Capítulo V
Continuación (III.3)
3. Nueva revisión de la hominización desde la perspectiva de la Resurrección de Jesucristo: interpretación antropológica que pone de relieve los significados y los valores emergentes de los datos relativos a las disciplinas y profesiones, con vistas a su empleo en la ética y en la moral teológica de dichas ciencias.
19. A
medida que hemos ido exponiendo las “experiencias y reflexiones” de las diversas
Carreras sobre sus currículos, hemos ido observando y destacando algunas
características propias de su inserción en una Universidad católica, pero
también, en el mundo de hoy, en nuestro país, y, sin lugar a dudas, propias de
su implantación en los respectivos campos del saber. Pero, de nuevo hay que
insistirlo, tal seguimiento se ha hecho en la perspectiva de encontrar nuevos
datos en orden a descubrir sus concepciones antropológicas de base, y a
ayudarnos a constatarla como constitutivas, efectivamente, o no, del ser
humano.
Por
eso, quiero ahora llamar la atención sobre algunos de los aspectos que allí se
recalcan, y que, considerados globalmente, nos permiten detectar como unas
especies de “constantes”, que bien podemos denominar “hechos” y nos servirán
como otras tantas “claves” antropológicas que demandan una concreción “ética”,
a la cual daremos curso, en los cuatro aspectos que deseamos enfatizar en esta
investigación, correspondientes a los cc. seleccionados, en el capítulo
próximo.
Se trata
de unos “comunes denominadores” presentes en las disciplinas y profesiones
recién expuestas, pero que insisten, como decimos, desde diversas experiencias,
en lo que allá denominábamos “acentos antropológicos” (el “tipo de ser humano
que las subyace”) y que son destacables al considerarlas en la perspectiva de
la resurrección de Cristo, de su dimensión gloriosa y de su principio
histórico.
Para la
actividad teológica, en cuanto saber peculiar, como es evidente, en este caso
se trata de una cuestión sustancial, pues toca, precisamente, con su
caracterización misma. La pertinencia de su actuar consiste, en efecto, en
evidenciar las relaciones que todo tiene con Dios – las razones de la fe –, y,
en el caso presente, con Jesucristo y su Resurrección. Más aún, apremiada en su
tarea de ser una reflexión crítica y, al mismo tiempo, sistemática, hasta las
últimas consecuencias, a ella le corresponde una misión profética que anuncia
tales relaciones, pero que también, en razón de las mismas, puede llegar
incluso, como hemos ido viendo, hasta el requerimiento, haciendo notar la
“irracionalidad” de las mismas y en qué consisten sus desviaciones y argucias.
Tal es el caso por la pregunta por el “sentido”, que ella a sí misma se
formula, pero a partir de la cual también ella, como una cuestión profunda e
ineludiblemente humana que forma parte de su misión, debe pronunciar y
pronuncia en el ámbito de los saberes y de la cultura.
Conforme
a ello, comencemos por señalar que los Foros no dejaron de advertir una serie
de características “antropológicas” de base (experiencias y tomas de
conciencia) que localizamos no sólo en Colombia, sino en el mundo entero. En un
reconocimiento de dichas características podemos destacar que, entre ellas –
especialmente por sus contrarios –, cobran primera importancia las que denotan
cómo los cultores de las disciplinas y las profesiones, los científicos, se
encuentran como desafiados por diversas situaciones que bien podemos designar,
en muchísimos casos, como de frustración y de desesperanza, y sus saberes, ante
las posibilidades de pesimismo y manipulación, ante problemas tales como la
desocupación, etc., especialmente en los países en desarrollo. Y esto sucede en
relación con los jóvenes, en particular.
Así
también, no son pocos hoy los que creen que los seres humanos, individualmente
considerados, o en su conjunto, como ente social, somos simples víctimas de
fuerzas ocultas, cuya definición permanece en el enigma.
En
algunos casos, además, aparecieron denunciadas diversas formas de alienación
económica, psíquica, cultural.
Más
aún, miradas igualmente en su conjunto, brotaron, entre las grandes tendencias
de nuestro tiempo, aquellos pluralismos en los que se expresa por parte de
algunos el deseo por incorporar en todas las actividades una especie de
“sentido de la muerte” y, prácticamente, de la autodestrucción, individual y/o
global, de seres humanos; en cambio, por parte de otros, de la mayoría,
seguramente, y muy vívido, un “sentido de la vida”. A este propósito, el
concepto mismo de “vida”, en algunos, aparece tremendamente ambiguo; en otros,
se lo confunde con cierta tendencia a tener y acumular bienes – de diversa
índole – (cierta idea de “calidad de vida”; cf. supra, entre otros lugares,
cap. V, II.1, p. 1027); mientras para otros, como hemos visto, se reduce sólo a
unas condiciones mínimas – o máximas – de supervivencia biológica (alimento,
salud)[1].
Pero,
sin duda, la pregunta por el “sentido” es, hoy por hoy, de las más acuciantes
cuando queremos describir el tipo de ser
humano al que se refieren las profesiones y disciplinas. Y se considera que
es necesario proponérsela, diríamos más aún. “Dar sentido” al quehacer diario,
y a los acontecimientos más importantes, forma parte de aquel “empoderamiento”
que propugna por hacerse manifiesto en nuestro tiempo. Tomar en las propias
manos el rumbo de la existencia. Y en Universidades católicas, como la nuestra,
en un momento histórico como el presente, y no sólo en aquellas carreras que se
refieren a la salud y a la vida, el tópico se revela todavía más urgente, ante
las tendencias contrarias, que hemos señalado.
Ahora
bien: que este “sentido” se quiera encontrar “intramundano”, en “esta vida”, es
una cosa; o en un “más allá”, desconectado del presente, es otra. O, como
creemos y esperamos, en un “más allá” que consiste en una “espiritualización”,
de la que la resurrección, como hemos visto, aparece como clave decisiva y como
desenlace definitivo de todos los componentes de nuestra realidad humana y
cósmica presente, de la vida terrena, cuando todo el universo actual será
“transfigurado”, a imagen, y por virtud, de Jesucristo glorioso, como
desarrollaremos más ampliamente en el apartado siguiente.
De ese
“logro”, simultáneamente divino y humano, son signos diversas experiencias, que hemos también encontrado en los
párrafos precedentes, con algunas de sus contradicciones:
Ante
todo, se trata de un no-escapismo al momento presente. El Reino de Dios, como
hemos visto, exige una realización intrahistórica. Su justicia no es sólo para
ese “más allá”, sino que es escatológica, se comienza a construir desde ahora
mismo, y sus exigencias son, igualmente, para el presente. Tal es el caso de la
“verdad”, en toda la amplitud de significación, sea en su contenido fundamental
en orden al ser – y al ser humano, por supuesto –, como en sus valores
actuales: epistemológico, ético, político, jurídico. De igual modo ocurre con
la cooperación e interdependencia entre los diversos campos del saber.
El
trabajo universitario, la función universitaria, nos abre a las múltiples e
inagotables aspiraciones humanas. Cada una de las ciencias, según su propia
índole, las hace ostensibles; cada una de ellas nos muestra, inclusive en los
testimonios de cuantos a lo largo de la historia las han ejercido, los ideales
y las utopías[2] de quienes se han esforzado y
luchado aún contra imprevistos y contra sucesos adversos. La actividad
universitaria, la docente y la investigativa, así como la múltiple de los
servicios, está repleta de hechos, pero, sobre todo, de esperanzas.
Con
ellas, otras actitudes de no menor importancia se han ido delineando:
La
capacidad para el desinterés que en sus motivaciones expresan muchos
científicos y profesionales que quieren alcanzar una felicidad libre de falsas
o vanas finalidades e intencionalidades: para ello se esmeran los directivos y
docentes en las disciplinas por inculcar en sus futuros colegas altos niveles
de exigencia y de rigor, y el deseo por lograr un saber que efectivamente
contribuya a la felicidad de muchos. Unida a la característica anterior, hemos
encontrado la gratitud que se enuncia en el reconocimiento de cuanto han
aportado a las profesiones y disciplinas quienes fueron los maestros del pasado
y del presente. Permanentemente se ha insistido, además, en el empeño y en el
compromiso que deben poner en sus acciones y en sus resultados quienes desean
que los estudios se realicen con la máxima calidad.
No ha
faltado, de igual modo, que los Foros hayan referido la capacidad, y la
necesidad, para la alegría, e, incluso, para la gratuidad, que en nada se
oponen, sino todo lo contrario, a un ejercicio digno de las profesiones, sobre
todo cuando se llega a pensar que la tiesura y la paga son sus únicos
referentes, por cierto, “reductivos” de lo humano.
Las
capacidades humanas para la autotrascendencia, la misericordia y la fe,
entendida ésta no sólo en el plano de la “confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo”, ni sólo
de una “creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la
fama pública”[3], sino en el estrictamente teológico[4] de correspondencia personal al don de Dios, también han sido frecuentemente señaladas y
reivindicadas por los Foros, de modo que las autoridades universitarias
correspondientes tomen de ellas debida nota.
Por eso
mismo, no es extraño que los participantes de los Foros llegaran a exhortar a
una permanente “conversión antropológica” en los diversos niveles de la
estructura organizacional y en los planes de acción de las universidades, y,
más aún, de ellas mismas, en su calidad de personas jurídicas, en cuanto fuera
necesario, pues nada menos que su misma identidad milenaria está en juego.
Señalemos al respecto estas tres líneas prioritarias:
-
pertinencia en relación con las necesidades
auténticas humanas, con el progreso del saber, con su apertura a los demás
valores humanos;
-
pertinencia interdisciplinaria, que es
dialéctica y habría de ser, en su puesta en práctica, “virtuosa”: aunque es
importante alcanzar la cohesión[5] de semejanzas entre los
investigadores para crear un “todo”, una identidad común, una voluntad de
trabajar juntos, falta sobre todo coherencia[6] de los equipos investigadores:
saber integrar y equilibrar dinámicamente en el “conjunto” las diferencias de
los miembros, sus disciplinas y los valores compartidos entre ellos;
-
pertinencia y desmitificación en su relación
con la fe, en el sentido que lo entendemos y referimos especialmente en
relación con las ciencias sociales, pero que, mutatis mutandis, se podría aplicar a todas las ciencias:
“Cierto, (la teología moral
social) emplea con provecho los instrumentos que le proporcionan las disciplinas
“socio-analíticas”[7], pero más allá
de lo que éstas nos permiten alcanzar, se intuyen y se descubren fundamentos
aún más profundos que la comunidad eclesial discierne a la luz de la fe. Porque
esas mismas ciencias sociales nos informan acerca de la existencia de millones
de seres pobres, y nos describen las condiciones dramáticas de sus miserias:
pero sólo la fe nos revela los rostros sufrientes de Cristo presente en cada
uno de esos pobres.
Las ciencias sociales nos
conducen a detectar, posteriormente, las causas inmediatas de esa situación
escandalosa: pero sólo la fe nos permite reducir las causas dispersas a una
situación social marcada por el pecado, que explica la consistencia de una
injusticia estructural subyacente a los diversos modelos económicos y a los
regímenes políticos.
Las ciencias sociales, en
fin, nos conducen a acompañar la secuencia del devenir histórico y a comprender
los procesos secretos en los que él se articula: pero sólo la fe desvela, en el
propio entramado de la historia, el desarrollo de un designio de salvación.”[8]
Obviamente,
de nada serviría cambiar las estructuras académicas ni hacer un esfuerzo
gigante por acomodar la misma Universidad a las exigencias intrínsecas y
extrínsecas que lo urgen, si las personas mismas que las integramos no hacemos
también, continuamente, nuestra propia μετάνοια evangélica.
Notas de pie de página
[1] Cf. Pilar FERNÁNDEZ BEITES: Embriones
y muerte cerebral. Desde una fenomenología de la persona Cristiandad Madrid
2007.
[2] “Por último, preguntémonos si es posible una sociedad sin
enmascaramientos ni «ideologías». Parece que no. Una sociedad que poseyera tan
alta conciencia, que fuera totalmente transparente, es casi impensable. Existen
siempre aspectos ocultos, con referencia tanto a acontecimientos pasados como
del presente y del futuro. Se trataría de una sociedad absolutamente
«racional»: Una utopía que es necesaria y legítima en la medida que permanezca
como un horizonte último para todo el proceso histórico. En caso contrario,
degeneraría en el utopismo, que es una nueva forma de «ideología»”: en mi obra Introducción a la teología… o. c., p. 145, nt. 347, 30.
[3] Acepciones 4 y 5, en: REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española 22ª ed., en (consulta noviembre 2006): http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual
[4] Se queda corta, sin embargo, la definición que da de la misma el Diccionario: “En la religión católica,
primera de las tres virtudes teologales, asentimiento a la revelación de Dios,
propuesta por la Iglesia”; primera acepción, en: REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española 22ª ed., en (consulta noviembre 2006): http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual
[5] Entendida como “la capacidad para formar un todo, una comunidad,
solidaria en sus ideales, sus valores y sus emociones”, “se centra, sobre todo,
en las personas”. Ya ésta debe afrontar sus propias dificultades: “Poco trabajo
conjunto en pos de intereses generales: se imponen los intereses particulares,
se generan egoísmos y egocentrismos, lo que lleva consigo trabajar por la
organización pensando más en la función que realiza cada parte. Inclusive las
alianzas entre partes se hacen sobre la base de los intereses particulares
(intercambio de favores, de apoyos), y el referente de las disciplinas no está
al interior de la Universidad, sino por fuera de la misma” (Michele Fiol: “Coherencia
y cohesión de los equipos directivos”, en (consulta noviembre 2006): http://www.columbus-web.com/es/partef/Entrevista_M.Fiol_Coherencia/index.html#).
[6] Comprendida “no sólo como la capacidad para diferenciar responsabilidades, decisiones, acciones y funciones
sino para integrarlas, orientándolas
hacia objetivos globales. Se trata, ante todo, de un problema de debilidad de
la coherencia: cada cual en su territorio, diferenciándolo, buscando ampliarlo
mediante conquista e imponiendo la propia perspectiva, y perdiéndose el auténtico sentido de Universidad, en
la que juntos todos caminan en pos del conocimiento, del saber, de la investigación”,
ibíd.
[7] Xabier GOROSTIAGA, S. J.: “La mediación de las ciencias sociales
y los cambios internacionales” en: AA. VV.: Neoliberalismo y pobres. El debate continental por la
justicia. CINEP-CRT-Gumilla-CRAS
Santafé de Bogotá 1993 563-587; Vicente SANTUC: “La sociedad mundial:
antecedentes, naturaleza, consecuencias y perspectivas” en ibíd., 357-386. Guillermo HOYOS
ha trabajado desde la perspectiva de Jürgen Habermas el problema del “estatuto
epistemológico de las ciencias sociales”. Pueden verse entre otros textos
suyos: Guillermo HOYOS VÁSQUEZ
(ed.): Epistemología y política. Crítica al positivismo de las ciencias
sociales en América Latina CINEP/Fundación Friedrich Naumann Bogotá 1980;
id: El sujeto como objeto de las ciencias sociales. Las relaciones entre
epistemología y política en las ciencias sociales en América Latina CINEP
Bogotá 1982; y, sobre todo, “La filosofía política de Jürgen Habermas” en Ideas
y valores. Revista colombiana de filosofía 116 agosto 2001 132-144.
[8] Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Introducción
a la teología… o. c., p.
145, nt. 347, 17-18.
El
S. P. FRANCISCO, en su reciente exh. apost. Evangelii
gaudium del 24 de noviembre de 2013, ha insistido una vez más sobre la
importancia pastoral que tienen el diálogo y el aporte que proporcionan las
Ciencias sociales sobre todo al momento de querer ejecutar la elaboración de un
“discernimiento” en línea con los “signos de los tiempos” – exigencia a la que
aludía Jesús, como vimos en el c. IV –, aunque sin descuidar el sentido crítico
que se ha de ejercer en relación con dichas ciencias desde las raíces y valores
evangélicos: “Antes de hablar acerca de algunas
cuestiones fundamentales relacionadas con la acción evangelizadora, conviene
recordar brevemente cuál es el contexto en el cual nos toca vivir y actuar. Hoy
suele hablarse de un «exceso de diagnóstico» que no siempre está acompañado de
propuestas superadoras y realmente aplicables. Por otra parte, tampoco nos
serviría una mirada puramente sociológica, que podría tener pretensiones de
abarcar toda la realidad con su metodología de una manera supuestamente neutra
y aséptica. Lo que quiero ofrecer va más bien en la línea de un discernimiento
evangélico. Es la mirada del discípulo misionero, que se «alimenta a la luz y
con la fuerza del Espíritu Santo » [Juan Pablo II, exhort. ap. postsinodal
Pastores
dabo vobis (25 marzo 1992), 10: AAS 84 (1992), 673].
No es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la
realidad contemporánea, pero aliento a todas las comunidades a una «siempre
vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos» [Pablo VI, carta
enc. Ecclesiam
suam (6 agosto 1964), 19: AAS 56 (1964), 632]” (nn.
50 y 51), en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium_sp.pdf
En el cap. siguiente, como oportunamente
se indicará (cf. la sección I, pp. 1180ss), haremos empleo limitado y aplicado
al caso colombiano de dichas ciencias en relación con los cc. elegidos para
esta investigación; pero, para una visión de conjunto de la realidad presente,
el Papa Francisco, en la exh. citada, hace un “diagnóstico” que no podemos
evitar mencionar y que compartimos plenamente (cf. ibid., nn. 52-75).
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