Capítulo VI

Continuación (II.5)




5. La construcción de un nuevo humanismo en Latinoamérica: el papel de las Universidades católicas y de las Universidades y Facultades eclesiásticas, y de los hombres y mujeres de ciencia en ellas, en lo concerniente a la docencia y a la investigación, con vistas a lograr una cultura y unas estructuras de comunión y participación.


1. Hombres y mujeres nuevos, que viven en la historia y en la esperanza, consideran que el hecho educativo forma parte del proyecto de Dios. La Resurrección de Jesucristo los hace reconocer y valorar la importancia de la educación[1] juntamente con muchos otros hombres y mujeres, incluso no-creyentes, por cuanto la consideran sustancial, junto con el factor económico y medioambiental, en orden a crear “calidad humana de vida”, “calidad de vida humana” y “desarrollo humano” en las naciones (cf. el tema en los distintos capítulos de esta obra, p. ej. IV, I.4.b.1)h), p. 521; V, I.2.a.3)b),43, p. 942; III.3,19, p. 1141). Cierto es que la educación sigue siendo considerada por muchos como un simple medio para alcanzar estatus social individual, sin consideración de su intrínseca proyección al servicio. Pero cada vez más se considera a la educación uno de los derechos humanos – y, en reciprocidad, una de los obligaciones humanas – más fundamentales e imprescindibles para las personas y los pueblos. Para la concepción cristiana del mundo y de la historia, empeñada en su integralidad y universalidad, ello es tanto o más cierto aún, por sus características de gratuidad y trascendencia.

En efecto, si nos concentramos en la persona, la palabra y la acción de Jesús, el Επιστάτες; en la imagen tipológica de ser humano que desde Él se proyecta, y en su específico mandato de “ir a enseñar a todos los pueblos” (Mt 28,20: ha de relacionarse necesariamente este texto con el contexto y con el texto lucano que hemos expuesto), a todas las personas se las debe atender en todas sus dimensiones, de modo que no sólo las propiedades encarnatorias, gloriosas y recapituladoras de su misterio se expresen y se desarrollen en ellas, sino que las mismas kenóticas y soteriológicas, por cuanto también estas exigen la formación integral de todos los seres humanos. La índole comunitaria de la Iglesia se establece, como vimos, a partir de tales características.

En tal virtud, la “madurez” de la persona de ninguna manera puede estar desconectada de unos derechos-deberes, en particular de aquellos concernientes a la educación: el “hombre perfecto en Cristo” debe ser desarrollado a plenitud, y sólo así se va construyendo el Cuerpo místico de Cristo y se va realizando desde esta tierra el Reino de Dios. Ya el Papa Juan Pablo II había empleado, como vimos un poco antes, el término «ecología humana» para referirse a este conjunto de valores básicos necesarios para promover tal crecimiento integral.

De igual manera, estos objetivos no se logran si no se los busca mediante unos medios concretos, pertinentes y eficaces. De ahí la necesidad de una sólida reflexión pedagógica y de la creatividad de unas adecuadas ayudas didácticas[1 bis]. Todo adaptado a las circunstancias de “tiempos, lugares y personas” – en la realidad del contexto mismo colombiano, latinoamericano y mundial en que vivimos con sus problemas y posibilidades estructurales y coyunturales – [i].

Por consiguiente, las Universidades católicas, como por otra parte también las escuelas y colegios de grados básicos elementales y medios, prestan una importante, eficaz y, hoy por hoy, necesaria colaboración a los padres de familia en el desempeño de su misión educativa.

Los docentes cristianos, además, saben que se trata de un servicio a los padres de familia, a la cultura y al mejoramiento integral de la nación, y que desempeñan una misión apostólica, un verdadero ministerio, a ejemplo de Cristo maestro. Como veremos más adelante, ellos deben esmerarse, por eso mismo, por ser unos verdaderos profesionales de la enseñanza y unos auténticos profetas en medio del pueblo de Dios.

Y, así no se dediquen a la investigación y a la docencia teológica, sino al amplio, complejo y exigente mundo de las ciencias y de las artes, saben que también estas concurren en un mejor conocimiento de Dios y a la realización de la obra de la salvación: sea que se trate del estudio de las leyes y de los valores de la naturaleza o de las sociedades, es necesario proseguir el conocimiento gradual de los mismos, emplearlo con responsabilidad y proporcionarle un orden, moral y jurídico, que contribuya a la realización del bien común, como lo persiguen los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero también, como hemos ido viendo, conforme es la voluntad del Creador. Que su compromiso y la eficacia de su proceder van más allá de las paredes de su, quizás, modesta aula, alcanzando las comunidades política y eclesial, sostenidos por la palabra, el ejemplo y la caridad de Jesucristo. Y que no podrán considerar haber llegado a la meta, si no se han puesto, por parte de cada uno, todas las condiciones para convertir, ya no sólo a su institución educativa, sino al mundo entero, en una auténtica comunidad humana y divina en la que se aprende la verdad y en la que se viven, con toda sinceridad, la fe, la esperanza y el amor. Podemos exponer aún mejor este aspecto reencuadrándolo en el contexto de la “misión evangelizadora de la Iglesia” de la que las Universidades católicas participan a su modo, y para ello aprovechamos las palabras inspiradoras del Papa FRANCISCO:

Como no siempre vemos esos brotes, nos hace falta una certeza interior y es la convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos, porque «llevamos este tesoro en recipientes de barro» (2 Co 4,7). Esta certeza es lo que se llama «sentido de misterio». Es saber con certeza que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Jn 15,5). Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida. A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria. Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca” (EG 279).

Sin embargo, a este propósito, no puede dejarse de mencionar y enfatizar la utilidad y la correlación de una doble línea de acción: por una parte, la necesidad de un trabajo silencioso, callado, inclusive abnegado, llevado a cabo en las jornadas cotidianas, mediante un esfuerzo permanente, frecuentemente individual y aún aislado, de los investigadores; y, por la otra, la importancia – sobre la que hemos llamado especialmente la atención – de los encuentros entre expertos, del intercambio mediante medios diversos, de la comunicación de sus experiencias y de los resultados de sus investigaciones.

Cada día se valoran más y más las ventajas de uno y otro tipo de actividad, hasta el punto que pudiéramos decir que tanto la una como la otra se requieren recíprocamente. Los cauces operativos de estas actividades, potenciadas por las asociaciones disciplinares y los proyectos conjuntos interdisciplinarios – “grupos de grupos” –, así como por las propias directrices y por planes de las Universidades, son un medio que, si bien ha de evaluarse constantemente para corregir defectos, y prevenir eventuales derroches y otro tipo de consecuencias más perjudiciales que provechosas, no deberían impedir esta saludable y recíproca interacción[i bis]. De hecho, tanto la primera como la segunda formas de acción encuentran un reconocimiento en los reglamentos universitarios[2].

2. La investigación y la docencia, junto con el servicio o las actividades de extensión, configuran las acciones específicas de las Universidades. Antes de entrar a mirar las exigencias morales propias de la investigación y de la docencia, primordialmente, acompañando al Papa Francisco[3], digamos una breve palabra sobre el “voluntariado y las actividades de servicio a los más necesitados” realizados por personas tan diversas y, especialmente por jóvenes, que no se quedan en la desconfianza y en el desánimo frente a tantas formas de violencia y de conflicto – e incluso de “fragmentación” “del pensamiento”, “de saberes” y “de dimensiones de vida”, de “liquidez” y “liviandad”, “de falta de estabilidad y consistencia”, de “pérdida de conciencia del espacio público”, “de pérdida de la memoria” – que se hacen presentes en nuestro mundo de hoy, sino que los asumen como una manera de “reacción” a ellas. En efecto, también las Universidades católicas han de desarrollar – “sin perjuicios ideológicos, sin miedos ni fugas” – esta sensibilidad en sus estudiantes y en toda la comunidad que las componen, y apoyar y acompañar, conforme a su manera propia de proceder, aquella actividades solidarias y que suscitan encuentro y contribuyen a que los que por diversos motivos resultan excluidos de y en la vida social despierten y amplíen su sentido de pertenencia a la ciudad y al país en el que viven – su ciudad, su país – hasta que ellos puedan llegar por sí mismos a ser protagonistas del emprendimiento de acciones constructivas, es decir, de aquellas que se oponen a las destructivas – “a los  conflictos violentos, a las culturas del hedonismo y del descarte”, del “individualismo” – y, por el contrario, positivamente “contribuyen a recuperar juntos un sentido de confianza en la vida”.

Pero, para que cumplan los objetivos para los que han sido fundadas y contribuyan al mencionado “desarrollo humano”, es necesario que las desplieguen mediante una óptima gestión. Digamos, en consecuencia, una muy breve palabra acerca de una gestión universitaria de excelente calidad moral – personal y social –.

Ser propia y verdaderamente tales es, evidentemente, el primer aporte que las Universidades católicas – con sus Facultades Eclesiásticas, si eventualmente las poseen – pueden dar a las sociedades en que viven – y éstas a esperar de aquéllas –. Su testimonio vivo de Jesucristo se manifiesta en su expresa y pública profesión institucional de fe, de que Dios nos ha revelado su amor por nosotros, los hombres, en Jesucristo, de modo que de ello toda la humanidad, y cada ser humano en su particularidad, llegue a beneficiarse al acercarse a la intención de Dios y a su plan creador y redentor. Sobre todo para que llegue a conocer y a disfrutar de la dignidad que posee por el hecho de haber sido llamado a ser hijo e hija de Dios y a que, por eso mismo, se le reconozca y respete su obligación-derecho a la búsqueda de la verdad y, en consecuencia, su libertad de conciencia, inclusive en lo que tiene que ver con su opción por Dios, por Jesucristo y por su Iglesia. Evangelizar en una Universidad Católica, en consecuencia, significa que nunca en cualquiera de ellas se puede ni recurrir a acciones coercitivas ni tampoco, como hemos señalado, a artificios indignos del Evangelio (del tipo “proselitismo”); pero, a su vez, que ellas cuidarán de y estarán muy atentas también a que, en razón de la libertad religiosa de la que gozan primeramente sus miembros individualmente considerados, pero, así mismo, por el hecho de ser personas jurídicas – eclesiástica y, seguramente, civilmente – reconocidas, no se les impida su tarea evangelizadora, mediante medidas restrictivas. De otra parte, en la Universidad católica se ha de mostrar verazmente de qué manera la religión, practicada en forma auténtica y vital, posee una función irremplazable en la formación de las conciencias y que ella contribuye a participar, junto con otras instancias, en la creación de un “consenso ético fundamental” dentro de la sociedad[4].

De modo particular se debe hacer referencia a la incorporación libérrima a la Iglesia, sociedad visible, comunidad de discípulos de Cristo movidos por el poder del Espíritu. La vida nueva que han recibido les exige “cambiar de mentalidad y en su manera de obrar”, pues no se trata de un simple contar y añadir nuevos miembros a unas estadísticas, ni, muchísimo menos, de extender un grupo de poder, sino de ingresar en la red de los amigos de Jesucristo, que une al cielo con la tierra y se compone de personas provenientes de continentes diversos y de épocas diversas. Y es así, de esa forma, como la Iglesia sirve de presencia de Dios y de instrumento de verdadera humanización del hombre y del mundo. Trabajando de esta manera por la santidad y por la caridad, todos los miembros de la comunidad universitaria católica, en particular, se hacen testigos creíbles del Evangelio. Más aún, a ellos se aplica de forma muy característica aquello que recientemente ha reafirmado el Papa BENEDICTO XVI, “los santos son la verdadera interpretación de la Sagrada Escritura. Los santos han verificado, en la experiencia de la vida, la verdad del Evangelio; de este modo, nos introducen en el conocimiento y en la compresión del Evangelio”[5].

No existe, por supuesto, un único modelo de Universidad católica. Por eso, los elementos siguientes podrían ser útiles como puntos de referencia para ellas, y, de acuerdo con su tradición (la “tradición intelectual católica”, la llaman algunos) y a la vida interior que en ellas se desarrolla, bien podrían, eventualmente, controvertirse o, sobre todo, profundizarse. Básicamente serían los nueve aspectos siguientes que propongo[6], razonables sugerencias y exigencias de acción cualificada, nacidas del mismo proyecto cristológico-antropológico tantas veces señalado:

1°) Las comunidades universitarias son estructuras vivas y orgánicas, que nacen, crecen, se desarrollan y, probablemente, si no mueren, se transforman. Signo de su vitalidad será su capacidad de examinarse a sí mismas, de replantearse en relación con las exigencias evangélicas y en relación con las necesidades humanas del momento. Hoy en día estas interpelaciones a revisarse las plantean incluso criterios administrativos tales como los provenientes de la “ética empresarial”, de la “responsabilidad social” y del “buen gobierno”, y son sumamente útiles; pero, para una Universidad católica, los criterios centrales, como hemos dicho, y sus motivaciones, son cualitativamente diversos, pues se fundamentan, ante todo, en su identidad y vivencia del Evangelio. En efecto, la “cultura globalizada actual”, como la denomina el Papa FRANCISCO, llega a afectar también a los miembros de la Iglesia, no exentos de éstos los vinculados con las Universidades, por lo cual sus aspectos positivos ciertos – “valores y nuevas posibilidades” –, pero también los negativos – “nos limitan, nos condicionan, hasta nos enferman” –, requieren de todos concretar tiempos y lugares para examinarla en profundidad y para diseñar aquellas actividades que permitan responder a ella, para el genuino servicio de los pobres y del entero pueblo de Dios y no meramente de una organización, con la confianza puesta en el auxilio del Señor que ayuda a vencer eventuales desánimos, confusiones, complejos, aparentes seguridades, insatisfacciones, inmediatismos, pragmatismos, actitudes defensivas, aislamientos, fugas, “inmanentismos antropocéntricos”, utopismos, celos y envidias, clericalismos, discriminaciones, etc.[7]

2°) La misma capacidad de hacer su propio examen debe conducir a las Universidades católicas a estar muy atentas y diligentes cuando, llegado el momento de un mayor desarrollo institucional, debieran introducir las modificaciones de su estructura organizacional mediante los procesos estatutarios correspondientes.

3°) Han de revisarse permanentemente, de igual modo, las relaciones y las actividades interiores institucionales de las Universidades católicas. Que todos los miembros, según su ubicación en la comunidad universitaria, sean partícipes de las actividades esenciales de la Universidad, bajo criterios de responsabilidad y rendición de cuentas en el manejo de los asuntos generales que los tocan, de autorregulación, mejoramiento permanente y fortalecimiento de la calidad en sus prácticas.

4°) Con el fin de garantizar y de mejorar las relaciones de la Universidad católica en su interior y con el exterior de la misma, es necesario que las actuales acciones destinadas a la información y a la comunicación también se adecuen, se optimicen en lo posible, y se consoliden.

5°) De la misma manera, será eventualmente necesario que las Universidades católicas mejoren, en lo que corresponda, sus actuales sistemas de información y de comunicación.

6°) El acceso a recursos bibliográficos actualizados, tanto físicos como electrónicos, debe correr parejo con las políticas motivacionales destinadas a incrementar su uso y a preservarlos.

7°) No debe considerarse asunto de menor importancia en el transcurso de la vida cotidiana e institucional de las Universidades el tema financiero, sobre todo, por cuanto el sostenimiento de las mismas toca directamente a su misma supervivencia y autonomía. Sin tornarse en Universidades exclusivas o excluyentes, estudios ponderados, que manifiesten y conduzcan a una cooperación a la Providencia divina, llamarán al fortalecimiento de las fuentes de ingreso y, seguramente, a la diversificación de las mismas fuentes. 

8°) Las relaciones de las Universidades católicas con empresas que dependen de ellas y que han sido creadas como otras formas de cumplir sus fines de servicio, docencia e investigación, deben ser igualmente transparentes, y transparencia de la identidad evangélica que caracteriza a las primeras.

9°) Nadie está obligado a hacer lo imposible. Pero, precisamente por eso, las infraestructuras físicas mismas, así como las tecnológicas, en la Universidad católica, deberían poseer las características de mejor calidad existentes en el momento, que tengan en cuenta las dimensiones constitutivas humanas y sean puestas particularmente a disposición de los miembros que sufren por cualquier motivo limitaciones (físicas, psíquicas), y que estén acordes con las exigencias propias de las actividades universitarias, incluso las específicas.

a. La investigación universitaria y sus exigencias morales[8].


3. Por todo lo dicho, ya podemos comprender las dimensiones y las potenciales consecuencias que posee el ejercicio de las actividades profesionales por parte de los investigadores, y el hecho de que las Instituciones universitarias eclesiásticas y católicas en cuanto tales lo tomen, o no, muy en serio.

Las personas esperan mucho, confían enormemente, de quienes tienen por oficio abrir en la sociedad nuevos horizontes a la verdad. De ahí que ellos sean corresponsables sociales, junto con otros agentes, en el logro del bien común. A ellos les incumbe, precisamente, explorar los componentes recónditos del ser humano, del universo y de la historia; proyectar nuevos caminos por los cuales transcurrirán los comportamientos de los individuos, de sus agrupaciones y de sus colectividades, estableciendo valoraciones y revalorizaciones de las relaciones interpersonales, e influyendo de manera decisiva en la conformación y el desarrollo de la cultura de los pueblos.

Por eso, no sólo las Universidades católicas en razón de lo que ellas son y de su tarea insustituible, sino los propios investigadores universitarios – individualmente y en sus grupos – no deben decaer en la búsqueda de la verdad, no obstante los obstáculos que se les puedan interponer; así mismo, se han de esforzar por pensar bien, es decir, con sentido común, con lógica humana[ii], con rigor científico[9] y siguiendo las intuiciones que se originan en sus mentes bien preparadas; del mismo modo, no han de parcializarse o encerrarse en el campo de su propia especialización, sino, más bien, buscar la armonía y síntesis entre los diversos modos del saber humano. Esta búsqueda de un saber “sintético” no es extraño, individual y corporativamente hablando, a la razón misma de ser de la Universidad católica. Lo recordaba recientemente el Papa BENEDICTO XVI:

“En una cultura que manifiesta una «falta de sabiduría, de reflexión, de pensamiento capaz de obrar una síntesis orientativa» (Enc. Caritas in veritate, n. 31), las Universidades católicas, fieles a su propia identidad que hace de la inspiración cristiana un punto cualificador, están llamadas a promover una «nueva síntesis humanística» (ibid. 21), un saber que sea «sabiduría capaz de orientar al hombre a la luz de los primeros principios y de sus fines últimos» (ibid. 30), un saber iluminado por la fe”[10].

De manera especial, pues, el científico creyente ha de ser notable y perseverante en su leal esfuerzo por conjugar las exigencias provenientes de una ciencia verdadera con las que proceden de una fe verdadera.

Estas mismas exigencias habrían de mantenerse en la formación de la conciencia crítica social de los investigadores y de las Universidades en investigación. En efecto, por una parte, unos y otras comparten con el conjunto de la Iglesia aquella capacidad profética a la que nos hemos referido en otros momentos, de modo que estén muy advertidas y conscientes de la necesidad que se impone – a tiempo y a destiempo – de denunciar evangélicamente, p. ej., aquellas circunstancias, inclusive estructurales, y aquellos casos, instituciones, personas y otras coyunturas, que con su obrar invaden gradualmente los continentes para apropiarse injustamente de los recursos naturales allí presentes, o a quienes, so pretexto de pretender establecer una “seguridad alimentaria”, amenazan con arruinar a los pequeños cultivadores y arrebatarles sus semillas tradicionales, haciéndolos dependientes de compañías productoras de semillas “mejoradas”. Algo similar debería ocurrir cuando obran como conciencia crítica evangélica en medio de la sociedad nacional e internacional, llamando la atención sobre cualquier posibilidad o proyecto de manipulación o de acción totalitaria o monopólica en los campos económico, político, cultural, etc.[11] Pero, así mismo, por otra parte, como bien ha señalado el citado Papa BENEDICTO XVI, es necesario evocar, una vez más, la importancia, tantas veces aquí subrayada, de la actitud lógica y consecuente, personal e institucional, de los investigadores y de las Universidades:

“Se necesita tanto la preparación profesional como la coherencia moral. Cuando predomina la absolutización de la técnica se produce una confusión entre los fines y los medios, el empresario considera como único criterio de acción el máximo beneficio en la producción; el político, la consolidación del poder; el científico, el resultado de sus descubrimientos” (CIV 71).  

Para lograr tales altos objetivos, es necesario, además, que se creen a su derredor las condiciones propicias: que puedan configurar sus grupos al interior de las Universidades integrándose con las comunidades académicas locales, nacionales e internacionales, y gozando del respaldo de las mismas, dotadas con los suficientes y adecuados espacios de tiempo, lugar y modo para realizar bien sus funciones propias; que exista un clima de auténtica libertad y verdadero respeto por su ejercicio profesional, de modo que su pensamiento también pueda expresarse y difundirse.

Pero, así mismo, en reciprocidad, es fundamental que el propio pensador respete y no abuse de su mejor conocimiento para ridiculizar las menores capacidades mentales, o la ignorancia, de sus interlocutores; que se comprenda que el amor a la verdad es el mejor servicio que las instituciones académicas pueden prestar a los seres humanos, a la sociedad y a la cultura, y que, por lo mismo, los intereses personales, así como las corrientes ideológicas politizadas, enredan y desvían. Una atmósfera de sinceridad y serenidad es, igualmente, necesaria para que surja una cultura verdaderamente humana. De ahí que sea muy necesario perfilar mejor lo que se dice hoy acerca de la “responsabilidad social” del teólogo y de las Universidades católicas[12] (cf. CIV 40).

Finalmente, las Universidades católicas y las Universidades y Facultades eclesiásticas, no serían realmente tales, es decir, testigos auténticos de Jesucristo, el Επιστάτες – El Maestro-Administrador, como lo hemos identificado plenamente –, si no proporcionaran los espacios, los medios y las condiciones adecuadas y suficientes, para que los investigadores, no sólo teólogos, pudieran dedicar tiempo para la oración[13] y la invocación del Espíritu de la Verdad, para conocer mejor a quien es Vida, Camino y Verdad – ´Alh,qeia –, Jesucristo, y para celebrar su misterio pascual: decía san Gregorio Niceno que no sólo se trata de hablar de Dios, sino de llevar a Dios consigo[14], y de dar los pasos correspondientes en orden a la construcción de una comunidad académica católica cabal y fidedigna.

Pero debe aseverarse aún más. Como afirmaron los Obispos presentes en la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, celebrada en el Vaticano del 16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997:

“Además, «debe estimularse la cooperación entre las Universidades católicas de toda América para que se enriquezcan mutuamente» (Propositio 23), contribuyendo de este modo a que el principio de solidaridad e intercambio entre los pueblos de todo el Continente se realice también a nivel universitario”[15].

Para lograr este propósito sugieren, entre otros medios, “la promoción de congresos para los educadores católicos en ámbito nacional y continental, tratando de ordenar e incrementar la acción pastoral educativa en todos los ambientes” [16].

b. La docencia universitaria y sus exigencias morales.


 4. Si a la condición de investigadores en una Universidad se une en ellos la de educadores – y esta tarea, por supuesto, no es exclusiva de los “docentes de ética” o “de religión”, como se los denomina peyorativamente en ciertos ambientes –, de igual modo hay que reconocer el influjo del todo particular que estos ejercen en las personas y en la sociedad en su conjunto. En efecto, gracias a ellos y en parte sumamente importante, las personas logran ejercitar su derecho a la verdad y acceden a ella; se van integrando en su propia cultura, descubren las diversas dimensiones que componen su persona y su personalidad total y reciben el ánimo y las orientaciones pedagógicas para desarrollarlas, e, inclusive, la información y la co-formación de sus capacidades éticas, de modo que lleguen a poseer una conciencia madura.

En consideración de la Iglesia, los educadores primeros e insustituibles, en relación con los hijos, son los propios padres. Pero es un deber reconocer el oficio y el servicio que prestan los docentes “profesionales” en los ambientes pedagógicos – no sólo en las aulas – en el logro de las finalidades educativas humanas, así como la responsabilidad que, por su autoridad y tarea, tienen en relación con sus jóvenes alumnos. Su actividad queda enaltecida por esta trascendental labor que desempeñan a favor de la sociedad.

Estas reflexiones nos conducen a precisar mejor sus tareas y exigencias. Ante todo, en lo que atañe a su misión en relación con la verdad y con la educación ética de sus estudiantes, él mismo ha de ser un amador de la verdad y ha de hacer que su sinceridad sea el mejor fundamento de su actividad educativa. Lo cual lo conducirá a ser particularmente explicativo, motivador y facilitador en sus estudiantes de todo lo que hace relación con la verdad actualmente conocida, y, especialmente, de las consecuencias éticas de la misma. De otra parte, ha de ayudar a sus estudiantes a clarificar las dificultades en lo referente a la verdad, a su interiorización y a su expresión sincera mediante la implementación de recursos didácticos, p. ej., de la animación del esfuerzo perseverante para superar los obstáculos, del aporte de su buen juicio para que el estudiante agudice sus capacidades de discernimiento ante las verdades ambiguas y las situaciones conflictivas.

No escaparán al docente las ocasiones para motivar en sus jóvenes alumnos el rechazo de la mentira, de las actitudes hipócritas, de los deseos de manipulación y de las violaciones de los derechos humanos en todas sus formas. Querrá capacitar a sus estudiantes para el ejercicio de sus futuras responsabilidades mediante la práctica del diálogo, del espíritu crítico y de la orientación profesional. Les enseñará a valorar las cosas, los sucesos, las ideas y las personas: siendo objetivo, con sentido realista y funcional en lo que se refiere a las cosas, y ecuánime y con criterio propio en lo que atañe a las personas[17].

Acomodándose a las posibilidades y condiciones típicas de la edad de sus estudiantes, al educador corresponde ser prudente en la enseñanza de la verdad, e írsela revelando gradualmente[18], progresivamente, sobre todo, aquellas cuestiones que son más complejas y difíciles de comprender, y las más tortuosas de asimilar. Pero, por otra parte, es necesario que el docente respete la libertad y la inmadurez de sus jóvenes alumnos, y, por lo tanto, no quiera aprovecharse de su superioridad intelectual para “amaestrarlos” o manipularlos según su ideología, en contra de la decisión de sus padres o del mismo alumno.

Ahora bien, la educación de los y de las jóvenes toca también con las delicadas cuestiones relativas a la sexualidad, al amor y a la vida, cuya importancia es tal que, reiteradamente, el Magisterio de la Iglesia no cesa de indicarlo como característico de sus instituciones escolares en todos los niveles. Recientemente, p. ej., el Papa BENEDICTO XVI, considerando la situación actual de nuestras sociedades, ha señalado que

“Se asiste cada día con mayor frecuencia, desgraciadamente, a circunstancias tristes en las que están involucrados adolescentes, cuyas reacciones manifiestan un conocimiento no correcto del misterio de la vida y de las implicaciones riesgosas que llevan consigo sus gestos. La urgencia formativa, a la que hago referencia con frecuencia, considera el tema de la vida su contenido privilegiado. Deseo verdaderamente que, sobre todo a los jóvenes, les sea reservada una atención del todo particular, a fin de que puedan aprender el verdadero sentido del amor y se preparen para él mediante una adecuada formación para la sexualidad, sin dejarse desconcertar por mensajes efímeros que les impiden alcanzar la esencia de la verdad que está en juego. Proporcionar falsas ilusiones en el ámbito del amor o engañar sobre las responsabilidades genuinas a las que uno es llamado por asumir el ejercicio de la propia sexualidad no hace honor a una sociedad que se remite a los principios de libertad y de democracia. La libertad se debe conjugar con la verdad, y la responsabilidad con la fuerza de la dedicación al otro, incluso con el sacrificio; sin estos componentes no crece la comunidad de los seres humanos, y el riesgo de encerrarse dentro de un cerco de egoísmo asfixiante permanece siempre al acecho”[19]   

En el contexto de su formación, atención especial merece la educación moral de los estudiantes en todo su amplio espectro, a la que nos hemos referido antes (cf. 2.a.2)a)7.g’), p. 1162; 2.b.1)2.a, pp. 1188-1190), la cual, por otra parte, no es obra exclusiva, por supuesto, de los profesores de una o varias asignaturas de “ética” o de “moral”.

Aparte de lo dicho, los estudiantes advertirán en sus docentes, sin duda, la relación que exista entre su madurez ética y su sinceridad. Mediante la primera, la persona selecciona bien los valores, acierta en la jerarquía de los mismos teniendo en cuenta el contexto vital, cultural y social, en que se encuentra, es fiel en su aplicación a una conciencia bien informada, recta, independiente en su modo de pensar y de obrar conforme a sus criterios. Mediante la segunda, la persona expone su conciencia honesta, elabora juicios prácticos, es coherente y creativa en la aplicación de los valores, en sus decisiones seguras y firmes que caracterizan la norma de su obrar. Por eso, los estudiantes advertirán el compromiso de sus docentes por ser testigos de la verdad: en sus palabras, en sus actitudes, en el trato que les otorgan armonizando libertad y autoridad. Sólo entonces sentirán que son genuinamente amados, y que su experiencia educativa es un gozoso proceso de encuentro con la verdad que ilumina, personaliza y enriquece humanamente. Más aún, sólo entonces se habrán creado las condiciones más adecuadas para que, a través de la experiencia universitaria, los educandos puedan percibir a Cristo, el maestro de la verdad que libera y el testigo sincero de Dios, incluso en la fe de sus educadores. Ciertamente, los estudiantes buscan en sus docentes una competencia humana, cultural y didáctica; pero, sobre todo en quienes tienen a su cargo las asignaturas teológicas, que también sean capaces de trasparentar los rasgos característicos del Dios de quien se habla y que se ha hecho referente esencial de sus vidas. El Papa PABLO VI lo hacía observar, si bien no sólo de los docentes de teología, cuando afirmó en notable ocasión:

“Ante todo, y sin necesidad de repetir lo que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto: para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan — decíamos recientemente a un grupo de seglares —, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio". San Pedro lo expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura y respetuosa, para que si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta. Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad” (Evangelii nuntiandi 41).

Insistamos en esta madurez ética, en la que, como vemos, la sinceridad es elemento esencial, es fundamental. Nuestros jóvenes, en efecto, deben sentir que cuanto los docentes les decimos no son palabras que no vivimos nosotros mismos, sino que se las decimos precisamente porque ellas son el fruto de la verdad que nosotros hemos encontrado personalmente y que tratamos de buscar diariamente, de una manera cada día nueva, como una verdad que atañe a nuestra propia vida. Nuestros jóvenes universitarios son de ello particularmente atentos y exigentes: sólo cuando encuentran que su profesor se halla en este camino – y para el caso particular de los profesores de teología, cuando nos ven en búsqueda por aproximarnos a la vida del Señor, y el Señor a nuestra propia vida[20] – entonces nuestras palabras pueden ser creíbles y poseer una lógica visible y convincente.

El proceso educativo en relación con la verdad no puede desligarse del resto del conjunto de la formación integral de las personas y del auténtico progreso social. Esto es clave en el concepto educativo católico, como vimos. Pero, por eso mismo, la formación del entendimiento - es decir "la adquisición de instrumentos cada vez más refinados para una lectura crítica de la realidad partiendo de la de sí mismo", como ha acotado el S. P. FRANCISCO, 6 de mayo de 2017 - debe contribuir a la madurez de las personas de sus estudiantes, a conformar el conjunto de sus valores, opciones y actitudes, a que ellas puedan valorar, pensar e influir por cuenta propia, y a que, bien capacitados en su juicio recto, se entreguen a la indagación de la verdad mediante el empleo de los procesos intelectuales más adecuados. Se comprende en este contexto la importancia que posee también la formación política de quienes habrían de ser unos ciudadanos conscientes y activos, preparados para intervenir decisivamente en los debates de la democracia. Así mismo, la formación integral debería llegar a preparar a estos jóvenes para su ingreso en el mundo del trabajo, y, en concreto, para su primer empleo: ayudándolos a descubrir el significado del mismo, y que se trata de una muestra de confianza en el futuro, sobre todo cuando se les ofrecen contratos laborales de buena calidad, de largo término y con reales oportunidades para su promoción. Además, es bien conocida la importancia que tiene el empleo, a todo nivel y de todo tipo, en la creación de unas condiciones apropiadas para lograr una economía sostenida y sustentable en una sociedad cada vez más globalizada. Lamentablemente, como conocemos, en las actuales circunstancias – nacionales así como mundiales – se presentan desfavorables estas situaciones – ¡no sólo se trata de salir de una temporal crisis económica o financiera! – tan vinculadas con la desnutrición y la exclusión social, entre otras, y se convierten, más bien, en causa de frustración para muchísimos, y a la cual se debe afrontar con lucidez, decisión, persistencia y carácter[21].

Por eso, para atender también a estas exigencias de la formación, peculiaridad de la educación universitaria católica será, especialmente, el trato personal entre el docente y el estudiante. Versa éste en un aporte del modelo educativo católico cuyas raíces evangélicas y de estirpe ignaciana deberían enfatizarse y fortalecerse, y respecto del cual se debería hacer cuanto fuere del caso para que no se desvirtuara ni se lo subutilizara. Al respecto traigamos a la memoria una disertación del P. Gerardo REMOLINA, S. J., quien fuera rector de la Pontificia Universidad Javeriana, en la cual recordaba, a su vez, al M. R. P. Peter-Hans KOLVENBACH, anterior Prepósito General de la Compañía de Jesús:

“En reunión realizada el pasado 16 de febrero, el P. Gerardo Remolina, S. J., Rector de la Universidad, compartió con todo el cuerpo directivo una reflexión acerca del significado que tiene en la actualidad la “cura personalis” que debe caracterizar toda institución educativa de la Compañía de Jesús. […] Luego de responder la pregunta “¿Qué es educar?” y de enunciar las dos funciones de la educación, “«desarrollar» y «formar» la personalidad”, el Padre Rector hizo algunos planteamientos sobre “la manera de educar”, para luego referirse a “la labor formadora de la institución educativa en cuan­to tal”. El último aparte de este texto lo introdujo con la siguiente advertencia: “puesto que uno de los principales obstáculos, para tener la valentía y el coraje de educar que estamos proponien­do, consiste en una equivocada concepción reinante de lo que es la autonomía y la libertad, deseo terminar estas reflexiones tratando de hacer un aporte a la clarificación de estos conceptos clave”. […] Concluida la presentación de este documento, el Padre Rector expuso algunos apartes de la Lección Inaugural que tuvo lugar el 2 de mayo de 2006 en la Universidad Alberto Hurtado, Chile, a cargo del P. Peter-Hans Kolvenbach, S. J., Prepósito General de la Compañía de Jesús y Gran Canciller de la Universidad Javeriana. Precisamente el Padre General anotaba que la “cura personalis” constituye “una exigencia que permanece como desafío en el ni­vel universitario… Se trata de la atención dada a cada uno de los estudiantes, el cuidado de la persona, de la personalidad”, -y se­ñalaba que- “durante siglos, esta “cura personalis” ha constituido el gran atractivo de la educación ignaciana”[22].

Este trato personal es característica, además, típicamente eclesial. En efecto, se trata de una manera particular de expresar la búsqueda de consejo en un buen “padre espiritual”, que acompaña a cada cual en el conocimiento profundo de sí mismo y lo conduce a la unión con el Señor, a fin de que su existencia sea cada día más conforme con el Evangelio. Para avanzar hacia el Señor, en efecto, se requiere siempre de la ayuda que nos proporcionan un guía y el diálogo con él; no es suficiente hacerlo con base sólo en nuestras reflexiones.   

La tarea, compleja y profunda – como se ve –, no puede realizarse aisladamente por parte de una institución educativa. Teniendo presentes estas indicaciones y asuntos, y la necesidad de ampliar los horizontes del diálogo y de unir el esfuerzo entre Universidades y docentes, los Obispos asistentes a la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, celebrada en el Vaticano del 16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997, afirmaron:

“Además, «debe estimularse la cooperación entre las Universidades católicas de toda América para que se enriquezcan mutuamente» (Propositio 23), contribuyendo de este modo a que el principio de solidaridad e intercambio entre los pueblos de todo el Continente se realice también a nivel universitario”[23].

Para lo cual, ellos sugirieron, entre otros recursos, “la promoción de congresos para los educadores católicos en ámbito nacional y continental, tratando de ordenar e incrementar la acción pastoral educativa en todos los ambientes”[24].

Una palabra final. Todo cuanto hemos venido señalando ha colocado las tareas y responsabilidades de los maestros, investigadores y docentes universitarios – algunos de ellos “teólogos” titulados –, en un punto sumamente alto, ajustado con los más altos objetivos que persiguen la sociedad y la Iglesia. Esa misma condición debería ser correspondida, sin lugar a dudas, con las muestras de aprecio y respeto que los padres de familia, los educandos, las propias instituciones y las comunidades en general deberían proporcionarles, sobre todo en aquellos casos en los cuales ello no ocurre así. Sirva la ocasión, entonces – sin entrar en detalles, e incluso en las actuales circunstancias de la economía nacional y mundial –, para criticar cuanto estructuralmente llegara a menoscabar el pleno empleo, en particular de los docentes universitarios, y el ejercicio decoroso de su trabajo, con lo cual se robustecen variadas formas de pobreza y de desintegración social, que ofenden la dignidad humana. Y de otra parte, para que dichas tareas y responsabilidades de los maestros y directivos universitarios sean cada día más pertinentes al momento actual en que vivimos, se hace necesario enfatizar, una vez más, cuán primordial es confiar en las personas, escucharlas, tener en cuenta sus necesidades concretas al momento de efectuar cualquier planeación y de llevar a cabo toda realización: comenzando por nuestros mismos estudiantes… Institucionalizar y mantener actualizados estos canales de comunicación, se entiende, es, desde todo punto de vista, de importancia vital para las Universidades católicas.   

c. Relaciones mutuas entre la investigación científica y el desarrollo cultural. La perspectiva teológica: un aporte co-responsable al diálogo con las demás disciplinas.


5. Abordamos este campo que es vasto en los aspectos a considerar y en sus implicaciones en relación con todos los aspectos de la realidad humana y de su entorno natural. Ya veíamos los principales componentes de la cultura (y de las culturas[24 bis]) en el capítulo anterior, lo que nos exime de tener que repetirlos aquí. En cambio, sí nos interesa detallar con especial atención las obligaciones que el “mundo de la cultura” demanda de sus agentes, y, de modo particular, de quienes son considerados entre sus agentes principales, los científicos, los artistas y los educadores universitarios.

Ha sido especialmente el Concilio Vaticano II quien, probablemente, ha resaltado mejor las relaciones entre la verdad y la cultura. No sólo porque era de su incumbencia esclarecer las conexiones existentes entre “fe y cultura”, entre el reinado de Dios y las realizaciones culturales de cada época (cf. especialmente los nn. 57-62 del capítulo dedicado a la cultura en la GS), sino porque el mundo actual demandaba a las religiones, y en particular a la Iglesia católica, asumir las nuevas condiciones de los tiempos, y, por lo tanto, de aceptar la “legítima autonomía” de las realidades temporales frente a lo religioso, en lo que tiene que ver con el desarrollo social.

Así, pues, no sólo se destacó en el Concilio, como hemos visto, de qué forma a lo largo de los siglos los artistas, en sus diversos campos, tradujeron el mensaje cristiano en formas culturales (literatura, música, arquitectura, escultura, pintura, etc.: cf. SC 122-129; “Mensaje a los artistas”; GS 62cd), sino que insistió en que no es posible transmitir dicho mensaje sin tener en cuenta, sin respetar y valorar las diversas culturas, por lo cual hay que atender a las relaciones que se producen entre estas y quienes proclaman dicho anuncio (cf. GS 58). Más aún, en particular, la Iglesia no sólo no se siente identificada ni ligada a una civilización, sapiencia o nación en especial, sino, por el contrario, se debe a todas (cf. GS 58) [25]. Estos procesos, que son sumamente complejos, afectan, de manera particular a la educación en todos sus niveles (cf. GS 62), y, por supuesto, al universitario, pero pueden contribuir definitivamente “a afinar en todos sus valores y a orientarlos a la construcción de una sociedad abierta a los ideales del espíritu” (Benedicto XVI).

Por eso descuella en el contexto en el que nos encontramos, su referencia a las “libertades humanas” en lo que concierne a la actividad cultural. Se trata de dos párrafos claros y elocuentes de GS 62fg:


“Vivan los fieles en muy estrecha unión con los demás hombres de su tiempo y esfuércense por comprender su manera de pensar y de sentir, cuya expresión es la cultura. Compaginen los conocimientos de las nuevas ciencias y doctrinas y de los más recientes descubrimientos con la moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y la rectitud de espíritu de las ciencias y de los diarios progresos de la técnica; así se capacitarán para examinar e interpretar todas las cosas con íntegro sentido cristiano.Los que se dedican a las ciencias teológicas en los seminarios y universidades, empéñense en colaborar con los hombres versados en las otras materias, poniendo en común sus energías y puntos de vista. La investigación teológica siga profundizando en la verdad revelada sin perder contacto con su tiempo, a fin de facilitar a los hombres cultos en los diversos ramos del saber un más pleno conocimiento de la fe. Esta colaboración será muy provechosa para la formación de los ministros sagrados, quienes podrán presentar a nuestros contemporáneos la doctrina de la Iglesia acerca de Dios, del hombre y del mundo, de forma más adaptada al hombre contemporáneo y a la vez más gustosamente aceptable por parte de ellos. Más aún, es de desear que numerosos laicos reciban una buena formación en las ciencias sagradas, y que no pocos de ellos se dediquen ex profeso a estos estudios y profundicen en ellos. Pero para que puedan llevar a buen término su tarea debe reconocerse a los fieles, clérigos o laicos, la justa libertad de investigación, de pensamiento y de hacer conocer humilde y valerosamente su manera de ver en los campos que son de su competencia.”


Las libertades de pensamiento, de creación, de expresión, de asociación, etc., son, pues, altamente valoradas, sobre todo si se define la cultura por su característica de ser expresión de libertad. Y especialmente la actividad investigativa las requiere.

Las conexiones entre la liberación y la cultura son de destacar también en este contexto. En efecto, se destaca el compromiso que todos habrían de tener en relación con el sano fomento cultural. En primer término, exige a todas las personas preocuparse y esforzarse también por comprender la manera de sentir y de pensar de otros hombres y mujeres, y, a los científicos y otros agentes culturales fomentar cuanto contribuya a su trabajo mancomunado (cf. GS 62). Los teólogos, en este aspecto, prestan su colaboración al trabajo de los científicos cuando se unen a sus esfuerzos y les aportan sus puntos de vista. Esta invitación urgente se refiere también, por supuesto, a los fieles laicos, a quienes no sólo se invita a adquirir una excelente formación teológica, sino a favor de quienes se piden mayores facilidades para que puedan obtenerla, pues de ella depende, como hemos resaltado, la armonía entre “fe y cultura”.

En lo que se refiere a las exigencias morales en particular, a pesar de las dificultades que pueden surgir, es del todo necesario aprender a armonizar dichas exigencias con los logros de las ciencias, con las doctrinas nuevas y con los nuevos descubrimientos (cf. GS 62), de modo que no sólo se destaquen los rasgos éticos comunes, originales de la única “familia humana”, sino que, incluso, la dimensión religiosa auténtica, que expresa la comunión de lo visible con lo espiritual, se pueda evidenciar y se fortalezca. Más aún, se señala en la misma Constitución Pastoral que:

“El hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales y se dedica a las artes, puede contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a conceptos más altos de verdad, de bien, de belleza y a juicios de valor universal, y así sea iluminada mejor por la maravillosa Sabiduría que desde siempre estaba con Dios disponiendo todas las cosas con Él... Con todo lo cual, el espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser elevado con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación del Creador […]” (GS 57).

Y citando al mismo Concilio anotaba al respecto Jean-Yves CALVEZ:

“Hay peligros en las ciencias y en la técnica de hoy, no pudiendo ellas por su método penetrar hasta las íntimas esencias de la cosas (se favorece así cierto fenomenismo y agnosticismo), “sin embargo estas lamentables consecuencias no son efectos necesarios de la cultura contemporánea ni deben hacernos caer en la tentación de no reconocer los valores positivos de ésta”. “Entre tales valores (precisamente) se cuentan, dice nuestro texto a continuación,... el estudio (mismo) de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas..., la conciencia cada vez más intensa de la responsabilidad de los expertos para la ayuda y la protección de los hombres, la voluntad de lograr condiciones de vida más aceptables para todos” (GS 57). Todos valores afines a la verdad.” [26]

Así, pues, la relación entre “ética” y “ciencia” no puede considerarse en forma excluyente de uno u otro polo de la misma: o ética, o ciencia. Por el contrario, como bien lo ha reafirmado el Papa BENEDICTO XVI a propósito de problemas particularmente sensibles y urgentes en el presente,

“Del mismo modo, la acción internacional dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas de vida sobre la tierra no ha de garantizar solamente un empleo racional de la tecnología y de la ciencia, sino que debe redescubrir también la auténtica imagen de la creación. Esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos.”[27]

Más aún, débese reafirmar la necesidad de apoyar y de promover la investigación científica en beneficio de toda la humanidad. Las Universidades católicas existen, entre otras razones, como hemos podido ver, para prestar un servicio “diaconal” a la verdad; para contribuir a enriquecer el patrimonio intelectual y para favorecer el bienestar auténtico de la nación; para animar seriamente las investigaciones que se están realizando en los campos de la medicina y de la biología, con la finalidad de curar enfermedades y de mejorar la calidad de la vida de todos, a condición de que sean respetuosas de la dignidad de los seres humanos. Este respeto exige que cualquier investigación que sea contraria a la dignidad humana esté excluida moralmente de ellas.

Las Universidades católicas, en esta misma línea de comportamiento, no pueden ser entidades "de puertas cerradas", contradiciendo la condición misma de su catolicidad - y, por supuesto, el carácter polifacético e histórico de su propia composición -. Lugar del encuentro y del diálogo, las Universidades católicas no buscan su propia autoafirmación - incluso ni su propia popularidad y reconocimiento ("ranking") -, sino, como tantas veces se ha dicho aquí, la búsqueda sincera y objetiva de la verdad, venga de donde viniere. Y, en tal sentido, la afinación del sentido crítico en investigadores, docentes y estudiantes es marca suya característica y ejemplar para el resto de la sociedad: dudar sobre la propia posición, no hacer el juego a los discursos y narrativas a las que se denomina hoy "hegemónicos" y, como hemos visto, unilaterales, "ideológicos", en el sentido como se los definió en los primeros capítulos de esta investigación. No se trata simplemente de demostrar que la posición del otro está equivocada, mientras la propia es la correcta, y, más aún, la única posible. Las Universidades católicas, maestras y discípulas del diálogo y de la búsqueda de la verdad crean interacciones, desarrollan - a la par que siguen investigando - los instrumentos que permiten a todos ese acercamiento a la verdad y vencen los mecanismos y obstáculos, internos y externos, subjetivos y objetivos, conscientes e inconscientes, que perturban en ella tal acercamiento. Es de la esencia del método científico y del "pasar haciendo el bien a todos" evangélico. Es necesario establecer, o si existen cualificar, los medios, las reglamentaciones, los tiempos y espacios que permiten a la academia no sólo la crítica sino la propuesta, la formulación de teorías, y, para ello, la generación de discusiones sanas, a veces no tan apacibles sino vigorosas y encendidas - escuchándonos, diciéndonos -, pero siempre tras el seguimiento de esa práctica (martirial) tan propia de Jesús, el Επιστάτες. El impacto social de esa práxis debería ser consecuente, sobre todo en y por sus implicaciones económicas, políticas, culturales. De esta ética en el diálogo, que no busca imponer, que no busca sólo el error o la equivocación del otro, que permite penetrar en el argumento del otro, que no lo malinterpreta, a veces con torcidas intenciones, han de ser maestras todas las universidades, y, en todo caso, ciertamente, las católicas. Acoger, pues, la diversidad en los planteamientos, y establecer la generación de aquellos mecanismos académicos que promueven y realizan el debate respetuoso, es típico de las Universidades católicas, de modo que su proyección social genere unas mejores condiciones humanas en las naciones, en todos los pueblos[27 bis].  

También en este contexto es menester hacer una alusión a las TICs, que hemos mencionado en otros lugares, y, muy en particular, a los ambientes virtuales de información, mediante los cuales las Universidades del presente – ya no simplemente las del futuro – se están proyectando en el medio, con crecientes exigencias para la imaginación pedagógica[28]. Sin renunciar ni un ápice a su identidad universitaria ni a los fundamentos que las caracterizan, antes por el contrario, profundizando en ellos y desplegándolos aún más; y para dar un necesario y esperado aporte a su “desarrollo” – comprendido como lo ha enseñado el Magisterio de la Iglesia – están particularmente convidadas las Universidades católicas y las Universidades y Facultades eclesiásticas a proseguir en su empeño de actualización permanente, y todo esto según nos enseñaban:


“Mas si todas las universidades, y en gran medida las católicas de Latinoamérica, están llamadas a formar a la persona en las alturas de las ciencias regidas por la causa de la verdad y la justicia, de aquélla (la tecnología) depende que sobrevolados los óbices, se acelere la marcha del auténtico desarrollo de nuestras naciones. El desarrollo es inseparable de las concepciones filosóficas que se tengan de la historia. Que si circulante sobre sí misma, a la manera de ritmos envolventes de ascenso y descenso, según algunas concepciones de los antiguos, no muy conscientes del pasado y de la inmensidad del universo. Que si pesimista y descendente, porque todo pasado fue mejor. Que si ascendente, a la manera de espiral en vuelo hacia los valores superiores. Que si rectilínea y enfilada al alcance de una meta indefinida. O si, y en cualquiera de estas concepciones y percepciones, gobernada por Dios, principio y fin de todas las vidas y de la historia escatológica de nuestra salvación”[29].








Conclusiones





1. Al término de esta revisión de los altísimos y exigentes horizontes morales que se abren para los seres humanos a propósito de los cuatro temas centrales o núcleos morales-canónicos hacia los que se está dirigiendo nuestra investigación; pero, de igual manera, al considerar los obstáculos que se nos presentan en relación con ella y los límites que culturalmente ha ido precisando la humanidad a través de los tiempos – de las civilizaciones y de los lugares – como indicios y como expresiones de una creación realmente humana y humanizante penetrada por la verdad, bien podemos extraer una primera conclusión central: la relación esencial e indisoluble que tiene la “verdad” con la realización auténtica humana, la búsqueda de la “verdad” como dimensión propia de la existencia cristiana. San Pablo, por eso, precisamente, relaciona la práctica de “la verdad en el amor” y del “amor en la verdad”, con la alegría: “la caridad… se alegra con la verdad” (cf. 1 Co 13,6b).

En efecto, como expresión genuina de las dimensiones-capacidades humanas que efectivamente nos caracterizan, y de nuestra realización de la justicia, de la caridad, de la sabiduría y de numerosos valores más, hemos nuevamente evidenciado que nada dignifica más a los seres humanos, nada los puede llenar de mayor y legítimo orgullo, que una existencia comprometida con la verdad, una existencia verdadera, en todo el espectro de sus valencias y de sus expresiones. La verdad, al mismo tiempo objeto de estudios científicos y realidad que nos atañe a todos personalmente. Y ello es así muy especialmente cuando lo encontramos referido a las personas que se dedican por completo a la investigación y a la docencia universitaria.

Cuanto el texto canónico indicará brevemente, y, aún, lacónicamente, mediante los verbos: “Quaerere” (buscar) – “Gnoscere” (conocer) - “Amplecti” (abrazar) - “Servare” (mantenerse), todos en relación con la “verdad”, inclusive y especialmente en lo que ésta tiene qué ver con Dios y con la Iglesia, como hemos evidenciado a lo largo de este capítulo, encuentra un sustento ya no solamente cristológico, ni aún siquiera en los correlatos antropológicos, sino, inmediatamente, en los elementos diferenciados de orden ético y teológico-moral: conforme al querer de Dios que participa “de cuerpo entero” en la elevación y divinización de los seres humanos, ellos sólo se construyen como tales cuando y en cuanto realizan auténticamente lo que ellos son: cuando ponen en práctica y en cuanto se esfuerzan por desarrollar a plenitud sus dimensiones constitutivas (en el orden del ser); y, de modo muy propio y característico, cada vez que (en el orden del obrar) se relacionan, con Dios, consigo mismos, con las otras personas, y aún con la naturaleza, de una manera responsable, veraz y verdadera, formando comunidad con ellos.

En medio de una complexificada red de decisiones, elecciones y responsabilidades individuales[30], imbricadas con las asumidas solidariamente como organismos sociales, quienes están vinculados más estrechamente, entonces, con el escudriñamiento de la verdad y con su comunicación, especialmente mediante la investigación, la docencia y difusión denominada “científica”, en todos los ámbitos de la academia, de la industria, de la sociedad, del Estado, etc., merecen ya, por ese mismo hecho, un reconocimiento del todo especial, así sus logros no sean publicitados ni, aparentemente, de monumental resonancia: es el trabajo discreto, tantas veces paciente e invisible, del “ratón de biblioteca”. Este reconocimiento debe hacerse, sobre todo, sin embargo, a quienes no sólo se esfuerzan por buscar una “verdad”, por así decirlo, extrínseca a ellos – por los objetos (materiales) que manipulan –, a quienes encuentran en el ejercicio intelectual un solaz y su propio disfrute, meritorios sin duda; sino a quienes se esfuerzan por “obrar la verdad”, por “hacer la verdad” – nada popularizado –, una verdad que es, ante todo, la verdad de su propia existencia dentro del proyecto de Dios: el reinado de Jesucristo es, ciertamente, un reinado “de” verdad y “en” verdad (cf. Prefacio de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo[31]).

Las Universidades, pues, y de manera especial las Universidades católicas, así como las Universidades y Facultades eclesiásticas, a causa de su misión docente, encuentran aquí, de igual modo, un compromiso y una tarea original y urgente que, realmente, las honran y enaltecen. Llamadas a vivir plenamente su identidad, no sólo en el plano institucional sino en cada uno de los miembros de sus comunidades académicas, ellas prestan un excelente servicio a “la causa de la verdad”, tal como fue la vida de Jesús: cuando no dedican sus esfuerzos simplemente a condenar, a lamentarse o a recriminar y, por el contrario, su preocupación central consiste en “soplar” en lo humano y divino que aún queda en los rescoldos de costumbres y de pasiones fuera de cauce; cuando sus procesos y sus metas traslucen su responsabilidad con la verdad íntegra y universal, su denodado esfuerzo por abrir los espacios que tantas veces se cierran o se reducen, y su deseo por aportar a todos los campos del saber una inquietud y una perspectiva de sentido; cuando entre los asuntos que someten al criterio y a la consideración de sus docentes, estudiantes y administrativos descuellan y se destacan las múltiples formas y momentos de la búsqueda y del encuentro con la verdad; cuando se fomentan en forma efectiva y eficaz las posibilidades para que, especialmente mediante el trabajo conjunto y comunitario, los diversos equipos de investigadores puedan encontrarse y comunicarse el resultado de sus investigaciones; cuando sus intereses coinciden con los de la humanidad entera; cuando se crean las condiciones más propicias para que las investigaciones científicas contribuyan, a su modo, a adquirir un mayor y un mejor conocimiento y amor de Dios y de los hombres.

Como manifestó el P. Gustavo BAENA B., S. J.:

“[…] El teólogo, en particular, debe estudiar bien el universo para poder atender y escuchar a Dios en él: a través de las ciencias, llegar a conocer cómo es la complejidad del mundo. Las ciencias no son malditas o diabólicas, sino que en ellas hay sensatez y esa es parte de la manera como Dios se está dejando leer por nosotros. Hay que investigar lo fundamental, los principios. Una facultad de teología debe ser responsable. Estamos formando lectores de la realidad, no sólo los profesores tienen esa tarea. Y ¿para qué sirve esto? Nos ayudan las ciencias enormemente, para poder aterrizar ese mundo de la revelación.”[32]

Al proceder así, las Universidades católicas y las Universidades y Facultades eclesiásticas, por su particular juicio de conciencia sobre la cuestión, estarán rindiendo su mejor culto a Dios, actuando proféticamente como testigos cualificados de la fe, y contribuyendo a que se continúe “realizando hoy, en el corazón” de todos los hombres y mujeres que se vinculen de alguna manera con ellas, “aquellas mismas maravillas que tú, oh Dios, obraste en los comienzos de la predicación evangélica”[33].

2. La “cura personalis” a la que hemos aludido en diversas partes de esta investigación se refiere, en nuestro caso y como hemos dicho, no sólo a las personas de nuestros estudiantes sino, más ampliamente, a cuantos conforman las comunidades universitarias, ante todo. Pero, vistas las cosas desde una perspectiva también “cultural”, cada saber, cada disciplina, sea ella científica, técnica, artística, filosófica o teológica, cultivada, a su vez por personas, merece una atención, una valoración, un respecto del todo particular, diferenciado, propio, por parte de los otros saberes y, por supuesto, por parte del “alma mater” que las cobija. No puede tratarse, pues, de un tratamiento “en montón”; y ello, especialmente para la teología, como en relación con ella, tiene sus serias consecuencias, indudablemente.

En efecto, si las disciplinas son, a su modo, culturas – en el sentido que hemos explicado en el capítulo anterior –, el diálogo “intercultural” – “interdisciplinario” ha de ser extremadamente respetuoso de los “objetos”, de las “sensibilidades”, de las “metodologías” que cada una de dichas culturas posee, o, mejor aún, las constituye en su especificidad. El diálogo en torno a la verdad al que estamos aludiendo necesariamente tendrá que ser, por lo mismo, altamente diferenciado, si se quiere avanzar a nuevos espacios de interrelación y de integración. Y, debemos insistir en ello, quienes asumen estos diálogos – sobre todo entre la teología y cada uno de ellos (al momento presente, 2011, pueden existir no menos de 38 carreras / 63 departamentos, algunos con “unidades” en su interior, profesiones distintas, en nuestra PUJ) – deberían estar capacitados debidamente para emprenderlos. De ahí la altísima conveniencia de encontrar teólogos conocedores/practicantes, ojalá profesionalmente, de dichos ámbitos disciplinares. Incluso, y sobre todo, cuando se trata de diálogos que implican a dos o más disciplinas o áreas disciplinares (en cualquiera que fuera la manera de agruparlas). Ejemplo excelente de ello está dando el Pontificio Consejo para la Cultura.

Ante el horizonte moral de posibilidades que ahora se nos abre, en lo que concierne a las diferentes áreas de la teología (teología bíblica, fundamental, dogmática, moral, pastoral, litúrgica, etc.) en diálogo con las disciplinas y con las artes nos cabe indicar algunas breves líneas para sucesivas investigaciones sectoriales, trabajo en el que vienen empeñados todavía insuficientes grupos de generadores.

En un intento por mostrar mi percepción sobre posibles campos limítrofes para el diálogo, a partir de la visión metafísica y epistemológica antes reseñada, entre las diversas disciplinas teológicas con las diversas disciplinas científicas[34], propongo para las Universidades católicas, así como para las Universidades y Facultades eclesiásticas[35], los siguientes esquemas, muy fragmentarios e incipientes, seguramente, todavía, pero susceptibles de ser complementados y corregidos eventualmente. Presentaré, primero, los componentes intradisciplinares, luego algunos de los interdisciplinares.



 ↱Fundamental  ↠    Historia de la Iglesia        ↠     Espiritual     ↠    Liturgia

                                                       Sagrada Escritura
                                                                                                                                     
 ↟Dogmática/Sistemática    ↞     Moral     ↞    Derecho canónico    ↞  Pastoral



Esquema 50


En el gráfico se considera el ámbito del saber teológico por el círculo más amplio, en el que la Sagrada Escritura, con sus introducciones, contextos y exégesis, es el “alma” de la Teología, “ciencia una”. Las grandes áreas disciplinares que componen a esta “scientia una” se mencionan, mostrando a través de los círculos punteados – a la manera de una membrana –, cómo cada una de ellas necesariamente está abierta y en interacción con las demás, de tal manera que cada una ellas posee un perfil propio en la medida en que se distingue de los otros, pero, al mismo tiempo, en la medida que contribuye a perfilar a los demás. La dogmática sola, con sus componentes, por ejemplo, no existe, no puede darse, sin una interrelación tanto con la Escritura[36], por ejemplo, o con la Historia de la Iglesia y de los dogmas. A su vez, la Historia de la Iglesia debe elaborarse teniendo en cuenta la eclesiología, uno de los componentes principales de la dogmática[37]. Y así sucesivamente.  La interacción total de los saberes parciales confluye necesariamente en el resultado final, tanto en la docencia como en la investigación. Es notable que entre cada uno de estos saberes bien se pudieran explicitar, mediante flechas, estas interacciones de doble sentido (de ida y de venida). Esta “lógica” de la racionalidad teo-lógica, quizás, a primera vista, no es totalmente comprensible para un lego en la materia; pero, para el teólogo, de quien Jesucristo es modelo eximio, se trata de la razón misma de ser de su saber, que lo introduce plenamente en el misterio inabarcable de Dios que siempre lo supera y al que se acerca balbuciente. Intentar comprenderla – pedagógica, razonable, contemplativamente[38] – pero, sobre todo, vivirla, es tarea de toda su vida.

A su vez, cada una de estas áreas teológicas entra, o puede entrar, en contactos interdisciplinares con las disciplinas científicas, pues, entre otras cosas, requiere de su ayuda y colaboración enormemente. Sobre el Derecho canónico ya hemos dicho algo en los capítulos I y II, y volveremos sobre ello en el capítulo próximo. Sin pretender, como indico, decir la última palabra sobre el asunto, restringiéndome a mi actual “campo de operaciones”, y, a manera de ejemplo, al menos diviso los siguientes posibles campos de interacción[39]:




 ⇆   Arqueología, Biología, Microbiología  ⇆  Lenguas, Lingüística y Literatura   

↨                              Sagrada Escritura / Dogma                                           ↨

⇆  Antropología, Psicología  ⇆   Pedagogía   ⇆   Filosofía   ⇆   Historia   


Esquema 51





⇆ Ética   ⇆   Biología y D. Medioambientales    ⇆    Antropología   ⇆     Psicología  

⇆ Economía                                  Teología Moral                                                    Historia  
                                                                                                                     Sociología  

⇆  Medicina y D. de la vida  y salud  humana  ⇆  Política/Derecho  ⇆  D. Técnicas y Tecnológicas

Esquema 52





⇆   Estudios sobre Religiones   ⇆ Psicología  ⇆    Artes, Comunicación social   

⇆   Arquitectura, Diseños, Ingenierías               Liturgia                               Historia 

⇆   Física, Química      ⇆  Literatura, Lingüística y Lenguas        ⇆  Antropología



Esquema 53





⇆   Psicología y Psiquiatría   ⇆   Historia   ⇆  Administración, Contaduría y Economía   

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Esquema 54



Más en particular, y dadas las circunstancias actuales que vivimos en Colombia – potenciadas por el entorno global y por los cambios cada vez más rápidos y profundos que genera, para citar sólo un factor, la biotecnología –, estas investigaciones, entre otras, podrían girar – en lo que se refiere o por lo que toca con el ámbito moral (ética), v. gr. –:

a) a las relaciones amplias entre religiones y ciencia;
b) a las religiones y la paz mundial:
c) a la justicia y la política;
d) a la economía;
e) al medioambiente, la sociedad y la ciencia;
f) a la educación y la pedagogía y moral; etc.

En este aspecto, muy especialmente se debe subrayar la importancia que tiene – y a las Facultades eclesiásticas, como hemos visto, les incumbe impulsarlo y promoverlo de manera del todo especial – animar a la construcción de propuestas interdisciplinares que quieran aprender de las propias experiencias vivenciadas en comunidades académicas y no-académicas; propuestas que hayan optado por el diálogo, en las dimensiones y exigencias exploradas en esta investigación, como camino de esa construcción; que quieran resaltar las características que las identifican como Universidades católicas y, eventualmente, como Universidades y Facultades eclesiásticas; y, como ha sido nuestro intento desde el comienzo de esta investigación, busquen ser fermento de bien humano en la sociedad, orientándose en el discernimiento cada vez más penetrante de dicho bien humano y hasta el punto de contribuir eficazmente en la obtención de un real cambio cultural a favor de la vida y dignidad humanas.

Más aún, es necesario que, incluso, sean promovidas y efectuadas unas acciones que sean capaces, en ejercicio constructivo de síntesis, de unificar los principios y procedimientos que permitan a los interlocutores discrepar o diferenciarse.

Será tarea, pues, de las Universidades y Facultades eclesiásticas, especialmente con ocasión de sus aportes cualificados a las Universidades católicas, y viceversa, emprender, acompañar, proseguir, secundar y perfeccionar dichas investigaciones disciplinares e interdisciplinares, de modo que el impacto social que se obtenga de ellas sea expresión de la humanización alcanzada; más aún, de modo que la docencia-aprendizaje de las profesiones se nutra y se afine mediante los avanzados desarrollos logrados por dichos grupos de investigadores. La sociedad lo espera de ellas.

Pero, de igual modo, la misma Iglesia. Las Universidades católicas están llamadas a prestar su servicio cualificado y característico al permitirle a la comunidad eclesial, y de modo particular al Magisterio y a los teólogos, mantener y profundizar aquel movimiento e interés que franca y ampliamente manifestó el Concilio Vaticano II cuando describió concisamente “los muchos beneficios que ha recibido de la evolución histórica del género humano” (GS 44a). Las Universidades católicas se convierten así en un “puente” pudiéramos afirmar, hoy por hoy, de tránsito necesario, cuando la Iglesia quiere permear las culturas con el Evangelio “adaptándolo al nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto fuera posible” (Ib.), pero también, viceversa, cuando quiere ella para sí misma “abrir nuevos caminos para la verdad” (Ib.), cuando desea “conocer a fondo diversas instituciones y disciplinas, y comprender con claridad la razón íntima de todas ellas”, sobre todo, “en tiempos como los nuestros, en los que las cosas cambian tan rápidamente y tanto varían los modos de pensar” (Ib.)[40].

4. Mirando a las disciplinas en particular en su ejercicio profesional, no podemos sino reiterar la valoración eminentemente positiva que la Iglesia Católica hace de ellas, no sólo en la perspectiva del orden de la creación sino también, y, muy especialmente por sus connotaciones cristológicas, en el de la redención (revelación, seguimiento de Cristo, glorificación y recapitulación). El capítulo anterior ya lo hacía notar y proyectar, pero el presente nos ha permitido precisar algunos de los componentes comportamentales que mejor expresan una cultura de la profesión en clave auténticamente humana, o, por lo menos, plantean su exigencia.

Ya hemos tenido ocasión de tratar más ampliamente sobre el asunto[41]. Refirámonos brevemente, pues, a algunas de las conclusiones principales.

En lo que concierne al “acto mismo profesional”, en primer lugar, debemos afirmar que el científico ha de ser una persona particularmente dedicada al conocimiento de lo que caracteriza y da identidad a su propia disciplina: a su marco teórico, a su objeto de estudio, a su método de proceder, a las “leyes” de diverso orden que la caracterizan (éticas, jurídicas, p. ej.). Y en ello ha de ser riguroso en orden al descubrimiento razonable y razonado de la verdad.

Esto no se logra de un momento a otro, ciertamente, sino mediante una capacitación muy exigente, sistemática, a veces prolongada, de modo tal que la persona llegue a lograr ser realmente “perito” en su campo[iii]. Las Universidades católicas deben proveer estos estudios de excelente calidad.

Pero, de igual manera, corresponde al profesional tener en cuenta que, como persona humana que es, ha de adquirir una sólida formación humana general, así como aprender a actuar bajo su propia responsabilidad, a ser honrado en todos los asuntos, a ser una persona honesta, esforzarse por lograr un profundo amor a la verdad y al bien.

En lo que concierne a los profesionales cristianos, las exigencias son muy precisas, por cuanto no sólo han de procurar alcanzar en todos los asuntos que se le someten a su consideración y en todas las situaciones que experimentan, una inteligencia evangélica y una coherencia entre su fe y su vida. Además, han de ser personas de exquisito espíritu cristiano y de caridad fraterna.

La experiencia de la vida y de su ejercicio profesional les permitirá a todos, pues, no sólo descubrir cuál es su papel en la edificación de la sociedad, sino ser eficaces partícipes en esta construcción.

Ha de observarse, sin embargo, que nada de esto se logra sólo si se considera que es el resultado de unos procesos en los que mínimamente está involucrada cada persona, a pesar de sus limitaciones. La Universidad es, como hemos visto, por identidad y misión, un lugar en el que los estudiantes y sus maestros se encuentran con el propósito de buscar y hallar la verdad. Pero, por eso mismo, será el trabajo mutuamente exigente de unos y otros, sin falsas delegaciones ni renuncias, el que les permita realizar ese objetivo, en el contexto de una personalidad plena y armónicamente desarrollada, de un bien común logrado, y del reinado de Dios en completa marcha hacia su justicia total. 

5. La búsqueda, encuentro, adhesión y mantenimiento en la verdad, con todo, como hemos advertido, son dinámicos y multiformes, y no poseen límites. Jesucristo nos enseñó a hacer la “lectura” permanente de los signos del Reino. Para las Universidades católicas, en consecuencia, se trata de mantener una praxis de investigación, conocimiento, adhesión y preservación de la verdad acerca de Dios, de la Iglesia y del hombre. Esto nos ha conducido, en particular, a que destaquemos, de manera concreta, y en lo que se refiere precisamente a las Universidades católicas y a las Universidades y Facultades eclesiásticas, algunos principales “valores morales”, susceptibles de ser convertidos en valores jurídicos, mediante el proceso de creación de la ley canónica. Entre tales valores hemos descubierto y destacado para el momento actual:

 La verdad religiosa de la que es portadora la Universidad católica en relación con las disciplinas que en ella se cultivan le exige y le permite a ella:


  • Mantener y ser campo propicio para el diálogo respetuoso entre las variadas y autónomas disciplinas.
  • Dilatar cada una de las ciencias: que las disciplinas cada día se cualifiquen, desarrollen y avancen más por la investigación, incluso en las maneras que adquiera su docencia.
  • Contribuir eficazmente en la construcción, fortalecimiento y desarrollo del tejido comunitario y científico bajo parámetros de altísima calidad.
  • Establecer instrumentos estatutarios y reglamentarios operativos y eficaces que obtengan y desplieguen una sinergia o mutua cooperación disciplinar mediante los cuales se facilite y anticipe aquel esperado progreso de las ciencias, que acompañe el paso de cada persona desde condiciones menos humanas a condiciones más humanas, inclusive en lo que se refiere a la implementación y al empleo de las nuevas tecnologías, y le permitan llegar al abrazo con la verdad que se refiere Dios y a su Iglesia.


Al interior de las Universidades católicas, en relación con la investigación y con la enseñanza de las disciplinas, le corresponde a la teología – lo cual se urge y se facilita más cuando ellas poseen una Facultad eclesiástica –:


  • Atender al desarrollo antropológico-biológico-fisiológico-psicológico-epistemológico de las capacidades antropológico-sociológico-culturales: moral, jurídica y religiosa del ser humano en relación con la verdad, inclusive acerca de Dios y de su Iglesia.
  • Aportar a la toma de conciencia de la importancia y necesidad de que existan unas probadas asignaturas “teológicas”, cuyo objetivo sea, precisamente, investigar y transmitir el potencial que posee una teología elaborada en las condiciones antes mencionadas de diálogo con las variadas y autónomas disciplinas que se cultivan en las diversas facultades.
  • Propiciar los espacios académicos de encuentro y de reflexión a favor de los investigadores y docentes de las áreas que tienen que ver tanto con la formación integral de las personas que conforman las comunidades universitarias, como con el progreso y la interfecundación de las disciplinas entre sí, y de éstas con la sabiduría de la fe cristiana.


Ha quedado expuesta, entonces, la necesidad de desarrollar procesos más integrales y profundos en nuestras Universidades así como en nuestros estudiantes, teniéndolos a ellos mismos como gestores de su propia educación, a lo largo de todas sus carreras, respaldados por asignaturas proporcionadas a la amplitud, gravedad y complejidad de los problemas descritos. Procesos que, hasta donde más sea posible, les ayuden a evaluar permanentemente la “situación” de su experiencia de fe, o en los “prolegómenos de la fe”, de modo que su paso por la Universidad católica les sirva efectivamente para progresar en ella, para madurar en ella en sincronía y, más aún, en diálogo, con otras experiencias normales de su crecimiento, y, de manera muy particular, con los conocimientos que van adquiriendo de las ciencias, disciplinas y artes que cultivan y de sus futuras profesiones. Sin duda, llegan a nuestras Universidades personas en muy distintos momentos de sus procesos personales (desde una aversión a la misma originada en diversos y a veces delicados factores, hasta personas con un altísimo compromiso personal, misionero y social, inclusive, cuyas energías, aún en formación, no deberían minusvalorarse) y las Universidades católicas, como expresión de su “cura personalis”, habrían de ofrecer diferenciada y personalizadamente este acompañamiento específicamente “académico”, junto con el más amplio “pastoral”.[42]

Una o dos asignaturas de baja importancia crediticia – ¿tratando qué temas/problemas?,  ¿con qué calidad pedagógica y didáctica? –, ¡y aisladas del conjunto del currículo! (¡y del resto de la acción evangelizadora diocesana!), prácticamente de nada sirven. Ahí está el punto: llegar a hacer sensibles y expresivos de estos valores y de este diálogo fe-ciencia, fe-cultura, fe-vida, los currículos que se orientan a la formación humana-profesional de nuestros estudiantes, de modo que las asignaturas no aparezcan como ficciones, como entidades postizas y desarticuladas del conjunto de la autoformación. 

Inclusive: así fueran asignaturas más numerosas, pero dejadas sólo a la solicitud – e ingenio y dotes histriónicas – de un pequeño grupo de profesores (“cada uno con su locura”, dirán), pero en contravía de las tendencias dispares, contrarias, con frecuencia, al Proyecto educativo católico que debería guiar a estas Universidades, y, aún contradictorias de una mayoría “neutral” y “silenciosa”, pueden, a la larga simplemente informar, o, lo que es peor, “vacunar”, más que evangelizar y servir de canal de la gracia. (Aunque, se dirá, “de lo malo, lo menos peor”, o, como decimos popularmente, “del ahogado, el sombrero”…). No es a lo trivial, ciertamente, a lo que se debe aspirar en una Universidad católica. Vistas las cosas desde otra perspectiva, resuenan, actuales, las palabras del M. R. P. Pedro ARRUPE SJ, quien por varios años y en época aún reciente y crítica del mundo y de la Iglesia sentenció: “¿De qué nos valdría realizar obras aparentemente excelentes, pero impregnadas de un espíritu mediocre?”

Teniendo de presentes estas graves exigencias, en el próximo capítulo nos adentraremos a observar algunos momentos del proceso mediante el cual los valores morales mencionados – al menos, algunos de ellos –, fueron detectados, sustentados, expuestos y desarrollados por parte de los estudiosos en la materia y por los documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia hasta el día de hoy. Observaremos especialmente el tema en varios textos del Conc. Vat. II, que viene a ser como la síntesis de todos ellos (cf. especialmente el cap. 3° de esta investigación), y el paso decisivo mediante el cual dichos valores morales llegaron a convertirse en “valores jurídicos” y a ser traducidos en las normas canónicas que, precisamente, estamos comentando.




Notas de pie de página



[1] El fenómeno es cada día más amplio y profundo. Son dignos de considerar, p. ej., los esfuerzos de la comunidad mundial mediante diversas Conferencias dedicadas a las problemáticas relativas a la educación y a su importancia social actual y para el futuro de la humanidad, para la paz, para el desarrollo sostenible (“sustainable development”), para la dignidad de los pueblos: Jomptien, en 1991, Dakar, en 2000, etc. Más de mil millones de estudiantes de escuelas y liceos, sean ellos estatales o no, en todo el mundo, parecieran estar viviendo un ambiente caracterizado por la globalización, no sólo económica sino educativa, cultural y política, pero, así mismo, un ambiente con grandes espacios de fatiga, desilusión y desmotivación, a la par que con unas mentalidades más cercanas al subjetivismo, al relativismo moral y al nihilismo. Lo cual condujo a la Congregación para la Educación Católica a presentar un documento de notable importancia para las más de 200.000 escuelas católicas y más de 42 millones de estudiantes de todo el mundo que existían en su momento, para contribuir a responder a estas situaciones y desafíos de la actualidad: "Educare insieme nella scuola cattolica. Missione condivisa di persone consacrate e fedeli laici" (“Educar juntos en la escuela católica. Misión compartida de personas consagradas y fieles laicos”), del 20 de noviembre de 2007, en (resumen en italiano): http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21139.php?index=21139&po_date=20.11.2007&lang=sp y en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20071120_conf-educare-insieme_it.html Actualizando esta información encontramos (2013): 70.544 asilos, con 6.478.627 alumnos; 92.847 escuelas primarias, con 31.151.170 alumnos; 43.591 escuelas secundarias con 17.793.559 alumnos: http://attualita.vatican.va/sala-stampa/bollettino/2013/06/08/news/31141.html
La pregunta por la educación de las personas lleva consigo preguntarse, sobre todo en medio de tantos cataclismos producto tanto de las fuerzas naturales desbordadas, como de los medios técnicos inventados por el ingenio humano, por la prioridad, real y efectiva, que debe darse a las personas mismas. Véase, a este propósito, el discurso del Papa BENEDICTO XVI a los nuevos Embajadores de Moldavia, Guinea Ecuatorial, Belice, República Árabe Siria, Ghana y Nueva Zelanda ante la Santa Sede, el 9 de junio, de 2011: “El primer semestre de este año ha sido marcado por innumerables tragedias que han tocado la naturaleza, la técnica y los pueblos. La amplitud de tales catástrofes nos interroga. Es el hombre quien está primero, está bien que lo recordemos. El hombre, a quien Dios ha confiado la buena gestión de la naturaleza, no puede ser dominado por la técnica y convertirse en su objeto. Una tal toma de conciencia debe llevar a los Estados a reflexionar juntos sobre el futuro a corto término del planeta, afrontando sus responsabilidades con vistas a nuestra vida y a las tecnologías. La ecología humana es una necesidad imperiosa. Adoptar en todo una manera de vivir respetuosa del medio ambiente y sostener la investigación y la explotación de energías limpias que salvaguarden el patrimonio de la creación y sean sin peligro para el hombre, deben ser prioridades políticas y económicas. En este sentido, se hace necesario revisar totalmente nuestra aproximación a la naturaleza. Ella no es únicamente un espacio de explotación o de lúdica. Ella es el lugar nativo del hombre, su “casa” en cierta manera. Ella es esencial para nosotros. El cambio de mentalidad en este campo, considerar las contradicciones que ello encierra, debe permitirnos llegar rápidamente a un arte de vivir juntos que respete la alianza entre el hombre y la naturaleza, sin la cual la familia humana se arriesga a desaparecer. Una seria reflexión debe, pues, ser llevada a cabo y soluciones precisas y viables deben ser propuestas. El conjunto de los Gobiernos debe comprometerse a proteger la naturaleza y a ayudarla a ejecutar su papel esencial para la sobrevivencia de la humanidad”. En: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27621.php?index=27621&lang=sp (Traducción mía).
Ha vuelto el Papa FRANCISCO sobre el criterio “ecológico” – que en la educación católica adquiere tanta trascendencia – en sus dos vertientes, la referida al medio ambiente natural y la referida al medio ambiente humano, tan “estrechamente ligados”, en su catequesis del 5 de junio de 2013: “Benedicto XVI recordó varias veces que esta tarea que nos ha encomendado Dios Creador requiere percibir el ritmo y la lógica de la creación. Nosotros en cambio nos guiamos a menudo por la soberbia de dominar, de poseer, de manipular, de explotar; no la «custodiamos», no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito que hay que cuidar. Estamos perdiendo la actitud del estupor, de la contemplación, de la escucha de la creación; y así ya no logramos leer en ella lo que Benedicto XVI llama «el ritmo de la historia de amor de Dios con el hombre»… Los Papas han hablado (también) de ecología humana, estrechamente ligada a la ecología medioambiental. Nosotros estamos viviendo un momento de crisis; lo vemos en el medio ambiente, pero sobre todo lo vemos en el hombre. La persona humana está en peligro: esto es cierto, la persona humana hoy está en peligro; ¡he aquí la urgencia de la ecología humana! Y el peligro es grave porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es sólo una cuestión de economía, sino de ética y de antropología. La Iglesia lo ha subrayado varias veces; y muchos dicen: sí, es justo, es verdad... Pero el sistema sigue como antes, pues lo que domina son las dinámicas de una economía y de unas finanzas carentes de ética. Lo que manda hoy no es el hombre: es el dinero, el dinero; la moneda manda… En cambio hombres y mujeres son sacrificados a los ídolos del beneficio y del consumo: es la «cultura del descarte». Si se estropea un computer es una tragedia, pero la pobreza, las necesidades, los dramas de tantas personas acaban por entrar en la normalidad… Con todo, estas cosas entran en la normalidad: que algunas personas sin techo mueren de frío en la calle no es noticia. Al contrario, una bajada de diez puntos en las bolsas de algunas ciudades constituye una tragedia. Alguien que muere no es una noticia, ¡pero si bajan diez puntos las bolsas es una tragedia! Así las personas son descartadas, como si fueran residuos. Esta «cultura del descarte» tiende a convertirse en mentalidad común, que contagia a todos. La vida humana, la persona, ya no es percibida como valor primario que hay que respetar y tutelar, especialmente si es pobre o discapacitada, si no sirve todavía —como el nascituro— o si ya no sirve —como el anciano—. Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles también al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre! Invito a todos a reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados”. En: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/audiences/2013/documents/papa-francesco_20130605_udienza-generale_sp.html
Y, de nuevo, con un reclamo particular a la comunidad católica, ante la “crisis que experimenta hoy la familia” y ante “el riesgo que experimentan nuestros ambientes sociales”, lo advirtió el Papa Francisco, cuando se dirigió al “Coloquio sobre la complementariedad del Hombre y de la Mujer”, el 17 de noviembre de 2014. Observó que en el contexto de la interrelación “ecología medioambiental-ecología humana” el matrimonio expresa su carácter antropológico, cultural y por lo mismo dinámico; por lo mismo, un defecto o ausencia de esta condición matrimonial en la vida social sólo redunda en pésimos efectos sobre “las mujeres, los niños y los ancianos”, “los más vulnerables”. Por el contrario, el reconocimiento real de tal condición impactará no sólo a la propia pareja, sino a la sociedad en general (Francisco 2014).
[1 bis]   Como se ha visto, al tema se han dedicado diversos momentos en esta investigación, urgiendo la necesidad de su actualización y el mismo merecería un estudio propio y permanente. Sirva a manera de ejemplo, si bien tomado del área de la educación médica, el caso expuesto por el Dr. Álvaro RUIZ MORALES et alii: “The effect of an educational intervention, based on clinical simulation, on the diagnosis of rheumatoid arthritis and osteoarthritis” en: Musculoskeletal Care 15/4 December 2017 (Version of record online: 13 December 2017) DOI 10.1002/msc.1228, en: https://www.researchgate.net/publication/321779375_The_effect_of_an_educational_intervention_based_on_clinical_simulation_on_the_diagnosis_of_rheumatoid_arthritis_and_osteoarthritis y en: http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/msc.1228/full
 [2] Cf., al respecto, el ya mencionado “Reglamento del Profesorado”, de la Pontificia Universidad Javeriana, del 11 de octubre de 2000, y modificado en posteriores sesiones por el Consejo Directivo Universitario – p. ej., la del 23 de octubre de 2004 -, en: http://www.javeriana.edu.co/puj/documentos/estatutos.htm  Cf. o. c., p. 233, nt. 563.
[3] S. P. FRANCISCO: Discorso a la Universidad Roma Tre, 17 de febrero de 2017, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2017/february/documents/papa-francesco_20170217_universita-romatre.html
Durante el encuentro que sostuvo el Papa FRANCISCO con la comunidad académica de la Pontificia Universidad Católica de Chile – a la sazón en sus 130 años de fundación – el 17 de enero de 2018, la segunda parte de su discurso la dedicó, justamente, a ampliar este capítulo. Lo consideró “integral” e “integrador” de la “forma mentis” de la universitas de maestros y discípulos, pertinente a la situación nacional – y admirable, en el caso: “He sabido con alegría del esfuerzo evangelizador y de la vitalidad alegre de su Pastoral Universitaria, signo de una Iglesia joven, viva y «en salida»”, les decía – dentro de la típica manera universitaria de “generación de procesos educativos también transformadores, inclusivos y de convivencia” y de procesos de desarrollo de “la capacidad de avanzar en comunidad”, internos a las propias universidades pero también ad extra de las mismas. Véase el texto completo en (consulta de la fecha):
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180117_cile-santiago-pontuniversita.html
[4] Cf. BENEDICTO XVI: Discours à l’Elysée, París, 12 septiembre de 2008, en : http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20080912_parigi-elysee_sp.html
[6] Me inspiro, por supuesto, en personas expertas en el asunto, y muy especialmente, en los “propósitos de la planeación universitaria” que quieren animar el próximo decenio (2007-2016) en la Pontificia Universidad Javeriana (24 de abril de 2007). Cf. todo el material en: http://www.javeriana.edu.co/puj/rectoria/Planeacion_2007_2016/
Para conocer las relaciones que tiene la evangelización con las Universidades católicas me baso especialmente en el documento de la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE: “Nota dottrinale su alcuni aspetti dell'evangelizzazione”, del 3 de diciembre de 2007, memoria de San Francisco Javier, patrono de las misiones y de nuestra Pontificia Universidad (consulta noviembre 2007) en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20071203_nota-evangelizzazione_it.html
[7] “Necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales, «lugares donde regenerar la propia fe en Jesús crucificado y resucitado, donde compartir las propias preguntas más profundas y las preocupaciones cotidianas, donde discernir en profundidad con criterios evangélicos sobre la propia existencia y experiencia, con la finalidad de orientar al bien y a la belleza las propias elecciones individuales y sociales» [Azione Cattolica Italiana, Messaggio della XIV Assemblea Nazionale alla Chiesa ed al Paese (8 mayo 2011)]”, citado por S. S. FRANCISCO: exh. apost. Evangelii gaudium, n. 77. Véanse también los nn. 78-109, en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium_sp.pdf
[8] Seguimos en estos asuntos especialmente a Urbano SÁNCHEZ GARCÍA: La opción del cristiano. Síntesis actualizada de Moral especial 2ª. III. Humanizar el mundo por la corresponsabilidad en Cristo, la verdad, la vida, la justicia, la libertad y la paz fraterna, o. c., p. 1050, nt. 2816, 115s y 118-120.
[9] Un ejemplo de ello lo encontramos en las propuestas que se hacen a fin de que la investigación en temas expresamente educativos se desarrolle dentro de parámetros cada vez más calificados, cf. A. VÉLEZ – G. CALVO: Análisis de la investigación en la formación de investigadores Universidad de la Sabana Bogotá 1992, y, de la misma Gloria CALVO: documento “Taller sobre Estados del Arte. La investigación documental: estado del arte y del conocimiento”, Universidad Pedagógica Nacional, material fotocopiado, Bogotá 2000-2001.
[10] Discurso del 19 de noviembre de 2009 a los Docentes y Estudiantes de los Ateneos Romanos y a los Participantes de la Asamblea General de la FIUC, en: http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2009/november/documents/hf_ben-xvi_spe_20091119_atenei-romani.html.
[11] La Santa Sede ha llamado la atención, una vez más, sobre este punto delicado y controvertido por partes interesadas. A propósito, p. ej., de “The U.N. Intergovernmental Negotiations on the Post-2015 Development Agenda” (Nueva York, 24 de marzo de 2015), declaraba el Arzobispo Bernardito AUZA, Observador Permanente ante las UN: “Destacamos, además, que el desarrollo de indicadores basados en la evidencia debe continuar realizándose de una manera abierta y transparente y guiada por los Estados miembros. Estos indicadores no deben alterar el equilibrio político de la SDG, ni debe servir para imponer ideas o ideologías que no encuentran un consenso en virtud del resultado de las OWGs. En este sentido, mi delegación quisiera señalar que ciertas metas y objetivos se entienden de manera diferente en diferentes contextos culturales y religiosos y se traducirán de forma diferente en sus políticas y legislación nacionales. Creemos que los indicadores deben tener en cuenta estas diferencias y se redactarán de forma que permitan a los países evaluar sus resultados de forma que reflejen y respeten sus valores nacionales, así como que ello sea coherente con sus políticas y legislación nacionales”: We further emphasize that the development of evidence-based indicators should continue to be carried out in an open and transparent manner and guided by Member States. These indicators should not upset the political balance of the SDGs, nor should it serve to impose ideas or ideologies that do not find consensus under the outcome of the OWGs. In this regard, my delegation would like to point out that certain goals and targets are understood differently in different cultural and religious contexts and will translate differently into their national policies and legislation. We believe the indicators must take these differences into consideration and be drafted in a way that allows countries to assess their results in a way that both reflect and respect their national values, as well as is consistent with their national policies and legislation”: en (consulta de la fecha): http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/03/31/0230/00510.html
[12] Cf. Francisco DE ROUX, S. J.: “El compromiso social del teólogo javeriano”, en Orientaciones Universitarias 39 agosto de 2007 67-90, en: http://www.javeriana.edu.co/archivo/05_memoria/docs/rectorales/orientaciones/39.pdf
[13] Ya hemos señalado en la cristología narrativa la importancia, ejemplar, que otorgaba Jesús a la oración. Sobre el carácter individual y comunitario de la misma, cf. Joseph RATZINGER: Jesús de Nazaret, o. c.  p. 26,  nt. 54,162ss.
Sobre la importancia de tiempos dedicados al silencio y a la oración, puede verse el discurso del Papa BENEDICTO XVI a los miembros de la Federación Italiana de Ejercicios Espirituales, 9 de febrero de 2008: “Al lado de otras aún laudables formas de retiro espiritual está bien que no decaiga la participación en los Ejercicios Espirituales, caracterizados por aquel clima de silencio completo y profundo que favorece el encuentro personal y comunitario con Dios y la contemplación del rostro de Cristo. [...] En una época en la que cada día es más fuerte la influencia de la secularización, y, de otra parte, se advierte una difusa necesidad de encontrar a Dios, no decaiga la posibilidad de ofrecer espacios de escucha intensa de su Palabra en el silencio y en la oración”: en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21658.php?index=21658&po_date=09.02.2008&lang=sp (Traducción mía.)
[14] Cf. Vita Macrinae 24: SC 178,224. Véase el comentario a este texto por parte del Papa BENEDICTO XVI con ocasión de su Audiencia del 6 de septiembre de 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20719.php?index=20719&po_date=05.09.2007&lang=sp 
[15] JUAN PABLO II: Exh. ap. Pos-sinodal Ecclesia in America a los Obispos
a los presbíteros y diáconos, a los consagrados y consagradas, y a todos los fieles laicos sobre el encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América, Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, n. 71a, en:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_22011999_ecclesia-in-america_sp.html 
[16] Ibíd.
[17] En una breve referencia a Marco Aurelio CASIODORO (485-580), un autor cristiano de los siglos V-VI sobre el que nos hemos referido anteriormente, el Papa BENEDICTO XVI decía que si bien aquél no había sido, probablemente, un personaje intelectualmente muy “creativo”, sí se destacó, por su capacidad de “atención” a las “intuiciones que reconocía válidas en los otros”. Y ello es, sin duda alguna, no sólo legítimo y útil, sino también necesario en una comunidad académica, y, particularmente, en una dedicada a la investigación y a la docencia. En esa audiencia general del miércoles 12 de marzo de 2008 afirmó: “Personalmente Casiodoro se dedicó a los estudios filosóficos, teológicos y exegéticos sin particular creatividad, pero atento a las intuiciones que reconocía válidas en los otros”: “Personalmente, Cassiodoro si dedicò a studi filosofici, teologici ed esegetici senza particolare creatività, ma attento alle intuizioni che riconosceva valide negli altri”: en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21820.php?index=21820&lang=sp   
[18] Es importante que el plan curricular, los cursos y/o asignaturas vayan introduciendo “gradualmente” en el conocimiento al que se orientan, y, por lo mismo, es necesario que éste posea una organización interna (resultados o contenidos, procesos y condiciones) tal que permita su adquisición. Es la gradualidad, junto con la memoria, la motivación y la atención, entre otras, una de las exigencias que se hacen, p. ej., al momento de pretender introducir en el estudio y el aprendizaje de una lengua. Cf. Emilce MORENO MOSQUERA: “Reflexiones en torno a la aplicación del modelo «cambio conceptual» a la enseñanza del latín”, en Forma y función 19 2006 125-135.
[19] BENEDICTO XVI: Audiencia a los participantes en el Congreso Internacional promovido por la Pontificia Universidad Lateranense, en el 40° Aniversario de la Encíclica Humanae vitae, 10 de mayo de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22108.php?index=22108&po_date=10.05.2008&lang=sp
[20] Refiriéndose a esta relación íntima que existe entre la palabra de Dios y su “siembra” por parte del “evangelizador” (sea éste, misionero, catequista e, incluso, teólogo) afirmaba el Papa JUAN PABLO II: “La siembra de la Palabra. Jesús, la Palabra de Dios que por obra del Espíritu Santo se encarnó para nuestra salvación, gracias al poder del mismo Espíritu, sigue hablando en la Iglesia y por medio de ella el lenguaje de la reconciliación y de la paz. Como enseña la experiencia de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-13) y proclama Pedro en su discurso (cf. ib. 2, 14-41), el catequista no deberá olvidar nunca que en la inculturación de la fe obra el misterio de la encarnación de la Palabra, el misterio de la muerte y la resurrección de Cristo. Esta certeza es anterior y constituye el fundamento de todo proceso humano y legítimo de interpretación, explicación y adaptación. ¿De qué valdría, en efecto, el uso más sabio y pedagógico de los medios de comunicación, que la ciencia y la técnica nos ofrecen hoy, si no transmitiéramos el evangelio de la muerte y la resurrección de Cristo? Sólo quien lleva en sí, en su interior, la verdad de Cristo hasta el extremo de ser "prisionero" de ella como el Apóstol (cf. Ga 1, l0), puede hacer "cultura en Cristo", o, como decía Pablo, "reducir a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Co 10, 5)”: JUAN PABLO II: Discurso a los Miembros del Consejo internacional para la Catequesis, de la Congregación para el Clero, con ocasión de su VIII sesión ordinaria, el 26 de septiembre de 1992, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cclergy/documents/rc_con_cclergy_doc_26091992_incult_sp.html La cursiva es mía.
El Papa Benedicto XVI, por su parte, consagró su “homilía” (sobre He 5,29) en la misa del 15 de abril de 2010 con los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica: “«Es necesario obedecer a Dios más que a los hombres». San Pedro está delante de la suprema institución religiosa, a la cual normalmente se debería obedecer, pero Dios está por encima de esta institución y Dios le ha dado otro “ordenamiento”: debe obedecer a Dios. La obediencia a Dios es la libertad, la obediencia a Dios le da la libertad para oponerse a la institución. Y aquí los exégetas llaman nuestra atención sobre el hecho que la respuesta de san Pedro al Sanedrín es casi idéntica palabra por palabra a la respuesta de Sócrates en el juicio ante el tribunal de Atenas. El tribunal le ofrece la libertad, la liberación, a condición, sin embargo, de que no continúe buscando a Dios. Pero buscar a Dios, la investigación de Dios es para él un mandato superior, viene de Dios mismo. Por tanto, debe obedecer, no a estos jueces – no debe ganar su vida a cambio de perderse a sí mismo – sino que debe obedecer a Dios. La obediencia a Dios tiene la primacía. Aquí es importante subrayar que se trata de obediencia y que es precisamente la obediencia la que da libertad”. En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/25415.php?index=25415&po_date=15.04.2010&lang=sp
[21] Cf., a este propósito, la intervención de Celestino MIGLIORE, Observador de la Santa Sede ante la ONU, el 14 de febrero de 2008, en la 46ma Sesión de la Comisión para el Desarrollo Social del Consejo Económico Social (ECOSOC), en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21669.php?index=21669&po_date=14.02.2008&lang=sp
[22] Carlos Julio CUARTAS CHACÓN: “Desafíos del ‘Cuidado personal’ (‘Cura personalis’) a la Universidad de Hoy”, en: Hoy en la Javeriana febrero 2007 13, en: http://www.javeriana.edu.co/boletin/revista_mensual/febrero_07.pdf Cf. también, GARCÍA-HUIDOBRO, Joaquín: “Enseñar en cristiano. Una tarea para las universidades que se inspiran en la fe católica”, en: Manuel NÚÑEZ (coord.): Las Universidades católicas. Estudios jurídicos y filosóficos sobre la educación superior católica Universidad Católica del Norte Ediciones Universitarias Monografías jurídicas Escuela de Derecho Antofagasta 2007 32.
[23] JUAN PABLO II: Exh. ap. Pos-sinodal Ecclesia in America a los Obispos
a los presbíteros y diáconos, a los consagrados y consagradas, y a todos los fieles laicos sobre el encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América, Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, n. 71a, en:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_22011999_ecclesia-in-america_sp.html 
[24] Ib., 71d.
[24 bis] Actualizando y ampliando este punto, es oportuno señalar el énfasis que ha querido dar el Papa FRANCISCO al diálogo no sólo entre las culturas sino particularmente entre la fe y las culturas, tema sobre el que vuelve una y otra vez, cuando puede. Ello marca, sin duda, una dirección a las Universidades Católicas, por supuesto, pero apela a un marco aún mayor, incluso más allá de la pertenencia a la Iglesia. Un valor netamente “cristiano”, por lo tanto. Dos ejemplos: lo hizo, una vez más, durante el mes de enero de 2018, a raíz de su viaje a Chile y al Perú, pero también con ocasión de la visita de miembros de la comunidad Yazidi de Alemania. En su “Encuentro con los pueblos de la Amazonía”, celebrado el 19 de enero en Puerto Maldonado, Perú, afirmaba: “Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias. Un diálogo intercultural en el cual ustedes sean los «principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios»[Carta enc. Laudato si’, 146.]. El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación” (en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180119_peru-puertomaldonado-popoliamazzonia.html).
En una sala del Aula Pablo VI, cinco días después, el 24 de enero. el Papa reiteró: “¡Es inaceptable que seres humanos sean perseguidos y asesinados en razón de su pertenencia religiosa! Toda persona tiene derecho de profesar libremente y sin constricciones su propio credo religioso. Vuestra historia, rica de espiritualidad y de cultura, ha sido, lamentablemente, marcada por indecibles violaciones de los derechos fundamentales de la persona humana: secuestros, esclavitud, torturas, conversiones forzadas, asesinatos. Vuestros santuarios y lugares de culto han sido destruidos. Los más afortunados de entre vosotros han podido huir, pero dejando todo cuanto tenían, incluso las cosas más queridas y más sagradas. En tantas partes del mundo existen aun minorías religiosas y étnicas, entre las cuales los cristianos, perseguidos por razón de la fe. La Santa Sede no se cansa de intervenir para denunciar estas situaciones, pidiendo reconocimiento, protección y respeto. Al mismo tiempo, exhorta al diálogo y a la reconciliación para resanar toda herida. Frente a la tragedia que se está perpetrando con perjuicio a vuestra comunidad, se comprende, como dice el Evangelio, que del corazón del hombre pueden desencadenarse las fuerzas más oscuras, capaces de alcanzar a planificar la aniquilación del hermano, a considerarlo su enemigo, su adversario, o, aún más, un individuo privado de la misma dignidad humana. Una vez más alzo mi voz en favor de los derechos de los Yezidi, ante todo del derecho a existir como comunidad religiosa: ninguno puede atribuirse el poder de eliminar un grupo religioso porque no hace parte de aquellos llamados ‘tolerados’”: “È inaccettabile che esseri umani vengano perseguitati e uccisi a motivo della loro appartenenza religiosa! Ogni persona ha diritto di professare liberamente e senza costrizioni il proprio credo religioso. La vostra storia, ricca di spiritualità e cultura, è stata purtroppo segnata da indicibili violazioni dei diritti fondamentali della persona umana: rapimenti, schiavitù, torture, conversioni forzate, uccisioni. I vostri santuari e luoghi di culto sono stati distrutti. I più fortunati tra voi sono potuti fuggire, ma lasciando tutto quanto avevano, anche le cose più care e più sacre. In tante parti del mondo ci sono ancora minoranze religiose ed etniche, tra cui i cristiani, perseguitate a causa della fede. La Santa Sede non si stanca di intervenire per denunciare queste situazioni, chiedendo riconoscimento, protezione e rispetto. Al tempo stesso, esorta al dialogo e alla riconciliazione per risanare ogni ferita. Di fronte alla tragedia che si sta perpetrando a danno della vostra comunità, si comprende, come dice il Vangelo, che dal cuore dell’uomo possono scatenarsi le forze più oscure, capaci di giungere a pianificare l’annientamento del fratello, a considerarlo un nemico, un avversario, o addirittura un individuo privo della stessa dignità umana. Ancora una volta alzo la mia voce in favore dei diritti degli Yezidi, anzitutto il diritto ad esistere come comunità religiosa: nessuno può attribuirsi il potere di cancellare un gruppo religioso perché non fa parte di quelli detti “tollerati”” (en: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2018/january/documents/papa-francesco_20180124_comunita-yezidi.html). Traducción mía.
[25] Como intentó hacerlo san Pablo ante el “areópago de Atenas” (He 17,22b-31) el anuncio del Evangelio por parte de todos los miembros de la Iglesia debe alcanzar a la cultura y a las culturas – a los “nuevos areópagos – hasta llegar a “inculturarse” en ellas. Lo ha recordado y actualizado BENEDICTO XVI en varias ocasiones. V. gr., en primer lugar, en la alocución del Papa BENEDICTO XVI a la Orquesta Sinfónica y al Coro Sinfónico “Giuseppe Verdi”, de Milán, el 24 de abril de 2008, en la que, refiriéndose a una composición de Johannes Brahms ejecutada por ellos, les comentaba de qué manera esa obra “había enriquecido de religiosa confianza el «Canto del destino» de (Johann Christian Friedrich) Hölderlin” (1770-1843): “Este hecho introduce en la consideración del valor espiritual del arte musical, llamada, de manera singular, a infundir esperanza en el esfuerzo humano, tan caracterizado y a veces herido por la condición terrena. Existe una misteriosa y profunda familiaridad entre música y esperanza, entre canto y vida eterna: no es por nada que la tradición cristiana representa a los espíritus bienaventurados en el acto de cantar en coro, arrebatados y extasiados por la belleza de Dios. Pero el arte auténtico, como la oración, no es extraño a la realidad de cada día, por el contrario nos remite a ella para ‘irrigarla’ y hacerla germinar, a fin de que dé frutos de bien y de paz”: En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22037.php?index=22037&po_date=24.04.2008&lang=sp En segundo término, en su Mensaje al Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, con ocasión de su Asamblea Plenaria, el 16 de noviembre de 2009, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24665.php?index=24665&po_date=16.11.2009&lang=sp
Acerca de las libertades de expresión y de investigación, como componentes de una cultura genuinamente humana, el Magisterio de la Iglesia se ha pronunciado en diversos documentos. Un estudio teológico y canónico de las mismas puede verse en la obra de Jesu PUDUMAI DOSS: Freedom of Enquiry and Expression in the Catholic Church. A Canonico-Theological Study Kristu Jyoti Publications Bangalore (India) 2007. 
[26] Jean-Yves CALVEZ S. J.: “La verdad como valor humano y social”, en: PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA: Orientaciones Universitarias. Globalización, mundialización y verdad como valores marzo de 2005 en: http://www.javeriana.edu.co/puj/rectoria/publicaciones/Documentos/Calvez-Verdad-2.pdf
[27] BENEDICTO XVI: Discurso en la sede de la Organización de las Naciones Unidas en New York, el 18 de abril de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21994.php?index=21994&lang=sp#TRADUZIONE_IN_LINGUA_SPAGNOLA Cf. c. 254 § 2, pp. 314, 359 y 1263.
La investigación razonada (metodológicamente) de la verdad en el cosmos y en el propio ser humano tiene que ver con el bien genuino de la humanidad, y a ello contribuye la fe animando a su búsqueda incansable, abriendo horizontes y esclareciendo diversos problemas. Investigaciones tales como las concernientes a la vida y a las enfermedades, v. gr., puestas al servicio de la humanidad, son promovidas también por razones de fe. Así mismo ocurre con las investigaciones orientadas a descubrir los secretos de nuestro Planeta y del universo: cumplen el designio de Dios cuando tales pesquisas son realizadas en orden a custodiar dichos bienes y a hacerlos habitables, y no con el ánimo de usufructuar insensatamente sus riquezas, incluso argumentándose sobre el hecho de que el hombre fuera su centro y vértice.
[27 bis] Como se ve, resume este párrafo muchos de los elementos expuestos a todo lo largo de esta investigación. Alegra coincidir en esto con el pensamiento expresado por el Prof. Dr. Moisés WASSERMAN LERNER (1946-), bioquímico, quien fuera rector de la Universidad Nacional de Colombia, en su artículo "El paraíso son los otros. El debate respetuoso", en El Tiempo, 19 de enero de 2018, 1.13.
[28] Cf. Alfonso BORRERO C. S.J: “Perspectiva de la Universidad Católica. Latinoamérica”: exposición ante la INTERNACIONAL FEDERATION OF CATHOLIC UNIVERSITIES – Center for Coordination of Research: Symposium: University, Church and Culture. In search of a New Paradigm: The Catholic University to-day, Saint Paul University, Ottawa, Ontario, Canada, April 19-23, 1999 17-22.
[29] Ib., 24.
[30] El Papa FRANCISCO, en su homilía de la misa celebrada con ocasión de su visita a Milán, 25 de marzo de 2017, hacía una breve reflexión sobre la “memoria”, tema al cual hemos dado importancia desde las primeras páginas de esta obra. En este punto del proceso hermenéutico en que nos encontramos, es decir, al destacar, desarrollar y aplicar el contenido del verbo “amplecti – amplector”, se manifiesta tanto el carácter personalista e intransferible de ese “hacer memoria” como la dimensión social de la responsabilidad que está involucrada en la decisión de la fe. Se trata de un verdadero “apropiarse” de la fe y de la historia, o, mejor aún, de la fe en la historia – esto es, el proceso decisional individual que se recibe-adquiere-ejercita-expresa en el marco de la comunidad eclesial-en-el-mundo: en una cultura ubicada y determinada – y de la historia en la fe – es decir, la fe que proporciona al creyente, varón o mujer, una cualificada perspectiva o concepción de la historia –. Véase la nt. 1131 sobre este “hacer memoria”. Afirmaba en la citada ocasión el Santo Padre: “La memoria consiente a María apropiarse de su pertenencia al Pueblo de Dios. ¡Nos hace bien recordar que somos miembros del Pueblo de Dios! Milaneses, sí, Ambrosianos, sí, ciertamente, pero parte del gran Pueblo de Dios. Un pueblo formado por mil rostros, historias y procedencias, un pueblo multicultural y multiétnico. Esta es una de nuestras riquezas. Es un pueblo llamado a hospedar las diferencias, a integrarlas con respeto y creatividad y a celebrar la novedad que proviene de los otros; es un pueblo que no tiene miedo a abrazar los confines, las fronteras; y es un pueblo que no teme dar acogida a quien la necesita porque sabe que allí está presente su Señor”: http://w2.vatican.va/content/francesco/it/homilies/2017/documents/papa-francesco_20170325_omelia-visitapastorale-milano.html (La cursiva en el texto es mía).
[31] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS: Misal Romano. Reformado por mandato del Concilio Vaticano II  y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo II. Segunda edición típica Coeditores Litúrgicos Barcelona 2001 17ª 404.
Con gran alegría y complacencia acojo y celebro la oportuna iniciativa del Santo Padre BENEDICTO XVI al haber querido relacionar “caridad y verdad” en la encíclica que se ha divulgado el 7 de julio de 2009, mientras este texto espera su publicación: Caritas in veritate (Ef 4,15), en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20090629_caritas-in-veritate_sp.html
[32] “Expreso algo muy simple: el objeto de la teología es la realidad humana hoy, no la de la época en que se escribió la Biblia. Sea ella permanente o coyuntural. La teología es lectura de eso: ¿qué hay en eso de revelación de Dios? ¿Cómo esa revelación se da hoy? Para conocerlo, se requieren los criterios de la teología, los de la revelación. Por ello: a) es pertinente en una facultad que Usted investigue los criterios de su saber, y eso se debe hacer; y b), se investigue cómo emplear esos criterios allá en la realidad humana. Debe tener los criterios en el bolsillo, claros, para poder juzgar esa realidad. ¿Qué objeto o propósito tiene esto? Que podamos descubrir lo que Dios nos está revelando, diferenciándolo de todo hecho humano que está salpicado de un poco de interés nuestro: que podamos reconocer para dónde va Dios en lo que aparece confuso. Esto, luego, ya se puede sistematizar, para que esta sociedad vaya cambiando. La Biblia es un criterio, y normativo. Pero sólo un criterio para juzgar lo de ahora: cómo desde esta luz divina se ayuda a la sociedad…”: Participación en el Encuentro de los Profesores del Departamento de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana. Las actas han sido publicadas por Carlos E. ROMÁN H.: “Qué investigar en Teología. Memorias del Encuentro Interno sobre Investigación. Bogotá, enero 9-11 de 2008” 59-60 y 62, “III. Nuestras inquietudes. Grupo n. 2” (material en Internet).
[33] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS: Misal romano Coeditores Litúrgicos Barcelona 2001 17ª 360, colecta de la solemnidad de Pentecostés.
[34] Reiteremos que el diálogo entre disciplinas humanas, sociales y naturales lo ejemplificó Bronislaw MALINOWSKI (1884-1942), fundador de la escuela funcionalista de antropología, quien afirmaba que las organizaciones humanas debían ser examinadas en el contexto de su cultura y fue uno de los primeros antropólogos en convivir con los pueblos objeto de su estudio, los habitantes de las islas Trobriand, cuya lengua y costumbres aprendió para comprender la totalidad de su cultura. La Antropología en sus especializaciones económica, política y jurídica introduce una discusión central sobre la imposibilidad de aislar los fenómenos llamados económicos, de otros ámbitos, como son lo cultural, lo político y lo social. La perspectiva antropológica aporta a la comprensión de lo político en cuanto articula la dimensión simbólica a la reproducción y legitimación del poder. De la misma manera, la Antropología introduce la variable cultural para relativizar la universalidad y neutralidad del derecho, enfatizando en los condicionamientos del control social y de formas alternas de regulación como el derecho consuetudinario. Contesta a Malinowski, en algunos aspectos de su teoría, Talcott PARSONS, "Malinowski y la teoría de los sistemas sociales". En: R. FIRTH - E. R. LEACH - L. MAIR et al.: Hombre y cultura: la obra de Bronislaw Malinowski. México D.F. Siglo XXI 1997.
[35] Me baso en la Constitución Apostólica Sapientia Christiana del Papa Juan Pablo II, del 15 abril de 1979. Volveremos sobre el asunto en su forma práctica en diversos lugares de esta investigación, pero especialmente al presentar nuestra propuesta pedagógica en el Apéndice 3.
[36] Cf. OT 16c.
[37] Cf. ib., 16d.
[38] La actividad “contemplativa” de Jesús fue puesta de relieve durante el Sínodo de los Obispos sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” por S. G. Dr. Rowan Douglas WILLIAMS, Arzobispo de Canterbury, Primado de Toda Inglaterra y de la Comunión Anglicana, el 10 de octubre de 2012. Extrajo de ello consecuencias en orden a una antropología cristiana “adecuada” y, consecuentemente, aplicables al comportamiento moral, al culto y a la pedagogía, sobre todo a la pedagogía de la fe. Véase el texto en: http://www.vatican.va/news_services/press/sinodo/documents/bollettino_25_xiii-ordinaria-2012/04_spagnolo/b09_04.html#INTERVENCI%C3%93N_DE_S._G._DR._ROWAN_DOUGLAS_WILLIAMS,_ARZOBISPO_DE_CANTERBURY,_PRIMADO_DE_TODA_INGLATERRA_Y_DE_LA_COMUNI%C3%93N_ANGLICANA_%28GRAN_BRETA%C3%91A%29
[39] De alguna manera coincide esta propuesta, especialmente en lo referido por la Ilustración 6, con lo que ha sido expuesto por Mario A. BUNGE: La ciencia, su método y su filosofía La Plata 1959 1982 (Sudamericana Buenos Aires 1997), citado por Antonio LUCAS MARÍN: Introducción a la sociología, o. c., p. 55, nt. 122, 64-65.
[40] Y concluye: “La Iglesia reconoce agradecida que tanto en el conjunto de su comunidad como en cada uno de sus hijos recibe ayuda variada de parte de los hombres de toda clase o condición. Porque todo el que promueve la comunidad humana en el orden de la familia, de la cultura, de la vida económico-social, de la vida política, así nacional como internacional, proporciona no pequeña ayuda, según el plan divino, también a la comunidad eclesial, ya que ésta depende asimismo de las realidades externas. Más aún, la Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios” (GS 44b).
[41] Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Algunos elementos introductorios a la teología moral (fundamental y profesional), o. c., p. 570, nt. 1590, 157ss.
[42] Véase al respecto la intuición de Benedicto XVI, motu proprio,  en la carta apostólica Ubicumque et Semper, 21 septiembre de 2010: “La diversidad de las situaciones exige un atento discernimiento; hablar de «nueva evangelización» no significa tener que elaborar una única fórmula igual para todas las circunstancias. Y, sin embargo, no es difícil percatarse de que lo que necesitan todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos es un renovado impulso misionero, expresión de una nueva y generosa apertura al don de la gracia. De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea será siempre ser dóciles a la obra gratuita del Espíritu del Resucitado, que acompaña a cuantos son portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes escuchan. Para proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios” (párrafo g). En: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_letters/documents/hf_ben-xvi_apl_20100921_ubicumque-et-semper_sp.html




Notas finales




[i] El Papa FRANCISCO ha reiterado la importancia de una actividad incisiva, constante y testimonial por parte de los fieles cristianos al asumir la perspectiva evangélica de trabajar “pro vita” (en favor de la vida). Ante los miembros de la Pontificia Academia para la Vida el 5 de octubre de 2017 resumió en cuatro puntos su plan o propuesta de acción: a) ante el silencio o ante una pérdida de sensibilidad en relación con “las antiguas y siempre nuevas preguntas por el significado, el origen y el destino de la vida”, que expresan un dilatado sentimiento “ególatra” – aliado del materialismo “tecnocrático” – por parte de individuos e inclusive “de la especie”, cuyos efectos son “gravísimos” para los “afectos y vínculos de la vida”, se impone a los creyentes, “con seriedad y alegría” ser “creativos y proactivos, humildes y valientes, decididos a recomponer la fractura entre las generaciones”, y “retomar la iniciativa (del anuncio de Evangelio), rechazando cualquier concesión a la nostalgia y al lamento”; b) cuando se desvaloriza la dignidad humana, reduciéndola a “un ensamblaje de células bien organizadas y seleccionadas en el transcurso de la evolución de la vida”, o pretendiendo desvirtuar “la unión de amor, personal y fecunda que marca el camino de la transmisión de la vida a través del matrimonio y de la familia”, o bien cuando se le resta importancia a que tanto a mujeres como a hombres corresponde “la responsabilidad por el mundo, en la cultura y la política, en el trabajo y en la economía; y también en la Iglesia”: se hace necesario “retomar la iniciativa”, “una vez más, (a partir de) la Palabra de Dios, que ilumina el origen de la vida y su destino. Hoy más que nunca es necesaria una teología de la Creación y la Redención que sepa traducirse en palabras y gestos de amor, para cada vida y para toda vida”; c) ocurre hoy también que, deliberada pero también inconscientemente, alguno – miembro inclusive de la Iglesia – se niegue a “reconocer justamente” que, a lo largo de la historia, por diversos factores, han existido y existen “retrasos y carencias” en lo que concierne a la evolución, e inclusive, a la “revolución” de la cultura que se está gestando: ocurre ello, por ejemplo, en relación con “las (diversas) formas de subordinación que han marcado tristemente la historia de la mujer (las cuales) deben ser abandonadas definitivamente”; pero, simultáneamente ocurre que, en virtud o en atención a ese mismo fenómeno, haya quien pretenda promover “la reciente hipótesis de reapertura del camino para la dignidad de la persona neutralizando radicalmente la diferencia sexual y por lo tanto el acuerdo del hombre y la mujer” la cual, afirma el Papa, “no es justa”: “En vez de combatir las interpretaciones negativas de la diferencia sexual, que mortifican su valencia irreductible para la dignidad humana, se quiere cancelar, de hecho, esta diferencia, proponiendo técnicas y prácticas que hacen que sea irrelevante para el desarrollo de la persona y de las relaciones humanas. Pero la utopía de lo "neutro" elimina, al mismo tiempo, tanto la dignidad humana de la constitución sexualmente diferente como la cualidad personal de la transmisión generativa de la vida. La manipulación biológica y psíquica de la diferencia sexual, que la tecnología biomédica deja entrever como plenamente disponible para la elección de la libertad – ¡mientras no lo es! – corre el riesgo de desmantelar así la fuente de energía que nutre la alianza del hombre y la mujer y la hace creativa y fecunda”; por ello, “es necesario responder al desafío planteado por la intimidación ejercida contra la generación de la vida humana, como si fuera la mortificación de la mujer y una amenaza para el bienestar colectivo. La alianza generativa del hombre y la mujer es una garantía para el humanismo planetario de los hombres y de las mujeres, no un obstáculo. Nuestra historia no será renovada si rechazamos esta verdad”; finalmente, d) es un hecho que ya hoy nos encontramos en medio de “una sociedad en la que todo esto (lo delicado y frágil, lo vulnerable y corruptible para las diferentes edades de la vida, especialmente las de los niños y los ancianos) pueda solamente ser comprado y vendido, regulado burocráticamente y técnicamente predispuesto”: tales son las características de “una sociedad que ya ha perdido el sentido de la vida”. No es de extrañar, entonces, que ella “no se lo transmitirá a los hijos pequeños (así como tampoco) lo reconocerá en los padres ancianos. Es por eso que, casi sin darnos cuenta, estamos construyendo ciudades cada vez más hostiles para los niños y comunidades cada vez más inhóspitas para los ancianos, con paredes sin puertas ni ventanas: deberían proteger, en realidad sofocan”: en tales condiciones, se impone dar aquel “testimonio de la fe en la misericordia de Dios, que afina y hace justicia”, la cual “es una condición esencial para la circulación de la verdadera compasión entre las diversas generaciones” y permite que se pueda “reencontrar (aquella) sensibilidad” perdida. Véase el texto (consulta de la fecha) en: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2017/10/05/vit.html
[i bis] En una circunstancia cuyo paralelo y diferencia hay que hacer notar, advertía el Cardenal Zenón GROCHOLEWSKI, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, en la homilía con ocasión del Simposio Europeo: "Los desafíos de la educación" (Sábado, 3 de julio de 2004), que:”4. En los tiempos actuales en diversos campos de la pastoral se hacen congresos, simposios, encuentros, que luego tienen poca relevancia en la vida diaria. Más aún, puede parecer extraño, pero también los congresos o simposios pueden alejarnos del realismo pastoral, pueden adormecer nuestra actividad diaria y vigilante, que es la que realmente cuenta. Alguno me ha dicho: ‘Se multiplican los congresos que absorben todas nuestras fuerzas, y así se debilita nuestro compromiso de cada día. Hacemos mucho ruido, pero quizás inútilmente’. Se corre el riesgo, a veces, efectivamente, de más que todo festejar la pastoral en los congresos, que de hacerla realmente; un riesgo de agarrarse a la torta de la fiesta, más que al pan diario de la actividad pastoral. Festejar es más vistoso, hace más ruido, quizá hace ganar más puntos en la opinión pública o ante los superiores, pero la eficacia del trabajo pastoral depende del empeño de cada día, depende del simple pan cotidiano, menos vistoso, humilde, casi escondido, pero absolutamente necesario para la buena salud de la pastoral efectiva, de la pastoral fructífera.
“5. Evidentemente no estoy hablando contra los congresos. Se requiere, efectivamente, también el festejar, se necesita también la torta de la fiesta, se requieren momentos de reflexión, es necesario profundizar sobre ciertas cuestiones, para ser eficaces en la fatiga diaria; pero debemos ser conscientes de que todo esto sirve solamente si nutre, y en cuanto sea un sostén, una ayuda, un enriquecimiento real del trabajo que se ha de realizar día a día, sin bulla, que se ha de realizar antes que nada en el propio corazón y luego en las relaciones con los demás. Por el contrario, toda la actividad congresional es inútil cuando, en lugar de servir de soporte de la actividad pastoral directa diaria, prácticamente casi la sustituye”. En: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccatheduc/documents/rc_con_ccatheduc_doc_20040703_symposium-homily_it.html (Traducción mía).
Como hemos comentado antes, congregarse es un hecho de gran envergadura, y en él se deben considerar no sólo los aspectos meramente frívolos. En muchísimos casos, bien planeados, ejecutados y evaluados, proporcionan una información y un adiestramiento a los que, de otra manera, sobre todo en aspectos de alta ciencia y técnica, no se podría acceder sino a enormes costos financieros y con unas dedicaciones de tiempo no fáciles de conseguir, sobre todo por personas que ya no son tan jóvenes y poseen compromisos familiares. 
[ii] Se trata de una lógica “de la persona humana”, de ahí entonces, de una “lógica humana”. Cf. Manuel TREVIJANO: En torno a la ciencia, o. c. supra nt. vi, p. 1708, 74: “las lógicas del sentido común”. Desde el punto de vista de la filosofía clásica o formal, consiste en un análisis explícito de los métodos de razonamiento. Se desarrolló originalmente en tres civilizaciones de la historia antigua: India, China y Grecia. Fue Aristóteles el primero en emplear el término “lógica” para referirse al estudio de los argumentos dentro del lenguaje natural. En el Organon la definió como “el arte de la argumentación correcta y verdadera”. “En la lógica clásica una proposición sólo admite dos valores: verdadero o falso. Por ello se dice que la lógica usual es bivalente o binaria. La lógica aristotélica sirve para explicar ciertos fenómenos y problemas, aunque la gran mayoría de ellos enmarcados en el mundo teórico de la matemática”.
“Por el contrario, existen otras lógicas que admiten además un tercer valor posible (lógica trivaluada) e incluso múltiples valores de verdad (lógica multivaluada). Esta lógica difusa puede usarse para explicar el mundo en el que vivimos, puesto que sigue el comportamiento humano de razonar, sacando conclusiones a partir de hechos observados. La lógica multivaluada incluye sistemas lógicos que admiten varios valores de verdad posibles. La lógica difusa (o borrosa) es una de ellas, que se caracteriza por querer cuantificar esta incertidumbre: Si P es una proposición, se le puede asociar un número v(P) en el intervalo [0,1] tal que: si v(P) = 0, P es falso; si v(P) = 1, P es verdadero; la veracidad de P aumenta con v(P). Salta a la vista la semejanza con la teoría de la probabilidad, aunque la lógica difusa y esta última teoría persiguen fines distintos. La lógica borrosa o difusa se basa en el principio de "Todo es cuestión de grado". Así, por ejemplo, una persona que mida 2 metros es claramente una persona alta (es alta con grado 1) y una persona que mida 1 metro no es una persona alta en absoluto (es alta con grado 0). De forma intermedia podemos decir que una persona que mida 1,82 m es alta con grado 0,75 indicando que es "bastante alta", teniendo en cuenta que la persona en cuestión sea masculina. De este ejemplo puede extraerse fácilmente que la lógica y la teoría de conjuntos son isomorfismos matemáticos. Por el contrario, la lógica clásica sólo definiría si la persona es alta o no, definiendo la diferencia entre pertenecer a un grupo u otro un simple centímetro”. Cf. (consulta marzo 2007): http://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%B3gica_difusa y http://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%B3gica
El Papa JUAN PABLO II examinó el asunto relativo a la “lógica” desde otra perspectiva, aquella que busca comprender desde lo “auténticamente humano”. En los nn. 18; 34; 40 y 57 de la encíclica CA habla sobre los peligros de la sujeción a una “lógica” o “racionalidad” de tipo “técnico” que no en todos los casos ni necesariamente apunta hacia lo auténticamente humano, al “bien humano”, al tiempo que no es ella una expresión plena sino apenas parcial de lo humano. Cuanto esclaviza de cualquier forma a los seres humanos, provenga de donde proviniere – como sucede en el caso del consumo, del desprecio o devastación de la naturaleza, de una inadecuada o insuficiente inversión en el desarrollo de los miembros de la sociedad y de la humanidad, etc. – logra sólo el descontrol, la desconfianza, etc., en las relaciones humanas, y se consolida como una expresión, en realidad, de irracionalidad. En todos estos casos y en muchos más, concluye el Papa, se requiere de una verdadera y auténtica “μετάνοια”: conversión.
Continúa siendo válida la afirmación de que es necesario perseverar en la implementación de un diálogo de la teología con las áreas disciplinares de las ciencias, basado y nutrido por la lógica (ya hemos visto la semántica de estos términos y sus fundamentos bíblicos, cristológicos y antropológicos).
Esta afirmación había sido destacada y desarrollada por Carlos VASCO en el artículo que hemos citado ya, y del cual recojo solamente su conclusión “El lugar de la interacción”: “Son vastas y difíciles las tareas que esperan a la teología que quiera pasar de una interacción polémica o reactiva con las ciencias a una utilización, un impulso y un diálogo, y a su vez prestar a las ciencias los servicios a que nos referimos en el párrafo 1.6 y al final de la Sección 2.3.1. Parece imposible que estas tareas puedan cumplirse por parte de teólogos confinados a las Facultades de Teología. Así sólo en casos aislados entrarían en contacto con los científicos o con sus resultados, y los modos de utilización o impulso no podrían culminar en el modo del diálogo. Y aún esa utilización o impulso podrían estar viciados por haberse tomado como tal un ‘resultado’ que ya la misma ciencia en su incesante avance hubiera corregido o descartado. No es excusa para no entrar en contacto el que esta corrección o descarte pueda ocurrir en un futuro: esto es esencial al proceso científico, nunca acabado y siempre abierto. Es en el nivel de certidumbre al que se produce un resultado científico en donde hay que tomarlo para reflexionar sobre él, para recibir su impulso y para iniciar el diálogo. No puede compararse la adopción de un punto de vista más comprehensivo después de que pacientes esfuerzos por verificar una hipótesis inicial exigieron que se descartara, con la adopción de una moda o veleidad pasajera. Es pereza mental lo que se esconde tras ese tipo de comparaciones, o tal vez una nostalgia por las ideas eternas e inmutables que un neoplatonismo teológico creyó haber poseído un día.  Para lograr estas tareas parece necesario un lugar privilegiado, en donde los resultados científicos se presenten sin exagerar su nivel de certeza, en donde el teólogo sea bien recibido como dialogante en el mundo de las disciplinas científicas. Por el rechazo a la teología en las universidades estatales capitalistas y socialistas, parece ser sólo la universidad católica el lugar posible para ese diálogo.  Pero una universidad en la que en realidad no se produzca ciencia por la ausencia de investigación, o una universidad en la que las disciplinas críticas sean suprimidas más o menos abiertamente, o una universidad en la que los teólogos intenten imponer derroteros a la ciencia, y parezcan interesados sólo en la posible explotación de resultados científicos con fines apologéticos o pastorales, no puede cumplir esa misión de convertirse en ‘locus theologicus’ privilegiado. Es la creación de las condiciones mismas para el diálogo la tarea más inmediata para la universidad católica”: “La interacción entre la teología y las ciencias”, ThX 56 30/3 jul-sep 1980 435.
Sobre la “lógica de la persona”, como contrapuesta a una “lógica de la tecnología”, véase el trabajo de Giovanni DEL MISSIER: “Dignitas personae. Logica della tecnología e lógica della persona”, en Studia Moralia 47/2 luglio-dicembre 2009 361-385.
[iii] Vale la pena recordar que esta "específica pericia" es lo que GS 72ab con su nota 16 denomina "competencia profesional y experiencia".
El “Programa de Ciencias Religiosas” publicó un libro, resultado de los denominados “foros de antropología” en cada una de las Carreras de nuestra Universidad: Proyecto educativo, evangelización y ciencia (Santafé de Bogotá 1997). A manera de ejemplo, sin embargo, permítaseme presentar al respecto lo que la AUSJAL (Asociación de Universidades confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina) concluyó en los Encuentros de Decanos de las Escuelas de Administración y de Economía realizados los días 11, 12 y 13 de noviembre de 1992 en la Universidad del Pacífico de Lima, Perú:
En relación con la Administración: "1. En primer lugar, el objetivo de los planes de estudios actuales: a. Los objetivos de los planes de estudios deberán buscar la integración de los estudiantes con la coyuntura internacional, brindar cursos sobre el tratamiento de la tecnología en la administración y reforzar los valores y principios morales... c. Se deberá enseñar a pensar al estudiante como empresario y como gerente, pero basado en su realidad; haciendo énfasis en el manejo de personal, las herramientas cuantitativas y la economía empresarial; intentando brindar los conocimientos más actualizados de cada materia. Se debe buscar que el graduado se prepare como agente de cambio en sus diferentes niveles de actuación... e. Integrar y coordinar las asignaturas de los programas de nuestras carreras horizontal y verticalmente, ya que la formación debe ser integral tanto en el aspecto humanista como técnico... 
"2. La necesidad de pensar en los valores que se transmiten a través de la enseñanza en las universidades: En cuanto a los valores, debemos inculcar una mística de trabajo, de ética profesional y de servicio a la comunidad, generando agentes de cambio con capacidad de impactar en la realidad socioeconómica. Se deben crear estructuras más humanas y un saber útil orientado a la búsqueda de la justicia económica y la eliminación de la opresión, a partir de los valores cristianos y humanos. Estos valores no se transmiten en un solo curso sino en todos, incluyendo los que no están directamente referidos a la ética. Los valores se trasmiten con el ejemplo...
"5. Recomendaciones finales. Buscar la manera de implementar los siguientes puntos: a. Hay que lograr que nuestros alumnos tiendan a la cooperación y no a la competencia individual, dentro de un marco de excelencia académica..." (Carta de AUSJAL 3 1993 5-6.
En relación con la Economía: "3. Ahora, más que nunca, se requiere que nuestras facultades concentren sus esfuerzos en la formación de economistas que lleguen a ser dirigentes capaces de conducir un cambio que aumente el bienestar de todos.
"II. Perfil del Economista que debemos formar. Nuestros economistas deberían tener tres características fundamentales: 1. Personas que realicen al máximo su potencial de seres humanos y de aportarle a la sociedad... 2. Conocedores del hombre y de la realidad latinoamericana... 3. Conocimiento riguroso de la teoría económica y de sus modelos y capacidad de darles una utilización adecuada en el análisis y en la solución de nuestros problemas.
"III. Plan de estudio. 1. Formación humanística... a. El economista actúa como ser humano en bien de seres humanos, por tanto debe conocer y tomar posiciones propias frente a los individuos y los grupos; b. el economista debe actuar con principios ético-cívicos bien definidos; c. debe poder comunicarse y llegar a los problemas reales; la formación humanística es necesaria para que el economista sea buen economista; d. debe ser capaz de interactuar con profesionales de otras disciplinas y personas..." (ibíd., 6-8).

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