a perfilar a los
demás. La dogmática sola, con sus componentes, por ejemplo, no existe, no puede
darse, sin una interrelación tanto con la Escritura[36], por ejemplo, o con la Historia
de la Iglesia y de los dogmas. A su vez, la Historia de la Iglesia debe
elaborarse teniendo en cuenta la eclesiología, uno de los componentes
principales de la dogmática[37]. Y así sucesivamente. La interacción total de los saberes parciales
confluye necesariamente en el resultado final, tanto en la docencia como en la
investigación. Es notable que entre cada uno de estos saberes bien se pudieran
explicitar, mediante flechas, estas interacciones de doble sentido (de ida y de
venida). Esta “lógica” de la racionalidad teo-lógica, quizás, a primera vista,
no es totalmente comprensible para un lego en la materia; pero, para el
teólogo, de quien Jesucristo es modelo eximio, se trata de la razón misma de
ser de su saber, que lo introduce plenamente en el misterio inabarcable de Dios
que siempre lo supera y al que se acerca balbuciente. Intentar comprenderla –
pedagógica, razonable, contemplativamente[38] – pero, sobre todo, vivirla, es
tarea de toda su vida.
A su
vez, cada una de estas áreas teológicas entra, o puede entrar, en contactos
interdisciplinares con las disciplinas científicas, pues, entre otras cosas,
requiere de su ayuda y colaboración enormemente. Sobre el Derecho canónico ya
hemos dicho algo en los capítulos I y II, y volveremos sobre ello en el
capítulo próximo. Sin pretender, como indico, decir la última palabra sobre el
asunto, restringiéndome a mi actual “campo de operaciones”, y, a manera de
ejemplo, al menos diviso los siguientes posibles campos de interacción[39]:
⇆ Arqueología, Biología, Microbiología ⇆ Lenguas, Lingüística y Literatura ⇆
↨ Sagrada Escritura / Dogma ↨
⇆ Antropología, Psicología ⇆ Pedagogía ⇆ Filosofía ⇆ Historia ⇆
Esquema 51
⇆ Ética ⇆ Biología y D. Medioambientales ⇆ Antropología ⇆ Psicología ⇆
⇆ Economía Teología Moral Historia ⇆
Sociología ⇆
⇆ Medicina y D. de la vida y salud
humana ⇆ Política/Derecho ⇆ D. Técnicas y Tecnológicas
Esquema 52
⇆ Estudios sobre Religiones ⇆ Psicología ⇆ Artes, Comunicación social ⇆
⇆ Arquitectura, Diseños, Ingenierías Liturgia Historia ⇆
⇆ Física, Química ⇆ Literatura, Lingüística y
Lenguas ⇆ Antropología
Esquema 53
⇆ Psicología y Psiquiatría ⇆ Historia ⇆ Administración, Contaduría y
Economía ⇆
⇆ Archivística Filosofía ⇆
Derecho canónico
⇆Sociología y C. Política A ntropología ⇆
⇆ Diplomacia y D. Internacional ⇆ Principios del Derecho civil y Derecho romano ⇆
Esquema 54
Más en
particular, y dadas las circunstancias actuales que vivimos en Colombia –
potenciadas por el entorno global y por los cambios cada vez más rápidos y
profundos que genera, para citar sólo un factor, la biotecnología –, estas
investigaciones, entre otras, podrían girar – en lo que se refiere o por lo que
toca con el ámbito moral (ética), v. gr. –:
a) a las relaciones amplias entre religiones
y ciencia;
b) a las religiones y la paz mundial:
c) a la justicia y la política;
d) a la economía;
e) al medioambiente, la sociedad y la
ciencia;
f) a la educación y la pedagogía y moral;
etc.
En este
aspecto, muy especialmente se debe subrayar la importancia que tiene – y a las Facultades
eclesiásticas, como hemos visto, les incumbe impulsarlo y promoverlo de manera
del todo especial – animar a la construcción de propuestas interdisciplinares
que quieran aprender de las propias experiencias vivenciadas en comunidades
académicas y no-académicas; propuestas que hayan optado por el diálogo, en las
dimensiones y exigencias exploradas en esta investigación, como camino de esa
construcción; que quieran resaltar las características que las identifican como
Universidades católicas y, eventualmente, como Universidades y Facultades
eclesiásticas; y, como ha sido nuestro intento desde el comienzo de esta
investigación, busquen ser fermento de bien humano en la sociedad, orientándose
en el discernimiento cada vez más penetrante de dicho bien humano y hasta el
punto de contribuir eficazmente en la obtención de un real cambio cultural a
favor de la vida y dignidad humanas.
Más
aún, es necesario que, incluso, sean promovidas y efectuadas unas acciones que
sean capaces, en ejercicio constructivo de síntesis, de unificar los principios
y procedimientos que permitan a los interlocutores discrepar o diferenciarse.
Será
tarea, pues, de las Universidades y Facultades eclesiásticas, especialmente con
ocasión de sus aportes cualificados a las Universidades católicas, y viceversa,
emprender, acompañar, proseguir, secundar y perfeccionar dichas investigaciones
disciplinares e interdisciplinares, de modo que el impacto social que se
obtenga de ellas sea expresión de la humanización alcanzada; más aún, de modo
que la docencia-aprendizaje de las profesiones se nutra y se afine mediante los
avanzados desarrollos logrados por dichos grupos de investigadores. La sociedad
lo espera de ellas.
Pero,
de igual modo, la misma Iglesia. Las Universidades católicas están llamadas a
prestar su servicio cualificado y característico al permitirle a la comunidad
eclesial, y de modo particular al Magisterio y a los teólogos, mantener y
profundizar aquel movimiento e interés que franca y ampliamente manifestó el
Concilio Vaticano II cuando describió concisamente “los muchos beneficios que
ha recibido de la evolución histórica del género humano” (GS 44a). Las Universidades católicas se convierten así en un
“puente” pudiéramos afirmar, hoy por hoy, de tránsito necesario, cuando la Iglesia
quiere permear las culturas con el Evangelio “adaptándolo al nivel del saber
popular y a las exigencias de los sabios en cuanto fuera posible” (Ib.), pero también, viceversa, cuando
quiere ella para sí misma “abrir nuevos caminos para la verdad” (Ib.), cuando desea “conocer a fondo
diversas instituciones y disciplinas, y comprender con claridad la razón íntima
de todas ellas”, sobre todo, “en tiempos como los nuestros, en los que las
cosas cambian tan rápidamente y tanto varían los modos de pensar” (Ib.)[40].
4.
Mirando a las disciplinas en particular en su ejercicio profesional, no podemos
sino reiterar la valoración eminentemente positiva que la Iglesia Católica hace
de ellas, no sólo en la perspectiva del orden de la creación sino también, y,
muy especialmente por sus connotaciones cristológicas, en el de la redención
(revelación, seguimiento de Cristo, glorificación y recapitulación). El
capítulo anterior ya lo hacía notar y proyectar, pero el presente nos ha
permitido precisar algunos de los componentes comportamentales que mejor
expresan una cultura de la profesión en clave auténticamente humana, o, por lo
menos, plantean su exigencia.
Ya
hemos tenido ocasión de tratar más ampliamente sobre el asunto[41]. Refirámonos brevemente, pues,
a algunas de las conclusiones principales.
En lo
que concierne al “acto mismo profesional”, en primer lugar, debemos afirmar que
el científico ha de ser una persona particularmente dedicada al conocimiento de
lo que caracteriza y da identidad a su propia disciplina: a su marco teórico, a
su objeto de estudio, a su método de proceder, a las “leyes” de diverso orden
que la caracterizan (éticas, jurídicas, p. ej.). Y en ello ha de ser riguroso
en orden al descubrimiento razonable y razonado de la verdad.
Esto no
se logra de un momento a otro, ciertamente, sino mediante una capacitación muy
exigente, sistemática, a veces prolongada, de modo tal que la persona llegue a
lograr ser realmente “perito” en su campo[iii].
Las Universidades católicas deben proveer estos estudios de excelente calidad.
Pero,
de igual manera, corresponde al profesional tener en cuenta que, como persona
humana que es, ha de adquirir una sólida formación humana general, así como
aprender a actuar bajo su propia responsabilidad, a ser honrado en todos los asuntos,
a ser una persona honesta, esforzarse por lograr un profundo amor a la verdad y
al bien.
En lo
que concierne a los profesionales cristianos, las exigencias son muy precisas,
por cuanto no sólo han de procurar alcanzar en todos los asuntos que se le
someten a su consideración y en todas las situaciones que experimentan, una
inteligencia evangélica y una coherencia entre su fe y su vida. Además, han de
ser personas de exquisito espíritu cristiano y de caridad fraterna.
La
experiencia de la vida y de su ejercicio profesional les permitirá a todos,
pues, no sólo descubrir cuál es su papel en la edificación de la sociedad, sino
ser eficaces partícipes en esta construcción.
Ha de
observarse, sin embargo, que nada de esto se logra sólo si se considera que es
el resultado de unos procesos en los que mínimamente está involucrada cada
persona, a pesar de sus limitaciones. La Universidad es, como hemos visto, por
identidad y misión, un lugar en el que los estudiantes y sus maestros se
encuentran con el propósito de buscar y hallar la verdad. Pero, por eso mismo,
será el trabajo mutuamente exigente de unos y otros, sin falsas delegaciones ni
renuncias, el que les permita realizar ese objetivo, en el contexto de una
personalidad plena y armónicamente desarrollada, de un bien común logrado, y
del reinado de Dios en completa marcha hacia su justicia total.
5. La
búsqueda, encuentro, adhesión y mantenimiento en la verdad, con todo, como
hemos advertido, son dinámicos y multiformes, y no poseen límites. Jesucristo
nos enseñó a hacer la “lectura” permanente de los signos del Reino. Para las
Universidades católicas, en consecuencia, se trata de mantener una praxis de
investigación, conocimiento, adhesión y preservación de la verdad acerca de
Dios, de la Iglesia y del hombre. Esto nos ha conducido, en particular, a que
destaquemos, de manera concreta, y en lo que se refiere precisamente a las
Universidades católicas y a las Universidades y Facultades eclesiásticas,
algunos principales “valores morales”, susceptibles de ser convertidos en
valores jurídicos, mediante el proceso de creación de la ley canónica. Entre
tales valores hemos descubierto y destacado para el momento actual:
La
verdad religiosa de la que es portadora la Universidad católica en relación con
las disciplinas que en ella se cultivan le exige y le permite a ella:
- Mantener y ser campo propicio para el diálogo respetuoso entre las variadas y autónomas disciplinas.
- Dilatar cada una de las ciencias: que las disciplinas cada día se cualifiquen, desarrollen y avancen más por la investigación, incluso en las maneras que adquiera su docencia.
- Contribuir eficazmente en la construcción, fortalecimiento y desarrollo del tejido comunitario y científico bajo parámetros de altísima calidad.
- Establecer instrumentos estatutarios y reglamentarios operativos y eficaces que obtengan y desplieguen una sinergia o mutua cooperación disciplinar mediante los cuales se facilite y anticipe aquel esperado progreso de las ciencias, que acompañe el paso de cada persona desde condiciones menos humanas a condiciones más humanas, inclusive en lo que se refiere a la implementación y al empleo de las nuevas tecnologías, y le permitan llegar al abrazo con la verdad que se refiere Dios y a su Iglesia.
Al
interior de las Universidades católicas, en relación con la investigación y con
la enseñanza de las disciplinas, le corresponde a la teología – lo cual se urge
y se facilita más cuando ellas poseen una Facultad eclesiástica –:
- Atender al desarrollo antropológico-biológico-fisiológico-psicológico-epistemológico de las capacidades antropológico-sociológico-culturales: moral, jurídica y religiosa del ser humano en relación con la verdad, inclusive acerca de Dios y de su Iglesia.
- Aportar a la toma de conciencia de la importancia y necesidad de que existan unas probadas asignaturas “teológicas”, cuyo objetivo sea, precisamente, investigar y transmitir el potencial que posee una teología elaborada en las condiciones antes mencionadas de diálogo con las variadas y autónomas disciplinas que se cultivan en las diversas facultades.
- Propiciar los espacios académicos de encuentro y de reflexión a favor de los investigadores y docentes de las áreas que tienen que ver tanto con la formación integral de las personas que conforman las comunidades universitarias, como con el progreso y la interfecundación de las disciplinas entre sí, y de éstas con la sabiduría de la fe cristiana.
Ha
quedado expuesta, entonces, la necesidad de desarrollar procesos más integrales
y profundos en nuestras Universidades así como en nuestros estudiantes,
teniéndolos a ellos mismos como gestores de su propia educación, a lo largo de
todas sus carreras, respaldados por asignaturas proporcionadas a la amplitud,
gravedad y complejidad de los problemas descritos. Procesos que, hasta donde
más sea posible, les ayuden a evaluar permanentemente la “situación” de su
experiencia de fe, o en los “prolegómenos de la fe”, de modo que su paso por la
Universidad católica les sirva efectivamente para progresar en ella, para
madurar en ella en sincronía y, más aún, en diálogo, con otras experiencias
normales de su crecimiento, y, de manera muy particular, con los conocimientos
que van adquiriendo de las ciencias, disciplinas y artes que cultivan y de sus futuras
profesiones. Sin duda, llegan a nuestras Universidades personas en muy
distintos momentos de sus procesos personales (desde una aversión a la misma
originada en diversos y a veces delicados factores, hasta personas con un
altísimo compromiso personal, misionero y social, inclusive, cuyas energías,
aún en formación, no deberían minusvalorarse) y las Universidades católicas,
como expresión de su “cura personalis”, habrían de ofrecer diferenciada y
personalizadamente este acompañamiento específicamente “académico”, junto con
el más amplio “pastoral”.[42]
Una o
dos asignaturas de baja importancia crediticia – ¿tratando qué
temas/problemas?, ¿con qué calidad
pedagógica y didáctica? –, ¡y aisladas del conjunto del currículo! (¡y del resto de la acción evangelizadora diocesana!),
prácticamente de nada sirven. Ahí está el punto: llegar a hacer sensibles y
expresivos de estos valores y de este diálogo fe-ciencia, fe-cultura, fe-vida,
los currículos que se orientan a la formación humana-profesional de nuestros
estudiantes, de modo que las asignaturas no aparezcan como ficciones, como
entidades postizas y desarticuladas del conjunto de la autoformación.
Inclusive:
así fueran asignaturas más numerosas, pero dejadas sólo a la solicitud – e
ingenio y dotes histriónicas – de un pequeño grupo de profesores (“cada uno con
su locura”, dirán), pero en contravía de las tendencias dispares, contrarias,
con frecuencia, al Proyecto educativo católico que debería guiar a estas
Universidades, y, aún contradictorias de una mayoría “neutral” y “silenciosa”,
pueden, a la larga simplemente informar, o, lo que es peor, “vacunar”,
más que evangelizar y servir de canal de la gracia. (Aunque, se dirá, “de lo
malo, lo menos peor”, o, como decimos popularmente, “del ahogado, el
sombrero”…). No es a lo trivial, ciertamente, a lo que se debe aspirar en una
Universidad católica. Vistas las cosas desde otra perspectiva, resuenan,
actuales, las palabras del M. R. P. Pedro ARRUPE SJ, quien por varios años y en
época aún reciente y crítica del mundo y de la Iglesia sentenció: “¿De qué nos
valdría realizar obras aparentemente excelentes, pero impregnadas de un
espíritu mediocre?”
Teniendo
de presentes estas graves exigencias, en el próximo capítulo nos adentraremos a
observar algunos momentos del proceso mediante el cual los valores morales
mencionados – al menos, algunos de ellos –, fueron detectados, sustentados,
expuestos y desarrollados por parte de los estudiosos en la materia y por los
documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia hasta el día de hoy.
Observaremos especialmente el tema en varios textos del Conc. Vat. II, que
viene a ser como la síntesis de todos ellos (cf. especialmente el cap. 3° de
esta investigación), y el paso decisivo mediante el cual dichos valores morales
llegaron a convertirse en “valores jurídicos” y a ser traducidos en las normas
canónicas que, precisamente, estamos comentando.
Notas de pie de página
[1] El fenómeno es cada día más amplio y profundo. Son dignos de
considerar, p. ej., los esfuerzos de la comunidad mundial mediante diversas
Conferencias dedicadas a las problemáticas relativas a la educación y a su
importancia social actual y para el futuro de la humanidad, para la paz, para
el desarrollo sostenible (“sustainable development”), para la dignidad de los pueblos: Jomptien, en 1991, Dakar, en
2000, etc. Más de mil millones de estudiantes de escuelas y liceos, sean ellos
estatales o no, en todo el mundo, parecieran estar viviendo un ambiente
caracterizado por la globalización, no sólo económica sino educativa, cultural
y política, pero, así mismo, un ambiente con grandes espacios de fatiga,
desilusión y desmotivación, a la par que con unas mentalidades más cercanas al
subjetivismo, al relativismo moral y al nihilismo. Lo cual condujo a la
Congregación para la Educación Católica a presentar un documento de notable
importancia para las más de 200.000 escuelas católicas y más de 42 millones de
estudiantes de todo el mundo que existían en su momento, para contribuir a
responder a estas situaciones y desafíos de la actualidad: "Educare
insieme nella scuola cattolica. Missione condivisa di persone consacrate e
fedeli laici" (“Educar juntos en la escuela católica. Misión
compartida de personas consagradas y fieles laicos”), del 20 de noviembre de
2007, en (resumen en italiano): http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21139.php?index=21139&po_date=20.11.2007&lang=sp y en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20071120_conf-educare-insieme_it.html Actualizando esta información encontramos
(2013): 70.544 asilos, con 6.478.627 alumnos; 92.847
escuelas primarias, con 31.151.170 alumnos; 43.591 escuelas secundarias con
17.793.559 alumnos: http://attualita.vatican.va/sala-stampa/bollettino/2013/06/08/news/31141.html
La pregunta por la educación
de las personas lleva consigo preguntarse, sobre todo en medio de tantos
cataclismos producto tanto de las fuerzas naturales desbordadas, como de los
medios técnicos inventados por el ingenio humano, por la prioridad, real y efectiva,
que debe darse a las personas mismas. Véase, a este propósito, el discurso del Papa BENEDICTO XVI a los nuevos Embajadores de
Moldavia, Guinea Ecuatorial, Belice, República Árabe Siria, Ghana y Nueva
Zelanda ante la Santa Sede, el 9 de junio, de 2011: “El primer semestre de este
año ha sido marcado por innumerables tragedias que han tocado la naturaleza, la
técnica y los pueblos. La amplitud de tales catástrofes nos interroga. Es el
hombre quien está primero, está bien que lo recordemos. El hombre, a quien Dios
ha confiado la buena gestión de la naturaleza, no puede ser dominado por la
técnica y convertirse en su objeto. Una tal toma de conciencia debe llevar a
los Estados a reflexionar juntos sobre el futuro a corto término del planeta,
afrontando sus responsabilidades con vistas a nuestra vida y a las tecnologías.
La ecología humana es una necesidad imperiosa. Adoptar en todo una manera de
vivir respetuosa del medio ambiente y sostener la investigación y la
explotación de energías limpias que salvaguarden el patrimonio de la creación y
sean sin peligro para el hombre, deben ser prioridades políticas y económicas.
En este sentido, se hace necesario revisar totalmente nuestra aproximación a la
naturaleza. Ella no es únicamente un espacio de explotación o de lúdica. Ella
es el lugar nativo del hombre, su “casa” en cierta manera. Ella es esencial
para nosotros. El cambio de mentalidad en este campo, considerar las
contradicciones que ello encierra, debe permitirnos llegar rápidamente a un
arte de vivir juntos que respete la alianza entre el hombre y la naturaleza,
sin la cual la familia humana se arriesga a desaparecer. Una seria reflexión
debe, pues, ser llevada a cabo y soluciones precisas y viables deben ser
propuestas. El conjunto de los Gobiernos debe comprometerse a proteger la
naturaleza y a ayudarla a ejecutar su papel esencial para la sobrevivencia de
la humanidad”. En: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27621.php?index=27621&lang=sp (Traducción mía).
Ha
vuelto el Papa FRANCISCO sobre el criterio “ecológico” – que en la educación
católica adquiere tanta trascendencia – en sus dos vertientes, la referida al
medio ambiente natural y la referida al medio ambiente humano, tan
“estrechamente ligados”, en su catequesis del 5 de junio de 2013: “Benedicto
XVI recordó varias veces que esta tarea que nos ha encomendado Dios Creador
requiere percibir el ritmo y la lógica de la creación. Nosotros en cambio nos
guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de
explotar; no la «custodiamos», no la respetamos, no la consideramos como un don
gratuito que hay que cuidar. Estamos perdiendo la actitud del estupor, de la
contemplación, de la escucha de la creación; y así ya no logramos leer en ella
lo que Benedicto XVI llama «el ritmo de la historia de amor de Dios con el
hombre»… Los Papas han hablado (también) de ecología humana,
estrechamente ligada a la ecología medioambiental. Nosotros estamos
viviendo un momento de crisis; lo vemos en el medio ambiente, pero sobre todo
lo vemos en el hombre. La persona humana está en peligro: esto es cierto, la
persona humana hoy está en peligro; ¡he aquí la urgencia de la ecología humana!
Y el peligro es grave porque la causa del problema no es superficial, sino
profunda: no es sólo una cuestión de economía, sino de ética y de antropología.
La Iglesia lo ha subrayado varias veces; y muchos dicen: sí, es justo, es
verdad... Pero el sistema sigue como antes, pues lo que domina son las
dinámicas de una economía y de unas finanzas carentes de ética. Lo que manda
hoy no es el hombre: es el dinero, el dinero; la moneda manda… En cambio
hombres y mujeres son sacrificados a los ídolos del beneficio y del consumo: es
la «cultura del descarte». Si se estropea un computer es una tragedia,
pero la pobreza, las necesidades, los dramas de tantas personas acaban por
entrar en la normalidad… Con todo, estas cosas entran en la normalidad: que
algunas personas sin techo mueren de frío en la calle no es noticia. Al
contrario, una bajada de diez puntos en las bolsas de algunas ciudades
constituye una tragedia. Alguien que muere no es una noticia, ¡pero si bajan
diez puntos las bolsas es una tragedia! Así las personas son descartadas, como
si fueran residuos. Esta «cultura del descarte» tiende a convertirse en
mentalidad común, que contagia a todos. La vida humana, la persona, ya no es
percibida como valor primario que hay que respetar y tutelar, especialmente si
es pobre o discapacitada, si no sirve todavía —como el nascituro— o si ya no
sirve —como el anciano—. Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles
también al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable
cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y
familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban
mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha inducido a
acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a
veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros
parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es
como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre! Invito a todos a
reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a
fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática,
sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados”. En: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130605_udienza-generale_sp.html
Y, de nuevo, con un reclamo
particular a la comunidad católica, ante la “crisis que experimenta hoy la
familia” y ante “el riesgo que experimentan nuestros ambientes sociales”, lo advirtió
el Papa Francisco, cuando se dirigió al “Coloquio sobre la complementariedad
del Hombre y de la Mujer”, el 17 de noviembre de 2014. Observó que en el
contexto de la interrelación “ecología medioambiental-ecología humana” el
matrimonio expresa su carácter antropológico, cultural y por lo mismo dinámico;
por lo mismo, un defecto o ausencia de esta condición matrimonial en la vida
social sólo redunda en pésimos efectos sobre “las mujeres, los niños y los
ancianos”, “los más vulnerables”. Por el contrario, el reconocimiento real de
tal condición impactará no sólo a la propia pareja, sino a la sociedad en
general (Francisco 2014) .
[1 bis] Como se ha visto, al tema se han dedicado
diversos momentos en esta investigación, urgiendo la necesidad de su
actualización y el mismo merecería un estudio propio y permanente. Sirva a manera de
ejemplo, si bien tomado del área de la educación médica, el caso expuesto por
el Dr. Álvaro RUIZ MORALES et alii: “The effect of an educational intervention,
based on clinical simulation, on the diagnosis of rheumatoid arthritis and
osteoarthritis” en: Musculoskeletal Care 15/4 December 2017 (Version of record online: 13
December 2017) DOI 10.1002/msc.1228, en: https://www.researchgate.net/publication/321779375_The_effect_of_an_educational_intervention_based_on_clinical_simulation_on_the_diagnosis_of_rheumatoid_arthritis_and_osteoarthritis y en: http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/msc.1228/full
[1 bis]
[2] Cf., al respecto, el ya mencionado “Reglamento del Profesorado”, de la Pontificia Universidad
Javeriana, del 11 de octubre de 2000, y modificado en posteriores sesiones por
el Consejo Directivo Universitario – p. ej., la del 23 de octubre de 2004 -,
en: http://www.javeriana.edu.co/puj/documentos/estatutos.htm Cf. o. c., p. 233,
nt. 563.
[3] S. P. FRANCISCO: Discorso a la Universidad Roma Tre, 17 de febrero de 2017, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2017/february/documents/papa-francesco_20170217_universita-romatre.html
Durante el encuentro que sostuvo el Papa FRANCISCO con la comunidad académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile – a la sazón en sus 130 años de fundación – el 17 de enero de 2018, la segunda parte de su discurso la dedicó, justamente, a ampliar este capítulo. Lo consideró “integral” e “integrador” de la “forma mentis” de la universitas de maestros y discípulos, pertinente a la situación nacional – y admirable, en el caso: “He sabido con alegría del esfuerzo evangelizador y de la vitalidad alegre de su Pastoral Universitaria, signo de una Iglesia joven, viva y «en salida»”, les decía – dentro de la típica manera universitaria de “generación de procesos educativos también transformadores, inclusivos y de convivencia” y de procesos de desarrollo de “la capacidad de avanzar en comunidad”, internos a las propias universidades pero también ad extra de las mismas. Véase el texto completo en (consulta de la fecha):
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180117_cile-santiago-pontuniversita.html
Durante el encuentro que sostuvo el Papa FRANCISCO con la comunidad académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile – a la sazón en sus 130 años de fundación – el 17 de enero de 2018, la segunda parte de su discurso la dedicó, justamente, a ampliar este capítulo. Lo consideró “integral” e “integrador” de la “forma mentis” de la universitas de maestros y discípulos, pertinente a la situación nacional – y admirable, en el caso: “He sabido con alegría del esfuerzo evangelizador y de la vitalidad alegre de su Pastoral Universitaria, signo de una Iglesia joven, viva y «en salida»”, les decía – dentro de la típica manera universitaria de “generación de procesos educativos también transformadores, inclusivos y de convivencia” y de procesos de desarrollo de “la capacidad de avanzar en comunidad”, internos a las propias universidades pero también ad extra de las mismas. Véase el texto completo en (consulta de la fecha):
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180117_cile-santiago-pontuniversita.html
[4] Cf. BENEDICTO XVI: Discours à l’Elysée, París, 12 septiembre de 2008, en : http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20080912_parigi-elysee_sp.html
[5] Catequesis
del 19 de agosto de 2009, memoria de San Juan Eudes, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2009/documents/hf_ben-xvi_aud_20090819_sp.html
[6] Me inspiro, por supuesto, en personas expertas en el asunto, y
muy especialmente, en los “propósitos de la planeación universitaria” que
quieren animar el próximo decenio (2007-2016) en la Pontificia Universidad
Javeriana (24 de abril de 2007). Cf. todo el material en: http://www.javeriana.edu.co/puj/rectoria/Planeacion_2007_2016/
Para conocer las relaciones
que tiene la evangelización con las Universidades católicas me baso
especialmente en el documento de la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE: “Nota
dottrinale su alcuni aspetti dell'evangelizzazione”, del 3 de diciembre de
2007, memoria de San Francisco Javier, patrono de las misiones y de nuestra
Pontificia Universidad (consulta noviembre 2007) en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20071203_nota-evangelizzazione_it.html
[7] “Necesitamos crear
espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, «lugares donde
regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las
propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde
discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y
experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias
elecciones individuales y sociales» [Azione Cattolica Italiana, Messaggio della
XIV Assemblea Nazionale alla Chiesa ed al Paese (8 mayo 2011)]”, citado por S.
S. FRANCISCO: exh. apost. Evangelii
gaudium, n. 77. Véanse también los nn. 78-109, en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium_sp.pdf
[8] Seguimos en estos asuntos especialmente a Urbano SÁNCHEZ GARCÍA:
La opción del cristiano. Síntesis actualizada de Moral especial 2ª. III.
Humanizar el mundo por la corresponsabilidad en Cristo, la verdad, la vida, la
justicia, la libertad y la paz fraterna, o.
c., p. 1050, nt. 2816, 115s y 118-120.
[9] Un ejemplo de ello lo encontramos en las propuestas que se hacen
a fin de que la investigación en temas expresamente educativos se desarrolle
dentro de parámetros cada vez más calificados, cf. A. VÉLEZ – G. CALVO: Análisis de la investigación en la formación
de investigadores Universidad de la Sabana Bogotá 1992, y, de la misma
Gloria CALVO: documento “Taller sobre Estados del Arte. La investigación
documental: estado del arte y del conocimiento”, Universidad Pedagógica
Nacional, material fotocopiado, Bogotá 2000-2001.
[10] Discurso del 19 de noviembre de 2009
a los Docentes y Estudiantes de los Ateneos Romanos y a los Participantes de la
Asamblea General de la FIUC, en: http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2009/november/documents/hf_ben-xvi_spe_20091119_atenei-romani.html.
[11] La Santa Sede ha llamado la atención, una vez más, sobre este punto delicado y controvertido por partes interesadas. A propósito, p. ej., de “The U.N. Intergovernmental Negotiations on the Post-2015 Development Agenda” (Nueva York, 24 de marzo de 2015), declaraba el Arzobispo Bernardito AUZA, Observador Permanente ante las UN: “Destacamos, además, que el desarrollo de indicadores basados en la evidencia debe continuar realizándose de una manera abierta y transparente y guiada por los Estados miembros. Estos indicadores no deben alterar el equilibrio político de la SDG, ni debe servir para imponer ideas o ideologías que no encuentran un consenso en virtud del resultado de las OWGs. En este sentido, mi delegación quisiera señalar que ciertas metas y objetivos se entienden de manera diferente en diferentes contextos culturales y religiosos y se traducirán de forma diferente en sus políticas y legislación nacionales. Creemos que los indicadores deben tener en cuenta estas diferencias y se redactarán de forma que permitan a los países evaluar sus resultados de forma que reflejen y respeten sus valores nacionales, así como que ello sea coherente con sus políticas y legislación nacionales”: We further emphasize that the development of evidence-based indicators should continue to be carried out in an open and transparent manner and guided by Member States. These indicators should not upset the political balance of the SDGs, nor should it serve to impose ideas or ideologies that do not find consensus under the outcome of the OWGs. In this regard, my delegation would like to point out that certain goals and targets are understood differently in different cultural and religious contexts and will translate differently into their national policies and legislation. We believe the indicators must take these differences into consideration and be drafted in a way that allows countries to assess their results in a way that both reflect and respect their national values, as well as is consistent with their national policies and legislation”: en (consulta de la fecha): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/03/31/0230/00510.html
[12] Cf. Francisco DE ROUX,
S. J.: “El compromiso social del teólogo javeriano”, en Orientaciones Universitarias 39 agosto de 2007 67-90, en: http://www.javeriana.edu.co/archivo/05_memoria/docs/rectorales/orientaciones/39.pdf
[13] Ya hemos señalado en la cristología narrativa la importancia,
ejemplar, que otorgaba Jesús a la oración. Sobre el carácter individual y
comunitario de la misma, cf. Joseph RATZINGER: Jesús de Nazaret, o. c.
p. 26, nt. 54,162ss.
Sobre la importancia de
tiempos dedicados al silencio y a la oración, puede verse el discurso
del Papa BENEDICTO XVI a los miembros de la Federación Italiana de Ejercicios
Espirituales, 9 de febrero de 2008: “Al lado de otras aún laudables formas de
retiro espiritual está bien que no decaiga la participación en los Ejercicios
Espirituales, caracterizados por aquel clima de silencio completo y profundo
que favorece el encuentro personal y comunitario con Dios y la contemplación
del rostro de Cristo. [...] En una época en la que cada día es más fuerte la
influencia de la secularización, y, de otra parte, se advierte una difusa
necesidad de encontrar a Dios, no decaiga la posibilidad de ofrecer espacios de
escucha intensa de su Palabra en el silencio y en la oración”: en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21658.php?index=21658&po_date=09.02.2008&lang=sp (Traducción mía.)
[14] Cf. Vita Macrinae 24: SC 178,224. Véase el comentario a
este texto por parte del Papa BENEDICTO XVI con ocasión de su Audiencia del 6
de septiembre de 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20719.php?index=20719&po_date=05.09.2007&lang=sp
[15] JUAN PABLO II: Exh. ap. Pos-sinodal Ecclesia in America
a los Obispos
a los presbíteros y diáconos, a los consagrados y consagradas, y a todos los fieles laicos sobre el encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América, Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, n. 71a, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_22011999_ecclesia-in-america_sp.html
a los presbíteros y diáconos, a los consagrados y consagradas, y a todos los fieles laicos sobre el encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América, Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, n. 71a, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_22011999_ecclesia-in-america_sp.html
[16] Ibíd.
[17] En una breve referencia a Marco Aurelio CASIODORO (485-580), un
autor cristiano de los siglos V-VI sobre el que nos hemos referido
anteriormente, el Papa BENEDICTO XVI decía que si bien aquél no había sido,
probablemente, un personaje intelectualmente muy “creativo”, sí se destacó, por
su capacidad de “atención” a las “intuiciones que reconocía válidas en los
otros”. Y ello es, sin duda alguna, no sólo legítimo y útil, sino también
necesario en una comunidad académica, y, particularmente, en una dedicada a la
investigación y a la docencia. En esa audiencia
general del miércoles 12 de marzo de 2008 afirmó: “Personalmente Casiodoro se
dedicó a los estudios filosóficos, teológicos y exegéticos sin particular
creatividad, pero atento a las intuiciones que reconocía válidas en los otros”:
“Personalmente, Cassiodoro si dedicò a studi filosofici, teologici ed esegetici
senza particolare creatività, ma attento alle intuizioni che riconosceva valide
negli altri”: en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21820.php?index=21820&lang=sp
[18] Es importante que el plan curricular, los cursos y/o asignaturas
vayan introduciendo “gradualmente” en el conocimiento al que se orientan, y,
por lo mismo, es necesario que éste posea una organización interna (resultados
o contenidos, procesos y condiciones) tal que permita su adquisición. Es la
gradualidad, junto con la memoria, la motivación y la atención, entre otras,
una de las exigencias que se hacen, p. ej., al momento de pretender introducir
en el estudio y el aprendizaje de una lengua. Cf. Emilce MORENO MOSQUERA:
“Reflexiones en torno a la aplicación del modelo «cambio conceptual» a la
enseñanza del latín”, en Forma y función
19 2006 125-135.
[19] BENEDICTO XVI: Audiencia
a los participantes en el Congreso Internacional promovido por la Pontificia
Universidad Lateranense, en el 40° Aniversario de la Encíclica Humanae vitae, 10 de mayo de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22108.php?index=22108&po_date=10.05.2008&lang=sp
[20] Refiriéndose a esta relación íntima que
existe entre la palabra de Dios y su “siembra” por parte del “evangelizador”
(sea éste, misionero, catequista e, incluso, teólogo) afirmaba el Papa JUAN
PABLO II: “La siembra de la Palabra. Jesús, la Palabra de Dios que por obra del
Espíritu Santo se encarnó para nuestra salvación, gracias al poder del mismo
Espíritu, sigue hablando en la Iglesia y por medio de ella el lenguaje de la
reconciliación y de la paz. Como enseña la experiencia de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-13) y proclama Pedro en su
discurso (cf. ib. 2, 14-41), el
catequista no deberá olvidar nunca que en la inculturación de la fe obra el
misterio de la encarnación de la Palabra, el misterio de la muerte y la
resurrección de Cristo. Esta certeza es anterior y constituye el fundamento de
todo proceso humano y legítimo de interpretación, explicación y adaptación. ¿De
qué valdría, en efecto, el uso más sabio y pedagógico de los medios de
comunicación, que la ciencia y la técnica nos ofrecen hoy, si no transmitiéramos
el evangelio de la muerte y la resurrección de Cristo? Sólo quien lleva en sí, en su interior, la verdad de Cristo hasta el
extremo de ser "prisionero" de ella como el Apóstol (cf. Ga 1, l0), puede hacer "cultura en
Cristo", o, como decía Pablo, "reducir a cautiverio todo
entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Co 10, 5)”: JUAN PABLO II: Discurso
a los Miembros del Consejo internacional para la Catequesis, de la Congregación
para el Clero, con ocasión de su VIII sesión ordinaria, el 26 de septiembre de
1992, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cclergy/documents/rc_con_cclergy_doc_26091992_incult_sp.html La cursiva es mía.
El
Papa Benedicto XVI, por su parte, consagró su “homilía” (sobre He 5,29)
en la misa del 15 de abril de 2010 con los miembros de la Pontificia Comisión
Bíblica: “«Es necesario obedecer a Dios más que a los hombres». San Pedro está delante de la suprema
institución religiosa, a la cual normalmente se debería obedecer, pero Dios
está por encima de esta institución y Dios le ha dado otro “ordenamiento”: debe
obedecer a Dios. La obediencia a Dios es la libertad, la obediencia a Dios le
da la libertad para oponerse a la institución. Y aquí los exégetas llaman
nuestra atención sobre el hecho que la respuesta de san Pedro al Sanedrín es
casi idéntica palabra por palabra a la respuesta de Sócrates en el juicio ante
el tribunal de Atenas. El tribunal le ofrece la libertad, la liberación, a
condición, sin embargo, de que no continúe buscando a Dios. Pero buscar a Dios,
la investigación de Dios es para él un mandato superior, viene de Dios mismo.
Por tanto, debe obedecer, no a estos jueces – no debe ganar su vida a cambio de
perderse a sí mismo – sino que debe obedecer a Dios. La obediencia a Dios tiene
la primacía. Aquí es importante subrayar que se trata de obediencia y que es
precisamente la obediencia la que da libertad”. En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/25415.php?index=25415&po_date=15.04.2010&lang=sp
[21] Cf., a este propósito,
la intervención de Celestino MIGLIORE, Observador de la Santa Sede ante la ONU,
el 14 de febrero de 2008, en la 46ma
Sesión de la Comisión para el Desarrollo Social del Consejo Económico Social
(ECOSOC), en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21669.php?index=21669&po_date=14.02.2008&lang=sp
[22] Carlos Julio CUARTAS CHACÓN: “Desafíos del ‘Cuidado personal’
(‘Cura personalis’) a la Universidad de Hoy”, en: Hoy en la Javeriana febrero 2007 13, en: http://www.javeriana.edu.co/boletin/revista_mensual/febrero_07.pdf Cf. también, GARCÍA-HUIDOBRO, Joaquín: “Enseñar en cristiano. Una
tarea para las universidades que se inspiran en la fe católica”, en: Manuel
NÚÑEZ (coord.): Las Universidades
católicas. Estudios jurídicos y filosóficos sobre la educación superior católica
Universidad Católica del Norte Ediciones Universitarias Monografías jurídicas
Escuela de Derecho Antofagasta 2007 32.
[23] JUAN PABLO II: Exh. ap. Pos-sinodal Ecclesia in America
a los Obispos
a los presbíteros y diáconos, a los consagrados y consagradas, y a todos los fieles laicos sobre el encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América, Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, n. 71a, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_22011999_ecclesia-in-america_sp.html
a los presbíteros y diáconos, a los consagrados y consagradas, y a todos los fieles laicos sobre el encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América, Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, n. 71a, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_22011999_ecclesia-in-america_sp.html
[24] Ib., 71d.
[24 bis] Actualizando y ampliando este punto, es oportuno señalar el énfasis que ha querido dar el Papa FRANCISCO al diálogo no sólo entre las culturas sino particularmente entre la fe y las culturas, tema sobre el que vuelve una y otra vez, cuando puede. Ello marca, sin duda, una dirección a las Universidades Católicas, por supuesto, pero apela a un marco aún mayor, incluso más allá de la pertenencia a la Iglesia. Un valor netamente “cristiano”, por lo tanto. Dos ejemplos: lo hizo, una vez más, durante el mes de enero de 2018, a raíz de su viaje a Chile y al Perú, pero también con ocasión de la visita de miembros de la comunidad Yazidi de Alemania. En su “Encuentro con los pueblos de la Amazonía”, celebrado el 19 de enero en Puerto Maldonado, Perú, afirmaba: “Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias. Un diálogo intercultural en el cual ustedes sean los «principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios»[Carta enc. Laudato si’, 146.]. El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación” (en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180119_peru-puertomaldonado-popoliamazzonia.html).
En una sala del Aula Pablo VI, cinco días después, el 24 de enero. el Papa reiteró: “¡Es inaceptable que seres humanos sean perseguidos y asesinados en razón de su pertenencia religiosa! Toda persona tiene derecho de profesar libremente y sin constricciones su propio credo religioso. Vuestra historia, rica de espiritualidad y de cultura, ha sido, lamentablemente, marcada por indecibles violaciones de los derechos fundamentales de la persona humana: secuestros, esclavitud, torturas, conversiones forzadas, asesinatos. Vuestros santuarios y lugares de culto han sido destruidos. Los más afortunados de entre vosotros han podido huir, pero dejando todo cuanto tenían, incluso las cosas más queridas y más sagradas. En tantas partes del mundo existen aun minorías religiosas y étnicas, entre las cuales los cristianos, perseguidos por razón de la fe. La Santa Sede no se cansa de intervenir para denunciar estas situaciones, pidiendo reconocimiento, protección y respeto. Al mismo tiempo, exhorta al diálogo y a la reconciliación para resanar toda herida. Frente a la tragedia que se está perpetrando con perjuicio a vuestra comunidad, se comprende, como dice el Evangelio, que del corazón del hombre pueden desencadenarse las fuerzas más oscuras, capaces de alcanzar a planificar la aniquilación del hermano, a considerarlo su enemigo, su adversario, o, aún más, un individuo privado de la misma dignidad humana. Una vez más alzo mi voz en favor de los derechos de los Yezidi, ante todo del derecho a existir como comunidad religiosa: ninguno puede atribuirse el poder de eliminar un grupo religioso porque no hace parte de aquellos llamados ‘tolerados’”: “È inaccettabile che esseri umani vengano perseguitati e uccisi a motivo della loro appartenenza religiosa! Ogni persona ha diritto di professare liberamente e senza costrizioni il proprio credo religioso. La vostra storia, ricca di spiritualità e cultura, è stata purtroppo segnata da indicibili violazioni dei diritti fondamentali della persona umana: rapimenti, schiavitù, torture, conversioni forzate, uccisioni. I vostri santuari e luoghi di culto sono stati distrutti. I più fortunati tra voi sono potuti fuggire, ma lasciando tutto quanto avevano, anche le cose più care e più sacre. In tante parti del mondo ci sono ancora minoranze religiose ed etniche, tra cui i cristiani, perseguitate a causa della fede. La Santa Sede non si stanca di intervenire per denunciare queste situazioni, chiedendo riconoscimento, protezione e rispetto. Al tempo stesso, esorta al dialogo e alla riconciliazione per risanare ogni ferita. Di fronte alla tragedia che si sta perpetrando a danno della vostra comunità, si comprende, come dice il Vangelo, che dal cuore dell’uomo possono scatenarsi le forze più oscure, capaci di giungere a pianificare l’annientamento del fratello, a considerarlo un nemico, un avversario, o addirittura un individuo privo della stessa dignità umana. Ancora una volta alzo la mia voce in favore dei diritti degli Yezidi, anzitutto il diritto ad esistere come comunità religiosa: nessuno può attribuirsi il potere di cancellare un gruppo religioso perché non fa parte di quelli detti “tollerati”” (en: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180124_comunita-yezidi.html). Traducción mía.
[24 bis] Actualizando y ampliando este punto, es oportuno señalar el énfasis que ha querido dar el Papa FRANCISCO al diálogo no sólo entre las culturas sino particularmente entre la fe y las culturas, tema sobre el que vuelve una y otra vez, cuando puede. Ello marca, sin duda, una dirección a las Universidades Católicas, por supuesto, pero apela a un marco aún mayor, incluso más allá de la pertenencia a la Iglesia. Un valor netamente “cristiano”, por lo tanto. Dos ejemplos: lo hizo, una vez más, durante el mes de enero de 2018, a raíz de su viaje a Chile y al Perú, pero también con ocasión de la visita de miembros de la comunidad Yazidi de Alemania. En su “Encuentro con los pueblos de la Amazonía”, celebrado el 19 de enero en Puerto Maldonado, Perú, afirmaba: “Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias. Un diálogo intercultural en el cual ustedes sean los «principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios»[Carta enc. Laudato si’, 146.]. El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación” (en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180119_peru-puertomaldonado-popoliamazzonia.html).
En una sala del Aula Pablo VI, cinco días después, el 24 de enero. el Papa reiteró: “¡Es inaceptable que seres humanos sean perseguidos y asesinados en razón de su pertenencia religiosa! Toda persona tiene derecho de profesar libremente y sin constricciones su propio credo religioso. Vuestra historia, rica de espiritualidad y de cultura, ha sido, lamentablemente, marcada por indecibles violaciones de los derechos fundamentales de la persona humana: secuestros, esclavitud, torturas, conversiones forzadas, asesinatos. Vuestros santuarios y lugares de culto han sido destruidos. Los más afortunados de entre vosotros han podido huir, pero dejando todo cuanto tenían, incluso las cosas más queridas y más sagradas. En tantas partes del mundo existen aun minorías religiosas y étnicas, entre las cuales los cristianos, perseguidos por razón de la fe. La Santa Sede no se cansa de intervenir para denunciar estas situaciones, pidiendo reconocimiento, protección y respeto. Al mismo tiempo, exhorta al diálogo y a la reconciliación para resanar toda herida. Frente a la tragedia que se está perpetrando con perjuicio a vuestra comunidad, se comprende, como dice el Evangelio, que del corazón del hombre pueden desencadenarse las fuerzas más oscuras, capaces de alcanzar a planificar la aniquilación del hermano, a considerarlo su enemigo, su adversario, o, aún más, un individuo privado de la misma dignidad humana. Una vez más alzo mi voz en favor de los derechos de los Yezidi, ante todo del derecho a existir como comunidad religiosa: ninguno puede atribuirse el poder de eliminar un grupo religioso porque no hace parte de aquellos llamados ‘tolerados’”: “È inaccettabile che esseri umani vengano perseguitati e uccisi a motivo della loro appartenenza religiosa! Ogni persona ha diritto di professare liberamente e senza costrizioni il proprio credo religioso. La vostra storia, ricca di spiritualità e cultura, è stata purtroppo segnata da indicibili violazioni dei diritti fondamentali della persona umana: rapimenti, schiavitù, torture, conversioni forzate, uccisioni. I vostri santuari e luoghi di culto sono stati distrutti. I più fortunati tra voi sono potuti fuggire, ma lasciando tutto quanto avevano, anche le cose più care e più sacre. In tante parti del mondo ci sono ancora minoranze religiose ed etniche, tra cui i cristiani, perseguitate a causa della fede. La Santa Sede non si stanca di intervenire per denunciare queste situazioni, chiedendo riconoscimento, protezione e rispetto. Al tempo stesso, esorta al dialogo e alla riconciliazione per risanare ogni ferita. Di fronte alla tragedia che si sta perpetrando a danno della vostra comunità, si comprende, come dice il Vangelo, che dal cuore dell’uomo possono scatenarsi le forze più oscure, capaci di giungere a pianificare l’annientamento del fratello, a considerarlo un nemico, un avversario, o addirittura un individuo privo della stessa dignità umana. Ancora una volta alzo la mia voce in favore dei diritti degli Yezidi, anzitutto il diritto ad esistere come comunità religiosa: nessuno può attribuirsi il potere di cancellare un gruppo religioso perché non fa parte di quelli detti “tollerati”” (en: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180124_comunita-yezidi.html). Traducción mía.
[25] Como intentó hacerlo san Pablo ante el “areópago de Atenas” (He
17,22b-31) el anuncio del Evangelio por parte de todos los miembros de la
Iglesia debe alcanzar a la cultura y a las culturas – a los “nuevos areópagos –
hasta llegar a “inculturarse” en ellas. Lo ha recordado y actualizado BENEDICTO
XVI en varias ocasiones. V. gr., en primer lugar, en la alocución del Papa
BENEDICTO XVI a la Orquesta Sinfónica y al Coro Sinfónico “Giuseppe Verdi”, de
Milán, el 24 de abril de 2008, en la que, refiriéndose a una composición de
Johannes Brahms ejecutada por ellos, les comentaba de qué manera esa obra
“había enriquecido de religiosa confianza el «Canto del destino» de (Johann Christian Friedrich) Hölderlin” (1770-1843):
“Este hecho introduce en la consideración del valor espiritual del arte
musical, llamada, de manera singular, a infundir esperanza en el esfuerzo
humano, tan caracterizado y a veces herido por la condición terrena. Existe una
misteriosa y profunda familiaridad entre música y esperanza, entre canto y vida
eterna: no es por nada que la tradición cristiana representa a los espíritus
bienaventurados en el acto de cantar en coro, arrebatados y extasiados por la
belleza de Dios. Pero el arte auténtico, como la oración, no es extraño a la
realidad de cada día, por el contrario nos remite a ella para ‘irrigarla’ y
hacerla germinar, a fin de que dé frutos de bien y de paz”: En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22037.php?index=22037&po_date=24.04.2008&lang=sp En segundo término, en su Mensaje al Prefecto de la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos, con ocasión de su Asamblea
Plenaria, el 16 de noviembre de 2009, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24665.php?index=24665&po_date=16.11.2009&lang=sp
Acerca de las libertades de expresión y de
investigación, como componentes de una cultura genuinamente humana, el
Magisterio de la Iglesia se ha pronunciado en diversos documentos. Un estudio
teológico y canónico de las mismas puede verse en la obra de Jesu PUDUMAI DOSS:
Freedom of Enquiry and Expression in the Catholic Church. A
Canonico-Theological Study Kristu Jyoti
Publications Bangalore (India) 2007.
[26] Jean-Yves CALVEZ S. J.: “La verdad como valor humano y social”,
en: PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA: Orientaciones
Universitarias. Globalización, mundialización
y verdad como valores marzo de 2005 en: http://www.javeriana.edu.co/puj/rectoria/publicaciones/Documentos/Calvez-Verdad-2.pdf
[27] BENEDICTO XVI: Discurso
en la sede de la Organización de las Naciones Unidas en New York, el 18 de
abril de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21994.php?index=21994&lang=sp#TRADUZIONE_IN_LINGUA_SPAGNOLA Cf. c. 254 § 2, pp. 314, 359 y 1263.
La investigación razonada
(metodológicamente) de la verdad en el cosmos y en el propio ser humano tiene
que ver con el bien genuino de la humanidad, y a ello contribuye la fe animando
a su búsqueda incansable, abriendo horizontes y esclareciendo diversos
problemas. Investigaciones tales como las concernientes a la vida y a las
enfermedades, v. gr., puestas al servicio de la humanidad, son promovidas
también por razones de fe. Así mismo ocurre con las investigaciones orientadas
a descubrir los secretos de nuestro Planeta y del universo: cumplen el designio
de Dios cuando tales pesquisas son realizadas en orden a custodiar dichos
bienes y a hacerlos habitables, y no con el ánimo de usufructuar insensatamente
sus riquezas, incluso argumentándose sobre el hecho de que el hombre fuera su
centro y vértice.
[27 bis] Como se ve, resume este párrafo muchos de los elementos expuestos a todo lo largo de esta investigación. Alegra coincidir en esto con el pensamiento expresado por el Prof. Dr. Moisés WASSERMAN LERNER (1946-), bioquímico, quien fuera rector de la Universidad Nacional de Colombia, en su artículo "El paraíso son los otros. El debate respetuoso", en El Tiempo, 19 de enero de 2018, 1.13.
[27 bis] Como se ve, resume este párrafo muchos de los elementos expuestos a todo lo largo de esta investigación. Alegra coincidir en esto con el pensamiento expresado por el Prof. Dr. Moisés WASSERMAN LERNER (1946-), bioquímico, quien fuera rector de la Universidad Nacional de Colombia, en su artículo "El paraíso son los otros. El debate respetuoso", en El Tiempo, 19 de enero de 2018, 1.13.
[28] Cf. Alfonso BORRERO C. S.J: “Perspectiva de la Universidad
Católica. Latinoamérica”:
exposición ante la INTERNACIONAL FEDERATION OF CATHOLIC UNIVERSITIES – Center
for Coordination of Research: Symposium: University, Church and Culture. In
search of a New Paradigm: The Catholic University to-day, Saint Paul
University, Ottawa, Ontario, Canada, April 19-23, 1999 17-22.
[29] Ib., 24.
[30] El Papa FRANCISCO, en su homilía de la misa celebrada con ocasión de su visita a Milán, 25 de marzo de 2017, hacía una breve reflexión sobre la “memoria”, tema al cual hemos dado importancia desde las primeras páginas de esta obra. En este punto del proceso hermenéutico en que nos encontramos, es decir, al destacar, desarrollar y aplicar el contenido del verbo “amplecti – amplector”, se manifiesta tanto el carácter personalista e intransferible de ese “hacer memoria” como la dimensión social de la responsabilidad que está involucrada en la decisión de la fe. Se trata de un verdadero “apropiarse” de la fe y de la historia, o, mejor aún, de la fe en la historia – esto es, el proceso decisional individual que se recibe-adquiere-ejercita-expresa en el marco de la comunidad eclesial-en-el-mundo: en una cultura ubicada y determinada – y de la historia en la fe – es decir, la fe que proporciona al creyente, varón o mujer, una cualificada perspectiva o concepción de la historia –. Véase la nt. 1131 sobre este “hacer memoria”. Afirmaba en la citada ocasión el Santo Padre: “La memoria consiente a María apropiarse de su pertenencia al Pueblo de Dios. ¡Nos hace bien recordar que somos miembros del Pueblo de Dios! Milaneses, sí, Ambrosianos, sí, ciertamente, pero parte del gran Pueblo de Dios. Un pueblo formado por mil rostros, historias y procedencias, un pueblo multicultural y multiétnico. Esta es una de nuestras riquezas. Es un pueblo llamado a hospedar las diferencias, a integrarlas con respeto y creatividad y a celebrar la novedad que proviene de los otros; es un pueblo que no tiene miedo a abrazar los confines, las fronteras; y es un pueblo que no teme dar acogida a quien la necesita porque sabe que allí está presente su Señor”: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/homilies/2017/documents/papa-francesco_20170325_omelia-visitapastorale-milano.html (La cursiva en el texto es mía).
[31] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS: Misal
Romano. Reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo II.
Segunda edición típica Coeditores Litúrgicos Barcelona 2001 17ª 404.
Con gran alegría y
complacencia acojo y celebro la oportuna iniciativa del Santo Padre BENEDICTO
XVI al haber querido relacionar “caridad y verdad” en la encíclica que se ha
divulgado el 7 de julio de 2009, mientras este texto espera su publicación: Caritas
in veritate (Ef 4,15), en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate_sp.html
[32] “Expreso algo muy simple: el objeto de la teología es la realidad humana
hoy, no la de la época en que se escribió la Biblia. Sea ella permanente o
coyuntural. La teología es lectura de eso: ¿qué hay en eso de revelación de
Dios? ¿Cómo esa revelación se da hoy? Para conocerlo, se requieren los
criterios de la teología, los de la revelación. Por ello: a) es pertinente en
una facultad que Usted investigue los criterios de su saber, y eso se debe
hacer; y b), se investigue cómo emplear esos criterios allá en la realidad
humana. Debe tener los criterios en el bolsillo, claros, para poder juzgar esa
realidad. ¿Qué objeto o propósito tiene esto? Que podamos descubrir lo que Dios
nos está revelando, diferenciándolo de todo hecho humano que está salpicado de
un poco de interés nuestro: que podamos reconocer para dónde va Dios en lo que
aparece confuso. Esto, luego, ya se puede sistematizar, para que esta sociedad
vaya cambiando. La Biblia es un criterio, y normativo. Pero sólo un criterio
para juzgar lo de ahora: cómo desde esta luz divina se ayuda a la sociedad…”: Participación en el Encuentro de los Profesores del Departamento
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana. Las actas han sido
publicadas por Carlos E. ROMÁN H.: “Qué investigar en Teología. Memorias del
Encuentro Interno sobre Investigación. Bogotá, enero 9-11 de 2008” 59-60 y 62,
“III. Nuestras inquietudes. Grupo n. 2” (material en Internet).
[33] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS: Misal romano Coeditores Litúrgicos
Barcelona 2001 17ª 360, colecta de la solemnidad de Pentecostés.
[34] Reiteremos
que el diálogo entre disciplinas humanas, sociales y naturales lo ejemplificó
Bronislaw MALINOWSKI (1884-1942), fundador de la escuela funcionalista de
antropología, quien afirmaba que las organizaciones humanas debían ser
examinadas en el contexto de su cultura y fue uno de los primeros antropólogos
en convivir con los pueblos objeto de su estudio, los habitantes de las islas
Trobriand, cuya lengua y costumbres aprendió para comprender la totalidad de su
cultura. La Antropología en sus especializaciones económica, política y
jurídica introduce una discusión central sobre la imposibilidad de aislar los
fenómenos llamados económicos, de otros ámbitos, como son lo cultural, lo
político y lo social. La perspectiva antropológica aporta a la comprensión de
lo político en cuanto articula la dimensión simbólica a la reproducción y
legitimación del poder. De la misma manera, la Antropología introduce la
variable cultural para relativizar la universalidad y neutralidad del derecho,
enfatizando en los condicionamientos del control social y de formas alternas de
regulación como el derecho consuetudinario. Contesta a Malinowski, en algunos
aspectos de su teoría, Talcott PARSONS, "Malinowski y la teoría de los
sistemas sociales". En: R. FIRTH - E. R. LEACH - L. MAIR et al.: Hombre y cultura: la obra de Bronislaw Malinowski.
México D.F. Siglo XXI 1997.
[35] Me baso en la Constitución Apostólica Sapientia Christiana del Papa Juan Pablo II, del 15 abril de
1979. Volveremos sobre el asunto en su forma práctica en diversos lugares de
esta investigación, pero especialmente al presentar nuestra propuesta
pedagógica en el Apéndice 3.
[36] Cf. OT 16c.
[37] Cf. ib., 16d.
[38] La actividad “contemplativa” de Jesús fue puesta de relieve
durante el Sínodo de los Obispos sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” por S. G. Dr. Rowan Douglas WILLIAMS, Arzobispo de
Canterbury, Primado de Toda Inglaterra y de la Comunión Anglicana, el 10 de octubre de
2012. Extrajo de ello consecuencias en orden a una antropología cristiana
“adecuada” y, consecuentemente, aplicables al comportamiento moral, al culto y
a la pedagogía, sobre todo a la pedagogía de la fe. Véase el texto en: http://www.vatican.va/news_services/press/sinodo/documents/bollettino_25_xiii-ordinaria-2012/04_spagnolo/b09_04.html#INTERVENCI%C3%93N_DE_S._G._DR._ROWAN_DOUGLAS_WILLIAMS,_ARZOBISPO_DE_CANTERBURY,_PRIMADO_DE_TODA_INGLATERRA_Y_DE_LA_COMUNI%C3%93N_ANGLICANA_%28GRAN_BRETA%C3%91A%29
[39] De alguna manera coincide esta propuesta, especialmente en lo
referido por la Ilustración 6, con lo que ha sido expuesto por Mario A. BUNGE: La
ciencia, su método y su filosofía La
Plata 1959 1982 (Sudamericana Buenos Aires 1997), citado por Antonio
LUCAS MARÍN: Introducción a la sociología, o. c., p. 55, nt. 122, 64-65.
[40] Y concluye: “La Iglesia reconoce agradecida que tanto en el
conjunto de su comunidad como en cada uno de sus hijos recibe ayuda variada de
parte de los hombres de toda clase o condición. Porque todo el que promueve la
comunidad humana en el orden de la familia, de la cultura, de la vida
económico-social, de la vida política, así nacional como internacional,
proporciona no pequeña ayuda, según el plan divino, también a la comunidad
eclesial, ya que ésta depende asimismo de las realidades externas. Más aún, la
Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de
provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios” (GS 44b).
[41] Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Algunos
elementos introductorios a la teología moral (fundamental y profesional), o. c., p. 570, nt. 1590,
157ss.
[42] Véase al respecto la intuición de Benedicto XVI, motu proprio, en la carta apostólica Ubicumque et Semper, 21 septiembre de 2010: “La diversidad de las
situaciones exige un atento discernimiento; hablar de «nueva evangelización» no
significa tener que elaborar una única fórmula igual para todas las
circunstancias. Y, sin embargo, no es difícil percatarse de que lo que
necesitan todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente
cristianos es un renovado impulso misionero, expresión de una nueva y generosa
apertura al don de la gracia. De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea
será siempre ser dóciles a la obra gratuita del Espíritu del Resucitado, que
acompaña a cuantos son portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes
escuchan. Para proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere
ante todo hacer una experiencia profunda de Dios” (párrafo g). En: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_letters/documents/hf_ben-xvi_apl_20100921_ubicumque-et-semper_sp.html
Notas finales
[i] El Papa FRANCISCO ha reiterado la importancia de una actividad incisiva, constante y testimonial por parte de los fieles cristianos al asumir la perspectiva evangélica de trabajar “pro vita” (en favor de la vida). Ante los miembros de la Pontificia Academia para la Vida el 5 de octubre de 2017 resumió en cuatro puntos su plan o propuesta de acción: a) ante el silencio o ante una pérdida de sensibilidad en relación con “las antiguas y siempre nuevas preguntas por el significado, el origen y el destino de la vida”, que expresan un dilatado sentimiento “ególatra” – aliado del materialismo “tecnocrático” – por parte de individuos e inclusive “de la especie”, cuyos efectos son “gravísimos” para los “afectos y vínculos de la vida”, se impone a los creyentes, “con seriedad y alegría” ser “creativos y proactivos, humildes y valientes, decididos a recomponer la fractura entre las generaciones”, y “retomar la iniciativa (del anuncio de Evangelio), rechazando cualquier concesión a la nostalgia y al lamento”; b) cuando se desvaloriza la dignidad humana, reduciéndola a “un ensamblaje de células bien organizadas y seleccionadas en el transcurso de la evolución de la vida”, o pretendiendo desvirtuar “la unión de amor, personal y fecunda que marca el camino de la transmisión de la vida a través del matrimonio y de la familia”, o bien cuando se le resta importancia a que tanto a mujeres como a hombres corresponde “la responsabilidad por el mundo, en la cultura y la política, en el trabajo y en la economía; y también en la Iglesia”: se hace necesario “retomar la iniciativa”, “una vez más, (a partir de) la Palabra de Dios, que ilumina el origen de la vida y su destino. Hoy más que nunca es necesaria una teología de la Creación y la Redención que sepa traducirse en palabras y gestos de amor, para cada vida y para toda vida”; c) ocurre hoy también que, deliberada pero también inconscientemente, alguno – miembro inclusive de la Iglesia – se niegue a “reconocer justamente” que, a lo largo de la historia, por diversos factores, han existido y existen “retrasos y carencias” en lo que concierne a la evolución, e inclusive, a la “revolución” de la cultura que se está gestando: ocurre ello, por ejemplo, en relación con “las (diversas) formas de subordinación que han marcado tristemente la historia de la mujer (las cuales) deben ser abandonadas definitivamente”; pero, simultáneamente ocurre que, en virtud o en atención a ese mismo fenómeno, haya quien pretenda promover “la reciente hipótesis de reapertura del camino para la dignidad de la persona neutralizando radicalmente la diferencia sexual y por lo tanto el acuerdo del hombre y la mujer” la cual, afirma el Papa, “no es justa”: “En vez de combatir las interpretaciones negativas de la diferencia sexual, que mortifican su valencia irreductible para la dignidad humana, se quiere cancelar, de hecho, esta diferencia, proponiendo técnicas y prácticas que hacen que sea irrelevante para el desarrollo de la persona y de las relaciones humanas. Pero la utopía de lo "neutro" elimina, al mismo tiempo, tanto la dignidad humana de la constitución sexualmente diferente como la cualidad personal de la transmisión generativa de la vida. La manipulación biológica y psíquica de la diferencia sexual, que la tecnología biomédica deja entrever como plenamente disponible para la elección de la libertad – ¡mientras no lo es! – corre el riesgo de desmantelar así la fuente de energía que nutre la alianza del hombre y la mujer y la hace creativa y fecunda”; por ello, “es necesario responder al desafío planteado por la intimidación ejercida contra la generación de la vida humana, como si fuera la mortificación de la mujer y una amenaza para el bienestar colectivo. La alianza generativa del hombre y la mujer es una garantía para el humanismo planetario de los hombres y de las mujeres, no un obstáculo. Nuestra historia no será renovada si rechazamos esta verdad”; finalmente, d) es un hecho que ya hoy nos encontramos en medio de “una sociedad en la que todo esto (lo delicado y frágil, lo vulnerable y corruptible para las diferentes edades de la vida, especialmente las de los niños y los ancianos) pueda solamente ser comprado y vendido, regulado burocráticamente y técnicamente predispuesto”: tales son las características de “una sociedad que ya ha perdido el sentido de la vida”. No es de extrañar, entonces, que ella “no se lo transmitirá a los hijos pequeños (así como tampoco) lo reconocerá en los padres ancianos. Es por eso que, casi sin darnos cuenta, estamos construyendo ciudades cada vez más hostiles para los niños y comunidades cada vez más inhóspitas para los ancianos, con paredes sin puertas ni ventanas: deberían proteger, en realidad sofocan”: en tales condiciones, se impone dar aquel “testimonio de la fe en la misericordia de Dios, que afina y hace justicia”, la cual “es una condición esencial para la circulación de la verdadera compasión entre las diversas generaciones” y permite que se pueda “reencontrar (aquella) sensibilidad” perdida. Véase el texto (consulta de la fecha) en: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2017/10/05/vit.html
[i bis] En una circunstancia cuyo paralelo y diferencia hay
que hacer notar, advertía el Cardenal Zenón
GROCHOLEWSKI, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, en la homilía
con ocasión del Simposio Europeo: "Los desafíos de la
educación" (Sábado, 3 de julio de 2004), que:”4. En los
tiempos actuales en diversos campos de la pastoral se hacen congresos,
simposios, encuentros, que luego tienen poca relevancia en la vida diaria. Más
aún, puede parecer extraño, pero también los congresos o simposios pueden
alejarnos del realismo pastoral, pueden adormecer nuestra actividad diaria y
vigilante, que es la que realmente cuenta. Alguno me ha dicho: ‘Se multiplican
los congresos que absorben todas nuestras fuerzas, y así se debilita nuestro
compromiso de cada día. Hacemos mucho ruido, pero quizás inútilmente’. Se corre
el riesgo, a veces, efectivamente, de más que todo festejar la pastoral en los
congresos, que de hacerla realmente; un riesgo de agarrarse a la torta de la
fiesta, más que al pan diario de la actividad pastoral. Festejar es más
vistoso, hace más ruido, quizá hace ganar más puntos en la opinión pública o
ante los superiores, pero la eficacia del trabajo pastoral depende del empeño
de cada día, depende del simple pan cotidiano, menos vistoso, humilde, casi
escondido, pero absolutamente necesario para la buena salud de la pastoral
efectiva, de la pastoral fructífera.
“5. Evidentemente no estoy
hablando contra los congresos. Se requiere, efectivamente, también el festejar,
se necesita también la torta de la fiesta, se requieren momentos de reflexión,
es necesario profundizar sobre ciertas cuestiones, para ser eficaces en la
fatiga diaria; pero debemos ser conscientes de que todo esto sirve solamente si
nutre, y en cuanto sea un sostén, una ayuda, un enriquecimiento real del
trabajo que se ha de realizar día a día, sin bulla, que se ha de realizar antes
que nada en el propio corazón y luego en las relaciones con los demás. Por el
contrario, toda la actividad congresional es inútil cuando, en lugar de servir
de soporte de la actividad pastoral directa diaria, prácticamente casi la
sustituye”. En: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20040703_symposium-homily_it.html (Traducción mía).
Como hemos comentado
antes, congregarse es un hecho de gran envergadura, y en él se deben considerar
no sólo los aspectos meramente frívolos. En muchísimos casos, bien planeados,
ejecutados y evaluados, proporcionan una información y un adiestramiento a los
que, de otra manera, sobre todo en aspectos de alta ciencia y técnica, no se
podría acceder sino a enormes costos financieros y con unas dedicaciones de
tiempo no fáciles de conseguir, sobre todo por personas que ya no son tan
jóvenes y poseen compromisos familiares.
[ii] Se trata de una lógica “de la persona humana”, de ahí
entonces, de una “lógica humana”. Cf. Manuel TREVIJANO: En torno a la
ciencia, o. c. supra nt. vi, p. 1708, 74: “las lógicas del sentido común”.
Desde el punto de vista de la filosofía clásica o formal, consiste en un
análisis explícito de los métodos de razonamiento. Se desarrolló originalmente
en tres civilizaciones de la historia antigua: India, China y Grecia. Fue Aristóteles el primero en
emplear el término “lógica” para
referirse al estudio de los argumentos dentro del lenguaje natural. En el Organon la definió como “el arte de la argumentación correcta
y verdadera”. “En la lógica clásica una proposición sólo
admite dos valores: verdadero o falso. Por ello se dice que la lógica usual es bivalente o binaria. La lógica aristotélica sirve para
explicar ciertos fenómenos y problemas, aunque la gran mayoría de ellos
enmarcados en el mundo teórico de la matemática”.
“Por el contrario, existen
otras lógicas que admiten además un tercer valor posible (lógica trivaluada) e incluso múltiples
valores de verdad (lógica multivaluada).
Esta lógica difusa puede usarse
para explicar el mundo en el que vivimos, puesto que sigue el comportamiento
humano de razonar, sacando conclusiones a partir de hechos observados. La lógica multivaluada incluye sistemas
lógicos que admiten varios valores de verdad posibles. La lógica difusa (o borrosa) es una de ellas, que se
caracteriza por querer cuantificar
esta incertidumbre: Si P es una
proposición, se le puede asociar un número v(P) en el intervalo [0,1] tal que: si v(P) = 0, P es
falso; si v(P) = 1, P es verdadero; la veracidad de P aumenta con v(P). Salta a la vista la semejanza con la teoría de la probabilidad, aunque la lógica difusa y esta última teoría
persiguen fines distintos. La lógica
borrosa o difusa se basa en el principio de "Todo es cuestión de grado". Así, por ejemplo, una
persona que mida 2 metros es claramente una persona alta (es alta con grado 1)
y una persona que mida 1 metro no es una persona alta en absoluto (es alta con
grado 0). De forma intermedia podemos decir que una persona que mida 1,82 m es
alta con grado 0,75 indicando que es "bastante alta", teniendo en
cuenta que la persona en cuestión sea masculina. De este ejemplo puede
extraerse fácilmente que la lógica
y la teoría de conjuntos son isomorfismos
matemáticos. Por el contrario, la lógica
clásica sólo definiría si la persona es alta o no, definiendo la diferencia
entre pertenecer a un grupo u otro un simple centímetro”. Cf. (consulta marzo
2007): http://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%B3gica_difusa y http://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%B3gica
El Papa JUAN PABLO II
examinó el asunto relativo a la “lógica” desde otra perspectiva, aquella que
busca comprender desde lo “auténticamente humano”. En los nn. 18; 34; 40 y 57
de la encíclica CA habla sobre los
peligros de la sujeción a una “lógica” o “racionalidad” de tipo “técnico” que
no en todos los casos ni necesariamente apunta hacia lo auténticamente humano,
al “bien humano”, al tiempo que no es ella una expresión plena sino apenas
parcial de lo humano. Cuanto esclaviza de cualquier forma a los seres humanos,
provenga de donde proviniere – como sucede en el caso del consumo, del
desprecio o devastación de la naturaleza, de una inadecuada o insuficiente
inversión en el desarrollo de los miembros de la sociedad y de la humanidad,
etc. – logra sólo el descontrol, la desconfianza, etc., en las relaciones
humanas, y se consolida como una expresión, en realidad, de irracionalidad. En
todos estos casos y en muchos más, concluye el Papa, se requiere de una
verdadera y auténtica “μετάνοια”: conversión.
Continúa siendo válida
la afirmación de que es necesario perseverar en la implementación de un diálogo
de la teología con las áreas disciplinares de las ciencias, basado y nutrido
por la lógica (ya hemos visto la semántica de estos términos y sus
fundamentos bíblicos, cristológicos y antropológicos).
Esta afirmación había
sido destacada y desarrollada por Carlos VASCO en el artículo que hemos citado
ya, y del cual recojo solamente su conclusión “El lugar de la interacción”:
“Son vastas y difíciles las tareas que esperan a la teología que quiera pasar
de una interacción polémica o reactiva con las ciencias a una utilización, un
impulso y un diálogo, y a su vez prestar a las ciencias los servicios a que nos
referimos en el párrafo 1.6 y al final de la Sección 2.3.1. Parece imposible
que estas tareas puedan cumplirse por parte de teólogos confinados a las
Facultades de Teología. Así sólo en casos aislados entrarían en contacto con
los científicos o con sus resultados, y los modos de utilización o impulso no
podrían culminar en el modo del diálogo. Y aún esa utilización o impulso
podrían estar viciados por haberse tomado como tal un ‘resultado’ que ya la
misma ciencia en su incesante avance hubiera corregido o descartado. No es
excusa para no entrar en contacto el que esta corrección o descarte pueda
ocurrir en un futuro: esto es esencial al proceso científico, nunca acabado y
siempre abierto. Es en el nivel de certidumbre al que se produce un resultado
científico en donde hay que tomarlo para reflexionar sobre él, para recibir su
impulso y para iniciar el diálogo. No puede compararse la adopción de un punto
de vista más comprehensivo después de que pacientes esfuerzos por verificar una
hipótesis inicial exigieron que se descartara, con la adopción de una moda o
veleidad pasajera. Es pereza mental lo que se esconde tras ese tipo de
comparaciones, o tal vez una nostalgia por las ideas eternas e inmutables que
un neoplatonismo teológico creyó haber poseído un día. Para lograr estas tareas parece necesario un
lugar privilegiado, en donde los resultados científicos se presenten sin
exagerar su nivel de certeza, en donde el teólogo sea bien recibido como
dialogante en el mundo de las disciplinas científicas. Por el rechazo a la
teología en las universidades estatales capitalistas y socialistas, parece ser
sólo la universidad católica el lugar posible para ese diálogo. Pero una universidad en la que en realidad no
se produzca ciencia por la ausencia de investigación, o una universidad en la
que las disciplinas críticas sean suprimidas más o menos abiertamente, o una
universidad en la que los teólogos intenten imponer derroteros a la ciencia, y
parezcan interesados sólo en la posible explotación de resultados científicos
con fines apologéticos o pastorales, no puede cumplir esa misión de convertirse
en ‘locus theologicus’ privilegiado. Es la creación de las condiciones mismas
para el diálogo la tarea más inmediata para la universidad católica”: “La
interacción entre la teología y las ciencias”, ThX 56 30/3 jul-sep 1980
435.
Sobre la “lógica de la
persona”, como contrapuesta a una “lógica de la tecnología”, véase el trabajo
de Giovanni DEL MISSIER: “Dignitas personae. Logica della tecnología e lógica
della persona”, en Studia Moralia 47/2 luglio-dicembre 2009 361-385.
[iii] Vale la pena recordar que esta "específica
pericia" es lo que GS 72ab con
su nota 16 denomina "competencia profesional y experiencia".
El “Programa de Ciencias
Religiosas” publicó un libro, resultado de los denominados “foros de
antropología” en cada una de las Carreras de nuestra Universidad: Proyecto educativo, evangelización y ciencia
(Santafé de Bogotá 1997). A manera de ejemplo, sin embargo, permítaseme
presentar al respecto lo que la AUSJAL (Asociación de Universidades confiadas a
la Compañía de Jesús en América Latina) concluyó en los Encuentros de Decanos
de las Escuelas de Administración y de Economía realizados los días 11, 12 y 13
de noviembre de 1992 en la Universidad del Pacífico de Lima, Perú:
En relación con la Administración: "1. En primer
lugar, el objetivo de los planes de estudios actuales: a. Los objetivos de los
planes de estudios deberán buscar la integración de los estudiantes con la
coyuntura internacional, brindar cursos sobre el tratamiento de la tecnología
en la administración y reforzar los valores y principios morales... c. Se
deberá enseñar a pensar al estudiante como empresario y como gerente, pero
basado en su realidad; haciendo énfasis en el manejo de personal, las herramientas
cuantitativas y la economía empresarial; intentando brindar los conocimientos
más actualizados de cada materia. Se debe buscar que el graduado se prepare
como agente de cambio en sus diferentes niveles de actuación... e. Integrar y
coordinar las asignaturas de los programas de nuestras carreras horizontal y
verticalmente, ya que la formación debe ser integral tanto en el aspecto
humanista como técnico...
"2. La necesidad de
pensar en los valores que se transmiten a través de la enseñanza en las universidades:
En cuanto a los valores, debemos inculcar una mística de trabajo, de ética
profesional y de servicio a la comunidad, generando agentes de cambio con
capacidad de impactar en la realidad
socioeconómica. Se deben crear estructuras más humanas y un saber útil
orientado a la búsqueda de la justicia económica y la eliminación de la
opresión, a partir de los valores cristianos y humanos. Estos valores no se
transmiten en un solo curso sino en todos, incluyendo los que no están
directamente referidos a la ética. Los valores se trasmiten con el ejemplo...
"5. Recomendaciones
finales. Buscar la manera de implementar los siguientes puntos: a. Hay que
lograr que nuestros alumnos tiendan a la cooperación y no a la competencia
individual, dentro de un marco de excelencia académica..." (Carta de AUSJAL 3 1993 5-6.
En relación con la Economía: "3. Ahora, más que nunca,
se requiere que nuestras facultades concentren sus esfuerzos en la formación de
economistas que lleguen a ser dirigentes capaces de conducir un cambio que
aumente el bienestar de todos.
"II. Perfil del
Economista que debemos formar. Nuestros economistas deberían tener tres
características fundamentales: 1. Personas que realicen al máximo su potencial
de seres humanos y de aportarle a la sociedad... 2. Conocedores del hombre y de
la realidad latinoamericana... 3. Conocimiento riguroso de la teoría económica
y de sus modelos y capacidad de darles una utilización adecuada en el análisis
y en la solución de nuestros problemas.
"III. Plan de
estudio. 1. Formación humanística... a. El economista actúa como ser humano en
bien de seres humanos, por tanto debe conocer y tomar posiciones propias frente
a los individuos y los grupos; b. el economista debe actuar con principios
ético-cívicos bien definidos; c. debe poder comunicarse y llegar a los
problemas reales; la formación humanística es necesaria para que el economista
sea buen economista; d. debe ser capaz de interactuar con profesionales de
otras disciplinas y personas..." (ibíd.,
6-8).
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