Capítulo VI
Continuación (II.1.b)
b. La cuestión “de la fe”[1] en el acercamiento a Dios y a la Iglesia
El anuncio del Evangelio y el cultivo de la fe en
las Universidades
4. En
algunas de sus expresiones culturales el hombre contemporáneo se siente
artífice, y más aún, dueño de su historia y encuentra dificultad para aceptar
que cualquiera se introduzca en su mundo sin dialogar con él y sin darle
razones de su presencia. Tal actitud puede surgir también con respecto a Dios,
en forma a menudo errónea y de todos modos dudosa. Para los creyentes en Él no
son las antiguas distancias geográficas o las diferencias lingüísticas las que
los llegan a separar de otros contemporáneos suyos, sino muchas fronteras que
se levantan a partir de una errada o superficial concepción acerca de Dios, que
se interponen entre la fe y el conocimiento humano, entre la fe y la ciencia
moderna, entre la fe y el compromiso por la justicia.
Pero
Dios, que no puede callar la verdad de su Palabra, asegura al hombre que se
trata siempre de una Palabra de amigo, a su favor, en el respeto de su
libertad, pero al mismo tiempo pidiéndole una escucha leal, según aquella descripción de la “fe cristiana” que nos
aportó el mismo Jesús: “El que recibe su testimonio certifica que Dios es
veraz” (Jn 3,31-36).
Se trata,
pues, de una experiencia personal sobre la cual, en primer lugar, se debe
meditar:
“Las implicaciones
antropológicas de la evangelización – ha afirmado el Card. William Joseph LEVADA – se refieren a
dos factores clave de la existencia humana: la libertad y la verdad. Es
convicción de la fe cristiana que la revelación de Dios, de su amor por
nosotros en Cristo, conduce a la humanidad hacia la verdad de la intención de
Dios y de su plan divino de creación y de redención. Conocer esta verdad es una
gran bendición para la humanidad y para cada ser humano en particular.
Al mismo tiempo, la dignidad
humana exige que la investigación de dicha verdad respete la libertad de la
conciencia humana. En tal razón, San Pablo describe «la conversión a la fe
cristiana como una liberación»; por lo cual, «la plena adhesión a Cristo, que
es la Verdad, y el ingreso en su Iglesia, no disminuyen sino que exaltan la
libertad humana y la protegen hacia su cumplimiento» (n. 7). De lo cual se
sigue que la evangelización no debe nunca aducir a una acción coercitiva ni a
«convertir» con artificios indignos del Evangelio (n. 8), al mismo tiempo, la
libertad religiosa exige que la evangelización no sea obstaculizada por medidas
restrictivas”[2].
En
consecuencia, la palabra de Dios debe ser presentada a cada hombre con una
actitud de comprensión de sus problemas, como una respuesta a sus
interpelaciones, como un acrecentamiento de sus valores y, al mismo tiempo,
como la satisfacción que se da a sus aspiraciones más profundas. Ya hemos
mencionado al respecto a S. AGUSTÍN, analista como el que más de esta
experiencia, quien lo afirmó, por otra parte, de una manera precisa al tiempo
que elegante:
“«Nadie puede venir a mí, si no es atraído por el Padre». No vayas a
creer que eres atraído contra tu voluntad: el alma es atraída también por el
amor… Tal vez nos dirán: « ¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído?» Y yo
les respondo: «Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que
decir que somos atraídos incluso con placer.» ¿Qué significa ser atraídos con
placer? «Sea el Señor tu delicia, y él te
dará lo que pide tu corazón». Existe un apetito en el alma al que este pan
del cielo le sabe dulcísimo. Por otra parte, si el poeta pudo decir: «Cada cual
va en pos de su apetito», no por necesidad, sino por placer, no por obligación,
sino por gusto, ¿no podemos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se
siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad,
la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo? […] Preséntame un corazón
amante y comprenderá lo que digo… Si, por el contrario, hablo a un corazón
frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo… ¿Qué otra cosa
desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el
hombre está más hambriento? Y ¿para qué desea tener sano el paladar de la
inteligencia sino para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y
beber la sabiduría, la justicia, la verdad y la eternidad?”.[3]
En
nuestro medio universitario, en nuestras actuales circunstancias culturales,
más aún, como afirmaba el Papa PABLO VI[4] y lo refrendaba el Papa JUAN
PABLO II, es necesario mostrar ante el mundo la fuerza irradiante y
dinamizadora del Evangelio cuando es acogido por las comunidades humanas en sus
sistemas de valores, en su ciencia, en su arte, en sus producciones, y, por
supuesto, en aquella expresión altísima de la cultura humana que representan
las Universidades y demás centros similares de educación:
“La misión de evangelizar,
que es propia de la Iglesia, exige no sólo que el Evangelio se predique en
ámbitos geográficos cada vez más amplios y a grupos humanos cada vez más
numerosos, sino también que sean informados por la fuerza del mismo Evangelio
el sistema de pensar, los criterios de juicio y las normas de actuación; en una
palabra, es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio”[5].
Las
Universidades católicas, así como las Universidades y Facultades Eclesiásticas,
es decir, tanto institucionalmente como en las personas que las conforman, por
cuanto forman parte del cuerpo de la Iglesia y contribuyen cualificadamente a
mantener y a prolongar la tradición del patrimonio siempre antiguo y siempre
nuevo de la verdad de la fe apostólica, “es decir, que la Iglesia, estando al
servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad” (CIV
11), deben facilitar a todos sus integrantes, egresados, docentes, discentes
y administrativos, de acuerdo con las circunstancias de personas y modos, las
condiciones adecuadas y suficientes para que hoy en día puedan adquirir,
profundizar, consolidar, celebrar y saber testimoniar la experiencia cristiana
de Dios y sus características propias, particularmente mediante el anuncio de
la palabra de Dios. La prioridad que está por encima de todas es hacer
presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. Como
hemos visto, se trata de una expresión típica de la identidad católica de estas
instituciones, que, en razón de su capacidad “memorial”[6], apunta a su actuación en un
doble plano: corresponde a las Universidades católicas, y de manera del todo
particular a las Universidades y Facultades Eclesiásticas (primer aspecto) indagar cuanto atañe a Dios, a su
propuesta del Reino y a la justicia de su Reino, a su “economía salvífica”,
junto con la problemática relativa a la acogida
y respuesta a esta invitación de Dios por parte de las personas: misión
principal entre las principales. La tarea específicamente
teológica es, pues, sustancial a la actividad de las Universidades
católicas y, por supuesto, sobre todo de las Universidades y Facultades
Eclesiásticas[i],
como recién he dicho. Y, por otra parte (segundo aspecto de la cuestión), de
conformidad con las exigencias que impone hacerlo por parte de una Universidad
y Facultad, “investigar” e “instruir
científicamente”, esto es, metódicamente
el asunto (cf. c. 815). Consideremos
entonces esta doble cuestión.
1) Ante todo, es fundamental la materia relativa al
contenido del anuncio del Evangelio y a la acogida del mismo y a su
profundización, que hemos denominado la primera actividad de las Universidades
católicas y de las Universidades y Facultades Eclesiásticas.
5. A lo
primero hemos dedicado los párrafos inmediatamente anteriores. Pero, Dios “se
ha dicho” en su Hijo. Es Él, como hemos recogido en las fuentes mismas
evangélicas (cf. cap. IV), la “Verdad”. ¿Cómo responderle? Las Universidades
católicas, así como las Universidades y Facultades Eclesiásticas, deben tener
en cuenta también, e investigar y profundizar en ello, que así como la Palabra
posee características sacramentales, así mismo la respuesta religiosa a Dios es sacramental. Lo decimos en el
sentido de que esta respuesta no se refiere simplemente a unos actos, ni
exteriores ni interiores, delimitados o circunscritos a una actividad cultual,
aunque los comprende. La unidad personal humana, toda ella, debe ser expresiva
de la nueva vida en Cristo de la que ha sido hecho partícipe cada uno y cada
una de los hijos e hijas de Dios. Su respuesta, por lo tanto, también es
individual y, al mismo tiempo, comunitaria, y esto es fundamental para la
comprensión de la acción del “corpus
docentium” que conforman, o habrían de conformar, las Universidades y
Facultades. Y si la máxima característica de Dios es su amor, revelado en su
Hijo hecho carne, éste es no sólo la mejor manifestación inter-humana, sino
también la mejor expresión de nuestra relación para con Dios.
a) Diversas formas y profundidades en la respuesta a
Dios
6. Los
primeros cristianos, en efecto, así respondieron:
“Acudían asiduamente a la
enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” […] Todos los creyentes
vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y
repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con
perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban
el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El
Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (He 1,42-47).
Ha de
tenerse en cuenta hoy, pues, que, en el caso del seguidor de Cristo, la opción
religiosa se amplía por la opción teologal que expresó en su bautismo. En esta
acción litúrgica que, simultáneamente, “presupone la fe, otorga la fe y celebra
la fe”[7], el bautizado, gracias a su
unión vital con Jesucristo, es capacitado para ejercitar la fe, la esperanza y
la caridad con todas sus exigencias. Incluida entre estas, mantener la comunión
eclesial de la que se entró a formar parte. Conforme a esta exigencia de
proteger enteramente y fortalecer la comunión eclesial, el fiel cristiano se
compromete a preservar y a acrecentar en él la fe, a celebrar los sacramentos,
y a salvaguardar los lazos de la fraternidad y de la disciplina eclesiástica,
que son otros tantos dones que Dios le concede a fin de que pueda realizar con
responsabilidad y cabalmente su misión en el mundo y en la Iglesia.
7. Más
aún, según los criterios antropológicos de plenitud a los que estamos llamados
(cf. capítulo quinto de la investigación), y de obrar conforme a la “justicia
del reino”, que exigía Jesús (cf. Mt 5,20), como hemos dicho recién, en cada época, en cada lugar, en
cada cultura, se debe estimar, ponderar y discernir qué es lo mejor que puede y
debe hacerse, como expresión de coherencia con lo que exigen las relaciones con
Dios, con los demás hermanos, e, inclusive, con todas las criaturas. Las
Universidades católicas y las Universidades y Facultades eclesiásticas, podrían
tener en cuenta, entonces, las siguientes líneas-criterios de acción[8]:
a') Si,
como hemos dicho e insistido en diversos lugares, la primera y principal
actitud por parte de la persona humana en lo que se refiere a Dios ha de ser
expresar su “apertura” y “escucha” a Él, las investigaciones principales y los
demás medios que poseen las Universidades católicas, así como de las
Universidades y Facultades Eclesiásticas, deberían dirigirse a estudiar las
condiciones de posibilidad – y los obstáculos personales, culturales y sociales
que se presentan actualmente -, y sugerir, poner en práctica y evaluar nuevos
métodos, para que dicha actitud de apertura se pueda realizar en su seno – y
aún más allá de sus paredes -, por parte de todos los miembros de la comunidad
universitaria. La capacidad de búsqueda de la verdad relativa a Dios y a su
Iglesia[ii] supone que el ser humano está hecho para
salir de sí mismo, y que esta actitud y actividad “ad” (“para”) es constitutiva
suya, como vimos en el capítulo precedente: somos capaces de escuchar al Otro y
de sintonizar también con él, y, para ello, es necesario crear condiciones y
espacios, suficientes y adecuados, en los que dicha capacidad se pueda poner en
actividad.
Se ha
de tener en cuenta, por ejemplo, que la experiencia de Dios, aun cuando
comporta una búsqueda y una reflexión “teórica” sobre Él, no reside ni
principal ni exclusivamente en esta. Es necesario llegar a tener una conciencia
vivencial de Dios, del Dios que quiere dialogar con cada uno de nosotros, y
nosotros con él. Por lo cual también es necesario, honradamente, aprovechar el
momento para hablar con Él de tantas cosas nuestras: de lo que Él es, de lo que
Él hace, de lo que Él nos ama, de lo que Él nos perdona… Y, también como lo
vimos en Jesús, de buscar la voluntad de Dios para nosotros, y de
comprometernos con Él en su realización. Pocas expresiones tienen una
insistencia más grande en los textos bíblicos como aquella que caracteriza a
sus grandes personajes: de una manera u otra, es constante el “heme aquí”,
“aquí estoy para hacer tu voluntad”, “hágase en mí según tu palabra”… (Abrahán,
Moisés, Isaías, Jeremías, María, el mismo Jesús). Todo lo cual comprende, al
tiempo que desborda, por supuesto, la actividad científica docente-discente de
una Facultad de Teología, y reclama la actividad conjunta y planificada de ésta
con la pastoral universitaria de la misma universidad, para propiciar otros
espacios de calidad[9].
Jesús,
como mostramos en el capítulo cristológico, nos dejó un ejemplo de orante. Sin
silencio y sin recogimiento, entre otras condiciones, difícilmente crearemos
las circunstancias propicias para que cada cual entre en sintonía y logre
quedar a la escucha de Dios, en lo más profundo de su ser[10].
b')
Como expresión de la fe y de la esperanza activa típicas de quienes han sido
reconciliados y están llamados a su realización plena y auténtica, se debería
mantener siempre presente en nuestro pensamiento, en nuestras actividades, a
Dios: “dejando que Él sea Dios”, es decir, sin pretender manipularlo para
nuestro provecho propio, pero tampoco esperando sentados permanentes “milagros”
suyos que subsanen y remedien nuestra indolencia y falta de empeño e
inteligencia. Una adecuada “teología de las realidades terrenas” sería
fundamental en este sentido[11], y al respecto el Papa JUAN
PABLO II lo pidió en particular a las Universidades y Facultades eclesiásticas:
“2c. Durante los últimos
años se ha puesto gran empeño en responder a las necesidades actuales: se
ha dedicado particular atención, por ejemplo, a la bioética, a los estudios
islámicos, a la movilidad humana, etc. En este sentido, no puedo por menos de
estimular las iniciativas encaminadas a profundizar en los vínculos que existen
entre la revelación divina y las áreas siempre nuevas del saber en la realidad
actual.
3. Hoy, más que nunca,
las universidades y las facultades eclesiásticas deben desempeñar un papel en
la "gran primavera" que Dios está preparando para el cristianismo
(cf. Redemptoris
missio, 86). El hombre contemporáneo está más atento a ciertos
valores: la tutela de la dignidad de la persona, la defensa de los
débiles y los marginados, el respeto de la naturaleza, el rechazo de la
violencia, la solidaridad mundial, etc. A la luz de la constitución apostólica Sapientia
christiana, las instituciones académicas de la Iglesia se están esforzando
por cultivar esta sensibilidad en armonía con el Evangelio, la Tradición y el
Magisterio. Es sabido que sobre el mundo contemporáneo se cierne la amenaza de
brechas cada vez más profundas, por ejemplo, entre países ricos y pobres. Esas
brechas se producen porque el hombre se aleja de Dios. En varias encíclicas he
tratado de indicar el camino para realizar una profunda reconciliación entre la
fe y la razón (cf. Fides et ratio), entre el
bien y la verdad (cf. Veritatis splendor), entre la fe
y la cultura (cf. Redemptoris missio), entre las
leyes civiles y la ley moral (cf. Evangelium vitae), entre
Occidente y Oriente (cf. Slavorum apostoli), entre el
Norte y el Sur (cf. Centesimus annus), etc. Es
necesario que las instituciones culturales eclesiásticas acojan estas
enseñanzas, las estudien, las apliquen y desarrollen sus consecuencias. Así, en
sintonía con su vocación, pueden contribuir a curar al hombre de sus miedos y
de sus heridas interiores.
4. Son muy conocidas las
actuales insidias del individualismo, del pragmatismo y del racionalismo, que
se extienden incluso hasta los ámbitos que tienen la misión de formación. Las
instituciones culturales eclesiásticas han de esforzarse por unir siempre la
obediencia de la fe y la "audacia de la razón" (Fides et ratio, 48),
dejándose guiar por el celo de la caridad. Los profesores no deben olvidar que
la actividad de enseñanza es inseparable del compromiso de profundizar en la
verdad, particularmente en la verdad revelada. Por tanto, no deben separar el
rigor de su actividad universitaria de la apertura humilde y disponible a la
palabra de Dios, escrita o transmitida, recordando siempre que la
interpretación auténtica de la Revelación ha sido confiada "únicamente al
Magisterio vivo de la Iglesia", el cual ejerce este oficio en nombre de
Jesucristo (cf. Dei Verbum, 10)”[12].
Ahora
bien: esta “obediencia de la fe” de las Universidades católicas no consiste en
la obediencia a un “Dios-Ley”, de quien no se “desobedece nunca una orden suya”
(Lc 15,29), sino de la obediencia a
un “Dios más grande, al Dios del amor. Entonces no abandonarán su obediencia,
pero ésta brotará de fuentes más profundas y será, por ello, mayor, más sincera
y pura, pero sobre todo también más humilde”[13].
c') Una
tercera línea a desarrollar ha de ser dedicar tiempo y constancia a la lectura
de la Sagrada Escritura e, incluso, al estudio bíblico. Cuando existe tanta
información circulando por todos los medios, cuando se crean tantas confusiones
en torno a diversos asuntos, bueno es poder inspirarnos en su Palabra para
orientar la vida. En este servicio o ministerio tan conveniente las Facultades
de Teología prestarían una colaboración muy adecuada y de altísima calidad.
d') Una
cuarta actividad a emprender debería ser conformarse y reunirse en comunidad
“en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, de modo que se viva,
se renueve y se perfeccione el amor de unos para con otros. De ahí que una
seria “introspección” de nuestra inserción a la Iglesia, de nuestro
“ser-Iglesia” – universal, particular y local –, sería del todo fundamental[14], sobre todo, en el momento
presente bajo los aspectos de comunión-comunidad que la resaltan tanto y que
presentan, a su vez, tantas exigencias morales y canónicas. Es también válido
en este contexto recordar que es la fuerza del Espíritu Santo, no la sabiduría
ni la elocuencia humana, la que construye la Iglesia en la fe. Esta formación
de comunidad ha sido comprendida como una de las tareas prioritarias de las
asociaciones científicas y de las Universidades y otros centros de estudio, inicio
de la conformación de comunidades aún mayores, pero se trata, sin duda, de una
tarea muy apropiada y de altísimo nivel para ser impulsada por una Facultad de
Teología[15].
e') Una
quinta sugerencia consiste en celebrar la liturgia, mediante la cual se actualiza
la pascua del Señor. Ella es “cumbre y fuente” de la actividad de toda la
Iglesia (SC 10), ella construye la
Iglesia[16]. Por lo cual, semanalmente, al
menos, habríamos de reunirnos en domingo la totalidad de los hermanos, para
celebrar la Eucaristía[17], que es la celebración
primordial de la vida cristiana (SC 46-48),
de manera “plena, consciente, activa, comunitaria y fructuosa” (SC 11 y 14). Y, ante la dificultad de
que las Universidades puedan hacerlo con sus profesores, estudiantes,
administrativos y egresados en ese día primordial, podrían proponerse no sólo
su debida celebración durante la semana, y más solemne en días propios de la
comunidad universitaria, sino abrir espacios académicos de formación para la
misma, como tareas muy apropiadas y de altísimo nivel para todos los miembros
de una Facultad de Teología – ¡para sus docentes! – así como para otros
espacios y agentes de pastoral[18].
f') Un
sexto campo de actividades - que ya desde la primera comunidad cristiana se
consideraba no simplemente una idea o una sugerencia, sino una verdadera
exigencia (cf. St 2,1-9) de
coherencia con la celebración de la Eucaristía y con la profesión de la fe
cristiana - consiste en ser solidarios con los pobres, con los excluidos, con
los marginados. El compromiso cristiano laical en medio de las estructuras de
la sociedad – renovándolas, reformándolas o cambiándolas –, haciendo que ellas
privilegien la reinserción social – económica, cultural, política – y la
inclusión de todos ellos[19], es hoy y será siempre, sin duda,
la prueba final, el verdadero “test” de nuestra fe. “Es mejor dar que recibir”,
enseñó Jesús (cf. He 20,35), y
siempre tenemos algo para ofrecer a otros.
En
nuestro continente latinoamericano esta ha sido una de las tareas que se han
impuesto las Universidades católicas y las Facultades eclesiásticas, aún con
empeño naciente y con resultados todavía inciertos. Se caracteriza en este
contexto investigativo-docente, en efecto, la línea de la toma de conciencia
tanto en la perspectiva de la denominada “educación de adultos”, como en la
llamada “educación liberadora”. Son conocidas al respecto las obras de Paulo
FREIRE (1921-1997)[20], a quien se considera, si no su
iniciador, sí su gran impulsador, en su momento. En efecto, es propio de los
seres humanos no sólo tomar conciencia de sus situaciones históricas sino
aprender a hacerlo con los medios adecuados, en medio de las múltiples opciones
que se le presentan y que quisieran “secuestrarlo” (enajenarlo) o ganarse su
benevolencia. Por ello es necesaria una reflexión moral, más aún, un ejercicio
“auto-crítico”, que les aporte un valor y un sello decisivo de autenticidad a
las personas y a las instituciones ante los intentos y seducciones de la
domesticación, de la objetivación, del enclaustramiento, de la alienación y de
la irrelevancia, que les impida alinearse – de pronto inconscientemente – del
lado de la injusticia[21]. Sin dejar de lado los aspectos
fundamentales y las motivaciones que posee esta perspectiva, ella debe
considerarse también, sin embargo, a la luz de los pronunciamientos oportunos
relativos a la “liberación”, por parte de la Santa Sede[22]. Más aún, ha de recordarse que
es Jesús mismo quien, aludiendo a dolorosas situaciones concretas, nos plantea
la crítica a nuestro “miserable” obrar (cf. Mt
21,33-43.45-46), confrontándonos no sólo ante lo que es digno, o no, de
nosotros mismos, sino ante lo que es digno, o no, de Dios. Lo recordaba – y lo
insistía – de forma muy especial a los “Decanos y Profesores de la Universidad
Javeriana” el Superior General de la Compañía de Jesús, M. R. P. Pedro ARRUPE,
S. J., en 1977:
“En primer lugar, la
Congregación General quiso dejar bien claro que el servicio de la fe y la
promoción de la justicia no constituyen un nuevo ministerio o sector de
actividad, sino más bien una dimensión o un factor integrador de todos nuestros
ministerios y tareas apostólicas, incluyendo la educación (cf. D. 2, n. 9; D.
4, n. 47). En segundo lugar, la Congregación General coloca la obra de
formación y de educación entre los medios más eficaces para servir a la fe y
promover la justicia y nos invita a proseguir e intensificar esa labor (D. 4,
n. 60).
Por consiguiente, la misión
de servir a la fe y promover la justicia que la Congregación General ha
confiado a todos los miembros y obras de la Compañía no sólo no es ajena al
quehacer universitario, sino que debería encontrar en nuestras universidades
uno de los medios más eficaces para llevarla a cabo. En mi reciente carta sobre
«El apostolado intelectual en la misión de la Compañía hoy», he querido poner
una vez más de relieve la grande importancia de la investigación y de la
enseñanza superior, precisamente para conseguir los objetivos apostólicos que
nos hemos propuesto […] No podemos eludir nuestra responsabilidad,
especialmente en regiones como América Latina y en naciones como Colombia… Se
debe reconocer que la tarea que a ustedes les espera no deja de ser ardua y
compleja…”[23]
En este
preciso momento el Papa BENEDICTO XVI, en su alocución a los miembros de la XXIII Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para los
Laicos, es decir, el 15 de noviembre de 2008, dijo a ese propósito, acentuando
las características del “apostolado seglar” promovido por AA y
contrastándolas con las de los “ministerios laicales”:
“Permítanme, queridos amigos, una última reflexión en
relación con la índole secular que es característica de los fieles laicos. El
mundo, en la trama de la vida familiar, laboral, social, es un lugar teológico,
ámbito y medio de realización de su vocación y misión (cf. Christifideles laici,
nn. 15-17). Todo ambiente, circunstancia y actividad en las cuales se espera
que pueda resplandecer la unidad entre la fe y la vida está confiado a la
responsabilidad de los fieles laicos, movidos por el deseo de comunicar el don del encuentro con Cristo y
la certeza de la dignidad de la persona humana. ¡A ellos corresponde
hacerse cargo del testimonio de la caridad especialmente con los más pobres,
sufridos y necesitados, como también asumir todo compromiso cristiano dirigido
a construir condiciones de justicia y paz cada vez mayores en la convivencia
humana, de modo que se abran nuevas fronteras al Evangelio! Pido, pues, al
Pontificio Consejo para los Laicos seguir con diligente atención pastoral la
formación, el testimonio y la colaboración de los fieles laicos en las más
diversas situaciones en las cuales está en juego la auténtica calidad humana de
la vida en la sociedad. De modo particular, reivindico la necesidad y la
urgencia de la formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva
generación de católicos empeñados en la política, que sean coherentes con la fe
profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia
profesional y pasión de servicio por el bien común.”[24]
g') Por
último, a las Universidades católicas, así como de las Universidades y
Facultades Eclesiásticas, ¡cómo no!, corresponde, como a cada uno de los fieles
cristianos, participar activa e inteligentemente en el caminar de la Iglesia,
contribuyendo a la modernización de sus estructuras y a la atención de las
necesidades más importantes y urgentes. No solamente propiciando la
concienciación[25] individual a fin de que se
efectúe esta participación, sino también en forma asociada, en pequeñas,
medianas y grandes comunidades (domésticas, escolares y universitarias, de
asociaciones, parroquiales, diocesanas, mundial, etc.). Cada cual, de modo
diferenciado y coordinado, según el propio estado de vida y el ministerio que
se le haya confiado, ha de realizar en esta tarea permanente “todo y sólo
aquello que le corresponde” (empleando la conocida expresión de SC 28). Cada día se ve mayor la
necesidad de la planeación de las actividades eclesiales[26], de tomar conciencia de la
importancia y de la necesidad de participar en ella[27], y, sobre todo, de ponerla en
práctica. Y las Universidades católicas, junto con las Universidades y
Facultades eclesiásticas, ciertamente no están dispensadas de ello[iii].
Precisamente
se destaca, en este contexto, el ministerio del docente de teología[iv],
clérigo, religioso, laica o laico, y de la comunidad académica teológica toda.
Al respecto es preciso distinguir, y comprender como complementaria e
igualmente digna y meritoria, dentro del ejercicio de este ministerio, la
actividad de quienes se consagran a la investigación y docencia teológica (en
las disciplinas “sagradas o de aquellas otras relacionadas con éstas”: c. 815)
de los futuros clérigos y de todos aquellos que la requieren en razón de su
desempeño en “la enseñanza de las ciencias sagradas y (en) las funciones más
arduas del apostolado” (Const. Ap. SCh
III,b), y la actividad de quienes hacen esto mismo dedicándose a la formación
de los laicos futuros profesionales (Const. Ap. ECE 9, 10 y 11 y passim),
sin dejar de lado la oportunidad, e inclusive, la conveniencia, de quien
pudiera desarrollar su servicio en un ámbito y en otro.
Dadas
las condiciones y circunstancias del todo especiales que lleva consigo este
último contexto universitario referido, en el que coexisten tan diversas
disciplinas no-teológicas con las teológicas, se hace imperioso reivindicar y
cuidar esmeradamente este ministerio específico, de modo que se efectúe con
procesos que aseguren su altísima calidad y pertinencia y sin desgajarse del humus teológico común. En el mundo de la
ciencia, de la técnica, del arte y los saberes, se trata de una mistagogía
típica[v]
que requiere un ministerio especial de la más alta calidad y exigencia
profesional[28], a la que una Facultad de
Ciencias de la Educación podría contribuir ventajosamente. Ya lo ha señalado el
Papa BENEDICTO XVI:
“La Iglesia tiene necesidad
de la contribución de estudiosos que profundicen la metodología de los procesos
pedagógicos y formativos, la evangelización de los jóvenes, su educación moral,
elaborando juntos respuestas a los desafíos de la modernidad, de la
interculturalidad y de la comunicación social y buscando, al mismo tiempo, ir
en ayuda de las familias”[vi].
Y para
insistir sobre esa calidad original y específica de la presencia de la teología
en el ámbito universitario es necesario recordar, precisamente, al fundador de
la Compañía de Jesús, cuando, en las propias Constituciones de la misma, señalaba:
“[…] siendo el fin de los
estudios ayudar al prójimo al conocimiento y amor divino y salvación de sus
almas, siendo para ello el medio más propio la Facultad de Teología, en ésta se
debe insistir principalmente en las Universidades de la Compañía, tratándose
muy diligentemente por muy buenos maestros lo que toca a la doctrina
escolástica y sagrada Escritura, y también de la positiva lo que conviene para
el fin dicho […]”[29]
Y
prosigue, refiriéndose, justamente, a otros estudios que de manera especial los
miembros de la Compañía deben realizar previa y juntamente con los teológicos:
“Así mismo porque las Artes
y Ciencias naturales dispondrán los ingenios para la Teología, y sirven para la
perfecta cognición y uso della, y también por sí ayudan para los fines mismos;
tratarse han con la diligencia que conviene y por doctos maestros, en todo
buscando sinceramente la honra y gloria de Dios nuestro Señor” [30].
Quinientos
años después, otro Jesuita se hacía eco de esta señalada y característica
finalidad, en un acto en el que se hacía reconocimiento a la larga trayectoria
de algunos colegas suyos, de alguna colaboradora de la Facultad de Teología, y
a la suya misma, cada una de las cuales era considerada por él como esfuerzo de
congruencia con dicha finalidad:
“Nuestra especificidad
teológica en la Universidad (se expresa en) … la pertinencia peculiar del
símbolo central de este evento: esa cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la que
veneramos un paradigma universal del amor dispuesto a irse entregando, aún a
costa de sí mismo, hasta que la justicia de Dios haya irrigado la totalidad de
nuestra cultura y de nuestra organización social, en coherencia con una escala
de valores integral y auténtica, y en solicitud preferencial por nuestros
hermanos más pobres”[31].
b) La libertad, condición del acto de fe veraz y
transparente de personas e instituciones
8. A Dios que habla, la mujer y
el hombre le responden. No obstante lo explicado, y porque la relación con Dios
lo exige como ninguna otra, la libertad humana puede optar también por la
no-creencia: a Dios se lo ama verdaderamente sólo en libertad[32] (cf. supra, pp. 1075-1078;
1092; 1096, con la nt. clxxiv; etc.).
La
historia nos confirma que la propuesta y la invitación por parte de Dios no
dejan a los seres humanos indiferentes, de modo que, así como ha sido posible
acogerlo y responderle decididamente – y, en muchos casos, no sin haber tenido
que superar grandes y graves dificultades personales, sociales o culturales –,
así mismo otros terminan rechazándolo. Y lo que afirmamos con respecto a Dios,
puede acabar ocurriendo, así mismo, en relación con la Iglesia. Y por cuanto
ello también es posible, hay que expresar claramente, y, aún, defender esta
verdad de la fe católica (cf. c. 748) que es, al mismo tiempo, un “derecho
humano”: la libertad humana en relación con Dios y con la Iglesia. Refiriéndose
al ejercicio de este derecho, en el contexto de las relaciones entre Hindúes y
cristianos, con ocasión de la fiesta de Diwali
– 9 de noviembre de 2007 –, el Presidente del Pontificio Consejo para el
Diálogo Interreligioso, el Card. Jean-Louis TAURAN, recordaba el texto ya
mencionado de DH 10 con estas
palabras:
“3. Fe y libertad siempre
caminan juntas. No puede existir coerción alguna en religión: ninguno puede ser
forzado a creer, como tampoco a ninguno que quiere creer se le ha de impedir
hacerlo. Permítanme reiterarles la enseñanza del Concilio Vaticano II , que es
sumamente claro sobre este punto: « Es uno de los más importantes principios de
la doctrina católica, contenido en la palabra de Dios y enseñado constantemente
por los Padres, que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios,
y que, por tanto, nadie debe ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad» (Declaración sobre la libertad religiosa,
Dignitatis humanae 10). La Iglesia Católica ha sido fiel a esta enseñanza,
como el Papa Benedicto XVI lo recordó recientemente a los Embajadores de la
India y de otros Países ante la Santa Sede: «… La paz está enraizada en el
respeto por la libertad religiosa, que es un aspecto fundamental y primordial
de la libertad de conciencia de los individuos y de la libertad de los pueblos»
(18 de mayo 2006). Formando creyentes primero que todo para descubrir las
dimensiones plenas y profundas de su propia religión, y luego animándolos a
conocer a otros creyentes de igual manera, se efectúa un importante cambio para
las comunidades religiosas a quienes se confía construir una paz mundial. No
debemos olvidarnos que la ignorancia es el primero, y, quizás, el principal
enemigo en la vida de los creyentes, mientras la contribución combinada de cada
creyente mejor acrisolado provee un rico recurso para la paz duradera”[33].
Ahora
bien, entre el rechazo y la aceptación de Dios existe una variedad enorme de
posibilidades personales y de actitudes, que pasan, inclusive, por las
incongruencias personales más o menos graves, y por limitaciones de diversa
índole, es decir, por factores tanto objetivos como subjetivos que pueden
impedir, o facilitar, en un momento dado, el acto de fe y la orientación
fundamental de la existencia hacia Dios. De ahí que podamos afirmar que
acciones tales como idolatrías ocasionales, blasfemias, supersticiones, uso en
vano del nombre de Dios, pecados ciertos contra la fe, la esperanza o la
caridad, etc., son otras tantas, así sea transitorias, expresiones de un “no”
nuestro a Dios[34]. Igual puede ocurrir en
relación con la Iglesia, de modo que la comunión con ella no siempre es plena
en los tres ámbitos que la aseguran[35].
Las
Universidades católicas y las Universidades y Facultades Eclesiásticas deben
tener todo esto presente, sin duda alguna, desde sus mismos documentos
constitutivos y reglamentarios. Más aún, compartiendo ellas con las demás
personas jurídicas eclesiásticas un contexto en el que la vivencia de la religiosidad
se manifiesta de múltiples maneras, desviadas o disparatadas inclusive; en el
que existe el hecho, igualmente, del agnosticismo y de la increencia, que se
presentan con perfiles tan característicos en nuestra época y país, como vimos
anteriormente, es importante que estas instituciones tengan en cuenta también
que no siempre se trata de un mismo tipo de fenómeno, y que, por lo tanto, haya
que garantizar efectivamente a cada cual el ejercicio de su legítimo derecho a
“practicar su propia forma de vida espiritual” (cf. c. 214), derecho defendido
por Dios[36]; y, en el caso de los
cristianos, a hacerlo de conformidad con la doctrina de la Iglesia; pero, por
otra parte, es necesario asumir las justas restricciones que el ejercicio de
este derecho impone tanto el ámbito civil como el moral[vii].
De
igual modo, debemos llamar la atención sobre una de las expresiones que, en mi
concepto, se está generalizando en nuestro tiempo: confundir algunas
manifestaciones de seudo-religión con religiosidad auténtica. Crece, en efecto,
como acabamos de decir, el número y/o uso de supersticiones (llamadas
incorrectamente “mitos”), adivinaciones y magias por parte de las personas. En
el caso de las primeras, se las asocia, por lo general, con la mala (o buena)
suerte: empleo de amuletos, el número 13, el gato negro, la escalera, “toco
madera”, etc., son algunas expresiones comunes en nuestro medio… Se considera
que el simple contacto con ciertos objetos, o evitarlos, les traerá felicidad o
infelicidad. Se trata de un hecho habitual en muchas culturas[37], inclusive en aquellas
consideradas “modernas”, y son acogidas por muchos como algo digno de mantener
sin por qué ruborizarse (mientras, les parece más serio, afirmar su increencia
en Dios). En el caso de las supersticiones, éstas aún hoy encuentran caldo de
cultivo en la existencia de hechos (aún) no explicados por las ciencias, pero
se los asocia con eventos supernaturales y, en últimas, con Dios. El
surgimiento en los últimos decenios de la “parapsicología” quiere responder a
la explicación de muchos de esos fenómenos[38].
El
efecto que dichas supersticiones puede tener en algunas personas puede ser
devastador, porque, en lugar de ayudarles a asumir su propia existencia y de
contribuir en ellas a lograr una salud mental basada en su autoestima y la
confianza en sí mismas, a un cierto optimismo de la vida, producen todo lo
contrario.
Ahora
bien, estos fenómenos, que atañen primeramente a los propios individuos,
también pueden acontecer – y acontecen – en comunidades y colectividades mayores,
inclusive institucionalizadas. Por lo cual, hay que estar sumamente atentos a
las incoherencias y, aún, a las deformaciones que pueden surgir o derivar de
esa misma opción religiosa.
Las
Universidades católicas, por lo tanto, pueden contribuir muy positivamente en
relación con este asunto, tanto en lo que se refiere a las situaciones
personales, como, sobre todo, a la recta valoración y realización de la
investigación científica y de sus aplicaciones.
Pero,
en lo que se refiere expresamente a las relaciones con Dios, de igual modo. Al
sentir de Anselm GÜNTHÖR O.S.B.[39], corresponde al cristiano
conservar la “objetividad” y la “seriedad” que son propias de una fe genuina.
En consecuencia, al mismo tiempo que esta fe juzga que los seres humanos no estamos
en manos de fuerzas ciegas, sino que el mundo presente y futuro “nos
pertenecen” y que “nosotros pertenecemos a Dios” (cf. 1 Co 3,22), por eso mismo debe tributar a Dios el justo homenaje
que le corresponde como el Creador sabio y bueno que nos ha hecho en su Hijo
Jesucristo, mujeres y hombres libres.
Más
aún, allí donde desaparece la fe en Dios creador y redentor, entra la
superstición. Entonces, también el verdadero culto a Dios, que inspira el
Espíritu Santo, cede su lugar al miedo que infunden fuerzas anónimas y a la
confianza en fuerzas no demostradas. Una expresión que de religiosa y de
homenaje a Dios tiene sólo su apariencia. El mismo ser humano abdica de su
libertad y de su responsabilidad, cayendo frecuentemente también en engaños y
enredos.
Por
todo esto, en un medio como el universitario, a donde llegan de primeros los
últimos avances del conocimiento en todas las áreas del saber humano y las
últimas técnicas que los aplican y los convierten en objetos concretos, es
necesario también que la búsqueda de Dios y la adhesión personal a Dios y a su
Iglesia sean favorecidas con aquellos instrumentos del progreso auténtico que
les permitan mostrarse, profundizarse y expresarse mejor. Se trata, también en
este caso, de un signo que deben dar estas instituciones de su “responsabilidad
en relación con la sociedad” y con la Iglesia. En consecuencia, es necesario
que dentro de los planes y estrategias diseñados para poner en práctica esta
expresión de responsabilidad social en materia educativa e investigativa que
les compete de suyo, también las Universidades católicas y las Universidades y
Facultades Eclesiásticas traduzcan del lenguaje y de la tarea teológica, y
construyan, aquellos “indicadores” que sean susceptibles de posibilitar una
gestión y una evaluación. Y, como suele ocurrir en otros asuntos en los que la
dispersión de los esfuerzos disminuye el “impacto” de las actividades, también
dentro de dichos indicadores deberían incluirse ítems que apunten a la solución
de esta problemática, tan contradictoria, por otra parte, con lo que considera
la norma del c. 820.
Como se
puede ver, cuando se trata de Dios y de la Iglesia, las exigencias de la verdad
y de la veracidad reclaman no sólo la más genuina y completa actitud de
libertad sino también la más franca exigencia de autenticidad y de
transparencia en el conocer, en el deliberar, en el decidir, y, finalmente, en
el obrar[viii].
Es un ejercicio de “atracción” (Papa Francisco). San Pablo denominaba a este
ejercicio “la obediencia de la fe” (Rm
1,5; 16,26), y de ello, como el que más, han de dar testimonio las
Universidades católicas y las Universidades y Facultades eclesiásticas (cf. en
lo que se refiere a la responsabilidad personal de sus integrantes el c. 212 §
1[40]). Como ha afirmado Joaquín
GARCÍA-HUIDOBRO,
“La presencia de la fe en el
ámbito de la enseñanza, lejos de menoscabar la libertad de los alumnos – y
agregamos nosotros, de los docentes, de los egresados y del personal
administrativo –, la apoya”[41],
la
ensancha y la dignifica. Algo similar se debería afirmar de las religiones en
general, y debemos reivindicarlo aquí. El fenómeno religioso y las religiones
en particular son tratadas muchas veces de manera muy simplista y preconcebida,
más aún, de forma muy estrecha, cuando se tratan los derechos humanos y ésto, o
bien para recordar los derechos de las minorías, o bien para denunciar el
fanatismo con que se expresan algunos de sus seguidores. Sería necesario
considerarlas desde una óptica muy diferente, valorarlas por ellas mismas, es
decir, reconociendo que ellas son una energía que inspira a los seres humanos a
ir más allá de sí mismos, para colocarlos a la escucha de Dios, a la escucha
del otro, al descubrimiento de la porción de verdad que se encuentra en cada
uno, para construir un mundo en donde se viva más dignamente.
Todo lo
contrario, pues, a un proselitismo[42] ignominioso que, además de
expresar un entusiasmo vacuo se transforma en un medio de propaganda que
conduce, en la práctica, a un fanatismo nada razonable ni respetuoso de la
dignidad y de la libertad humana.
2) Consideremos ahora, apenas indicativa y esquemáticamente,
lo concerniente a la segunda dimensión de la acción de las Universidades
católicas y de las Universidades y Facultades Eclesiásticas: la cuestión del
método.
9. El
tema es de una importancia, actualidad y urgencia incomparable, pero nos desborda
actualmente. En relación con el investigar e instruir “metódico” de la fe, que
es la tarea propia de la teología, a
las Universidades católicas, y muy especialmente a las Universidades y
Facultades Eclesiásticas, les concierne hacerlo con los mejores medios a su
disposición y alcance: “docendo discitur”.
En el
Medioevo se postuló ya la hermenéutica propia de la teología a partir de la
necesidad de “penetrar en los misterios creídos con la ayuda de la razón”.
Entonces las incipientes Universidades, católicas culturalmente, fueron el
espacio propicio “para la superación del argumento de autoridad” y “abrir el
espacio propio a la especulación racional y reconocer en ésta una capacidad de
conocer y de penetrar el misterio revelado”, como recuerda Gerardo ARANGO
PUERTA, S. J.[43]. El aporte de la Escolástica
benefició no sólo a la propia teología, haciéndola comportarse como saber
metódico, sino a las demás áreas del saber que, por entonces, iban surgiendo.
Luego, la historia y las artes del Renacimiento obligaron a la teología a
contrastarse con ellas y a aceptar ciertas modificaciones en su proceder. Llegó
luego la Modernidad – la Reforma, los Descubrimientos, la Revolución
industrial, etc. – urgiendo el replanteamiento de las fronteras ideológicas de
la teología: correspondió hacerlo a Emmanuel KANT (1724-1804)[44]. Pero ha sido sobre todo el
aporte de Johann Gottlieb FICHTE (1762-1814)[45] quien contribuyó a la gestación
de la denominada “cultura occidental” contemporánea en su característico
aprecio por la ciencia experimental, con lo cual se llega a problematizar a la
propia teología como saber[46]. Hoy, la teología se considera
a sí misma como una “sabiduría”, pero
reconoce que esta se adquiere y se desarrolla “por el camino de la ciencia”
(Gottlieb Söhngen[47]).
A lo
largo de la historia, en el método empleado se ha acudido primordialmente a la
colaboración de la filosofía como mediación que permite un diálogo entre seres
humanos acerca de Dios[ix]:
en el primer milenio, con la ayuda de la filosofía de corte platónico,
principalmente; a partir de s. Tomás de Aquino, sin olvidar la perspectiva
platónico-agustiniana, se empleó especialmente la perspectiva
aristotélico-tomista. Ya veremos un poco más adelante la posición del Papa JUAN
PABLO II en la enc. FER (cf. infra, p. 1220, nt. 3153) quien advierte que
en la búsqueda actual de la verdad, hoy por hoy las ciencias son del todo
necesarias; pero que reconocerles su aporte fundamental no puede llevar consigo
a descartar el aporte crítico que a dicha búsqueda proporciona la filosofía,
inclusive en posibles expresiones contemporáneas.
Las
ciencias experimentales, no olvidemos, trabajan bajo la perspectiva del modelo
causa-efecto. La teología debe tenerlo en cuenta, por supuesto, sobre todo
cuando busca y halla su lugar en el seno del conjunto de los saberes y de las
Universidades. Ello no obsta para que debamos mencionar, p. ej., entre otras
formas y modelos, la propuesta ya referida, de Bernard LONERGAN en Método en teología[48], en la que atiende a las ocho
“especializaciones funcionales” de la investigación y del ejercicio teológico,
como otros tantos frentes de trabajo necesariamente concurrentes (procesuales
y/o simultáneos). Como dijimos, dichas “especializaciones funcionales” del
método teológico, corresponden a las ocho “operaciones” del preguntar, conocer
y actuar en las que intervienen nuestros sentidos, la imaginación, la
inteligencia y el proceder responsable, y se caracterizan por las siguientes
acciones (verbos en infinitivo), que el investigador individual, o el equipo de
investigación, suele emprender[49]:
·
“Quaerere”:
o Observar la
realidad y agrupar los datos significativos;
·
“Gnoscere”:
o Interpretar
y comprender la situación;
o Juzgar
críticamente la significación de los datos (v. gr. con la ayuda de las ciencias
sociales);
·
“Amplecti”:
o Controvertir
dialécticamente el proceso y los resultados obtenidos hasta el momento; juzgar
acerca de los valores que están en juego; deliberar sobre la tarea a acometer,
y decidir: es entonces cuando mejor se debe expresar el camino de la conversión
evangélica;
·
“Servare”:
o Explicitar
los fundamentos;
o Elaborar
doctrinas y teorías;
o Sistematizarlas;
o Comunicarlas.
En todo
ello la teología ha de ser rigurosamente “científica”. A sus estudiosos, como
sucede en las demás áreas del saber, y más en una Universidad, se les ha de
formar para que adquirieran y desarrollen capacidades de análisis y aquellas
necesarias para formular una hipótesis científica, unidas también a la prudente
arte del discernimiento.
Pero,
como lo señala BENEDICTO XVI, ello no es suficiente: ha de ir aún “más allá”:
“Quisiera hacer esto más
claro mediante un ejemplo. Un exegeta, un intérprete de la Sagrada Escritura,
debe explicarla como obra histórica "secundum
artem", es decir, con el rígido cientificismo que conocemos, según
todos los elementos históricos que esto requiere, según el método necesario.
Sin embargo, esto por sí solo no basta para ser un teólogo. Si se limitara a
hacer esto, entonces la teología, o como quiera que sea, la interpretación de
la Biblia, sería algo semejante a la egiptología, a la asiriología o a
cualquier otra especialización. Para ser teólogo y prestar el servicio a la
Universidad y, me atrevo a decir, a la humanidad, por tanto, el servicio que se
espera de él debe ir más allá y preguntarse: Pero ¿es verdad lo que allí
se dice? Y si es verdad, ¿nos concierne? Y ¿de qué modo nos concierne? Y ¿cómo
podemos reconocer que es verdadero lo que nos concierne?”[50]
La
discusión actual sobre los “métodos” empelados por las disciplinas en sus procesos
de investigación se ha visto problematizada, sin duda, pero exigida, sobre
todo, a raíz de los ejercicios de índole interdisciplinaria. Los autores lo han
señalado así, especialmente como una de las características de los doctorados:
“Los doctorados, instituciones
universitarias cuya razón de ser es la investigación, son los encargados de
generar nuevo conocimiento […] Es una dinámica que forma parte de la inserción
de la universidad en las sociedades. Otro aspecto crucial […] es la
preocupación por la interdisciplinariedad. Los doctorados tienen la
responsabilidad de la comparación entre métodos diversos de acercamiento a la
lectura de la realidad […] En estos niveles de formación académica, la
posibilidad de entablar diálogos permanentes entre las disciplinas se logra por
el dominio de los métodos en cada una de las ciencias y la capacidad de
compartirlos entre los diversos grupos de investigación, tanto en el país como
en el exterior. Así, el doctorado permite la conformación de comunidades
académicas que están en permanente contacto, revisando su producción
intelectual”[51].
En la
actualidad existen, como decimos, importantes propuestas y debates, que no
podemos reproducir aquí. Con todo, queremos aludir a ellos en forma
aproximativa e informativa dando el reporte de una muy breve y cercana
indagación en teología[52].
En una
revisión realizada a 82 trabajos de grado de maestría y de tesis doctorales en
teología presentados en nuestra Facultad entre los años 1992 y 2002[53], hice patentes no sólo las
tramas producidas en los mismos sino, especialmente, las metodologías empleadas
para su tratamiento. Seis de los trabajos de grado fueron dedicadas “al
teólogo” y “al método teológico”[54] (= 7, 32 %).
Nos
llamó especialmente la atención el modo de proceder tan diversificado en ellas,
de modo que ya los solos títulos de sus capítulos o secciones eran muy
indicativos: componente “biográfico”, “contexto histórico o literario”, “marco
teórico”, componente “estadístico”, “crítica textual bíblica”, “crítica a texto
teológico”, “contexto sociocultural”, “presentación del problema”, “experiencia
personal, realidad actual, análisis”, “fenomenología del problema”, “historia
de las ideas” o “de un concepto teológico”, “reflexión filosófica”, “lectura
sociológica”, “reflexión” o “comentario teológico”, “estudio bíblico”,
“reflexión bíblica”, “análisis literario”, “iluminación teológica”,
“hermenéutica teológica”, “reflexión hermenéutica”, “análisis exegético”,
“reflexión teológica-bíblica”, “reflexión magisterial”, “discernimiento”,
“reflexión teológica-pastoral”, “aplicación”, “conclusión”, “autocrítica”[55].
Entonces
hacíamos la siguiente anotación sobre ese conjunto, en particular en lo que se
refiere a los aspectos metodológicos de las investigaciones realizadas:
“… se puede destacar, como
se ha visto, la importancia que ha tenido el estudio sobre los métodos en
teología. Con todo, es apenas incipiente cuanto se refiere a la autocrítica del
propio teólogo acerca de su quehacer, así como a la importancia que tiene para
él, en orden a la calidad y testimonio de su producción, su inserción en el
medio y al interrelación crítica con su praxis, que es una expresa opción no
exclusiva ni excluyente de nuestro Departamento, en la línea de la
“pertinencia” de la investigación.
“Pero sí se ha evidenciado
que existen metodologías más simples. Otras son más complejas. Y que en algunos
casos se muestra la preferencia por el empleo del instrumental filosófico,
debido quizás a la competencia y a la preparación previa en esa área del saber;
en otros casos, se debe al adiestramiento, mayor o menor, en las ciencias
sociales. Inclusive, como se puede ver, en algunos casos se emplearon uno y
otras. Y, al contrario, en algunas, ninguno de ellos. Ello muestra,
indudablemente, la versatilidad del ejercicio de la racionalidad humana y/o la
variedad de objetos de estudio seleccionados y la necesidad de acercarse
adecuadamente a ellos”.
Y
concluíamos:
“Ante esto se puede uno
preguntar qué tan diestros en el manejo de esos procedimientos y de las
limitaciones inherentes a los mismos, así como en un ‘diálogo’ autocrítico
entre dichos saberes y la teología en su conjunto – interdisciplinariedad – han
llegado a ser los autores; y, en el mismo sentido, cuál ha sido – y qué tan
amplia – la colaboración directa que les ha prestado la Facultad de Teología –
el posgrado mismo – en el aprendizaje y la experimentación de tales prácticas”[56].
Así,
pues, se trata de comprender que es una tarea del teólogo en relación con su
propia disciplina – y una exigencia moral personal para él – velar por la
“verdad” de la misma, de su propia producción y de la producción de sus
colegas, de modo que se conserve, se acreciente y se proyecte su autonomía y
peculiaridad; pero ello sólo se puede lograr en el marco de su investigación en
la “verdad sobre el hombre”, en la que comparte el mismo humus con todos los demás saberes. Escucharlos, pues, debidamente y
con atención y diligencia, e intercambiar con ellos, es una de las primerísimas
tareas que debe ser emprendida en cada caso. Ejemplo excelente de semejante
actitud en este contexto fue, sin lugar a dudas, el de Mateo RICCI (1552 –
1610), un jesuita que se llegó al Imperio Chino[x].
Pero,
además, es necesario e ineludible examinar constantemente esas mismas
cuestiones, para descubrir y discernir en ellas los “signos” mediante los
cuales se hace presente y se puede construir el Reino de Dios. (Véase al
respecto lo dicho en nuestro cap. IV, especialmente en 1.d., p. 427ss; e., p. 467ss; y f., p. 486ss).
Sírvanos,
pues, de colofón de esta subsección, recordar con Joseph RATZINGER que Dios
quiere “la implicación del hombre en su totalidad” cuando se trata de
descubrirlo “en este mundo”. Tarea que se impone, de manera muy particular, por
supuesto, al propio teólogo:
“Es un conocimiento que forma
un todo único con la vida misma, un conocimiento que no puede darse sin
«conversión». En el mundo marcado por el pecado, el baricentro sobre el que
gravita nuestra vida se caracteriza por estar aferrado al yo y al «se»
impersonal. Se debe romper este lazo para abrirse a un nuevo amor que nos lleve
a otro campo de gravitación y nos haga vivir así de un modo nuevo. En este
sentido, el conocimiento de Dios no es posible sin el don de su amor hecho
visible; pero también el don debe ser aceptado”[57].
3) El problema del límite moral en la investigación
y la docencia en lo concerniente a la doctrina sobre Dios y la Iglesia. La
percepción “católica” del problema.
10. No
podemos soslayar que de manera muy concreta el c. 809 señala la necesidad de
que en las Universidades católicas – pero se podría entender que, a fortiori en las Universidades y
Facultades eclesiásticas – “las investigaciones” y “la enseñanza” de las
“distintas disciplinas” se ha de hacer “con respeto de su autonomía
científica”, pero, al mismo tiempo, “de acuerdo con la doctrina católica”.
El
texto marca, pues, los límites canónicos
– que son estrictos en su interpretación y en su aplicación (cf. c. 18) – del
ejercicio del derecho que les incumbe a los “laicos” como “ciudadanos” “en los
asuntos terrenos” (c. 227) y a los “clérigos”, del ejercicio de ese mismo
derecho que les compete con todos los demás fieles (cf. c. 217), pero,
comprendido en su nueva condición, “principalmente en la medida en que ese
conocimiento ayuda al ejercicio del ministerio pastoral” (c. 279 § 3). El
asunto nos remite, pues, al capítulo siguiente de nuestra investigación, y a la
necesidad de contextualizarlo recordando la distinción teológica-canónica en la
que se soporta (cf. en particular, II.1.a.4 y 5, pp. 1437ss).
Pero, y
desde el punto de vista de las consecuencias morales de la propuesta cristológico-antropológica que hemos hecho,
¿qué decir?
Son
ampliamente conocidas numerosas situaciones en las que asuntos diversos son
apreciados sin una conveniente clarificación de los mismos. Consideramos, en
efecto, dos tipos de problemas. En el caso concreto, se trata en primer lugar
de dos capítulos de la fe cristiana y católica de la máxima trascendencia: los
misterios amplia o estrictamente dichos relativos a “Dios” y a la “Iglesia”
(cf. DS 3005; 3015; 3041), y no a
otras cuestiones importantes, como podrían ser, v. gr., las relativas a la
Universidad católica o a las Universidades y Facultades eclesiásticas, ligadas
con ellos, sin duda, pero distintas y dependientes de ellos conforme a aquella
“jerarquía de las verdades” que enseñó el Conc. Vat. II:
“en el diálogo ecuménico,
los teólogos católicos, afianzados en la doctrina de la Iglesia, al investigar
con los hermanos separados sobre los divinos misterios, deben proceder con amor
a la verdad, con caridad y con humildad. Al comparar las doctrinas, recuerden
que existe un orden o «jerarquía»
en las verdades de la doctrina
católica, ya que es diverso el enlace (nexus) de tales verdades con el fundamento de la fe
cristiana” (UR 11).
En
consecuencia, aludimos a discusiones muy complejas que se han sucedido en la
historia, sobre todo, en el caso de las referentes a Dios, a su misterio
trinitario y a la persona de Jesucristo, que tuvieron una resolución en los
Concilios de los primeros siglos cristianos, en medio de controversias muy
tirantes, que no es del caso referir.
En el
caso de las controversias sobre la “Iglesia”, si bien estas existieron también
desde los primeros siglos y han proseguido a través de toda la historia
cristiana – no sin dejar de mezclarse en dichas disputas los emperadores,
príncipes y autoridades seculares, hasta hoy, en muchos casos – ha sido muy
esclarecedor el aporte del Concilio Vaticano II (1962-1965) – en el que
participaron, además de más de 2.300 Obispos, en calidad de observadores,
representantes de diversas confesiones cristianas, e, inclusive, de otras
expresiones religiosas; y, como expertos muchísimos otros, incluso no
cristianos y no creyentes – al exponer de manera expresa el “misterio de la
Iglesia” en dos de sus máximos documentos: la Constitución dogmática “sobre la
Iglesia”, LG, y la Constitución
pastoral “sobre la Iglesia en el mundo moderno”, GS. Esto, para no hacer mención de los otros catorce documentos en
los que, cada uno según el tenor de su tema, también se hace referencia a la
Iglesia.
No
obstante tales pronunciamientos se sigue y se seguirá investigando con
provecho, en particular en esa historia de la Iglesia y en los acercamientos
que se hacen a la misma Iglesia desde las demás disciplinas sociales (cf. GS 44b). Así mismo, no es posible poner
freno a la preocupación humana por profundizar aún en lo ya averiguado y
establecido y, más aún, por buscar nuevas maneras de expresar los contenidos
tradicionales de la doctrina a las nuevas generaciones, en medio de los
lenguajes y de las sensibilidades propias de sus inéditos tiempos, de
descubrimientos y manifestaciones de preocupaciones diferentes (cf. GS 44a).
A este
propósito, y precisamente en y para nuestro ámbito universitario católico, es necesario insistir en dos
criterios de acción, entre otros, sumamente importantes en línea con los
documentos citados: en primer término, que las exigencias misioneras del
anuncio del Evangelio nada riñen con el respeto profundo por la conciencia de las
personas sobre todo en lo que se refiere a su decisión religiosa, por una
parte, como lo ha enseñado el mismo Concilio (cf. GS 16-17; DH 3). En este
orden de ideas, la franca y respetuosa exposición de los contenidos de la fe
cristiana por parte de los docentes debe saberse conjugar con la promoción de
la comprensión fraterna universal, del respeto por las personas y por su
intimidad, y de una actitud de diálogo aún entre quienes poseen convicciones,
e, incluso, fes diversas. Desde el punto de vista institucional, se trata de un
asunto de la máxima delicadeza, caridad y amor a la Verdad, dar a conocer
ampliamente, de manera objetiva y nítida la opción católica de la Universidad,
y, por eso mismo, abierta a la crítica y al pensamiento pluralista y divergente,
capaz siempre de responder con altura a las exigencias que le plantean la
sociedad y la cultura de hoy.
En
segundo término, dado el encargo que las Universidades católicas tienen en la
Iglesia, les corresponde cooperar en aquella acción que se desarrolla a favor
de la unidad entre los cristianos (cf. LG
15; UR) – mediante su oración
insistente y perseverante así como a través de la investigación asidua y
mancomunada con ellos –, e, igualmente, en aquella que promueve el diálogo y la
labor multiforme y conjunta con los que no lo son, con el fin de resolver
problemas humanos – no exento el de la educación y, en particular, el de la
educación superior – urgentes, complejos y ampliamente difundidos (cf. LG 16; NÆ 3 y 4), sobre todo
aquellos que son fruto de la discriminación y la intolerancia por razón “de
raza o color, de condición o religión” (NÆ
5).
Caso
diverso de los anteriormente mencionados – dogmáticos o “de fe definida como
revelada”, o, al menos, “de fe católica” (cf. c. 750 § 1) –, es el de aquellas
problemáticas relativas a las investigaciones denominadas “de punta”,
especialmente aquellas que se refieren a asuntos que son objeto de las diversas
ciencias, independientemente consideradas o en acción interdisciplinar. En
dichas problemáticas, en las que los resultados son, con mucho, todavía
provisionales, se vinculan aspectos de ética y teología moral. En dichos casos,
las autoridades de la Iglesia – como ya hemos podido observar – actúan con
muchísima prudencia y cautela, de modo que no llegan a considerar “sobre la
doctrina de fe y las costumbres propuesto, de modo definitivo” sino aquello que
se debe observar como “necesario para custodiar santamente y exponer fielmente
el mismo depósito de la fe” (c. 750 § 2; cf. Juan Pablo II: m. p. Ad tuendam
fidem, 18 mayo 1998). Responsabilidad, como se ve, sumamente grande, y que
debe ser ejercida con el máximo rigor.
Así las
cosas, es necesario afirmar y no soslayar que el rechazo de la verdad religiosa
y de la “verdad de la fe”[58], en el caso del cristiano,
posee unas connotaciones sumamente graves, hasta el punto que entraña unas
implicaciones de orden canónico (“herejía”, “apostasía” y “cisma”, cf. cc.
749-754), que tocan muy directamente a quienes investigan y enseñan en
Universidades católicas y en Universidades y Facultades eclesiásticas. Así,
pues, cuando se presentan controversias tales que se pone en peligro la unidad
de la Iglesia, una referencia al Magisterio del sucesor de Pedro ha garantizado
a través de los siglos la fidelidad a la doctrina auténticamente evangélica y a
quienes lo escuchan les da libertad interior y serenidad. O, como alguna vez
expresó Joseph Ratzinger: “Sólo en la Iglesia es posible ser cristiano y no al
margen de la Iglesia” (discurso en la Academia Bávara, Múnich, 28 de febrero de
1982).
Sin
embargo, ya que la casuística puede resultar abundante, y los casos de la
misma, sobre todo en épocas recientes, requerirían de examen detallado y justo
– y, por lo tanto, con todos los elementos puestos a consideración –, baste,
entonces, para el asunto, mencionar cuanto hemos escrito ya en otra ocasión:
cuando sean discutidos argumentos que de diversas maneras se conectan con la
“doctrina católica”, sea por parte de las instituciones universitarias
católicas, en cuanto personas jurídicas, sea, sobre todo, por parte del
investigador y del docente universitario – tanto si éste, laico o no, es
profesional en una o en algunas de las varias áreas de su disciplina, que se
refiere a dichos asuntos de fe en forma tangencial o eventual; o, por el
contrario, si es éste teólogo, clérigo o no – es conveniente atender a la
siguiente orientación práctica:
“La dimensión comunitaria de
la vivencia de su fe cristiana es, sin duda alguna, para el cristiano,
esencial. Ello hace que su conciencia tenga que hacer referencia a la ley y a
la autoridad de la Iglesia. Estas, en efecto, le ayudan a formar su conciencia.
Pero existen otras influencias que también lo pueden ayudar a hacerlo: las
opiniones y costumbres de las comunidades eclesiales, por ejemplo, lo mismo que
los ejemplos de los santos, la vida litúrgica, etc., todo ello puede serle
especialmente significativo.
La inserción y participación
activa en la vida de la Iglesia diocesana y parroquial contribuyen
poderosamente a la inserción en Cristo, y ello no debería olvidarse con
facilidad. Al respecto no ha de dejarse de lado cuanto dijimos en la sección
anterior sobre las leyes de la Iglesia.
A este propósito es bueno
tener presente lo siguiente: en algunas ocasiones suelen presentarse
dificultades y verdaderos conflictos entre la obediencia a las autoridades de
la Iglesia – nos referimos en especial a las autoridades de la Iglesia católica
– y sus leyes, y el seguimiento de la norma que marca la conciencia personal:
pareciera como que la conciencia estuviera en esas ocasiones dividida entre lo
que considera su juicio personal (respaldado, incluso, por teólogos y por
opiniones de autores enfrentados, a veces, al Magisterio ordinario), y el
juicio (la ley o el criterio) que al respecto manifiesta la autoridad en nombre
de su función en medio de la comunidad eclesial a la que quiere bien
representar. La conciencia, en esos casos, se encuentra como si, por un lado,
estuviera diciendo “sí”, mientras, por otro, dijera “no”. Tal circunstancia bien nos muestra cómo la
conciencia del cristiano puede llegar a ser particularmente no-indiferente y
no-inmune a las problemáticas que se le plantean.
Y no se trata de actitudes
meramente contestatarias. No. Puede llegar a ocurrir, y ocurre de hecho, que
fieles cristianos, con una conciencia responsable, conserven algunas dudas
respecto de lo que prescribe la autoridad. La Iglesia ha enseñado sobre tal
circunstancia que son legítimos, en esos casos, el disentimiento, la libertad
de investigación y de pensamiento, e, incluso, de hacer conocer a otros su
propia manera de ver las cosas en los campos de la propia competencia (cf. GS 62; c. 212).
¿Cómo resolver, entonces,
esos conflictos? No existe, a nuestro juicio, una mejor respuesta que ésta:
obrar con conciencia eclesial. Ello quiere decir varias cosas: sintonizar con
las exigencias, criterios y normas que rigen a la comunidad, sintiéndose perteneciente
a ella, con adhesión cordial y fraterna a sus directrices; tratando de resolver
las tensiones entre autoridad y libertad personal y entre la obligación de
seguir la propia conciencia y la obligación de la obediencia, evitando toda
radicalización y ponerse por fuera de la comunidad; quiere decir, de igual
manera, actuar con creatividad y riesgo en
casos de un permisible y legítimo disentimiento; en estos casos se hace
perentoria una verdadera competencia, estudio arduo, oración más intensa,
sinceridad y consulta, espíritu sereno y humilde, respeto por la opinión ajena,
evitar causar escándalo y disposición firme de proseguir la investigación. No
olvidemos que es obligación de coherencia personal, en éstos casos, seguir la
conciencia – incluso errónea – como norma inmediata del obrar”[59].
Pero
esta indicación nos remite, de inmediato, a la consideración de la problemática
de la verdad desde una nueva perspectiva.
Notas de pie de página
[1] Para acercarse más ampliamente al examen técnico del problema de
la “fe”, puede mirarse el texto de Josef TRÜTSCH – Josef PFAMMATTER: “La fe”,
en: Mysterium salutis, o. c., p.134,
nt. 320, v. I, c. V, 861-971. También recuérdese la nt. 484.
El S.
P. FRANCISCO, extensamente y desde novedosas y actuales angulaturas, como he
dicho (cf. nt. 2538), también trató el tema de la fe en la enc. LF, el 29 de junio de 2013, en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html
[2] William Joseph LEVADA:
Conferencia de Prensa, en la presentación de la Nota dottrinale su alcuni aspetti dell’evangelizzazione elaborada
por la Congregación para la Doctrina de la fe, 14 de diciembre de 2007, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20071214_conf-stampa-nota_it.html
[3] San AGUSTÍN DE HIPONA: Tratado
26 sobre el Evangelio de san Juan 4-6, en CCL 36,261-263. El texto se ha tomado en la traducción de la
CONGREGACIÓN PARA LOS SACRAMENTOS Y EL CULTO DIVINO: Liturgia de las Horas según el Rito romano Editorial Regina
Mallorca 1980 IV, 204-206.
[4] Cf. Exh. ap. Evangelii
Nuntiandi, 8 de diciembre de 1975,
19-20: AAS 68 1976 18s. En: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19751208_evangelii-nuntiandi_sp.html
[5] JUAN PABLO II: Constitución apostólica Sapientia christiana, 15 de abril de 1979, proemio, reitera EN 19. En: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_constitutions/documents/hf_jp-ii_apc_15041979_sapientia-christiana_sp.html#_ftn2
Con
ocasión de la primera Asamblea Plenaria del recién creado Dicasterio
(Pontificio Consejo) para la Promoción de la Nueva Evangelización, el S. P.
BENEDICTO XVI, en su discurso del 30
de mayo de 2011, tocó nuevamente el punto al que estamos haciendo referencia,
mirando a las raíces de la Evangelización y a la tradición de la misma a lo
largo de la historia, asumiendo los cambios que se presentaron en las
sociedades y en las culturas, como habría de ocurrir hoy. Para las
Universidades católicas, de manera propia y peculiar, se habría de aplicar su
invitación a llevar adelante “un proyecto en el que la urgencia por un anuncio
renovado (del Evangelio) se haga cargo de la formación, en particular para las
nuevas generaciones, y que esté vinculado con la propuesta de signos concretos
capaces de hacer evidente la respuesta que la Iglesia pretende ofrecer (a la
sociedad) en este momento tan particular”. En: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27572.php?index=27572&po_date=30.05.2011&lang=sp
[6] Ya lo detectábamos en la cristología (cf. 1.f.4)d)31, p. 533, con
la nt. 1478; 1.f.5)32, p. 534; 1.g.3)2°), p. 577, con nt. 1614), pero también,
y muy especialmente, en su correspondiente dimensión-correlato antropológico
(cf. cap. 5°, III.1.c.6, p. 956).
Junto a los estudios
bíblicos, a los litúrgicos, a las actividades catequística, ecuménica y de
difusión de la palabra de Dios, que no deben disminuir, es necesario y urgente
que la vida espiritual de todo el pueblo de Dios se nutra con la palabra divina.
En este sentido se pronunció el Prefecto de la Congregación para los Obispos,
Marc OULLET, P.S.S., con ocasión de la presentación de la Exh. Apost.
Postsinodal, Verbum Domini, el 11 de
noviembre de 2010, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26387.php?index=26387&lang=sp La Exh. Apost. Verbum
Domini, del S. P. BENEDICTO XVI, fechada el 30 de septiembre de 2010, se
puede ver en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20100930_verbum-domini_sp.pdf
Sobre
el “memorial” y la “memoria” la enc. LF
del S. P. FRANCISCO en muchísimos lugares ha vuelto a resaltar su importancia
en orden no sólo a la conservación de la fe sino también a su celebración, a su
transmisión y a su vivencia; por lo tanto, no sólo en relación con el pasado
sino también con el futuro; y no sólo en la perspectiva del individuo, sino en
la de la Iglesia toda: véanse, p. ej., los nn. 4, 5, 9, 12, 25, 38, 40, 44-46 y
49. Muy elocuente es especialmente este párrafo: “En el contexto del Evangelio de Lucas, la mención del corazón
noble y generoso, que escucha y guarda la Palabra, es un retrato implícito de
la fe de la Virgen María. El mismo evangelista habla de la memoria de María,
que conservaba en su corazón todo lo que escuchaba y veía, de modo que la
Palabra diese fruto en su vida. La Madre del Señor es icono perfecto de la fe,
como dice santa Isabel: « Bienaventurada la que ha creído » (Lc 1,45)”
(n. 58). En: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html
[7] Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA - DEPARTAMENTO DE LITURGIA: Ritual del bautismo de niños
Conferencia Episcopal de Colombia Bogotá 1999 3ª “Prenotandas”.
[8] No podemos extendernos, pero es imprescindible hacer referencia a
la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, reunida
en Aparecida en mayo de 2007. En su Documento
conclusivo, las Universidades católicas y las Facultades e Institutos
eclesiásticos ocupan un lugar sumamente destacado en lo que concierne a la
inmediata acción pastoral en el Continente, y se dan unas orientaciones muy
precisas en lo que concierne a la academia y al papel de la teología (y de la
pastoral) en ella: cf. “6.4.6.2. Las universidades y centros superiores de
educación católica”, nn. 341-346 (en particular 341 y 342), pp. 152-160, en: http://www.celam.info/download/Documento_Conclusivo_Aparecida.pdf
[9] No siempre una Universidad católica se encuentra en un contexto
propicio o en medio de unas condiciones de vigorosa experiencia de fe
cristiana, con comunidades maduras en todo el sentido de la palabra y
participativas que se insertan vivamente en todos los ambientes y estructuras
de la sociedad y de la Iglesia. Quizás lo que prevalece hoy sea, precisamente,
lo contrario. En su tiempo, en Nínive, hace más de veinticinco siglos, conforme
a la valoración de Yahwéh con la que concluye el libro de Jonás, existía una deplorable situación: “Y Yahwéh dijo: «Tú tienes lástima de un ricino por el que nada
te fatigaste, que no hiciste tú crecer, que en el término de una noche fue y en
el término de una noche feneció. ¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la
gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen
su derecha de su izquierda (otra traducción: “que no saben distinguir el bien
del mal”), y una gran cantidad de animales?»” (4,10-11).
PABLO VI ejemplificó en EN las condiciones de mínimos (nn.
49-58) y deseables de máximos (nn. 19-24) en orden a una pastoral de conjunto y
diferenciada, que sea auténtica y consistentemente evangelizadora: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19751208_evangelii-nuntiandi_sp.html
BENEDICTO XVI, hoy, nos
lanza el desafío de crear por doquiera en la Iglesia – y pareciera estar
mirando con ello a las Universidades católicas – “atrios de los gentiles”,
espacios donde muchas mujeres y hombres puedan “de alguna manera conectarse con
Dios, sin conocerlo y aún antes que hayan encontrado un acceso a su misterio, a
cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia. Al diálogo con las religiones
debe hoy agregarse sobre todo el diálogo con quienes (consideran que) la
religión es un asunto extraño, a quienes Dios es desconocido y que, sin embargo
no quisieran permanecer simplemente sin Dios, sino acercarse a Él al menos como
el Desconocido”: Discurso a la Curia romana, 21 de diciembre de 2009,
en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24862.php?index=24862&po_date=21.12.2009&lang=sp
[10] “La multitud es ruidosa; para
ver a Dios es necesario el silencio”, decía san Agustín.
Y, por su parte, san Juan de la Cruz afirmaba: “Lo que más importa para regresar es hacer
callar delante de este gran Dios nuestra lengua y
nuestros deseos, ya que el lenguaje que él escucha es solamente el silencioso
amor” (A las Carmelitas Descalzas de Beas, Granada, 22 de Noviembre 1587). Para
el caso del portador del Evangelio, no lo es menos, insiste el Papa Benedicto
XVI: “Ut Evangelii Verbum frugifere proclametur, oportet potissimum alta Dei
experientia habeatur”: Carta apostólica Ubicumque
et Semper, 21 de septiembre de 2010, (g), en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26191.php?index=26191&po_date=12.10.2010&lang=sp#TESTO%20IN%20LINGUA%20ITALIANA
[11] PONTIFICIO CONSEJO «JUSTICIA Y PAZ»: Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 2 de abril de 2004, “Primera
parte: Capítulo primero: El
designio de amor de Dios para la humanidad, III. La persona humana en el
designio de amor de Dios: d) Trascendencia
de la salvación y autonomía de las realidades terrenas”, n. 45. En: http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html#Trascendencia%20de%20la%20salvación%20y%20autonomía%20de%20las%20realidades%20terrenas
[13] Joseph RATZINGER: Jesús de
Nazaret, o. c. p. 26, nt. 54, 252s.
[14] Cf. Alberto PARRA MORA: “Corrientes actuales de eclesiología”,
en: Edith GONZÁLEZ BERNAL (comp.): Una
historia hecha vida, o. c., p. 10,
nt. 18, 211-250.
Una Iglesia (en sus diversos
estamentos formales e “informales”)
por tanto, que “se buscara a sí misma”, que quisiera ser “atractiva” o hacerse
“light” con la intención de conseguir adeptos, no sería la Iglesia de Cristo, y
esto debe considerarse para todas sus consecuencias. Benedicto XVI lo ha
recordado y enfatizado en su respuesta a los periodistas durante el vuelo al
Reino Unido, 16 de septiembre de 2010: “Diría que una Iglesia que busca sobre
todo ser atractiva estaría ya sobre un camino equivocado. Porque la Iglesia ni trabaja para sí, no
trabaja para aumentar sus propios números y, así, su propio poder. La Iglesia
está al servicio de un Otro, no se sirve, para ser un cuerpo fuerte, sino sirve
para hacer accesible el anuncio de Jesucristo, las grandes verdades, las
grandes fuerzas de amor, de reconciliación aparecidas en esta figura y que
siempre provienen de la presencia de Jesucristo. En este sentido la Iglesia no
busca la propia atractividad, sino que debe ser transparente para Jesucristo. Y
en la medida en la que no está para sí misma, como cuerpo fuerte y potente en
el mundo, que quiere tener su poder, sino que se hace simple voz de un Otro, llega a ser realmente transparencia
para la gran figura de Cristo y las grandes verdades que ha traído a la
humanidad, la fuerza del amor; entonces en
ese momento se escucha y se acepta la Iglesia. Ella no debería
considerarse a sí misma, sino ayudar a considerar al Otro, y ella misma ver y
hablar del Otro y para el Otro”. En: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26023.php?index=26023&lang=sp
[15] Porque no sólo la Facultad de Teología es considerada por muchos
el “corazón de la universidad”, sino, en cierto modo, “algo que concierne a
todos”, en lo que el conjunto se “experimenta, precisamente, como universidad”,
y, más aún, “en lo que todos se saben competentes”, como ha sido nuestra propia
experiencia, sobre todo y en particular a partir de nuestro seminario
inter-facultades de ciencias y teología.
Pero al respecto debe citarse una experiencia
similar, relatada, sin embargo, y reflexionada autorizadamente por el actual
Sumo Pontífice, de sus tiempos como profesor en la Facultad Teológica de la
Universidad de Tubinga (Alemania), con ocasión de la visita que le hiciera una
delegación de dicha Facultad, el miércoles 21 de marzo de 2007: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2007/march/documents/hf_ben-xvi_spe_20070321_tubingen_sp.html
[16] Cf. Ricardo BLÁZQUEZ: “Iglesia y Eucaristía: dimensión eclesial
de la Eucaristía y dimensión eucarística de la Iglesia”, en José Ramón VILLAR (ed.): Iglesia, ministerio episcopal y ministerio petrino Ediciones Rialp, Madrid 2004 65-81.
[17] DE ROUX
GUERRERO, Rodolfo Eduardo, S. J.: “Eucaristía
y comunión”, en: ThX 50/133 ene.-mar. 2000 29-48;
id: “Tendencias actuales en eucaristía”, en: Edith GONZÁLEZ BERNAL (comp.): Una historia hecha vida, o. c., p. 10, nt. 18, 163-178.
[18] Esta manera de entender la pastoral universitaria, “a la manera
académica”, no ha llegado a ser muy difundida aún. La Pastoral de la Cultura se
le asimila, con los entornos peculiares propios que poseen la investigación, la
docencia y el servicio de una universidad. Cf.: Eduardo DÍAZ ARDILA: “Las
tendencias actuales sobre teología pastoral. Retos y prospectiva”, en Reflexiones teológicas. La Revista de
Estudiantes de Teología 1/1 julio-diciembre 2007 121-139.
[19] La perspectiva cristiana exige coherencia entre el pensar y el
obrar, entre los principios y la manera de proceder, tanto personal como
comunitaria e institucionalmente. En concreto, la dignidad de la persona humana
exige unas claras políticas de “inclusión educativa” por parte de los Estados
así como por parte de las instituciones privadas como respuesta a las políticas
que buscan primordialmente la “eficiencia”, conforme lo ha puesto de presente
Silvano M. TOMASI, Observador Permanente ante la Oficina de las Naciones Unidas
y sus Instituciones Especializadas en Ginebra, el 26 de noviembre de 2008,
durante la 48ma Conferencia
Internacional sobre la Educación promovida por la UNESCO. Las Universidades
católicas, por supuesto, muestran – o deberían mostrar, al menos – ésta como
una de sus características sobresalientes. Cf. el texto referido en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22993.php?index=22993&po_date=03.12.2008&lang=sp
[20] Cf. de Paulo FREIRE: Conciencia crítica y liberación: pedagogía
del oprimido Ediciones Camilo Bogotá 1971; id.: Educación como práctica de la
libertad Santiago de Chile [s.n.], 1965; id.: La importancia de leer y el
proceso de liberación Siglo XXI México 1988 6ª; íd.: Pedagogía de la esperanza:
un reencuentro con la pedagogía del oprimido Siglo XXI México 1999; íd.:
Pedagogía del oprimido Siglo XXI México 1982.
[21] Cf. Marciano VIDAL: Moral de actitudes. Tomo segundo – Primera
parte: Moral de la persona y bioética teológica PS Editorial Madrid 1991 8ª
180-181.
[22] Nos hemos referido a este tema en nuestra obra Introducción a
la teología y al magisterio moral social. La “liberación”, indicaba el Papa
Pablo VI, es uno de los elementos “propios” de la Evangelización, y, como tal,
no puede silenciarse, minusvalorarse ni soslayarse. Cf. Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Introducción a la teología y al magisterio
moral social, o. c., p. 147, nt.
350, 118-120.
[23] Pedro ARRUPE, S. J.: “Palabras a los Decanos y Profesores de la
Universidad Javeriana”, 1977, en: Orientaciones
Universitarias 40 septiembre de 2007 59-70. El texto en 64-66.
[24] BENEDICTO XVI: Audiencia
a la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos, el 15 de
noviembre de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22906.php?index=22906&po_date=15.11.2008&lang=sp (La cursiva en el
texto es mía).
Con el fin de brindar medios concretos para efectuar esta formación en áreas tan delicadas y complejas como las señaladas, el Santo Padre FRANCISCO envió el 12 de noviembre de 2018 una Carta al Gran canciller de la Pontificia Universidad Lateranense, S. Em. el cardenal Angelo De Donatis, con motivo de la inauguración del año académico y de su decisión de establecer e instituir dentro de la Universidad de “su” diócesis, un nuevo curso de estudios en “Ciencias de la Paz”. En tal ocasión escribía él: "3. Por lo tanto, animado por el deseo de trasladar al campo académico este patrimonio de valores y acciones, instituyo en esta Universidad Pontificia, que participa específicamente en la misión del Obispo de Roma, un ciclo de estudios de Ciencias de la Paz, como itinerario académico en el que concurren los ámbitos teológicos, filosóficos, jurídicos, económicos y sociales según el criterio de la inter y la trans disciplinariedad (cf. ibíd., 4, c). Por lo tanto, la estructura curricular se servirá del concurso de las enseñanzas impartidas por las Facultades e Institutos de la Universidad Lateranense para otorgar los grados académicos de Bachillerato y Licenciatura al concluir, respectivamente, un primer ciclo de tres años y un curso de especialización de dos años." Véase el texto completo en:
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/11/12/car.html
Con el fin de brindar medios concretos para efectuar esta formación en áreas tan delicadas y complejas como las señaladas, el Santo Padre FRANCISCO envió el 12 de noviembre de 2018 una Carta al Gran canciller de la Pontificia Universidad Lateranense, S. Em. el cardenal Angelo De Donatis, con motivo de la inauguración del año académico y de su decisión de establecer e instituir dentro de la Universidad de “su” diócesis, un nuevo curso de estudios en “Ciencias de la Paz”. En tal ocasión escribía él: "3. Por lo tanto, animado por el deseo de trasladar al campo académico este patrimonio de valores y acciones, instituyo en esta Universidad Pontificia, que participa específicamente en la misión del Obispo de Roma, un ciclo de estudios de Ciencias de la Paz, como itinerario académico en el que concurren los ámbitos teológicos, filosóficos, jurídicos, económicos y sociales según el criterio de la inter y la trans disciplinariedad (cf. ibíd., 4, c). Por lo tanto, la estructura curricular se servirá del concurso de las enseñanzas impartidas por las Facultades e Institutos de la Universidad Lateranense para otorgar los grados académicos de Bachillerato y Licenciatura al concluir, respectivamente, un primer ciclo de tres años y un curso de especialización de dos años." Véase el texto completo en:
http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/11/12/car.html
[25] En relación con este aspecto, cf. Marciano VIDAL: Moral de
actitudes. Tomo segundo – Primera parte: Moral de la persona y bioética
teológica PS Editorial Madrid 1991 8ª 167-211.
[26] Como explicaba mi inolvidable Juan Francisco SARTASTI JARAMILLO,
Arzobispo de Cali, existen “métodos prácticos” para hacer muchas cosas. Sin
embargo, no todos ellos se corresponden
lo mejor posible con la condición humana. Por ejemplo, es propio de seres
inteligentes fijarse metas y seleccionar los medios más adecuados, los
instrumentos y los procedimientos, para alcanzar el fin propuesto. Y en este
campo, sobre todo en los últimos cincuenta años, ha avanzado la reflexión sobre
los procesos de planeación, hasta el punto de ser considerada por muchos una
nueva ciencia, con sus especialistas, que proponer diversidad de métodos para
elaborar planes y para evaluarlos. No es extraña esta manera de proceder desde
una perspectiva de la fe, por más que se trate, en el caso de la Iglesia, de
una institución “espiritual y carismática” y, al mismo tiempo, “histórica”. En
efecto, fue el mismo Jesús quien invitaba a sus discípulos: «Así, ¿quién de
vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no
puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este
hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿0 qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar
si con diez mil hombres podrá salir al paso del
que le ataca con veinte mil? Y
si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones
de paz» (Lc 14,28-32). Más aún, teológicamente, desde la antigüedad cristiana
enraizada en los textos paulinos, se habla del “Plan de salvación” que ha
dispuesto el Padre desde la eternidad para ser ejecutado por el Hijo y
proseguido por el Espíritu. Es, pues, la Iglesia, la llamada a realizar la
misión de anunciar a todos el Evangelio, pero Jesús confía en que en cada época
sus misioneros desarrollarán con inteligencia y libertad las formas concretas
de cumplir el encargo. Estos planes existen, entonces, según los diferentes
ámbitos de acción: mundial, continental, nacional, Iglesias particulares. Y
Universidades, por supuesto”: cf. Juan Francisco SARASTI J.: ”Plan de pastoral
[2007-2010]”, en: La voz Católica,
Santiago de Cali, febrero de 2007, 2.
[27] Cf. más ampliamente sobre el tema: Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Introducción a la teología y al magisterio
moral social, o. c., p. 147, nt.
350, 19-26.
[28] Cf. José Luis MEZA RUEDA: Educadores:
ministros de la Iglesia: una aproximación a la ministerialidad de la educación
cristiana Javegraf Bogotá 2005; Germán Roberto MAHECHA CLAVIJO: Pedagogía y
didáctica. Aportes para la reflexión en torno a la Educación Religiosa Escolar
(ERE) Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Colección Apuntes
de Profesores Bogotá 2008.
En línea con el tema
de la calidad en la educación superior se debe mencionar el texto de Ana Lucía GAZZOLA y Sueli PIRES (Coord.): Hacia
una política regional de aseguramiento de la calidad en educación superior para
América Latina y el Caribe UNESCO-IESALC Caracas 2008, en (consulta
diciembre 2008): http://www.iesalc.unesco.org.ve/docs/boletines/boletinnro181/todos_20081212.pdf
[29] Ignacio DE LOYOLA: Constituciones
XII,1 (n. 446 en las Obras completas BAC
Madrid 1952 470). El texto ha sido reproducido en el folleto ilustrativo de
nuestro Doctorado por parte de la Unidad de Posgrados de la Facultad de
Teología de la Pontificia Universidad Javeriana. Pero ha sido tenido en cuenta
también por el M. R. P. Meter-Hans KOLVENBACH, S. J., Prepósito General, en su
artículo “Pietas et eruditio”, publicado en francés por la revista G 85 2004 y traducido por Informaciones S. J. julio-agosto
de 2004, en (consulta agosto 2007): http://www.S.
J.web.info/cis/newcis/115padreGenSp.cfm
El texto de S. Ignacio, sin
embargo, prosigue: “sin entrar en la parte de Cánones que sirve para el foro
contencioso”. Para nosotros, canonistas, admiraría tal anotación. La explica y
amplía un poco más adelante en el mismo capítulo XII (n. 452): “(el estudio de)
Cánones y Medicina, como más remoto de nuestro Instituto, no se tratará en las
Universidades de la Compañía, o a lo menos no tomará ella por sí tal assumpto”.
Sobre la medicina, tanto para
asistir a sus clases como para ejercitarla, recuérdense las irregularidades
para recibir órdenes y para ejercerlas, presentes en el Corpus Iuris Canonici y que se remontan a unos cc. aprobados por el
Conc. particular de Tours de 1163, a la ampliación de los mismos por el Papa
Honorio III a comienzos del s. XIII, y a las decisiones del Cuarto Concilio de Letrán
(1215). Retomaron e hicieron más exigente el tema los Papas S. Pío V a mediados
del s. XVI – esta fue la disciplina que conoció S. Ignacio – y Benedicto XIV a
mediados del s. XVIII, y con tales antecedentes se elaboraron las normas del
CIC de 1917, el cual las consignó en los cc. 983*-991*. Para nuestro caso, las
normas se trataban en las “irregularidades por delito”, en el c. 985*: el
ejercicio de la medicina y la cirugía, bajo prohibición, si de ellas se sigue
la muerte. Para un estudio más pormenorizado de la cuestión, véase: Fanning, William. "Medicine and Canon
Law." The Catholic Encyclopedia. Vol. 10. New York: Robert Appleton
Company, 1911. 22 Jul. 2013 <http://www.newadvent.org/cathen/10142a.htm >.
[30] Ignacio DE LOYOLA: Constituciones
XII,1 (n. 450 en las Obras completas BAC
Madrid 1952 470-471).
[31] Rodolfo Eduardo DE ROUX
GUERRERO, S. J.: “Teología en la Universidad, un ministerio colegiado de
transformación social en la justicia del reino”, en ThX 129 49/1 ene-mar 1999 81-82.
[32] Han de recordarse, en este punto, algunas distinciones
fundamentales. En primer término, entre la “libertad de”, o libertad de
coacción, y la “libertad para”, o libertad para la liberación. De igual modo,
que la primera se refiere sobre todo a la libertad desde la perspectiva
jurídica, que señala unos mínimos, y a la cual hemos hecho amplia referencia al
comienzo de este capítulo citando las normas constitucionales y legales
relativas a las “libertades de conciencia, religión y culto”. En tal sentido,
se requiere un mínimo de condiciones para que el acto ejecutado, visible, tenga
validez: condiciones relativas al individuo, por supuesto, pero también al
contexto socio-cultural en el que se mueve. Pero, en sentido ético, esa
libertad, conocida también como acto elícito o como libre albedrío, es apenas
la “cuota inicial” en perspectiva de liberación. Cf. mi texto Algunos elementos introductorios a la
Teología Moral, o. c., p. 570, nt. 1590, 96-108, en
particular pp.104-105.
[33] Mensaje sobre el tema: "Cristiani e Indù: decisi a
percorrere un cammino di dialogo" (“Cristianos e Hindúes: decididos a
recorrer un camino de diálogo”, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21052.php?index=21052&po_date=05.11.2007&lang=sp (traducción mía).
[34] El concepto de “pecado”, como hemos visto, no se refiere
principalmente a las transgresiones voluntarias de unos “mandamientos” cuyo
elenco ha sido elaborado de una vez para siempre, primero, recogido en los
textos véterotestamentarios, y luego, por Jesús y por la comunidad cristiana de
los comienzos. El carácter personal de ofensa a Dios, sin embargo, exige que
también en las actuales condiciones históricas, con sus complejas
problemáticas, sea posible también “leer” “nuevos” pecados de conformidad con la
mayor y mejor comprensión que vamos realizando los seres humanos a la par con
los progresos que van realizando la cultura y las culturas. P. ej., el
arzobispo Gianfranco GIROTTI, Regente de la Penitenciaría Apostólica, en
declaraciones que refiere L’OR, ha
afirmado que existen también "nuevas formas de pecado social": según
Philip PULLILLA, redactor de la noticia, “la mayor zona de peligro para el alma
moderna es el mundo de la bioética, en gran parte inexplorado. «(Dentro de la
bioética) hay áreas donde absolutamente debemos denunciar algunas violaciones
de los derechos fundamentales de la naturaleza humana a través de experimentos
y manipulación genéticas cuyo resultado es difícil de predecir y controlar»,
explicó el responsable vaticano. La Iglesia católica se opone a la
investigación con células madre que involucre la destrucción de embriones y se
ha pronunciado en contra de la posibilidad de realizar clonaciones humanas. […]
Girotti, quien también es el número dos en la "Penitenciaría Apostólica"
vaticana, que lidia con materias de conciencia, también mencionó el tráfico de
drogas y las injusticias sociales y económicas como pecados modernos. Pero se
lamentó de que cada vez menos católicos vayan a confesarse e indicó que un
estudio de la Universidad Católica de Milán mostró que hasta un 60 por ciento
de los fieles católicos en Italia dejaron de confesarse.”: “El Vaticano incluye
la contaminación entre los "nuevos pecados"”, en (consulta 10 de
marzo de 2008): http://es.noticias.yahoo.com/rtrs/20080310/tts-religion-vaticano-pecados-ca02f96.html Cf., además de las referencias a las obras de
B. Häring, en la nt. 1997 la obra citada de J. Habermas sobre la manipulación.
[35] “C. 205. Se encuentran en plena comunión con la Iglesia católica,
en esta tierra, los bautizados que se unen a Cristo dentro de la estructura
visible de aquélla, es decir, por los vínculos de la profesión de fe, de los
sacramentos y del régimen eclesiástico”.
[36] Cf. el texto véterotestamentario: “Ellos escucharán tu voz, y tú
irás con los ancianos de Israel donde el rey de Egipto; y le diréis: «Yahwéh,
el Dios de los hebreos, se nos ha aparecido. Permite, pues, que vayamos camino
de tres días al desierto, para ofrecer sacrificios a Yahwéh, nuestro
Dios»" (Ex 3,18).
[37] Habría que distinguir la expresión, entonces, pues no es lo mismo
considerar las supersticiones de los llamados “pueblos primitivos” de aquellas
características y supérstites en pueblos de la actualidad. En los primeros,
ellas iban acompañadas de ritos y de danzas, etc., dedicados a los fenómenos
naturales. De hecho, la antropología cultural las considera como el intento
primitivo por hacer ciencia o, también, como la manera de comportarse antes de
que se tuvieran explicaciones satisfactorias de ciertos fenómenos, sin
calificarlas, por tanto, ni moral ni epistemológicamente.
[38] Debo resaltar, p. ej., la atención que ha reclamado de algunos de
nuestros estudiantes de la PUJ el curso que se ha ofrecido sobre
“para-psicología”; pero, de igual manera, el éxito que tienen las conferencias
y las publicaciones que ha efectuado, sobre el mismo tema, el P. Jaime VÉLEZ
CORREA, S. J.: Parapsicología y religión Paulinas
Santafé de Bogotá 1999.
[39] Anselm GÜNTHÖR: Chiamata e risposta. Una nuova teologia
morale Edizioni Paoline Alba 1978 2a, v. II. “Morale speciale: le relazioni del cristiano verso Dio”, 508-512. Cf.
también el clásico y completo texto de Bernhard HÄRING, C.SS.R.: La ley de
Cristo Herder Barcelona 19685 en 3v.
[40] En el presente capítulo estamos haciendo explícitas las
motivaciones y los “núcleos morales” que son susceptibles de una juridificación
axiológica por parte de la autoridad de la Iglesia. Pero ha de observarse que
en estos elementos, motivaciones y núcleos morales, están simultáneamente
presentes unos procedentes de la ley divina y otros de la ley natural, así como
unas normas prácticas elaboradas por las autoridades de la Iglesia. Por ello se
ha de tener en cuenta que, en el presente capítulo estamos refiriéndonos
especialmente al denominado “foro interno” o “de la conciencia”, y que es sobre
todo a éste al que se presentan estos valores como dignos de ser realizados, en
razón de su vinculación con Dios y con la fe. En el próximo capítulo, relativo
a la cuestión jurídica, la perspectiva será inversa, es decir, nos referiremos
sobre todo al “foro externo”; pero, aún entonces, la realización o ejecución de
los cc., será asunto, no sólo de dicho foro con exclusividad, sino también del
interno, es decir, que en relación con las leyes de la Iglesia existe también
una obligación moral, conforme a la enseñanza del Concilio Vaticano II (cf. LG
27 a).
[41] Joaquín GARCÍA-HUIDOBRO:
“Enseñar en cristiano. Una tarea para las
universidades que se inspiran en la fe católica”, en: Manuel NÚÑEZ (coord.): Las Universidades católicas. Estudios jurídicos y
filosóficos sobre la educación superior católica Universidad Católica del Norte Ediciones
Universitarias Monografías jurídicas Escuela de Derecho Antofagasta 2007 47 y
la cita 17.
Por su
parte, el Papa BENEDICTO XVI, con ocasión de la reunión de coordinación de las
Academias Pontificias, 8 de noviembre de 2007, no dejó de resaltar que la fe se
comunica a través del testimonio, que se propone a la libertad humana:
“Recordando que Jesús mismo es el «testigo fiel y veraz» (Ap 1,7), mandado por el Padre al mundo para dar testimonio de la
verdad (cf. Jn 18,37), debemos
convencernos que sólo el testimonio coherente y convencido de los creyentes es
«el medio por el cual la verdad del amor de Dios alcanza a cada hombre en la
historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical» (Exh. ap. Sacramentum caritatis 85)”. En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21073.php?index=21073&po_date=08.11.2007&lang=sp
[42] Cf. Misael CAMUS IBACACHE, refiriéndose al texto de Joaquín
GARCÍA-HUIDOBRO: “Enseñar en cristiano. Una tarea para las universidades que se
inspiran en la fe católica”, en: Manuel NÚÑEZ (coord.): Las Universidades católicas. Estudios jurídicos y
filosóficos sobre la educación superior católica Universidad Católica del Norte Ediciones
Universitarias Monografías jurídicas Escuela de Derecho Antofagasta 2007 14.
[43] Gerardo ARANGO PUERTA, S. J.: “La Teología en la Universidad”,
discurso en México, D. F., en la Universidad Iberoamericana, el 17 de abril de
1996, en Orientaciones Universitarias
16 agosto 1997 10, en (consulta noviembre 2007): http://www.javeriana.edu.co/archivo/05_memoria/docs/rectorales/orientaciones/16.pdf
[44] La contienda entre las Facultades de Filosofía y de Teología
(1798).
[45] Doctrina de la ciencia” (Wissenschaftslehre) (1797: 1794,
1801, 1804)
[46] Cf. para estas referencias: Gerardo ARANGO PUERTA, S. J.: “La
Teología en la Universidad”, discurso en México, D. F., en la Universidad
Iberoamericana, el 17 de abril de 1996, en Orientaciones
Universitarias 16 agosto 1997 10, en (consulta noviembre 2007): http://www.javeriana.edu.co/archivo/05_memoria/docs/rectorales/orientaciones/16.pdf
[47] El texto es excelente y preciso: cf. Gottlieb SÖHNGEN: “La
sabiduría de la teología por el camino de la ciencia” en: Mysterium salutis, o. c., p.134, nt. 320, v. I, c. VI,
977-1050. Ya hemos hecho alusión a la “sabiduría” como altísima vocación
humana; pero volveremos de nuevo a insistir en ella.
El tema de los orígenes y el florecimiento del
“método teológico” “latino” durante el Medioevo fue retomado por el Papa
BENEDICTO XVI en sus catequesis de los miércoles 28 de octubre y 4 de noviembre
de 2009. Cf. http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24573.php?index=24573&po_date=28.10.2009&lang=sp y http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24605.php?index=24605&po_date=04.11.2009&lang=sp
No podemos dejar de recordar que,
precisamente, “método” proviene del latín methŏdus, y este del gr. μέθοδος (= camino).
[48] O. c., p. 22, nt. 47. El tema es tan actual, necesario y
complejo, que se ha solicitado a la Comisión Teológica Internacional por parte
del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Card. William J.
LEVADA, que se lo siga proponiendo como tarea para el quinquenio 2009-2013
(información del 26 de noviembre de 2009 en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/24727.php?index=24727&lang=sp)
[49] Conforme a los verbos que emplea el CIC, c. 748, que hemos
comentado en el capítulo III.
[50] Discurso a una
delegación de la Facultad de Teología de la Universidad de Tubinga, el 21 de
marzo de 2007, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2007/march/documents/hf_ben-xvi_spe_20070321_tubingen_sp.html
[51] Luís Ignacio AGUILAR ZAMBRANO: “Doctorado en Ciencias de la Gestión”,
en: UNPeriódico 94, domingo 2 de
julio de 2006 21.
En algunos casos se ha considerado que, para
efectos prácticos, se considere a un único investigador, un “grupo” de
investigación, por la índole de su manera de investigar y de publicar sus
resultados. Pero se trata de una situación que tiende, en cierto modo, a
desaparecer, pues la gran mayoría de los apoyos, especialmente financieros, se
otorgan a grupos conformados por varios investigadores. Cf. COLCIENCIAS, en el
caso colombiano sobre la formación en los doctorados y maestrías (consulta
noviembre 2008):
http://zulia.colciencias.gov.co:8098/portalcol/index.jsp?ct=105&nctg=Formaci�e%20Talento%20Humano&cargaHome=3; http://zulia.colciencias.gov.co:8098/portalcol/index.jsp?ct5=256&ct1=&ct=105&nctd=Fortalecimiento%20%20al%20%20Programa%20de%20Doctorados%20%20Nacionales&cargaHome=3; http://zulia.colciencias.gov.co:8098/portalcol/index.jsp?ct5=255&ct1=&ct=105&nctd=Estudios%20de%20doctorado%20y%20maestría&cargaHome=3
[52] Me permito destacar especialmente los esfuerzos que, en este
sentido, se han estado haciendo desde nuestra propia Facultad y Departamento de
Teología específicamente sobre el asunto de la investigación y el método en
teología. De los diversos textos a los que se puede tener acceso entre
nosotros, menciono: Maximiliano A. SALINAS CAMPOS: “Notas Sobre Las
Sensibilidades Teológicas En América Latina 1945 – 1995”, en: Revista Pasos
60 Jul.-Ago. 1995 9-13; Carlos Justino NOVOA MATALLANA: “La
Investigación Teológica: Reto Javeriano Para Una Nueva Colombia”, en: ThX 47 123 jul.-sep. 1997 281-286; Luís MARTÍNEZ FERNÁNDEZ: Los caminos de la teología: historia del
método Teológico BAC Madrid 1998; Andrés TORNOS: Inculturación, teología y método Comillas Madrid Biblioteca de
teología Comillas 1 2001; Diego AGUDELO
– Jesús CARRASQUILLA – Leonardo ROJAS: “Teología: su epistemología y los nuevos
paradigmas”, en ThX 54/3 151 jul- sep
2004 449-467; Iván Federico MEJÍA, A. et alii: “Caminar entre ciencias y
teología”, en: ThX 54/2 150 abr.-jun.
2004 351-366; PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA - FACULTAD DE
TEOLOGÍA - EQUIPO INTERDISCIPLINARIO DE DOCENCIA E INVESTIGACIÓN TEOLÓGICA
“DIDASKALIA”: Investigación y docencia teológica Pontificia Universidad Javeriana Bogotá 2002; id.: “Research and
theological Teaching”, en ThX 54/3
151 jul- sep- 2004 485-501.
Otros títulos de los últimos diez años
especialmente sobre la obra de Lonergan: Rodolfo Eduardo DE ROUX GUERRERO: “En
camino hacia «Método en Teología»: Presentación de los ensayos filosóficos y
teológicos 1958-1964 de Bernard Lonergan” en: ThX 47 122 Abr.-Jun. 1997 181-202; Olga Consuelo VÉLEZ CARO:
“Método y teología latinoamericana”, en: ThX
50 135 jul.-sep. 2000 415-434.
[53] Iván F. MEJÍA ALVAREZ: “Modelos de investigación en el ámbito de
la producción teológica” en: ThX 54/3
151 jul.-sep. 2004 543-583. Se optó por este período, ya que se presuponía una
obra más extensa que cubre los “Cinco primeros siglos de producción teológica
en Colombia”: Gilberto DUQUE MEJÍA: Cinco siglos
de producción teológica en Colombia: Corpus Theologicum colombianum
[Recurso electrónico] CEJA Bogotá 2001.
[54] Iván F. MEJÍA ALVAREZ: “Modelos de investigación en el ámbito de
la producción teológica” en: ThX 54/3
151 jul.-sep. 2004 565.
[55] Ibid., 567.
[56] Ibíd., 583.
[57] Jesús de Nazaret, o.
c. p. 26, nt. 57, 234.
[58] El tema es abordado, entre otros, por Alberto PARRA, S. J.: “La
institución de la Iglesia y su poder se han servido de los metarrelatos de la
tradición, a veces más para beneficio de la institución misma y de su propia
autoridad que para el anuncio de la buena nueva del Reino y para servicio de
los humildes de la tierra. Es sintomático que la Iglesia haya acudido al ágora
de los filósofos para proveerse de instrumentales de supuesta legitimación de
su discurso, con la consiguiente desventura de haber abandonado su propia
legitimidad, sus propios juegos de lenguaje de sabiduría y haber apropiado, sin
excesivo miramiento, los metarrelatos de las filosofías y de las metafísicas.
Hoy la oficialidad hace esfuerzos para que eso que sucedió siga sucediendo.
Cuando, en verdad, tal vez jamás como hoy tiene la Iglesia la ocasión tan
propicia para renovar la conciencia de sus propios relatos sapienciales, de las
bases que los hacen legítimos, de la índole de la verdad que proclama y de las
propias finalidades que persigue. Porque la verdad a la que está referido el
entramado eclesial del anuncio, testimonio y profecía es la verdad que la
Iglesia recibe en la tradición pasiva (traditum)
para ser entregada por su ministerio en la tradición activa (tradere). La Iglesia ha recibido por
revelación, por gracia, por acontecimiento y por carisma la verdad que
proclama. No se trata, pues, de la verdad en términos científicos o filosóficos
convenidos […] Tampoco se trata de la verdad en el sentido de punto terminal en
la dialéctica de desenvolvimiento del espíritu en la historia […] La verdad a
la que se refiere la Iglesia tiene que ver con el sentido sapiencial que indica
firmeza, seguridad, roca en que me apoyo.
Por eso la verdad subjetiva en la Iglesia es para ella Aquél que se mostró como
verdad; y su permanencia en la verdad es su propio permanecer en Él y Él en
ella. A su vez, la verdad objetiva dice relación con el perfil del plan,
proyecto o propósito de salvación revelado por Dios y operado por la fuerza del
Espíritu en el tiempo histórico. La verdad objetiva en la Iglesia es la verdad
de nuestra salvación, de la buena nueva de nuestra redención, destinación,
convocación, adopción, santificación y glorificación. La verdad objetiva se
establece y se define en la Iglesia por relación con el plan de la salvación,
no se legitima desde relatos metafísicos de escuelas filosóficas o desde
encomiables hipótesis de racionalidades ilustradas”: Alberto PARRA, S. J.:
“Corrientes actuales de eclesiología”, en: Edith GONZÁLEZ BERNAL (comp.): Una historia hecha vida, o. c., p. 10, nt. 18, 244-245. He citado ya en similar sentido a H. U. Von Balthasar
(cf. cap. IV, I.6.f, nt. 1544, p. 592).
[59] Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Algunos
elementos introductorios a la Teología Moral, o. c., p. 570,
nt. 1590, 144-145.
El ámbito jurídico-político es diverso del
moral, como hemos indicado, y el “derecho al disentimiento” halla allí su
justificación. Pero aquí tratamos de una situación individual que pudiera darse
en el marco de la comunión eclesial. En varios lugares de esta obra se ha tratado
el tema del “disentimiento” como no-aceptable para los cristianos en razón de
su comunión eclesial y eclesiástica, y en particular para los teólogos; en
otros, queda muy gradual la posibilidad del mismo en su “depende”, admitido por
el propio Magisterio. El asunto, considerado en la situación de los miembros de
Institutos de Vida Consagrada, ha sido hecho objeto de reflexión y matización
desde la perspectiva de su voto de obediencia, por parte de la Congregación
respectiva en la Instrucción Faciem tuam, Domine, requiram, sobre “el
servicio de la autoridad y la obediencia”, del 11 de mayo de 2008, sobre todo
en los nn. 26-27 y muy especialmente en el “27. Obediencia y objeción de
conciencia”. En: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccscrlife/documents/rc_con_ccscrlife_doc_20080511_autorita-obbedienza_sp.html
Sobre el posible “disentimiento” del teólogo
con el Magisterio de la Iglesia, se ha hecho una nueva precisión y exigencia en
el n. 41 (cf. 43) del reciente documento de la COMISIÓN TEOLÓGICA
INTERNACIONAL: “Cualquiera que sea la situación, una mera obediencia o adhesión
formal y exterior por parte de los teólogos no es suficiente. Los teólogos
deberían esforzarse por profundizar en su reflexión sobre la verdad proclamada
por el Magisterio de la Iglesia, y deben buscar sus implicaciones para la vida
cristiana y para el servicio de la verdad. De esta manera, los teólogos cumplen
su tarea propia y la enseñanza del Magisterio no se reduce a meras citas decorativas
en el discurso teológico”: “Whatever the situation, a mere formal and exterior
obedience or adherence on the part of theologians is not sufficient. Theologians should
strive to deepen their reflection on the truth proclaimed by the Church’s
magisterium, and should seek its implications for the Christian life and for
the service of the truth. In this way, theologians fulfil their proper task and
the teaching of the magisterium is not reduced to mere decorative citations in
theological discourse”: Theology Today:
Perspectives, Principles And Criteria, 29 de noviembre de 2011, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_doc_20111129_teologia-oggi_en.html#_ftnref22
Complementa
esta anotación el S. P. FRANCISCO en su enc. LF del 29 de junio de 2013 cuando afirma: “Además, la teología participa en la
forma eclesial de la fe; su luz es la luz del sujeto creyente que es la
Iglesia. Esto requiere, por una parte, que la teología esté al servicio de la
fe de los cristianos, se ocupe humildemente de custodiar y profundizar la fe de
todos, especialmente la de los sencillos. Por otra parte, la teología, puesto
que vive de la fe, no puede considerar el Magisterio del Papa y de los Obispos
en comunión con él como algo extrínseco, un límite a su libertad, sino al
contrario, como un momento interno, constitutivo, en cuanto el Magisterio asegura
el contacto con la fuente originaria, y ofrece, por tanto, la certeza de beber
en la Palabra de Dios en su integridad” (n. 36b).
En forma similar,
S. Em. el Cardenal Gerhard L. MULLER, solicitando y animando el trabajo de las
Comisiones doctrinales de las Conferencias episcopales, destacó su importancia
“subsidiaria” para tratar “in loco” los eventuales casos en que el “religioso
obsequio al magisterio” entrara en tensión con el “disentimiento”: conferencia
en Esztergom, Hungría, el 13 de enero de 2015, en:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/muller/rc_con_cfaith_doc_20150113_muller-esztergom_it.html
Atender
a la dimensión comunitaria (“bien común”) de la vivencia de la fe es, pues, de
una utilidad práctica enorme para el discernimiento; pero, como vemos también,
y ello por razones intrínsecas a la fe, en ciertos casos posee una necesidad
que puede llevar consigo consecuencias graves.
Notas finales
[i] Explicando el “sentido general” y el “sentido
estricto” de la “teología”, expresaba René LATOURELLE, S. J.: «En sentido
objetivo, Teología es la ciencia que tiene como objeto a Dios, y esta ciencia a
su vez puede considerarse como la suma de los conocimientos humanos sobre Dios.
La Teología es ciencia sobre Dios en ambos sentidos, pero sobre Dios existe una
triple ciencia: la que se obtiene por reflexión sobre el mundo creado, la que
procede de la palabra de Dios a los hombres, y finalmente la que se deriva de
la visión misma de Dios; por tanto habrá también una triple Teología: la
Teología natural o Teodicea, la Teología del homo viator o Teología propiamente dicha, y la Teología de la
patria, o el conocimiento de los elegidos. Cada una de ellas es ciencia de
Dios, pero difiere de las otras dos por su manera de alcanzar a Dios: La
Teología natural alcanza a Dios por medio de las obras de la creación y por la
luz natural de la razón. La Teología propiamente
dicha alcanza a Dios por la palabra y el testimonio de Dios sobre sí
mismo, y por la luz de la razón iluminada por la fe. La Teología de la patria
conoce a Dios en su esencia y por la luz de la gloria. A cada una de estas
formas de Teología le corresponde un conocimiento de Dios cada vez más
profundo: Por la Teología natural conocemos a Dios como principio y fin del
universo; por la Teología propiamente dicha conocemos los misterios de su vida
íntima a través de su Palabra; y por la Teología de la patria veremos
finalmente el Misterio al descubierto, en una visión cara a cara. Santo Tomás
describió así este proceso: “Existe un
triple conocimiento de las cosas divinas. En el primero, el hombre, gracias a
la luz natural de la razón, se eleva al conocimiento de Dios por las criaturas;
en el segundo, la verdad divina, que desborda los límites de nuestra
inteligencia, baja hasta nosotros por medio de la revelación, no ya como una
demostración que tengamos que comprender, sino como una Palabra que hemos de
creer; en el tercero, el espíritu será elevado a ver perfectamente lo que Dios
le reveló” (Suma contra los gentiles, 1.4, c).
La Teología propiamente dicha
es la ciencia de Dios, pero de Dios tal como se nos ha dado conocer por la
revelación, y en la medida en que esta revelación puede introducirnos en un
conocimiento más profundo de su misterio íntimo. El punto de partida de la
Teología es, por consiguiente, el Dios en su libre testimonio sobre sí mismo.
Por otra parte, se puede decir también que la Teología es la ciencia del objeto
de fe, o sea la ciencia de lo que es revelado por Dios y creído por el hombre;
y en esto difiere por completo de las demás ciencias, pues mientras que las
ciencias naturales se apoyan en los datos de la experiencia, la Teología se
basa en los datos de la revelación que han sido acogidos por la fe. El teólogo se esfuerza, por medio de la
reflexión, en llegar a una inteligencia más profunda de los misterios que ya ha
aceptado por su fe; pero lo que para un simple fiel es objeto de asentimiento,
para el teólogo se convierte en objeto de reflexión, y lo que el simple fiel
afirma como verdadero, el teólogo lo considera como objeto de inteligibilidad.
En todo cristiano existe una reflexión inherente a la fe, una reflexión
espontánea nacida bajo la impresión de los acontecimientos o la presión del
ambiente; esta reflexión es una Teología elemental accesible a todos, en la que
la fe se esfuerza en comprender el por qué y el cómo de lo que cree. La
Teología científica es la prolongación de esa reflexión espontánea: se hace
reflexión consciente de sus principios, de su método, de su categoría de
ciencia, de sus conclusiones, e intenta penetrar en el objeto de la fe de una
manera metódica. La Teología como ciencia es obra del creyente, que se
sirve de su razón para comprender mejor lo que ya posee por la fe. La Teología
es la fe vivida por un espíritu que piensa, y que ha sido científicamente
elaborada por él. La Teología es la fe “en estado de ciencia”; con San Anselmo
podríamos definirla como “fides quaerens intellectum”, lo que significa: la fe aplicada a la inteligencia
de su propio objeto; por ello la Teología demuestra fidelidad a su misión
cuando no solamente se pone a recoger los datos de la fe, sino cuando procura
comprenderlos y penetrar en ellos cada vez más. Decía sobre esto San Anselmo: “Señor, yo no pretendo penetrar en tu
profundidad, ¿cómo iba a comparar mi inteligencia con tu misterio? Pero deseo
comprender de algún modo esa verdad que creo y que mi corazón ama. No busco
comprender para creer, esto es, no busco comprender de antemano, por la razón,
lo que haya de creer después, sino que creo primero, para esforzarme luego en
comprender. Porque creo una cosa: si no empiezo por creer, no comprenderé jamás”
(Proslogion 1: PL 158,227)». René LATOURELLE, S. J.: Teología, ciencia de la salvación Sígueme Salamanca 1968 23-26.
Véase, de igual modo, la
exposición que hizo acerca de la teología, sus objetivos y su tarea en el
momento actual, el Papa JUAN PABLO II en la encíclica FER nn. 43 y 93, especialmente. En: http://www.vatican.va/edocs/ESL0036/__PH.HTM Sobre la “teología científica”, véase también la homilía de S. E. Gerhard Ludwig MÜLLER,
en la Pontificia Università Gregoriana, el miércoles 15 de mayo de 2013, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20130515_omelia-gregoriana_it.html
Sobre
la manera provechosa como la fe se conjuga con la razón, el Papa BENEDICTO XVI
retomó las palabras citadas de San Anselmo y la inspiración agustiniana de las
mismas a partir de las cuales Santo Tomás de Aquino llegó a “demostrar cuán
nueva y fecunda vitalidad racional deriva al pensamiento humano a partir de
serle injertados los principios y verdades de la fe cristiana”. De otra parte, ya hemos examinado el tema en el cap. 4°, en la
cristología sistemática, al tratar de la kénosis, precisamente, y
particularmente de la Cruz, “o, lògoj tou staurou” (1 Co 1,18), es decir,
“la razonabilidad de la Cruz”, por cuanto “el término lògos indica tanto
la palabra como la razón, y si alude a la palabra es porque expresa verbalmente
lo que la razón elabora. Por tanto, Pablo ve en la Cruz no un acontecimiento
irracional, sino un hecho salvífico que posee una razonabilidad propia
reconocible a la luz de la fe”: Audiencia general del 21 de
noviembre de 2012, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/30078.php?index=30078&po_date=21.11.2012&lang=sp (Traduccíon mía).
[ii] Si bien la siguiente exposición, que explica lo que
venimos diciendo, se encuentra en un documento que, en su intención y
propuesta, tiene por objetivo tratar sobre la “esperanza de la salvación para
los niños que mueren sin bautismo”, no es escaso que a nuestras Universidades
lleguen – cada día más – adolescentes, jóvenes y adultos que no lo han
recibido, y para quienes la Universidad realiza “un primer anuncio” del
Evangelio. Para muchos, además, bautizados en la infancia, la “cuestión sobre
la Iglesia” – como hemos señalado en varias ocasiones – puede significar, en
cierto modo, un obstáculo real a su “relación con Dios”. La COMISIÓN TEOLÓGICA
INTERNACIONAL indicó entonces, junto con los aspectos objetivos y de gracia,
los aspectos de índole subjetiva de la cuestión: “[58]. Frente a nuevos
problemas y situaciones y a una interpretación exclusiva del adagio «salus extra ecclesiam non
est» [Cf. Bonifacio VIII, Bula UnamSanctam: «Porro subesse Romano Pontifici omni humanae creaturae declaramus, dicimus, diffinimus omnino esse de necessitate salutis» (DH 875; cf. DH 1351) («Declaramos, afirmamos y definimos que estar sometidos al Romano Pontífice es necesario para la salvación para toda criatura humana»)], en los
últimos tiempos el Magisterio ha articulado una comprensión más matizada del
modo como puede tener lugar una relación salvífica con la Iglesia. La alocución
del Papa Pío IX Singulari Quadam (1854) expone con claridad los
problemas implicados: «En virtud de la fe, hay que mantener, desde luego, que
fuera de la Iglesia apostólica romana nadie puede salvarse, en cuanto ésta es
la única arca de salvación; el que no entrará en ella perecerá en el diluvio.
Pero se debe considerar igualmente como cierto que aquellos que padecen la
ignorancia de la verdadera religión, cuando esta ignorancia es invencible, no
están implicados en culpa alguna por esta cuestión ante los ojos del Señor» [Pío IX, Alocución Singulari
quaedam (DH 2865, en la introducción)]. [59]. La
Carta del Santo Oficio al Arzobispo de Boston (1949) ofrece ulteriores
precisiones: «No se exige siempre, para que uno obtenga la salvación, que esté
realmente (reapse) incorporado como miembro de la Iglesia, pero se
requiere por lo menos que se adhiera a ella con el voto o el deseo (voto et
desiderio). No es necesario por otra parte que este voto sea siempre
explícito, como sucede con los catecúmenos, sino que cuando el hombre sufre una
ignorancia invencible, Dios acepta también un voto implícito, llamado con este
nombre porque está contenido en aquella
buena disposición del alma por la que el hombre quiere que su voluntad esté
conforme con la voluntad de Dios» [Carta del Santo Oficio al Arzobispo
de Boston (DS 3870)]. [60]. La voluntad salvífica universal de Dios,
realizada por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo, que incluye la Iglesia como
sacramento universal de salvación, encuentra expresión en el Vaticano II:
«Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del pueblo de Dios, que
prefigura y promueve la paz universal, y a ella de varios modos pertenecen o se
ordenan tanto los fieles católicos como los otros creyentes en Cristo, como
finalmente todos los hombres en general llamados por la gracia de Dios a la
salvación» (Lumen Gentium 13). Que la mediación única y universal de
Jesucristo se realiza en el contexto de una relación con la Iglesia ha sido
ulteriormente reiterado por el Magisterio pontificio postconciliar. A propósito
de los que no han tenido la oportunidad de llegar a conocer o a acoger la
revelación del evangelio, incluso en este caso dice la encíclica Redemptoris missio: «La salvación de Cristo es accesible en virtud de
una gracia que tiene una misteriosa relación con la Iglesia» [Juan Pablo II, Redemptoris missio,
10]”: Documento "La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo", texto aprobado en forma específica por la Comisión y aprobado por el Santo Padre Benedicto XVI el 19 de enero de 2007, en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20070419_un-baptised-infants_sp.html#_ftnref75
[iii] No podemos más que hacer referencia, muy general, por
supuesto, a esta necesidad que desemboca en cuestiones prácticas y técnicas de
tipo no sólo regulativo al interior de las instituciones, sobre todo las que
atañen a los currículos y programas de estudio, sino de tipo administrativo y
de gestión planificada. Mencionemos sólo algunas referencias especialmente
sobre este último punto:
En primer término, el
documento elaborado por el señor Vicerrector de la Pontificia Universidad
Javeriana, doctor Jairo H. CIFUENTES MADRID: “Conferencia XXVIII. Cultura de la
acción planificada en la Universidad. Elementos para su construcción”, en:
Alfonso BORRERO C, S. J.: Simposio
Permanente sobre la Universidad Documento en off-set Bogotá 1998.
En segundo lugar, un hecho
que ya no es simplemente coyuntural en la vida de la Pontificia Universidad
Javeriana, sino que forma parte de las actividades que más directamente
conciernen al apoyo y determinan la realización de la investigación, inclusive
mediante las actuales TIC: la “Convocatoria Nacional para la
Financiación de Proyectos de Investigación. Año 2007, Modalidad Recuperación
Contingente”, y los “Programas de Cooperación Científica Internacional
Intercambio de Investigadores Colombia-Cuba” En (consulta marzo 2007): http://educon.javeriana.edu.co/ofi/documentos/convocatorias/1761.pdf, http://educon.javeriana.edu.co/ofi/documentos/convocatorias/1757.pdf, http://www.javeriana.edu.co/conveniosena/ y http://becas.universia.net.co/ficha.jsp?id=12837
En tercer término, la propuesta de Carlos
MARQUIS: “Notas sobre algunos problemas del planeamiento universitario”, en:
Carlos MARQUIS (comp.): Planeamiento universitario en América Latina. Cuestiones
metodológicas Impresos Chávez México UDUAL
1988.
Y, por
último, la Ratio studiorum de la
Compañía de Jesús, cuyo patrimonio histórico y pedagógico sigue vigente tras
cuatro siglos de existencia, cf. Educatio S. J. 1 mayo de 1999: “Cuatrocientos años de la Ratio
studiorum 1599-1999”.
[iv] Una reflexión sobre la temática, en la que se hace
énfasis en una espiritualidad característica, puede verse en: Rosana Elena
NAVARRO SÁNCHEZ: “Especificidad de la labor del teólogo docente en el ámbito
universitario”, en: ThX 56/1 157 ene/mar 2006 195-206, breve
introducción a su libro: El lugar de la
espiritualidad en la acción docente del teólogo Pontificia Universidad
Javeriana Bogotá 2008. Sobre el tema de la ministerialidad específica que
ejerce una “Facultad teológica” en el seno de una Universidad católica, cf.
Rodolfo Eduardo DE ROUX GUERRERO, S. J.: “Teología en la Universidad, un
ministerio colegiado de transformación social en la justicia del reino” en: ThX 49/1 ene-mar 1999 81-82.
Con ocasión del
septuagésimo aniversario de la fundación de la Facultad de Teología de la
Pontificia Universidad Javeriana, entre el 9 y el 11 de noviembre de 2007 se
realizó en Bogotá el III Coloquio Nacional de Profesores de Teología,
precisamente sobre la figura y misión de “El (la) teólogo (a) como profesional
y actor social”. Entre las ponencias desarrolladas durante el Coloquio se
efectuaron las siguientes: Víctor MARTÍNEZ M., , S. J.: “La identidad del
teólogo en la sociedad contemporánea”; Diego MARULANDA: “El teólogo como
mediador en el proceso de transformación social”; Iván Darío TORO: “Teología
crítica: más allá de una fundamentación epistemológica”; Fr. José Wilson
TÉLLEZ, O.F.M.: “La responsabilidad social: identidad y misión del teólogo”;
Pedro SALAMANCA: “La teología como profesión y la profesión de la fe”; Carlos
ROMÁN: “La reconstrucción: un desafío para el teólogo”. Estas ponencias se
pueden solicitar a: teoeduco@javeriana.edu.co
[v] Sea que el teólogo fuese laico, como si no,
sería importante que tuviera en cuenta los siguientes criterios, que leemos en la Const. past. GS: “43. El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos
de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus
deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan
los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues
buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin
darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto
cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es
menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden
entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce
meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas
obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe
ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el
Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo.
Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves
penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre
las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa
por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes
con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en
peligro su eterna salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el
artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades
temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar,
profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya
altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios.
“Competen a los laicos propiamente, aunque no exclusivamente, las
tareas y el dinamismo seculares. Cuando actúan, individual o colectivamente,
como ciudadanos del mundo, no solamente deben cumplir las leyes propias de cada
disciplina, sino que deben esforzarse por adquirir verdadera competencia en
todos los campos. Gustosos colaboren con quienes buscan idénticos fines.
Conscientes de las exigencias de la fe y vigorizados con sus energías, acometan
sin vacilar, cuando sea necesario, nuevas iniciativas y llévenlas a buen
término. A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina
quede grabada en la ciudad terrena. De los sacerdotes, los laicos pueden
esperar orientación e impulso espiritual. Pero no piensen que sus pastores
están siempre en condiciones de poderles dar inmediatamente solución concreta
en todas las cuestiones, aun graves, que surjan. No es ésta su misión. Cumplen
más bien los laicos su propia función con la luz de la sabiduría cristiana y
con la observancia atenta de la doctrina del Magisterio.
“Muchas veces sucederá
que la propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a
elegir una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente
y con todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad,
juzguen del mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones
divergentes aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienen
fácilmente a vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos
que en tales casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor
de su parecer la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz
mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud
primordial por el bien común.”
[vi] Y prosigue: “El sistema preventivo de Don Bosco y la
tradición educativa salesiana impulsarán seguramente a la Congregación a
proponer una pedagogía cristiana actual, inspirada en el carisma específico que
le es propio. La educación constituye uno de los puntos nodales de la cuestión
antropológica de hoy, a cuya solución la Universidad Pontificia Salesiana no se
abstendrá, de ello estoy seguro, de ofrecer una preciosa contribución”: “La
Chiesa ha bisogno del contributo di studiosi che approfondiscano la metodologia
dei processi pedagogici e formativi, l’evangelizzazione dei giovani, la loro educazione
morale, elaborando insieme risposte alle sfide della postmodernità,
dell’interculturalità e della comunicazione sociale e cercando nel contempo di
venire in aiuto alle famiglie. Il sistema preventivo di Don Bosco e la
tradizione educativa salesiana spingeranno sicuramente la Congregazione a
proporre una pedagogia cristiana attuale, ispirata allo specifico carisma che
le è proprio. L’educazione costituisce uno dei punti nodali della questione
antropologica odierna, alla cui soluzione l’Università Pontificia Salesiana non
mancherà, ne sono sicuro, di offrire un prezioso contributo”: Mensaje del Santo Padre BENEDICTO XVI a
los Participantes en el XXVI Capítulo General de los Salesianos de Don Bosco, 3
de marzo de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21780.php?index=21780&lang=sp (Traducción mía).
Sobre esta materia se
efectuó en la Pontificia Universidad Javeriana el Coloquio Internacional “Teología
y espiritualidad de la Pedagogía Ignaciana: ¿Un reto de la comunidad
universitaria?”, los días 7 y 8 de noviembre de 2002. Del mismo se hizo la
publicación respectiva: Libardo HOYOS P. – Iván F. MEJÍA A. (Editores y
Compiladores): Teología y espiritualidad
de la Pedagogía Ignaciana: ¿Un reto de la comunidad universitaria? Digiprint
Editores Bogotá Colección Fe y
Universidad v. 12, enero 2004. Existe también una página
electrónica para el encuentro de quienes desean emplear la “pedagogía
ignaciana” en: http://www.pedagogiaignaciana.com/index.php
[vii] Nos hemos referido a ellas en forma general al citar
las jurisprudencias de la Corte Constitucional Colombiana, al comienzo de este
capítulo.
Estamos refiriéndonos, en
todo esto, por supuesto, al contexto del ejercicio del derecho constitucional a
las libertades de conciencia, religión y culto. Pero, vistas las cosas “desde
Dios” y de sus “derechos”, el asunto toca, directamente, al secretísimo ámbito
de las relaciones del ser humano con Él. La Iglesia no deja de anunciar como
parte de su mensaje a todos los pueblos, que Dios merece, más que ninguna otra
criatura, más, incluso que nuestra propia vida, la ofrenda de nuestra
existencia y la acogida por la fe. Ésta, pues, no se la puede obligar a los
seres humanos, y siempre hay que tener en cuenta las condiciones subjetivas,
que puede ser obstaculizada por muchísimos factores, para llegar a dicha
adhesión. En consecuencia, es comprensible toda mujer y todo hombre que, sin
culpa suya, no llega a conocer, a comprender o a adherirse a Dios y al
Evangelio de Cristo. Sólo Dios penetra hasta en la sinceridad de la conciencia
de los seres humanos.
Complementando lo que
decíamos hace poco (cf. p. 1541, nt. cxcv), la Iglesia, en su doctrina oficial,
ha enseñado: «"Fuera de la Iglesia
no hay salvación". N. 846. ¿Cómo entender esta afirmación tantas
veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo
significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su
Cuerpo: El santo Sínodo... basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición,
enseña que esta Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en
efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en
su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la
necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la
Iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta. Por
eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de
Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo,
no hubiesen querido entrar o perseverar en ella (LG 14). N. 847. Esta
afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su
Iglesia: Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia,
pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de
la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su
conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG 16; cf. DS
3866-3872). N. 848. "Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede
llevar a la fe, 'sin la que es imposible agradarle' (Hb 11, 6), a los
hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde, sin embargo, a
la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de
evangelizar" (AG 7)»: Catecismo de la Iglesia Católica,
promulgado por el Papa JUAN PABLO II mediante la Constitución apostólica Fidei depositum del 11 de octubre de
1992, en: http://www.vatican.va/archive/ESL0022/__P29.HTM
[viii] El caso más “extremo”, en mi opinión, se produce al
momento en que, durante el Jubileo del año 2000, el Papa JUAN PABLO II realiza
toda una solemne celebración, el primer Domingo de Cuaresma, para pedir y
ofrecer perdón por las “culpas de la Iglesia”:
“3. Ante Cristo que, por
amor, cargó con nuestras iniquidades, todos estamos invitados a un profundo examen de conciencia. Uno
de los elementos característicos del gran jubileo es el que he calificado como
"purificación de la memoria" (Incarnationis mysterium, 11). Como Sucesor de Pedro, he pedido que "en
este año de misericordia la Iglesia, persuadida de la santidad que recibe de su
Señor, se postre ante Dios e implore perdón por
los pecados pasados y presentes de sus hijos" (ib.). Este primer domingo de Cuaresma me ha parecido la ocasión
propicia para que la Iglesia, reunida espiritualmente en torno al Sucesor de
Pedro, implore el perdón divino por las
culpas de todos los creyentes. ¡Perdonemos
y pidamos perdón! Esta exhortación ha suscitado en la comunidad eclesial
una profunda y provechosa reflexión, que ha llevado a la publicación, en días
pasados, de un documento de la COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, titulado: "Memoria y reconciliación: la
Iglesia y las culpas del pasado". Doy las gracias a todos los que
han contribuido a la elaboración de este texto. Es muy útil para una
comprensión y aplicación correctas de la auténtica petición de perdón, fundada
en la responsabilidad objetiva
que une a los cristianos, en cuanto miembros del Cuerpo místico, y que impulsa
a los fieles de hoy a reconocer, además de sus culpas propias, las de los
cristianos de ayer, a la luz de un cuidadoso discernimiento histórico y
teológico. En efecto, "por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo
místico, y aun sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios,
el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y
de las culpas de quienes nos han precedido" (Incarnationis mysterium,
11). Reconocer las desviaciones del pasado sirve para despertar nuestra
conciencia ante los compromisos del presente, abriendo a cada uno el camino de la conversión.
4. ¡Perdonemos y pidamos perdón! A la
vez que alabamos a Dios, que, en su amor misericordioso, ha suscitado en la
Iglesia una cosecha maravillosa de santidad, de celo misionero y de entrega
total a Cristo y al prójimo, no podemos menos de reconocer las infidelidades al Evangelio que han
cometido algunos de nuestros hermanos, especialmente durante el
segundo milenio. Pidamos perdón por las divisiones que han surgido entre los
cristianos, por el uso de la violencia que algunos de ellos hicieron al
servicio de la verdad, y por las actitudes de desconfianza y hostilidad
adoptadas a veces con respecto a los seguidores de otras religiones.
Confesemos, con mayor razón, nuestras
responsabilidades de cristianos por los males actuales. Frente al
ateísmo, a la indiferencia religiosa, al secularismo, al relativismo ético, a
las violaciones del derecho a la vida, al desinterés por la pobreza de
numerosos países, no podemos menos de preguntarnos cuáles son nuestras
responsabilidades. Por la parte que cada
uno de nosotros, con sus comportamientos, ha tenido en estos males,
contribuyendo a desfigurar el rostro de la Iglesia, pidamos humildemente
perdón. Al mismo tiempo que confesamos nuestras culpas, perdonemos las culpas cometidas por los demás contra nosotros. En
el curso de la historia los cristianos han sufrido muchas veces atropellos,
prepotencias y persecuciones a causa de su fe. Al igual que perdonaron las
víctimas de dichos abusos, así también perdonemos nosotros. La Iglesia de hoy y
de siempre se siente comprometida a purificar
la memoria de esos tristes hechos de todo sentimiento de rencor o
venganza. De este modo, el jubileo se transforma para todos en ocasión propicia
de profunda conversión al Evangelio. De la acogida del perdón divino brota el
compromiso de perdonar a los hermanos y de reconciliación recíproca”: en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/homilies/2000/documents/hf_jp-ii_hom_20000312_pardon_sp.html
Pero no fue solamente
entonces. Ya él había ido preparando a la comunidad cristiana para ese momento
culmen, mediante pronunciamientos previos: “el Papa «pide perdón, en nombre de todos los católicos, por los
comportamientos ofensivos para con los no católicos en el curso de la
historia», entre los moravos (cf. canonización de Jan Sarkander, en la
República checa, 21-5-1995). Ha deseado llevar a cabo «un acto de expiación» y
pedir perdón a los indios de América Latina y a los africanos deportados como
esclavos (Mensaje a los indios de
América, Santo Domingo, 13-10-1992, y Discurso en la Audiencia general
del 21-10-1992). Ya diez años antes había pedido perdón a los africanos por la
trata de negros (Discurso en Yaoundé, 13-8-1985)”: COMISIÓN TEOLÓGICA
INTERNACIONAL: Memoria y reconciliación: la iglesia y las
culpas del pasado, nt.
19.
“Se perfilan así
diversos interrogantes: ¿se puede hacer pesar sobre la conciencia actual una culpa vinculada a fenómenos
históricos irrepetibles, como las cruzadas o la inquisición? ¿No es demasiado
fácil juzgar a los protagonistas del pasado con la conciencia actual (como
hacen escribas y fariseos, según Mt
23,29-32), como si la conciencia moral no se hallara situada en el tiempo? ¿Se
puede acaso, por otra parte, negar que el juicio ético siempre tiene vigencia,
por el simple hecho de que la verdad de Dios y sus exigencias morales siempre
tienen valor? Cualquiera que sea la actitud a adoptar, ésta debe confrontarse
con estos interrogantes y buscar respuestas que estén fundadas en la revelación
y en su transmisión viva en la fe de la Iglesia”, afirma la Comisión en el
citado documento, n. 4. (Las cursivas en el texto son mías).
La relación entre verdad,
justicia y caridad posee una aplicación específica en el ámbito económico por
lo que toca a la “responsabilidad social corporativa”, según las indicaciones
del Papa BENEDICTO XVI en su encíclica Caritas in veritate, 29 de junio
de 2009. Por ejemplo, en lo que hace referencia a las cuestiones relativas a la
“ecología humana”, entre otros asuntos, como muestra en su comentario la
profesora Maryann CUSIMANO LOVE: “A Call
for Truth and Trust. The moral and economic vision of 'Caritas in Veritate'“, en
America, 3 de agosto de 2009, en: http://www.americamagazine.org/content/article.cfm?article_id=11801&o=35403
[ix] Cf. nt. 1890 sobre S. Justino, al final del capítulo
IV. En ello consistió la actividad de los “Padres Apologistas” de los primeros
siglos del cristianismo, como fue el caso de S. Justino (c. a. 100 – 165 d.
C.), quien trató de demostrar que entre el AT y los intentos de la filosofía
griega no se podía ver una oposición completa, una contradicción de la una por
la otra, sino, más bien, dos caminos, válidos, y ciertamente útiles, para
acercarse a un mejor conocimiento de Dios. El Papa BENEDICTO XVI, reiterando la
enseñanza de su antecesor, JUAN PABLO II, lo recordó en una de sus Audiencias generales de los miércoles
(21 de marzo de 2007), en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070321_sp.html
No obstante, al exponer
su personal posición acerca del asunto, Joseph RATZINGER no dudó en recurrir al
episodio evangélico de las “tentaciones” de Jesús, al cual hicimos referencia
en el capítulo IV, sobre todo a aquél “debate teológico” entre Jesús y el
diablo. Se señala que a la teología, así como a todas sus ramas, que tienen
como fundamento el texto bíblico, les conviene, ante todo, el empleo de
aquellos métodos que expresan o permiten la “interpretación”. Así se explicaba
el Papa: “El debate teológico entre Jesús y el diablo es una disputa válida en
todos los tiempos y versa sobre la
correcta interpretación bíblica, cuya cuestión hermenéutica fundamental es la pregunta por la imagen de Dios. El
debate acerca de la interpretación es, al fin y al cabo, un debate sobre quién es Dios. Esta discusión sobre la
imagen de Dios en que consiste la disputa
sobre la interpretación correcta de la Escritura se decide de un modo
concreto en la imagen de Cristo: Él, que se ha quedado sin poder mundano, ¿es
realmente el Hijo de Dios vivo? Así, el interrogante sobre la estructura del
curioso diálogo escriturístico entre Cristo y el tentador lleva directamente al
centro de la cuestión del contenido… El punto fundamental de la cuestión
aparece en la respuesta de Jesús, que de nuevo está tomada del Deuteronomio
(6,16): « ¡No tentaréis al Señor, vuestro Dios!» […] Nos encontramos de lleno
ante el gran interrogante de cómo se puede conocer a Dios y cómo se puede
desconocerlo, de cómo el hombre puede relacionarse con Dios y cómo puede
perderlo”: Jesús de Nazaret, o. c. p. 26, nt. 57, 61-62.
A este propósito, ya en
período de edición y publicación de esta obra, la CONGREGACIÓN PARA LA
EDUCACIÓN CATÓLICA ha expedido un Decreto
mediante el cual “reforma los estudios eclesiásticos de filosofía”, fechado el
28 de enero de 2011. Su presentación ha sido hecha el día 22 de marzo de 2011,
y puede verse en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27073.php?index=27073&po_date=22.03.2011&lang=sp
[x] Se ha afirmado que “el P. Mateo (Li) Ricci no sólo compaginó la misión
apostólica con el cultivo de la ciencia sino que fue un paso más allá: hizo de
la ciencia un instrumento de evangelización” (Francesc Gómez Morales): “A la
figura de san Benito se junta para vosotros, en estos días de estudios, aquella
de otro gran personaje que ha marcado la historia de la Iglesia. Aunque no ha
sido canonizado, su testimonio resplandece luminoso para todos nosotros: es el
jesuita Mateo Ricci. Frente a los nuevos desafíos con los cuales la
evangelización se confronta en este nuestro tiempo caracterizado por la
globalización y por la presencia simultánea de múltiples etnias y religiones,
él constituye un modelo singular de evangelización y de diálogo con las
diversas realidades culturales y religiosas. Estudioso apasionado del Oriente,
ilustre científico y generoso misionero de la fe cristiana, el Padre Mateo Ricci
vio la luz en Macerata en 1552, cuatro años antes de la muerte de san Ignacio
de Loyola, de quien se convertirá pronto en fiel discípulo al entrar en la
Compañía de Jesús. Mateo Ricci es considerado por lo general el símbolo del
primer contacto de la China con las ciencias y la tecnología europeas, del
primer encuentro del Evangelio con los intelectuales del linaje Han, como
también de los primeros intercambios entre la cultura china y la de Occidente.
Creció desde los nueve años en la escuela de los Jesuitas en su Colegio de
Macerata, y desde la adolescencia se embebió de la fuente ignaciana,
alimentando en su corazón el deseo por conocer nuevas tierras por descubrir y
nuevos pueblos por conducir a Cristo. Por esto, sin ser todavía sacerdote,
estuvo dispuesto de inmediato a acoger la invitación para partir a Oriente,
junto con otros cohermanos, sostenidos por la bendición del Papa Gregorio XIII.
Mateo Ricci y la China forman un binomio insustituible desde cuando, el 24 de
enero de 1601, después de múltiples y complejas tentativas, aún a riesgo de su
propia vida, este ardiente jesuita entró en Pekín, sede del Emperador Wan-li.
Transcurrió en la China 28 años llevando a cabo un atento estudio de la lengua,
de la historia y de la cultura china, por medio del cual mostró un profundo
respeto por ese gran pueblo. Como se lee en su biografía, él tomó
inmediatamente los vestidos y la indumentaria de los bonzos, y luego el de los
letrados y de los mandarines. Siempre cada día más, nutría la convicción de que
la difusión del cristianismo en la China tenía necesidad de la aprobación
oficial para los predicadores y la libertad para los chinos de abrazarla y de
profesarla públicamente, y estaba firmemente persuadido de que yal aprobación y
libertad no podían obtenerse hasta cuando él no hubiese llegado hasta la corte
de Pekín, al Palacio imperial donde efectivamente fue acogido, no como un
‘curioso extranjero’ sino como un respetado doctor. ¡¿Cómo no dar gloria al
Señor por las geniales intuiciones de este gran estudioso y misionero lleno de
coraje, que supo dejarse guiar por las inspiraciones del Espíritu Santo?! A
medida que progresaba en el estudio de la lengua, con prudencia se puso a
corregir las creencias astronómicas de los chinos y sus conocimientos
geográficos, porque, como él mismo se expresaba, ‘no se podía en aquellos
tiempos encontrar cosa más útil para disponer los ánimos de los chinos hacia
nuestra religión que ésta’. Por eso, mientras profesaba una nítida admiración
por la China, hacía comprender a los chinos que existía todavía algo que ellos
no conocían y que él les podía enseñar. Compuso libros de ciencia y de
religión; entre los trabajos científicos de mayor valor quisiera citar el gran
Mapamundi Chino, en el cual, junto a los nombres de las principales localidades,
Ricci anotaba noticias históricas. Por ejemplo, junto al nombre ‘Judea’ se lee:
‘El Señor del Cielo se ha encarnado en este País, por eso se llama Tierra
Santa’. Junto al nombre ‘Italia’: ‘Aquí el Rey de la Civilización (= el Papa),
en el celibato, se ocupa únicamente de religión. Él es venerado por todos los
súbditos de los Estados de Europa, que forman el Imperio romano’. Y bastó esta
breve noticia sobre el Papa para comunicar a los chinos una alta idea del
pontificado romano. Además de servir para dar a conocer la religión católica a
los chinos, el Mapamundi servía para borrar de sus mentes el prejuicio,
conforme al cual todos aquellos que no eran chinos habían de ser considerados
‘bárbaros’”: Cardenal Tarcisio
BERTONE: Homilía en la Concelebración
eucarística para los estudiantes de teología participantes en el curso
promovido por la Oficina nacional de la Conferencia Episcopal Italiana para los
problemas sociales y el trabajo, Iglesia de san Pellegrino en el Vaticano,
miércoles, 11 de julio de 2007, en: http://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/card-bertone/2007/documents/rc_seg-st_20070711_matteo-ricci_it.html
miércoles, 11 de julio de 2007, en: http://www.vatican.va/roman_curia/secretariat_state/card-bertone/2007/documents/rc_seg-st_20070711_matteo-ricci_it.html
Comentarios