Capítulo IV
Continuación (II)
II. Jesucristo, Verdad personal en quien creemos: aportes de cristología sistemática o categorial
1. La
resurrección de Jesús, fundamento de la fe cristiana. La dimensión gloriosa de Jesucristo y el principio
histórico derivado de su misterio[4].
a.
El “caso” del Resucitado
b.
La Resurrección de Jesucristo como intervención escatológica del poder de Dios.
c.
La Resurrección de Jesucristo como su glorificación y elevación.
1) La “historicidad” de la resurrección considerada en sí misma
2) La “dimensión corporal” de la
Resurrección
a) Las concepciones hebrea y griega acerca del cuerpo y las posibilidades
que ofrecen una y otra para comprender y explicar la resurrección de Jesús.
b) El NT y su recepción de la
tradición sobre el cuerpo para la explicar el hecho de la resurrección de
Jesús.
d.
Los títulos cristológicos relativos al Resucitado
1) El Santo y el Justo
2) El Señor
e.
La resurrección de Jesús: la Palabra: un enfoque necesario para plantear la
búsqueda, conocimiento, adhesión y mantenimiento de la Verdad sobre Dios, sobre
su Iglesia y sobre el hombre.
f.
El título de “primogénito de entre los muertos”
Continuación (II)
II. Jesucristo, Verdad personal en quien creemos: aportes de cristología sistemática o categorial
Cuando
nos referimos a una “cristología sistemática” no nos estamos refiriendo a lo
que podría entenderse como un afán “especulativo” y “abstracto”, opuesto y
lejano de las aspiraciones y necesidades del hombre y de la sociedad de hoy. Y
si bien es cierto que tampoco se origina en tales aspiraciones y necesidades,
sí aspira a alcanzar una dimensión universal[1] y a ayudar en el propósito de
afinar los contenidos que se han ido evidenciando, depurando y profundizando
con el transcurso de la tradición. En este sentido, bien podemos afirmar, con
Lonergan, que se trata de un esfuerzo metodológicamente “doctrinal”. Así, pues,
nuestra tarea en esta segunda sección tendrá como propósito que, sin oponer el
siguiente proceso al que se ha realizado en la primera sección, sí se reconozca
a éste la repercusión que está profundamente arraigada en la historia y, simultáneamente,
que no se pierdan de vista sus necesarias connotaciones ontológicas: una
ontología personal e histórica de Cristo[2]:
“Por
cristología sistemática entendemos, pues, la explicación e interpretación
"descendente" de los núcleos centrales de la Historia de la Salvación
cuya cumbre es la realidad de la encarnación del Verbo, la cual engloba también
su muerte, su resurrección y su parusía. Esta teología sistemática nos conduce
a examinar en la perspectiva de la reflexión creyente las dimensiones de la kénosis, encarnación, resurrección y
recapitulación de Jesucristo como elementos inseparables de la búsqueda del
Jesús histórico. La reflexión teológica, sea que empezara por uno u otro
elemento, no quedaría completa sin el otro, y, sobre todo, no expresaría la fe
de la Iglesia definida ya desde el Concilio de Calcedonia (a. 451).”[3]
Ahora
bien, de acuerdo con nuestro propósito, en las siguientes subsecciones
enfatizaremos los temas relativos a la “verdad” y a Jesucristo-Verdad, punto en
el que nos había dejado la cristología narrativa, y, desde ese punto partiremos
a examinar cuatro de los aspectos bajo los cuales sintéticamente pretendemos
arropar el misterio de Jesucristo. Cada uno de estos aspectos ha supuesto
desarrollos inclusive milenarios en su profundización inexhaustible, y ha sido
ocasión de polémicas y/o de enriquecimientos en el diálogo intercultural, lo
cual ha hecho más complejo el seguimiento de tales aspectos, sin que podamos
decir que se trata ahora de dar una última palabra al respecto. Nos interesa el
asunto, sin embargo, por cuanto estamos tratando el punto central, original,
característico e insustituible de la fe de la comunidad cristiana y, por lo
tanto, definitivo en orden a recalcar y a destacar aspectos que son no sólo
convergentes con el c. 748 § 1, acerca de la “verdad acerca de Dios y de la
Iglesia”, sino que lo sustentan, así como, de igual modo, soportan y
manifiestan luces propias acerca de los cc. restantes: 809; 811 § 2 y 820 a los
que tantas veces se ha aludido. Tales cuatro aspectos del misterio de Cristo
son: la resurrección, la encarnación, la kénosis y la recapitulación.
1. La
resurrección de Jesús, fundamento de la fe cristiana. La dimensión gloriosa de Jesucristo y el principio
histórico derivado de su misterio[4].
a.
El “caso” del Resucitado
1.
Jesús padeció una muerte violenta e ignominiosa. Se exhibe abandonado de Dios,
en quien había confiado total y definitivamente. El sumo sacerdote y los líderes religiosos que lo acompañaban, la autoridad romana que había sido su cómplice, creían ellos que la última palabra había sido dicha y que a ellos les competía establecerla. Para sus discípulos, la
interpretación que efectuaron de ese hecho fue, en su momento, muy clara: sus
esperanzas habían terminado en frustración. Era hora de volver a sus casas y a
sus oficios de antes. Se había acabado la “predicación del Reino”, ya que no se
podía predicar un mensaje sin la persona a la que el mensaje se refería: de tal
manera Jesús se había hecho uno con su Palabra: eran una sola cosa.
Pero no
ocurrió así. Porque esos que habían estado con él desde el principio, se
continuaron reuniendo, fundando comunidades y muy conscientes de tener una
misión. ¿Cómo explicar, pues, que, de un hecho ignominioso como la Cruz,
comenzara a tomar auge esa realidad explosiva que lleva consigo la exigencia de
una nueva vida?
Cuando
los primeros cristianos se vieron conminados a dar razón de esa manera nueva
suya de vivir, no tuvieron otra manera de explicarlo sino diciendo, como todo
el NT lo afirma permanentemente, que ello sucedía gracias a la Resurrección de
Jesús (cf. He 4,1-22: “somos hoy
interrogados por quién ha sido éste curado, sabed todos vosotros y todo el
pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien
vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos”[5]).
Y esto
sucedió así desde el comienzo en la vida de la comunidad cristiana: desde que
algunas mujeres (cf. Lc 23,55-24,11[6]), unos discípulos (cf. Lc 24,12.34: “Simón”[7]), y otros muchos (p. ej., Lc 24,33[8]), anunciaron que Cristo estaba vivo porque Dios lo había resucitado,
pues se les había manifestado vivo y los había enviado a anunciar la Buena
Noticia (cf. Lc 24,44ss[9]). Esa Resurrección se
convirtió, a medida que pasó el tiempo, en su mensaje y testimonio central.
2. Pero,
si estudiamos el particular con atención, a tal certidumbre no se llegó desde
el principio: algunos de los que participaron de esa experiencia tenían “dudas”
(cf. Mc 16,14[10]), inclusive los más cercanos a
Jesús (cf. Mt 28,17[11]), y se burlaron de las mujeres
que afirmaban que Jesús estaba vivo (cf. Lc
24,11[12]). En general, al comienzo, el
asunto despertaba en ellos asombro, angustia y temblor (cf. Lc 24,12.37[13]). Se trataba de una real
resistencia a la euforia, que, para nosotros es muy valiosa, pues nos lleva a
pensar que los discípulos no se dejaron llevar por un entusiasmo vacío, carente
de toda realidad.
Hoy,
nuevamente, nos volvemos a plantear, ¿por qué y cómo los discípulos llegaron a
convencerse y a estar decididos de la necesidad de dar testimonio de la
Resurrección de Jesucristo, y no sólo con sus palabras sino con toda su vida,
hasta entregarla, muriendo ellos también?
Ahora
bien, los testimonios concordes evangélicos y del resto de los escritos
neotestamentarios sobre la Resurrección de Jesús nos hablan del hecho, pero no nos lo describen. Y este dato nos
plantea, en el contexto de nuestra investigación, una problemática importante
pero compleja: se trata de un hecho que trasciende lo verificable. Vamos a
estudiarlo, entonces, con detenimiento.
3. Al
echar un vistazo a los relatos evangélicos sobre la Resurrección debemos
aseverar que, más que nunca, nos comprometemos a hacer un intento
interpretativo de los mismos. Es decir, afirmamos que es factible establecer y
explicar la relación existente entre el hecho histórico y la existencia de una
dimensión meta-histórica de la Resurrección de Jesús.
No
podemos contentarnos, sin duda, con una mera aceptación de los testimonios
evangélicos, sin que también nosotros hagamos el esfuerzo, personal y colectivo,
por afianzar aún mejor el que consideramos el “misterio central de nuestra fe”.
Lo exigen nuestra misma fe en Jesús y nuestras propias capacidades humanas.
En
muchos casos, antiguamente, la Resurrección sólo se la consideraba una “prueba”
de la divinidad de Cristo y como manifestación del sentido salvífico que tenía
la Cruz. Pero, recordemos también, por otra parte, que a partir del s. XIX se
intensificó cierto concepto de “ciencia” que reducía, inclusive la historia, a
lo “verificable” y “objetivable” (en el sentido de una ciencia positiva). Tal
concepción llegó hasta el ámbito de la fe cristiana y de la teología, que
suponían la necesidad de apoyarse en una fe histórica, al estilo de lo que
ocurre también en el ámbito del estudio de la naturaleza. Y cuando este
criterio se aplicó a la Resurrección, por supuesto esta concepción resultó
irrealizable pues de ella no se puede afirmar que ella fuera “histórica”, ya
que, a diferencia de los demás fenómenos observables, se trató de un hecho
“único”, “irrepetible”, que no tiene parecido ni relación con “hechos
similares”.
Entonces
surgieron diversas opiniones: que se trató, por lo tanto, de un fraude de los
Apóstoles; que, más bien, fueron los mismos Apóstoles quienes ocultaron el
cuerpo de Jesús; o que, ellos se confundieron con un “doble” de Jesús; o que su
muerte había sido sólo aparente y se había tratado de un estado letárgico…
Otras oposiciones fueron más sutiles: que se trató, más bien, de una
“evolución” de las ideas que antiguamente se habían establecido tanto en el
judaísmo como en las religiones naturales de la época, y, en especial, de las
esperanzas apocalípticas y escatológicas que se habían ido fraguando; o,
finalmente, que había sido tanto el “entusiasmo” que Jesús había despertado en
sus admiradores y admiradoras, que no aceptaban un fracaso de él, que habían
resultado teniendo “visiones” y “alucinaciones” sobre él… Los apologistas
trataron entonces de dar una respuesta, con el riesgo de caer y mantenerse en
el mismo nivel del oponente, centrándose en la cuestión del “sepulcro vacío”:
se “reducía”, de esa manera, la fe, a algo “externo” a ella, cuando la
resurrección es el “centro” de la fe, según aparece en todo el NT. Si algo
podemos afirmar “históricamente” de la resurrección no es tanto ella misma[14], cuanto la fe en la Resurrección por parte de los primeros testigos.
4.
Ahora bien, si el problema de la Resurrección se debe desplazar a la fe de los
Apóstoles y demás testigos, ¿cuál fue, en ellos, el origen de su fe? Nuestra
respuesta no puede quedarse en que se trató solamente de una “experiencia
sujetiva íntima dada por Dios a ellos” (R. Bultmann), así la resurrección sea
“el Acontecimiento de la fe”. Es necesario buscar la relación existente entre
ese acontecimiento y su sentido, así como la historia de poco serviría sin su
interpretación o significado mediante la palabra: la palabra hace que los
hechos “brutos” cobren significado[15]. Lo mismo ocurre en el caso de
la Resurrección de Jesús: se trata de un
acontecimiento con sentido gracias a la palabra; aún sin tener una
“evidencia” en la comprensión positiva de la expresión, se tiene una
experiencia que tiene sentido. En otras palabras, los hechos de la historia no
proporcionan al ser humano, por sí mismos, un sentido, y un sentido, mucho
menos, trascendente. Es el hombre quien es capaz de otorgárselo, escatológico,
inclusive. El ser humano está en tensión hacia su sentido personal definitivo y
absoluto[16]. Todo en él es pregunta y
búsqueda de ese sentido para su vida,
que no se encuentra sino más allá de su vida, porque en la historia sólo
encuentra “signos” que se lo manifiestan, y la Resurrección de Cristo es el
mayor de todos ellos.
5. Para
llegar a su experiencia de fe, los primeros testigos de Cristo resucitado se
apoyaron en diversos elementos. Uno de ellos, especialmente importante, se
presentó en las apariciones del
Resucitado: primero a “Simón-Pedro-Cefas” (cf. 1Co 15,5a) y luego “a los Doce” (cf. 1Co 15,5b): eso afirmaba el kerygma
primitivo (cf. He 2,32-33[17]). Pedro, recordemos, tenía un
papel preeminente en la comunidad en su calidad de testigo fundamental y
originario de la resurrección (cf. Lc 24,12.34[18]), además por ser quien presidía
a los Doce. Era su primacía en el orden de la fe, en la cual se fundamenta su
papel de centro unificador de la Iglesia. Los relatos de apariciones, pues,
contribuyeron también a cimentar y a legitimar la autoridad de los Apóstoles en
la Iglesia, y siempre están asociados con su actividad y misión: “somos
testigos (de su resurrección)”, dicen invariablemente (He 1,8.22; 2,32; 3,15; etc.). Por eso también la fundación de la
Iglesia radica, a su manera, en la resurrección de Cristo. Más aún, es el mismo
Resucitado quien en sus apariciones señala que la misión más precisa que les
confía a los Apóstoles y a cuantos crean por medio de su palabra, es,
precisamente, la de “evangelizar y santificar” (cf. Mt 19,20; 28,19): “hasta los confines del mundo”.
Existe,
por tanto, un vínculo intrínseco entre la fe pascual, las apariciones y la
misión de los Apóstoles. ¿En qué consiste?
6. Las
apariciones son encuentros con el Resucitado que saluda, bendice, enseña,
consuela, anima, envía y funda su comunidad. La reacción inicial de los
Apóstoles es, como dijimos, de duda, de miedo, de falta de fe. La intención de
las apariciones era, en consecuencia, explicar, motivar y llevar a los
discípulos a la fe mediante otros tantos gestos y palabras; y, una vez llegados
a la fe, les confía una misión, y el poder necesario para realizarla, y,
después, desaparece. Ahora bien, si pensamos en qué consistía la “fe
apostólica”, habría que decir que, esencialmente, consistía en reconocer en
Cristo resucitado el actuar de Dios. Y a ello los conducía Jesús.
Algunos
de los relatos evangélicos de apariciones vienen narrados, además, en el género
y ambiente típicos de las teofanías
(al que nos ha referido, cf. 1.b.2, p. 407); con todo, al contrario de lo que
entonces ocurría, un problema se presenta en la insistencia de los redactores
de que “tocaban a Jesús” y “comían” con él, que buscan, seguramente, evitar los
riesgos provenientes de una excesiva espiritualización de la resurrección de
Jesús, y mostrar los inicios de una fe aceptada bastante masivamente pero que
no quiere imponerse por evidencia. En otros casos sí aparece una razón más de
tipo apologético, como serían los casos de las llagas y de Tomás, que quieren
enfatizar la identidad existente entre el Crucificado y el Resucitado. El mismo
Jesús se da cuenta del peligro que representan esas insistencias estilísticas
al fijar un contexto más adecuado para referirse a las apariciones:
“Dícele Jesús: «Has creído
porque me has visto. Dichos los que aún no viendo creen»” (Jn 20,29).
Por
parte nuestra, hay que tener presente que nuestra fe es distinta de la de los
Apóstoles en el sentido de que la suya está fundada en las apariciones,
mientras nosotros tenemos una fe mediatizada
por la tradición de la Iglesia. Se trata de una fe que es análoga, no idéntica,
a la nuestra, ya que nosotros nos fundamentamos en su testimonio.
7. Si
nos preguntamos, pues, ¿cuál es el contenido de la fe cristiana en la
Resurrección de Jesús?, habría que examinar dos aspectos en la pregunta: uno,
que para los Apóstoles se trató,
efectivamente, de una intervención escatológica del Dios; y dos, que, para Jesús, consistió en su elevación o
glorificación. Analicemos estos dos aspectos.
b.
La Resurrección de Jesucristo como intervención escatológica del poder de Dios.
8.
Cuando los escritos neotestamentarios, no excluidos los evangélicos, quieren
referirse a la resurrección, encontramos que emplearon dos términos, el primero
de los cuales, ya nos es conocido: el verbo έγείρειν[19] (cf. 1.d.C., p. 457ss y, entre
otras, las nt. 1193ss, en donde hallamos, precisamente: egerqhti : gr. = “despertar”, “levantar”,
en sentido transitivo); el segundo es el verbo άναστάναι[20] y su sustantivo derivado
ανάστασις (“resucitar”, pero también en sentido reflejo, “resucitarse”). La
experiencia humana sobre la que se funda la expresión, como vimos en su
momento, es, entonces, “salir del sueño”; pero en los relatos sobre la
Resurrección, esos mismos términos son empleados analógica o metafóricamente, y
todo por una sencilla razón: a nosotros, que hacemos parte de este mundo, de estas condiciones
espacio-temporales tan concretas, no nos es dable expresar de otra manera mejor
esa realidad de la Resurrección, no tenemos una forma mejor de explicarnos.
Con
todo, no partimos de cero en este asunto. Como también vimos (cf. la referencia
antes citada), tanto entre los hebreos, como entre los griegos[21],
pero mucho menos en otros pueblos – dada su diversa concepción metafísica y
antropológica[22]
– ya existían algunos antecedentes. Generalmente se tenía una experiencia de
ello cuando una persona volvía a la vida terrena, cuando “revivificaba” o se la
“hacía revivificar” o “reanimar”. Y sólo, entre los hebreos, especialmente en
los últimos tres siglos anteriores a Jesús (cf. 1.a.2, p. 387s), se plantearon,
por parte de la literatura apocalíptica y sapiencial, las dos temáticas
íntimamente conexas acerca de la dimensión corpórea humana (la “carne”) de los
“justos”, que “se despertará” (Dn
12,2-3), abarcando a la persona entera para participar en el reino mesiánico (2
Mac 7,9[23]); y la cuestión relativa a la
inmortalidad (Sb 3,1-5,16[24]), dejando abierta, de esa
manera, la posibilidad de lanzar la hipótesis de una “resurrección general
escatológica”, la cual – sostenía la corriente farisea – había que creer y
esperar.
9. Es
precisamente en este contexto en donde surge la novedosa perspectiva
escatológica del NT, la cual formará parte de la predicación del Evangelio y,
en consecuencia, condicionará los diferentes escritos que la recogieron, la
profundizaron y la comenzaron a sistematizar, e, incluso, a defender.
Así,
pues, todo el NT cuando se refiere a la Resurrección de Jesús, quiere
significar que con Jesús han comenzado los acontecimientos escatológicos.
Precisamente, uno de los “títulos” atribuidos por los primeros cristianos a
Jesús, desde esa perspectiva, fue el de “primogénito
de entre los muertos”, como lo encontramos en uno de los escritos de Pablo
(cf. Col 1,18). Así mismo, en otros
dos lugares encontramos referencias semejantes: uno de Lucas, que refiere el
discurso de Pablo ante el rey Agripa (He
26,23), y otro del mismo Pablo (1 Co
15,19-21):
“[…] que el Cristo había de
padecer y que después de resucitar el primero de entre los muertos (ei
prwtov
ec anastasewv), anunciaría
la luz al pueblo y a los gentiles” (He
26,23).
“Si solamente para esta vida
tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más desgraciados de
todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos (Xristov
eghgertai
ek
nekrwn) como primicias
de los que durmieron (aparxh
twn
kekoimhmenwn).
Porque, habiendo venido por un hombre la muerte,
también por un hombre viene la resurrección de los muertos” (1 Co 15,19-21).
“[Cristo]… es también… el
Primogénito de entre los muertos (prwtotokov
ek
twn
nekrwn), para que sea él el primero en todo” (Col 1,18).
Como se
ha subrayado, la concepción de Pablo en los textos es típicamente hebrea, es
decir, no se considera una “inmortalidad del alma” que no tenga en perspectiva
una “resurrección de la carne”. Más aún, en su concepto, existe una íntima
relación entre la Resurrección de Jesús y la práctica de la vida cristiana,
pues una y otra tienen qué ver intrínsecamente con la creencia en la
resurrección de los muertos.
Ahora
bien, la novedad se presenta en relación, en primer término, con la concepción
antropológica helenista, pues mientras ésta se refiere a un “volver a la vida”,
por ejemplo, “volver a la vida pasada”, o a la “vida” a secas, una de cuyas
características es ser “corruptible”, la nueva vida de Jesús Resucitado implica
que él ya no puede regresar a un estado susceptible de corrupción o
disgregación, ni a experimentar otra muerte. Así, pues, no se trata de un
sencillo o mero recuperar la vida anterior sino del inicio de una nueva
creación, como lo expresa Pablo en dos textos que hacen alusión a esta
condición nueva del Resucitado:
“Y que [Dios] le resucitó de
entre los muertos (oti
de
anesthsen
auton
ek
nekrwn) para nunca más
volver a la corrupción (mhketi
mellonta
upostrefein
eiv
diafqoran), lo tiene
declarado: ‘Os daré las cosas santas de David, las verdaderas’ (Is 55,3 LXX: outwv
eirhken
oti
Dwsw
umin
ta
osia
Dauid
ta
pista)” (He 13,34).
“Así también en la
resurrección de los muertos (Outwv
kai
h
anastasiv
twn
nekrwn):
se siembra corrupción, resucita incorrupción (speiretai
en
fqora,
egeiretai
en
afqarsia);
se
siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza
(speiretai
en
atimia,
egeiretai
en
doch; speiretai
en
asqeneia,
egeiretai
en
dunamei); se siembra un cuerpo psíquico, resucita un cuerpo espiritual
(speiretai
swma
yuxikon,
egeiretai
swma
pneumatikon)
(1 Co 15,42-44a).
10. El
pueblo judío había dejado las bases para una esperanza, según se ha visto, de
modo que cuando Pablo hace sus planteamientos, sobre todo a ellos, sobre la
resurrección en general y sobre la resurrección de Jesús en particular, no está
tratando de una doctrina que viniera como del exterior, sino que se fundamente
en lo más original y característico de la fe en Yahwéh, cual es ser Él el único
Señor de la vida y de la muerte, el Señor que todo lo tiene en su mano, el
Señor en quien los seres humanos pueden y deben abandonarse, porque es Él el
único capaz de superar la misma muerte. Y su argumento se basa en textos de la
Escritura tan antiguos como 1 Sm 2,6
(“[Entonces Ana dijo esta oración:]…Yahwéh da muerte y vida, hace bajar al šeol
y retornar”), o como Jb 19,25s: “Bien
sé que mi Defensor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre la
tierra. Después con mi piel me cubrirá de nuevo, y con mi carne veré a Dios”.
11. Los
escritos del NT retomarán una y otra vez este mismo tema como una expresión
multiforme de la misma fe en Dios. Como lo repetirá Pablo a los romanos (Rm 4,17: “[…] como dice la Escritura:
‘Te he constituido padre de muchas naciones’: padre nuestro delante de Aquel a
quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no
son para que sean”)[25]; y, en otra ocasión, a los
corintios (2 Co 1,9: “Pues hemos
tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos
nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los
muertos”). La resurrección, entonces, si se la considera en perspectiva
véterotestamentaria, es una obra típicamente y exclusivamente divina, y, porque
se trata de una obra distintiva suya, se convierte en un “signo” que permite
reconocer a Dios mismo.
En
efecto, salvo excepciones, el NT presenta la Resurrección de Jesús como una
actuación del Padre. Es él, sobre todo, quien resucita a Jesús, más que Jesús
quien se resucita a sí mismo (cf. Mc
16,6[26] y sus paralelos: Lc 24,34 y Jn 21,14). En todos los demás escritos (cf. He 3,15), sobre todo en Pablo, la expresión es constante: “Dios
resucitó a Jesús” (cf. Rm 4,25[27]; 6,9; 8,11; 1 Co 15,4.12; 2 Tm 2,8; etc.); o, inclusive, la resurrección de Jesús es el
resultado de la eficacia de la fuerza poderosa del Padre (cf. Rm 6,4[28]), obra de su gloria (cf. Rm 6,4; 8,11[29]), obra de Dios mediante su
Espíritu (cf. Rm 8,11; 1 P 3,18[30]). Y si se quiere considerar
cuál sería el mejor título, el más apropiado, para referirse al Padre en el NT
es, precisamente, “el que resucitó a Jesús de entre los muertos” (Rm 4,24).
La
Resurrección de Jesús, entonces, no sólo nos habla del poder de Dios sino que
nos revela quién es Dios: Aquél que tiene poder sobre la vida y sobre la
muerte, sobre el ser y el no-ser, el que es amor creador y amor fiel, en quien
todo hombre debe entregarse. Como consecuencia de ello, en la Resurrección de Jesús se realiza plenamente el Reino que él había anunciado: Dios ha manifestado su fidelidad y le ha dado toda la razón a Jesús y a la confianza sin límites que éste había puesto en Él:
Creer en el Resucitado es, pues, creer en la fidelidad de Dios, y que sólo mediante una entrega a Dios como la de Jesús, es dable llegar a una plena realización como la de Jesús."Dios irrumpe para trastocar todos los criterios y ofrecer así una nueva posibilidad. Dios, una vez más, sale a nuestro encuentro para establecer y consolidar un nuevo tiempo, el tiempo de la misericordia. Esta es la promesa reservada desde siempre, esta es la sorpresa de Dios para su pueblo fiel: alégrate porque tu vida esconde un germen de resurrección, una oferta de vida esperando despertar" (Francisco, homilía de la vigilia de pascua, 15 de abril de 2017, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2017/documents/papa-francesco_20170415_omelia-veglia-pasquale.html ).
c.
La Resurrección de Jesucristo como su glorificación y elevación.
12. Nos
hemos referido al carácter definitivo que tiene la Resurrección de Jesús. Ahora
bien, se puede pensar que ese carácter definitivo le viene porque se ha
convertido en “modelo” de persona humana, en “ejemplo” de alguien que supo
vivir plenamente libre ante Dios y ante los hombres, y, por eso, “estándar” del
vivir. O bien, que Jesús “pasó a la historia en la memoria de las generaciones”
gracias al género de vida que llevó.
Pero la
tradición eclesial no sólo enfatiza ese aspecto, sino que afirma, positivamente
que él está vivo ahora. Y esto nos
plantea de nuevo, por supuesto, el problema de la “historicidad de la
resurrección de Jesús”. Miraremos el problema desde un doble acercamiento: el
de la “historicidad” considerada en sí misma, y el de la “dimensión corporal”
de la Resurrección.
1) La “historicidad” de la resurrección considerada en sí misma
13. Ya
se ha dicho que, cuando se trata este tema, no podemos apelar a un
acontecimiento “objetivo” y “verificable”, por cuanto la resurrección es un
acontecimiento “único”, más aún, “sin precedentes” y del cual, por lo tanto, no
cabe posibilidad de interpretación o de relación con acontecimientos similares,
lo cual nos lleva a pensar que el hecho deba encuadrarse dentro de un marco suprahistórico. Sin embargo, porque se trata de un suceso que le acontece a
Jesús, un ser que, como se ha visto a lo largo de la cristología narrativa,
era real, que murió y fue colocado en un sepulcro, entonces, un hecho de esta
condición, por supuesto concierne a este hombre histórico. El término histórico de ese Jesús de Nazaret, muerto y sepultado, es su
Resurrección. Siendo su Resurrección un acontecimiento de fe, sí aconteció
a esta persona determinada.
Ahora
bien, la identidad y la continuidad entre el Crucificado y el Resucitado no
provienen tanto de su identidad corporal, cuanto de la fidelidad de Dios Padre,
demostrada en su creación y en su alianza-liberación, realizadas en la persona
de Jesús.
A esta realidad en la que consiste la
resurrección-elevación, el NT la denomina
“glorificación”, o “estar sentado a la derecha del Padre”. Examinemos el
contexto judío en el que se insertaba esta condición, luego, los textos
neotestamentarios que aluden a ella, y, finalmente, consideremos su contenido
teológico global.
14. 1°)
El término “glorificación”, para nuestro tiempo, quizás carece bastante de
sentido. No fue así para el judaísmo, en especial para el judaísmo
inmediatamente previo y contemporáneo a Jesús y a los escritos
neotestamentarios – hasta el punto de que a esta literatura se la denomina,
precisamente, “intertestamentaria” –.
Entre los textos más antiguos que se refieren al tema, se debe mencionar,
primeramente, el libro del Génesis
(5,18-24; cf. Si 44,16), en relación
con Henoc[31], y, en segundo lugar, el libro
segundo de los Reyes (2,1ss), en
relación con Elías[32]. Uno y otro habrían de regresar
al fin de los tiempos. La inclusión de estas glorificaciones en los relatos
apocalípticos pretendía indicar la participación de seres humanos terrenos en
el desarrollo de los acontecimientos escatológicos, o, si se quiere, que los
seres humanos eran portadores en sí mismos de un significado escatológico.
Así,
pues, la expresión que se empleó en esos casos es muy similar de la que se
sirvió Lucas en su Evangelio (24,50b[33]) para hablar de la ascensión o
“subida” de Jesús a los cielos.
2°)
Varios textos nos remiten a la formulación de esta experiencia por parte de las
primeras comunidades cristianas:
Flp 2,9:
Dentro
de este hermoso himno cristológico la expresión citada no habla de
resurrección, sino de exaltación, de glorificación, identificándose la una con
la otra. En ese mismo sentido encontramos otros textos (cf. Lc 24,26[35]; 1 Tm 3,16[36]; Hb 12,2[37]).
Rm 1,3ss:
“[acerca de su Hijo]…
constituido[38] Hijo de Dios
con poder, según el Espíritu de Santidad, por su resurrección de entre los
muertos…”
Se
trata en este texto de una reflexión teológica muy antigua que considera la
glorificación como una consecuencia de la resurrección. La glorificación,
señalan otros textos, se da inmediatamente con la resurrección (cf. Ef 1,20ss[39]; 1 P 1,21[40]).
Rm 6,9ss:
“[…] sabiendo que Cristo,
una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no
tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para
siempre; mas su vida, es un vivir para Dios”.
En su
significado más profundo el texto dice que el Resucitado vive para Dios. Por
ese motivo, cuando Mt 28,16ss[41] hace el relato de la
resurrección, el Resucitado aparece glorioso, lleno del poder de Dios mismo.
Jn 12,32:
“Cuando yo sea levantado de
la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
El
cuarto evangelista hace la mejor síntesis de la resurrección-glorificación: y
lo hace en un doble sentido en un único momento, porque, según el texto, se
refiere a la elevación de Jesús en la Cruz, pero, simultáneamente a su
elevación al Padre. Para Juan, pues, la Cruz misma es la glorificación de Jesús[42]: desde ella “atrae a todos”.
Por eso, en la tarde de la resurrección – el primer día de la semana, que
recuerda el primer día de la creación pero también de la re-creación, el dies dominicus – Jesús aparece con poder
y dando el Espíritu:
“Al atardecer de aquel
primer día de la semana […] Jesús repitió: «La paz con vosotros. Como el Padre
me envió también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,19-23).
3°) El
NT se refiere, pues a la glorificación de Jesús dentro de un contexto
escatológico. Y la considera desde un triple punto de vista:
a) las primeras afirmaciones del hecho
señalan que esa glorificación es “para un tiempo”: es elevado para volver después
como “Hijo del hombre, juez de vivos y muertos”: esta línea la caracteriza el
texto de 1 Ts 1,10[43]: Jesús tiene que volver, y, por
lo tanto, nuestra decisión para con él es ya nuestro juicio;
b) el papel presente de Jesús es destacado
por otros textos: se conserva la índole escatológica, pero se enfatiza el
aspecto presente: su señorío se hace ya presente en nuestra historia. Es el
caso de los textos que se inspiran en el Sal
110,1ss, en especial 2 Tm 4,1.18[44]; 1 Co 15,24ss[45];
c) Jesucristo es el Rey glorificado, que
participa del poder y de la gloria (doxa) de Dios Padre: Rm 1,3ss; Flp 3,10[46]; 2 Co 4,4[47]; 1 P 1,21[48]; 3,22[49]: es entrar en “la vida eterna”
de Dios Padre, como se ha visto que se encuentra en el Evangelio de Juan.
2) La “dimensión corporal” de la
Resurrección
15. Y,
¿qué decir sobre la dimensión corporal de
la Resurrección? Si afirmamos que Jesús era y es un “hombre verdadero”,
esta dimensión necesariamente está presente en él. Es impensable pensar a Jesús
por fuera de su cuerpo, como enfatiza – lo veremos oportunamente un poco más
adelante – la Encarnación. No sólo participaba de una cultura que poseía su muy
propia concepción acerca del tema, sino que, de hecho, como se ha constatado en
la sección narrativa, y aquí reiteramos, Jesús mismo hizo una fundamental
confesión de su esperanza en la resurrección. Se ubicó así del lado de aquella
tradición judía que la afirmaba, si bien en este caso no sólo le aportó una
forma nueva y definitiva de fundamentarla al interpretar las sagradas
Escrituras conforme al querer original de Dios
– con una autoridad que sólo Él mismo tenía – y, lo que es más
importante, conforme al ser de Dios – del que participaba –, sino que, a partir
de dicha interpretación y juntamente con ella, franqueó toda una forma nueva de
valorar al ser humano en razón de su capacidad de darse un sentido de plenitud
de vida en el amor vivificante de Dios[50].
A esta
condición, la corporal[51], la tradición bíblica en la que
se insertaba Jesús se refirió ampliamente bajo dos locuciones, diferentes, sí,
y complejas, mediante las cuales se expresaban dos perspectivas distintas y
complementarias, relativas una y otra a la misma condición humana[52]: sάrx y sώma. Examinemos, pues, el asunto
para poder comprender mejor lo que afirmamos cuando hablamos de una “dimensión
corporal de la resurrección”.
a) Las concepciones hebrea y griega acerca del cuerpo y las posibilidades
que ofrecen una y otra para comprender y explicar la resurrección de Jesús.
16.
Tangencialmente se ha tocado ya este importante problema al tratar del “alma”
en diversos lugares de la cristología narrativa (cf. supra la relación entre leb, nefeš, ruah, etc. y la ψυχή griega: 1.a.3, p. 392; 1.d.1, p. 427ss;
1.d.C.p), p. 458ss; 1.f.4)d)21, p. 519; 1.f.5)a)36, p. 537; 1.f.5)b)38.c’), p.
539; 1.h.1)c)8, p. 597), ya que ella es su “correlato” obligado. Pero, como
veremos enseguida, las discrepancias entre las concepciones hebrea – en la que
principalmente trascurren los hechos a los que hacemos referencia: incluso
cuando cayó en desuso la lengua hebrea y se comenzó a hablar comúnmente en
arameo, aún en tiempos de Jesús – y griega – en la que, como se ha visto, se
escribieron los últimos libros canónicos del AT, a la que fueron traducidos
todos los escritos originales hebreos, y en la que fueron escritos,
probablemente, en su mayoría, los textos del NT – no eran solamente
terminológicas. La palabra, oral, escrita o ideográfica, lleva consigo unos
presupuestos y un marco interpretativo social e histórico que posibilitan y
permiten eficazmente una comunicación: hacia el pasado, en el presente, y hacia
el futuro. De esta manera, en algunas ocasiones sάrx es el término que escogieron los
hagiógrafos, para transmitir su pensamiento antropológico; en otras, lo fue sώma. ¿Cómo distinguir entre un caso y
el otro? ¿Qué implicaciones tiene esto en orden al problema de la resurrección
de Jesús?
17. Si
miramos brevemente[53], en los textos hebreos se
emplearon las palabras בשר (bāśār) y רשׁ (šēr).
La primera expresión (273 veces[54]), así como
la segunda (17 veces), fueron traducidas al griego por los LXX principalmente
por el término sάrx.
18. בשר (bāśār)
significaba, en primer término, la “carne” en sentido propio (cf., p. e., Lv 13,2ss). Inclusive le ponían
calificativo para indicar la “carne viva” (cf. Lv 13,10) o la empleaban sola para referirse a la “piel” (cf. Sal 102,6). Este empleo se aplicaba a los
hombres, pero también a los animales[55].
Con todo, el término, en los textos hebreos, llegó a
adoptar unos significados más amplios:
El “cuerpo humano”. En estos casos existen varias
posibilidades: el cuerpo, sin más (cf. Gn
2,23; Sal 38,4; Lv 17,11); o el cuerpo “entero” (cf. Lv 13,13); o el cuerpo “desnudo” (cf. Lv 6,3); o el cuerpo muerto, ya cadáver (cf. 1 Sm 17,44).
Más aún, en algunos pocos textos, el “sí mismo” –
reflejo, expresión de conciencia personal de sí – aconseja ser la traducción
mejor del término (cf. Ecles – Qo – 4,5b);
así como en otros significaría “alguien”, “una persona” (cf. Lv 13,18).
Llama la atención, entonces, que de connotaciones tan
concretas se llegara a pasar a significados más abstractos o generales, como es
el caso de “(todos los) seres vivientes” (cf. Gn 6,17), o de la “humanidad entera” (cf. Is 40,5.6), o de la humanidad (¿o Israel?) en cuanto comunidad de
culto (cf. Jl 3,1).
No son tampoco escasas las ocasiones en que בשר significa las relaciones de consanguinidad
(cf. Gn 2,23; 29,14; 37,27),
inclusive en su alcance más amplio, la participación en una misma nacionalidad
(cf. Is 58,7). Tampoco que se emplee
este término para referirse a los órganos sexuales masculinos (cf. Ex 28,42; inclusive el miembro viril:
cf. Gn 17,13) o femeninos (cf. Lv 15,19).
Muy importantes son también los sentidos metafóricos en
los que se emplea el término: bien sea para mostrar la existencia de alguien,
inclusive en sus condiciones exteriores de prosperidad o de adversidad, hasta
llegar a la propia destrucción de las mismas (cf. Pr 14,30); o bien, para indicar el conjunto de las actitudes
interiores, tales como el ansia de Dios (cf. Sal 63,2; 84,3); o bien, para señalar – y este sentido es
especialmente interesante en al considerar la antropología hebrea – la
fragilidad y la impotencia del hombre, contrastado con la firmeza, eternidad y
solidez de Dios, y entonces la expresión significa la mortalidad humana (cf. Gn 6,3) o la incapacidad humana (cf. Sal 56,5; Is 31,3; Dn 2,11; etc.);
o, finalmente, se usa el vocablo para insistir en la apertura de una persona a
la voluntad de Dios: entonces se dice que alguien posee un “corazón vivo”, en
palabras de Ez (11,19; 36,26).
19. רשׁ (šēr),
por su parte, también significaba “carne”; pero, como vemos, mientras בשר denotaba en sus orígenes sobre todo la
piel, רשׁ se refiere
más a la “sangre” que la nutre, o, en últimas, al “interior” de la carne. En
este sentido, aplicada la palabra al ser humano, no son muchos los textos,
mientras sí hay algunos que se relacionan con los animales como alimento del
hombre (cf. Sal 78,20.27). En varios
casos la palabra se empleó para referirse a la “venganza de sangre”, como
sucedía en otros pueblos lingüísticamente cercanos (Ugarit, Acadios[56]). Y, sobre
todo, para señalar a los consanguíneos (cf. Lv
18,12s; Nm 27,11).
En contraste, aplicado al ser humano el término tenía una
connotación especialmente metafórica para referirse a la existencia “exterior”
del hombre, a su físico (cf. Pr 5,11;
Sal 73,26), que se puede destruir
(cf. Jr 51,35), como también puede
ocurrirle al pueblo (cf. Mi 3,2-3).
20. Se
ha de observar que, gracias a la traducción de los LXX, se introdujo una cierta división del cosmos en dos esferas, la de los espíritus y la de la
carne, que llegó hasta el ambiente judeo-cristiano contemporáneo a Jesús y
hasta los escritos del NT. En efecto, encontramos esta nueva sensibilidad
cultural por ejemplo en la traducción de la expresión hebrea “el Señor de los
espíritus de toda carne”[57], la cual en griego dice, en
cambio, “el Señor de los espíritus y
de toda carne”[58]. Ello evidencia que el monismo
puro u original – pienso – dio paso a un cierto dualismo en el lenguaje
coloquial – ¿o en el técnico? – en áreas donde la influencia helenística fue
más fuerte. Y sus repercusiones se hicieron sentir también en el ámbito de la
concepción antropológica. Ahora bien, si esta comprensión se soporta en los
diversos elementos que hemos puesto de presentes (cf. supra, 1.d.1, p. 427;
1.f.5)a)36, p. 537; 1.g.11, p. 565), también no es menos cierto que asumiendo
tal manera de expresarse, los autores judíos no se adjudicaban ni la concepción
persa, que hacía que el “mundo espiritual” se elevara sobre el “mundo terreno”,
ni el característico pensamiento griego, al que también se ha hecho referencia:
la identificación del ámbito “de los espíritus” a la órbita de la divinidad,
mientras el ámbito “de la carne” pertenece al de la materia[59], de modo que en el hombre se
unen esas dos esferas. Tanto la noción persa como la noción griega conducían a
un “dualismo ético”: la esfera del “bien” opuesta a la esfera del “mal”. En
cambio, en el pensamiento judío el desenvolvimiento de esa situación condujo a
un escenario bien diverso: a que cada vez se tuviera una idea de Dios más
trascendente y más santa en relación con el cosmos: Dios es el Creador, el
universo es sólo su criatura, y, en el caso del ser humano, todo entero, su
criatura pecadora[60]. Es tal el argumento, que
encontramos, por ejemplo, en el Sal
17,14, que, aunque menciona la vida terrena como un vivir en “la carne”, no
puede ésa considerarse como una experiencia que sólo le ocurra a esta[61].
Resumiendo,
pues, en el pensamiento original hebreo en el ser humano se resalta más su
relación con Dios – como hacía Jesús[62] – que su misma “naturaleza”,
problema que será más típicamente griego.
21. Si
bien HOMERO empleó ya el término, para referirse, sobre todo a un cadáver de
hombre o de animal que ha sido pasto de las fieras, y no parece haberlo hecho
en relación con el conjunto del cuerpo vivo[63], se considera que fue, más
bien, de HESÍODO en adelante que se popularizó este uso[64]. En HERÓDOTO, luego, designa el
“tronco” para distinguirlo de la “cabeza”, pero, también, al “cuerpo entero”[65]. Pero es, quizás, EURÍPIDES
(480 – ¿406? a. C.) quien, en sus “dramas”, mejor llega a intuir el carácter de
lo que hoy denominamos la “persona”, a partir de su uso del pronombre reflejo y
de la distinción que hace entre el “nombre” (gr. = όνομα) y la “acción” (gr. =
πράγμα) [66].
Medio
siglo antes de PLATÓN, gracias al aporte de literatos como los citados y de los
filósofos presocráticos[67] (HERÁCLITO, DEMÓCRITO,
EMPÉDOCLES), el “cuerpo”, origen de los reclamos eróticos y “esclavo”, es una parte del hombre, y se contrapone a su otra parte, el “alma”, “libre”, a la
que, entre otras actividades, corresponde la palabra. PLATÓN, sin embargo,
resalta que es el “cuerpo” el objeto de las preocupaciones del médico; con
todo, llamamos “cuerpo” también a otros objetos tales como el fuego, la tierra,
el agua y el aire, que son “sustancias” visibles, que se contraponen a las
“ideas-almas” invisibles[68]. También, como Eurípides, se
refirió al “cuerpo” en el sentido de “persona”, y, en consecuencia, cuando uno
se refiere a él no se trata de una simple “cosa”, sino de un ser indivisible,
completo o realizado en sí mismo. Así, por un lado, “cuerpo” apunta a una
unidad sustancial, en unas ocasiones[69]; pero, en otras, a una
distinción tal con el “alma”, que sin ésta dejaría de ser un “hombre viviente”[70]. Los aspectos “positivos” del
“alma” y los “negativos” del “cuerpo” son destacados en otros lugares, sin
embargo[71]; pero, si bien es cierto que el
“cuerpo” es una “mezcla de todo lo posible” (gr. = κράσις)[72] y durante su periplo vital es
“movido” por el “alma”[73], a la hora de la muerte el
“alma” se libera de él, pues él “no ha sido creado por Dios” sino “por los
hijos de Dios”[74]. Finalmente, sostiene que el
conjunto del “cuerpo” es gobernado por la cabeza – el elemento más divino del
hombre –, pero en esta reside el “alma” que se conduce hacia el “cielo” con el
que está emparentado[75].
ARISTÓTELES,
por su parte, continúa algunas de estas opiniones[76]; pero toma distancia de su
maestro en otras importantes: el “cuerpo” es elemento primario que preexiste al
“alma”[77], de la misma manera que el
Estado es anterior al individuo[78] pero no es su superior, ya que
ella es más noble que el “cuerpo”[79]. En consecuencia, es
recomendable abstenerse de los placeres del “cuerpo”, no porque ellos sean malos
en sí mismos, sino porque ellos no son el sumo bien[80]. El “alma” es τέλος (es decir,
“en vista de lo cual existe”) para el “cuerpo”. Sin “alma” el “cuerpo” es, por
su propia naturaleza, “materia”, “sustancia”, algo “limitado”[81].
Otros
autores y escuelas posteriores (LICURGO, EPICURO, la Estoa antigua y nueva,
CRISIPO) llegaron paulatinamente, por su parte, a una completa divinización del
cosmos, y el mundo es considerado un “cuerpo viviente” (POSIDONIO)[82]. Y la antítesis entre “cuerpo”
y “alma” proseguirá, inclusive con mayor fuerza, en el siglo contemporáneo y en
los posteriores a los escritos neotestamentarios[83]
22. Por
todo esto, nos interesa resaltar que, en forma similar a como procedimos antes
con el término sάrx como traductor de los términos
hebreos בשר (bāśār) y רשׁ (šēr),
ahora debemos considerar al término sώma, para
el cual, mucho de lo que observamos entonces, tiene igual aplicación. Es decir,
indistintamente se emplearon los dos términos sάrx y sώma para
traducir a aquéllos, así como otra serie de términos de menor importancia[84]. En efecto, casi por cada
dieciséis ocasiones en que el texto de los LXX tradujo בשר por sarx, en una es traducido por sώma; en el caso de רשׁ la proporción es de seis a una:
בשר (bāśār)
|
רשׁ (šēr)
|
||
sάrx
|
sώma
|
sάrx
|
sώma
|
273 veces
|
17 veces
|
145 veces
|
23 veces
|
Esquema 31
Pero,
en tales casos, la intención de los traductores resulta evidente: insistir en
el carácter caduco del compositum
humano, sea hombre o mujer, sujeto de sufrimientos, entonces, y golpeado por la
enfermedad (cf. Pr 3,8[85]; Jb 7,5[86]). Más aún, cuando tocan los
aspectos relativos a su sexualidad, quieren reivindicar que las personas, en su
conciencia, saben que en el ejercicio de la misma están comprometidas todas por
entero (cf. p. ej., Dn 1,15[87]; Lv 6,3[88]).
En
otras ocasiones la traducción con sώma tiene
el significado de “cadáver” (cf. 1 Sm
31,10.12[89]; Nah 3,3[90]). Más aún, en ciertos episodios
quieren resaltar el carácter de “objeto” al que una persona puede ser reducida,
bien sea por ser convertida en esclava, o bien, porque se la considera sólo
desde el punto de vista de un valor comercial (cf. Gn 36,6[91]; 34,29[92]).
23. De
igual manera a como señalamos en relación con sάrx (cf. supra, 2.a.2)A)14.3°, p.
623) los escritos más cercanos al NT proceden con sώma: para designar al “cuerpo” sano
o enfermo (cf. Eclo – Si – 30,14-16[93]; 2 Mac 9,9[94]) o, incluso, al cadáver (cf. Eclo – Si – 38,16[95]). No hay, pues, novedad en
ello. En cambio, sí aparece cierta novedad, como, por otra parte allí mismo
apuntábamos, cuando considera las relaciones entre sώma y ψυχή en las que, sin embargo,
no se trasluce propiamente un enfrentamiento, sino un cierto carácter al que
podríamos denominar como “sacramental” o “revelador”: la pena del “alma” se
expresa o se hace consecuente en el temblor del “cuerpo”, como bien lo expresa
el 2 Mac 3,16: “El ver la figura del
sumo sacerdote llegaba a partir el alma, pues su aspecto y color demudado
manifestaban la angustia de su alma”; o bien, como en Sb 8,20, en donde el autor considera que a un “alma” buena
corresponde un “cuerpo” inmaculado. Más aún, en Sb 2,2-4, es todo el hombre el que perece: “Por azar llegamos a la
existencia y luego seremos como si nunca hubiéramos sido. Porque humo es el
aliento de nuestra nariz y el pensamiento una chispa del latido de nuestro
corazón; al apagarse, el cuerpo se volverá ceniza y el espíritu se disipará
como aire inconsistente. Caerá con el tiempo nuestro nombre en el olvido, nadie
se acordará de nuestras obras; pasará nuestra vida como rastro de nube, se
disipará como niebla acosada por los rayos del sol y por su calor vencida”.
Las
distinciones entre la concepción hebrea y la griega acerca del “cuerpo” son,
pues, numerosas. Aunque la función de בשר se le atribuye a sώma, éste nunca llega a ser, para
los hebreos, un “cuerpo inorgánico”, ni tampoco una realidad que se oponga a
sueños o a palabras vacías, o a un “microcosmos”, ni aún al conjunto de una
ciudad, o de un pueblo, o de un discurso, como sí sucede entre los griegos. Y,
mientras sάrx dejaba percibir el carácter
creatural, caduco y pecador del ser humano, con sώma no es tan evidente esa
situación: aún los ángeles tienen sώma pero
nunca se afirma de ellos que posean sarx. Más
aún, sώma no es un término que exprese
una relación del hombre con Dios, o que manifieste una oposición entre la
esfera celeste y la esfera terrestre. Tampoco sώma señala, como sí lo hace sάrx, la masa de carne distinta de
sus huesos, piel y tendones: muestra al ser humano en su conjunto y subrayando
especialmente que lo es gracias a su corporeidad. De esa corporeidad la persona
toma conciencia en los momentos de dolor, enfermedad, sanación, ejercicio de su
sexualidad, muerte y, finalmente, resurrección. En todas estas situaciones el
ser humano está comprometido en su totalidad.
b) El NT y su recepción de la
tradición sobre el cuerpo para la explicar el hecho de la resurrección de
Jesús.
24. De todo este
recorrido realizado ha quedado evidenciada la importancia que tenía para Israel
afirmar la integralidad o integridad
humana creada por Dios. La relación con Dios es precisamente la que cualifica el constitutivo cuerpo-alma en una unidad tal que había llevado a que, en las primeras
etapas de su historia, fuera preferible afirmar que sólo durante la existencia
del ser humano cuyo cuerpo está vivo se podía alabar a Dios (monismo y reducción terrenal de la
vida) antes que acoger las ideas que ya
tenían las naciones circundantes en relación con ciertos dualismos que hemos descrito (el
mazdeísmo persa con sus principios eternos de bien y mal, que prosiguieron no
sólo en el gnosticismo – ya lo hemos recordado antes, cf. supra, 1.h.1)b)7, p.
596, nt. 1654 – sino también en el pitagorismo; dualismo griego y (neo) platonismo con
la concepción del “cuerpo, cárcel del alma”), y superando (si bien, al parecer, no totalmente, a pesar de las prohibiciones legales: la adivinación y la invocación de los muertos permanecieron: cf. 1 Sm 28,1-25; 1 Cr 10,13-14; cf. Dt 18,10-11) ciertos animismos
presentes en otros pueblos. La participación en el culto, evidentemente, no podían realizarla los muertos, Se había operado una verdadera “ruptura” metafísica y epistemológica con las ideas culturales (concepción antropológica subyacente) presentes y predominantes en otros pueblos, ruptura que, como se ha dicho, conservaron en tiempos de Jesús particularmente los
saduceos.
En
efecto, según esa antigua concepción de Israel, la muerte conducía a un
horizonte subterráneo, llamado en hebreo «šeol» (cf. infra, 2.c.1)b)5.b’), p.
663), donde la luz se apagaba, la existencia se atenuaba, y se hacía casi
espectral, el tiempo se detenía, la esperanza se extinguía, y sobre todo ya no
se contaba con la posibilidad de invocar y encontrar a Dios en el culto. Por
esto, el rey Ezequías recuerda ante todo las palabras llenas de amargura
pronunciadas cuando su vida estaba resbalando hacia la frontera de la muerte:
«No veré al Señor en la tierra de los vivos»
(Isaías 38,11). El Salmista también
rezaba así en la enfermedad: «En la muerte, nadie de ti se acuerda; en el šeol,
¿quién te puede alabar?» (Sal 6, 6). Sin embargo, liberado del
peligro de la muerte, Ezequías puede confirmar con fuerza y alegría: «Los vivos, los vivos son quienes te alaban: como yo ahora» (Isaías
38, 19).
Los relatos etiológicos efectuaron otras aproximaciones antropológicas complementarias, sensiblemente en sus características psicológicas y sociales, pues, según tales relatos, gracias a la dimensión corpórea se establece y realiza en nuestro espacio-tiempo la comunicación, el encuentro. Gracias a ella, es posible "crecer ("ser fecundos") y multiplicarse" (Gn 1,22.28), e, igualmente, gracias a ella la persona es capaz de expresar sus decisiones de conciencia y su capacidad relativa de libertad y responsabilidad, aplicándose a obrar el bien, o, por el contrario, el mal (cf. Gn 2,17; 3).
Esta percepción teológica del ser humano, sin embargo, se nutrió de una idea generatriz – percepción de fe que contrastaba con la de sus interlocutores –, que llegaría a ser definitiva con el transcurso del tiempo en la dialéctica cultural que Israel estableció con sus vecinos a través de su comunión intergeneracional: la creación de Dios “es buena” (Gn 1,25b), y cuando se trata del ser humano, “muy buena” (Gn 1,31a). El cuerpo humano, por lo tanto, también lo es, porque toda la persona, en su unidad, y la pareja en su bisexualidad, ha salido del pensamiento, del corazón y de las manos de Dios: es todo el varón-mujer el que está en relación con Dios y con los demás, y en ello consiste su bondad peculiar que es, al mismo tiempo, la raíz de lo que hoy en día se designa como su del todo especial "dignidad".
Esta percepción teológica del ser humano, sin embargo, se nutrió de una idea generatriz – percepción de fe que contrastaba con la de sus interlocutores –, que llegaría a ser definitiva con el transcurso del tiempo en la dialéctica cultural que Israel estableció con sus vecinos a través de su comunión intergeneracional: la creación de Dios “es buena” (Gn 1,25b), y cuando se trata del ser humano, “muy buena” (Gn 1,31a). El cuerpo humano, por lo tanto, también lo es, porque toda la persona, en su unidad, y la pareja en su bisexualidad, ha salido del pensamiento, del corazón y de las manos de Dios: es todo el varón-mujer el que está en relación con Dios y con los demás, y en ello consiste su bondad peculiar que es, al mismo tiempo, la raíz de lo que hoy en día se designa como su del todo especial "dignidad".
Los textos bíblicos evidencian, sin embargo, que esa concepción antropológica continuó desarrollándose a partir de tales raíces. Se trató de la concepción que se fue gestando en un pequeño "resto", en un "pequeño rebaño", sobre todo, a partir del regreso de la diáspora en Babilonia y de la interacción que la comunidad creyente, palestina y extra palestinense, realizó con las culturas sucesivas, egipcia tardía, persa, griega y romana. Ellos condensaron ese proceso de búsqueda y reflexión antropológica más profundo que se había operado culturalmente en el pueblo judío y que alentaban los anawim Yahweh (los "pobres de Dios"). Las últimas capas literarias del AT lo evidencian, al menos en la lectura cristiana: "alma (racional y espiritual) y cuerpo" en unidad.
Jesús[96], como hemos visto en la sección narrativa, y con Él el resto del NT, subrayaron dentro de esta concepción del cosmos, de la naturaleza y particularmente de la humanidad (consiguientemente tanto sus dimensiones corpórea como anímica y espiritual), su relación con el Padre, en Quien ellas encuentran su origen, en Quien todo se mantiene: su relación creatural. Como Él lo había hecho al mostrar su personal dependencia del Padre, conociendo y admirando esa hermosa creación. Pero, al mismo tiempo, continuando las exploraciones tradicionales mencionadas, expresarán, entonces, cómo alguien pueda “edificar un cuerpo carnal” o, al contrario, “espiritual” (cf. 1 Co 15,35ss[97] y 2 Co 5,1ss[98]), ora porque sus decisiones fueran en el sentido del cultivo de la dedicación exclusiva por sí mismo y sus propios intereses, al egoísmo y, en definitiva, al pecado, ora porque, en cambio, fueran en el sentido de la entrega al servicio generoso de Cristo y de sus hermanos.
Jesús[96], como hemos visto en la sección narrativa, y con Él el resto del NT, subrayaron dentro de esta concepción del cosmos, de la naturaleza y particularmente de la humanidad (consiguientemente tanto sus dimensiones corpórea como anímica y espiritual), su relación con el Padre, en Quien ellas encuentran su origen, en Quien todo se mantiene: su relación creatural. Como Él lo había hecho al mostrar su personal dependencia del Padre, conociendo y admirando esa hermosa creación. Pero, al mismo tiempo, continuando las exploraciones tradicionales mencionadas, expresarán, entonces, cómo alguien pueda “edificar un cuerpo carnal” o, al contrario, “espiritual” (cf. 1 Co 15,35ss[97] y 2 Co 5,1ss[98]), ora porque sus decisiones fueran en el sentido del cultivo de la dedicación exclusiva por sí mismo y sus propios intereses, al egoísmo y, en definitiva, al pecado, ora porque, en cambio, fueran en el sentido de la entrega al servicio generoso de Cristo y de sus hermanos.
Más
aún, el mismo san Pablo expresaba en sus cartas sobre este punto su clara conciencia trinitaria : en primer término, en relación con el Padre evidenciaba la condición creatural del cuerpo humano al exhortar a “hacer la voluntad del Padre” mediante una
obediencia o respuesta carnal o corporal
concreta, es decir, mediante el ofrecimiento del propio cuerpo a Dios (cf. Rm 12,1ss[99]; 1 Co 6,20[100]); pero, así mismo, en segundo término, colocaba esta misma dimensión corporal en perspectiva cristológica, subrayando su inserción soteriológica y, en ella, las implicaciones éticas en orden a la unidad (no sólo antropológica sino particularmente eclesial) ya que “el cuerpo no es para la
fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1 Co 6,13) - el texto completo es sumamente fuerte quizás para nuestra sensibilidad: "¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Cómo voy a tomar los miembros de Cristo para convertirlos en miembros de una prostituta? De ninguna manera. ¿No saben que el que se une a una prostituta, se hace un solo cuerpo con ella? Porque dice la Escritura: Los dos serán una sola carne [...] Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! " (1 Co 6 15-16.20a) -; y, en tercer término, la perspectiva neumatológica del cuerpo, es decir, de su inhabitación por el Espíritu y del efecto-exigencia moral de tal inhabitación, la santidad: " Cualquier otro pecado cometido por el hombre es exterior a su cuerpo, pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios?" Por esta triple razón, concluía el Apóstol de las gentes: "Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos". (1 Co 6, 20b).
Así,
pues, en la comprensión de Pablo y de los demás autores neotestamentarios, en el caso de Jesús propiamente no se trataba de un “cuerpo resucitado” ante todo y exclusivamente constituido por una sustancia
espiritual o milagrosa, sino, más bien, de un cuerpo que ha sido “calificado”
por el Espíritu de Dios, de un cuerpo que vive ya en la dimensión del Espíritu
Santo de Dios, de un ser humano íntegro que está en Dios. Jesús
Resucitado está, en su totalidad, toda su persona, en Dios, en la relación más
profunda que se pudiera estar no sólo con Dios, sino con nosotros y con el
cosmos entero, a la manera de Dios.
Por eso
mismo, porque la fe cristiana proclama que la resurrección ha afectado a Jesús
en toda su humanidad, inclusive en su condición espacio-temporal signada por la
corporeidad, nos refiere a la “verdad” de nuestra actual condición
espacio-temporal, histórica. No se trata de un suceso que se conecta sólo con un “más allá”, sino de una
realidad que tiene también una importante y necesaria repercusión actual, para
el “más acá”. De donde hablamos de un “principio histórico de la resurrección
de Jesús” cuyas implicaciones se advertirán especialmente en la antropología
teológica que esbozaremos en el capítulo siguiente (cf. p. 943ss; etc.), y
marcarán, en consecuencia, los horizontes moral (cf. p. 1151ss; etc.) y
jurídico (cf. p. 1306ss; etc.) de la comunidad cristiana y de las personas que
la componen.
d.
Los títulos cristológicos relativos al Resucitado
1) El Santo y el Justo
25. Ya
desde la cristología narrativa observamos (cf. 1.d.A.a), p. 433) de qué manera
Jesús participaba “desde su vida terrena” de esta dimensión de “santidad”
propia del Espíritu Santo. Lo evidenció Lucas al referirnos la curación, en
sábado, ocurrida en una sinagoga de Cafarnaúm, de “un hombre que tenía un
espíritu de un demonio inmundo” (4,33).
Entonces el poseído empezó a gritarle a Jesús: “¿Qué tienes tú con
nosotros, Jesús de Nazaret?[101] [...] Sé quién eres tú: el Santo de Dios” (v. 34). Por lo tanto,
lo que el texto nos está refiriendo es que la índole y la personalidad toda de
Jesús entran en esta órbita de la santidad de Dios. Y este planteamiento, que
recoge Lucas, nos señala que los primeros cristianos veían en Jesús esos rasgos
de santidad desde sus primeras manifestaciones públicas.
En
efecto, Jesús era denominado por los primeros cristianos “el Santo y el Justo” (cf. He 3,4). Dos
títulos que, en sentido amplio, poseían connotaciones mesiánicas. Pero el mismo
Lucas un poco más adelante empleó la expresión “santo Siervo” de Dios (4,27.30)
para referirse a Jesús desde una perspectiva de filiación divina y de unión
mesiánica del Siervo en el momento del bautismo. Y san Juan insiste en esa
misma “santidad” propia de quien está lleno del Espíritu cuando les explica a
los primeros cristianos que ellos, por su bautismo, han recibido “la unción por
el Santo” (1 Jn 2,20). Y reitera que Cristo es “el Santo, el Veraz” (obsérvese esta muy significativa aposición para nuestro
tema de investigación) en su libro del Apocalipsis
(3,7).
La
dignidad de Jesús le era, pues, reconocida desde su vida terrena, y a ella
evocaban tanto la “santidad” como la “unción”, y la resurrección, como se ha
dicho, la ratificará. Con todo, esa dignidad llegará a poseer un contenido
todavía más inédito, como veremos un poco más adelante, porque llegará a
abarcar, y, más aún, a poseer un fundamento del todo novedoso, cuando los
primeros cristianos llegaron a descubrir la “divinidad” de Jesús, el Verbo
encarnado (cf. infra, 2.c, p. 659s).
2) El Señor
26. El
título de Κύριος (gr. = “Señor”) con el que los israelitas llamaban
exclusivamente a Dios[102], y que los primeros cristianos
atribuyeron a Jesús[103], es expresión de su fe en el
Resucitado; más aún, si bien es muy probable que le llamaran así sus propios
contemporáneos, como vimos en la sección narrativa, sin duda alguna alcanzó su
plena significación en razón de la resurrección. Entonces no solamente llegó a
indicar que Jesús está ya en la órbita divina, partícipe de la vida de Dios y
de su gloria, sino – y esto es bien interesante – con respecto a los hombres, y
en especial con respecto a la Iglesia, que Él sigue estando presente por su
Espíritu de manera multiforme: en la liturgia[104], en la palabra que se proclama;
en los sacramentos y especialmente en la eucaristía, mediante su virtud; en sus
ministros, que obran en persona suya, y en la comunidad reunida en su nombre
para la oración; pero, de igual modo, en el transcurso de la vida cotidiana, en
todos los que van por el mundo en su nombre (cf. Mt 10,40) y aún más, en todos los hombres y mujeres (cf. Mt 18,5), muy especialmente en los
hermanos “más pequeños” (Mt
25,40.45).
Afirmar,
pues, que Jesús es “el Señor” no es meramente entonces ponerlo como “ejemplo” o
como “modelo de vida” para el cristiano. San Pablo llegó a afirmar que de tal
manera está presente en nosotros, que Él es, en últimas, como “nuestro ser”
propio, ya que “ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere
nadie para sí mismo… del Señor somos” (Rm
14,7s). Y así, quien obra en tal calidad, podemos afirmar que actúa
“cristianamente”.
Finalmente,
el NT señala que este señorío se extiende poco a poco al universo entero (gr. =
κόσμος), si lo consideramos espacialmente, pero también temporalmente, hacia el
futuro, y, de igual modo, hacia el principio (gr. = προτολογικός). Volveremos
sobre el tema más adelante (cf. 2.d, p.
676ss).
27.
Concluyamos esta subsección recordando que por la resurrección y glorificación
de Jesús, como gustaban de afirmar los santos Padres[105] – y así lo recoge hoy la
liturgia[106] –, “un pedazo de nuestro mundo
creado está definitivamente en Dios” y ha sido definitivamente aceptado por
Dios. La antropología sería incompleta sin la escatología. Más aún, el “cielo”,
por lo tanto, es la creación entera entrada en Dios, “todo en todos” (cf. Flp 3,20; Ef 2,6). Como ha escrito Leonardo BOFF:
“El cielo no es un lugar al
que vamos sino una situación en la que seremos transformados si vivimos en el
amor y en la gracia de Dios. El cielo de las estrellas y de los viajes
espaciales de los astronautas y el cielo de nuestra fe no son idénticos. Por
eso cuando rezamos el Credo un domingo tras otro y decimos que Cristo subió a
los cielos no queremos decir que El, anticipándose a la ciencia moderna, emprendiera
un viaje sideral. En el cielo de la fe no existe el tiempo, la dirección,
la distancia ni el espacio. Eso vale para nuestro cielo espacial. El cielo de
la fe es Dios mismo de quien las Escrituras dicen: (1 Tm 6,16).
“Del mismo modo, la subida
de Cristo al cielo no es igual a la subida de nuestros cohetes; éstos se
trasladan constantemente de un espacio a otro, se encuentran constantemente
dentro del tiempo y nunca pueden salir de estas coordenadas por más lejanos que
viajen por espacios indefinidos. La subida de Cristo al cielo es también un
pasar, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de la
inminencia a la trascendencia, de la opacidad del mundo a la luz divina, de los
seres humanos a Dios.
“Con su ascensión al cielo
Cristo fue por consiguiente entronizado en la esfera divina; penetró en un
mundo que escapa a nuestras posibilidades. Nadie sube hasta allí si no ha
sido elevado por Dios (cf. Lc 24,51; He 1,9). Él vive ahora con Dios, en la
absoluta perfección, presencia, ubicuidad, amor, gloria, luz, felicidad, una
vez alcanzada la meta que toda la creación está llamada a lograr. Cuando
proclamamos que Cristo subió al cielo pensamos en todo eso.”[i]
Esta
“reserva escatológica”[107] llegará a convertirse, con el
paso del tiempo, no sólo en un contenido fundamental de la fórmula de la fe,
sino en una de las claves principales para la interpretación de la misma y de
cuanto concierne a las costumbres típicas cristianas.
e.
La resurrección de Jesús: la Palabra: un enfoque necesario para plantear la
búsqueda, conocimiento, adhesión y mantenimiento de la Verdad sobre Dios, sobre
su Iglesia y sobre el hombre.
28.
Vistas las cosas en su momento, la muerte de Jesús había dejado en muchos la
impresión de la inutilidad y falta de razonabilidad, de la carencia de
pragmatismo y de realismo que se podían atribuir a su personal decisión de
confiar hasta ese punto en su Padre, en Dios. La mentira había vencido. Para
él, sin embargo, y con plena consciencia, se había tratado del acontecimiento
que explicaba y llevaba a término su existencia mortal:
Como se
ha podido apreciar, Jesús había ido profundizando en ese mirar todo desde la
perspectiva englobante de la Verdad considerada desde Dios. Su vida toda y su
misión habían consistido, por una parte, en denunciar y desenmascarar la
mentira, llevándolo a luchar contra cuanto quita nobleza y deshumaniza al
hombre, contra cuanto le impide ser y ser más, contra cuanto le quita su
armonía interior y crea antagonismos irreconciliables en la sociedad; y, por la
otra, en comprometerse y anunciar esa Verdad que fundamenta absolutamente y
restablece en la dignidad. Se ha visto, más aún – y Juan lo supo comprender y
expresar en su Evangelio – cómo en la pasión y en la Cruz, precisamente, se
manifestaba con majestad y serena autoconciencia la realeza de Jesús, toda ella
orientada hacia la Verdad y basada en ella. Entonces él estaba haciendo una
solemne y fundamental “revelación” sobre sí mismo, sobre su origen y sobre las
motivaciones de su presencia entre los hombres, como Palabra (gr. = Λόγος;
indica también que ella es fruto de una “razonabilidad” y no del sin-sentido)
de Dios. De esa manera la Verdad sobre el Padre y sobre el Espíritu, y la
pretensión de Verdad acerca de sí mismo, vinieron a recaer sobre el testimonio
que Jesús diera sobre sí mismo y que se acreditaba por su muerte.
Las
preguntas, en ese momento de silencio de muerte, sin embargo, a mi parecer, son
brutales.
- En relación con Dios, por ejemplo: ¿de qué Dios se trataría, efectivamente? ¿Acaso de un Dios débil, incapaz, infiel, hechura de pensamientos y manos humanas? ¿Sería la muerte – o la nada – quien diría la última palabra?
- En relación con el mismo Jesús: ¿Había tenido su existencia, entonces, algún sentido? ¿No contradecía, acaso, con su comportamiento, el instinto natural, o el valor social, de la sobrevivencia? ¿Habían tenido algún sentido su relación con personas, animales y plantas, su relación con la cultura, con su actividad, con su profesión; sus decisiones (libres), casarse o no, procrear unos hijos y educarlos, o no hacerlo, orar tan intensa y frecuentemente, esforzarse, confiar, vivir, morir…? ¿De qué habría sido - ¡y valido! - su testimonio?
- En relación con los seres humanos, de igual modo: ¿se trata la existencia, en definitiva, de una “pasión inútil”[108]? ¿Acaso habrá algo más importante y más actual para un creyente, e incluso para cada hombre y cada mujer, que saber si la vida tiene un sentido o no, si la muerte es el final de todo o, por el contrario, ella es el inicio de la verdadera vida?
La
respuesta concluyente de Jesús es: ¡pues claro que sí tenían sentido! … y esto, a pesar del silencio de Dios. Más aún,
él asegura que ¡no se arreglaría todo con una sencilla recuperación de, o un
regresar a la vida anterior! ¡Aunque fuera el más grande prodigio de la
naturaleza!
Como
quien dice, para Jesús valía la pena vivir confiando en un Dios ante el que el
hombre no tiene que temer: bondadoso, paternal, compasivo, cálido, Amor, en
definitiva. Jesús centra el problema de Dios en el amor. El Dios del AT, y el
Dios de Jesús, eran el único y mismo Dios, idéntico e inmutable, que se había
ido dando a conocer, especialmente, por su Amor. Su Verdad, como vimos, se
identifica con su Amor. Y Jesús lo descubrió y resaltó en sus relaciones con
una naturaleza en la que Dios dejó sus huellas y que se mantiene gracias a su
influencia; pero, sobre todo, lo descubrió y lo acentuó en medio de la historia
de su pueblo, en la que vivió su propia existencia. La pregunta acerca de sí
mismo hallaba para Jesús sólo en Dios su plena y perfecta explicación. Pero
esa, como se ha dicho, sólo era la penúltima escena de su drama.
29.
Ahora bien: ¿Encontrarían confirmación estas afirmaciones y certezas tan claras
y contundentes de Jesús? Vistas las cosas desde la perspectiva que aporta la
Resurrección, el silencio no existe ya más, pues se ha pronunciado la última
Palabra del drama.
Cuando
los Apóstoles nos atestiguaron de su experiencia con el Resucitado, como se ha
visto, lo primero que consideraron fue, ciertamente, que el Padre había
respondido a Jesús, que Dios le había correspondido a “su siervo Jesús”. Es
decir, que no sólo la resurrección era como el resumen de toda su vida,
inclusive la explicación de su muerte, sino que le había otorgado a ella su sentido
más auténtico y definitivo posible. Ella era la última palabra, la palabra
definitiva, que Dios le había pronunciado al hombre Jesús. La pretensión de
Jesús, de esta forma, quedaba confirmada.
Se
había obrado, de esta manera, un paso definitivo en la revelación de Dios. Dios
había dicho su Palabra en relación consigo mismo, en relación con su Iglesia, y
en relación, por último, con el ser humano y el cosmos:
En
relación consigo mismo, Dios había confirmado que Él es, ante todo, el Padre,
el Dios de la Vida, Él es el Dios-Espíritu Comunión, Él es el Dios Amor. Que
esa es su Verdad de ser y existir, no meramente teórica, más profunda. Que su
ser es crear, crear permanentemente hombres y mujeres en orden a participarles
su propia vida[109]y que esa es la naturaleza e
identidad de la Iglesia, pueblo, cuerpo, vid. Porque así como el Padre y el
Espíritu Santo, a su modo, se habían hecho creadoramente presentes en la
encarnación del Verbo, así mismo lo estaban en la institución de la Iglesia, en
su origen, desenvolvimiento y realización final. Se había dado inicio a una
nueva creación. Es Él el único capaz de superar la misma muerte.
En
relación con Jesús, la resurrección quería significar que el “plan”, el
“proyecto” de Dios para Jesús se había realizado. En efecto, como se ha
señalado, penetrando en la historia de su pueblo – al que, sin embargo, como
Verbo había ido acompañando, como enseña la fe – que había quedado plasmada en
los escritos de la Ley, los Profetas y demás, y descubriendo en dicha historia
el sentido de la misma, todas las vicisitudes humanas, inclusive la suya
propia, su propia muerte y resurrección, eran expresión de la Providencia de su
Padre, llevada a cabo conforme a un Plan bien diseñado y desarrollado por los
Tres. Para Jesús, entonces, la historia no era la victoria de un destino ciego,
ni un absurdo, como aparentemente podría parecer. Por el contrario, incluso su
propia resurrección corporal – “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos” –
era fruto de la acción del Espíritu Santo “Señor y Dador de vida”, el cual, así
como sucedió en el caso de Cristo, ha ido suscitando a lo largo de los tiempos
y en todos los lugares un diálogo maravilloso entre los hombres y Dios, su
amigo, su Padre. Se trata, pues, de una percepción de la historia que nos
proporciona la Resurrección de Jesús eminentemente teológica, que nos pone en
máxima evidencia la intervención salvífica, maravillosa y sorprendente de Dios
en ella, porque ha querido entrar en ella, asumirla plenamente, obrar en ella,
haciéndose parte de la misma inclusive, pero “al modo humano”, es decir,
garantizando la salvaguardia y el respeto a la libertad y a la responsabilidad
del ser humano. De ahí que el NT, san Pablo en particular, expresando este
fundamento original y exclusivo de la fe cristiana, destacara que no era el
“primer Adán” el verdadero “modelo” o “tipo” (gr. = τύπος) del ser humano, sino
Jesús, el “Nuevo Adán”, el “Adán definitivo”, en quien se realizaba a plenitud
la “imagen de Dios”.
Finalmente,
con respecto del universo y del hombre, Dios ha mostrado que ese “proyecto”,
del que Jesús ha sido el primero de muchos, lo está realizando ya hoy,
ciertamente, insisto, no sin la libre cooperación humana. Proyecto que
consiste, resumidamente, en la participación de su ser, de su vida y de su
verdad a todas sus criaturas; y, en razón del pecado, especial y
particularmente a los seres humanos. A esta realidad y vocación humana la
Revelación la denomina “salvación” – como se ha visto (tema que ha sido
transversal a lo largo de este capítulo, especialmente en la sección narrativa[110]). La resurrección de Jesús es,
así, el mayor de los signos de sentido,
de ese sentido que quisiera alguien dar a su propia vida, porque no se
encuentra sino más allá de la vida.
30. De
otra parte, la respuesta del Padre a Jesús, resucitándolo, expresa que el Reino de Dios está ya presente entre los
hombres, que la escatología ha comenzado en nuestra historia. El ser humano
ha sido perdonado, su solidaridad con el pecado ha sido rota, su capacidad para
obrar el bien y para su liberación ha quedado re-potenciada. Queda su
reconciliación con Dios, con los hermanos y con la naturaleza como un horizonte
para su actividad. El “hacerse” (“in
fieri”) del hombre consiste, pues, en ir acabando con el mal existente en
sí mismo, en la sociedad y en la historia, particularmente con cuanto aún lo
esclaviza y con la “muerte eterna”, la contradicción mayor de su dinámica
humana.
El
testimonio que Jesús había dado sobre el Padre y sobre el Espíritu, por su
resurrección poseía plenamente su valor: Dios Padre obra constantemente, como
Él mismo obra. Los Apóstoles acogieron en su fe este testimonio de Jesús sobre
Dios que lo resucitó y lo difundieron por todas partes, con todas sus fuerzas.
Generación tras generación, los cristianos, la Iglesia, han trasmitido ese
mismo testimonio, considerando que vale la pena esta entrega personal a Dios,
en la que consiste la fe y que da acceso a una realización plena como la de
Jesús. Como ha afirmado el Papa BENEDICTO XVI,
“Aun cuando no se refiere a
la historia propiamente eclesiástica, el análisis histórico concurre, sin
embargo, a la descripción de aquel espacio vital en el que la Iglesia ha
desarrollado y desarrolla su misión a través de los siglos. Indudablemente, la
vida y la acción eclesial han sido siempre determinadas, facilitadas o hechas
más difíciles por los diversos contextos históricos. La Iglesia no es de este
mundo, pero vive en él y a favor suyo”[111].
Inclusive,
por supuesto, la realización de la propia dimensión corporal y psíquico-social
de nuestra existencia terrena. La masculinidad – feminidad humanas, por
ejemplo, y no menos la una que la otra, por la resurrección de Jesús quedan
confirmadas como válido modo presente de establecer y de realizar las
relaciones con Dios[ii],
con los demás e incluso con la propia naturaleza, a partir de la cual mujeres y
hombres han sido creados. Porque bajo tal modalidad se han de efectuar las
consiguientes relaciones “nuevas” que habrían de caracterizar ahora a quien un
día, como Jesús, habrá de resucitar: con qué conciencia, libertad y
responsabilidad se habría de actuar, sobre todo si se tiene presente que ya
“ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí
mismo”, sino que “del Señor somos” (Rm
14,7s). Pues, de lo que se trata es de construir una vida – de servicio – como
la de Jesús: “muertos” con Él, pero “resucitados” como Él, hasta ser “uno con
Él”.
Afirmar
en la fe la Verdad de que Jesús es “el Señor” no puede ser, entonces,
meramente, ponerlo como un “ejemplo” externo o exterior a nosotros, ni aún como
un “modelo de vida” para el cristiano, cuando de lo que se trata es de ser, como los Apóstoles, sus “discípulos”. Ello exige de parte nuestra una actitud diversa,
una conciencia distinta.
En
efecto, la resurrección de Cristo nos advierte que todo este efecto poderoso
que resulta como consecuencia de la acción del Padre, ha sido otorgado por Dios
como “gracia”, como don suyo. En consecuencia, nada se obtiene por parte de una
manipulación, esfuerzo o astucia cualquiera que el hombre quisiera ejercer
sobre Él, inclusive así tuviera una connotación seudo-religiosa ni mágica. Para
el ser humano, entonces, Jesús resucitado es el “Don salvífico” por excelencia.
Sólo con este acto creativo de Dios podemos nosotros ponernos en el orden de
cosas de Dios, en el campo de influencia suyo, en su actividad divina, y
colaborarle.
f.
El título de “primogénito de entre los muertos”
31. Que
Jesús sea el “Primogénito de entre los muertos” nos refiere también, por fin, a
nuestra última Verdad. Una Verdad que es simultáneamente intrahistórica –
intramundana –, ciertamente, pero que es también escatológica. Nuestras
esperanzas, nuestras ansias de igualdad, amor, sinceridad y justicia, poseen
esa doble dimensión. Es un “ya”, pero también un “todavía-no”, que nos
compromete[112].
En
efecto, si se pretende llegar a la consumación de la Verdad, al “ser en la
verdad”, es preciso “realizar la verdad”, “hacer la verdad” en su progresiva y
creciente construcción histórica, que enfatiza sus logros parciales. Jesús
resucitado colma las esperanzas de verdad que existen en el corazón humano,
pero le señala que la búsqueda, el conocimiento, la adhesión y el abrazo, y el
mantenimiento en la verdad, incluso respecto
de Dios y de su Iglesia, son parte de su más genuino proceso cultural. Jesús,
con su propia resurrección, asegura y fundamenta el cumplimiento de esa
promesa, y da razón y acicate al compromiso del hombre frente a la construcción
del mundo.
Con su
resurrección, así mismo, Jesús relativiza cualquier deseo del hombre de
manipular o de idolatrar “su” verdad. El Señorío es sólo suyo. En cambio,
privilegia todo servicio que se haga, por parte de quien sea, a la “verdad”. El
cristiano mismo, no tiene posibilidades de reclamar poderes exclusivos en este
sentido. En esta materia no se puede ser excluyente; y a la Iglesia en su
conjunto le corresponde, y a cada cristiano en particular le corresponde,
dilatar más y más los espacios de disfrute, abrazo y mantenimiento de la
verdad, mediante la permanencia en la confesión de “un solo Señor, una sola fe,
un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos” (cf. Ef 4,3).
32.
Vemos, pues, de qué manera se expresa un vínculo fundamental entre Cristo
resucitado y la expresión que emplea el c. 748 § 1 y, en nuestro caso, su
relación con los otros cc. relacionados. El c., en efecto, nos refiere a la
obligación de cada ser humano, en razón y como desarrollo de sus capacidades
individuales, de su interrelación social y cultural, y de su vocación de
plenitud, de buscar, de conocer, de abrazar y de mantenerse en la verdad,
inclusive respecto de Dios y de su Iglesia. Cristo resucitado, por su parte,
descubre ampliamente estas perspectivas y subraya que la acogida del don de
Dios por parte del hombre es expresión de realización de la Verdad y en la
Verdad más profunda de su ser. Que la Verdad del Primogénito de entre los
muertos ha expresado la respuesta de Dios Padre a la confianza y entrega de
Jesús, liberándolo de la muerte. Que la esperanza humana en la vida perdurable
ha sido confirmada y anticipada con la resurrección del Señor como un don de
Dios. Que la Verdad, cuando es auténticamente tal, “libera”. Que la Verdad
caracteriza al culto auténtico y sincero, y si ella no está presente en las
relaciones humanas, el culto a Dios se hace falso y deshumaniza. Que
testimoniar, anunciar y proclamar la Verdad de Jesús es la mayor alegría para
los que quieren ser sus “discípulos”, pero que ello no puede separarse ni mucho
menos hacerse antagónico con una actitud de amor y de servicio y de disposición
de entrega de la propia vida por amar y servir, lo cual marca a los
“discípulos” de Jesús unas condiciones, tareas y límites. Que la Verdad del
Nuevo Adán confirma la dignidad e igualdad[113] de todos los hombres y su
vocación divina y filial. Que la Verdad del Rey, en fin, confronta al hombre y
a la mujer con la pregunta más radical sobre sí mismos, con su realidad más
auténtica: ¿cuál es, efectivamente y en definitiva, el querer de Dios Padre
para nosotros?
33. Unida a la estructura personal del ser hombre
o mujer y a la dimensión personal del don, la vida, toda vida y sus expresiones, manifiesta todo su valor y
belleza. Ella viene a fundamentar, bajo estas condiciones – antropológicas –,
todos los demás valores, en particular los valores de tipo ético y estético.
Como se ha dicho recién, no sólo la resurrección de Cristo alcanza al mundo
biótico, sino también el abiótico que soporta la vida[114]. Y aún éste expresa su destino
de “don” sin el cual la vida misma sería imposible, y que exige, en reciprocidad,
sobre todo por parte de los seres humanos, el máximo cuidado para su
durabilidad, y, si fuere el caso, para su renovación y perdurabilidad, y no
para avasallarla, esclavizar y asolar. Este mismo grado de exigencia se debería
otorgar a toda investigación experimental que busca correr las fronteras del
conocimiento en búsqueda de la verdad y como un servicio a la vida y a la
comunidad humana, así como en la producción a escala, en la que se hagan
posibles riesgos de todo tipo para la vida así como para su soporte abiótico.
De
igual modo ocurre en relación con las diversidades culturales. Atender al don
de la vida es considerar la unidad de la cultura como expresión de una única y
sustancial humanidad[115], pero, así mismo, las
expresiones humanas-culturales[116] diversas con sus posibilidades
de crecimiento y superación – y también, por qué no decirlo, de limitación,
estancamiento, regresión, mezcla, absorción o disolución –.
Del
mismo modo, el reconocimiento del don de la vida también incluye la existencia
de esta en los individuos humanos, en quienes se denomina “dignidad”. A las
personas se les debe reconocer, por razonabilidad y justicia, su
individualidad, totalidad y ontonomía: su
todo psico-somático-socio-cultural, que incluye ciertamente las dimensiones
morales y religiosas (libertad, conciencia y autoconciencia, y
responsabilidad), de trascendencia de sentido y de fe, como veremos más
detalladamente en el siguiente capítulo. Ámbito – misterioso – al que con todo
derecho la resurrección del Señor y el don de Dios nos permiten denominar como
“sacro” (“sagrado”).
El
reconocimiento del don de la vida que brota de la resurrección de Jesús reclama
de igual modo, una acogida, una restitución, un agradecimiento: la obligación –
moral y jurídica – de desarrollarlo. Como se trata de una “dote óntica” – que
se nos da sin pedirla, pero se nos da “en bruto” – es necesario no sólo
conservarla íntegra, sino acrecentarla y darle su pulimento. Es necesario que
personas, sociedades y culturas “se la apropien” – inclusive
inter-generacionalmente –, es decir, que progresivamente la hagan su
“personalidad”, la conviertan en una “cultura (genuinamente) humana”, más aún,
“divina”.
Notas de pie de página
[5] “Les pusieron en medio y les preguntaban: « ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho vosotros eso?» Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, puesto que con motivo de la obra realizada en un enfermo somos hoy interrogados por quién ha sido éste curado, sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros»” (vv. 7-10).
Hemos señalado la tensión admirable y ejemplar que sugiere el Misterio Pascual para la fe cristiana y en relación con nuestro MHC®DC (cf. pg. 126 con su nt. 292). El Santo Padre BENEDICTO XVI con ocasión de su “peregrinación” a Santiago de Compostela, 6 de noviembre de 2010, y al día siguiente, en la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia, en Barcelona, expuso en sus homilías, con magisterio ordinario, dos comentarios bien interesantes de los textos neotestamentarios que estamos citando y de la doctrina de la Iglesia sobre Jesucristo desde la sacramentología y la liturgia. En la primera ocasión afirmó: “Una frase de la primera lectura afirma con admirable sencillez: «Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor» (Hch 4,33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo no se halla una gesta o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados de la historia”. En: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2010/documents/hf_ben-xvi_hom_20101106_compostela_sp.html
En el segundo encuentro dijo: “Deseo, finalmente, confiar a la amorosa protección de la Madre de Dios, María Santísima, Rosa de abril, Madre de la Merced, a todos los que estáis aquí, y a todos los que con palabras y obras, silencio u oración, han hecho posible este milagro arquitectónico. Que Ella presente también a su divino Hijo las alegrías y las penas de todos los que lleguen a este lugar sagrado en el futuro, para que, como reza la Iglesia al dedicar los templos, los pobres puedan encontrar misericordia, los oprimidos alcanzar la libertad verdadera y todos los hombres se revistan de la dignidad de hijos de Dios. Amén. “: “Desitjo, finalment, confiar a l’amorosa protecció de la Mare de Déu, Maria Santíssima, Rosa d’abril, Mare de la Mercè, tots els aquí presents, i tots aquells que amb paraules i obres, silenci o pregària, han fet possible aquest miracle arquitectònic. Que Ella presenti al seu diví Fill les joies i les penes de tots els qui vinguin en aquest lloc sagrat en el futur, perquè, com prega l’Església en la dedicació dels temples, els pobres trobin misericòrdia, els oprimits assoleixin la llibertat veritable i tots els homes es revesteixin de la dignitat dels fills de Déu. Amén.” En: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2010/documents/hf_ben-xvi_hom_20101107_barcelona_sp.html
[1] La pretensión cristiana consiste en que ella posee en sí misma,
en la singularidad de una persona, la persona de Jesús, la palabra definitiva
dada a la historia y a la humanidad de todos los tiempos. Universal, porque es
universal la salvación obrada por Jesucristo, y este es un elemento
particularmente crítico en relación con las propuestas de las demás religiones.
La acción personal de Dios entra en la historia gracias al Verbo encarnado con
un rango de influencia divinizadora; pero, al mismo tiempo, se destaca la
especificidad de la revelación cristiana y su originalidad respecto de las
religiones que reivindican un carácter salvífico y revelativo.
[2] Como punto de referencia para esta sección, especialmente en su
marco teológico, agradezco y empleo materiales de mi profesor Mgr. Lionel
GENDRON, P.S.S.: “Jesús, el Cristo”, Bogotá, curso de 1976, no publicado, para
uso de los estudiantes, y sus actualizaciones sucesivas a la fecha, que
agradezco. Cf.
Walter KASPER: Le Dieu des chrétiens Paris Cerf 1985; Charles PERROT: Jésus et l'histoire Desclée coll. Jésus
et Jésus-Christ 11 Paris 1980; Charles PERROT: Jésus, Christ et Seigneur des
premiers chrétiens Desclée coll. Jésus et Jésus Christ 70 Paris 1997;
Bernard SESBOÜÉ : Jésus Christ dans la tradition de l'Église
Desclée coll. Jésus et Jésus Christ 17 Paris 1982; Bernard SESBOÜÉ – Joseph
WOLINSKI: Histoire des dogmes I. Le Dieu du salut Desclée París
1994 ; en castellano: El Dios de la salvación. La tradición, la
regla de fe y los símbolos. La economía de la salvación. El desarrollo de los
dogmas trinitario y cristológico Secretariado Trinitario Salamanca 1995.
[3] Iván F. Mejía A.: Derecho
Canónico y Teología, o. c., p.
93, nt. 223, 178. Ya hemos hecho alusión reiterada al Concilio de
Calcedonia. Para un breve resumen de la cuestión definida, cf. infra, pp. 650s,
nt. 1851 y 1853, y p. 727, nt. 1984.
[4] Para toda esta sección, desde la perspectiva de la “justicia
social”, véanse las pp. 177-190 de mi tesis mencionada Derecho Canónico y Teología,
o. c., p. 17, nt. 33, de la que
tomo elementos diversos en mi exposición siguiente.
Hemos señalado la tensión admirable y ejemplar que sugiere el Misterio Pascual para la fe cristiana y en relación con nuestro MHC®DC (cf. pg. 126 con su nt. 292). El Santo Padre BENEDICTO XVI con ocasión de su “peregrinación” a Santiago de Compostela, 6 de noviembre de 2010, y al día siguiente, en la dedicación de la Basílica de la Sagrada Familia, en Barcelona, expuso en sus homilías, con magisterio ordinario, dos comentarios bien interesantes de los textos neotestamentarios que estamos citando y de la doctrina de la Iglesia sobre Jesucristo desde la sacramentología y la liturgia. En la primera ocasión afirmó: “Una frase de la primera lectura afirma con admirable sencillez: «Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor» (Hch 4,33). En efecto, en el punto de partida de todo lo que el cristianismo ha sido y sigue siendo no se halla una gesta o un proyecto humano, sino Dios, que declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo; Dios, que ha arrancado a Jesucristo de la muerte; Dios, que hará justicia a todos los injustamente humillados de la historia”. En: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2010/documents/hf_ben-xvi_hom_20101106_compostela_sp.html
En el segundo encuentro dijo: “Deseo, finalmente, confiar a la amorosa protección de la Madre de Dios, María Santísima, Rosa de abril, Madre de la Merced, a todos los que estáis aquí, y a todos los que con palabras y obras, silencio u oración, han hecho posible este milagro arquitectónico. Que Ella presente también a su divino Hijo las alegrías y las penas de todos los que lleguen a este lugar sagrado en el futuro, para que, como reza la Iglesia al dedicar los templos, los pobres puedan encontrar misericordia, los oprimidos alcanzar la libertad verdadera y todos los hombres se revistan de la dignidad de hijos de Dios. Amén. “: “Desitjo, finalment, confiar a l’amorosa protecció de la Mare de Déu, Maria Santíssima, Rosa d’abril, Mare de la Mercè, tots els aquí presents, i tots aquells que amb paraules i obres, silenci o pregària, han fet possible aquest miracle arquitectònic. Que Ella presenti al seu diví Fill les joies i les penes de tots els qui vinguin en aquest lloc sagrat en el futur, perquè, com prega l’Església en la dedicació dels temples, els pobres trobin misericòrdia, els oprimits assoleixin la llibertat veritable i tots els homes es revesteixin de la dignitat dels fills de Déu. Amén.” En: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2010/documents/hf_ben-xvi_hom_20101107_barcelona_sp.html
[6] “Las mujeres que habían venido con él desde Galilea, fueron
detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo. Y regresando,
prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto. El primer
día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que
habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del
sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que
pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos
resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les
dijeron: « ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí,
ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea,
diciendo: "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de
los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite. "» Y ellas recordaron
sus palabras. Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once
y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María
Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero
todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían”.
La expresión “Señor Jesús”
no se encuentra sólo en los sinópticos; también en otros textos paulinos, así
como en el Ap 22,20.21.
[7] “Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio
las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido […] ellos decían: «
¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!»”
[8] “Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y
encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos.”
[9] “Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé
cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo
que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de
mí."» Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las
Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara
de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión
para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
Vosotros sois testigos de estas cosas.” (vv. 44-48).
Sobre las tradiciones
literarias griega y bíblica del término εὐαγγελίσασθαί
se ha subrayado el carácter “imperial” del mensaje al ser asumida en latín la
expresión por el emperador Augusto, y así la recibió el NT. Véase a este
respecto la corta homilía del S. P.
BENEDICTO XVI, 9 de octubre de 2012, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29807.php?index=29807&po_date=09.10.2012&lang=sp
[10] “Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no
creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando
iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero
tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se
les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no
haber creído a quienes le habían visto resucitado.”
[11] “Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.”
[12] “Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les
creían.”
[13] “Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio
las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido […] Sobresaltados y
asustados, creían ver un espíritu.”
[14] Cf. el tratamiento que hizo de este capítulo
fundamental de la fe el Papa BENEDICTO XVI en la Audiencia general del 26 de marzo de 2008: “Es importante
reivindicar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica
está ampliamente documentada, si bien hoy, como en el pasado, no falta quien,
de diversas maneras, la pone en duda o, más aún, la niega. El debilitamiento de
la fe en la resurrección de Jesús hace débil, como consecuencia, el testimonio
de los creyentes. Si de hecho disminuyera en la Iglesia la fe en la resurrección,
todo se detiene, todo se precipita. Al contrario, la adhesión del corazón y de
la mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia
entera de las personas y de los pueblos. ¿No es, quizás, la certeza de que
Cristo ha resucitado la que imprime fortaleza, audacia profética y
perseverancia a los mártires de cada época? ¿No es el encuentro con Jesús vivo
el que convierte y fascina a tantos hombres y mujeres, que desde el mismo
comienzo del cristianismo continúan dejando todo por seguirlo y por poner su
propia vida al servicio del Evangelio? «Si Cristo no ha resucitado, decía el
Apóstol Pablo, entonces es vana nuestra predicación y es vana también nuestra
fe» (1 Co 15,14). ¡Pero ha resucitado!”:
En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21894.php?index=21894&po_date=26.03.2008&lang=sp
[15] Cf. DV 2.
[16] Es el intento que han emprendido teólogos católicos tales como
Karl Rahner (la fenomenología de la libertad humana) y Joseph Ratzinger (el
amor más fuerte que la muerte), y, entre los teólogos orientales y
protestantes, Wolfhart Pannenberg (la esperanza) y
Jürgen Moltman (la justicia).
[17] “A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos
testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu
Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís.”
En su catequesis del 3 de
abril de 2013, el Santo Padre Francisco desarrolla
la lectura de los textos neotestamentarios que estamos considerando.
Distingue entre las “profesiones de fe”, que son “fórmulas sintéticas que
indican lo central de la fe”, y las “narraciones del acontecimiento de la
resurrección y de los hechos conectados con él”. Ejemplos de las primeras se
encuentran en 1 Co 15,3-5 y en Rm 10,9. En todas ellas se afirma que
los Apóstoles, varones, fueron los testigos de la resurrección; se enmarcan así
en el criterio de la Ley judía por entonces vigente que no daba valor de
testimonio a lo que sostuvieran las mujeres y los niños. De las segundas, en
cambio, afirma el Pontífice, el ejemplo se encuentra en Mc 16,1-6. Precisamente allí se atestigua que las primeras en ver
al Resucitado fueron las mujeres, quienes no se reservaron el hecho, su
experiencia, para sí mismas sino que fueron a comunicarlo a los Apóstoles y a
los demás discípulos. Se introduce, por supuesto, toda una revolución no sólo en la valoración de la mujer y de su actividad
en el ámbito de la comunidad cristiana, sino, inclusive, una nueva clave o hecho que habla a favor de la
historicidad de la resurrección: los evangelistas, sin malicia alguna, narran
simplemente lo que ocurrió: que fueron las mujeres las primeras en ver al
Resucitado. La misma “lógica” con la que Lc en su evangelio de la infancia de
Jesús nos cuenta que fueron los pastores los primeros en ver al recién nacido y
testimoniarlo: es la Lógica estupenda de Dios, que no escoge según nuestros
criterios humanos. Véase el texto completo de la audiencia en: http://attualita.vatican.va/sala-stampa/bollettino/2013/04/03/news/30731.html
[18] “Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio
las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido […] Ellos decían: «
¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!»”
Pablo, por su parte, se inscribe
en la misma corriente de tradición que se remonta hasta esos primeros testigos
y al kerygma que ellos anunciaban. Una fundamentada presentación de su
experiencia de Cristo muerto y resucitado ha sido efectuada, a partir de los
propios textos del Apóstol de las gentes y con ocasión del Año Paulino, por el
Papa BENEDICTO XVI, el 5 de noviembre de 2008, de la cual extrajo éste muy
importantes consecuencias antropológicas y morales, sobre algunos de cuyos
aspectos tendremos que volver reiteradamente. Puede verse en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22864.php?index=22864&po_date=05.11.2008&lang=sp
[19] Para un estudio prolijo del término, cf. Albrecht OEPKE: art.
εγείρω en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del
Nuovo Testamento Brescia Paideia 1965 1967 1971, v. III, 17-30.
[20] Para un examen sistemático del término, cf. Albrecht OEPKE: art.
ανίστημι en: ibíd., v. I, 987-998.
[21] En su mitología, los griegos consideraban que las almas de los
muertos bajaban al Hades (tierra de los puertos o infierno) en donde
eternamente permanecerían. Allí Hades, dios de los infiernos, gobierna. Para
que su estancia en dicho lugar fuera de descanso, a los cuerpos de los muertos
había que practicarles ritos funerarios y entierros dignos.
[22] Se puede establecer cierto paralelismo con la “reencarnación” de
la que hablaban algunos pueblos. Escribe al respecto Ariel LEÓN BACIÁN: “En el
ámbito indoeuropeo que agrupa un conjunto de pueblos tales como los hititas,
medos, persas, escitas, hindúes, yueh-chi, griegos y germanos, la cosmovisión
se basa en un dualismo antropológico y un monismo trascendente. Esto significa
que para estos pueblos, la materia y el cuerpo son el hogar de la maldad y de
la precariedad, de la contradicción y de lo provisorio. En cambio, la parte
inmaterial de los seres humanos (en general, el alma) es el origen de lo bueno,
y por tanto, puente hacia la divinidad, además de inmortal e imperecedero. La
cosmovisión indoeuropea es por ello trágica: la vida en la tierra está
condenada al sufrimiento, al dolor y la mentira (para los griegos el mundo
sensible es la doxa, la
"opinión" platónica; para los hindúes es maya, ilusión). La antropogonía indoeuropea tiene su origen en una
cosmogonía: un dios malvado, un demiurgo (artesano) creó el mundo material y al
hombre, preexistente en una forma inmaterial y perfecta, "cayó" en un
estado sensible y corporal (ensomatosis),
destinado a sucesivas reencarnaciones, de las que sólo puede escapar por la
meditación, la vida propiamente sagrada, de re-unión con la divinidad”:
“Biomítica de la eutanasia. El choque de visiones antropo-lógicas en
Occidente”, en (consulta mayo 2006): http://www.aeds.org/foros/foro16.htm
[23] “Al llegar a su último suspiro dijo: «Tú, criminal, nos privas de
la vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes,
nos resucitará a una vida eterna.»”
[24] “En cambio, las almas de los justos están en las manos de Dios y
no les alcanzará tormento alguno. A los ojos de los insensatos pareció que
habían muerto; se tuvo por quebranto su salida, y su partida de entre nosotros
por completa destrucción; pero ellos están en la paz. Aunque, a juicio de los
hombres, hayan sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad; por
una corta corrección recibirán largos beneficios, pues Dios los sometió a
prueba y los halló dignos de sí; como oro en el crisol los probó y como
holocausto los aceptó. El día de su visita resplandecerán, y como chispas en
rastrojo correrán. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos y sobre
ellos el Señor reinará eternamente” (vv. 1-8).
[25] La alusión de Pablo a diversos textos del AT (cf. Dt 32,29; Is 48,13, y, por supuesto, los del Gn 1-2; etc.), quieren enfatizar vigorosamente el poder del “fiat
creador”, no sólo al hacer que surja la vida, sino, su presupuesto necesario,
hacer que exista el ser. Así, Pablo, al recordar este poder pleno de Dios,
prepara la intervención de Dios (v. 24) resucitando a su Hijo Jesucristo. De
esta manera, creación y resurrección necesariamente están no sólo unidas, sino
explicadas recíprocamente como obras del mismo Dios.
[26] “Pero él les dice: «No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret,
el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron.”
[27] “A nosotros que creemos en Aquel que resucitó de entre los
muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados, y fue
resucitado para nuestra justificación.”
[28] “Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a
fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio
de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.”
[29] “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los
muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos
dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en
vosotros.”
[30] “Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez
por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en
el espíritu.”
[31] “Henoc anduvo con Dios […] Henoc anduvo con Dios, y desapareció
porque Dios se lo llevó”.
Henoc presenta una figura
algo diversa de la de los demás Patriarcas, porque su vida, por ejemplo, es más
corta, y coincide en el número de años con los del año solar; como Noé, “anda
con Dios”; pero desaparece, como ocurrió con Elías. Se convirtió en una figura
para los judíos a causa de su piedad, como lo refiere el Si no sólo en el texto que citaremos enseguida, sino también en
49,14. Más aún, el judaísmo tardío le atribuyó varios libros, que son
apócrifos, pero que, aún para el NT tuvieron significación, como hemos
establecido en diversos momentos de esta investigación (cf. Marie Emilie
BOISMARD – Pierre BENOIT – J. L. MALILLOS: Sinopsis de los cuatro Evangelios
Desclée de Brouwer Bilbao 1977 92; cf. Leopold SABOURIN: El Evangelio de
Lucas, o. c., p. 399, nt. 959, 367-369). Para el caso particular de
Henoc, la referencia se hace en la epístola de Judas 14-15. El texto al que aludimos antes es este: “Henoc agradó
al Señor, y fue arrebatado, ejemplo de penitencia para las generaciones”.
[32] “Esto pasó cuando Yahvéh arrebató a Elías en el torbellino al
cielo. […] Iban caminando mientras hablaban (Elías y Eliseo), cuando un carro
de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ellos; y Elías subió al cielo
en el torbellino…”
[33] Algunos manuscritos omiten esta expresión, que, sin embargo, se
encuentra en el texto canónico católico de la Vulgata: “recessit ab eis et ferebatur in caelum”.
[35] “« ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en
su gloria?»”
[36] “Y sin duda alguna, grande es el Misterio de la piedad: Él ha
sido manifestado en la carne,
justificado en el Espíritu, visto de los Ángeles, proclamado a los
gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria.”
[37] “[…] fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el
cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la
ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios.”
[38] Literalmente el texto dice orisqentov, al que
la Vulgata tradujo “praedestinatus”. Nótese el cambio con la traducción de la Nueva
Vulgata, que hace “constitutus”: cf. http://www.vatican.va/archive/bible/nova_vulgata/documents/nova-vulgata_nt_epist-romanos_lt.html
[39] “(Fuerza poderosa) que desplegó en Cristo, resucitándole de entre
los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo
Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo
en este mundo sino también en el venidero…”
[40] “[…] los que por medio de él creéis en Dios, que le ha resucitado
de entre los muertos y le ha dado la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra
esperanza estén en Dios.”
[41] “Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte
que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo
dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder
en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»”
[42] Es importante destacar la unidad teológica que forma el conjunto
pasión-muerte-resurrección-glorificación, al que la tradición cristiana ha
denominado bajo el término técnico “Pascua”. De ahí que litúrgicamente se
celebre cada año el denominado “triduo pascual” que da origen a la cincuentena
pascual, que culmina con la memoria de la efusión del Espíritu Santo en
Pentecostés. El Papa Benedicto XVI, en la homilía
del 23 de abril de 2011 tantas veces citada en estas páginas, lo recordó a
propósito del cambio trascendental que se produjo por parte de la primera
Iglesia, cuando transfirió la celebración del sábado por la del Domingo: “En
Pascua, y partiendo de la experiencia pascual de los cristianos, debemos dar
aún un paso más. El Sábado es el séptimo día de la semana. Después de seis
días, en los que el hombre participa en cierto modo del trabajo de la creación
de Dios, el Sábado es el día del descanso. Pero en la Iglesia naciente sucedió
algo inaudito: El Sábado, el séptimo día, es sustituido ahora por el primer
día. Como día de la asamblea litúrgica, es el día del encuentro con Dios
mediante Jesucristo, el cual en el primer día, el Domingo, se encontró con los
suyos como Resucitado, después de que hallaran vacío el sepulcro. La estructura
de la semana se ha invertido. Ya no se dirige hacia el séptimo día, para
participar en él del reposo de Dios. Inicia con el primer día como día del
encuentro con el Resucitado. Este encuentro ocurre siempre nuevamente en la
celebración de la Eucaristía, donde el Señor se presenta de nuevo en medio de
los suyos y se les entrega, se deja, por así decir, tocar por ellos, se sienta
a la mesa con ellos. Este cambio es un hecho extraordinario, si se considera
que el Sábado, el séptimo día como día del encuentro con Dios, está
profundamente enraizado en el Antiguo Testamento. El dramatismo de dicho cambio
resulta aún más claro si tenemos presente hasta qué punto el proceso del
trabajo hacia el día de descanso se corresponde también con una lógica natural.
Este proceso revolucionario, que se ha verificado inmediatamente al comienzo
del desarrollo de la Iglesia, sólo se explica por el hecho de que en dicho día
había sucedido algo inaudito. El primer día de la semana era el tercer día
después de la muerte de Jesús. Era el día en que Él se había mostrado a los
suyos como el Resucitado. Este encuentro, en efecto, tenía en sí algo de
extraordinario. El mundo había cambiado. Aquel que había muerto vivía de una
vida que ya no estaba amenazada por muerte alguna. Se había inaugurado una
nueva forma de vida, una nueva dimensión de la creación. El primer día, según
el relato del Génesis, es el día en que comienza la creación. Ahora, se
ha convertido de un modo nuevo en el día de la creación, se ha convertido en el
día de la nueva creación. Nosotros celebramos el primer día. Con ello
celebramos a Dios, el Creador, y a su creación. Sí, creo en Dios, Creador del
cielo y de la tierra. Y celebramos al Dios que se ha hecho hombre, que padeció,
murió, fue sepultado y resucitó. Celebramos la victoria definitiva del Creador
y de su creación. Celebramos este día como origen y, al mismo tiempo, como meta
de nuestra vida. Lo celebramos porque ahora, gracias al Resucitado, se
manifiesta definitivamente que la razón es más fuerte que la irracionalidad, la
verdad más fuerte que la mentira, el amor más fuerte que la muerte. Celebramos
el primer día, porque sabemos que la línea oscura que atraviesa la creación no
permanece para siempre. Lo celebramos porque sabemos que ahora vale
definitivamente lo que se dice al final del relato de la creación: "Vio
Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" (Gen 1, 31)”: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/27296.php?index=27296&po_date=23.04.2011&lang=sp#TRADUZIONE%20IN%20LINGUA%20SPAGNOLA
[43] No ha de olvidarse que, muy seguramente, se trató del primer
escrito de Pablo, durante su segundo viaje, hacia el año 50-51, y, por tanto,
muy presumiblemente, el primero de los escritos del NT. La gran preocupación de
Pablo en esta, como en la segunda carta, es la Resurrección de Jesús y su
venida gloriosa. Y emplea el lenguaje propio de la apocalíptica judía y del
cristianismo primitivo, como el que se refleja en los discursos escatológicos
de los Evangelios, en particular de Mateo.
[44] “Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de
venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino… El Señor
me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial.”
[45] “Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de
haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe él reinar
hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser
destruido será la Muerte.”
[46] “[…] y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión
en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de
llegar a la resurrección de entre los muertos.”
[47] “Y si todavía nuestro Evangelio está velado, lo está para los que
se pierden, para los incrédulos, cuyo entendimiento cegó el dios de este mundo
para impedir que vean brillar el resplandor del Evangelio de la gloria de
Cristo, que es imagen de Dios.”
[48] “[…] los que por medio de él creéis en Dios, que le ha resucitado
de entre los muertos y le ha dado la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra
esperanza estén en Dios.”
[49] “[…] que, habiendo ido al cielo, está a la diestra de Dios, y le
están sometidos los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades.”
[50] Encontramos, efectivamente, en el Evangelio según San Marcos (12,18-27): «Se le acercaron
unos saduceos, que son los que niegan la resurrección, y le propusieron este
caso: "Maestro, Moisés nos ha ordenado lo siguiente: 'Si alguien está
casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se
case con la viuda'. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y
murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y también murió sin
tener hijos; lo mismo ocurrió con el tercero; y así ninguno de los siete dejó
descendencia. Después de todos ellos, murió la mujer. Cuando resuciten los
muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les dijo: "¿No será que ustedes están equivocados por no comprender
las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres
ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con
respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés,
en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Él no es un Dios de muertos, sino de
vivientes. Ustedes están en un grave error"».
[51] Sobre el tema se ha producido abundante bibliografía. Por las
connotaciones eucarísticas que tiene su estudio, destaco el libro de Gustave
MARTELET, S. J.: Résurrection,
Eucharistie et Genèse de l’Homme. Chemins théologiques d’un renouveau chrétien
Desclée Paris 1972 212-213, especialmente al ocuparse de un tema tan apreciado
para mí, el cósmico, sobre todo en su tratamiento por Teilhard de Chardin (Himno del Universo: “La Misa sobre el
mundo”), y su percepción litúrgica, cuando se refiere al (entonces llamado)
“ofertorio” (hoy en día, “presentación de las ofrendas”. Sobre todo en sus
palabras entreveo algunos elementos que, pienso, probablemente, contribuyeron a
la reforma de ese rito), y a la “narración eucarística” o “consagración” de las
Especies.
[52] El “cuerpo” ha sido tema de diversas investigaciones de exégesis
y de teología bíblica a las que remitimos para ser más exhaustivos. Con todo,
hay que resaltar que, en nuestro tiempo y en nuestro medio, es lamentablemente
poco difundida y menos aún reflexionada la exposición de “Teología del cuerpo”
del Papa Juan Pablo II en sus alocuciones de los miércoles durante 5 años (5
septiembre 1979 al 20 noviembre 1984) durante las cuales se aplicó a definir
una “teología del cuerpo” a través de 130
discursos (en español, además de la publicación semanal en L’OR, de ese tiempo, puede verse: Hombre y mujer. Teología del cuerpo, Ed. Palabra,
Madrid 1995). Me ha llamado la atención, en ese sentido, el interés de la
acción pastoral de la Arquidiócesis de Miami, USA, que, para llenar ese vacío,
adelanta una actividad de difusión y catequesis de las temáticas expuestas por
el Santo Padre mediante los talleres, de buena acogida entre los jóvenes, en
los que se estudian los textos: Teología del Cuerpo. El amor humano en el plan de Dios. Vol.
I: "En el Principio". La unidad original del varón y la mujer; Vol.
II: "En el corazón". Cristo apela al interior de la mujer y el varón Libro Libre Escazú Costa Rica Serie hombre y Dios 2006.
[53] Friedrich BAUMGÄRTEL: art. sa,rx en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico
del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt. 986, v. XI 1283-1290.
[54] Su discriminación en F. BAUMGÄRTEL, en ibíd.
[55] Como ocurre en Gn 41,2s con las vacas cuya carne es de
mal o buen aspecto, o en Jr 11,15,
con la carne de las víctimas de los sacrificios, y, finalmente, en la “carne
impura”, en el caso de Ez 4,14, o del
“alimento de las fieras”, en Dn 7,5.
[56] F. BAUMGÄRTEL: art. sa,rx en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH
(dir.): Grande lessico del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt.
986, v. XI 1288.
[57] וַיִּפְּל֤וּ עַל־פְּנֵיהֶם֙ וַיֹּ֣אמְר֔וּ אֵ֕ל אֱלֹהֵ֥י הָרוּחֹ֖ת לְכָל־בָּשָׂ֑ר הָאִ֤ישׁ אֶחָד֙ יֶחֱטָ֔א וְעַ֥ל כָּל־הָעֵדָ֖ה תִּקְצֹֽף׃
Nova Vulgata: “Qui ceciderunt proni
in faciem atque dixerunt: “Deus, Deus spirituum universae carnis; num, uno
peccante, contra omnes ira tua desaeviet?””, en: http://www.vatican.va/archive/bible/nova_vulgata/documents/nova-vulgata_vt_numeri_lt.html#16.
[59] La revisión del tema en la literatura griega la omitimos. Pero
puede leerse muy provechosamente en nuestro autor citado: Eduard SCHWEIZER:
art. sa,rx en: Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico
del Nuovo Testamento, o. c., p. 393, nt. 1909, v. XI 1267-1283.
[60] En la literatura intertestamentaria coexistieron las dos
tendencias, una, cuando predomina el dualismo, que se traduce en una fuerte
corriente ascética que busca frenar la carne para dar libertad al espíritu, que
prefiere la renuncia al placer de la carne, inclusive con ciertas costumbres
vegetarianas que la acompañan (es el pensamiento que se encuentra, por ejemplo,
señala Schweizer, en el Testamento de
Abraham A20, etc.). En cambio, en el Testamento
de los XII Patriarcas (Zabulón) 9,7, se subraya que “la humanidad entera es
pecadora, no es sólo débil, mortal, limitada, sino que es presa de la seducción
de los espíritus que, en cuanto seres sin cuerpo, son mucho más fuertes” a
causa de su pecado (Judá 19,4).
Cf. art. σάρξ en: ibíd., v. XI
1320-1322.
[61] También en Jdt 10,13
encontramos: ού… σάρξ μία ούδέ πνεΰμα ζωής para referirse a la “vida”
de las personas considerada en su totalidad. También es el caso de Eclo – Si – 40,8 en donde la σάρξ se refiere a la creaturalidad frágil,
típica, como hemos señalado, del AT; o como en 28,5, a propósito de la
falibilidad del obrar humano.
E. SCHWEIZER en su
colaboración para el art. σάρξ
en: ibíd., v. XI 1293, afirma que tanto
un elemento como el otro no dejan de designar en todo el AT, inclusive en los
textos deuterocanónicos – a los que denomina “faltantes en el canon hebraico” –
“al hombre en su totalidad y son propiamente equivalentes. Para el autor se ve
que uno y otro conceptos definen al hombre, el cual no puede ser adecuadamente
comprendido si se lo considera bajo sólo una de las dos angulaturas”. Y añade
que sólo en textos que poseen una impronta helenística mayor, apenas si se
alcanza a entrever una mayor contraposición, muy especialmente cuando se trata
el tema sexual, como sucede, afirma el autor, en Sb 7,1s, en el que el πνεΰμα σοφίας sólo vendrá posteriormente
(7,7).
[62] Cf. José DE GOITIA O.F.M.: « Cristo a la luz del concepto "SARX"» en: SeT V. 2, n. 7 jul.-sep. 1963 226-227.
[63] Las opiniones, como menciona Eduard SCHWEIZER en el art. sw,ma en:
Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo
Testamento, o. c., p. 393, nt. 1909, v. XIII 611 nt. 1 a 3.
De este artículo resumimos algunas de sus investigaciones.
[64] Contemporáneo de Homero, ss. VIII – VII a. C., sin embargo, se
duda sobre la autenticidad de sus obras: “Los críticos racionalistas del s. XIX
han puesto de manifiesto la incoherencia de estos poemas y muchos filólogos han
pensado que no eran tales, sino conglomerados de poemas. Especialmente se ha
sostenido esto para la Teogonia. Para
los Trabajos y Días se niega la
paternidad hesiódica de la parte de los Días. El Escudo de Heracles desde antiguo se viene considerando como un
poema no hesiódico viendo los rasgos distintos que presenta esta obra con
respecto a las otras dos”, afirma (el seudónimo) Agamador & Tiresias en:
“La poesía épica” (consulta junio 2006): http://www.culturaclasica.com/literatura/grecia/epica3.htm
[65] En su “Historia” (Obras) 1,32,8 llega a exponer una
conclusión, fruto de sus dilatados viajes y contactos: así como ninguna tierra
es autosuficiente, tampoco el σωμα de un humano lo es.
[66] El paso al que hacemos referencia se puede encontrar en Helena 587 (412 a. C.).
[67] Cf. para cada uno de ellos: Eduard SCHWEIZER en el art. σωμα en
Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo
Testamento, o. c., p. 393, nt. 986, v. XIII 615-616.
Un estudio sobre estos
conceptos y su interpretación contemporánea ha sido presentado por el Papa
BENEDICTO XVI en su enc. DCE, 25 de
diciembre de 2005, 2-18, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est_sp.html
[68] Timeo 46d; 53c.
[69] Cf. Fedro 264c.
[70] Cf. Fedro 232e; Banquete 181b.
[71] Cf. Fedro 79be; 80ab; 94b-e.
[72] Cf. Timeo 43a.
[73] Cf. Timeo 42e; 43a.
[74] Ibid.
[75] Cf. Timeo 90a.b.
[76] La relación tronco-cabeza, en Retórica
3,14; la mezcla en el “cuerpo”, De la
generación de los animales 2,4.
[77] Cf. Política 7,15.
[78] Cf. Política 1,2; 5,3.
[79] Cf. De la generación de los animales 2,1.
[80] Cf. Ética a Nicómaco 2,2.
[81] Cf. Sobre el cielo 1,7.
[82] Para toda esta referencia, cf. Eduard SCHWEIZER en el art. σωμα
en Gerhard KITTEL – Gerhard FRIEDRICH (dir.): Grande lessico del Nuovo
Testamento, o. c., p. 393, nt. 986, v. XIII 629-648.
[83] Cf. ibíd., v.
XIII 648-659.
[84] Cf. Friedrich
BAUMGÄRTEL: art. en: ibíd., v. XI 1283-1290, y compárese la lista con su
otro art. σωμα en ibíd., v. XIII 660-661.
[85] “[…] medicina será para tu carne”.
[86] “Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas, mi piel
se agrieta y supura”.
[87] “Al cabo de los diez días se vio que tenían mejor aspecto y
estaban más rollizos que todos los jóvenes que comían los manjares del rey.”
[88] “El sacerdote se vestirá su túnica de lino y cubrirá su cuerpo
con calzones de lino”.
[89] “Depositaron sus armas en el templo de Astarté y colgaron su
cuerpo de los muros de Bet San… se levantaron todos los valientes y caminando
durante toda la noche, tomaron del muro de Bet San el cuerpo de Saúl y los
cuerpos de sus hijos y llevándolos a Yabés los quemaron allí.”
[90] “[…] caballería que avanza, llamear de espadas, centellear de
lanzas... multitud de heridos, montones de muertos, cadáveres sin fin,
cadáveres en los que se tropieza!”
[91] “Esaú tomó a sus mujeres de entre las cananeas: a Adá, hija de
Elón el hitita, a Oholibamá, hija de Aná, hijo de Sibeón el jorita, y a Basmat,
hija de Ismael, la hermana de Nebayot. Adá dio a luz para Esaú a Elifaz, Basmat
le dio a Reuel. Oholibamá le dio a Yeús, Yalam y Coré. Estos son los hijos que
le nacieron a Esaú en Canaán. Esaú tomó a sus mujeres, hijos e hijas y a todas
la personas de su casa, su ganado, todas sus bestias y toda la hacienda que
había logrado en territorio cananeo, y se fue al país de Seír, enfrente de su
hermano Jacob, porque los bienes de entrambos eran demasiados para poder vivir
juntos, y el país donde residían no daba abasto para tanto ganado como tenían.”
[92] “Los hijos de Jacob pasaron sobre los muertos, pillaron la ciudad
que había violado a su hermana, se apoderaron de sus rebaños, vacadas y asnos,
cuanto había en la ciudad y cuanto había en el campo, saquearon toda su
hacienda y sus pequeñuelos y sus mujeres, y pillaron todo lo que había dentro.
Jacob dijo a Simeón y a Leví: «Me habéis puesto a malas haciéndome odioso entre
los habitantes de este país, los cananeos y los perizitas, pues yo dispongo de
unos pocos hombres, y ellos van a juntarse contra mí, me atacarán y seré
aniquilado yo y mi casa.» Replicaron ellos: « ¿Es que iban a tratar a nuestra
hermana como a una prostituta?»”
[93] “Vale más pobre sano y fuerte de constitución que rico lleno de
achaques en su cuerpo. Salud y buena constitución valen más que todo el oro,
cuerpo vigoroso más que inmensa fortuna. Ni hay riqueza mejor que la salud del
cuerpo, ni contento mayor que la alegría del corazón.”
[94] “[..] hasta el punto que de los ojos del impío pululaban gusanos,
caían a pedazos sus carnes, aun estando con vida, entre dolores y sufrimientos,
y su infecto hedor apestaba todo el ejército.”
[95] “Hijo, por un muerto lágrimas derrama, como quien sufre
cruelmente, entona la lamentación; según el ceremonial entierra su cadáver y no
seas negligente con su sepultura.”
[96] Ya lo veíamos al tratar de las “curaciones” y de los “exorcismos” de Jesús (cf. 1.d., p. 427ss). La atención y preocupación por la “integridad” o la “integralidad” (como prefiero decir en varias ocasiones para subrayan los diferentes elementos del conjunto o “compositum” humano, y no específicamente la sanidad de los mismos), es una de las características que destaca Joseph RATZINGER de Jesús: “Así, las curaciones milagrosas son para Jesús y los suyos un elemento subordinado en el conjunto de su actividad, en la que está en juego lo más importante, el «Reino de Dios» justamente, que Dios sea Señor en nosotros y en el mundo. Del mismo modo que el exorcismo ahuyenta el temor a los demonios y confía el mundo, que proviene de la Razón de Dios, a la razón del hombre, así también el curar por medio del poder de Dios es al mismo tiempo una invitación a creer en Él y a utilizar las fuerzas de la razón para el servicio de curar. Con ello se entiende siempre una razón abierta, que percibe a Dios y por tanto reconoce también a los hombres como unidad de cuerpo y alma. Quien quiera curar realmente al hombre, ha de verlo en su integridad y debe saber que su última curación sólo puede ser el amor de Dios”: Jesús de Nazaret, o. c., p. 26, nt. 57, 215.
Sobre los demonios y los endemoniados, subrayemos nuevamente, que la acción curativa de Jesús llegaba de manera profunda y abarcaba a la persona entera en este tipo de situaciones, cuyas expresiones hemos mencionado en otros lugares. De María Magdalena, afirmó Lc 8,2, Jesús “había expulsado siete demonios”, es decir, según el Evangelista, ella había estado sobremanera sometida al influjo del mal personalizado, esclavizada por él: atiende Jesús, entonces, a la curación corporal y espiritual de esta mujer, y en particular de unas enfermedades de su “mente” – no sólo aquejada por “problemas psicológicos”, dijéramos –, que no puede acceder a Dios y a sus obras de verdad y de justicia, a causa, quizás, de maneras prejuiciosas de ver la realidad: pues, mientras el demonio siembra división en el corazón humano – entre cuerpo y alma, entre el hombre y Dios, entre un hombre y otro hombre en el ámbito individual, nacional, internacional, entre el hombre y las demás creaturas – , Dios, por el contrario siembra paz y reconciliación. Por eso, en contraste con la acción demoníaca, la misión de los discípulos de Jesús – María Magdalena, en primer lugar, como hemos visto a propósito de la Resurrección – estará destinada a ser consecuencia de su apertura a Dios, y, por lo tanto a la verdad y a la justicia de Dios tanto en el anuncio de la palabra de Dios como también en los gestos de caridad, de servicio y de dedicación que la acompañan. Véanse, sobre el tema, las intervenciones del Papa Benedicto XVI del 15 y del 22 de julio de 2012, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2012/documents/hf_ben-xvi_hom_20120715_frascati_it.html y en http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29502.php?index=29502&po_date=22.07.2012&lang=sp
Sobre los demonios y los endemoniados, subrayemos nuevamente, que la acción curativa de Jesús llegaba de manera profunda y abarcaba a la persona entera en este tipo de situaciones, cuyas expresiones hemos mencionado en otros lugares. De María Magdalena, afirmó Lc 8,2, Jesús “había expulsado siete demonios”, es decir, según el Evangelista, ella había estado sobremanera sometida al influjo del mal personalizado, esclavizada por él: atiende Jesús, entonces, a la curación corporal y espiritual de esta mujer, y en particular de unas enfermedades de su “mente” – no sólo aquejada por “problemas psicológicos”, dijéramos –, que no puede acceder a Dios y a sus obras de verdad y de justicia, a causa, quizás, de maneras prejuiciosas de ver la realidad: pues, mientras el demonio siembra división en el corazón humano – entre cuerpo y alma, entre el hombre y Dios, entre un hombre y otro hombre en el ámbito individual, nacional, internacional, entre el hombre y las demás creaturas – , Dios, por el contrario siembra paz y reconciliación. Por eso, en contraste con la acción demoníaca, la misión de los discípulos de Jesús – María Magdalena, en primer lugar, como hemos visto a propósito de la Resurrección – estará destinada a ser consecuencia de su apertura a Dios, y, por lo tanto a la verdad y a la justicia de Dios tanto en el anuncio de la palabra de Dios como también en los gestos de caridad, de servicio y de dedicación que la acompañan. Véanse, sobre el tema, las intervenciones del Papa Benedicto XVI del 15 y del 22 de julio de 2012, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2012/documents/hf_ben-xvi_hom_20120715_frascati_it.html y en http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29502.php?index=29502&po_date=22.07.2012&lang=sp
[97] “Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo
vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que
tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por
ejemplo o de alguna otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada
semilla un cuerpo peculiar. No toda carne es igual, sino que una es la carne de
los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los
peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el resplandor de
los cuerpos celestes y otro el de los cuerpos terrestres. Uno es el resplandor
del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere
de otra en resplandor. Así también en la resurrección de los muertos: se
siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria;
se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural,
resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un
cuerpo espiritual. En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el
primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida. Mas no
es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual.
El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo.
Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así
serán los celestes. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre
terreno, llevaremos también la imagen del celeste.”
[98] “Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada
terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna,
no hecha por mano humana, que está en los cielos.”
[99] “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que
ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal
será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien
transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.”
[100] “¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en
vuestro cuerpo.”
[101] Leopold SABOURIN: El Evangelio de Lucas, o. c., p.
399, nt. 959, 150 refiere que se trata de una expresión típica semítica,
similar a la que se encuentra, por ejemplo, en 1 Re 17,18 y en Jn
2,4.
[102] Cf. Ap 1,8; 4,8.11;
11,17; 15,3.4; 16,7; 18,8; 19,6; 21,22; 22,5.6.
[103] Cf. la expresión “El Señor y su Cristo”, en Ap 11,15 y 12,10; pero, específicamente referido a Cristo, el
Cordero y al Señor de señores y Rey de reyes, en Ap 15,3.4; 21,22; 17,14; 19,16; 14,13; 11,8; 15,3.4.
[104] CONC. VAT. II: Constitución Sacrosanctum Concilium 7, en
la edición Documentos del Vaticano II. Constituciones, Decretos,
Declaraciones. Edición de bolsillo BAC Madrid 198036 141.
[105] “Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo”:
San Agustín, obispo: Sermones (Sermón
Mai 98, sobre la Ascensión del Señor, 1-2: PLS
2,494-495), en: Liturgia de las Horas
según el rito romano (v.) II. Tiempo de Cuaresma, Santísimo Triduo Pascual,
Tiempo pascual Editorial Regina Barcelona 1981 930-931.
[106] “Concédenos, Señor, rebosar de alegría al celebrar la gloriosa
ascensión de tu Hijo, y elevar a ti una cumplida acción de gracias, pues el
triunfo de Cristo es ya nuestra victoria, y, ya que él es la cabeza de la
Iglesia, haz que nosotros, que somos su cuerpo, nos sintamos atraídos por una
irresistible esperanza hacia donde él nos precedió”: Colecta de la solemnidad
de la Ascensión del Señor, Liturgia de
las Horas según el rito romano (v.) II. Tiempo de Cuaresma, Santísimo Triduo
Pascual, Tiempo pascual Editorial Regina Barcelona 1981 934. De igual modo
la oración poscomunión del día.
[107] “Por eso, únicamente la esperanza en la «patria del cielo»
proporciona la libertad para actuar en este mundo de un modo no espasmódico,
ajustado a la realidad, tolerante y pacífico. Este punto de vista ha sido
desarrollado por una serie de teólogos contemporáneos, especialmente por
J. B. Metz, que se apoya en la
autoridad de Karl Rahner. A este
respecto, habla Metz de la «reserva escatológica» bajo la que el cristiano vive en este mundo. La «reserva escatológica» significa que, en la esperanza de que la
realización última vendrá de Dios, y únicamente de Dios hay que esperarla,
todo lo demás en este mundo es realidad penúltima. Con lo cual no se pretende
decir que todo ello sea indiferente, sino que nada puede reivindicar para sí un
valor absoluto, un significado absoluto. Precisamente en la libertad que se
deriva de esta actitud vive el cristiano de un modo libre, sereno,
paciente, no neurótico, no fanático, no totalitario. La esperanza cristiana en
cuanto "vida bajo la reserva
escatológica" nos hace,
pues, libres para obrar racionalmente en este mundo”: Gisbert GRESHAKE: Más fuerte que la muerte. Lectura
esperanzada de los "novísimos" Sal Terrae Col. Alcance 21
Santander 1981 111-140. Cf. Johann B. METZ: La
fe en la historia y en la sociedad Cristiandad Madrid 1979 128.
[108] Recordemos, era la expresión de Jean Paul SARTRE, según el mismo,
“ateo”, filósofo existencialista que se planteó las preguntas más hondas del
ser humano sobre la libertad, sobre las relaciones interpersonales y sobre la
existencia de Dios. Cf. del autor, El ser
y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica Ed. Losada Buenos Aires 1966
747. Para un estudio de la problemática planteada por Sartre, cf. Antonio T.
PADOVANO: El Dios lejano. El hombre
moderno en su búsqueda de la fe Ed. Sal Terrae Santander 1968 23-29. Cf.
también Maria Fernanda GUEVARA RIERA: “El amor en las
relaciones concretas con el prójimo. Ontología y Etica en El Ser y La Nada” en:
Logoi: Revista de Filosofía 1 1998
7-26.
[109] Cf. nt. 1072. Después de responderle Dios a Moisés desde su
experiencia histórica y con argumentos históricos (“Yo soy el Dios de tu padre,
el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”, Ex 3,6), Dios le da a conocer su propio y santo Nombre sin romper
con esa misma experiencia: Yahvéh (Ex 3,14): “Yo soy el que soy”, “Yo soy
el que es”, “Yo soy el que hace ser”. Como hemos aludido en otro momento, se
resume en esa expresión la síntesis de “teología negativa” en la pretensión
humana de tratar de comprender a Dios. Cf. la nt. de la Biblia de Jerusalén, o. c., p.
84, nt. 208, (R. de Vaux) 65.
Ha de tenerse en cuenta a
este propósito la formulación del Concilio IV DE LETRÁN (DS 806) declaró
explícitamente que, por grande que sea la semejanza que aparece entre el
Creador y la criatura, siempre es más grande la desemejanza entre ellos.
[110] Para su seguimiento, cf. 1.a.2, p. 387s; 1.a.3, p. 392ss; 1.c.5,
pp. 425-428; 1.d.A.b), p. 436; 1.d.B.i), p. 446; 1.d.B.n), p. 454ss; 1.d.C, p.
457; 1.d.C.q), p. 464ss; 1.e.2, p. 469; 1.f.1)5, p. 489; 1.f.4)a)12, p. 495s;
1.f.4)b)19.c’), p. 514; 1.f.4)d)21, p. 520; 1.f.d)30.b’), p. 532; 1.g.8, p.
559; 1.g.3)2°), p. 575; 1.h.1, p. 589; 1.h.1)b)7, p. 597; 1.h.1)d)15, p. 603ss;
1.h.2)b)19, p. 609s.
El Papa JUAN PABLO II en una
inolvidable catequesis sobre el Salmo
8, al comentar su relectura por parte del autor de la epístola a los Hebreos, no sólo puso de relieve el
aspecto cristológico y soteriológico sino antropológico-cristiano del mismo:
“3. El autor de la carta a los Hebreos, al releer el salmo 8,
descubrió en él una visión más profunda del plan de Dios con respecto al
hombre. La vocación del hombre no se puede limitar al actual mundo terreno.
Cuando el salmista afirma que Dios lo sometió todo bajo los pies del
hombre, quiere decir que le quiere someter también "el mundo futuro"
(Hb 2, 5), "un reino inconmovible" (Hb 12, 28). En
definitiva, la vocación del hombre es una "vocación celestial" (Hb
3, 1). Dios quiere "llevar a la gloria" celestial a "muchos
hijos" (Hb 2, 10). Para que se cumpliera este designio divino, era
necesario que la vida fuera trazada por un "pionero" (cf. Hb
2, 10), en el que la vocación del hombre encontrara su primera realización
perfecta. Ese pionero es Cristo. El autor de la carta a los Hebreos observó,
al respecto, que las expresiones del salmo se aplican a Cristo de modo
privilegiado, es decir, de un modo más preciso que a los demás hombres. En
efecto, el salmista utiliza el verbo "abajar", diciendo a
Dios: "Abajaste al hombre un poco con respecto a los ángeles, lo
coronaste de gloria y dignidad" (Sal 8, 6; Hb 2, 7). Para
los hombres en general este verbo es impropio, pues no han sido
"abajados" con respecto a los ángeles, ya que nunca se han encontrado
por encima de ellos. En cambio, para Cristo el verbo es exacto, porque, en
cuanto Hijo de Dios, se encontraba por encima de los ángeles y fue abajado
cuando se hizo hombre, pero luego fue coronado de gloria en su resurrección.
Así Cristo cumplió plenamente la vocación del hombre y la cumplió, precisa el
autor, "para bien de todos" (Hb 2, 9).” Audiencia del 24 de
septiembre de 2003, en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/2003/documents/hf_jp-ii_aud_20030924_sp.html
Muchos contemporáneos
detestan cualquier intromisión “de lo alto”, “de por fuera” del ser humano,
como un detrimento de su autonomía, como un abuso e inicua intervención o
limitación de su obrar, sin considerar que – además de una inadecuada
comprensión de dichos términos y de la realidad misma –, acaso, precisamente en
una fundamentación del ser humano en Dios es precisamente el mejor antídoto
contra cualquier atentado contra la dignidad misma humana y contra cualquier
impugnación o violación de sus libertades y derechos auténticos. La vida humana
comprendida como vocación y en proceso de salvación, como evidencia la
Resurrección del Señor, tiene su fundamento, pero también su destino, y ella
misma consiste en un completo vivir en Dios y para Él. Véase al respecto el mensaje del S. P. BENEDICTO XVI con
ocasión del XXXIII Meeting per l’Amicizia fra i Popoli, 10 agosto 2012, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29558.php?index=29558&po_date=19.08.2012&lang=sp
Para reiterar y precisar mejor la enseñanza de la Iglesia sobre la "salvación cristiana", la Congregación para la Doctrina de la Fe hizo pública la Carta Placuit Deo el 1° de marzo de 2018, aprobada el 22 de febrero del mismo año, carta dirigida "a los Obispos de la Iglesia Católica". Algunas principales dificultades al respecto quedaron plasmadas en el n. 2: "El mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el único Salvador de todo el hombre y de toda la humanidad (cf. Hch 4, 12; Rm 3, 23-24; 1 Tm 2, 4-5; Tt 2, 11-15)[2]. Por un lado, el individualismo centrado en el sujeto autónomo tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza[3]. En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu (cf. 2 Co 5, 19; Ef 2, 18). Por otro lado, se extiende la visión de una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la Encarnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana, asumiendo nuestra carne y nuestra historia, por nosotros los hombres y por nuestra salvación". En: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20180222_placuit-deo_sp.html#_ftnref1
Para reiterar y precisar mejor la enseñanza de la Iglesia sobre la "salvación cristiana", la Congregación para la Doctrina de la Fe hizo pública la Carta Placuit Deo el 1° de marzo de 2018, aprobada el 22 de febrero del mismo año, carta dirigida "a los Obispos de la Iglesia Católica". Algunas principales dificultades al respecto quedaron plasmadas en el n. 2: "El mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el único Salvador de todo el hombre y de toda la humanidad (cf. Hch 4, 12; Rm 3, 23-24; 1 Tm 2, 4-5; Tt 2, 11-15)[2]. Por un lado, el individualismo centrado en el sujeto autónomo tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza[3]. En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu (cf. 2 Co 5, 19; Ef 2, 18). Por otro lado, se extiende la visión de una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la Encarnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana, asumiendo nuestra carne y nuestra historia, por nosotros los hombres y por nuestra salvación". En: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20180222_placuit-deo_sp.html#_ftnref1
Como hemos hecho notar, cada uno de los aspectos del Misterio del Señor Jesús no sólo se entrelaza con los demás sino que tiene sus consecuencias en la antropología teológica. La Resurrección es clave y definitiva no sólo en el proceso de la fe de los Apóstoles sino en la Revelación del querer salvífico de Dios, y a ellos, como en el caso presente, aludiremos en las tres restantes dimensiones.Oportunamente veremos, de
nuevo, estas implicaciones antropológicas de la cristología.
[111] “Pur quando non riguarda
la storia propriamente ecclesiastica, l’analisi storica concorre comunque alla
descrizione di quello spazio vitale in cui la Chiesa ha svolto e svolge la sua
missione attraverso i secoli. Indubbiamente la vita e l’azione ecclesiali sono
sempre state determinate, facilitate o rese più difficili dai diversi contesti
storici. La Chiesa non è di questo mondo ma vive in esso e per esso”: Audiencia a los Miembros del Pontificio
Comité de Ciencias Históricas, 7 de marzo de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21801.php?index=21801&po_date=07.03.2008&lang=sp (Traducción mía).
[112] En el pensamiento de Jesús el aspecto soteriológico, como se ha
podido observar, es definitivo. Una posición que individualice los plazos y los
relativice hasta minimizarlos, suprime la historia y asume la opinión de cierta
gnosis y del docetismo. Negar la parusía y la expectativa que lleva consigo, no
sólo hace traición a la mente de Jesús al respecto, sino que la privan de una
dimensión colectiva que le es muy propia y que conduciría a nuevos escapismos.
Si algo puede aportar de novedoso el cristianismo es, precisamente su
insistencia en la historia, su revalorización de la historia, que se opone, sin
duda, a cierta concepción evolucionista del tiempo que evita preguntarse
“cuánto tiempo tenemos aún” para llegar a la salvación. La idea se encuentra ya
en J. B. Metz. Cf. Fredy PARRA, Profesor
de la Facultad de Teología, Pontificia Universidad Católica de Chile: “Historia
y escatología en Manuel Lacunza. La
temporalidad a través del milenarismo lacunziano” en: Teología y Vida XLIV 2003 167-183.
También en (consulta junio 2006): http://www.scielo.cl/pdf/tv/v44n2-3/art03.pdf.
[113] Muy especialmente, en lo que se refiere a las consecuencias
“morales” de este principio antropológico, es menester destacar que “Ante las
normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones
para nadie…ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales”. La
expresión la empleó el Papa JUAN PABLO II en su encíclica VS 96.
[114] La vida en toda su diversidad tiene (también) un origen en la
materia-energía (cf. Gilberto CELY GALINDO, S. J.: Gen-Ética. Donde la vida y la ética se articulan. El mundo de los
transgénicos 3R Editores Bogotá 2001 302. Varias ideas del autor tengo en
cuenta para la elaboración de los siguientes párrafos (cf. ibid. 300ss). A este mundo alcanza la actividad de Cristo
Encarnado-Resucitado, como, en nuestro tiempo, por caminos distintos, han
expuesto Teilhard de Chardin y el Conc. Vat. II. Cf. más adelante, 2.d.2)7ss,
p. 685ss.
[115] Ralph L. BEALS – HARRY HOIJER: Introducción a la Antropología, o. c., p. 59, nt. 124,
63-64. Más que cualquier otra especie, el ser humano aprende una proporción
mayor de su comportamiento que cualquier otro animal, por ejemplo: “El hombre
viene al mundo como una criatura desvalida que no posee mecanismos heredados
realmente desarrollados para el comportamiento. Necesita ser enseñado a comer,
a hablar, a andar y a ejecutar casi todas las acciones requeridas para la vida…
Los hombres, como los animales, viven en grupos más o menos organizados
(sociedades). Los miembros de las sociedades humanas siempre comparten un
número de modos o medios distintivos de comportamiento que, tomados en su
conjunto, constituyen su cultura. Cada sociedad humana tiene su propia cultura,
distinta en su integridad de la de cualquier otra sociedad… La cultura no está
restringida a ciertos campos especiales de conocimientos; abarca los modos de
comportamiento derivados de la esfera total de la actividad humana… La cultura
no sólo incluye las técnicas y métodos del arte, la música y la literatura,
sino también los utilizados para hacer alfarería, coser vestidos o edificar
casas… (Abarca) las otras muchas actividades características de una sociedad…
aún las que no se conservaron mediante escritura… La cultura engloba a la
civilización… Todas las civilizaciones, incluyendo a las grandes de hoy en día
y de los tiempos antiguos, no son sino ejemplos especiales de cultura,
distintivas en la cantidad de contenido y en la complejidad de sus normas, pero
no cualitativamente diferentes de las culturas de los llamados pueblos
incivilizados”: (ibid. 261-264).
[116] Ibíd., 65. Los modelos de comportamiento humanos, independientemente de las
diferencias raciales, son muchísimo más variados que los de otras especies, así
tengan como soportes unos miembros que funcionan fisiológicamente en forma
similar a los de ellas, o estructuras corporales esencialmente similares, o aún
mecanismos psicológicos sumamente parecidos. Las mismas variaciones se observan
en la manera de preparar las comidas, en el uso del vestido y del adorno, y,
para nuestro caso, muy especialmente en lo que se refiere a las costumbres que
rigen los comportamientos en la interrelación social, es decir, en las
relaciones de las personas con sus semejantes. Cf. ibid. 260-261.
Notas finales
[i] Leonardo BOFF: Hablemos
de la otra vida Santander España
Sal Terrae 1978 185-194. También en (consulta junio 2006): http://www.mercaba.org/FICHAS/JESUS/que_significa_que_cristo_subio_a.htm
En idéntico sentido se expresó
el Papa Juan Pablo II: “3. El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo
también en relación con el misterio de Cristo. Para indicar que el sacrificio
del Redentor asume valor perfecto y definitivo, la carta a los Hebreos afirma
que Jesús «penetró los cielos» (Hb 4, 14) y «no penetró en un santuario
hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo
cielo» (Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo
especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del
cielo. Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo
en un texto de gran intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor
con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente
con Cristo -por gracia habéis sido salvados y con él nos resucitó y nos hizo
sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros
la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en
Cristo Jesús» (Ef 2, 4-7). Las criaturas experimentan la paternidad de
Dios, rico en misericordia, a través del amor del Hijo de Dios, crucificado y
resucitado, el cual, como Señor, está sentado en los cielos a la derecha del
Padre.
4. Así pues, la
participación en la completa intimidad con el Padre, después del recorrido de
nuestra vida terrena, pasa por la inserción en el misterio pascual de Cristo.
San Pablo subraya con una imagen espacial muy intensa este caminar nuestro
hacia Cristo en los cielos al final de los tiempos: «Después nosotros, los que
vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos (los
muertos resucitados), al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos
siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras» (1 Ts
4, 17-18). En el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la
«bienaventuranza» en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco
un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la
santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo
resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo. Es preciso mantener
siempre cierta sobriedad al describir estas realidades últimas, ya que
su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista
logra reflejar de una forma menos impropia la situación de felicidad y paz en
que nos situará la comunión definitiva con Dios. El CAICsintetiza la
enseñanza eclesial sobre esta verdad afirmando que, «por su muerte y su
resurrección, Jesucristo nos ha abierto el cielo. La vida de los
bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención
realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han
creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad
bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él» (n.
1026).”: Audiencia del miércoles 21 de julio de 1999 en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1999/documents/hf_jp-ii_aud_21071999_sp.html
[ii] El Papa Juan Pablo II al examinar en concreto este
asunto afirmó que “la dignidad de cada hombre y su vocación correspondiente
encuentran su realización definitiva en la unión con Dios, y no comporta aquí ninguna
limitación, así como no limita absolutamente la acción salvífica y santificante
del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o griego, esclavo o libre,
según las conocidas palabras del Apóstol: «Porque todos sois uno en Cristo
Jesús» (Gál 3, 28).
“Pero, en su
peculiaridad, la mujer se encuentra en el corazón mismo de este
acontecimiento salvífico, insertándose en el servicio mesiánico de Cristo:
la virginidad y la maternidad son como dos dimensiones particulares de la
realización de la personalidad femenina. El análisis científico confirma
plenamente que la misma constitución física de la mujer y su organismo tienen
una disposición natural para la maternidad, es decir, para la concepción, gestación
y parto del niño, como fruto de la unión matrimonial con el hombre. Al mismo
tiempo, todo esto corresponde también a la estructura psíquico-física de la
mujer. Todo lo que las diversas ramas de la ciencia dicen sobre esta materia es
importante y útil, a condición de que no se limiten a una interpretación
exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la maternidad. Una imagen así
«empequeñecida» estaría a la misma altura de la concepción materialista del
hombre y del mundo. En tal caso se habría perdido lo que verdaderamente es
esencial: la maternidad, como hecho y fenómeno humano, tiene su explicación
plena en base a la verdad sobre la persona. La maternidad está unida a la
estructura personal del ser mujer y a la dimensión personal del don: «He
adquirido un varón con el favor de Yahwéh» (Gén 4, 1). El Creador
concede a los padres el don de un hijo. Por parte de la mujer, este hecho está
unido de modo especial a «un don sincero de sí». Las palabras de María en la
Anunciación «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38) significan la
disponibilidad de la mujer al don de sí, y a la aceptación de la nueva vida.
“En la maternidad de la
mujer, unida a la paternidad del hombre, se refleja el eterno misterio del
engendrar que existe en Dios mismo, uno y trino (cf. Ef 3, 14-15). El
humano engendrar es común al hombre y a la mujer. Y si la mujer, guiada por el
amor hacia su marido, dice: «te he dado un hijo», sus palabras significan al
mismo tiempo: «este es nuestro hijo». Sin embargo, aunque los dos sean padres
de su niño, la maternidad de la mujer constituye una «parte» especial de
este ser padres en común, así como la parte más cualificada. Aunque el
hecho de ser padres pertenece a los dos, es una realidad más profunda en la
mujer, especialmente en el período prenatal. La mujer es «la que paga»
directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de
su cuerpo y de su alma. Por consiguiente, es necesario que el hombre sea
plenamente consciente de que en este ser padres en común, él contrae una
deuda especial con la mujer. Ningún programa de «igualdad de derechos» del
hombre y de la mujer es válido si no se tiene en cuenta esto de un modo
totalmente esencial.” JUAN PABLO II: Carta apostólica Mulieris dignitatem sobre la dignidad y la vocación de la mujer, con
ocasión del año mariano, día 15 de
agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, del año 1988,
especialmente n. 18.
Comentarios