Capítulo V


Continuación (IV.4)



4. Nueva revisión de la hominización desde la perspectiva de la Recapitulación de Jesucristo: interpretación antropológica que pone de relieve los significados y los valores emergentes de los anteriores datos, con vistas a su empleo en la ética y en la moral teológica.


1. Hemos visto en las secciones anteriores de qué manera S. Tomás DE AQUINO hacía notar la indisoluble relación sacramental existente entre los diferentes aspectos del misterio de la persona de Cristo con realidades humanas identificables, próximas, concretas, de la vida diaria, y, muy especialmente, en relación con las capacidades o “virtudes” que nos facultan para conducir una vida moral humano-divina como ejercicio de la condición humano-divina de cada persona. También la anakefalaíosis lo hace, como hemos observado, recalcando, sobre todo, las características terminales de reconciliación, paz, plenitud, escatología y universalidad, entre otras.

En esta perspectiva se entiende bien por qué el “Amor” (“cáritas” o cháritas en latín, de “cάriV” – don – en griego; mejor aún: αγαπή) sea considerado la característica principal de Dios, como se ha mostrado en toda la Revelación, y de modo culminante en el NT[1]. Y, si el ser humano ha sido creado y re-creado a imagen de Dios en Cristo, no menos podía poseer las condiciones para poner esa “potencia” de amor en “acto”, para recibir del amor las motivaciones principales para su obrar, e, inclusive, para reconocer de qué manera el amor es la clave final de interpretación de la vocación humana y del destino definitivo de los seres humanos, mujeres y hombres reconciliados y salvados, y, más aún, del cosmos entero[2].

Santo Tomás resalta especialmente las características positivas y las expresiones virtuosas del amor; pero no deja de advertirnos los peligros que se ciernen, por exceso como por defecto, sobre esta virtud originada principal y propiamente en Dios, no en las criaturas, y orientada principal y últimamente a Dios, no a las criaturas: todo ello no debe perderse de vista como propio y original de las personas humanas:




Virtudes
Vicios
Caridad[3]

Amistad - dilección[4]


Odio[5]
Gozo[6]


Acedía, amargura[7]

Envidia[8]
Paz – concordia[9]


Discordia[10]

Discusión contra la verdad o la persona[11]

Cisma[12]

Guerra[13]

Pelea por odio o ira[14]

Sedición[15]
Misericordia[16]

Beneficencia[17]


Escándalo[18]
Limosna[19]

Corrección fraterna[20]

Sabiduría[21]


Necedad[22]

Esquema 46


Como puede observarse, los dinamismos constitutivos “positivos” humanos son abundantes, son un llamamiento formidable, en todo el sentido de la palabra, y son unas capacidades que están ya aquí presentes en nosotros, esperando ser puestas en práctica, y con capacidad para vencer, con nuestra libre cooperación a la acción de Dios, las, también, diarias y graves dificultades que se nos oponen y nos quieren hacer perder el rumbo y las motivaciones centrales y sustanciales para llegar, junto con todos los demás hombres-justos y justificados, y con todos los demás seres del universo plenificados, hasta nuestra transformación final. Se trata de ir venciendo todas esas “inmadureces” del camino que nos permitan desplegar nuestra condición de hijos, justos y hombres nuevos, y llegar a serlo verdaderamente.

2. La comunión es una de las formas como se expresa el amor y, seguramente la más alta. Se lo considera, desde Platón y Plotino, pasando por S. Agustín, por Pascal, por Freud, por Kierkegaard, por Jaspers, “la fuerza motriz principal de la historia individual y colectiva”. A pesar de la razón que pueda tener un pesimista como Arturo Schopenhauer (1788-1860): “embriaguez”, “desencadenamiento de fuerza primitivas que rompen el equilibrio de nuestras rutinas y de nuestras convicciones”. Con todo, el amor se ha manifestado, al menos para muchísimos, “el factor principal de promoción y de elevación de la existencia” [23].

Con mucha seguridad es posible afirmar que las ansias de liberación, comprendidas como el restablecimiento del orden humano, son expresiones de los anhelos humanos por una comunión universal. Y ella, si se la examina desde los estadios más íntimos o primitivos del cosmos, expresa una “aspiración” que, de diversas maneras como se la denomine por parte de las ciencias, manifiesta una tendencia hacia su unidad. Y no porque el ser humano sea, necesariamente, su centro: hay que superar el antropocentrismo. Con todo, a los seres humanos, mujeres y hombres reconciliados y justificados, no se nos ha hecho nunca fácil propender hacia esta unidad y conseguirla. Muchísimos debates, trabajos incansables, por parte de sabios, de técnicos, etc., no logran superar las divisiones y, mirada en categorías cristianas, restaurar la unidad quebrantada del cosmos: la organización y utilización de las energías de la naturaleza aún están lejanas de completar y expresar adecuadamente la solidaridad que existe entre ella y los seres humanos. Muchos fueron los preparativos que se dieron para que nuestra especie llegara a existir, y no sólo por lo que concierne a su vida corporal sino también por lo que se refiere a su sensibilidad y a su inteligencia, e, inclusive, a la posibilidad de expresarse religiosamente por medio de ritos y ceremonias en los que se emplean numerosos signos de origen material y cósmico.

Pero la mera solidaridad social, capaz de superar el aislamiento, no es suficiente para lograr la comunión de las existencias humanas. Ciertamente, la prepara, porque nos pone a unos frente a los otros, nos pone de presente nuestra insuficiencia individual y la necesidad que todos tenemos de los demás. Y a tomar conciencia de ello también nos invita nuestra relación con el cosmos: la necesidad de establecer una comunión con la naturaleza, considerada en toda su extensión. Ella no es pura apariencia. Como nosotros, ella goza de su propia existencia, y, por tanto, de realidad. Más aún, su realidad total es transfenoménica, metafísica, posee una finalidad y significación intrínseca por su relación con el todo. Es posible entrar en comunión con el mar, con los montes, con los ríos, con los bosques, con los animales, con las plantas, como era la actitud de S. Francisco de Asís, o, como hemos visto en Teilhard, con la Materia. Es pensable y, todavía más, deseable, esa comunión de las personas con la naturaleza. Por supuesto, sin caer en una fusión materialista o panteísta. En ella, obra de Dios, se descubren los reflejos de la belleza, bondad y unidad de Dios, y es Él la plenitud de su realidad y de su consistencia. Nuestra personalidad humana, lejos de anularse o de debilitarse por el reconocimiento debido a su dimensión cósmica y por entrar en unas relaciones escatológicas con el cosmos entero, descubre que es posible realizar todavía más su propio ser, que es posible poner en acto esa nueva dimensión de su propia esencia, y facilitar y favorecer la comunión entre los seres humanos, mujeres y hombres reconciliados y realizados. Nuestras miradas sobre el cosmos pueden converger, nuestros corazones pueden encontrarse en torno al cosmos, por causa del cosmos. Y así como los seres humanos estamos llamados a ser mediadores, como decíamos al comienzo de este capítulo, y administradores, como referíamos a propósito especialmente de la kénosis, también la naturaleza expresa otra faceta de la mediación-ministerialidad de Cristo, a su manera, sirviendo a la comunión entre los seres humanos. La comunión cósmica nos conduce a Dios, Autor, Padre y Destino final de todos los seres: mediación y servicialidad cultual.

Todo el universo “está llamado, pues, a una comunión grande y solemne”[24]. Y a los seres humanos, mujeres y hombres realizados y reconciliados, conscientes de ello, nos corresponde conducir, con toda su libertad y responsabilidad, los procesos que llevan a esta plenitud universal. Nuestra actividad en el mundo es incapaz de restablecer aquel Paraíso al que se refiere el texto del Génesis, pero, como dinamismo de cultivo práctico al tiempo que espiritual, debe preparar el nuevo Paraíso.

3. Contando, sin embargo, con que, mientras llegamos a ese final, existirá, vigente y actuante la presencia del pecado y de la muerte. No podemos caer en la trampa de ser optimistas a ultranza. Nuestro enérgico realismo nos exige considerar las múltiples formas como el mal se expresa en este tiempo nuestro y que amenazan con destruir continuamente la sociedad, la cultura. Son desafíos permanentes, que sólo contando con la ayuda de Dios, con la gracia de Cristo, el ser humano sabe que sus capacidades serán potenciadas de tal modo que sean superadas esas fuerzas y que serán encontrados los recursos materiales y espirituales que le permitan responder a semejantes desafíos. Bajo la acción del Espíritu Santo, y a la manera de la levadura que se echa en el corazón del universo, las mujeres y los hombres que hacen presente el Reino de Dios, muestran de qué manera la Iglesia continúa en el tiempo y en el espacio la obra salvadora de Cristo, hasta su acabamiento total.   

4. Durante este lapso, que, como hemos dicho, concierne al cosmos pero de manera especial atañe a todas las personas, mujeres y hombres en proceso de reconciliación, de realización y de universalización, corresponden unas tareas muy precisas y preciosas a quienes hoy se dedican a la investigación y a la ciencia[i], particularmente en el ámbito de las Universidades, y es misión excelente de las Facultades eclesiásticas animar, propiciar y participar en ellas, como veremos más precisamente en el capítulo próximo. Lo que sí ha ido quedando claro es el criterio antropológico fundamental sobre el que queremos insistir: la realización del diálogo con y entre las áreas del saber.

Se trata, ciertamente, de una razón que tiene su especificidad cristiana cuando va ligada a la experiencia de la vida interior, del discernimiento, y de un esfuerzo constante en la vida moral y eclesial. Entonces se alcanza la sapientia christiana[25]– síntesis[26] vital de los problemas y de las actividades humanas con los valores religiosos, en la que están presentes todos los componentes, incluso conceptuales, conductuales y teóricos –. Pero no sólo a causa de ella, como hemos podido observar.

A la espera de la realización de nuestra esperanza, del cumplimiento de este artículo de nuestra fe, y como expresión auténtica de caridad, es necesario que este diálogo que nos construye en universalidad, reconciliación y autenticidad, se lleve a cabo, y que la colaboración entre investigadores y docentes de todas las áreas siga creciente y eficaz en sus logros. En todo el alcance que tienen y con todas las modalidades, momentos y lugares como sea dable realizarlos. Ello es propio, como estamos viendo, de la condición escatológica del universo, del ser humano y del mismo saber. De manera muy testimonial, pero al mismo tiempo aguda y argumentada, lo hizo explícito el Sumo Pontífice BENEDICTO XVI, en una importante ocasión – no exenta de interpretaciones malévolas[27] –, cuando hizo ver la notable sincronicidad y no necesaria contradicción, entre “Atenas y Jerusalén” – para parodiar el título de una obra tan importante como la de J. HABERMAS[28] -, con la que “continuaba” el diálogo comenzado en otra oportunidad entre estos mismos dos personajes[29]. Se trata de su célebre discurso del 12 de septiembre de 2006 en la Universidad en la que durante algunos años fue Profesor, la Universidad de Ratisbona, en Alemania, con motivo de su “encuentro con el mundo de la cultura”. En aquella sazón el Papa dijo:

“Era el año 1959, cuando la antigua universidad (de Bonn) tenía todavía profesores ordinarios. No había auxiliares ni dactilógrafos para las cátedras, pero se daba en cambio un contacto muy directo con los alumnos y, sobre todo, entre los profesores. Nos reuníamos antes y después de las clases en las salas de profesores. Los contactos con los historiadores, los filósofos, los filólogos y naturalmente también entre las dos facultades teológicas eran muy estrechos. Una vez cada semestre había un dies academicus, en el que los profesores de todas las facultades se presentaban ante los estudiantes de la universidad, haciendo posible así una experiencia de Universitas —algo a lo que hace poco ha aludido también usted, Señor Rector—; es decir, la experiencia de que, no obstante todas las especializaciones que a veces nos impiden comunicarnos entre nosotros, formamos un todo y trabajamos en el todo de la única razón con sus diferentes dimensiones, colaborando así también en la común responsabilidad respecto al recto uso de la razón: era algo que se experimentaba vivamente. Además, la universidad se sentía orgullosa de sus dos facultades teológicas. Estaba claro que también ellas, interrogándose sobre la racionabilidad de la fe, realizan un trabajo que forma parte necesariamente del conjunto de la Universitas scientiarum, aunque no todos podían compartir la fe, a cuya correlación con la razón común se dedican los teólogos. Esta cohesión interior en el cosmos de la razón no se alteró ni siquiera cuando, en cierta ocasión, se supo que uno de los profesores había dicho que en nuestra universidad había algo extraño: dos facultades que se ocupaban de algo que no existía: Dios. En el conjunto de la universidad estaba fuera de discusión que, incluso ante un escepticismo tan radical, seguía siendo necesario y razonable interrogarse sobre Dios por medio de la razón y que esto debía hacerse en el contexto de la tradición de la fe cristiana […]
A este propósito se presenta un dilema en la comprensión de Dios, y por tanto en la realización concreta de la religión, que hoy nos plantea un desafío muy directo. La convicción de que actuar contra la razón está en contradicción con la naturaleza de Dios, ¿es solamente un pensamiento griego o vale siempre y por sí mismo? Pienso que en este punto se manifiesta la profunda consonancia entre lo griego en su mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia. Modificando el primer versículo del libro del Génesis, el primer versículo de toda la sagrada Escritura, san Juan comienza el prólogo de su Evangelio con las palabras: «En el principio ya existía el Logos». Ésta es «συν λόγω», “con λόγος” exactamente la palabra que usa el emperador: Dios actúa «συν logos». Logos significa tanto razón como palabra, una razón que es creadora y capaz de comunicarse, pero precisamente como razón. De este modo, san Juan nos ha brindado la palabra conclusiva sobre el concepto bíblico de Dios, la palabra con la que todos los caminos de la fe bíblica, a menudo arduos y tortuosos, alcanzan su meta, encuentran su síntesis. En el principio existía el logos, y el logos es Dios, nos dice el evangelista. El encuentro entre el mensaje bíblico y el pensamiento griego no era una simple casualidad. La visión de san Pablo, ante quien se habían cerrado los caminos de Asia y que en sueños vio un macedonio que le suplicaba: «Ven a Macedonia y ayúdanos» (cf. Hch 16, 6-10), puede interpretarse como una expresión condensada de la necesidad intrínseca de un acercamiento entre la fe bíblica y el filosofar griego […]
Este intento de crítica de la razón moderna desde su interior, expuesto sólo a grandes rasgos, no comporta de manera alguna la opinión de que hay que regresar al período anterior a la Ilustración, rechazando de plano las convicciones de la época moderna. Se debe reconocer sin reservas lo que tiene de positivo el desarrollo moderno del espíritu: todos nos sentimos agradecidos por las maravillosas posibilidades que ha abierto al hombre y por los progresos que se han logrado en la humanidad. Por lo demás, la ética de la investigación científica — como ha aludido usted, Señor Rector Magnífico —, debe implicar una voluntad de obediencia a la verdad y, por tanto, expresar una actitud que forma parte de los rasgos esenciales del espíritu cristiano. La intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y le volvemos a abrir sus horizonte en toda su amplitud. En este sentido, la teología, no sólo como disciplina histórica y ciencia humana, sino como teología auténtica, es decir, como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe, debe encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo de las ciencias.
Sólo así seremos capaces de entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones, del cual tenemos urgente necesidad. En el mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas. Con todo, como he tratado de demostrar, la razón moderna propia de las ciencias naturales, con su elemento platónico intrínseco, conlleva un interrogante que va más allá de sí misma y que trasciende las posibilidades de su método. La razón científica moderna ha de aceptar simplemente la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza como un dato de hecho, en el cual se basa su método. Ahora bien, la pregunta sobre el por qué existe este dato de hecho, la deben plantear las ciencias naturales a otros ámbitos más amplios y altos del pensamiento, como son la filosofía y la teología. Para la filosofía y, de modo diferente, para la teología, escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; oponerse a ella sería una grave limitación de nuestra escucha y de nuestra respuesta. Aquí me vienen a la mente unas palabras que Sócrates dijo a Fedón. En los diálogos anteriores se habían expuesto muchas opiniones filosóficas erróneas; y entonces Sócrates dice: «Sería fácilmente comprensible que alguien, a quien le molestaran todas estas opiniones erróneas, desdeñara durante el resto de su vida y se burlara de toda conversación sobre el ser; pero de esta forma renunciaría a la verdad de la existencia y sufriría una gran pérdida» (Platón: Diálogos: “Fedón” 90 c-d. Para este texto se puede ver también Romano Guardini: Der Tod des Sokrates, Maguncia-Paderborn 19875, pp. 218-221). Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión a los interrogantes fundamentales de su razón[30], y así sólo puede sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa con el que una teología comprometida en la reflexión sobre la fe bíblica entra en el debate de nuestro tiempo. «No actuar según la razón, no actuar con el logos es contrario a la naturaleza de Dios», dijo Manuel II partiendo de su imagen cristiana de Dios, respondiendo a su interlocutor persa. En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos, a esta amplitud de la razón. Redescubrirla constantemente por nosotros mismos es la gran tarea de la universidad” [31].


5. Finalmente, señalemos que estando llamados, mujeres y hombres, a construir actualmente nuestra propia existencia y nuestro ser social y cósmico en autenticidad, reconciliación y universalidad, lo que esperamos alcanzar totalmente nos desborda ante lo que Dios es capaz de hacer y quiere hacer. Vistos los múltiples peligros y amenazas contra la existencia humana, luchamos con todas las fuerzas que nos da nuestra esperanza y unidos con todos los hombres de buena voluntad por un futuro más seguro, digno de ser vivido. Además, lo que nos anima no es tan sólo una esperanza puramente terrestre, sino también, y sobre todo, esta esperanza que  proviene de la fe, de la cual el fundamento y finalidad es, en definitiva, el mismo Dios que, en Cristo Jesús, ha dicho su sí definitivo al hombre. Cristo, con su cruz y resurrección, ha vencido todo sufrimiento y toda la calamidad del mundo, convirtiéndose así, para nosotros, en signo de esperanza. Ya en el capítulo anterior lo destacábamos al referirnos a la anakefalaíosis, gracias a los aportes de los queridos Pedro, Pablo y Juan quienes lo percibieron y comprendieron mejor, por el mismo amor a Jesucristo que los nutría y animaba: Él era la “Cabeza”, el “Recapitulador”[32]. Así mismo, señalaban ellos, Él será nuestro Juez. El autor de la carta a los Hebreos lo expuso lacónicamente: “del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio…” (9,27).

Por esto, Pablo era muy consciente de que su existencia era, verdaderamente, un caminar responsable hacia Dios. Él era su meta, su aspiración más profunda, ante Quien todo lo demás, era poco, incluso sus eventuales sufrimientos[33], y ello lo exigía y apremiaba mucho más:

“Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor” (2 Co 5,6).

Más aún, decía él que la profunda solidaridad existente entre los seres humanos y todas las criaturas, que ha sido tan nefasta para mal, lo será, finalmente, para bien:

“Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo” (Rm 8,19-22).

Nuestro cuerpo, pues, signo y expresión de nuestra persona, participará también de su plena realización, ya que estamos “tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3,11); porque “cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él” (Col 3,4). Así, pues, nuestra “carne”, como confesamos en el Credo, nuestra personalidad simultáneamente débil y cósmica, será resucitada para entrar también a participar en la gloria del Padre celeste, de su Hijo y del Espíritu junto con todos los demás seres de la creación[34]. Entonces ya no contará lo que fueron una vez en la historia, sino sólo lo que son de verdad.
 
Pedro, por su parte, con los acentos apocalípticos que hemos considerado oportunamente, afirmaba el desconocimiento del momento en que el desenlace se llevará a cabo, y que, por lo tanto, era necesario que estuviéramos muy atentos a todo el proceso de nuestra justificación y comprometidos seriamente en él, hasta su plena realización:

“El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá. Puesto que todas estas cosas han de disolverse así, ¿cómo conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad, esperando y acelerando la venida del Día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos, abrasados, se fundirán? Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia” (2 Pe 3,10-13).

Efectivamente, como explicaba Juan, sólo el amor de Dios permanecerá en nosotros y en todas sus criaturas cuando todo entre en la síntesis y en la transformación final que Él causará: comunión y reconciliación total y universal en el seno del Dios amor. Sólo el amor, como vocación última y definitiva de los seres humanos, subsistirá. El amor no sólo de eros sino de caridad, virtud teológica, sin duda, pero también humana, llamado desde ahora a presidir nuestra reflexión y nuestra acción social[35] (cf. CIV 78).

La enorme distancia entre nuestro momento presente con sus realidades y aquel futuro que esperamos no puede desdeñar la intensidad de un amor que exige y perfecciona, no sólo por el incremento en el conocimiento que lleva consigo y por la propia experiencia de Dios y su visión, sino porque nuestro ser todo será transformado, divinizado, por Dios y en Dios. Unánimes, Pablo y Juan lo aclaman con su diversa sensibilidad:

- Pablo, cuando enfatiza, “quoad nos”, la “verdad-amor” transformante en sus valencias convergentes epistemológica y ética, de esperanza y de fe:

“Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: «lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó», lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Co 2,9).

“Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido. Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,12).

- Juan, por último, cuando vislumbra, “quoad nos”, esa misma “verdad-amor” transformante pero en su dimensión antropológica-ontológica-teológica:

“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3,2).

Y el mismo Juan divisa y desarrolla en perspectiva escatológica el contenido “social” de esta dimensión cuando asevera que el amor solidario, fraterno, deseoso del bien, de la verdad y de la justicia serán plenificados por Dios: 

Vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalén[36], que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos” (Ap 21,2-4).

La Tradición cristiana ha recogido esa misma percepción cuando por boca, p. ej., de San JERÓNIMO, afirma:

“Busquemos aprender sobre la tierra aquellas verdades cuya consistencia persistirá también en el cielo”[37].

El Magisterio, de igual modo, ha llamado la atención sobre el hermoso texto joáneo recién citado, en un pasaje que vale bien la pena trascribir, y llamar a leer por completo en su misma fuente; me refiero al discurso del Papa FRANCISCO, 30 de septiembre de 2017, en el cual sacó de dicha imagen conclusiones incluso prácticas en orden al mejor estar en nuestras ciudades; esta es la cita:

“Es significativo que la Sagrada Escritura, para  mostrarnos la realidad última del universo, recurra a este icono. La imagen de la ciudad – con las sugerencias que despierta – expresa cómo la sociedad humana se sostiene  sólo cuando se asienta en una verdadera solidaridad, mientras  allí donde hay envidia,  ambición desenfrenada y  espíritu de  adversidad, se condena a la violencia del caos.
La ciudad de la que me gustaría hablaros resume en una sola las  muchas tareas confiadas a vuestra  responsabilidad. Es una ciudad que no permite el sentido único de un individualismo exagerado que  disocia el interés privado del público. Tampoco los callejones sin salida de la corrupción, donde se anidan las llagas de la desintegración.  No conoce los muros  de la privatización de los espacios públicos, donde el "nosotros" se reduce a un eslogan, a un artificio retórico que enmascara el interés de unos pocos.
Construir esta ciudad no requiere  de vosotros un pretencioso impulso ascendente, sino un compromiso humilde y diario. No se trata de hacer la torre todavía más alta sino de ensanchar  la plaza, de dar espacio, para que todos tengan la oportunidad de realizarse junto con sus familias  y de abrirse a la comunión con los demás.
Para abrazar y servir a esta ciudad hace falta un corazón bueno y grande, en el que se custodia la pasión por el bien común. Esta visión es la  que lleva a que crezca en las personas  la dignidad de ser ciudadanos. Promueve la justicia social, por lo tanto,  el trabajo, los servicios, las oportunidades. Crea innumerables iniciativas para habitar el territorio  y cuidarlo. Educa a la corresponsabilidad.
La ciudad es un organismo vivo, un gran cuerpo animado donde si una parte respira con dificultad  también se debe a que no recibe suficiente oxígeno de la otra. Pienso en los lugares donde  hay poca  disponibilidad y calidad de los servicios  y se  forman  nuevos focos de pobreza y marginación. Ahí es donde la ciudad circula por un doble carril: uno es la autopista  de los que siguen corriendo con todas las garantías, otro es la callejuela de los pobres y los desempleados, de las  familias numerosas, de los inmigrantes, de los que no tienen a nadie.
No necesitamos aceptar estos patrones que separan y hacen que la vida de uno sea la muerte del otro y la lucha por uno mismo  destruya cualquier sentido de solidaridad y fraternidad humana.”[37 bis]



Y la liturgia de la Iglesia, cada año, nos vuelve a proponer el tiempo del adviento, cuyas primeras semanas están orientadas, precisamente, a traer a la memoria viva y celebrativa de los creyentes la necesidad de la vigilia y muy especialmente de aquella “profundidad” o “relieve simbólico” que proporciona la esperanza de la segunda venida del Señor[ii], que da sentido y nos urge “edificar nuestro mundo hacia allá”.

6. Para las Universidades católicas queda, pues, una tarea enorme y urgente: como la emprendieron, entre otros, Teilhard, quien la reiteró y ejemplificó en nuestro tiempo siguiendo en ello a San Ignacio, a San Buenaventura, a San Francisco de Asís, al Seudo Dionisio Areopagita, a Jerónimo, a Juan, a Lucas, a Pablo…, les corresponde a ellas, en su identidad, misión, proyecto educativo, currículos y programas de estudio, establecer y proporcionar los medios adecuados y suficientes a fin de que a los miembros de su comunidad educativa se les consienta amplia y debidamente conocer de qué manera el amor nos permite ver más allá de lo que alcanza nuestra razón. Ese amor, que es como otro ojo nuestro, y es una experiencia que nos aporta mucho más que la pura reflexión. Ese amor que, si es amor auténtico, consiste en un camino que nos vuelve a la kénosis, porque el amor es el andar del día a día, realista, sencillo, como el andar de Cristo mismo, que acepta su cruz. Al vivir este camino, junto con los otros hermanos, especialmente en el ámbito de la comunidad eclesial, se va efectuando esa experiencia de Dios que es más alta que la que logra la reflexión sobre Él, porque con ella tocamos, en realidad, el corazón mismo de Dios. Porque solamente sobre un amor como el de Dios se fundamentan efectiva y definitivamente todos nuestros derechos: tanto los cristianos (cf. cc. 208-223) como los humanos (cf. cc. 747 y 748). De esta manera alcanzamos, sin duda, la que es la entraña misma de la Universidad católica, su distintivo característico, su sabiduría.


5. Todas las dimensiones humanas son co-definitorias de la dignidad de cada persona humana


6. Por su carácter formal y de síntesis, la recapitulación nos exige volver a recalcar, desde su propia perspectiva, la importancia que tiene la persona humana, pero siempre y cuando sea considerada en su integridad, en su universalidad y en su dignidad. En ello coincide con la conciencia social que expresan muchas mujeres y hombres de nuestra época, más que, quizá, en ninguna época anterior de la historia. Este discernimiento realizado, y, como decimos, ampliamente aceptado, está presente, justamente, más aún, es clave y determinante, en las enseñanzas, tanto en las más solemnes como en las más cotidianas, de toda la Iglesia[38].

Con todo, decimos, “ampliamente aceptado”. Porque, en efecto, nuestra época, destacada por el auge de los “humanismos”, así mismo, no ha estado exenta de un altísimo criticismo, que, en algunos de sus representantes, ha llegado a cuestionar algunas bases que habían sido consideradas como adquiridas ya, como concluyentes y como patrimonio común para la humanidad. Tal ha sido el aporte, p. ej., de los ya mencionados “maestros de la sospecha”, es decir, K. Marx, F. Nietzsche y S. Freud[39]; pero además, en nuestros tiempos, por gracia de cierta concepción que reprocha, no sin cierta razón, los excesos del “antropocentrismo”. De esta manera, se ha llegado a establecer una contraposición entre el relativismo y el individualismo, y una “verdad” considerada como cualidad objetiva y real de lo que existe y que puede ser percibida por todos, salvas las incapacidades personales o los efectos debidos a las presiones del momento; entre esos mismos, y una “belleza”, establecida conforme a unos criterios estables y definitivos clásicos más allá de los gustos particulares; y, finalmente, una contraposición entre los mismos y una “bondad ética”, existente más allá de sus posibles deformaciones en las conciencias, en la que el cosmos, el ser humano mismo y hasta Dios dejan de ser sus fundamentos últimos e inviolables.

También la Teología Católica, conocedora de que ella debe estar “al servicio de la verdad” – como hemos señalado, un auténtico “ministerio” –, ha revisado estos tradicionales “fundamentos”, preguntándose, con toda la Modernidad y con el pensamiento contemporáneo de vanguardia, si aquellos presupuestos “cosmocéntricos” o “antropocéntricos”, e inclusive “religiosos”, que caracterizaron épocas y formas de reflexión, eran, en realidad, suficientes, no sólo para elaborar una propuesta ética o moral válida, sino, sobre todo, para fundamentar críticamente la fe. Tal intento de epoché[40], del que nos hemos aprovechado, como oportunamente hemos indicado al citar sus textos, fue emprendido, entre otros, por el notable teólogo Hans Urs VON BALTHASAR[iii].

Así, pues, se quiere hallar, en el orden ético, un “nuevo” criterio que sirva de guía de los comportamientos humanos, cuando se ha abandonado aquella objetividad radical[41], y se considera que, más bien, tal criterio, convertible en norma, debería ser el fruto de un consenso que encontraría respaldo en los ordenamientos legales[42].

Esta manera de proceder muchas veces choca con la que ha sido empleada por parte de la teología moral, en diversos puntos. Para la teología moral, efectivamente, los “lugares teológicos”, entre los que descuella la Sagrada Escritura, son una de sus fuentes características de reflexión: ellos la conducen a la consideración atenta de sus raíces y de los desarrollos por los cuales ha trascurrido a lo largo de los siglos generando una tradición auto-crítica con un tipo peculiar de cultura, la “cultura cristiana”[43]. Ella apela hoy, para el efecto, a la implementación de contemporáneas metodologías que exploran “textos, contextos y pretextos”[44], y le permiten, inclusive al Magisterio de la Iglesia, exponer más razonada y dialogalmente el Evangelio a las mujeres y hombres de hoy, especialmente cuando se trata de materias atinentes a los desafíos que lanzan el ecumenismo, el coloquio interreligioso, la investigación por parte de las ciencias, y la observación y el análisis intercultural.

Es entonces cuando la “antropología cristiana” echa de ver su importancia. Problemas cruciales del momento sólo pueden tener una solución humana si se los quiere examinar no sólo consultando múltiples opiniones, inclusive a la mayoría de votos, sino atreviéndose a llegar hasta el fondo del ser humano, hasta su misma “verdad ontológica”. El Papa Juan Pablo II, en momentos particularmente críticos de su pontificado, justamente hizo apelación a ella:

48. La vida lleva escrita en sí misma de un modo indeleble su verdad. El hombre, acogiendo el don de Dios, debe comprometerse a mantener la vida en esta verdad, que le es esencial. Distanciarse de ella equivale a condenarse a sí mismo a la falta de sentido y a la infelicidad, con la consecuencia de poder ser también una amenaza para la existencia de los demás, una vez rotas las barreras que garantizan el respeto y la defensa de la vida en cada situación. […]
96. El primer paso fundamental para realizar este cambio cultural consiste en la formación de la conciencia moral sobre el valor inconmensurable e inviolable de toda vida humana. Es de suma importancia redescubrir el nexo inseparable entre vida y libertad. Son bienes inseparables: donde se viola uno, el otro acaba también por ser violado. No hay libertad verdadera donde no se acoge y ama la vida; y no hay vida plena sino en la libertad. Ambas realidades guardan además una relación innata y peculiar, que las vincula indisolublemente: la vocación al amor. Este amor, como don sincero de sí, es el sentido más verdadero de la vida y de la libertad de la persona. No menos decisivo en la formación de la conciencia es el descubrimiento del vínculo constitutivo entre la libertad y la verdad. Como he repetido otras veces, separar la libertad de la verdad objetiva hace imposible fundamentar los derechos de la persona sobre una sólida base racional y pone las premisas para que se afirme en la sociedad el arbitrio ingobernable de los individuos y el totalitarismo del poder público causante de la muerte. Es esencial pues que el hombre reconozca la evidencia original de su condición de criatura, que recibe de Dios el ser y la vida como don y tarea. Sólo admitiendo esta dependencia innata en su ser, el hombre puede desarrollar plenamente su libertad y su vida y, al mismo tiempo, respetar en profundidad la vida y libertad de las demás personas. Aquí se manifiesta ante todo que « el punto central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio más grande: el misterio de Dios » (Carta enc. Centesimus annus, 1 mayo 1991, 24: en: AAS 83 1991 822). Cuando se niega a Dios y se vive como si no existiera, o no se toman en cuenta sus mandamientos, se acaba fácilmente por negar o comprometer también la dignidad de la persona humana y el carácter inviolable de su vida”[45].

Como hemos dicho una y otra vez, el ser humano, destinatario de la potencia y la fortaleza de la acción de Dios, es capaz de darle un sentido a sus actuaciones: más aún, a toda su vida. Ello lo motiva a desarrollar el cúmulo de sus potencialidades constitutivas, particularmente aquellas que lo conducen al don de sí mismo: por el amor y para el amor. Esa es su ley “inscrita en su corazón”, como gustaba decir s. Pablo (cf. Rm 2,14-15) y, en consecuencia, su mayor autenticidad, la norma suprema por la cual todos seremos juzgados (cf. Mt 25, 31-40):

“A la tarde (de la vida) te examinarán en el amor”[46].

Y si el ser humano ha de ser tratado como tal, y exige ser respetado como tal, es, precisamente, porque lo es, y en tal condición debe actuar. Por eso, ha de ser muy cuidadosa nuestra investigación en el orden del obrar, por cuanto puede comprometer no sólo nuestro “bien-estar”, sino, principal y trágicamente, nuestro “bien-ser”[47], que existe no en abstracto, sino en las condiciones espacio-temporales de las personas. Y estas, sin duda, no son idénticas unas a otras ni en sus maneras de ser, ni en sus conocimientos, ni en sus experiencias previas, de modo que la dificultad de llegar en todos a una igualdad y homogeneidad de percepción y de valoración moral hace el problema mucho más complejo, exige un nuevo enfoque del asunto de la propia responsabilidad[48]. Como escribe el querido novelista de “el dolor de la tierra”:

“Sólo que para él (el padrecito Alberto) tamaña sabiduría no era siempre fácil de mantener a mano, pues, ¿cómo discernir en cada caso entre la llana normatividad y una aspiración profunda a los valores, atenta también a la singularidad de las circunstancias? En definitiva, pues, el cura de Agualarga iba a tener que seguir avanzando, así fuera a tientas, por los caminos humanos del aprendizaje, en esta escuela de primaria recurrente que es la vida […]
“El trigo y la cizaña… Todo tan claro y preciso… Pero, ¿y acá en la vida?, ¿dónde empieza la malicia y dónde acaban la ignorancia y la debilidad? […]
“– Sumercé padrecito le duele peru’harto toditico esto ¿cierto? Pero yo sí le digo sumercé y no si’ojenda: ¿caso será que’stá siempre esperando que toditos li’hagan camino por’onde sumercé los manda? Asína somos en veces los papases, mesmo yo mesma. Per’uno v’aprendiendo ¿ve?, hijos crecidos son hijos idos; y mas-que se queden, cada quien a según sus capacidades y su voluntá. Repare nomás los pajaritos reveriencia: ahí’stá la mamit’hasta que les enseñ’a volar… di’ahí vuelan cada quien y listo[49] 

Pero este obstáculo no debe inquietarnos, todo lo contrario, y es menester seguir investigando, divulgando, proponiendo cuanto contribuya a esclarecer, en profundidad y sistemáticamente, el auténtico “bien humano”. En efecto, como hemos observado en el capítulo precedente, una de las características del ser humano, entre las esenciales, está, precisamente su capacidad de ser “moral” y de obrar en calidad de tal. Hasta el punto de que bien podemos afirmar que decir “humano” y decir “moral”, o “ético”, referido a una persona o a un comportamiento, vendrían a ser una misma cosa. En consecuencia, la estructura más propia de la persona consiste en su moralidad, y, a su vez, la persona es el “objeto” de la moralidad. Este enfoque implica, como está sucediendo, una seria y permanente renovación de la teología moral, por lo tanto[50].

Ahora bien, no nos corresponde repetir aquí lo que hemos dicho en otro lugar mucho más ampliamente[51]. Baste recordar la manera como el ser humano, en su desarrollo bio-psico-social que en las grandes líneas hemos evocado, poco a poco hace que sus características comunes con los animales se vayan paulatinamente modelando, y que él mismo vaya pasando de la libertad a la liberación[52], no porque deje de ser esa naturaleza, con sus determinismos[53], sino porque es capaz de elevarla y dirigirla, y ello a pesar de los riesgos que le implica. También su dignidad corre este riesgo, para todos los efectos. A ello nos referimos al tratar de los procesos de “hominización” y, más aún, de “humanización”. Para la teología, por lo tanto, este referente es inevitable, por cuanto sólo la persona ha sido llamada al diálogo con Dios[54]: en sí misma, ella no sólo es pregunta, sino respuesta.

Por otra parte, sin embargo, esta forma de pensar la moral nos conduce a que, primordialmente en ella, lo principal no sean las “cosas”, díganse, los “valores” de tantas clases, o las “normas”, ni incluso los “mandamientos”. Cierto, estos tales son importantes, y en nuestro peregrinar actual, necesarios, pero sólo en razón y con referencia a la persona humana y a su plena y universal realización. En perspectiva de sentido último de las cosas, en una consideración ecuménica que participa en la transfiguración y en la liberación del cosmos, cada persona sí es el valor primero que se debería custodiar, la norma y el mandamiento superior intramundano. Como vimos, Jesús así lo sustentó a partir de una contemplación profunda del ser humano, por cierto en una discusión que, miradas las cosas, pareciera que él hubiera seguido sosteniendo hasta el día de hoy – al menos con algunos –:

“Luego añadió Jesús: «El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado»” (Mc 2,27).

Esta grandeza humana, que da sustento y sentido a valores y normas – grandeza que, sin embargo, nunca se puede oponer ni significar la exclusión de las demás criaturas, aunque sí emerge de entre ellas gracias a la interioridad y a la conciencia moral – no ha pasado desapercibida de los grandes pronunciamientos contemporáneos, de modo que coinciden en ello la Declaración Universal de los Derechos humanos[55] y la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno. De la primera encontramos esta sentencia lapidaria:


“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana; […] Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad…” (Preámbulo)[iv]





De la segunda citamos esta solemnísima exposición de los Padres participantes en el Concilio Ecuménico Vaticano II:

“Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos. Pero, ¿qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o hundiéndose hasta la desesperación. La duda y la ansiedad se siguen en consecuencia […]
“No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino.” (nn. 12ab y 14b).

Así, pues, no se puede ocultar que semejantes coincidencias y acuerdos “sobre lo fundamental” deben tener consecuencias definitivas al momento de proponer o de evaluar, conforme a lo que ellas son, los “comportamientos éticos” de las personas. Los reduccionismos de los que hemos hablado están al acecho, y cuando se intentan, llevan consigo la violación de la “verdad” íntima de la persona, y le proponen un sucedáneo de ella misma y de su dignidad.

Esta dignidad, en efecto, no puede ser considerada solamente, como por así decir, por motivos racionales, como podría ocurrir si sólo se viera en los seres humanos su capacidad de inteligencia, voluntad y conciencia, e, inclusive, su propia índole social y fraterna[56], motivos todos estos en más de una ocasión convertidos en otros tantos argumentos y razones para excluir a otros, a millones, inclusive, “empobreciéndolos”, es decir, considerándolos “no-personas”[57]: el grupo de “los que sí saben”, “el de los capaces”, “el de los que son conscientes e iluminados”, “los de mi nación”, “los de mi club”, o de “mi camarilla” o de “mi política” o de “mi clase social”, etc. No podemos negar que entre los cristianos y en otras colectividades religiosas también no pocas veces eso ha sucedido. Pero tampoco se puede hablar de dicha “dignidad”, a causa de otros motivos tales como su capacidad de violencia, o de expoliación de los recursos naturales, como sugieren o parecieran sugerir algunos…

Por eso, para evitar maniqueísmos, manipulaciones y tales reduccionismos, se yergue, en clave teológica, y sin duda la más radical y profunda, como hemos hecho notar en el capítulo anterior, el criterio revelatorio fundamental y más genuino de que cada ser humano es hija e hijo de Dios, y, por lo mismo, que una nueva relación ha surgido de hermanos entre sí: mujeres y hombres nuevos, justificados y justos, que están ya en proceso de reconciliación y de realización auténtica y plena, administradores, inclusive por su relación con el cosmos. Gracias al misterio del Verbo encarnado, kenótico, resucitado y recapitulador, su propia “naturaleza” es ya inseparable de su “creación”, “redención” y “glorificación”[58]: el ser humano, ícono de Dios, su “imagen y semejanza en Cristo” (cf. Gn 1,26-27; Col 1,16; Ef 1,4-5). Convocación, tarea y misión en la que cada cual puede cooperar en forma libre correspondiendo a la acción y gracia de Dios, como bien lo intuyó el genio de san Agustín:

"El (Dios) que te creó sin tí, no te salvará sin tí" (Sermón 169, 11, 13).

Y también:

"Dios sólo ayuda a quien se ayuda a sí mismo" (Epístola 147, 2).

Considerar al ser humano tanto en su ser como en su quehacer problematiza, sin duda, a la Teología Moral, la reta. Las dos condiciones, sin embargo, son inseparables. Y esa es su gran responsabilidad. Las respuestas teóricas que se elaboren, así como los compromisos éticos que se asuman, no pueden dejar de lado tal situación. Tampoco lo podrá evitar, en definitiva, su mérito. Teólogos moralistas subrayan, por lo tanto, que es necesario sostener estos “pilares” antropológicos a la hora de considerar unos “principios éticos fundamentales”, entre los cuales mencionan, p. ej.:

“El ser humano se autocomprende como una unidad psicosomática indisoluble; el hombre no puede ser aislado de la comunidad humana a la que pertenece; el ser humano se personaliza gradualmente en el seno de la comunión interpersonal; la persona depende menesterosamente del amor de sus semejantes y fracasa ante su indiferencia; la persona no puede ser reducida a la categoría de los medios, útiles e instrumentos; el ser humano es imagen de Dios: como tal ha de portarse y como tal ha de ser tratado; la iconalidad humana se realiza en el señorío sobre la creación, la fraternidad con los demás hombres y la filialidad respecto a Dios”[59].

Esta perspectiva de la Teología Moral, fundada en la “antropología cristiana” “adecuada” – en palabras del Papa JUAN PABLO II – nos permitirá tener los puntos de referencia sólidos para divisar los amplios horizontes y los compromisos que lleva consigo una moral abierta a la verdad, al servicio, a la cooperación, a la autenticidad, y a otros valores que debemos considerar y realizar en relación con las Universidades católicas, así como al servicio al que están llamadas a prestar en ellas, las Facultades de Teología. Porque tal como sucede con otros ámbitos – como son el del ejercicio de la potestad judicial al interior de la Iglesia, hacia el cual el Santo Padre BENEDICTO XVI ha llamado la atención al referirse a que es precisamente “el amor a la verdad el verdadero punto de convergencia entre la investigación procesal y el servicio pastoral a las personas”[60]; o como el de la “doctrina de la Iglesia sobre la prensa, la radio y la televisión”, en la que se insiste sobre “el derecho a la verdad”[61] en las comunicaciones sociales, tanto por parte de los emisores como por parte de los receptores; o como el de la familia y el matrimonio, tan fundamental, etc. – también, y muy especialmente, la educación, y la educación universitaria en particular, no sólo la católica, debe considerar amplia y debidamente su función de búsqueda y transmisión del saber verdadero, inclusive en lo que se refiere a Dios y a la Iglesia, y, más aún, en razón de Él y de ella mismos[62].

Con estos resumidos y justificados criterios antropológicos, que se proponen como “principio y fundamento” a todo ser humano en la construcción de su más auténtica originalidad y verdad, nos tendremos que entregar en el próximo capítulo a la tarea de investigar algunos horizontes y precisar algunos valores morales, entre otros muchos, que válidamente sirvan a mujeres y hombres de hoy, de una manera más concreta, a fin de que puedan construir su propia existencia según la medida del amor de Dios. Porque entre tales horizontes, valores y normas[63] que queremos indagar, descuellan, precisamente en el ámbito de la academia, el de la búsqueda de la verdad, en toda la extensión de la palabra, y el del servicio y la cooperación mutua para alcanzarla, como obra del amor-caridad[64], a los cuales todos, como veremos, estamos convocados y urgidos, inclusive, como hemos reiterado, en lo que se refiere a la verdad acerca de Dios y de la Iglesia.

Porque, como hemos ido detectando en todo momento, la búsqueda, logro, adhesión y permanencia en la verdad, considerada sobre todo como un esfuerzo y un resultado individual y colectivo hacia el cual tanto “la fe como la razón” se dirigen y confluyen[65], declara otra de las nobles expresiones mediante las cuales se palpa esa “exigencia de absoluto, que no se puede suprimir del corazón del hombre” (Juan Pablo II).

Ahora bien: este conjunto de elementos – mantenerlos, divulgarlos y profundizarlos – como señaló con profunda comprensión de la materia el Papa PABLO VI, forma parte integral de la misión de la Iglesia: evangelizar. Es seguramente, hoy por hoy, el criterio más importante para realizar en todas las circunstancias de la historia, especialmente hoy, un aporte original y válido ante los problemas más complejos, desde la perspectiva de la fe en Dios, como ha sido revelado en Jesucristo[66]. La Iglesia – en sus sentidos amplio y estricto –, precisamente, por estar llamada a acoger y a contribuir a desarrollar todo ese potencial de dones y carismas presentes en todos los seres humanos como creación actual de Dios, debe estar siempre en proceso de conversión para sintonizar, para descubrir en esos otros tantos signos de los tiempos, la voluntad de Dios, la instauración de su Reino, y, por lo mismo, a estar siempre consciente de las fuerzas “diabólicas” que quisieran incitarla, en individuos y/o grupos, a romper los (a veces débiles) vínculos de su comunión. Por su parte, en ella, las Universidades católicas[67], provistas con múltiples, crecientes y cada vez más afinados métodos e instrumentos, y las Universidades y Facultades eclesiásticas[68], con los suyos, aportan – o, al menos, están emplazadas a aportar – el formidable empuje crítico de su atracción por el saber auténtico, pertinente y misericordioso.



Conclusiones


1. Quizás la primera de todas las conclusiones que podemos extraer de este extenso y complejo capítulo es la admiración ante la realidad de un universo y de una humanidad, así mismo, tan variados y con unos procesos en desarrollo cuyos alcances aún nos son desconocidos. Tanto en una consideración de las realidades “macroscópicas” como en la observación de las realidades “microscópicas”; en los diversos niveles intermedios y recíprocos de la realidad, y en su historia, podemos ser testigos de lo que está ocurriendo en nosotros, en todas sus dimensiones complementarias, en cuanto individuos y miembros de una especie, pero también en cuanto a nuestra conciencia y reflexión como género humano, como sociedad, como Tierra, como universo. La realidad creatural se nos impone descomunal, ineludible.

Y si bien no somos el resultado de una simple acumulación de datos o hechos que nos permiten describir y entender las ciencias naturales ni las sociales – somos mucho más que esa aglomeración de acaecimientos y de pormenores –, sí debemos afirmar que todos ellos expresan lo que Dios está construyendo, desde dónde y hacia dónde lo conduce, y, muy especialmente, en lo que toca a nosotros y a nuestra perspectiva acerca de esa misma realidad, de qué manera Él nos está construyendo y re-construyendo, nuestra “dote óntica”, don de Dios, hasta el punto que nos produce esta admiración. En nosotros, en particular, seres humanos, tales condiciones constitutivas son, ciertamente, como hemos podido constatar, potencias de ser, capacidades de ser. Inclusive, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos, que ellas son, principal y fundamentalmente, “vocaciones de ser”: estamos llamados a ser más, a crecer en nuestro ser: más aún, somos seres humanos precisamente porque estamos llamados a ser más en todos esos órdenes. Y este ser, en definitiva, por su origen, por su desarrollo y por su meta, no puede tener otro linaje distinto que el divino[69], nuestra teleíosis. No existen dos “historias” paralelas, no existen dos “universos”, uno divino y otro que no lo es. Nuestra realidad toda ella está saturada de Dios, es lo que captamos desde nuestra fe cristiana.

Más aún, no sólo Él nos envuelve: Él mismo quiso ratificar la propia realidad que había creado, y “entrar” – si cabe – aún más en ella para restaurarla del pecado y para elevarla aún más hacia Sí, gracias a la encarnación y resurrección del Hijo y a la vivificación del Espíritu, quienes la dignifican, perfeccionan y hermosean siempre aún más y más. Percibir esta dimensión “divina” del universo no quiere decir, con todo, que las “realidades terrenas” pierdan su autonomía propia y legítima - Él mismo las "defiende" en su ser -, ni tampoco que todos compartan de hecho esta visión, la sientan de esa forma y la valoren así. Pero los creyentes, respetando esta situación en la que otros se encuentran, tan seres humanos y personas, hijos de Dios como nosotros, y conduciendo su propia existencia conforme a esa concepción y visión suya de las cosas, bien podemos caminar con ellos, compartir con ellos nuestra ruta común, animarnos mutuamente, ayudarnos y corregirnos fraternalmente. Especialmente en los campos de las artes y de las ciencias, donde se requiere un notable respeto por quienes realizan la investigación.

Pero también en estos casos, no podemos dejar de hablar y de sentir de lo que “sabemos” (cf. He 4,20), y, en actitud de franca colaboración, debemos hacer la “lectura creyente de los procesos adaptativos propios del conocimiento tecno-científico”[69 bis]. El Papa BENEDICTO XVI, con ocasión de su visita a la Pontificia Universidad Gregoriana, lo ratificó también cuando recordó que en ella, en la época de su fundación en 1551 por S. Ignacio de Loyola como el “Colegio Romano”, primera Universidad de la Compañía de Jesús, se enseñaban matemáticas, física y astronomía, y que con el tiempo, a los estudios de filosofía, teología y otras disciplinas eclesiásticas, se le han agregado los estudios de psicología, ciencias sociales y comunicación social:

“Con estas disciplinas quiere ser más profundamente comprendido el hombre, tanto en su dimensión personal profunda, como en su dimensión externa de constructor de la sociedad, en la justicia y en la paz, y de comunicador de la verdad. Precisamente porque tales ciencias se refieren al hombre no pueden prescindir de su referencia a Dios. En efecto, el hombre, sea en su interioridad como en su exterioridad, no puede ser comprendido plenamente si no se lo reconoce abierto a la trascendencia”[70].

Admiración, pues, y gratitud para con Dios, Padre amable y admirable, expresan las Universidades católicas, porque nos permite despejar hoy los ojos, despertar los oídos, mover nuestras manos, abrir nuestra boca, para contemplar y escrutar este grande y estupendo universo, y orientar toda nuestra existencia consciente y comunicativa hacia Él y hacia esa multitud innumerable de seres y de personas, hacia nuestros hermanos.

2. Como hemos observado a lo largo de estas páginas, el problema fundamental del que tratamos es de índole antropológica, es decir, en nuestro caso, de las concepciones acerca de lo humano. En los diversos e integrales aspectos que configuran su realidad radica el que cada persona individualmente considerada, pero, así mismo, toda la sociedad, en todas sus interrelaciones estructurales, y cada cultura, en todas sus producciones, “se realice humanamente”, esto es, en toda su grandeza y en sus dimensiones: que logren poner en ejecución, en pleno y creciente uso de su libertad, todos los potenciales, virtualidades, capacidades, dinamismos y vocaciones que Dios les regala, a las que, en cada lugar y momento, Dios mismo llama, y, más aún, mediante los cuales Él nos está construyendo:

“La unicidad de ese ser singular e insustituible, único e irrepetible, que merece todo respeto; la dialogicidad ontológica de la persona, que se hace a sí misma en el encuentro interpersonal, como ser responsorial; la interioridad de este ser humano que, trascendiendo al estímulo, retorna sobre sí mismo para pensar y decidir conscientemente; la gradualidad de un ser que, creado en la personeidad, se va haciendo mientras proyecta y articula su personalidad; la sacralidad del ser humano que refleja en el mundo la imagen misma de Dios, al tiempo que recuerda que su esencia es su misma presencia”[71].

El peligro fundamental se presenta, por el contrario, cuando esas mismas personas, sociedades y culturas se auto-destruyen, se disuelven: haciéndose, sí, pero inauténticamente[72] – o mejor: deshaciendo, desperdiciando o evadiendo su única existencia –: es este el mayor peligro, del que no siempre se es consciente, dados los intereses y las influencias que sutilmente se mueven en contra suyo: a renunciar a la propia identidad humana, y no sólo a la justa identidad “cultural” ni a aspectos meramente peculiares de la legítima pluralidad cultural: renunciar a ser mujeres y hombres.

Más que nunca, y por las razones mencionadas, corresponde a los creyentes “depurar” sus propias bases antropológicas, sin ceder a la tentación de instaurar al ser humano en su autorrealización[73] ("autorrealización fácil y egocéntrica", como la ha denominado el Papa Benedicto XVI) como el fin total o inmediato de su existencia - el repliegue sobre sí mismo, individual, étnica, religiosa, económica, nacional, política, por clase social, por género, o sexualmente considerado -, en relación a valores y deberes/derechos cuya medida sigue siendo la persona misma y no Dios en el cual se autotrasciende. Jesucristo hizo su propia “lectura” de los signos del Reino, y este ejemplo suyo nos ha quedado como praxis de investigación, de conocimiento, de adhesión y de preservación de la verdad acerca de Dios, de la Iglesia y del hombre. Cuando se obra así, la fe cristiana nos indica que no se está traicionando el Evangelio, todo lo contrario: éste, en efecto, desafía constantemente a cada uno y a todos a conformar su vida, de manera personal, con los valores de autotrascendencia revelados por Dios en Jesucristo, el Verbo encarnado, y a actualizarlos. 

De tres desviaciones que pretenden "nivelar por lo bajo", pues, es necesario estar apercibidos. En primer término, de caer en un total subjetivismo - si no se concibiera una moral “ontónoma” como la hemos llamado: en la que no es el individuo mismo en su propio encerramiento quien es la medida de su comportamiento, sino el ser humano referido a Dios en todas sus dimensiones, en cuanto correlato de Dios, como lo hemos apreciado en estas páginas -.

Y, en segundo término, simultáneamente, de no efectuar, o de permanecer en la inconsciencia en, la realización de este auto-examen, de lo cual se siguen la parálisis y la atrofia de las dimensiones constitutivas; o bien, habiendo alcanzado la consciencia de las mismas, puede seguirse la incoherencia con ellas. Razón de más para que las Universidades católicas promuevan en sus miembros, no ser ingenuos y sí, en cambio, particularmente críticos y autocríticos[74] consigo mismos y con la sociedad en la que están inmersos.

3. De igual modo, en lo que se refiere al ámbito ético-moral, hemos hecho unas claridades fundamentales sobre el “hombre de barro” que somos y que inspirarán nuestra reflexión moral y desarrollaremos más puntual y ampliamente en el próximo capítulo. 

4. La pedagogía, comprendida como disciplina y como arte, se refiere, principalmente, a este “hacerse personas humanas”, y requiere, por ello mismo, la consideración “alta” e “integral” de la persona, y de su propósito; su forma de realizarlo, de igual modo, consiste en saber acompañar a las personas, en múltiples formas y lugares y a lo largo de toda su vida, al descubrimiento, así como a poner en acción, todos sus potenciales constitutivos[75], inclusive los culturales y, específicamente, los religiosos. Sobre todo a los jóvenes, y en asuntos que les son particularmente delicados y urgentes como aquellos que tienen qué ver con su sexualidad y su afectividad y que son tratados sin ninguna trivialidad cuando se los considera a la luz del amor que es don-de-sí-mismo.[75 bis] Su lugar, por excelencia, después del propio hogar, es la escuela, y, en nuestro caso, la Universidad.

Uno de los componentes principales es, precisamente, el que bíblicamente hemos conocido como “corazón”[76], al cual “se le habla” (cf. Os 2,16), como hemos visto (cf. cap. 4°, 1.a.2, p. 387s), sobre todo cuando se trata del autoconocimiento del ser humano, de sus “virtudes” y de sus demás bienes y valores. De ello no están exentos los ámbitos religioso y de la fe, y éste último en particular, por cuanto Quien habla es Dios mismo, y quien es amado es el ser humano, hombre y mujer: en su propio y personal “desierto”: en el desierto en el que el Espíritu Santo, como Señor, Maestro y Dador de vida, lo “alecciona con su ciencia” (en su entendimiento y sus correspondientes virtudes “intelectuales” llamadas también “dianoéticas”) y lo “guía” hacia “el saboreamiento de la dulzura del bien” (en su voluntad y sus correspondientes virtudes “morales o éticas”) y hacia el “disfrute de su consuelo”[77] (en el goce de los “frutos del Espíritu Santo”). La Universidad, por lo tanto, está llamada a ser espacio múltiple en el que las personas que conforman su comunidad, tengan plena ocasión y posibilidades para lograrlo.


Dentro de la acción pedagógica así comprendida se puede afirmar que a la universidad le corresponde una tarea fundamental que, sin descuidar dicha “educación integral” destaque especialmente la vinculación de las personas con la verdad, la búsqueda de la verdad, e, inclusive, a la base y como motor de toda ella, la búsqueda de la verdad acerca del hombre. A ella corresponde asumir su responsabilidad en el crecimiento educativo y cultural del Homo sapiens sapiens. Así lo concibieron pensadores de la altura de Karl Jaspers[78], y el mismo Conc. Vat. II, que desarrolló este punto esencial de jerarquía cuando expresó que:

“También sobre el tiempo aumenta su imperio la inteligencia humana, ya en cuanto al pasado, por el conocimiento de la historia; ya en cuanto al futuro, por la técnica prospectiva y la planificación. Los progresos de las ciencias biológicas, psicológicas y sociales permiten al hombre no sólo conocerse mejor, sino aun influir directamente sobre la vida de las sociedades por medio de métodos técnicos […] La humanidad pasa así de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis”[79].

Las asignaturas todas, de modo diferenciado, es verdad, pero todas ellas en su variedad, no habrían de transmitir otro mensaje, ni reflejar otras intencionalidades de conocimiento; ni los docentes perder de vista esta preocupación tan importante, independientemente de la concepción y actitud religiosa, p. ej., que posean. El esfuerzo “razonado”, llevado hasta sus últimas consecuencias por parte de las mujeres y hombres de buena voluntad, permite encontrar la solución a los problemas humanos, con tal que no se excluya, como objetivo y como medio, ni se la objete, la posibilidad de esa teleíosis, la integralidad y universalidad humana – “todo el hombre el hombre, todos los hombres” – que lleva consigo la cooperación consciente y libre a la acción creadora y salvadora, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cada asignatura, y cada área del saber y de la cultura que en la asignatura se hace presente, plantea sus propias exigencias, sus propias necesidades, sus propios métodos, recorridos, éxitos y fracasos. Saber estar presentes y vigentes, animando desde dentro, es condición y expresión fundamental de la fe que dialoga, y que puede y debe ir madurando cada día más. 

Correlato fundamental de la verdad, en las personas, es, entonces, su “libertad”. Pero, como hemos visto, es del todo necesario comprender que la libertad, de igual modo, sólo llega a ser auténticamente tal en la medida que se le dé su sentido humano más profundo: su compromiso con la verdad y con la responsabilidad, p. ej., al tomar en cuenta las consecuencias, incluso lejanas y universales, de las propias decisiones – y de las decisiones sociales –; o, como la hemos llamado, cuando se hace “libertad para la liberación”[80]. Libertad, sobre todo cuando las personas se deben referir a Dios, que es la relación que máximamente la exige y que, por lo mismo, ha de ser privilegiada y puntualmente defendida (cf. c. 748 § 2).

5. Ciertamente, una Universidad, y específicamente una Universidad católica, y sus facultades, no pueden eludir las responsabilidades que se derivan inmediatamente de los anteriores referentes antropológicos, y deben encontrar las formas más adecuadas para llevarlas a cabo. Las Universidades católicas habrían de ser, por supuesto, las más conscientes de ello y las primeras en ponerlo por obra en su misma estructura y actividad, comenzando, por sus estatutos, por supuesto, pero también tocando e imbuyendo de esta convicción sus reglamentos, currículos y las asignaturas en las que de una manera explícita se aborden estas temáticas y problemáticas, ya que en ellas se forman las laicas y los laicos que desempeñarán las tareas más difíciles de este tipo de “apostolado”, el de la ciencia, la educación y la cultura (cf. AA 29; 4i; 13ab; LG 36). Más aún, mediante la actividad particular de la teología, en tales asignaturas, quizás a través de su departamento y de su Facultad, deben mantenerlas presentes e impulsarlas incansablemente. Y esto por razones de recta e íntegra “humanidad”: aprendizaje, pues, y profundización, que ha de hacerse tanto en el nivel de pregrado como en los niveles altamente técnicos, “en todo aquello que permite la recuperación de una tradición rica y compleja, que ha forjado una historia, no sólo en sus avances, sino también en sus crisis, en sus conflictos y decadencias”[81]. Tendremos que volver sobre estos aspectos, en forma más concreta, en los capítulos siguientes.

También en lo que concierne a la actividad académica, y específicamente a la universitaria y docente, es necesario insistir en que los seres humanos, considerados como lo hemos hecho a lo largo del capítulo, no son adecuadamente descritos y válidamente relacionados cuando se los separa de tal manera de las demás realidades con las que conviven que, en verdad, se termina oponiéndolos a ellas: “o la naturaleza, o el hombre”. Por el contrario, aun manteniéndonos en una perspectiva intrahistórica e intramundana, el ser humano expresa la autoconciencia a la que esa misma naturaleza ha llegado y, más aún, todo el universo evidencia en todos los niveles, evolutivos y estructurales, una marcha, un cambio, unas posibilidades a las que se les puede y debe otorgar un sentido por parte de hombres y mujeres justificados y justos. El universo será – como la humanidad – lo que los seres humanos queramos que sea, ayudados por la gracia de Dios.

Por eso considero que en una actitud de síntesis dinámica y evolutiva, se debería considerar al ser humano desde su percepción objetiva y realista, en la que se afirman y expresan todas estas dimensiones de las que hemos tratado, y seguramente, muchos aspectos más que también lo constituyen, con sus posibilidades y energías; pero, de igual manera, se lo debe considerar bajo su aspecto personal y subjetivo, mediante el cual se asume a sí mismo, se autotrasciende y crea historia. Es este, precisamente, el ser humano que asumió el Verbo en la encarnación kenótica, el que está “sentado a la derecha del Padre” y el que “habrá de venir a juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin”. Despreciar o desatender cualquiera de estos polos en tensión acarrea gravísimas consecuencias, como hemos podido observar también.

6. Porque ciertamente, nuestra afirmación de fe cristiana subraya en los seres humanos cuanto tiene que ver con nuestra propia capacidad y valor trascendente. Jesucristo, el “hombre perfecto”, por su encarnación y kénosis ha confirmado estos rasgos de la existencia humana en toda su amplitud y posibilidades de desarrollo, y por su resurrección y recapitulación los ha potenciado desde dentro hasta lo divino. Cada una de sus personales características humanas es, en realidad, el espejo, actual y futuro, de las nuestras. Particularmente, por supuesto, las que se refieren a la búsqueda de la verdad y del sentido, a la exploración de la verdad acerca de Dios y de la Iglesia. Como hemos ido poniendo en evidencia, ello se refiere no sólo a aquellas peculiaridades que definen al ser humano como buscador incansable de la verdad, sino a las que le permiten comprobar y verificar, procesualmente, metodológicamente, razonablemente, si sus hallazgos eran tales y le facilitan un avance, o, por el contrario, no lo son.

Pero todavía más: hemos constatado que los seres humanos, llamados a vencer la desolación, la angustia y la desesperación, a ser hombres nuevos, como Jesús resucitado, somos capaces también de adherirnos a la verdad, somos capaces de acoger la verdad en todas sus exigencias, no sólo con entusiasmo, sino como revelación y palabra de Dios, y extasiarnos en ella, en su contemplación y en su saboreo. Un mejor conocimiento de las cosas, en su naturaleza más íntima y en sus procesos, no nos debería llevar, por tanto, a apartarnos de Dios, sino, como hemos visto, a todo lo contrario.

Finalmente, hay que señalar la capacidad de mujeres y hombres para mantenerse fielmente en la verdad no sólo nocionalmente conocida, sino afectiva y efectivamente amada y realizada. En consecuencia, estamos refiriéndonos a la capacidad humana para la perseverancia en la verdad, especialmente en relación con Dios y con la Iglesia, para profundizarla y dialogarla, para vivirla y celebrarla, para compartirla, e, incluso, para dar testimonio de la misma.

A partir de esta capacidad, podemos exponer nuestra concepción antropológica por medio de un lenguaje auténticamente comunicativo, y proponer, inclusive, las líneas fundamentales y siempre susceptibles de estudio y actualización de un proyecto emancipador político, social y económico, que exprese el ser de Dios para nosotros y el ser nuestro para Dios.

Buscar la verdad de Dios y de la Iglesia, y de nuestro ser en ellos; encontrarla, acogerla y mantenerse en ella: los santos han sido los primeros en ser conscientes de estas realidades constitutivas vocacionales impresas en ellos, y en practicarlas, siguiendo, así, a Jesucristo. La “Madre de los santos”[82], la Iglesia, nos sigue proponiendo a través de los siglos, su memoria y su ejemplo para que también nosotros hoy nos esforcemos por alcanzar esa misma plenitud de vida humana-cristiana. Reiteremos este criterio fundamental, que para los creyentes no es ni puede ser solamente nocional y que ya hemos destacado, mediante las palabras de la voz más autorizada: “No tengan miedo de migrar de sus aparentes certezas en búsqueda de la verdadera gloria de Dios, que es el hombre viviente”, les decía a los Obispos colombianos el Santo Padre FRANCISCO, en su encuentro con ellos con ocasión de su visita a Colombia. Y proseguía: “Les ruego tener siempre fija la mirada sobre el hombre concreto. No sirvan a un concepto de hombre, sino a la persona humana amada por Dios, hecha de carne, huesos, historia, fe, esperanza, sentimientos, desilusiones, frustraciones, dolores, heridas, y verán que esa concreción del hombre desenmascara las frías estadísticas, los cálculos manipulados, las estrategias ciegas, las falseadas informaciones, recordándoles que «realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22) [82bis].

7. Resumamos: los seres humanos hemos sido llamados por Dios a descubrir y a vivir nuestro misterio y nuestra existencia como hijos suyos y como hermanos de los demás (teleíosis), a transcurrir nuestra vida con sentido último, en comunidad y paz, ecuménicos y copartícipes de la transfiguración y liberación del cosmos, a ser hombres y mujeres reconciliados y realizados auténticamente, en una condición que, entre sus elementos constitutivos, abarca la fe, la esperanza y la caridad y otras virtudes: más aún, toda actividad e institucionalidad nuestra es intrínsecamente antropológica, teológica y, finalmente, jurídica. Por eso, este misterio y condición destaca en forma absoluta la dignidad e igualdad de todas las personas, mujeres y hombres, y exige un respeto profundo y activo por ellas y ellos, así como la consideración y armonía con los demás seres de la naturaleza y con el cosmos. Precisamente nuestra dimensión corpórea da suficientes elementos para ello. Pero, así mismo, las dimensiones humanas, psíquica y socio-cultural, nos descubren como seres gratuitos y gozosos, capaces de perseverar en las promesas y en la esperanza, comprometidos a fondo con la sociedad y con la historia, y solidarios con el dolor y con el sufrimiento humano; ontónomos, sí, pero, al mismo tiempo, teónomos; y con la enorme responsabilidad, a pesar de nuestras limitaciones y fragilidades, de ser signos, sacramentos, de la acción creadora y salvadora de Dios, en medio de un mundo no sólo complejo y en rápidas y profundas transformaciones, sino que – deliberadamente, amargamente – cierra para millones las posibilidades de una realización mínima de su propia realidad personal y social.

A cada disciplina y profesión, tanto en el ejercicio público como en el privado, le compete, por lo tanto, indagarse qué tanto y de qué manera está contribuyendo, efectivamente, al logro, individual, comunitario y colectivo de la vocación divina de sus propios cultivadores así como al de las demás personas: si está contribuyendo a que todos los seres humanos pasen de condiciones menos humanas a condiciones más humanas; si está positivamente favoreciendo que en la historia se haga presente la esperanza, que el amor sea auténtico y que la gratuidad sea generalizada, de modo que se construya una vida digna para todos y los espacios para la trascendencia se dilaten. Más aún: a todas ellas, cada una desde su propio vecindario, en su conjunto y/o en nuevas fusiones de las mismas, corresponde una exploración similar, por cuanto las problemáticas que las interpelan no sólo son cada día crecientes, los abismos que se abren parecieran a menudo insuperables, la amplitud y desarrollo que ellas experimentan son variados y ágiles, y la necesidad de la búsqueda de una nueva síntesis cada día se urge más, sino que a ellas llegan de entre las mentes más brillantes y de mejor juicio: las personas capaces para entablar un diálogo constructivo y eficaz, que mire hacia el futuro a pesar de los enormes y complejos desafíos de la hora actual; las personas que tienen entre sus manos los instrumentos tecnológicos más conspicuos para afrontarlos.

Hemos podido fijarnos, además, en historias que se han tejido alrededor de los avances científicos, y en algunos personajes representativos involucrados en los mismos. Pero esos mismos hechos muestran la insuficiencia actual que los latinoamericanos y muchos otros pueblos tenemos en ese orden, y, más aún, se ha hecho evidente que es más necesaria e imperiosa, en nuestro entero mundo, la acción conjunta universitaria y académica que los permita. Esta acción conjunta y coordinada – y con presupuestos de inversión asignados – de los gobiernos y de las empresas con las universidades y demás instituciones de investigación y extensión es, en este punto, imprescindible. Sin duda, contribuyen a ello, más que nunca, las facilidades tecnológicas crecientes. Pero, así mismo, dicha acción impulsa y exige, a cada ciencia en particular, y a todas las ciencias en interconexión, realizar un incremento de las ocasiones y de los medios de encuentro, hasta ahora apenas hilvanados, los cuales proporcionan los deseables debates y desarrollan la capacidad de propuesta de la comunidad académica. Esa misma acción es más urgente todavía, por cuanto la presencia del mal y de la injusticia en el mundo hace que en nuestras distintas percepciones se generen ambivalencias y miopías, y que nuestras ejecuciones estén asediadas y desviadas por envidias, soberbias, avaricias, perezas…, que unos a otros nos podemos ayudar a descubrir. Unas ambivalencias y miopías antropológicas, fundamentalmente, de las que no somos tantas veces conscientes, ni individuos, ni comunidades científicas, ni aún colectividades y culturas enteras, pero cuyas motivaciones y horizontes condicionan en forma lamentable las decisiones conducentes a la implementación y puesta en práctica de proyectos auténticamente humanos, y de actividades consecuentes con ellos[83]. Para las Universidades católicas también se refiere aquello de que, en su incesante “búsqueda de la luz de la verdad divina”, ha de aprender a “rechazar lo que es indigno del nombre cristiano, y cumplir todo aquello a lo que ese nombre se refiere”[84].

La historia de la salvación admite estas ambivalencias y miopías, pero su destino final trascendente urge la evaluación permanente de las mismas y las necesarias conversiones y correcciones de rumbo. Nuestra “razón práctica”, por eso mismo, como veremos en los próximos capítulos en algunos aspectos de su despliegue a propósito de los cc. elegidos para esta investigación, tendrá que esmerarse en su agudeza de análisis y en su capacidad de inventiva y conciliación, para llegar a unas propuestas concretas en los ámbitos moral y canónico. Una vez más, será necesario seguir permanentemente la invitación de Jesús[85] a observar con atención los eventos que nos circundan – especialmente los más recientes –, para encontrar en ellos las señales auténticas del Reino, la voluntad de Dios, la manera como Él sigue construyendo mujeres y hombres con una existencia que trasciende hasta la plenitud y la eternidad.

Porque, efectivamente, la Teología moral así como el Derecho canónico, cada uno conforme a sus “racionalidades” y “campos de acción” propios, han de ofrecer unas propuestas y directrices “digeridas”, “prácticas” y más “concretas” de las dimensiones antropológicas hasta ahora consideradas, válidas para su uso no sólo “dentro” de la comunidad eclesial, porque, inclusive, están llamadas a ser punto de referencia, e invitación, más allá de las “fronteras” – que, en realidad, no existen – de la Iglesia Católica.

Las dimensiones moral y jurídica, efectivamente, como hemos visto, son esencialmente humanas, y poseen una trascendencia definitiva para la realización – o no – de personas, agrupaciones y sociedades enteras, a causa de su capacidad de mediación. No se puede, por tanto, prescindir de ellas: inclusive, y sobre todo, en el actual estado de nuestra condición de mujeres y hombres “nuevos” e “hijos de Dios” en estado de viatores. Nuestra condición social – renovada por la Pascua de Cristo – lo requiere así, porque ella, también a causa de la riqueza que expresa su multiplicidad y diversidad, no sólo enseña la posibilidad de organizarnos, sino – en razón del λόγος – λογία que las aúna – es expresión de una organización “inteligente”, auténtica y justa, que posibilita, en consecuencia, la realización más plena e integral de todos los seres humanos. La capacidad mediadora de los seres humanos, una vez más, que se pone en acción.

A lo largo de toda la historia de la humanidad se ha considerado necesario que en todos estos asuntos relativos al ser humano, a sus relaciones sociales y consigo mismo y a sus producciones culturales, inclusive aquellas que hacen relación con el medioambiente, se reflexione crítica y justamente acerca del sentido que ellas tienen, sobre todo a causa de su impacto en la vida diaria, y muy especialmente sobre sus relaciones con Dios. Precisamente por ello, corresponde hoy a la teología, y específicamente a la “antropología teológica”, entre otras cuestiones, hacerse estas preguntas y proponer sus acrisoladas respuestas, ya que de su solución dependen fundamentalmente las pistas que se quieran proponer luego, en orden a la acción, tanto en el ámbito moral como en el jurídico, y no sólo para su uso al interior de la comunidad eclesial, sino también en el mundo entero, cuando se reclama por parte de muchos llegar a un acuerdo sobre unas normas mínimas y universales válidas. Por lo tanto, resalta espontáneamente la importancia de que existan en el contexto universitario – que, por todo lo visto, es el más adecuado para ello – unas asignaturas universitarias que permitan satisfacer esta necesidad y esta urgencia, respondiendo adecuadamente al momento actual.

A lo largo del capítulo hemos llegado a establecer, en fin, que las experiencias humanas, sean ellas convertibles o expresables en artes o en saberes o en disciplinas científicas, permiten y contribuyen, a su modo, a plantear con buen juicio, las cuestiones relativas a la descripción del funcionamiento de las dimensiones corpórea, psíquica y socio-cultural de los seres humanos, e inclusive de sus patologías. Más aún, como ya dijimos, ellas proporcionan mediaciones adecuadas para participar en el descubrimiento, autocrítica y realización histórica de un sentido y de un proyecto de vida, inclusive religioso, que signifique la realización del verdadero bien humano, aún si esta “normalidad” está afectada por el pecado. Pero, por otra parte, se ha mostrado que era posible llegar no sólo a tales hallazgos mediante el esfuerzo realizado legítimamente por las capacidades racionales humanas y gracias a la colaboración entre ellas, sino que, efectivamente, la fe cristiana los ha abierto, aún bajo la condición de ser una propuesta e invitación a la libertad, a una total originalidad y novedad.

Teológicamente, hemos observado de qué manera la investigación y la enseñanza de diversos saberes conforme a su propia autonomía es parte del designio de Dios; y que ello no obsta, sin embargo, para que en la enseñanza de tales diversos saberes se haga referencia a su enraizamiento común en el querer salvífico de Dios; y, además, hemos constatado las razones de la necesidad de promover y difundir en la comunidad los diversos saberes y su interrelación en el conjunto de la enseñanza y de la investigación, ya que también ellos son expresión actual del querer salvífico de Dios y nos ayudan positivamente a conocer quién es Dios.

Así, pues, podemos afirmar que la búsqueda y realización sincera e incansable de la verdad, de la verdad verdadera, sobre todo en lo que atañe al ser humano, lejos de perjudicarlo o impedirlo, permite decir públicamente una palabra útil, adecuada y necesaria acerca de Dios y de la Iglesia, al mismo tiempo que la exige.

Esta es la búsqueda y reflexión antropológica que hemos tratado de presentar en algunos de sus elementos principales en este capítulo. Ahora procedamos a destacar, igualmente, algunas de sus consecuencias en orden a ese comportamiento digno del ser humano que somos, al horizonte ético, y a la práctica moral que lo especifica, por parte de la comunidad académica y en especial por parte de la Universidad católica y de las facultades eclesiásticas, en los aspectos que hemos asumido considerar en esta investigación.



Notas de pie de página



[1] El Papa JUAN PABLO II trató durante su pontificado muchísimas veces y desde diferentes enfoques y sensibilidades este tema. Para citar sólo tres ejemplos de ello, recuérdense las encíclicas relativas al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, respectivamente: Dives in misericordia, 30 de noviembre de 1980 (en: http://www.vatican.va/edocs/ESL0034/_INDEX.HTM); Redemptor hominis, primera de su ministerio petrino, del 4 de marzo de 1979 (en: http://www.vatican.va/edocs/ESL0038/_INDEX.HTM); y Dominum et Vivificantem, del 18 de mayo de 1986 (en: http://www.vatican.va/edocs/ESL0035/_INDEX.HTM).
Por su parte, la primera encíclica del Papa BENEDICTO XVI, DCE, recordémoslo una vez más, ha tratado amplia y actualizadamente, sobre todo en la primera parte, este mismo argumento (25 de diciembre de 2005, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est_sp.html).
[2] Es éste, precisamente, el sentido profundo que llega a tener el día domingo en la tradición cristiana. El Papa Benedicto XVI lo recordó con ocasión de la jornada conmemorativa de la promulgación de la Constitución Sacrosanctum Concilium del Conc. Vat. II, del 1° de diciembre de 2006, jornada dedicada a destacar “la misa dominical como acción santificadora para el pueblo cristiano”. Decía en el aparte pertinente el Santo Padre: “En efecto, en toda Celebración eucarística dominical se realiza la santificación del pueblo cristiano, hasta el domingo sin ocaso, día del definitivo encuentro de Dios con sus criaturas” (“Infatti in ogni Celebrazione eucaristica domenicale si attua la santificazione del popolo cristiano, fino alla domenica senza tramonto, giorno del definitivo incontro di Dio con le sue creature”: traducción mía). El texto puede verse en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/19355.php?index=19355&po_date=01.12.2006&lang=sp
Tema, como se ve, de una oportunidad inocultable, en medio de unas condiciones actuales de tanta indiferencia religiosa y de tanto secularismo.
[3] S. Tomás DE AQUINO: ST IIa-IIae qq. 22-26 y 44.
[4] Ibíd., q. 27.
[5] Ibíd., q. 34.
[6] Ibíd., q. 28.
[7] Ibíd., q. 35.
[8] Ibíd., q. 36.
[9] Ibíd., q. 29.
[10] Ibíd., q. 37.
[11] Ibíd., q. 38.
[12] Ibíd., q. 39.
[13] Ibíd., q. 40.
[14] Ibíd., q. 41.
[15] Ibíd., q. 42.
[16] Ibíd., q. 30.
[17] Ibíd., q. 31.
[18] Ibíd., q. 43.
[19] Ibíd., q. 32.
[20] Ibíd., q. 33.
[21] Ibíd., q. 45.
[22] Ibíd., q. 49.
[23] Cf. Ignace LEPP: La comunicación de las existencias Carlos Lohlé Buenos Aires 1964 98-100.
[24] Cf. ibíd., 159.
[25] “Sabiduría cristiana”: tal es el título de la Constitución apostólica del Papa JUAN PABLO II mediante la cual reorganizó las “universidades y facultades eclesiásticas”, el 15 de abril de 1979 (en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_constitutions/documents/hf_jp-ii_apc_15041979_sapientia-christiana_sp.html)
[26] Se trata de hacer evidente de qué manera “todas las cosas están unidas entre sí para la gloria de Dios y para el desarrollo integral del hombre en cuanto a los bienes del cuerpo y del espíritu (cf. GS 43ss)”.
[27] En la edición publicada en castellano aparece esta anotación, por supuesto, posterior, del Santo Padre: “Lamentablemente, esta cita ha sido considerada en el mundo musulmán como expresión de mi posición personal, suscitando así una comprensible indignación. Espero que el lector de mi texto comprenda inmediatamente que esta frase no expresa mi valoración personal con respecto al Corán, hacia el cual siento el respeto que se debe al libro sagrado de una gran religión. Al citar el texto del emperador Manuel II sólo quería poner de relieve la relación esencial que existe entre la fe y la razón. En este punto estoy de acuerdo con Manuel II, pero sin hacer mía su polémica”.
[28] La obra de Habermas se la tradujo al castellano con este título: Israel o Atenas: ensayos sobre religión, teología y racionalidad Trotta Madrid 2001.
[29] Hemos hecho referencia ya a este encuentro y al texto: Cf. capítulo II, 2.b., p. 142 y 2.d., p. 154. Cf. Jürgen HABERMAS – Joseph Card. RATZINGER: Coloquio de Munich, Agosto de 2004: “Les fondements prépolitiques de l’État démocratique” en: Esprit 306 juillet 2004 5-28.
[30] El P. Alberto PARRA MORA S. J., con ocasión de un encuentro sobre la Investigación en Teología, sesión del 14 de junio de 2006, afirmó que la teología, debe hacerse también sus propias preguntas: “Pero es claro que la teología sigue el ritmo del conocer en el movimiento mismo del ser y del conocer. Quizás sobre decir aquí, por bien sabido, que el tránsito del espíritu de una época (Zeitsgeist) a otro está determinado por el movimiento del conocimiento (Verstand), de la razón (Vernunft) y de la racionalidad (Rationalität). Ese movimiento ha sido visualizado en el paso de un conocer premoderno objetivado hacia el conocimiento moderno subjetivado, y en el tránsito del conocer moderno hacia las nuevas racionalidades que caracterizan nuestra época…; y el impresionante abanico actual de racionalidades críticas emergentes registra el movimiento del conocimiento en dirección de un más allá de la modernidad o abierta postmodernidad… Aquí no es lugar para invocar la genealogía o la fisonomía de las nuevas racionalidades, sino para insinuar su significado en orden a la investigación en el dominio particular de la teología. Pero es claro que nos referimos a la crítica del saber sapiencial de Lyotard en su Condición Posmoderna, a la crítica de la razón anamnética de Metz en su título Por una cultura de la memoria, a la crítica de la razón simbólica de Ricoeur en sus títulos La metáfora viva y Hermenéutica y acción, a la Crítica de la razón utópica de Hinkelammert, a la Crítica de la razón funcionalista de Habermas. Este movimiento analítico de las racionalidades emergentes determina el movimiento de la época y debería determinar los horizontes y perspectivas de la investigación en todos los campos y de modo particular en teología”: “¿Qué es investigar en teología?”, en: Alberto PARRA S. J. – Gustavo BAENA S. J. – Rodolfo DE ROUX S. J. – Mario PERESSON SDB – Jesús ANDRÉS VELA S. J.: Investigar en Teología Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Colección Apuntes de Teología Bogotá 2006 21-23.
De acuerdo con Lyotard, “Los “metarrelatos” a que se refiere La condición posmoderna son aquellos que han marcado la modernidad: emancipación progresiva de la razón y de la libertad, emancipación progresiva o catastrófica del trabajo (fuente de valor alienado en el capitalismo), enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la tecnociencia capitalista, e incluso, si se cuenta al cristianismo dentro de la modernidad (opuesto, por lo tanto, al clasicismo antiguo), salvación de las creaturas por medio de la conversión de las almas vía el relato crístico del amor 

mártir”: La posmodernidad (explicada a los niños), Gedisa Barcelona 1996, citado por Orlando CÁRCAMO BERRÍO: “El concepto de metarrelato en el postmodernismo” en Aulas y Maestros 1/1 2007, en: http://www.orlandocarcamo.com/concepto_de_metarrelato.html.

La discusión originada exigió puntualizaciones por parte de la Santa Sede y del mismo Pontífice en las semanas siguientes a esta intervención. Sin duda, se trata de un problema álgido por las sensibilidades encontradas. De todos modos, el diálogo interreligioso con el Islam, sobre diversos asuntos, en especial sobre problemas sociales, ha sido, es y será, seguramente, de una trascendencia inocultable, en todo sentido.
[32] “Para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”: Ef 1,10; “[Quiso Dios] reconciliar por él y para él todas las cosas”: Col 1,20.
Dentro de la teología paulina el tema es de gran importancia, como sabemos. Un repaso del mismo expuso el Papa BENEDICTO XVI en la audiencia del miércoles 12 de noviembre de 2008, con ocasión del Año Paulino, subrayando no sólo los aspectos cristológicos de este misterio sino sus implicaciones antropológicas – estamos hechos y re-hechos para vivir con el Señor misericordioso hoy y para siempre – y en orden a la realización de una conducta moral cristiana responsable: una existencia vivida consciente y activamente en la esperanza, que trabaja por erradicar toda suerte de incoherencia, injusticia e inhumanidad – expresiones personales y sociales del mal – e, inclusive, con una esperanza que confía sólo en Dios ante el máximo mal, la muerte. Puede verse en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/22896.php?index=22896&po_date=12.11.2008&lang=sp
[33] “Los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con aquella gloria venidera, que se ha de manifestar en nosotros” (Rm 8,18).
[34] Aludiendo al problema de la justicia-injusticia aquí en el momento presente pero en perspectiva del Juicio final y universal, es decir, la otra cara de la esperanza de las postrimerías, y citando al filósofo Theodor W. ADORNO, afirmaba el Papa BENEDICTO XVI en la enc. Spe salvi, del 30 de noviembre de 2007: “siempre (Adorno) ha subrayado también esta dialéctica «negativa» y ha afirmado que la justicia, una verdadera justicia, requeriría un mundo «en el cual no sólo fuera suprimido el sufrimiento presente, sino también revocado lo que es irrevocablemente pasado»[ Negative Dialektik (1966), Tercera parte, III, 11: Gesammelte Schriften, vol. VI, Frankfurt/Main, 1973, 395]. Pero esto significaría – expresado en símbolos positivos y, por tanto, para él inapropiados – que no puede haber justicia sin resurrección de los muertos. Pero una tal perspectiva comportaría «la resurrección de la carne, algo que es totalmente ajeno al idealismo, al reino del espíritu absoluto»[Ibíd., Segunda parte, 207]” (n. 42; cf. n. 43).
[35] Cf. XIII SESIÓN PLENARIA DE LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LAS CIENCIAS SOCIALES (Vaticano, 27 de abril al 1° de mayo de 2007): Documento introductorio “Caridad y justicia en las relaciones entre pueblos y naciones”, en:  http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/20145.php?index=20145&po_date=26.04.2007&lang=sp
[36] El Papa FRANCISCO destaca la característica de “ciudad” que tiene Jerusalén como símbolo de plenitud de “humanidad” y de “historia”, en Evangelii gaudium 71-75: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium_sp.pdf
[37]Discamus in terris quorum nobis scientia perseveret in caelo”.  La traducción de Daniel Ruíz para la BAC es así: “Aprendamos en la tierra aquellas cosas cuya ciencia ha de perseverar para nuestra dicha en el cielo”. San JERÓNIMO: Epístola 53,10, en: Cartas de San Jerónimo. Edición bilingüe BAC Madrid 1962 v. 1 447. Cf. el comentario de BENEDICTO XVI sobre este Padre de la Iglesia en su Catequesis del 7 de noviembre de 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21065.php?index=21065&lang=sp 
[37 bis] FRANCISCO: discurso en la audiencia a los miembros de la Asociación Nacional de los Ayuntamientos Italianos (ANCI), 30 de septiembre de 2017, en:

[38] Ha de recordarse, p. ej., que el Papa JUAN PABLO II, al comienzo de su pontificado en 1978, recogiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II  y de los Papas anteriores, escribió que “El hombre es el camino de la Iglesia” (enc. RH 14); y que, a lo largo de todo su magisterio, lo reiteró en solemnes momentos, como en su visita a la UNESCO en 1980, y en sus encíclicas sobre asuntos de moral fundamental (cf. VS 3) y moral social (cf. CA 55). (Pero también en SRS 1; 39ae; CA 3d; 6 a; 8 a; 11c; 13ab; etc.; VS 48bc; 49; 50 a; 51b; etc.).
[39] La expresión fue empleada, quizá por primera vez, por Paul RICOEUR. “Afirma Ricoeur que Descartes puso en duda que las cosas fuesen tal y como aparecen, pero no dudó de que la conciencia fuese tal y como se aparece a sí misma. Por el contrario, los tres maestros de la sospecha: Marx, Freud y Nietzsche, aunque desde diferentes presupuestos, consideraron que la conciencia en su conjunto es una conciencia falsa. Así, según Marx, la conciencia se falsea o se enmascara por intereses económicos, en Freud por la represión del inconsciente y en Nietzsche por el resentimiento del débil. Sin embargo, lo que hay que destacar de estos maestros no es ese aspecto destructivo de las ilusiones éticas, políticas o de las percepciones de la conciencia, sino una forma de interpretar el sentido. Lo que quiere Marx es alcanzar la liberación por una praxis que haya desenmascarado a la ideología burguesa. Nietzsche pretende la restauración de la fuerza del hombre por la superación del resentimiento y de la compasión. Freud busca una curación por la conciencia y la aceptación del principio de realidad. Los tres tienen en común la denuncia de las ilusiones y de la falsa percepción de la realidad, pero también la búsqueda de utopías. Los tres realizan una labor arqueológica de búsqueda de los principios ocultos de la actividad consciente, si bien, simultáneamente, construyen una teleología, un reino de fines. Ricoeur, como ellos, acepta el lado ascético de la reflexión, su papel de aguafiestas ante determinadas percepciones de la realidad. Pero tras el necesario purgatorio de la crítica marxista, freudiana y nietzscheana, viene la recuperación del sentido, el restablecimiento de una ingenuidad purificada y fuerte": Carlos EYMAR: El Cicerone. En memoria de Paul Ricoeur en (consulta febrero 2007): http://www.elciervo.es/html/default.asp?area=articulo&revista=57&articulo=315 Véase la obra misma de Paul RICOEUR: Freud: una interpretación de la cultura Siglo Veintiuno México 1999. El S. P. FRANCISCO volvió sobre el argumento en la enc. LF 2, en: http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html.
[40] La expresión halla toda su fuerza en el contexto de la fenomenología conforme a la idea de E. Husserl: “¿Cuáles son las consideraciones que plantea el autor? 1) Se intenta dudar de algún ser, la forma de ser es indiferente. "Quien, p. ej., duda si un objeto de cuya existencia no duda, es de tal o cual manera, duda justamente del ser de tal manera" (Husserl 1913:70). 2) No se puede dudar y tener por cierto a la vez la misma materia de ser. 3) El intento de dudar acarrea necesariamente cierta abolición de la tesis. Husserl plantea que no se trata de una eliminación, sino un "colocarla entre paréntesis". "Si así lo hago, como soy plenamente libre de hacerlo, no por ello niego 'este mundo', como si yo fuera un sofista, ni dudo de su existencia, como si yo fuera un escéptico, sino que practico la epoché 'fenomenológica' que me cierra completamente todo juicio sobre existencias en el espacio y en el tiempo" (Husserl 1913:73). Empero, no continuaremos diciendo lo que la epoché no es, sino lo que es. Es "un modo sui generis de conciencia (...) Este cambio de valor es cosa de nuestra absoluta libertad y hace frente a todos los actos en que el pensar toma posición" (Husserl 1913:71). Por ello, la relación que existe entre el pensar filosófico y la epoché es característica: ¡la epoché piensa fenomenológicamente! ¿Qué quiere decir esto? Que la epoché es un modo del pensar filosófico, una forma de ser. 4) El camino de Descartes lleva a la negación universal, pero este no es el objetivo de Husserl”. El texto trascrito es de Francisco OSORIO: “El Método Fenomenológico. Aplicación de la epoché al sentido absoluto de la conciencia”, en: Cinta de Moebio No.3. Abril de 1998. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile, en (consulta febrero 2007): http://www.moebio.uchile.cl/03/frprin03.htm
[41] Indudablemente, los estudios se hacen por parte de seres humanos, y, en consecuencia, ellos están expuestos a sesgos, debidos a que en los procesos de selección de las muestras, p. ej., se incluyen individuos no representativos de la población para la cual se sacarán las conclusiones. Pero también, están expuestos a errores, especialmente en las mediciones de las magnitudes por no valorar el aspecto cualitativo de las mismas, especialmente sus estándares. Cf. el estudio del BRITISH MEDICAL JOURNAL – BMJ: Epidemiología para principiantes BMJ Publishing Group – LEGIS Bogotá 2004, cuyo capítulo 4 es reproducido por Tribuna odontológica. Programa de actualización basado en la evidencia Medilegis 2/1 2005 18-22.  
[42] La situación fue descrita por el Papa JUAN PABLO II: “Después de la caída, en muchos países, de las ideologías que condicionaban la política a una concepción totalitaria del mundo —la primera entre ellas el marxismo—, existe hoy un riesgo no menos grave debido a la negación de los derechos fundamentales de la persona humana y a la absorción en la política de la misma inquietud religiosa que habita en el corazón de todo ser humano: es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto, «si no existe una verdad última —que guíe y oriente la acción política—, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (Carta enc. Centesimus annus, 1 mayo 1991, n. 46: en: AAS 83 1991 850)”: Carta enc. VS, 6 de agosto de 1993, n. 101: http://www.vatican.va/edocs/ESL0044/__PY.HTM#$4H
[43] Algunos autores prefieren hablar de “civilización cristiana”, refiriéndola o identificándola con la “civilización occidental”, no pocas veces para atribuirle a ella muchos de los males que nos aquejan desde tiempo inmemorial.
Como vimos en el capítulo precedente, aún sin olvidar ni desdecirnos del solemne acto de “arrepentimiento” pronunciado por el Papa JUAN PABLO II elevado a la humanidad por los pecados cometidos por antepasados nuestros, sino por el contrario, para tenerlo como criterio cierto de valoración, es importante no dejar de lado que la elaboración del concepto de “persona” es uno de los aciertos de aquellos lejanos hermanos nuestros.
Para evocar este momento tan importante como delicado, y que es intención permanente de la oración por la unidad de los cristianos, valga la pena traer a colación este breve pero preciso texto del Papa BENEDICTO XVI sobre el tema, 1° de febrero de 2007, dirigido a la Joint International Commission for Theological Dialogue between the Catholic Church and the Oriental Orthodox Churches: “Vuestra reunión sobre la constitución y la misión de la Iglesia es de gran importancia para nuestro camino común hacia el restablecimiento de la comunión plena. La Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales comparten un patrimonio eclesial que procede de los tiempos apostólicos y de los primeros siglos del cristianismo. Esta "herencia de experiencia" debería modelar nuestro futuro "guiando nuestro camino común hacia el restablecimiento de la comunión plena" (cf. Ut unum sint, 56).” En:  http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2007/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20070201_catholics-orthodox_sp.html
Como en otro tiempo Israel, la tradición viva de la Iglesia observa, examina, analiza y pone en crisis, con un esfuerzo de penetración racional, lo que, de entre las formas y expresiones culturales de los tiempos y de los pueblos, puede ser susceptible de incorporarse como elemento connatural del patrimonio de la Revelación, sin la necesidad de modificarlo, o modificándolo en cuanto fuere necesario, porque a través de ello es el Espíritu mismo de Dios quien habla al mundo en su propio lenguaje; o, por el contrario, lo rechaza, porque considera que es contrario a la acción creadora y salvadora de Dios, según el proverbio de s. Pablo: “ todo lo que no procede de la fe, es pecado” (Rm 14,23b; cf. c. 1401, ord. 2°. La argumentación es, ante todo, para el ámbito público. Tiene una tradición plurisecular, pues desde el Concilio de Letrán IV en 1215 fue reiterada por Pontífices y Concilios: DS 815-816; etc.).
[44] Cf. Alberto PARRA MORA S. J.: Textos, contextos y pretextos: teología fundamental Pontificia Universidad Javeriana Bogotá 2005 3ª.
[45] Enc. EV, 25 de marzo de 1995, en: http://www.vatican.va/edocs/ESL0080/_INDEX.HTM
[46] S. Juan DE LA CRUZ: “Dichos de luz y amor”, en Vida y obras de San Juan de la Cruz BAC Madrid 1955 1268 n. 57.
[47] Tomo la contraposición de José-Román FLECHA ANDRÉS: Moral de la persona. Amor y sexualidad BAC Madrid 2002 5.
[48] Como se observará, en nuestro tema se trata de una categoría fundamental. Autores como Urbano SÁNCHEZ GARCÍA la examinan, más bien, desde la perspectiva, por cierto muy vigorosa, de la “corresponsabilidad”: La opción del cristiano. Síntesis actualizada de Moral Especial (2ª). III. Humanizar el mundo por la corresponsabilidad en Cristo, la verdad, la vida, la libertad y la paz fraterna Sociedad de Educación Atenas Madrid 1986 30-70.
[49] Rodolfo Eduardo DE ROUX GUERRERO S. J.: El dolor de la tierra Editorial Asesores Culturales Bogotá 2004 1ª 475, 480 y 487. Hemos preservado la expresión típica del hablar cundinamarqués que reproduce el texto.
[50] Lo ha expuesto así en diferentes obras el importante moralista Marciano VIDAL: El nuevo rostro de la moral Paulinas Madrid 1976; id.: Nueva moral fundamental. El hogar teológico de la Ética Desclée de Brouwer Bilbao 2000, especialmente al describir los “progresos en la Teología Moral Católica”, 585-588.
[51] Iván Federico MEJÍA ÁLVAREZ: Algunos elementos introductorios a la Teología Moral, o. c., p. 570, nt. 1590.
[52] Esta categoría posee una tradición sumamente amplia, que no es del caso recordar aquí. Además de las valencias éticas que lleva ya consigo, e inclusive de las teológicas que la “teología” del mismo nombre puso de relieve sobre todo a partir de la experiencia latinoamericana y “del Tercer Mundo”, ha sido el Magisterio de los Sumos Pontífices Pablo VI – en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, n. 30ss, la considera “contenido” de la evangelización” – y Juan Pablo II – no sólo en inauguración de la Asamblea de Puebla y en la aprobación de sus Conclusiones, sino, sobre todo, en las dos “Instrucciones” aprobadas por él mismo a la Congregación para la Doctrina de la Fe: “Libertatis nuntius” (1984) y “Libertatis conscientia” (1986) – quienes las han incorporado y desarrollado en un contexto claramente cristológico, soteriológico, eclesiológico y moral. Cf. Iván F. MEJÍA ÁLVAREZ: Introducción a la teología… o. c., p. 145, nt. 347, 118-120.
[53] Cf. Luis Mª GONZALO SANZ: Entre libertad y determinismo. Genes, cerebro y ambiente en la conducta humana Cristiandad Madrid 2007.
[54] Hemos mencionado hace poco a S. Juan de la Cruz. Suyo es, también, este otro dicho: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, sólo Dios es digno de él”: “Dichos de luz y amor”, en: Vida y obras de San Juan de la Cruz BAC Madrid 1955 1268 n. 32.
[55] Para un estudio sobre los Derechos humanos y sus antecedentes en la ley y el derecho natural y en el derecho canónico, cf. Brian TIERNEY: L’idea dei diritti naturali: diritti naturali, legge naturale e diritto canonico Il Mulino Bologna 2002.
No ha de olvidarse que un ex alumno de la Academia Javeriana, actual Pontificia Universidad Javeriana, fue San Pedro CLAVER (1580-1654), patrono y defensor de los derechos humanos (designado así por Juan Pablo II en 1985). Su fiesta es el 8 de septiembre.
Para conmemorar el LXX Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (19 de diciembre de 1948) y en el XX Aniversario de la concesión del Doctorado honoris causa de la Libera Università Maria Ss. Assunta de Roma (LUMSA) al entonces cardenal Joseph Ratzinger, se organizó por parte de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI en colaboración con la Universidad Lumsa, el 8º Simposio internacional "Derechos fundamentales y conflictos entre derechos" (15-16 de noviembre de 2018). En esta circunstancia, fue invitado a pronunciar un discurso el cardenal Pierto PAROLIN, Secretario de Estado de la Santa Sede. Como bien él lo señaló, "el tema de mi intervención pretende abordar el ámbito de investigación desde una perspectiva diferente, centrándose especialmente en los interlocutores de la Santa Sede en el campo de los derechos humanos y, por lo tanto, en el diálogo que establece con la comunidad internacional". Mencionamos sólo el primer punto, histórico, y sugerimos la lectura completa del texto, a mi juicio, valioso en sus demás precisiones, actualizaciones y aportes: 
La historia de la relación entre la Iglesia Católica y los Derechos humanos se remonta a la divergencia original que existió con los promotores "de la Revolución Francesa en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, del 26 de agosto, 1789" , por cuanto algunos de sus artículos "se percibían exclusivamente como un intento de subvertir los auténticos valores cristianos en los que se basaba la convivencia civil [cfr. D. Menozzi, Chiesa e diritti umani, Il Mulino, Bologna 2012, 28] y la voluntad de crear una sociedad en cuya base hubiera un sistema legal liberado de la religión [esto resultaba particularmente evidente en la Declaración de Francia. El tema de los derechos ya había aparecido unos años antes en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, que sin embargo conserva una referencia a Dios Creador. Cfr. Declaración de independencia de los Estados Unidos de América: «We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness»]. Los derechos del ciudadano aparecían así como "una propaganda engañosa difundida por aquellos que en realidad pretendían subvertir todo buen ordenamiento de la vida colectiva, mientras que los" derechos humanos" reales consistían en la obediencia, según los dictados de la Iglesia, a los deberes inculcados por la ley natural y divina y traducidos a ley positiva "[D. Menozzi¸ Chiesa e diritti umani, cit., 39]." Recomponer una relación adecuada entre el Magisterio de ese tiempo y las tendencias ideológico-políticas de la Modernidad - la mutua sospecha, ataques y desconfianza - tardó no menos de un siglo, y quizá más, hasta cuando se fue creando el "Magisterio Social Pontificio" o "de la Iglesia", denominado también "Doctrina social". Véase el texto en:
[56] “El hombre es él y su mundo relacional. Como bien ha afirmado X. ZUBIRI, la relatividad de ese absoluto que es la persona consiste formalmente en serlo ‘frente a’, lo cual constituye esa respectividad intrínseca y formalmente constitutiva de la realidad personal (El hombre y Dios Alianza Madrid 1988 4ª 79). Pero es preciso afirmar inmediatamente que esa su estructura ontológica determina inexcusablemente unas referencias éticas: el deber de conservar la estructura toda de la persona humana y su ontológica respectividad”: José-Román FLECHA ANDRÉS: Moral de la persona. Amor y sexualidad BAC Madrid 2002 8.
Junto con la propiedad de la dignidad personal, la revelación cristiana destaca otras propiedades del ser humano, que no son extrañas también a quienes no comparten nuestra fe, a las que hemos ido haciendo referencia oportunamente, y que, ciertamente tienen una incidencia definitiva al momento de tomar decisiones ético-morales y político-jurídicas: el valor que posee cada vida humana, las dimensiones relacional y social de las personas, la conexión entre las dimensiones unitiva y procreativa del ejercicio de la sexualidad, la centralidad que posee la familia fundada sobre el matrimonio de una mujer y un varón, para citar algunos de los temas más candentes en su controversia presente.
De otra parte, el aspecto o argumento “religioso”, aislado de los demás, tampoco por sí mismo explica todo lo humano, ni es – mucho menos para algunos – probablemente el argumento principal y definitivo para zanjar las discusiones morales. ¿A dónde acudir en estos casos, sino a una decisión, a unas motivaciones, a un principio, o como quiera llamarse, que subjetivamente es convincente por encima o más allá de otras? Obsérvese la problematización que hace del hecho Vicente DURÁN CASAS, S. J.: “Y por eso los argumentos para oponerse al aborto, incluso para los católicos, no están sacados de la Biblia. En lo que a mí concierne como creyente y como sacerdote, pero también como ciudadano y profesor universitario, me considero y proclamo decidido defensor del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Derecho que es natural, y que por serlo ningún Estado o religión puede restringir o limitar arbitrariamente. Pero con igual dureza y convencimiento, afirmo y defiendo el derecho a la vida, incluida la de los aún no nacidos… Se trata, más bien, de un conflicto entre derechos, a cual más justos y razonables, pero que de alguna manera debe ser resuelto a partir de argumentos públicos. Es aquí donde los argumentos entran y salen, son debatidos, analizados o ridiculizados, aceptados o rechazados. Convencen o no convencen. Y es precisamente así como la Iglesia acaba siendo acorralada y desoída, a veces por su poca claridad para decir las cosas. Me opongo al aborto por dos razones que difícilmente pueden ser consideradas religiosas: porque no me convence el argumento decisionista de que la dignidad humana y los derechos humanos dependen del número de semanas de desarrollo del embrión, y porque en el conflicto de derechos mencionado le reconozco a la vida una prelación ontológica. El argumento proviene, no de la Biblia, sino de lo mejor de la Ilustración europea: lo único por lo que es razonable y aceptable restringir la libertad individual de hombres y mujeres es para garantizar la libertad de otros seres humanos…”: “Los argumentos no son religiosos. Aborto e Iglesia”, en El Tiempo, domingo 2 de enero de 2011, Debes leer 7.
[57] Aquellos a quienes se les pisotea su dignidad humana y de hijos de Dios. Cf. Francisco MORENO REJÓN: “Moral fundamental”, en: Ignacio ELLACURÍA – Jon SOBRINO: Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación Trotta Madrid 1990 v. I 282; cf. R. AGUIRRE – F. J. VITORIA: “Justicia”, en ibíd. v. II 570.
[58] “Pues a los que de antemano (Dios Padre) conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él  el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm 8,29-30).
[59] José-Román FLECHA ANDRÉS: Moral de la persona. Amor y sexualidad BAC Madrid 2002 28-29.
Vivimos hoy, por lo demás, en una “cultura de la indiferencia”, no nos sentimos responsables de nada de cuanto ocurre a nuestro derredor, pasamos de largo ante los problemas porque “no son nuestro asunto”. Es un ataque a la alteridad, a la solidaridad, que no queremos reconocer, de lo mismo extendido que ha llegado a ser. El Papa FRANCISCO lo ha vuelto a poner de presente en su visita a Lampedusa, el 8 de julio de 2013: “Pero me gustaría que nos hiciésemos una tercera pregunta: "¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?". ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de "sufrir con": ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar…! Pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste. "¿Quién ha llorado?". ¿Quién ha llorado hoy en el mundo?”: en: http://attualita.vatican.va/sala-stampa/bollettino/2013/07/08/news/31374.html#Traduzione%20in%20lingua%20spagnola
[60] Audiencia al Tribunal de la Rota Romana con ocasión de la inauguración del año judicial, del 27 de enero de 2007, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/19617.php?index=19617&po_date=27.01.2007&lang=sp
[61] Es éste el nombre de la obra de Jesús IRIBARREN (comp. y ed.): El derecho a la verdad BAC Madrid 1968, que recoge textos desde 1831 sobre el asunto. En óptica similar se puede comprender la razón de por qué la Iglesia, la Santa Sede, las Diócesis, etc., pueden y deben utilizar las más modernas tecnologías, al servicio del anuncio del que ella es portadora, de la Palabra de Dios en diálogo con las culturas. Véanse no sólo la referencia a la misma, en la Exh. Apost. Verbum Domini, del S. P. Benedicto XVI, n. 113, sino, especialmente, las notas de presentación de la señal en “alta definición” para televisión (16 de noviembre de 2010), por parte del Centro Televisivo Vaticano y de sus directivos, Claudio Maria Celli, Presidente del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales y del Consejo de Administración del CTV; del R. P. Federico Lombardi, S.J., Director General del CTV; del Prof. Carl Albert Anderson, Caballero Supremo de los Caballeros de Colón y del Dr. Gildas Pelliet, Presidente y Director Gerente de Sony Italia, en: http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/26407.php?index=26407&po_date=16.11.2010&lang=sp
[62] Que esta búsqueda y transmisión sean hechas, en lo posible, con la máxima calidad, exige, hoy por hoy, instrumentos también de la más alta calidad, como se efectúa en el Centro Ático de la PUJ, para mencionar sólo un ej. Cf. (noviembre 2010): http://puj-portal.javeriana.edu.co/portal/page/portal/Facultad%20de%20Comunicacion/serv_centro
Si bien, como observamos al citar la Declaración de los Derechos humanos se trata de un derecho  precisamente “humano”, soportado, justamente en la experiencia “humana” y en la “sed” de Dios por parte de millones de mujeres y hombres, y que, conforme a lo explicado en el capítulo anterior, urge y debería urgir aún más en su búsqueda y conocimiento a todos los seres humanos de “sincero corazón”, no pretendemos extralimitar el alcance de nuestra investigación, circunscribiéndonos al ámbito – ése sí normativo y, a mi juicio, perentorio – de las Universidades católicas.
[63] La pregunta moral fundamental gira sobre si es posible formular una “norma moral objetiva”; y de ser ello posible, de qué manera llegar a hacerlo. El especialista en el tema, Marciano VIDAL responde afirmativamente, pero bajo las siguientes condiciones: “bajo el criterio de la pastoralidad en la reflexión teológico-moral se ha de exponer en qué consiste ella en su exacto significado; en sus fuentes bíblicas; en la trayectoria dentro de la Tradición viva de la Iglesia; en sus fundamentos antropológico-teológicos; y en su conexión con la cultura y el pensamiento actuales… de modo que la ‘recepción’ de la norma objetiva por parte de la persona, creyente y no creyente, convierta la verdad moral objetiva en verdad salvífica”: Nueva moral fundamental. El hogar teológico de la Ética, p. 1051, nt. 2818, 649-650.
[64] “El amor al pobre – escriben J. B. Libánio y F. Taborda – es expresión, mediación del amor humano universal. Porque el pobre vale por lo humanum, por la humanidad que conserva. En él el hombre es respetado y amado sólo por el hecho de ser hombre, ya que ha sido despojado de todo, excepto de su condición humana. Optar por él es la expresión legítima de una opción sólo por el hombre (Puebla 551). El amor al pobre es la actitud más universal; sólo a partir de él se puede abarcar a toda la humanidad en el amor”: J. B. LIBÁNIO – F. TABORDA: “Ideología”, en Ignacio ELLACURÍA – Jon SOBRINO: Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación Trotta Madrid 1990 v. II 598-599.
[65] Como señala como cometido específico a las Universidades católicas el Código de Cánones para las Iglesias Orientales en el c. 641, que es válido como punto de referencia y en razón de las fuentes sobre las que se fundamenta, según hemos visto, también para el resto de la Iglesia Universal. Por eso tendremos que también tenerlo en cuenta en este y, en cierto modo, en el próximo capítulo.
[66] Cf. la Exh. Ap. postsinodal Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, c. III: “Contenido de la Evangelización”, y muy especialmente los nn. 29-36; en: http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/apost_exhortations/documents/hf_p-vi_exh_19751208_evangelii-nuntiandi_sp.html
[67] Ha de recordarse que dos de los textos de los cc. que estamos estudiando en sus fundamentos teológicos (cc. 809 y 811 § 2) se encuentran, precisamente, en el capítulo II, sobre las “Universidades católicas y otros institutos de estudios superiores”, del Título III, “De la educación católica”, dentro del Libro III del CIC dedicado a “la función de enseñar de la Iglesia”.
[68] De igual modo, el c. 820 se encuentra en el c. III, “de las universidades y facultades eclesiásticas”, dentro del mismo Título III.
[69] “Oh Dios, tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro, por medio de su pasión ha destruido la muerte que, como consecuencia del antiguo pecado, a todos los hombres alcanza. Concédenos hacernos semejantes a él. De este modo, los que hemos llevado grabada, por exigencia de la naturaleza humana la imagen de Adán, el hombre terreno, llevaremos grabada en adelante, por la acción santificadora de tu gracia, la imagen de Jesucristo, el hombre celestial. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos”: Misal romano, tercera edición, segunda oración colecta en la celebración de la Pasión del Señor, Viernes Santo, en: http://textosparalaliturgia.blogspot.com.co/2014/02/misal-romano-celebracion-de-la-pasion.html.
[69 bis] Alberto PARRA MORA S. J.: “¿Qué es investigar en teología?”, en: Alberto PARRA S. J. – Gustavo BAENA S. J. – Rodolfo DE ROUX S. J. – Mario PERESSON SDB – Jesús ANDRÉS VELA S. J.: Investigar en Teología Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Colección Apuntes de Teología Bogotá 2006 20.
Sobre la identidad de las universidades católicas, cuya “misión” es mucho más que otro oficio cualquiera, ha vuelto el mismo Sumo Pontífice con ocasión de su visita a la Facultad de Medicina Agostino Gemelli de la Universidad del Sacro Cuore, en Roma, el 3 de mayo de 2012. Señaló, en esta ocasión el Papa, entre otros puntos: “Religión del Logos, el Cristianismo no relega la fe al ámbito de lo irracional, sino que atribuye el origen y el sentido de la realidad a la Razón creadora, que en el Dios crucificado se ha manifestado como amor y que invita a recorrer el camino del quaerere Deum (buscar a Dios)… El Evangelio de la vida ilumina el camino arduo del hombre, y ante la tentación de la autonomía absoluta, recuerda que ‘la vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital’ […] Y es precisamente recorriendo el sendero de la fe como el hombre es puesto en grado de descubrir en las realidades mismas del sufrimiento y de la muerte, que atraviesan su existencia, una posibilidad auténtica de bien y de vida […] Vivida en su integridad, la investigación es iluminada por la ciencia y la fe, y de estas dos “alas” saca su impulso e ímpetu, sin perder nunca la justa humildad, el sentido del límite propio. De esta manera, la búsqueda de Dios se hace fecunda para la inteligencia, fermento de cultura, promotora del verdadero humanismo, búsqueda que no se detiene en la superficie […] Se inserta aquí la tarea insustituible de la Universidad Católica, lugar en el cual la relación educativa es puesta al servicio de la persona en la construcción de una cualificada competencia científica, enraizada en un patrimonio de saberes que el trascurso de las generaciones ha destilado en sabiduría de vida; lugar en el que la relación de cuidado no es un oficio sino una “misión”; donde la caridad del Buen Samaritano es la primera cátedra y el rostro del hombre sufriente, el Rostro mismo de Cristo: ‘lo habéis hecho a mí’ (Mt 25,40) […] La Universidad Católica, que tiene con la sede de Pedro una relación particular, está llamada hoy a ser institución ejemplar que no restringe el aprendizaje a la funcionalidad de un éxito económico, sino que amplía el aliento sobre proyectos en los cuales el don de la inteligencia investiga y desarrolla los dones del mundo creado, superando una visión sólo de productividad y utilidad de la existencia, ya que ‘el ser humano está hecho para el don, mediante el cual se expresa y actualiza su dimensión trascendente’ (Caritas in veritate 34) […]” El texto completo, en idioma original, puede encontrarse en (consulta del 3 mayo de 2012): http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/29136.php?index=29136&lang=sp Volveremos sobre estos asuntos en los dos capítulos siguientes, especialmente al tratar de la verdad y de la caridad, actuadas desde la perspectiva de la fe, como características de la identidad y de la misión de las Universidades Católicas.
Ya el P. Pedro ARRUPE, S. J., lo había recordado con ocasión de su visita a la Universidad de Deusto. El texto es recogido cuarenta años después en Orientaciones Universitarias 40 septiembre 2007 33ss. Puede verse el texto en (consulta noviembre 2007): http://www.javeriana.edu.co/archivo/05_memoria/orientaciones.htm
[71] José-Román FLECHA ANDRÉS: Moral de la persona. Amor y sexualidad BAC Madrid 2002 28. La percepción de san Buenaventura era, como se dijo en otro lugar, y Miguel Angel, el artista, así lo expresaba, “sacar de la piedra lo que todavía recubría la imagen”, “liberar la piedra”, un mucho más alto quehacer que aquel que redujera la obra de arte a un cualquier “hacer”. Sólo así el ser humano llega a ser auténticamente él mismo, la imagen y semejanza, en Cristo, de Dios, su Escultor. Es la tarea de la “teología negativa”, como expresara también J. Ratzinger (cf. el texto del Card. Tarcisio Bertone, citado en la nt. 2251).
[72] Sobre el tema de la “existencia auténtica” he revisado los trabajos siguientes a los que he tenido acceso: ante todo, Ignace LEPP: La existencia auténtica Carlos Lohlé Buenos Aires 1963; y después otros: por su relación con nuestro tema: Carlos PARIS: Mundo técnico y existencia auténtica Guadarrama Madrid 1959; por su relación con el filósofo S. Kierkegaard dos textos: Linda Alejandra ZULUAGA RODRÍGUEZ: Del descubrimiento a la entrega: espacios de construcción de la existencia auténtica, director del trabajo: Luis Fernando CARDONA SUÁREZ [Microficha Tesis Filosofía Pontificia Universidad Javeriana] Santa Fe de Bogotá 2000; María Consuelo ESCOBAR HERNÁNDEZ: Kierkegaard: la fe como constitución auténtica de la existencia, director del trabajo Luis Fernando CARDONA SUÁREZ [Microficha Tesis Filosofía Pontificia Universidad Javeriana] Santa Fe de Bogotá 1999; y en la misma dirección filosófica, Ariel DIAZ OSORIO: “La Existencia Auténtica”, en “Edición dominical”, periódico Vanguardia Liberal 1370, 7 septiembre de 1997, 10-12.
En contraposición, la denominada "sociedad de consumo" es considerada por parte de muchos únicamente desde su "valencia positiva", es decir, como un producto legítimo, natural, eficaz y económicamente valioso derivado de la ideología y del sistema "capitalista", y abarca cuanto proporciona a alguien ser denominado "un gran hombre", por su riqueza, por su prestigio, por su fortuna (Marvin HARRIS: Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura, Alianza 1992, 118-120). Su manera elitista de obrar es drásticamente uniformadora y niveladora de la sociedad "por lo bajo". A lo largo del siglo XX autores como Milton Friedman (1912-2006) defendieron esta expresión del "libre mercado". Su "valencia negativa", por el contrario, ha sido advertida por muchos otros - recuérdese la crítica del Papa San Juan Pablo II en sus tres encíclicas sociales, muy especialmente en CA, para no mencionar las reiteradas del Papa Francisco - quienes han llamado la atención particularmente sobre los efectos nocivos, no sólo éticos, de la misma en lo "ambiental" (despilfarro de recursos e impacto sobre la biosfera), por ejemplo, pero también, en el conjunto de la vida social (generando nuevas necesidades en productos y servicios para impresionar a los rivales). A manera de sinopsis, véanse: "sociedad de consumo": consulta del 29 de mayo de 2017: https://es.wikipedia.org/wiki/Sociedad_de_consumo; y "consumismo": consulta del 29 de mayo de 2017: https://es.wikipedia.org/wiki/Consumismo.
[73] Afirmaba al Papa BENEDICTO XVI que San Benito de Nursia nos dejó el ejemplo de alguien que aprendió “el arte de vivir el humanismo verdadero”, el cual se encuentra “[…] en contraste con una autorrealización fácil y egocéntrica, hoy en día tan frecuentemente exaltada. (Por el contrario) de esta manera (practicada por San Benito), el hombre llega a ser cada vez más conforme a Cristo y alcanza la verdadera autorrealización como creatura a imagen y semejanza de Dios... mediante el seguimiento del camino trazado por Cristo humilde y obediente (Regla 5,13), en su amor al cual nada se debe anteponer (4,21; 72,11), y precisamente por éste, al servicio del otro, se construye el hombre del servicio y de la paz”: Audiencia general, 9 de abril de 2008, en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21951.php?index=21951&po_date=09.04.2008&lang=sp
Véase también la segunda colecta de la Celebración de la Pasión del Señor: “Oh Dios, que, por la pasión de Cristo, tu Hijo, Señor nuestro, nos libraste de la muerte, herencia del primer pecado, que alcanza a toda la humanidad: concédenos asemejarnos a Él y haz que, así como naturalmente llevamos en nosotros la imagen del hombre terreno, por la gracia de la santificación llevemos también la imagen del hombre celestial” (texto correspondiente a la Edición Típica Tercera Latina de 2002: “Deus, qui peccáti véteris hereditáriam mortem, in qua posteritátis genus omne succésserat, Christi tui, Dómini nostri, passióne solvísti: da, ut, confórmes eídem facti; sicut imáginem terrénæ natúræ necessitáte portávimus, ita imáginem cæléstis grátiæ sanctificatióne portémus”): CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS: Misal Romano. Renovado por decreto del Concilio Ecuménico Vaticano II, promulgado por la autoridad del Papa Pablo VI y revisado por el Papa Juan Pablo II. Edición típica para Colombia según la Tercera Edición Típica Latina, aprobada por la Conferencia de Obispos de Colombia y confirmada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Conferencia Episcopal de Colombia – Departamento de Liturgia Quebecor World Bogotá S. A. Bogotá 2008 4ª 172. No obstante, no es la edición que generalmente citaremos, sino la traducción de CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS: Misal Romano. Reformado por mandato del Concilio Vaticano II  y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo II. Segunda edición típica. Coeditores Litúrgicos Barcelona 2001 17ª, como oportunamente se indica.
Véase al respecto el problema actual tan lamentable de la "discriminación" (cf. https://es.wikipedia.org/wiki/Discriminaci%C3%B3n)  
[74] Refiriéndose al “pluralismo de métodos y sistemáticas” en la investigación teológica, decía el P. Rodolfo de Roux S. J.: Sin embargo, su apropiación tampoco puede ser ingenua. Las mismas discrepancias, y aún oposiciones entre sus proponentes nos advierten ya sobre la pertinencia de ejercer allí una sana dialéctica. Ni cabe olvidar que, como puede suceder también con las filosofías, y las teorías sociales, es inevitable que su genuinidad (‘genuidad’, dice el texto) esté condicionada por los horizontes, truncados o no, de sus autores. Con ello no estoy sugiriendo, en modo alguno, su rechazo. Sí, en cambio, una actitud crítica, y de ser necesario su remodelación cuando bloquean esa comprensión peculiar de los hechos humanos, que facilita la luz de la fe”: “La investigación en teología sistemática”, en: Alberto PARRA S. J. – Gustavo BAENA S. J. – Rodolfo DE ROUX S. J. – Mario PERESSON SDB – Jesús ANDRÉS VELA S. J.: Investigar en Teología Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Colección Apuntes de Teología Bogotá 2006 57-58.
[75] La Compañía de Jesús ha dedicado varias de sus Congregaciones Generales al asunto. Su tradición docente, inspirada en los Ejercicios espirituales de su fundador, S. Ignacio de Loyola, y ordenada por él, quien fuera estudiante de la Universidad de París; así como su reflexión sobre la misma, la han llevado desde sus orígenes a organizarla en la denominada Ratio studiorum. Por eso el tema de la pedagogía no puede estar ausente de cuanto tiene que ver con la universidad.
En efecto, la Pontificia Universidad Javeriana no sólo lo considera pertinente a su propia índole universitaria mediante el establecimiento de su propia Facultad de Educación y de sus cursos y diplomados de “Docencia universitaria”, sino dando un grande impulso a los Simposios sobre la Universidad, de los que el P. Alfonso BORRERO CABAL S. J. fue creador y gestor (cf. p. 224, nt. 543). Ahora, ya fallecido, se han recogido sus escritos sobre la Universidad en siete tomos que representan su obra: La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias Editorial Pontificia Universidad Javeriana Bogotá 2008. Así se ha efectuado en ellos la distribución de la materia: Tomo I: Historia universitaria: La universidad en Europa desde sus orígenes hasta la Revolución Francesa; Tomo II: Historia universitaria: La universidad en Europa desde la Revolución Francesa hasta 1945; Tomo III: Historia universitaria: La universidad en América, Asia y África; Tomo IV: Historia universitaria: Los movimientos estudiantiles; Tomo V: Enfoques universitarios; Tomo VI: Organización universitaria; Tomo VII: Administración universitaria.
En tiempos más cercanos, nuestra Facultad de Teología ha realizado diversas actividades para plantearse una vez más este aspecto fundamental. Ya hemos mencionado varias de las contribuciones al texto Universidad Católica en Colombia. Ciencias religiosas y formación docente, del que es compiladora la colega Edith GONZÁLEZ BERNAL Digiprint Ed. Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Col. Fe y Universidad 17 Bogotá 2005. Pero, sobre todo, cf.: AA. VV.: Pedagogía y Teología Ed. Kimpres Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Col. Fe y Universidad 10 Bogotá 2003, en donde se tratan los temas: “formación integral” (13ss), “vínculo profesor-estudiante en el ámbito de la educación superior” (27ss), “motivación en el proceso de enseñanza-aprendizaje de la teología para no teólogos” (71ss), y “papel de la evaluación en el proceso formativo” (113ss); y, muy especialmente, Libardo HOYOS P. – Iván F. MEJÍA A. (comp.): Coloquio Internacional Teología y Espiritualidad de la Pedagogía Ignaciana. ¿Un reto de la comunidad universitaria? Digiprint Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Col. Fe y Universidad 12 Bogotá 2004, que se desarrolló en esta Universidad Javeriana los días 7 y 8 de noviembre de 2002. Todos los aportes fueron excelentes, pero destacamos de entre ellos: Carmen LABRADOR: “Aportaciones de la Pedagogía Ignaciana a la Educación Superior” (27ss); Emilio GONZÁLEZ M S. J.: “Espiritualidad y Pedagogía Ignaciana” (53ss); Esteban OCAMPO FLÓREZ: “La Pedagogía Ignaciana en la Universidad” (81ss); y, por su relación con las TIC, Andrea Cecilia RAMAL: “Espiritualidad y Pedagogía Ignaciana en la Formación de Maestros de Enseñanza Superior: Enlaces con ambientes Digitales” (97ss).
Recientemente, la Carta de AUSJAL, 30 de noviembre de 2012, ha querido profundizar en la pregunta sobre la “vigencia” y los “modos de inserción de la Pedagogía Ignaciana en la Educación Superior Jesuita”. Puede verse el documento en (consulta diciembre 2012): http://issuu.com/ausjal/docs/carta_37_versi_n_final/1
[75 bis] Sintéticamente se sugiere que las áreas de desarrollo de esta política universitaria abarquen: “los jóvenes y la identidad, los jóvenes y la alteridad, los jóvenes y los proyectos, los jóvenes y la tecnología, los jóvenes y la trascendencia” (cf. XV Asamblea General Ordinaria sobre el tema Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, prevista para el mes de octubre de 2018, documento preparatorio, en: http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20170113_documento-preparatorio-xv_sp.html ). 
[76] Cf. capítulo IV de la investigación.
[77] De la antiquísima oración al Espíritu Santo: cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LOS SACRAMENTOS: Misal Romano. Reformado por mandato del Concilio Vaticano II y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo II. Segunda edición típica Coeditores Litúrgicos Barcelona 2001 17ª 979, “oración colecta”. 
[78] The Idea of the University Peter Owen London 1965 (1ª ed. Berlín 1923, que no parece haber sido traducida al español en su forma completa. Existen otras ediciones, una de 1961, que sirvió para la traducción castellana conocida: Karl JASPERS, “La idea de la universidad”, en AA VV: La idea de la universidad en Alemania Instituto de Filosofía - Universidad de Montevideo (ed.), Editorial Sudamericana Buenos Aires 1959 387-525). Entre los aspectos que el autor desarrolla en su obra, descuella la importancia de la verdad en una universidad, no solamente, por supuesto,en una universidad católica. La investigación científica, dice, no necesita buscar su justificación en producciones útiles, en la técnica, sino que es valiosa por sí misma. Lleva al conocimiento al borde del conocimiento mismo, responde a la más profunda ansia del hombre de alcanzar la verdad, y compromete la propia existencia para vivir de acuerdo con la verdad descubierta. Llega a situar la existencia de la Universidad — de un lugar donde buscar incondicionalmente la verdad — en el terreno de los derechos humanos. La Universidad tendría en esta visión tres objetivos acomunados e inseparables: investigación, educación y cultura. Para la Universidad considera deseable sólo el modelo socrático: el maestro y el alumno se plantean conjuntamente el empeño vital por alcanzar la verdad; el maestro debe impulsar al alumno para que fomente su propio desarrollo, que no puede producirse por una mera acción exterior. El maestro ofrecerá aliento y estímulo, pero debe ser cada uno quien realice su propio camino intelectual. Quien tenga la responsabilidad de guiar la Universidad, deberá velar para que constituya este ámbito de encuentro, y no se formen en su interior grupos ajenos e incomunicados. Deberá estimular el diálogo científico mediante debates y discusiones que, aún situando a las partes en diversas posiciones intelectuales, las aúnan en el mismo respeto por el método científico y la misma pasión por buscar la verdad. En este ambiente de comunicación universitaria nacen con frecuencia las llamadas “Escuelas de pensamiento”, que sin embargo no pueden provocarse: sólo es posible preparar las condiciones para que crezcan espontáneamente. La mentalidad científica ayuda a adquirir hábitos rigurosos de pensamiento y posibilita una más fuerte tendencia a conseguir la verdad total.
[79] GS 5.
[80] A la primera, la denominamos “libre albedrío” y “acto elícito” de la voluntad (libertad-de), y se hace exterior al sujeto mediante el “acto imperado”, es decir, mediante la ejecución de una decisión. La segunda corresponde a la “finalidad” o “teleología” de la misma (libertad-para), la cual “para lograrla, la persona debe realizar una actividad de doble sentido: deshacerse, por una parte, de las cadenas que le impiden su desarrollo, y, por otra parte, crearse y afianzar nuevos espacios en donde pueda manifestarse. Por ello la libertad es menos algo dado que una conquista por parte del hombre; y llegar a ser libre es menos el inicio de una vida que su término, y ello se va logrando por la apertura cada vez mayor al bien que la persona realiza”. Cf. Iván F. MEJÍA ALVAREZ: Algunos elementos introductorios a la teología moral, o. c., p. 570, nt. 1590, 104-105.
[81] Rodolfo E. DE ROUX GUERRERO S. J.: “La investigación en teología sistemática”, en: Alberto PARRA S. J. – Gustavo BAENA S. J. – Rodolfo DE ROUX S. J. – Mario PERESSON SDB – Jesús ANDRÉS VELA S. J.: Investigar en Teología Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología Colección Apuntes de Teología Bogotá 2006 57.
Afirmar, y no negar ni disimular, la existencia del conflicto en la vida social, que se expresa de múltiples maneras, no puede hacer perder de vista, sin embargo, el valor y sentido de la unidad y de la paz mediante la reconciliación. Véase al respecto la referencia del Papa FRANCISCO en EG 226-228.
[82] Este es el nombre de la Instrucción de la CONGREGACIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS, hecha pública el 18 de febrero de 2008. La presentación de la misma, por parte del Señor Cardenal José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación, puede encontrarse en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21678.php?index=21678&lang=sp
[82 bis] FRANCISCO, discurso en el encuentro con los Obispos de Colombia, jueves, 7 de septiembre de 2017, en: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2017/september/documents/papa-francesco_20170907_viaggioapostolico-colombia-vescovi.html El Santo Padre reiteró y desarrolló aún más este pensamiento suyo en el discurso que pronunció al Comité directivo de los Obispos del Celam, en la Nunciatura, en la misma fecha. Véase el texto en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2017/9/7/viaggioapostolico-colombia-celam.html
[83] En otro campo, el P. Gianfranco GHIRLANDA, S. J., ha vuelto sobre el tema con ocasión de la Instrucción de la Congregación para la Educación Católica del 4 de noviembre de 2005: “Aspetti canonici del’Istr. In continuità”, en: P 95/3 2006 391-448.
[84] Colecta correspondiente a la misa del XV domingo del tiempo ordinario: Misal Romano. Reformado por mandato del Concilio Vaticano II  y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo II. Segunda edición típica Coeditores Litúrgicos Barcelona 2001 17ª 378. http://textosparalaliturgia.blogspot.com.co/2014/06/misal-romano-xv-domingo-del-tiempo.html
[85] “Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol. Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca” (Lc 21,29-33). Es, precisamente, el epígrafe que hemos escogido para introducir el cap. 4°, p. 375.




Notas finales

[i] No puedo dejar de incluir en este momento, por su oportunidad, ciertamente, pero, sobre todo por su importancia, el discurso pronunciado por S. S. FRANCISCO el día 27 de octubre de 2014, en la Casina Pio IV, sede de la Pontificia Academia de las Ciencias, cuando inauguró un busto de bronce en honor del Papa Benedicto XVI, obsequiado por los académicos:
“Señores Cardenales, Queridos Hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, Ilustres Señoras y Señores:
Mientras caía el velo del busto, que los Académicos han querido en la sede de la Academia Pontificia de las Ciencias como un signo de reconocimiento y gratitud, una alegre emoción se ha hecho viva en mi alma. Este busto de Benedicto XVI recuerda a los ojos de todos la persona y la cara del querido Papa Ratzinger. Recuerda también su espíritu: el de sus enseñanzas, de sus ejemplos, de sus obras, de su devoción a la Iglesia, de su vida actual "monástica". Este espíritu, lejos de desmoronarse con el tiempo, aparecerá de generación en generación cada día más grande y poderoso. Benedicto XVI: un Papa genial. Genial por la fuerza y penetración de su inteligencia, genial por su importante contribución a la teología, genial por su amor a la Iglesia y a los seres humanos, genial por su virtud y su religiosidad. Como Ustedes bien lo saben, su amor por la verdad no se limita a la teología y a la filosofía, sino que se abre a las ciencias. Su amor por la ciencia se derrama en preocupación por los científicos, sin distinción de raza, nacionalidad, cultura, religión; solicitud por la Academia, desde cuando san Juan Pablo II lo nombró miembro. Él ha sido capaz de honrar a la Academia con su presencia y su palabra, y nombró a muchos de sus miembros, incluido el actual Presidente Werner Arber. Benedicto XVI invitó, por primera vez, a un Presidente de esta Academia a asistir al Sínodo sobre nueva evangelización, consciente de la importancia de la ciencia en la cultura moderna. Ciertamente, de él nunca se podrá decir que el estudio y la ciencia hayan agotado su persona y su amor hacia Dios y al prójimo, sino por el contrario, que la ciencia, la sabiduría y la oración han dilatado su corazón y su espíritu. Damos gracias a Dios por el don que ha hecho a la Iglesia y al mundo con la existencia y el pontificado del Papa Benedicto XVI. Me gustaría dar las gracias a todos aquellos que, generosamente, han hecho posible este trabajo y este acto, en particular al autor del busto, el escultor Fernando Delia, la familia Tua y todos los Académicos. Me gustaría dar las gracias a todos los que están presentes aquí para honrar a este gran Papa.
Al final de su Sesión plenaria, queridos Académicos, me complace expresar mi profundo respeto y mi calurosa voz de ánimo a llevar adelante el progreso científico y la mejora de las condiciones de vida de la gente, especialmente de los más pobres.
Están afrontando la altamente compleja cuestión de la evolución del concepto de naturaleza. No entraré en absoluto, lo entienden bien, en la complejidad científica de esta cuestión importante y decisiva. Sólo quiero enfatizar que Dios y Cristo caminan con nosotros y están también presentes en la naturaleza, como el apóstol Pablo dijo en el discurso en el Areópago: "en Dios vivimos, nos movemos y existimos» (He 17,28). Cuando leemos en el Génesis el relato de la creación nos arriesgamos a imaginar que Dios haya sido un mago con una varita mágica que puede hacer todas las cosas. Pero esto no es así. Él ha creado los seres y les permite desarrollarse según las leyes internas que Él le dio a cada uno, para que se desarrollase, para que llegase a su propia plenitud. Él ha dado la autonomía a los seres del universo al mismo tiempo que les ha asegurado su presencia continua, dando el ser a toda realidad. Y así la creación ha ido yendo adelante por siglos y siglos, milenios y milenios hasta que se convirtió en lo que conocemos hoy en día, porque Dios no es un demiurgo o un mago, sino el Creador que da el ser a todos los entes. El principio del mundo no es obra del caos que debe a otro su origen, sino que se deriva directamente de un Principio supremo que crea por amor. El Big-Bang, que hoy se coloca al origen del mundo, no contradice la intervención creadora divina sino que la requiere. La evolución en la naturaleza no entra en conflicto con la idea de Creación, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan.
En cuanto se refiere a los hombres, en cambio, hay un cambio y una novedad. Cuando, en el sexto día del recuento del Génesis, llega a la creación del hombre, Dios le da a la humanidad otra autonomía, una autonomía diferente de aquella de la naturaleza, que es la libertad. Y le dice al hombre que dé el nombre de todas las cosas y que siga avanzando a lo largo de la historia. Lo hace responsable de la creación, también para que domine la Creación, para que la desarrolle y así hasta el final de los tiempos. Entonces al científico, y especialmente al científico cristiano, corresponde la actitud de interrogarse sobre el futuro de la humanidad y de la tierra y, por ser libre y responsable, de concurrir a prepararlo, a preservarlo, a eliminar los riesgos del entorno natural y humano. Pero, al mismo tiempo, el científico debe moverse por la confianza de que la naturaleza esconde en sus mecanismos evolutivos el potencial que espera a la inteligencia y a la libertad descubrir y poner en práctica para conseguir el desarrollo que está en el proyecto del Creador. Entonces, no importa cuán limitada, la acción del hombre participa del poder de Dios y es capaz de construir un mundo adecuado a su vida dual corporal y espiritual; construir un mundo más humano para todos los seres humanos y no para un grupo o una clase de privilegiados. Esta esperanza y confianza en Dios, Autor de la naturaleza, y en la capacidad del espíritu humano son capaces de dar al investigador una nueva energía y una serenidad profunda. Pero también es cierto que la acción del hombre, cuando su libertad se convierte en autonomía – que no es libertad, sino autonomía – destruye la creación y el hombre pretende el lugar del Creador. Y esto es un grave pecado contra Dios Creador.
Los animo a continuar con sus trabajos y a realizar las felices iniciativas teóricas y prácticas a favor de los seres humanos que a Ustedes los honran. Entrego ahora con alegría el collar quel mons. Sánchez Sorondo dará a los nuevos miembros. Gracias” (traducción mía, tomada de: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/10/27/0795/01676.html).
[ii] Puede verse de manera resumida el sentido de este tiempo litúrgico en la homilía del Santo Padre BENEDICTO XVI para las primeras vísperas del Adviento, 1 de diciembre de 2007, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20071201_vespri-avvento_sp.html
El Papa decía así: “Como se puede apreciar en el Nuevo Testamento y en especial en las cartas de los Apóstoles, desde el inicio una nueva esperanza distinguió a los cristianos de las personas que vivían la religiosidad pagana. San Pablo, en su carta a los Efesios, les recuerda que, antes de abrazar la fe en Cristo, estaban «sin esperanza y sin Dios en este mundo» (Ef 2, 12). Esta expresión resulta sumamente actual para el paganismo de nuestros días: podemos referirla en particular al nihilismo contemporáneo, que corroe la esperanza en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro de él y en torno a él reina la nada: nada antes del nacimiento y nada después de la muerte. En realidad, si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran, privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera materialidad. Está en juego la relación entre la existencia aquí y ahora y lo que llamamos el «más allá». El más allá no es un lugar donde acabaremos después de la muerte, sino la realidad de Dios, la plenitud de vida a la que todo ser humano, por decirlo así, tiende. A esta espera del hombre Dios ha respondido en Cristo con el don de la esperanza. El hombre es la única criatura libre de decir sí o no a la eternidad, o sea, a Dios. El ser humano puede apagar en sí mismo la esperanza eliminando a Dios de su vida. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Cómo puede acontecer que la criatura «hecha para Dios», íntimamente orientada a él, la más cercana al Eterno, pueda privarse de esta riqueza? Dios conoce el corazón del hombre. Sabe que quien lo rechaza no ha conocido su verdadero rostro; por eso no cesa de llamar a nuestra puerta, como humilde peregrino en busca de acogida. El Señor concede un nuevo tiempo a la humanidad precisamente para que todos puedan llegar a conocerlo. Este es también el sentido de un nuevo año litúrgico que comienza: es un don de Dios, el cual quiere revelarse de nuevo en el misterio de Cristo, mediante la Palabra y los sacramentos. Mediante la Iglesia quiere hablar a la humanidad y salvar a los hombres de hoy. Y lo hace saliendo a su encuentro, para «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). Desde esta perspectiva, la celebración del Adviento es la respuesta de la Iglesia Esposa a la iniciativa continua de Dios Esposo, «que es, que era y que viene» (Ap 1, 8). A la humanidad, que ya no tiene tiempo para él, Dios le ofrece otro tiempo, un nuevo espacio para volver a entrar en sí misma, para ponerse de nuevo en camino, para volver a encontrar el sentido de la esperanza.”
El día anterior, el mismo Pontífice había promulgado su segunda Encíclica, Spe salvi. Acerca de la “vida eterna” en Dios, destino y objeto final de la esperanza, tema de dicha encíclica, el Cardenal Albert VANHOYE S. J. afirmaba: “Partiendo entonces de una carta de San Agustín ‘dirigida a Proba, una viuda romana acomodada’, el Santo Padre precisa qué se debe entender con ‘vida eterna’, es decir, no una sucesión interminable de momentos, sino de una plenitud a la que aspiramos. ‘Podemos solamente’, escribe el Papa, ‘presagiar que la eternidad no sea un continuo subseguirse de días del calendario, sino algo así como el momento lleno de plenitud, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momento del sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo – el antes y el después – no existe ya más, […] Debemos pensar en esta dirección, si queremos comprender a que mira la esperanza cristiana, qué esperamos de la fe, de nuestro ser con Cristo’ (n. 12).”
Y el mismo Vanhoye, refiriéndose a la “dimensión comunitaria” característica de esta “vida” en Dios, expresa: “Lejos de ser individualista, la auténtica esperanza cristiana aspira a una ‘salvación comunitaria’; ella ‘presupone el éxodo de la prisión del propio ‘yo’ para acoger el amor en todas sus dimensiones; tiene, por tanto ‘qué ver también con la edificación del mundo’. La doctrina y el ejemplo de San Bernardo de Claraval son citados a este propósito. […] Otro lugar donde se ejercita la esperanza es la acción, porque la esperanza cristiana no es ociosa, sino que impulsa a obrar. […] Todo obrar serio y recto del hombre es esperanza en acto” (n. 35). “La esperanza cristiana sostiene el compromiso cotidiano y me da el coraje de obrar hasta cuando, humanamente hablando, “no tengo nada más qué esperar”, porque “es la gran esperanza que se apoya sobre las promesas de Dios”. En: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21208.php?index=21208&po_date=30.11.2007&lang=sp
[iii] Cf. la pequeña obra tantas veces citada: Sólo el amor es digno de fe Sígueme Salamanca 1995 8ª. Algunas de sus obras tuvieron como objeto el problema de la verdad: desde la publicación de Wahrheit (Verdad del mundo) en 1947; pasando por Das Ganze im Fragment (El todo en el fragmento), de 1963, y, muy especialmente, en Die Wahrheit ist Symphonisch (La verdad es sinfónica), de 1972. Señalan los expertos en este autor, como el Cardenal Marc OUELLET, P.S.S., arzobispo de Quebec, que la obrita mencionada es, en realidad, el esquema de trabajo que había venido implementando a partir de sus diálogos con autores renombrados tales como Erich Przywara, Henri de Lubac, G. Fessard, J. Danielou, Karl Rahner (con quien elaboró un proyecto de una nueva dogmática: Mysterium Salutis), Adrienne von Speyr y K. Barth, entre otros. Tal esquema lo fue desarrollando, entonces, durante los períodos de publicación de las obras principales en las que se sigue la centralidad de su pensamiento y que conforman una “trilogía”: de 1961 a 1969, en que se publicó la primera parte de dicha trilogía: Herrlichkeit. Eine theologische Ästhetik (Gloria); luego, de 1973 a 1983, época de publicación de la segunda parte de la trilogía: Theodramatik (Teodramática); después, de 1985 a 1987, cuando publicó la Tercera parte de la trilogía: Theologik (Teológica); finalmente, de 1987 a 1988, cuando puso fin a la trilogía con el inicio de Epilog. Tomo este apunte de las conferencias que nos ofreció sobre el tema el Señor Cardenal con ocasión del “Simposio sobre la obra de Hans Urs Von Balthasar en el centenario de su nacimiento” (Conferencia Episcopal de Colombia, febrero 16-17 de 2006).
La “definición” de lo que se puede entender hoy por Teología Católica y de aquello en lo que consistiría ser un “teólogo católico” ha sido hecho objeto de la reflexión, precisamente, de la COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, la cual ha producido y publicado el 8 de marzo 2012 un documento sintético de 12 criterios denominado Teología hoy: Perspectivas, principios y criterios, cuyo original inglés espera la traducción oficial al castellano, y se puede encontrar en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_doc_20111129_teologia-oggi_en.html A lo largo de esta investigación se ha hecho alusión en varias ocasiones a la teología católica (cf. p. ej., supra, nt. final cxliii, p. 1945).
En su visita a la ONU, el 18 de abril de 2008, recordó el Papa BENEDICTO XVI que esta institución de nuestros tiempos responde a una necesidad sentida en las diferentes naciones: “ser un «centro que armonice los esfuerzos de las Naciones por alcanzar los fines comunes», de la paz y el desarrollo (cf. Carta de las Naciones Unidas, art. 1.2-1.4)”. Así mismo, que, “como dijo el Papa Juan Pablo II en 1995, la Organización debería ser "centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decir, una ‘familia de naciones’" (Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Nueva York, 5 de octubre de 1995, 14)”.
No obstante haber llegado a ser ella una importante y útil instancia en el presente, la invitó a profundizar aún más en los niveles de “conciencia” y de eficacia que ella ha alcanzado: “A través de las Naciones Unidas, los Estados han establecido objetivos universales que, aunque no coincidan con el bien común total de la familia humana, representan sin duda una parte fundamental de este mismo bien. Los principios fundacionales de la Organización –el deseo de la paz, la búsqueda de la justicia, el respeto de la dignidad de la persona, la cooperación y la asistencia humanitaria– expresan las justas aspiraciones del espíritu humano y constituyen los ideales que deberían estar subyacentes en las relaciones internacionales […] Las Naciones Unidas encarnan la aspiración a "un grado superior de ordenamiento internacional" (Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 43), inspirado y gobernado por el principio de subsidiaridad y, por tanto, capaz de responder a las demandas de la familia humana mediante reglas internacionales vinculantes y estructuras capaces de armonizar el desarrollo cotidiano de la vida de los pueblos. Esto es más necesario aún en un tiempo en el que experimentamos la manifiesta paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos, mientras que los problemas del mundo exigen intervenciones conjuntas por parte de la comunidad internacional. Ciertamente, cuestiones de seguridad, los objetivos del desarrollo, la reducción de las desigualdades locales y globales, la protección del entorno, de los recursos y del clima, requieren que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente y demuestren una disponibilidad para actuar de buena fe, respetando la ley y promoviendo la solidaridad con las regiones más débiles del planeta. Pienso particularmente en aquellos Países de África y de otras partes del mundo que permanecen al margen de un auténtico desarrollo integral, y corren por tanto el riesgo de experimentar sólo los efectos negativos de la globalización. En el contexto de las relaciones internacionales, es necesario reconocer el papel superior que desempeñan las reglas y las estructuras intrínsecamente ordenadas a promover el bien común y, por tanto, a defender la libertad humana. Dichas reglas no limitan la libertad. Por el contrario, la promueven cuando prohíben comportamientos y actos que van contra el bien común, obstaculizan su realización efectiva y, por tanto, comprometen la dignidad de toda persona humana. En nombre de la libertad debe haber una correlación entre derechos y deberes, por la cual cada persona está llamada a asumir la responsabilidad de sus opciones, tomadas al entrar en relación con los otros. Aquí, nuestro pensamiento se dirige al modo en que a veces se han aplicado los resultados de los descubrimientos de la investigación científica y tecnológica. No obstante los enormes beneficios que la humanidad puede recabar de ellos, algunos aspectos de dicha aplicación representan una clara violación del orden de la creación, hasta el punto en que no solamente se contradice el carácter sagrado de la vida, sino que la persona humana misma y la familia se ven despojadas de su identidad natural. Del mismo modo, la acción internacional dirigida a preservar el entorno y a proteger las diversas formas de vida sobre la tierra no ha de garantizar solamente un empleo racional de la tecnología y de la ciencia, sino que debe redescubrir también la auténtica imagen de la creación. Esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos.” El Discurso se puede ver en: http://212.77.1.245/news_services/bulletin/news/21994.php?index=21994&lang=sp#TRADUZIONE_IN_LINGUA_SPAGNOLA

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